Su vestido del color del cielo despejado se
movía con la más ligera brisa. Caminaba despacio, sobre el muelle de madera
sólida, mirando como el mar se iba sumiendo en la oscuridad de la noche. Los
últimos destellos del sol caían por todos lados y muchos de los invitados a la
boda los miraban con regocijo. Era un espectáculo natural de una belleza
increíble y no se podía negar que la idea de hacer la boda en semejante sitio
había sido una genialidad. Pero nadie sabía muy bien quién había tenido la
idea.
El caso es que ver hundirse el sol naranja en
el mar era hermoso y muchos llegaron al muelle también y pronto rodearon a la
joven del vestido azul, que apoyaba sus manos en la baranda, como con intención
de salir corriendo detrás del sol. A su alrededor, los niños corrían y reían y
las parejas se tomaban de la mano y se besaban. Pero ella no hacía caso, pues
en su mente pasaban cosas muy diferentes, mucho menos alegros y más urgentes
para ella. El espectáculo solar era solo una distracción.
Los novios se acercaron también a la escena.
Por supuesto, todos quisieron tomarles una foto y para cuando el fotógrafo
oficial del evento pudo instalarse, la tarde ya casi había caído por completo y
luces artificiales tuvieron que utilizarse para retratar la escena. Las fotos
no fueron tan hermosas como muchas de las que la gente había tomado minutos
antes, pero todos los alabaron y no dejaban de decir que la novia se veía
hermosa y que su novio era el más guapo que habían visto nunca en una boda.
La joven de vestido cielo se deslizó entre la
multitud de aduladores, subió las escaleras hacia la sala de banquetes y
penetró un corredor alterno que iba directo a las cocinas. Ninguno de los
trabajadores le dijo nada, pues estaban demasiado ocupados preparando el primer
platillo de la noche. La mujer casi corrió entre ellos, saliendo por una puerta
que daba directo al sector donde camiones dejaban los productos que se usaban a
diario en las cocinas. Ahí si la miraron, pero nadie dijo nada.
Atravesó un prado bien cuidado y pronto estuvo
en el estacionamiento, que recorrió casi por completo hasta llegar a su propio
vehículo. Las llaves las tenía guardadas en la pequeña bolsa que se mecía a un
lado y otro en su muñeco, donde apenas tenía espacio para poner nada. Se sentó
en el asiento del piloto y abrió la guantera, extrayendo de ella su celular.
Verificó la pantalla y vio, para su alivio, que su mejor amiga le había estado
escribiendo, hambrienta de información acerca del desarrollo de la boda y del
estado sicológico de su amiga. No era para menos. Su hermana se casaba con su
novio.
En otras palabras, la hermana mayor de la
mujer de azul era quién se casaba y el novio no era nadie más sino uno de los
novios pasados de la mujer de azul, es decir de la hermana menor de la novia.
Era un lío todo el asunto e incluso los padres de las chicas se habían mostrado
algo impactados por toda la situación. Pero la hermana mayor había dejado muy
en claro que estaba perdidamente enamorada y, en situaciones así, no se puede
decir mucho que digamos. Solo se da la bendición y se espera lo mejor.
Para la chica de azul, todo había sido aún más
sorpresivo. Al fin y al cabo hacía unos cinco años que había dejado su ciudad
natal para irse a estudiar fuera del país. Había hecho un posgrado y luego
había conseguido un trabajo demasiado bueno para rechazarlo, por lo que se
había quedado allá lejos e ignoraba la mayor parte de las cosas que ocurrían en
su familia. Ni su padre ni su madre le habían dicho nada acerca de todo el
asunto antes de su viaje, y ella se los había reclamado una vez en su casa de
infancia.
Tal vez no era justo culparlos a ellos o
tratarlos tan mal como lo hizo, pero estaba segura de que sabían lo mucho que
ese hombre había significado para ella. Habían salido por años y antes de eso
habían sido los mejores amigos desde la infancia. Se conocían demasiado bien,
así como a sus respectivas familias y amigos. Eran una pareja unida que solo se
había separado, precisamente, por el hecho del viaje de la chica de azul. Él
había jurado esperarla pero, meses después, le escribió un largo correo
electrónico.
En él, el
hombre le decía lo mucho que la quería, una y otra vez, pero también confesaba
que no creía poder esperarla para siempre. Además, por esos días, ella había
recibido la propuesta de trabajo que al final había aceptado. Eso no lo sabía
él, pero hizo más fácil para ella la finalización de la relación. Le dolía, por
supuesto que sí, pero debía ser sincera consigo misma y su prioridad en la vida
no era tener una pareja o por lo menos no en ese momento. Quería realizarse
como ser humano y no lo haría en casa.
Todo terminó en ese momento. Se dejaron de
hablar y sus padres nunca dijeron nada de nada hasta el día que la recogieron
en el aeropuerto. Ella estaba feliz de ver a su hermana casarse, en especial
porque su relación siempre había sido muy estrecha. Se habían perdido un poco
por la distancia, pero ella confiaba en que todo seguía igual entre ellas. La
revelación de quién era el novio le vino como un baldado de agua fría y entonces
supo que nadie puede prevenir muchas de las cosas que pasan en la vida, y que
nunca hay que confiarse sobre nada ni sobre nadie.
Sin embargo, trató de ser una buena hermana y
aceptó ir a la boda. Originalmente la habían pensado como dama de honor, pero
ella se negó de la manera más decente de la que fue capaz. Nadie argumentó nada
en contra de esa decisión. Pero claro que asistiría porque para eso había
viajado y porque era todo un asunto de familia. No tenía sentido hacer un
desplante tal, a pesar de que todo la hacía pensar una y otra vez sobre lo que
había pasado y lo que no, hacía años y de manera más reciente.
En el coche, le escribió a su amiga que todo
andaba bien, que no le había arrancado las extensiones de la cabeza a su
hermana y que no había hecho llorar a su madre. Ahí se detuvo, porque sabía que
su amiga no era tonto y no se iba a comer la historia de que todo andaba a las
mil maravillas. Entonces le escribió que tenía mucha rabia y que había decidido
salir un rato para tomar aire. Su amiga le respondió rápidamente, diciéndole
que confiaba en ella y que apenas acabara todo, la llamara para hablar largo y
tendido.
Estuvo a punto de responder con alguna de las
caritas que vienen en los aparatos móviles, cuando alguien tocó a la puerta del
carro. Era el novio. Ella quedó casi congelada por un rato, pero supo que tenía
que bajarse pronto o sino parecería una loca. Le pidió que se moviera y ella
salió, arreglándose el vestido un poco. Le dijo que había vuelto al coche por
su celular, que había dejado allí por accidente. Obviamente eso no era cierto
pero él no tenía porqué saberlo. Y sin embargo, se notaba que lo sabía.
Pero no dijo nada en cuanto a eso. Preguntó en
cambio si le había gustado la ceremonia en la iglesia y ella tuvo que recordar
lo que había visto porque en realidad no había puesto mucha atención a nada.
Claro que no ayudaba que ella no tuviera ni el más mínimo respeto por los
sacerdotes, pero en gran parte no había querido estar pensando demasiado. Él
solo asentía y trataba de sonreír, pero hacía un trabajo terrible. Ella sabía
bien que a él no se le daba nada bien mentir, lo conocía demasiado bien.
Se quedaron entonces en silencio y entonces
ella quiso decir algo y él también quiso hacer lo mismo a la vez, por lo que
nadie dijo nada al final. Él solo la miró y le pidió perdón. Ella negó con la
cabeza pero no dijo nada más. Esbozó una sonrisa, que fue una mentira, pero eso
no lo supo él.
Volvieron por separado a la fiesta, ya estaban
sirviendo la comida. La chica de azul tuvo que fingir que nada de lo que pasaba
la afectaba, pero una lágrima solitaria se precipitó por su mejilla y tuvo que
decirle a una tía que era una particular alergia a uno de los productos del
primer platillo.