El bote se aproximaba con rapidez a la isla.
El cielo estaba ya cubierto por completo de nubes gruesas cargadas de agua,
oscuras como se veían siempre en esa época del año. Las personas en el bote se
sostenían con fuerza de los bordes, pues el conductor había decidido ir a toda
marcha, forzando el motor a dar todo de sí. Eran solo siete personas, entre las
cuales había tres mujeres y una niña pequeña que no podía conciliar el sueño.
Miraba el cielo y también la superficie del agua, que parecía hecha de algún
metal extraño.
El aire olía a sal, lo que indicaba la
proximidad del mar pero nadie sabía muy bien para dónde se podría encontrar una
gran masa de agua. Lo cierto es que ninguno era de esa región y solo se
encontraban allí por la pura necesidad de sobrevivir. Ninguno de ellos se
conocía entre sí, no eran familiares ni amigos, ni siquiera vecinos o
trabajadores en la misma empresa. Eran solo personas que se habían encontrado
en un punto crucial en ese momento del mundo y habían decidido arriesgarse juntos
para ver si sobrevivían a semejante desastre.
Cada uno penetró el espeso bosque en un
momento distinto, en circunstancias muy diferentes. Algunos habían tenido
dinero en el pasado, uno de ellos en cambio había vivido en la calle durante
una época de la vida. Pero nadie decía nada. No era porque no quisieran
comunicarse o hablar sino porque el miedo los tenía amarrados al bote, como si
de su llegada a la isla más próxima dependiera todo lo que habían apostado al
unirse en un grupo tan desigual y diferente. Era todo lo que tenían.
El agua salpicaba sus caras y manos pero ellos
solo tenían cabeza para el pasado. No habían tenido un momento tan tranquilo
como ese y eso que no se sentían precisamente calmados. Sin embargo era el
momento adecuado para pensar en sus seres queridos, en gente que jamás
volverían a ver en sus vidas. Algunos incluso habían visto como morían frente a
sus ojos, algo que nunca olvidarían. Sus músculos estaban cansados y sus
cuerpos pedían algunas horas de sueño pero el cerebro trataba de impulsarlos
con recuerdos.
El hombre que manejaba el motor era el único
que de verdad parecía estar alerta. Estaba de pie, no como los demás que iban
casi acostados en el fondo del bote. Tenía puesta una ropa que no tenía nada
que ver con el frío clima del bosque, lo que denotaba que su lugar de
proveniencia no era muy próximo. Sus cabello se sacudía con el viento y su cara
parecía quemada de varios días. El sol y la brisa habían hecho de él una
escultura viviente de lo que ocurría en esos momentos y su mirada glacial era
otra prueba más de que las cosas ya no eran como antes en un mundo que había
sido perdido para los seres humanos.
Habían sido cautivados por sus hermosos
colores y su aspecto gentil. Se habían dejado convencer por tonterías que ni
siquiera resultarían efectivas en pájaros o insectos. Ellos llegaron de la nada
y los seres humanos, como tontos, pensaron que nada pasaría, que todo era para
lo mejor. Y, para ser justos, así lo fue durante un tiempo. Pasaron días y
luego meses después del primer arribo y luego vinieron más y no pasaba nada,
solo interacciones de algunos momentos en las que parecían aprender una cultura
de la otra.
Pero al parecer, los seres humanos no somos
los únicos capaces de mentir o de hacer cosas para perseguir una meta más allá,
oculta a los ojos de los demás. Pasado poco más de un año, un batallón entero
de ellos llegó a la superficie del planeta, en varios puntos. Con facilidad,
destruyeron todas las defensas existentes. La gente vio morir primero a soldados
y generales, con o sin medallas en sus pechos. No importaba quienes fueran o
que tan valientes hubiesen sido antes, morían igual, haciéndose pedazos en el
suelo.
La gente estaba tan impactada que muchos no
reaccionaron en el momento. Curiosamente, todos los que iban en el barco eran
personas que habían hecho algo en aquellos primeros instantes. Eso sí, ellos
eso no lo sabían pero lo hubiesen comprendido si hubiesen interactuado como se
esperaba de los seres humanos. Pero estaban asustados y era algo completamente
comprensible. Esos seres con cara angelical habían destruido todo lo que habían
conocido sus vidas en apenas horas, a veces en menos tiempo.
Correr, huir de sus casas y lugares que
frecuentaban, era lo más natural. La mayoría lo había hecho con familia pero
eso casi siempre terminaba mal. Por alguna razón, las criaturas parecían tener
una percepción bastante rara de lo que significaba una familia y tenían una
horrible obsesión por deshacer la existencia de cualquier sociedad humana que
cumpliera con esas reglas de sangre que por tanto tiempo habían enlazado a los
seres humanos entre sí. Seguramente ellos creaban comunidades de otras maneras.
Casi siempre dejaban a un solo sobreviviente y
esos eran los que estaban en el bote. Todos eran los únicos sobrevivientes de
sus grupos familiares, los únicos que tratarían de vivir para contar la
historia de sus familias y hacerla perdurar en el tiempo, si es que tenían la
oportunidad de hacerlo. Los seres seguían matando y persiguiendo a aquellos que
ellos pensaban podrían hacerles algún tipo de oposición. Esa extraña muerte en
la que los cuerpos eran carbonizados en vivo era su solución para todo y
durante todo el proceso siempre tenían la misma horrible expresión en lo que
podría llamarse sus caras.
Pocos seres humanos tuvieron éxito al tratar
de hacerles frente. La mayoría moría antes de saber lo que les había pasado.
Pero algunos habían podido descifrar algunas cosas acerca de esas criaturas.
una de las cosas más notables era su increíble aversión al agua. Pero no a toda
el agua sino a la que estaba demasiado fría. Incluso habían quienes creían que
querían hacer de la Tierra un mundo con agua casi hirviendo en todas partes.
Podría ser esa la segunda parte de su plan de conquista. Sin embargo, eran todo
conjeturas.
Cuando el bote por fin toco tierra en la isla,
los sobrevivientes se bajaron lentamente. Ninguno ayudó a nadie, ni siquiera a
la niña. En silencio formaron un a fila y se adentraron en la isla, compuesta
por pinos altos y robustos en los que no crecía nada excepto piñas ya resecas
que no servirían de nada para sobrevivir. Buscaron el lugar más remoto y allí
se asentaron. Pudieron hacer un fuego pequeño, no demasiado vistoso, y se
sentaron a su alrededor para calentarse las manos y esperar a caer rendidos de
sueño.
Ninguno hablaba, solo hacía cada uno lo que
quería. Y la mayoría quería calentarse, excepto por el hombre que había
manejado el motor. Él se retiró de la zona de la hoguera y volvió al rato. Solo
dijo que el agua estaba bastante fría y eso fue todo. Todos le pusieron
atención pero no respondieron con nada, ni con una pregunta ni con un
agradecimiento. Pasadas algunas horas, los sobrevivientes se fueron durmiendo,
excepto por el hombre que había manejado el bote y por la niña, que no parecía
estar muy cómoda.
Él trataba de tallar un pedazo de palo con una
navaja, pero hacía un horrible trabajo. La niña se levantó del suelo y se hizo
cerca de él, sin decir una sola palabra. Parecía que quería preguntar algo. Tal
vez incluso quería un abrazo para que la reconfortara o tal vez algunas
palabras de aliento. Era evidente que estaba ahora sola en el mundo y que no
tenía las mejores posibilidades para sobrevivir. Algo quería pero ella solo se
sentó cerca y observó como el hombre intentaba tallar hasta que no intentó más.
Al otro día, él se despertó y fue a ver a los
demás. Pero ellos ya no estaban. Lo habían dejado con la niña. Cuando fue a ver
si el bote estaba bien, encontró las figuras carbonizadas de los otros cinco
miembros de su grupo. Las criaturas habían venido en la noche a matarlos y se
habían ido sin más. Por alguna razón, lo habían dejado vivo a él y a la niña.
¿Era porque se habían hecho aparte o porque los otros habían desarrollado
alguna conexión especial? Tal vez era solo una expresión de maldad pura, una
crueldad que iba más allá de la comprensión humana. O tal vez solo mataban y
ya. Ahora estaba solo, con la niña, y no tenía ni la más mínima idea de cómo evitar
ambas muertes inminentes.