Claudia tomó las llaves de la camioneta y
salió corriendo lo más rápido que pudo. No había más opción sino escapar lejos
y que nadie nunca supiera su nombre o que había pasado con ella. Podía ser una
victima pero ella pensaba que todos la condenarían por ser una prostituta, una
mujer en los que pocos confiarían si dijera una u otra cosa acerca de un
hombre. Mientras se subía a la camioneta y arrancaba, todavía con algunas
manchas de sangre en la ropa, Claudia sabía muy bien que no tendrá más opción
que cambiar de vida, de ciudad y de nombre si era necesario. Lo primero era ir
a su casa… No, era mejor no volver allí pues seguramente la policía estaría
vigilando. Era mejor idea encontrar a alguien que le vendiera papeles falsos
para así comenzar de nuevo.
Ella conocía a un tipo pero vivía en la ciudad
a la que ella no quería volver. Así que no era una opción. Manejó sin parar por
varias horas, hasta que llegó y la noche y el vehículo empezó a pedir gasolina.
Ella no tenía mucho dinero y solo había podido robarse lo que tenía el muerto
con él. Las tarjetas las había lanzado por la ventanilla de la camioneta, todo
el mundo sabía que si las usaba la iban a rastrear en dos segundos. Así que usó
los pocos billetes que ese miserable tenía guardados para tanquear y comprar
algo de comer. La estación de servicio estaba desierta, solo vivía el que
atendía la tiendita que más que todo tenía dulces y comida chatarra. Claudia
compró unas papas fritas y una botella de agua, que era lo único decente que
vendían.
Cuando pagó, el tipo parecía no estar muy
interesado en ella. Al menos eso fue hasta que le dio el cambio y le cogió la
mano, apretando con fuerza. La mujer le pidió que la soltara pero el tipo no
cedía y le decía que ella era la puta que habían matado, era idéntica. El tipo
trató de halarla hacía él pero ella le pegó un puño en la cabeza y salió
corriendo a su camioneta. Apenas arrancó el vehículo, se dio cuenta del error
tan obvio que había cometido: todas las estaciones de servicio tenían cámaras y
ese episodio seguramente sería de
interés para cualquiera que lo viera. Iban a saber que ella había estado allí y
tendrían idea de hacia donde se dirigía. Pero Claudia se prometió conducir toda
la noche y perderlos.
Al otro día, llegó a un pueblito pequeño que
parecía descansar en el filo de un acantilado. Dejó la camioneta en el parque
principal y caminó por ahí, contando su dinero y viendo que posibilidades
tenía. Por lo pronto tenía que llegar a una ciudad grande y tratar de encontrar
como tener documentos falsos. El otro problema era el del dinero, que escaseaba
bastante. Eso sí, se negaba a volver a su viejo trabajo. Eso era algo que hacía
la Claudia de antes. La de ahora no se iba a quitar ni las medias por ningún
hombre y menos para complacerlo de ninguna manera. Caminando por el pueblo, se
dio cuenta de un odio que empezaba a nacer dentro de ella, como un cáncer
expansivo. Era un odio por lo hombres, por todos y cada uno de ellos.
Claudia llegó a un parque ubicado en el filo
del acantilado. Era un lugar hermoso, desde donde se podía ver toda la
extensión de un hermoso cañón que había debajo. Era un espectáculo increíble,
más grande que nada que hubiese visto antes en su vida. Se olvidó de sus
sentimientos por un momento y empezó a imaginar que era un ave y que podía
surcar los vientos sobre y en el cañón, explorando cada rincón de las
creaciones de la naturaleza y siendo, por una vez en su vida, totalmente libre.
El aire era totalmente puro y se sintió de repente insignificante y pequeña.
Algunas lágrimas rodaron por su mejilla y entonces decidió sentarse en una de
las bancas para simplemente observar algo que jamás antes hubiese querido o
podido observar.
Entonces se dio cuenta de que ese odio que
sentía podía no ser para siempre y no ser contra todos los hombres. Creía que
era algo del momento, algo completamente normal si se tomaba en cuenta que un
maniático la había secuestrado y torturado por varios días. También la había
violado pero, lamentablemente, eso era algo que ella ya conocía del pasado. Su
cuerpo era tremendamente resiste a esos ataques a la fuerza y ella sabía que no
habría nada que pudiese vencerla, a menos que se rindiera sin dar pelea. Y la
había dado, aprovechando una cuchilla de afeitar mal ubicada y un momento de
compasión de un asesino de mujeres. Le había cortado el cuello con fuerza y
odio y el cuerpo todavía no había sido encontrado.
Se puso de pie, y trató de despejar su mente
de camino a la camioneta. En la plaza principal había muchas personas reunidas
y parecía que iba a haber un baile o algo por el estilo. Pero Claudia prefirió
seguir su camino y no detenerse hasta ser otra. Cuando llegó a una ciudad algo
más grande, empezó a buscar los agujeros que ella tanto conocía de su ciudad
natal. Siempre habían huecos horribles donde los más oscuros y tenebrosos
personajes se ocultaban, así como aquellos que hacían una u otra cosa ilegal y
querían mantenerse fuera de la vista de las autoridades. Buscó toda la noche,
quitándose varios de encima, hasta que dio con uno.
Era un niño casi, o al menos eso parecía por
su rostro que era más el de un bebé que el de un adulto hecho y derecho. El
niño decía que él y su cómplice hacían las mejores falsificaciones del país,
que incluían todas las barreras de seguridad posibles como tirillas magnéticas y
códigos de barras. Hacían cédulas, tarjetas de identidad, registros civiles,
pasaportes, … En fin, de todo. Claudia le dijo que solo necesitaba una cédula
para ella y nada más. El niño le dijo cuanto le costaría y que solo
necesitarían sus nuevos datos y una foto. Menos mal el dinero que le quedaba
alcanzaba para justo eso. El chico le dijo que guardara el dinero y que solo le
pagase cuando tuviese el documento en sus manos.
Afortunadamente, eso no tomó nada de tiempo. El
chico la llevó a un sitio clandestino donde le tomó las fotos como lo hacían en
los sitios oficiales y le dijo que llenara un papel con los datos. Después le
pidió tres días para que tuvieran la identificación lista. En esos días Claudia
tuvo que rebuscarse el dinero como pudo, ayudando en restaurantes o en el
mercado de la ciudad. No eran trabajos muy buenos y pagaban horrible pero eran
ahorros para cuando pudiera iniciar su nueva vida. La camioneta la mantenía
guardada en un barrio bastante feo, donde nadie nunca la notaría cubierta de
hojas y basura. Llegó el día de recoger su identificación y se alegró de ver lo
auténtica que parecía. Le pagó al chico que desapareció al instante y se dio
cuenta que ya no era Claudia. Ella había muerto.
Al otro día, Daniela sacó la camioneta del
barrio donde la había guardado y decidió realizar la última parte de su plan
que consistía en manejar hasta una ciudad costera y allí hacerse una vida.
Abandonaría la camioneta en algún lado y seguiría a pie, tratando de conseguir
que hacer y como seguir por ella misma. Fueron seis horas de recorrido por
carretera en las que soñó mucho y, por primera vez, sonrió ante la adversidad
que se cernía sobre ella. Ya no tenía porque tener miedo ya que todo lo que
podía pasarle le había pasado y ya nadie más tendría ese poder sobre ella.
Daniela, una mujer nueva, no iba a dejar que nadie la pisoteara nunca y haría
de su vida la mejor que pudiese, luchando como siempre.
Cuando llegó a la ciudad costera, más o menos
del mismo tamaño que en la que había adquirido su nueva vida, decidió venderla
la camioneta a la primera persona que le ofreciera dinero afuera del mercado
principal de la ciudad. No estuvo más de una hora allí de pie, cuando un hombre
con cara sospechosa le ofreció un buen dinero por la camioneta, que estaba en
muy buen estado. El tipo debía ser algún tipo de delincuente, de eso Daniela
estaba segura, pero con tal de deshacerse del pasado, no le importaba. El tipo
se fue feliz y ella igual, pues tenía un dinero con el que no había contado.
Buscó trabajo en el mercado pero no había y una mujer le dio la idea de ir al
de mariscos.
Allí encontró trabajo quitándole las tripas al
pescado y las venas a los camarones y ese tipo de cosas. El olor era invasivo
pero aprendió a quererlo de todas maneras. Consiguió un cuarto en un barrio
modesto y rápidamente se adaptó, siendo Daniela en cuerpo y alma. Hizo amigas
en su trabajo y antes de terminar el primer año de su nueva vida, podía
considerarse una mujer feliz y realizada. Al menos eso fue hasta que vio que en
la televisión habían hecho un reportaje del asesino que ella había ultimado. No
quería volver atrás pero necesitaba saber que era lo que la gente sabía.
Lo contaron todo, los detalles de lo que hacía
y donde. El cuerpo lo encontraron y supieron que lo habían matado. Y entonces
revelaron que en el patio de su casa, que quedaba en el campo, había una fosa
común llena de mujeres. Lo investigadores concluyeron que Claudia estaría allí
también y Daniela se juró a si misma, que esa era la verdad. Por fin podía
estar totalmente en paz, feliz como nunca antes y segura de que lo había hecho
no había sido malo. Había sobrevivido y muy pocas podían decir lo mismo.