lunes, 9 de octubre de 2017

Miradas y susurros

   El lunes en la mañana, como todas las otras mañanas, Juan llegó a la pastelería y fue el primero en abrir la puerta. Era siempre el primero en llegar y el último en salir. Así había sido desde que su tía Magnolia le había conseguido el trabajo de cajero con una de sus amigas, quién era la dueña del negocio. A ella casi nunca la veía, solo a Paloma, quién era la hija de la propietaria. Era solo unos años mayor que él pero parecía como si hubiese vivido tres vidas más, una joven muy vieja.

 Prendió las luces y puso el seguro a la puerta. Primero tenía prender los hornos y luego limpiar y ordenar todo el lugar. No era un sitio demasiado grande pero era bastante trabajo para una sola persona. Él mismo había insistido en que podía hacerlo todo por sí mismo, sin ayuda de nadie. Paloma le había tomado la palabra, pues eso significaba ahorrarse un sueldo, así le pagaran un poco más a Juan. Apenas se agachó para limpiar los pisos, tuvo un espasmo en la abdomen que lo dejó quieto un momento.

 Después fue un dolor bajo el cinturón, que le recordó que no debía estar haciendo semejantes esfuerzos. Pero la verdad era que necesitaba el dinero. Así que intentó hacer todo lo que pudiese antes de que llegaran los demás. Tenía una hora entera antes de que los pasteleros llegaran. Para entonces ya debía estar en la caja, atendiendo a los primeros clientes que llegaban a pedir algo para comer como desayuno. Venían personas de todo tipo, pero más que todo oficinistas apurados.

 Los dolores de cuerpo le impidieron alcanzar la velocidad acostumbrada. Para cuando llegaron los otros trabajadores, todavía no había limpiado las mesas ni debajo de los muebles de la cocina. No se iban a dar cuenta y podía hacerlo al día siguiente en vez de causarse un daño mayor. Barrió y limpió mesas hasta que llegó el primer cliente. Eso le recordó que tenía que guardar todo lo de limpieza y correr a ponerse el delantal. La primera oficinista del día tenía cara de pocos amigos.

 Los demás no fueron muy diferentes. Tenía que ser hábil para ir tomando el pedido y al mismo tiempo ponerlo todo en bolsitas o en platos. Además debía de servir las bebidas y justo entonces se dio cuenta de que la cantidad de leche era mucho menor de la apropiada. En un momento marcó a la tienda más cercana y pidió la leche vegetal de siempre. Salía más caro así pero lo pagaría de su sueldo, no había nada que hacer. Se lo haría saber a Paloma, esperando que ojalá le repusiera el dinero. No era algo muy probable pero podía pasar si la cogía de buen humor.

 Cuando llegó la leche, dejó de atender una fila de cinco personas para poder recibir el pedido. Fue cuando se le cayeron los billetes al suelo y se puso de pie que se dio cuenta de que todas las personas lo miraban de una forma un poco extraña. Como si esperaran que pasara algo fuera de lo normal. Él se irguió y pagó al señor de la tienda, quien también lo miraba con curiosidad. Sabía porqué lo hacían pero hubiese deseado que las cosas no fueran de esa manera, que la ciudad no fuese tan pequeña.

 Trató de ignorar las miradas y los susurros, los ojos que lo juzgaban por todas partes. Solo quería trabajar y seguir su vida de largo, como siempre. Pero estaba claro que las personas en general no querían que las cosas fuesen de esa manera. Fue incomodo pasar toda la mañana evitando mirar a la cara a las personas. Por eso, cuando Paloma llegó, ella lo regañó de manera que todo el local quedó en silencio y la atención que había sobre él se triplicó en cuestión de segundos.

 De la nada, surgieron dos gruesas lágrimas de sus ojos. Rodaron por sus mejillas quemadas por el frío de la mañana y cayeron sobre su oscuro delantal. No estaba llorando como tal. Era más como si las lágrimas hubiesen salido de la nada de su cuerpo, por voluntad propia. No se limpió sino que le respondió a Paloma con una disculpa y le dijo lo de la leche. Los clientes seguían mirando, como esperando la respuesta de la hija de la dueña. Como ella no hizo referencia a las lágrimas, cada uno siguió en lo suyo.

 Juan solo se limpió la cara cuando tuvo un momento para almorzar. Traía un pequeño contenedor con un almuerzo preparado por su madre. Ella lo había hecho tal cual estaba todo en la guía del hospital. Tenía que seguir una dieta bastante estricta y ella quiso asegurarse que su hijo no tuviese un problema de alimentación después de lo que había ocurrido. El doctor había sido muy claro al hablar de la importancia de la comida que debía consumir y ella lo había tomado muy en serio.

 El joven comió su almuerzo en un momento. Se lavó la cara y las manos después y entonces siguió atendiendo como si nada hubiese pasado. Lo bueno de las tardes era que Paloma siempre se quedaba un buen rato para ayudar a atender a la gente. Ella se encargaba de las bebidas y de que todo estuviese bien en las mesas. Pero se iba temprano y había algunos días en los que ni siquiera iba a trabajar. Suponía Juan que era una ventaja de ser la hija de su madre pero lo más seguro es que fuese cosa de los estudios que cursaba. Juan no sabía de qué eran.

 En un momento de la tarde Paloma se le acercó y le habló en voz baja. Se acercaba para disculparse con él y para decirle que el dinero de la leche le sería reembolsado al día siguiente. Él iba a interrumpirla para decirle que no había sido nada lo de más temprano, pero ella lo interrumpió primero para decirle que sentía mucho todo lo que había pasado y que su madre se sentía algo responsable al respecto, aunque era algo que claramente no había podido ser imaginado por nadie. 

 Él se quedó sin palabras. Justo entonces entró un grupo de mujeres mayores, lo que distrajo a Paloma y se la quitó de encima al pobre de Juan, que no quería hablar de lo ocurrido con nadie. Era suficiente con que lo recordara cada cierto tiempo como una horrible pesadilla. Y además estaban las pesadillas de verdad que tenía todas las noches. La verdad era que ya casi no dormía pero se lo ocultaba a sus padres para que no se preocuparan. Era mejor fingir que todo estaba bien. Al menos eso pensaba.

 Ocupo su mente con cuentas y con los clientes todo el resto de la tarde. Ya casi anochecía cuando, por la ventana del negocio, creyó ver a la persona, al hombre que lo había atacado hacía algunas semanas. Su cuerpo automáticamente se echó para atrás, dándose un golpe sordo contra la pared. Fue extraño, pero ese comportamiento no lo notó nadie. Lo que sí notaron fue el grito que llenó el pequeño local y el cuerpo que caía al suelo, sin conocimiento. Sangraba de la nariz, lo que asustó a muchos.

 Cuando despertó, un paramédico lo estaba revisando con una linterna. Él, sin preocupación de ser grosero, lo empujó con la mano y como pudo se puso de pie. Los clientes estaban todavía allí, mirando el espectáculo. Paloma lucía muy preocupada, igual que los otros empleados. Juan les dijo que estaba bien, que se debía a una baja de azúcar. Les dijo que era normal y que no se preocuparan. Hizo como si no pasara y caminó a la caja. Paloma le habló en voz baja, diciéndole que podía irse si no se sentía bien.

 Juan se negó con la cabeza y le habló de otras cosas, de pedidos de zanahorias y del queso crema que debía consumir pues la fecha de expiración estaba cerca. El día de trabajo siguió como si nada, después de la salida de los paramédicos y de los curiosos que solo se habían quedado para ver.


 Los susurros comenzaron de nuevo y él trató de no escuchar a pesar de saber muy bien que ya todos sabían lo que le había ocurrido. Su cara había estado en todos los canales de televisión, en periódicos. Era famoso por ser una víctima de algo horrible. Y detestaba con todo su ser esa maldita situación.

viernes, 6 de octubre de 2017

The golden carp

   Fishing had always been the way to live for Lin and his friends. Fro ma very young age, their parents had taught them the best parts on the river and the ocean where they could easily catch a vast array of fish and other living being from the ocean’s floor. They even had a friend named Chen, who lived his life by diving on the ocean and fishing things that many net couldn’t pull away from the sea. When he was lucky enough to find pearls, he would sell them and stop working for a month or so.

 However, the rest of them could never take a day off or anything like that. They had to work every single day for many hours, from dusk till dawn, no matter how tired and bored they sometimes got. The youngest one of them was Sun, who had only started the year before. He had being made to leave school but, after a very vivid argument, his mother had managed to convince the father to let him stay in school. So Sun had to wake up really early to fish for a while with his father and then he would go back at it in the afternoon.

 It was a hard life for such a young person but it wasn’t a unique thing for anyone on that region. They all had to do things that they didn’t really want for themselves. Most young people, for example, had the ambition to travel to big city, any of them, and being able to live the lives they sometimes saw on advertisements or on the television set, when people had one. It was a matter of doing what was needed to be able to reach that moment when they could choose their own path.

 When in his family’s boat, Sun would often try to do his homework but the fishing rods that he put on the edge would always move in the precise moment he was concentrating, on the verge of getting to a point where he would advance in his studies. He was doing poorly on some of his assignments and he really needed to get better soon if he wanted to get ahead in life. He knew the only way to get out of his town would be to learn more than others, to be smarter than any of the people he knew.

 Suddenly, one of the rods moved violently and then it was pulled into the water. It didn’t float for a moment or anything; it just disappeared in the blink of an eye. Sun leaned over the boat and tried to fish for the rod but the only thing he got out of it was a powerful bit from a huge carp that suddenly came out of the water. Normally, a fish bite wouldn’t really hurt but this one left a red mark on Sun’s hand. However, the weirdest thing was to see the carp looking back at him, almost as if it was staring. Then, out of nowhere, the carp spoke with a deep voice.

 He moved his mouth very differently than a human would but it was obvious that it was the one who was speaking. There were no other boats in the vicinity and Sun was too stunned to produce any words. The fish wanted to know where he was, as he had been following a current for some days and now it seemed he had found himself on the opposite side of the current. He apologized to Sun for biting him, but he explained he had been very scared when looking up and watching a hand reach for something.

 A little bit calmer, Sun rubbed his eyes and moved his hair around: he was obviously surprised but also very skeptical that it was actually happening. It seemed much more probable that he had fallen asleep in the boat and the sun on his head had created some kind of illusions or nightmares. It was very uncomfortable for that to happen, because of the response his parents would have if they looked at him sleeping on the boat. Yet again, he wasn’t very close to the beach.

 So Sun decided to play with the moment and just decided to ask the carp more questions, in order to really understand what was happening. Sun asked the fish where he wanted to go. The animal named a bay that he had never heard about. It had to be somewhere very far, so he just told the carp the name of the river that was nearby and the one of the bay they were talking on. The carp then did something even more unexpected than asking: it yelled, very loud, a very harsh curse word.

 The carp told Sun he really needed to go where he wanted because his whole family was reuniting for a very special event. He explained that he was part of a very special kind of carps that turned golden after a certain amount of time. When that happened, they were allowed to join a special school of fishes that could travel the ocean at fast speeds and could also grant wishes to anyone, human or animal, that came across them. It was a special thing that only they could do.

 Sun then interjected. He was very interested by that story because his mother had told him about how his maternal grandmother had come across a golden carp when she was young. Apparently, the fish had healed her from a very powerful disease that was creeping its way through her young body. The wish had made her well, and even better, it had made her a very vivacious woman until her last day. He remembered her from his toddler years and asked the carp if it was possible to know which carp had granted that wish, in order to give his thanks.

 The carp moved his head from side to side. He explained that golden carps never returned to the same place twice, so it was rather difficult to know which carp had granted which wish. Then, it started swimming back and forth. It was obvious he was really upset by the fact he was going to miss the best and most unique event in his life. Sun realized that, illusion or not, he should help the fish just because he had been the cause of him existing. No grandmother would have meant no Sun.

 He proposed the fish to jump on the boat in order to help him get somewhere, anywhere he wanted. Maybe there were other carps nearby that could help him get to the place he wanted to go. The carp was a bit skeptical of the plan but it really wanted to get to the event so he asked Sun to take him to a place where he could talk to many other fish. Maybe in such a hub he would be able to get some information on how to get where he needed to be. Time was of the essence.

 So Sun pulled the rods into the boat, a net filled with only water and then turned on the engine. The carp told him it would follow from underwater. Sun tried to remember the place where his father would fish every single day but then he realized the place would be crowded and all other fishermen would see the talking carp. Sun still believed he was asleep or maybe delusional, but it wasn’t enough to make him do such a stupid thing. They would capture the carp and kill it or maybe sell it because of its abilities.

 He stopped the boat at least three times; changing courses frequently because he remembered people would be there. Maybe even his friends who would taunt him. When the carp swam to the front and asked why he appeared to be so indecisive, Sun realized he wasn’t dreaming at all. He started taking it more seriously, less like a weird dream and more like something that was really important to do. He turned to the carp and was about to say he was sorry about not being able to help but then he remembered Chen.

 He was a good friend and had told him once where he fished for oysters and other animals. Sun turned on the engine again and in a matter of only minutes they were in the spot used by Chen to have his leisurely life. Then, Sun jumped out of the boat and indicated the carp to follow him.


 The carp followed and they found a colony of mollusks on the ocean floor. The carp started communicating with them and Sun went back to his boat. The carp surfaced later on, thanking him for his help. When the carp left, smaller fish appeared out of nowhere and jumped into the boat. Sun’s family was very surprised by his success.

miércoles, 4 de octubre de 2017

¿Qué pasa en el bosque?

   Lo que fuera que tenía en el brazo, no parecía haberme afectado tanto como pensaba. Me mire varias veces en el camino, tocando la piel que hay entre la mano y el codo, mirando de cerca y de lejos. Pasaba las yemas de los dedos lentamente y esperaba, como si algo fuera a pasar de la nada. Pero no pasó nada. La piel ni siquiera se puso roja ni de ningún color fuera de mi color de piel normal. Me preocupaba sentir dolor sin verlo, sin poder saber de donde venía.

 Las dos cosas que se me veían a la mente eran bichos, algún piquete por alguna de las muchas criaturas del bosque. Me miré de nuevo el brazo, caminando sobre un montón de hojas secas, y no tuve problema en imaginar los miles de insectos que podrían haberme hecho algo en la noche. Después de todo, había estado acampando en el bosque por una semana y no era del todo imposible que algo hubiese entrado en mi tienda de campaña por la noche y me hubiese atacado sin yo saberlo.

 Sin embargo, no había picaduras en la piel. Y por muy pequeño que fuese el animal, no hubiese sido muy posible que entrara por mi nariz o mi boca. Conocía muy bien el lugar y sabía que no había de ese tipo de criaturas en un lugar como ese, no era la selva amazónica sino un bosque templado medianamente alejado de la civilización. Pero, a diferencia de alguien en el Amazonas, podría caminar un par de horas y llegar a un lugar con electricidad y una buena comida caliente.

 Seguí mi camino en silencio, tratando de no pensar en el dolor en el brazo. También podría haber sido el sol pero no había hecho un clima especialmente propenso a altas temperaturas. De hecho, los días se habían vuelto cada vez más grises desde mi entrada al parque y la humedad había subido a niveles que ya eran insoportables. Ese mismo día decidí no bañarme, en parte porque ya estaba empapado y no quería mojarme más, pero también porque no había un lugar donde limpiarme apropiadamente.

 En mi segundo día había nadado desnudo en un lago, bajo la lluvia. Había deseado, por un breve momento, haber tenido a alguien conmigo en ese lugar. Y había imaginado la cara de esa persona. Pero ni siquiera recordando con muchas ganas podría decirles cual era la apariencia de ese hombre. Él era solo un producto de mi imaginación, basado en experiencias personales basadas y en gustos efímeros, de los que tenemos todos. En fin, ese momento en el lago fue hermoso y cuando la lluvia se detuvo me vestí y seguí contento mi camino, tomando fotos y sonriendo como tonto.

 En cambio ahora seguía mirando mi brazo, automáticamente. Era como una manía extraña, como si algo me dijera que ese dolor en el brazo era algo más de lo que yo pensaba. Tal vez no era nada pero se me había metido en la cabeza que había algo mal conmigo, con mi cuerpo y tal vez con mi mente. Me detuve en seco, en la mitad de la nada, y decidí asentarme ahí para pasar la noche. Faltaban todavía varias horas para el atardecer pero no me importaba. Simplemente no quería seguir caminando, pensando.

 Armas mi tienda de campaña y mi área de cocina tomó un buen rato, quitándome tiempo para no pensar en tonterías. Hacía una cosa y otra, recoger palos pequeños y grandes e ir a un pequeño arroyo por agua. Llené una sola vez mi pequeño balde amarillo pero me demoré bastante a propósito, tratando de ver el bosque como lo que era y no como lo que yo tenía en mi mente. Traté de escuchar la melodía de los pájaros y los susurros de las pequeñas bestias a mi alrededor.

 Sin embargo, el silencio se había apoderado del lugar. Solo el viento movía un poco las ramas de algunos árboles altos. De resto, el lugar parecía ser el cementerio del bosque. Era un poco más oscuro, de pronto por la espesura del follaje, pero en general todo parecía tener menos color, ser más triste que el resto del parque natural. Saqué un mapa que me habían dado en la entrada y lo extendí todo para ver todas las áreas del bosque al mismo tiempo. Intenté seguir mi camino por el plano, pero me perdí varias veces.

 Después de intentarlo varias veces, me di por vencido. No tenía ni idea en que parte del bosque estaba. Creí ubicar el arroyo pero lo cierto es que había decenas de ellos, tal vez más, y no había ninguna manera de saber cual era el que tenía ahora cerca. La espesura del bosque no era algo que se mostrara con claridad, así que ese factor tampoco ayudaba en nada. Traté de seguir el trazado de los caminos que creía haber seguido pero ninguno de ellos conducía a una zona como en la que me había asentado.

 De hecho, ni siquiera sabía en que momento me había desviado de la ruta que me había propuesto seguir. Mi plan había sido caminar lo suficiente hasta llegar a un gran acantilado, cerca del cual armaría mi campamento. Desde allí se podría ver con facilidad el reconocido cañón del parque, en el que se decía había varios lugares hermosos para explorar a pie o a nado. Era un lugar sacado de las fantasías de algún escritor trastornado pero ciertamente no parecía estar ni remotamente cerca de ese sitio. Sin embargo, había caminado tanto como para haber llegado ya.

 Mi brazo dolió de nuevo. Me dejó de importar el hecho de estar perdido y me propuse hacer la cena. Saqué una lata de frijoles blancos, de los dulces, y la vertí completa en una pequeña olla que usaba para cocinar lo que sea que tuviera a mano. Las latas que llevaba eran todas de tamaño personal y no eran muchas. Prefería comer algún animal pequeño o hacer una ensalada con los frutos del bosque pero no había nada parecido alrededor. Además, no quise ni levantarme de mi lugar.

Era como si una ola de apatía me hubiese invadido y no me dejaba ni ponerme de pie. Solo prendí el fuego y cociné mis frijoles en silencio. La ausencia de escandalo por parte del bosque dejó de ser algo importante para mí. Me serví en un plato viejo y esmaltado que traía como amuleto de buena suerte y comí sin que me molestara nada, ni en la mente ni en el corazón. El dolor del brazo pasó y, tras haber terminado la comida, caí dormido en el mismo lugar donde había hecho todo lo anterior.

 Cuando desperté, desconfié de lo que veía. Porque el bosque ya no era el mismo sino una versión aún más sombría de lo que había visto hasta ahora. Lo peor, fue ver como alguien salía de entre los arbustos, jadeando, y se escondía en mi tienda de campaña. Yo veía pero no podía hacer nada. Estaba como paralizado o algo así. Eso pensé al comienzo. Vi como dos sombras oscuras llegaban al claro y empezaban a destrozar mi tienda de campaña. Oí los gritos y vi sangre por todos lados.

 Fue justo antes de despertar que me di cuenta de que no podía hacer nada porque no tenía cuerpo para poder ayudar. Lo que me despertó fue el susto combinado con el fuerte olor a quemado que emanaba de mi hoguera. Lentamente, se había quemado lo poco que había quedado de los frijoles. Ese olor no era algo que alegrara a los guardabosques. Quise empacar, irme de allí en el momento. Pero había algo que me impedía correr o gritar. No podía hacer nada.

 Fue entonces cuando, de nuevo, salieron dos sombras de entre los arbustos. Pero esta vez no eran sombras, esta vez pude ver exactamente como eran, sus ojos rojos brillantes y su aspecto terrorífico. Si hubiese podido, habría gritado como nunca en mi vida.


 Me encontraron días después, lejos de ese sitio, en shock. Me llevaron al hospital y aquí sigo. Me rescató alguien que se parece al hombre que me imaginé en el lago. Y fue él quién me hizo notar el pequeño bulto que tenía en mi brazo, bajo el escozor que había tenido durante varios días.

lunes, 2 de octubre de 2017

The tower

   When Samuel woke up, the first thing he felt was the stone cold floor of the tower. It was made out of huge rocks that had probably being recovered from the river down below. The sounds that the water made stumbling down from the mountain could not be heard at such heights. The cold wind blew and he was finally awake to see the horror of his situation. He had been trapped and put in a tower, far away from anyone that would be able to ever rescue him from his ordeal.

 Before losing his consciousness, he remembered a gentle smile and green bright eyes. He almost remembered huge yellow eyes and fire. But nothing else. Only those four things and when he put them together in his mind, they didn’t make any sense at all. It was as if he had many fragments of one story in his head but not the whole thing. He could put them in any order and try to make sense out of it, but it was useless. Even if he came up with the right idea, he wouldn’t know it.

 After waking up, he walked to the balcony and saw the land beneath the tower. There was an immense forest, larger than any he had ever seen or heard of. His motherland was located near the ocean. He had seen mountains only from afar and now he was surrounded by them. He had water so close he would fish every single day with his friends, for his parents and the townspeople in general. Now, the river was only a glistening thread that sometimes shone beneath the trees.

 Sam walked back to the tower’s interior and saw his new kingdom: a straw carpet on the center of the room, a bookshelf with many dusty volumes, a large wooden table with some fruit going bad on a basket on top, a chair, and a something resembling a bed but much smaller. It was uncomfortable even looking at it. Only one pillow and one thin blanket on top. It wouldn’t be enough for the nights on such a high place. The final touch was two doors: one half broken, going to the terrace, and the other made of solid metal, leading elsewhere.

 He ran to the metal door. He tried to push and hit and kick the door. But nothing happened. It wouldn’t even make a sound. It was just there, impervious, being the frontier between his cell and the rest of the world. He banged at the door, crying and yelling, desperate all of a sudden after realizing some mad man had imprisoned him. He begged for his life and for his sanity but no one came. He put one of his ears against the cold metal but couldn’t hear anything besides the wind. He was probably alone in that damned tower.

 Samuel tried to look for something else around the room, something to help him, but there was nothing there than what he had already seen at first glance. It was just that room, with those objects. No magic or mystical thing behind it all. For a moment, he had felt like one of those imprisoned damsels on children’s stories. But his situation was far worse than what those ladies had gone through. His captor was not even there. And he only had bad fruit to eat and nothing to drink.

 He decided to grab an apple and bite a chunk out of it. He felt the need of food in his stomach and maybe it would be best for him to think with a somewhat filled stomach. But he ended up eating the whole apple. In his rage against himself, Sam threw the apple’s heart over the balcony, and looked how it fell several meters before disappearing among the trees. After he saw that, he started crying and sobbing. He was going to die for sure and he had no way to ask anyone for help.

 Night fell soon enough. He closed the wrecked wooden door but it was useless, as the freezing gusts of wind entered through the huge cracks. He got into bed, with all of his clothes on, and just lay there, trying not to fell the cold that pierced through the thin blanket. Besides, it was too short, so either his feet would froze or his chest. He decided to get up and use some of the bigger books on the shelf to cover his feet. They were more dust than paper but his idea worked. However, the sadness he felt prevented him from falling asleep quickly.

 From afar, he heard the noises made by the forest. He closed his eyes and tried to remember the faces of his family and friends, his adventures to the beach and how he was congratulated for a week after having caught the largest lobster ever in that area. He had been so proud and had provided for his family for a whole month because of that feat. The pride lit his heart and that made the perfect temperature to fall asleep and visit his home in his dreams. He needed it badly.

 As he dreamt, he saw the yellow eyes again and the fire but he also remembered something more: a laugh. Soft, almost imperceptible, but capable to chill every single fiber of one’s being. The laughter wouldn’t stop. It got louder and louder and louder. Until the green eyes appeared, the sound of metal was heard and everything became silent and peaceful again. Then, saw a smile and felt his heart filling with heat again. But this time it wasn’t pride that was doing the job. It was something much more powerful. It was love.

Samuel woke up all of a sudden. He had felt so good but then something had changed and his eyes just opened. But no one was in that place with him. He was still alone and the wind was still entering through the rotten door. But it was day outside. Not only that. His blanket had been replaced with a thicker and larger one, with many bright colors all over. And the moldy fruit was replaced with baked goodies and fresh fruit. The books though, were still as dusty as before.

 It was obvious someone had entered the room. He stood up in the middle of the room, looking for more changes, and he realized he had overlooked something very obvious: he wasn’t wearing his boots anymore. Those were outside, the sun shining bright over them. And his vest had been put on the chair next to the table, nicely folded. He could finally spot something, the only thing, out of place in the whole room: a pair of wool socks made into a ball, on the bookshelf.

 He walked towards it and grabbed the ball but, just when he did it, a piece of paper fell down to the floor. The bad thing was that the damn wind pulled it over to the balcony and through the biggest crack on the wooden door. Sam raced after the paper and was able to catch it just as it was flying over the edge of the structure. He pulled back so hard out of fear that he fell on his behind, hitting the stone floor hard. He couldn’t get up so fast, so he decided to read the note first.

 It was short and very concise. It read: “Nights are cold. P”. That was it. Nothing more. No explanation of who the person was or why he or she had imprisoned Samuel on that tower. Nothing more than a kind thought made into a pair of woolen socks. They were new and Sam learned they worked wonders in order to try to keep the cold at bay. But it was a pain in the butt not to know who had been there to leave that present. Not even the actual pain could put his mind to rest.

 The man from the coast stayed in that tower for a long time and each night, new food and objects would appear out of nowhere. Sometimes, he would get a new book; some other times it was board games he could play by himself. He even got more clothes, all which fit perfectly.


 In time, he learned to live in the tower. He doubted his host less and loss until, one day; he eventually met the person who had put him there. And the first thing he did was to cry. And then, he looked at the horizon, and knew exactly what to do.