jueves, 4 de junio de 2015

Cuadrados de limón

   Lo primero que hizo Amanda al llegar a casa fue ir al patio y cruzarlo todo hasta donde estaba el lago. En el muelle que había se subió a una pequeña barquita y remó sola hasta que estuviese lejos de la orilla. Entonces, sacó el arma del bolso y la dejó caer suavemente sobre el agua. Sabía muy bien que no era un lago profundo pero nadie tenía porque sacar nada de allí. Menos mal había usado guantes al momento del disparo, evitando tener que limpiar el arma lo que le hubiera tomado mucho más tiempo. La neblina de estas horas de la mañana había cubierto su pequeño paseo por el lago. Remó de vuelta a casa antes de que la vieron algunos ojos imprudentes.

 Cuando entró en casa vio en el reloj de la cocina que era las nueve de la mañana. Quién sabe si ya habrían descubierto el cuerpo. Pero no, no era algo en lo que tuviese que pensar. La verdad era que no se arrepentía pero preocuparse no era algo fuera de lo común. Subió a la habitación y se sentó en la cama a revisar que el bolso no oliera a humo o algo por el estilo. Lo guardó cuando no encontró nada. Se quitó los zapatos altos y la ropa bonita con la que había ido a la reunión de padres a las siete de la mañana. De eso hacía ya dos horas pero parecía más el tiempo.

 Revisó también el estado de su ropa pero no había rastro de pólvora o sangre o suciedad de ningún tipo. Al parecer sí había sido tan cuidadosa como lo había pensado. Se quitó todo y se puso algo más cómodo y entonces empezó su rutina de todos los días: limpió el polvo de todos los cuartos de la casa, aspiró después y barrió las hojas de la entrada y el patio trasero. Al mediodía, cuando ya se había bañado luego de sudar por hacer tanta limpieza, empezó a hacer el almuerzo. Tenía varios libros de recetas y hoy era el día ideal para hacer pasta ya que su marido cumplía años y era su comida preferida.

 Empezó a picar tomates y cebollas y fue mientras lo hacía que sonó su celular. Lo había traído después de ducharse de su cuerpo y lo cogió después de limpiarse las manos. Era la escuela para preguntarle si estaba bien. Ella respondió que sí e indagó sobre la razón de la llamada. La mujer del otro lado de la línea estaba a punto de llorar, diciéndole que habían encontrada muerta a la señora Palma, una de las mamás más dedicadas en el colegio y una de las más queridas también. Inconscientemente, Amanda apretó la mano con la que sostenía el celular, sus nudillos tornándose blancos. La mujer del colegio le dijo que, al parecer, la había asaltado en la calle y le habían disparado.

 Al rato colgó, un poco impaciente de haber escuchado a la mujer llorar como una magdalena y como si hubiese estado hablando de una virgen o una santa o quién sabe que. Le daba rabia pensar que, ahora más que nunca, pusieran en un pedestal a ese mujer ridícula. Pero Amanda tomó un respiro y prosiguió con el almuerzo, que era más importante. Puso algo de música y prosiguió picando tomates y cebolla, calentado agua y cocinando una rica lasaña. Tenía carne molida y muchas verduras, tal como le gustaba a su esposo. Ella podía decir, con toda seguridad, que seguía tan enamorada como en el primer día. Él era su príncipe azul y siempre lo había sido, desde el primer momento en el que se había conocido. Tenía dos hijos: un chico de trece años y una nena de siete. Eran su adoración.

 Pensando en su familia, tuvo el almuerzo listo para cuando llegó la pequeña Lisa del colegio. Le sirvió un pedacito de lasaña, la mayoría guardada para la noche. En el comedor, hablaron juntas del día en el colegio de Lisa y lo que había aprendido. La verdad era que Amanda siempre había querido tener una hija, una pequeña mujercita con quién hablar y compartir secretos tontos y hablar de tonterías. Sabía muy bien la razón: cuando ella era pequeña tenía muchas amiguitas pero en casa solo a un hermano mayor que obviamente no compartía sus mismos gustos. Ahora en cambio, en la tarde, las dos chicas se la pasaban haciéndose peinados u hojeando revistas, eso sí, después de haber hecho la tarea.

 Después del almuerzo, Lisa subió a hacer los pocos deberes que tenía y Amanda lavó los platos. Entonces se le vino a la mente de nuevo lo sucedido: como había seguido a la mujer hasta su casa, caminando, y le había disparada sin mayor contemplación. Su arma tenía silenciador y por eso no había alertado a nadie. El arma había sido un regalo de su padre, un gran aficionado a las armas y a la caza. La verdad era que a ella todo eso nunca le había gustado pero no se podía negar que las armas de vez en cuando tenían una utilidad y eso había sido comprobado esa misma mañana.

 No la odiaba ni nada por el estilo. La verdad de las cosas era que no la conocía tanto como para odiarla. Pero sí resentía esa actitud de superioridad, esas ganas de controlar todas las reuniones de padres como si ella tuviera más derecho que otros de opinar. Era una mujer prepotente y desagradable y la única razón por la que muchas otras se le acercaban era porque sabían lo llena de dinero que estaba. Y no era que ella les fuera a dar nada sino que podían colarse, gracias a ella, a uno de los varios clubs a los que estaba afiliada y que eran una razón de estatus en el barrio, que era de gente de clase media alta. La mujer era considerada rica y esa era la única razón por la que la mayoría de la gente la trataba como si fuese realeza.

 Secando los platos, Amanda pensó que eso había terminado. Sí, la mujer estaba casada y tenía hijos. Pero ese no era el problema de Amanda, eso debía haber pensado esa mujer antes de burlarse de ella y de sus postres cada vez que hacía algo para las ventas de caridad que organizaba el colegio. Y la vez pasada, hacía solo una semana, había sido la gota que había rebosado el vaso. Amanda había hecho unos deliciosos cuadrados de limón, una receta que su madre le había enseñado y que, con los años, había innovado para hacerla más interesante y deliciosa. Pero esa estúpida mujer y algunas de sus rapaces amigas habían venido a su puesto en una de las ventas de caridad solo para burlarse de lo simplón de su receta. Ellas no tenían que cocinar nada porque estaban a cargo de la supervisión de todo el evento pero aún así esa mujer había traído unos bocados de café con chocolate y todos los alababan a pesar de ser secos y amargos.

 La burla hacia Amanda había durado toda la tarde, con una mirada de superioridad y habiéndose vestido con la ropa más cara que tenía para que todas las otras mamás le preguntaran donde había comprado eso y otras preguntas estúpidas que no venían al caso. Al final del evento, Amanda era uno de las mejores vendedoras pero no ganó ninguno de los premios porque esa mujer los daba y mientras lo hacía pasaba frente a ella tentándola y repitiendo algún comentario mordaz sobre sus cuadrados de limón. Amanda no lo había tomado bien y había guardado ese rencor muy profundo hasta que esa mañana había explorado.

 Lisa bajó al rato para jugar. Se peinaron el pelo mutuamente y pusieron una película de las que le gustaba a su hija. En esas llegó su hijo a quien le preguntó como había ido el colegio. Como típico adolescente, respondió con un gruñido y subió de una vez a su habitación, sin decir nada más. Su hijo era más como su esposo o al menos como él decía que había sido cuando joven: algo tímido, huraño y con intereses fuera de los que tenían la mayoría de chicos a esa edad. Amanda entendía ya que esa era parte difícil del proceso de crecer. A veces hablaba con él y él se abría lo suficiente pero por periodos cortos de tiempo. En todo caso, no había que empujar.

 A las siete de la noche llegó su marido. Se dieron un beso en la entrada y apenas entró en la casa lo recibieron con la canción de cumpleaños y una torta hecha por Amanda el día anterior adornada con varias velitas. El hombre las sopló todas y les agradeció a todos por la bienvenida. Se sentaron a la mesa y Amanda sirvió la lasaña para cada uno, esta vez una porción generosa. Para beber, los mayores tenían vino tinto y los pequeños jugo de naranja. Comieron y bebieron contentos, todos recordando anécdotas de otros cumpleaños. Cuando llegó la hora del pastel, los dos niños le entregaron regalos a su padre, así como Amanda que le dio un reloj nuevo que había comprado con algunos ahorros. El hombre estaba muy contento.

 La fiesta terminó tarde. Los niños se fueron a dormir y los dos adultos quedaron solo. Amanda besó aún más a su esposo, en parte por el alcohol y en parte porque quería tenerlo cerca. Pero él interrumpió todo con la noticia de la muerte de esa mujer. Amanda le comentó de la llamada que había recibido del colegio. Él solo dijo que la mujer nunca le había caído muy bien y prosiguió a besar a su esposa. Así estuvieron por un buen tiempo hasta que Amanda le dijo que debía limpiar mientras él se ponía cómodo en la habitación. Amanda lo hizo todo lo más rápido posible para estar con su marido que siempre había sido un excelente amante.


 Pero después de tener sexo, cuando él ya se había dormido, ella seguía despierta, con los ojos muy abiertos. Seguía pensando en esa mujer y en como viva o muerta seguía en su cabeza, como un tumor que se negaba a desaparecer.

miércoles, 3 de junio de 2015

Hate crime

   Rose was now terrified to come out of her house. She just couldn’t even think about it without having a serious breakdown. That’s why she had moved with her parents, in order for her to be under their watch every day, at every time. Just after the attack, she had attempted to kill herself in the hospital but she had failed due to the attention of the nurses and that she wasn’t in any real danger. But at home, anything could happen. Her mother was scared the moment Rosa asked if she could help making dinner. At first she would only let her do silly things, like break the leaves out of a lettuce or open a can or a bottle of something. No knives or other pointy objects.

 But after a year, Rose’s state of mind had improved except for her fear of the outside world. Inside, in any day, she would laugh at TV shows, share stories with her dad, gossip with her mom and even talk on her computer with some old friends. Even her former boss was thinking of letting her into the company again, working remotely of course. Because she just couldn’t take a step outside. Instantly she would start screaming and fighting anyone who helped her try some more steps or pulled her back in.

 You see, Rose had been attacked a year ago and she had been left seriously affected by it. Not only was she raped, but she had also being kicked, punched and dragged into a dark corner of the world by two men. It was understandable the amount of fear she had inside and it was remarkable that she had been able to get better, as much as she had been, on her own on such a short amount of time. Other victims took much more time and some never recuperated from their attacks. Rose did because she had always been a fighter but somehow the outside world was now her most dreadful fear. She couldn’t even stare at the windows, day or night. She just thought of it all again, even felt it all again and she did not wanted that to happen ever.

 Her parents understood her situation; after all it had been them who had taken care of her since she was a baby. She had always been such a happy, free kid, the kind that would ask for money and then go alone to the nearby store and buy some candy. She would play with many of her friends in the park, even leading them in many of their games. She had always been the leader, the one people looked at for guidance. It had been like that in school and in college but now there was no trace of that Rose in her. Her fear had finished of that vivacious and strong women for another that was also strong but not so much compared to the past. She had been struck off many things that day and now she couldn’t even have a real life on her own because of her fear.

 She saw Victoria once a week. Victoria was a psychiatrist specialized in this sort of cases and she was very interested in Rose as she was the only patient of hers that had improve so much in some areas and so little in others. With special gadgets and experiments, they would try for Rose to be more acceptant of the exterior world but all of that always resulted in a huge failure. No matter if it was a blindfolded test or a session trying to confront her with the attack, it was always a traumatic experience. Rose trusted Veronica so she would often ask for forgiveness for her behavior but Veronica always hugged her and told Rose never to apologize for what happened or its results. None of that was her fault and she should only be thinking on getting better.

 And Rose did try. She started cooking cupcakes at home, as a therapy to get more and more relaxed. Her boss finally passed her proposal to work from home so she decided to change her life altogether and asked her parents if they would be with her on the creation of a small business selling her cupcakes and other desserts. They started selling for the neighborhood but soon expanded to have a proper store in their garage. This had made Rose very anxious because the store had been a success and many people came in, making her nervous. But her mother and her father helped so she would always be in control of herself, selling her delicious goods and making a life for herself.

 However, she wasn’t going to live alone or anything. Her parents and her had thought of several ways to move out to a small apartment but it was more problems than conveniences. For one, she wouldn’t be able to tend the store from a small apartment, she would be alone most of the time and, most importantly, there was no way to get there without her having a mental meltdown. The thought of blindfolding her or transport her asleep but it was all too complicated. She decided to stay at home and just be creative with her business. A friend from work decided to join her in the business, as the demand had risen dramatically. Her father was in charge of the numbers and her mother of the promotion. It was a truly good family business and that made her happy.

 Her happiness, however, didn’t last for a long time. A man arrived one day to the store and he said he was with the police. Rose and her parents talked to him in the living room and heard some news that left them without words: Rose’s attacker had finally been arrested and they needed for her to identify him. Trying not to panic, Rose started breathing slowly, obviously trying hard not to lose it right there. Her father explained to the men that she wasn’t going to be able to go to the precinct or to any courthouse for that matter. He explained his daughter’s situation and the men said nothing more. He just shook their hands and left. That was a very difficult night for Rose: she didn’t sleep, not even for a couple of minutes. She kept thinking about it and trying not to scream, trying to think about anything else other than the policeman’s visit.

But the police called again and even came back with a lawyer, the attacker’s lawyer. They said that if Rose was not going to be able to go to court and properly accuse him, then they could reach a settlement for compensation or at least bargain in some way. It was Rose’s mother who kicked them out of the house. She yelled at them that they were rats and that they had no shame in coming to a house to tell someone to shut up instead of helping the real victim. When the police called again, they told them they had done it all when she had been attacked, everything had been filed and properly done but the police explained they had to sue him, as they previously had not captured him.

 The family called for help, a brother of Rose’s father who was a lawyer. He helped Rose by making the police release a picture of the man they had in custody. That way, she got to confirm it was one of the men that had attacked her. Yes, because the police thought it had been only one but she knew the other one had stood there, watching, doing nothing at all. For now, Rose’s uncle did everything he could to avoid her the pain of seeing him face to face. The trial’s date was set and for Rose it was a torture to wait until then. Her uncle guaranteed her presence via webcam, having been authorized to do it like that. But Rose wasn’t even sure she could do it that way either. Just thinking about it made her tremble and have goose bumps. Her body ached everyday and she had no energy to make a single cupcake.

 The day of the trial, she cried and almost lost control as she told her story to the jury. The most difficult part of it all was answering the questions; especially those that questioned that things had happened as she said they had happened. Being doubted was the worst feeling, being treated like a crazy person or a liar. She repeated the words the man had said to her and had to be excused for a moment while she collected herself again and waited for the resolution, which didn’t happened until the next day. The trial wasn’t long as the evidence was all against the man. Everyone knew he had lied and had made family and friends lie for him.

 The judge stated that this crime was a hate crime. They had investigated the man further and discovered he had almost beaten her wife to death and had even attacked his own sister after finding out she was a lesbian. The man was sick, letting his hate for everyone that live a nice life driving him to make the most awful things. He was sentenced to life in prison and Rose heard that live, feeling confused. Because she knew that it hadn’t all finished there. Her fear, her panic at the exterior world was still there. What good was this all if was still as scared as before? The fact that her attacker was in jail didn’t make things suddenly better.


 But one thing Veronica and her parents agreed was that they were grateful she was there to live on, to make an effort and keep on living. Because many died and didn’t get the chance to try again, to transform their lives. She couldn’t really consider herself lucky but she had the opportunity of being someone again, in time. She reprised her business, which grew with time. She wanted to be better and knew that someday, she would be able to go the park and just sit there and breathe.

martes, 2 de junio de 2015

Retorno a casa

   La estación estaba casi desierta, lo que no era algo muy extraño a las cinco de la mañana. Solo había uno que otro noctambulo que, como él, habían pasado la noche de juerga, bebiendo, bailando y disfrutando la noche. Como era noche de jueves no había grandes cantidades de personas, como si las había las madrugadas de los sábados o de los domingos. Ya era viernes y en un momento empezarían a llegar las personas que tenían que ir a trabajar. Era una mezcla extraña, entre aquellos que dedicaban su vida al trabajo y los que dedicaban su vida a disfrutarla, sin consecuencia alguna.

 Él era un chico promedio. No tenía clase el viernes así que por eso había aceptado salir esa noche. Ahora, como nadie vivía para donde él iba, le tocaba irse solo en un tren que se tomaba hasta media hora para llegar a su destino y luego tenía que caminar unos diez minutos por las heladas calles de su barrio. Era horrible porque el invierno había llegado con todas sus ganas y las madrugadas parecían salidas de una película ambientada en la Antártida. Pero el caso era que ya lo había hecho antes entonces ya tenía conocimiento de que hacer a cada paso. Y como tenía cara de pocos amigos, a pesar de su personalidad simpática, eso le ayudaba con los posibles maleantes que hubiese en su camino.

 El tren nada que pasaba. Se suponía que llegaría en diez minutos pero eso no ocurrió. Por los altavoces algo dijeron pero él estaba todavía con tanto alcohol en la sangre que era difícil concentrarse en nada. La verdad era que apenas hacía las cosas automáticamente: caminar por tal calle, bajar por una escalera determinada, ir hasta tal andén, esperar, subir al tren, salir de la estación, caminar, y llegar a casa. Era como un mapa mental que ni todo el licor del mundo podía borrar de su mente. Pero la demora no estaba ayudando en nada. Su ojos querían cerrarse ahí mismo. Trataba de caminar, de poner atención a algo pero a esa hora no había nada que valiera la pena mirar.

 Trató de mirar alrededor para ver si había alguna de esas fuentes de agua pero no vio ninguna. Hubiese sido lo propio, echarse agua en la cara o incluso por la espalda, eso le ayudaría a estar alerta en vez de cerrar los ojos y cabecear de pie, algo que no era muy seguro que digamos teniendo las vías del tren tan cerca. Otra vez una voz habló desde quién sabe donde. Él no entendió todo lo que decía salvo las palabras “diez minutos”. Era mucho tiempo para esperar, considerando el sueño que lo invadía. Se puso a caminar por el andén, yendo hasta el fondo y luego caminando hasta la otra punta y así. Aprovechó para revisarse, para asegurarse que tuviese la billetera y el celular. Ambos los tenía. Cuando el tren por fin entró en la estación, se dio cuenta que el celular era su salvación.

 Antes que nada esperó a que el tren frenara, se hizo en el vagón de más adelante para estar más cerca de la salida cuando llegara a su destino y, apenas arrancó el aparato, sacó su celular y empezó a mirar que había de bueno. Lo malo era que estaba con la batería baja pero tendría que aguantar lo que fuera, al menos veinte de los treinta minutos del recorrido. Primero revisó sus redes sociales pero no había nada interesante a esa hora. Luego revisó las fotos que había tomado en la discoteca que había estado con sus amigos y borró aquellas en las que se veía demasiado tomado o que estaban muy borrosas.

 Cuando terminó, subió la mirada y se dio cuenta que ya habían parado en dos estaciones y habían pasado los diez primeros minutos. Cerca de él se había sentado un hombre con aspecto tosco y, frente a él, otro tipo grande que estaba usando ropa muy ligera para el clima. Nada más verlos, se le metió en la cabeza que era ladrones y que seguramente iban a barrer el vagón, despojando a la gente de sus cosas. Era bien sabido que la policía no hacía rondas tan temprano y los maleantes podrían bajarse en una de esas estaciones solitarias que ni siquiera tienen bien limitado su espacio a los usuarios.

Trató de no mirar mucho a los hombres pero incluso así se sentía observado. Dejó de mirar el celular, se lo guardó, y se dedicó mejor a mirar por la ventana. Pero eso no ayudaba en nada porque afuera todavía estaba oscuro y lo poco que se veía era bastante triste: estaban pasando por un sector industrial donde solo había bodegas y tuberías y camiones desguazados. No era una vista muy bonita. Pero él se forzó a mirar por la ventana y no hacia los hombres. El tren entró a una nueva estación y entonces él volteó la mirada para ver si los hombres habían bajado pero no era así. De hecho las cosas se habían vuelto un poco peor.

 Tres hombres más, de aspecto similar a los de los otros dos, se hicieron de ese lado del tren. Uno de ellos estaba de pie y el chico podría haber jurado que lo estaba mirando y que después se había tocado el pantalón. La verdad era que no sabía ya si era el sueño o la realidad todo lo que veía. Sentía su cuerpo débil, como si tuviera miles de ladrillos encima. Lo que más quería era dormir pero eso no iba pasar hasta que hubiese pasado el umbral de su hogar. Ahí fue que se asustó y varias personas de su alrededor se dieron cuenta. Él metió la mano en todos los bolsillos y no las encontraba: había perdido las llaves de su casa. Cuando se había revisado en la estación no se había acordado de ellas y ahora podían estar en cualquier lado.

 Pero estaba asustado por los hombres entonces se calmó de golpe y miraba sutilmente a un lado y al otro pero nada brillaba ni sonaba como sus llaves. Ahora como iba a entrar en su casa? Había una copia pero en su mesa de noche, no allí con él. La próxima estación era la suya, por fin, pero eso no le importaba si no tenía sus llaves. Quería levantarse a buscar pero sentía miles de caras poco amables alrededor y no quería darles razones para que se pusieran agresivos. El tren entró en la estación y él se puso de pie de golpe. El hombre que se había tocado dio un paso para ocupar el puesto del chico pero se detuvo y el chico pensó que algo iba a pasar. Y pasó: el hombre se agachó, cogió algo del piso que había pisado al dar el paso y se dio la vuelta. Eran las llaves.

 Él las recibió y le agradeció. El hombre le respondió con una sonrisa vaga y otro toque de su paquete. No sería el hombre más normal de la vida pero al menos era amable. El chico guardó sus llaves en un bolsillo y salió del tren, que ya había abierto las puertas. Desde ese momento empezó casi a correr, subiendo las escaleras y llegando a la entrada principal donde solo había unas pocas personas, vendedores ambulantes a punto de instalar sus puestos para los compradores matutinos. El chico se detuvo al lado de ellos para cerrar bien su abrigo y despertarse un poco para los siguientes diez minutos de caminata.

 Arrancó de golpe, como trotando con fuerza. Tomó la calle que estaba en frente y caminó a paso veloz, pasando a la gente que iba a la estación casi en masa para llegar al trabajo. Otros tenían cara de estudiantes y había varias personas mayores. Eran casi las seis de la mañana y la ciudad estaba en pleno movimiento. El chico siguió caminando hasta que lo detuvo un semáforo. En ese punto, empezó a caminar en un mismo sitio como para no dejar enfriar las piernas. Algunas personas lo miraban pero lo valía.

 El semáforo cambió y camino dos calles más. Luego cruzó hacia las tiendas del lado opuesto y se metió por una calle solitaria, con algunos carros aparcados a un lado. Ya le quedaban solo unas cuadras cuando sintió un brazo en el hombro. Se dio de vuelta con rapidez, listo para defenderse. En un segundo pensó en lo peligroso que se había vuelto el barrio, con gente en cada esquina esperando a matar por unos pocos centavos. No los culpaba, al país no le estaba yendo muy bien pero no se podía confiar en los noticieros para saber la verdad y mucho menos en los políticos.

 Estaba listo para golpear cuando se dio cuenta que la mano era de una mujer de edad, que parecía asustada de la cara de él. En la mano con la que lo había tocado estaban, de nuevo, sus llaves. La mujer le dijo que las había dejado caer al cruzar la calle. Ella pasaba en el momento para ir al mercado y pues las había cogido para alcanzarlo y dárselas. Está vez, el chico agradeció con un abrazo. No creía que la gente fuera en su mayoría buena pero al menos seguían habiendo aquellos que velaban por otros. La mujer, algo apenada, se devolvió a la calle anterior y siguió su camino.


 Después de tres calles más, el chico por fin llegó a su casa. Primero abrió la puerta del edificio, luego caminó un poco hasta la puerta de su casa y, apenas la hubo cerrado, dejó las llaves en un pequeño cuenco y se dirigió a su cuarto. Allí se quitó toda la ropa, quedando desnudo. La calefacción estaba a toda energía y solo minutos después de acostarse se quedó dormido, acunado por el cansancio y el calor, olvidando por completo que al empezar el día el había tenido una mochila consigo que no había llegado con él a casa. Pero eso, era un problema para la tarde.

lunes, 1 de junio de 2015

Twenty seven

   No, this is not a tale of fiction. What I’m going to be saying in the next paragraphs is all real and why shouldn’t it be? It’s not all about having wild different ideas everyday. Today I decided to try something different because it’s my birthday. No, congratulations are not demanded or needed but they are appreciated. What I want to talk about is the effect this day had over be, what I think about turning a certain age, about the day, about all the fuss around it and how I feel about everything related to turning twenty seven years old today.

 Yes, I’m not that old and maybe you’ll think that I have nothing to complain about or valuable to say but I do. Because I’m only three years away from a limit that separates me between adulthood and been a young man. Of course, adulthood may begin before turning thirty. Many say the body stops growing at twenty five years old, so maybe that’s the real limit. Who cares? It’s not only a biological boundary but also one that, in this society at least, confronts us with who we are and how we do what we do. And to be honest I haven’t done anything worth stating in my thirtieth birthday as a great achievement.

 I personally don’t count education as an achievement. Why? Because I do not live in difficult conditions or at the edge of society. I have a relatively easy access to education from where my parents put me in society and there’s no real challenge in me entering or coming out with a diploma out of a academic facility. I’m not saying at all that I’m smart. Maybe I am, maybe I’m not, and certainly I cannot tell for myself. But the truth is that anyone who pays an education will receive a prize for it after a while. It’s not a prize because of what you learned but because of what you paid. And that may be a hard reality so let’s move on.

 I have a school diploma, a college diploma and a postgraduate diploma. So, I’m set right? In this society, according to my educational stats, I should have a great job and a nice seat from where to look at life from. Well, I don’t. What I have today is not a product of anything I’ve done but of the efforts made by my parents. Being my birthday and all, I think it’s appropriate to thank them for all of that big effort, for everything they’ve done over the years to make sure my life is the best they can give to me. I have clothing, food, a bed and I have never worked in my life. I think it’s fair to say they did a great job.

 However, every person must be capable to sustain itself without any outer help, right? In this society, in any society to be accurate, people are required to start making money as soon as possible, first learning a skill or doing whatever there is to do to have money and then going up the ladder that leads to a better life, a better job and son on. Well, I haven’t got that. I ‘ve never had the need or the yearning to work. Maybe most people won’t get that but I just haven’t had to work. That’s it. If I could I wouldn’t do anything for life but after my last diploma was shipped to my house, I had to start looking for a job and that has been the story of my life for the last two years. And no one has given me a chance to do anything, at least not for a pay, and I’m too old to be bullied into working for nothing. So there you have it.

 I don’t really like to talk about it because I know what people think when I tell them I don’t have a job. People think that if someone isn’t paying you to do something, anything, it’s because you’re just not good for anything. People that have jobs tend to think they are superior to others just because of that and it’s always more obvious when you are this age. People like to feel they have power because they have money: they pay trips, they have a car (which I’m not interested in having, but that’s another story), they move out of their parents home, they have social lives and so on.

 I have nothing of that. Do I want to? I guess. I don’t really know. There are many think I don’t know and all I do to avoid getting crazy is writing. Because I don’t write only because I feel good doing it, because it’s the only thing I feel I can do right, but because it avoids entering into territories I prefer to live alone in myself. In the past, I have been known to hating myself so much, so deeply, so violently, and I don’t want anything to have with all of that again. I want to be far away from that black pit in which all of those hurtful feelings are. The last time I fell, it was awful. And… I always walk by it. Maybe one day I’ll finally for good.

 On a more cheerful note, I don’t really like birthdays. Surprised? I bet you’re not. I think it’s just one of the many ways to control time, to be ashamed of things that you can’t control and ashamed of the things that you can actually do something about, like that job we were talking earlier. Because I know very well it’s pointless to blame others for my failures. I am my problem and, possibly, I am my answer. But how to answer when the question is not all that clear?

 Birthdays to me are very personal, moments that I prefer to spend almost alone, only with my family close by. I don’t like big celebrations because, to be honest once again, I don’t think there’s something to celebrate. Being alive is not good enough for me, not to celebrate at least. And going old is really not something that I like to think about. Because it reminds me of what I haven’t accomplished and who I’m not and that, obviously, unsettles me. I just like to have a piece of cake, something to drink and to eat and that’s all. I don’t like big gifts or parties or going out because of that. I don’t see the point in all of it.

 I would love for someone to really read this because I feel it’s the most personal thing that I’ve written on this blog. I know most hits are just people that open the page and then close it when they see they have to read a lot. Or maybe that’s not interesting at all but it’s kind of a big deal for me because this blog is all about my writing, my fiction creations, not about me as an individual. Actually, I don’t think I can call myself a writer because I write. There is a weight, a universe to the words and I don’t think I have what it takes to be considered an actual writer. Will I get there? I have no idea. I don’t think I can answer that because I don’t like to pretend I know things that are impossible to predict. Optimism isn’t really my thing and reality doesn’t care about what you desire, about how cute you think the world is.

 Besides all of this, there is the “relationship” side of turning a year older. Of course, we don’t get old only on our birthday but every single day. The birthday is only there to mark the change of a number, that’s it. So what have I achieved, relationship wise, in twenty seven years? Shit. That’s it. I haven’t done shit in all that time. Maybe there’s no surprise here either, but I don’t really believe in love as everyone imagines it to be. That beautiful romance full of stupid little phrases and words and corny moments. That love is bullshit. Same for the one that lasts forever, another piece of bullshit. Love may exist but it’s something beyond we can express in words and not only purely romantic, romance is just the stupid part of it. But I don’t really give a shit to be honest.

 I do think seeing is believing, so I have no way to think that love exists if I have never felt it. And I haven’t. I’ve had close relationships; I wouldn’t go as far to say they were deeply committed relationships, in no way profound or enriching. That is the truth. Sex? Sure, like a hundred years ago but sure. But sex is just biological, we are designed to have sex, to enjoy it, to just do it and that’s amazing. But I grew tired of it once I realized people didn’t see me as me when we had sex. They saw me as something else. Yeah, something and not someone. That didn’t feel go and with my personal issues, it wasn’t the best combo. So I just stopped.

 Anyway, this is my twenty seventh birthday, meaning that I have three more years to be a proper adult in the eyes of the public. Of course, to me, the public can go and fuck themselves, unless they start paying me for something. Because let’s face it, that’s all we are about: money and how to live through it. If you don’t think so, you’re in denial. And fuck, I want that money to stop feeling I’m a failure so fuck it. But who knows, maybe things will change a lot in the following year. My experience tells me nothing will change but who knows.


 To finish, I have to state that I’m not being ungrateful. As I said before, I thank my parents every day for what they did for me. I will always be grateful for that. But I’m not like others, I do not parade myself around people and tell them how proud I am for doing things everyone does or at least everyone I know does. Because, of course, I can only care for my micro cosmos and not for the whole world, at least not now. I just think I haven’t done shit yet and that’s it really. Will I ever do something that makes me proud? Who knows? Certainly not me. But hey, I’m turning twenty seven so fuck what anyone thinks. For today, and for many days to be exact, I just don’t care.