viernes, 27 de octubre de 2017

Sabor a enfermo

   Estar enfermo tiene un sabor. Es algo raro y francamente asqueroso de decir pero así es. Cuando algo raro pasa en el cuerpo, todo reacciona. Incluso se dice que hay gente que puede oler enfermedad en otros pero eso es más mito que nada, puesto que los seres humanos tiene un sistema olfatorio bastante pobre. Sin embargo, nuestro sentido del gusto es de lo más avanzado que hay en la naturaleza y por eso nos sirve tanto en la vida. El caso es que podemos saborear un malestar.

 Ese fue el sabor que tuvo Rafa desde el primer momento del día. Se había despertado bien temprano, como todos los días desde hacía unos veinte años. Se duchó rápidamente y mientras se estaba poniendo la ropa del día fue cuando sintió el sabor en su boca. Fue tal el gusto extraño que decidió cepillarse los dientes antes y después de desayunar, cosa que no hizo ninguna diferencia. El sabor permaneció durante horas, mientras llegaba en bus a su lugar de trabajo y durante toda la mañana.

 Trabajaba en uno de esos centros de recepción de llamadas en los que ayuda con varias cosas a personas al otro lado del mundo. Era un trabajo francamente cansino pero no pagaba mal y era lo único que Rafa había podido conseguir después de salir de la universidad. Era un poco molesto oír las voces de cientos de personas hablar al mismo tiempo. Por eso le gustaba bastante la idea de la compañía de proporcionar auriculares que cancelaran el ruido e hicieran de concentrarse una tarea más fácil.

 Ese día se levantó de su puesto apenas pudo y corrió a la cafetería por uno de esos cafés insípidos de máquina automática. Podía tomar uno más fresco pero había gente haciendo fila y no quería dejar el puesto demasiado tiempo solo. Era bien sabido que los supervisores se la pasaban todo el día rondando por cada piso y si no veían a uno de los trabajadores en su puesto, lo anotaban. Se iban a acumulando algo así como puntos en contra. Después de cierta cantidad de infracciones, la persona era despedida.

 Rafa no tenía ninguna. Siempre había llegado temprano, incluso los días en los que había menos carga, y se iba siempre después de la hora marcada para evitar cualquier problema. Era una vida repetitiva y francamente aburridora pero era la que tenía y no podía quejarse. Podía estar peor y suponía que había que agradecer que las cosas le hubiesen ido mejor que a muchos. Claro que quería mucho más para su vida pero todo eso estaba fuera de su alcance por ahora, muy lejos de donde estaba en ese momento de su vida. Tal vez en algún momento pero no entonces.

 El café de la máquina salió hirviendo pero así se lo tomó el joven, quemándose la lengua mientras subía lo más rápido que podía las escaleras para volver a su puesto de trabajo lo más pronto posible. Sabía que ya casi era una hora en punto y ese era el momento que con frecuencia usaban los supervisores para pasarse por cada piso revisando los puestos y el rendimiento general de los trabajadores. Por eso apuró el paso todo lo que pudo y llegó a su puesto de trabajo en el momento justo.

 Tomó lo último del pequeño vaso de papel y lo tiró en un cesto debajo de su escritorio. Mientras veía a una mujer algo mayor que él acercarse, se dio cuenta de que el gusto en la boca seguía. Peor aún, ahora se sentía más fuerte que antes y fue más fácil determinar que debía estar enfermo. Fue como invocar un demonio o algo por el estilo porque justo en ese momento empezó a sentir la nariz congestionada y un escalofrío que le recorrió la espalda desde la base del cuello hasta bien abajo.

 Su piel se erizó justo cuando la supervisora llegó a su cubículo. La mujer lo miró detenidamente y él le sonrió, pues no supo que más hacer en el momento. Sin embargo, agachó la cabeza rápidamente y contestó uno de las millones de llamadas que ese edificio recibía al día. Así prosiguió la tarde y, a medida que pasaban las horas, se empezó a sentir cada vez peor. La congestión nasal era cada vez peor, tanto que tuvo que sacar una caja de pañuelos que nunca usaba para poder trabajar bien.

 Horas antes de salir hacia su hogar, estornudó con tal fuerza que varios de sus compañeros se levantaron y preguntaron por encima de la separación existente si estaba bien. Era obvio que no porque su cara ahora estaba muy pálida y su semblante parecía haber desmejorado en cuestión de segundos. Por primera vez en su tiempo de trabajo en esa empresa, decidió salir un poco antes. En parte para evitar el montón de personas que salían a la vez, pero también para evitar la congestión en el transporte.

 Salir antes no importó mucho. Tuvo que ir en el bus como si fuera una sardina enlatada. Era horrible puesto que tenía que retener sus estornudos. La boca y la garganta se fueron secando y cuando faltaba poco para su parada, Rafa empezó a toser con mucha fuerza. Se tapó como pudo pero las personas a su alrededor lo miraban como si estuviese loco o algo parecido. Era como si ninguno de ellos jamás hubiese sufrido de un virus contagioso como el que él obviamente tenía adentro. Se bajó antes de lo debido porque estaba cansado de todo, solo quería acostarse en su cama.

 Llegó unos quince minutos después, más cansado de lo normal y sin ganas de hacer nada. Sin embargo, pensó que no sería mala idea comer algo antes de acostarse. Cocinar no era algo que le gustara pero lo hacía porque salía más barato llevar comida hecha en casa al trabajo que ponerse a comprar todos los días en la cafetería de la empresa. Pero no quería esforzarse demasiado, así que solo se hizo un sándwich con papas fritas de un paquete que alguien le había regalado en el supermercado.

 Se sirvió un vaso grande de jugo de naranja y confió que le sirviera de algo. Comió todo en unos minutos, parado en la cocina y luego fue derecho a la cama. Se quitó la ropa, la tiró al piso y tomó la pijama que ya debía de ser lavada. Pero en ese momento eso no le importó. Apagó la luz y se acostó sin más. Cerró los ojos y empezó a caer en el sueño cuando recordó que al otro día tenía que trabajar. El pensamiento le fastidió bastante pero, por suerte, el sueño fue más fuerte.

 Cuando despertó al otro día, el sabor que tenía en la boca era el peor que había sentido en su vida. Era difícil describir el sabor pero lo que sí sabía era que no era nada bueno. Era algo asqueroso. Ese análisis lo hizo todavía en cama, sin mover un solo musculo. La verdad es que todo el cuerpo le dolía bastante y no tenía ganas ni ánimos para moverse. Sin embargo, movió la mano para poder tomar su celular. Era muy temprano, faltaba todavía una hora para levantarse e ir al trabajo.

 El pensamiento le dio mucho fastidio. Había estado haciendo lo mismo por años y la verdad era que todavía no había notado ninguna remuneración de parte de la vida por siempre seguir al pie de la letra las reglas y los horarios y todo lo que había que hacer. Había estudiado como loco y luego había trabajado como nadie antes. Sin embargo, no tenía nada que mostrar de todo ese esfuerzo. Era como si todo lo que hiciese fuera en vano, no importa que acciones tomara.

 El sabor en su boca era cada vez peor. Se levantó algo fastidiado de la cama y caminó a la cocina. Se sirvió más jugo de naranja. Mientras bebía, miró la ventana de su pequeña sala y se dio cuenta que algunas gotas empezaban a caer con fuerza contra el vidrio.


 Sin hacer mucho alboroto, volvió a su cuarto en penumbra. Apagó el celular, dejó el vaso de jugo medio lleno en la mesita de noche y se metió a la cama rápidamente. Su último pensamiento antes de quedarse dormido fue que estar enfermo podía ser lo que necesitara justo en ese momento de su vida.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Boxing wounds

   Curing the knuckles had become something of a tradition after each fight. His gloves had to be removed carefully, or the pain would drive him furious if he had lost or would have ruined his moment if he had won. The Hammer was the nickname chosen by the fans to refer to him and he certainly had some thing reminiscent of that object. Not only was he overwhelmingly strong, he was also taller than most boxers and would always use that in his advantage, in very clever ways.

 Carefully, some pure alcohol would be applied to his hands and to the rest of his body, wherever he could have scars. This was done after he showered himself thoroughly. It had been known to happen that he was so weak after a fight that someone went into the showers with him in order to help him stand and use the soap. That normally happened when he had lost and it wasn’t a nice thing to witness. He would always be furious those times and it wasn’t great to be near him.

 The Hammer had started fighting very early in his life. He had been a bully back in school but, thankfully, his religious upbringing had helped him seek an exit from his ways through a sport and boxing had always been very popular in that neighborhood, one of those parts of town where every single person has their family working in some store or factory. Boxing saved The Hammer from becoming a butcher, a machine operator or even a cashier. His future was slightly brighter.

 He started in fights celebrated behind closed doors. He was still underage so it wasn’t legal to make him fight but it was the only way to properly use his skills. He had such rage; such need to be fighting other men. It was fantastic to see him use his fists, one, two and then both almost at the same time. His legs were fast too, so he had it all to be the very best boxer ever, in the world. And he knew this, so his ego started to grow each day, like a weed. It just got into his head.

When he reached adulthood, everyone in the boxing circuit knew exactly who The Hammer was. His techniques and legendary way of finishing his fights was very well known and he had received acclaim from every single part of society: the poor, the rich, the workers, the owners, the old and the young, as well as from men and women. That was in part his undoing, or the moment he started going downhill. When he lost for the first time, the felt everything that had happened before was just forgotten by everyone else. He thought he was going to be ostracized.

 However, that’s when he met Howard. He was a guy his age but not physically fit like him. He wasn’t fat or lanky but just not someone as big and powerful as The Hammer. He was shorter and had shown the way of words and books. Recently returning from his stay abroad, he had gone to the university and learned quite a few things around there. He was well known once he got back to the neighborhood because he had chosen to become a nurse instead of a proper doctor.

 His parents were not pleased by his decision and it was clear everyone in that part of town had their opinion about Howard. But he simply did not care. He had lived there before and he knew people would respect that, even if they spoke behind his back. And they sure did: in the supermarket and on the street, pointing and giggling and laughing out loud. It was especially the youngest ones around, repeating their parents behavior, who shouted word to the man, with no response heard back.

 Two days after he had returned to the city, his sister decided to take him to a boxing match. She wanted others to see how Howard was a real man, and such a sporting event would be the perfect way to make them realize all that was said about him was a lie. When they reached the venue, they sat very far from the ring but were able to see perfectly when The Hammer lost, again, against a huge blond man who seemed more like a refrigerator than like a real human male.

 Each punch, each swift move, hurt Howard deep inside. He was certain that was not the kind of sport he liked to see and he didn’t want to see that ever again. And then more punches came and some stitches blew open. Blood was all over the place and The Hammer was soon announced as the loser. Howard was so affected by what he had seen, that he just wanted to get out of there as soon as possible. However, his sister had to go to the bathroom and took especially long that day.

 As he waited, he saw the refrigerator man passing by. He seemed more like a robot than anything else. And then came two guys, holding The Hammer and trying to take him to his dressing room. He was badly beaten and it was obvious that place didn’t have a proper infirmary. His need to help kicked in and Howard helped the men carry The Hammer and take him to a sofa in his room. There, they waited for the nurse they had brought but she seemed overwhelmed by the blood and she lacked most of what was necessary. Howard jumped in, not thinking.

 The woman and the men helped him get what he needed to patch The Hammer up. His face was severely swollen, he couldn’t speak at all. Alcohol was rubbed all over, carefully not to burn the fighter. Howard himself took off the gloves and the shorts and the shoes. Everything had to come off in order to help properly. It took several hours, effort and supplies, bought from a nearby pharmacy by the boxer’s friends, but he was eventually saved from further damage.

 Howard’s sister had left, so he decided to join The Hammer and his friends to his house. He still lived with his mother, near the melting plant. He was carried by the men and left in a mattress on the ground, which was apparently his bed. He slept on a room downstairs, by the kitchen. The men, thanking Howard, asked him if he wanted to have something to eat. His stomach ached, so he accepted. So they all left to buy some fried chicken and he was left alone with his patient.

 He changed some of the patched done and tried to clean the man’s face with a moist cloth. He carefully washed every single centimeter, trying not to make him feel any pain. However, The Hammer woke up as Howard was cleaning his neck. He wasn’t anxious at all, or nervous. He moved his swollen lips and Howard realized he was thanking him for his help. Howard smiled and the boxer tried to do the same. If anyone had been there, they would have told the male nurse that Hammer never smiled.

 They stared at each other and no sound was made. The Hammer wanted to say something else, to try and pretend he was feeling fine. But every single bone in his body felt like it was bruised. He could stand it but he didn’t really know what else to say. Out of nowhere, Howard resumed his task of cleaning the sportsman, finishing his neck and then moving on to his hand and forearms. He finally cleaned his feet, which made the boxer laugh and then yell some curse words because of the pain.

 Howard tried not to but he couldn’t hold the laughter. He tried to apologize but he couldn’t. When The Hammers laughed to, apparently ignoring his own state, he realized there was nothing to fear about his reaction. Laughter was definitely needed.


 When the laughter subsided and just moments before they could smell fried chicken, the boxer grabbed one of Howard’s hands and told him his name was Kevin. They both smiled. Afterwards, they all ate and new relationships began to blossom, slowly.

lunes, 23 de octubre de 2017

Pasión perdida

   El mercado estaba lleno de gente. Era lo normal para un día entre semana, aunque no tanto por el clima tan horrible que se había apoderado por la ciudad. Decían que era por estar ubicado en un valle, pero el frío que hacía en las noches era de lo peor que se había sentido en los últimos días. Jaime se había puesto bufanda, guantes y el abrigo más grueso que había encontrado en su armario. No quería arriesgarse con una gripa o algo parecido, era mejor cuidarse que estar luego estornudando por todos lados.

 Lo primero que quería ver era la zona de las verduras. Tenía sus puestos favoritos donde vendían los vegetales más hermosos y frescos. Habiendo estudiando alta cocina, sabía muy bien como aprovechar todo lo que compraba. No ejercía su profesión, puesto que su matrimonio le había exigido concentrarse en casa, cuidar del hijo que tenían y administrar un pequeño negocio que los dos se habían inventado años antes de tener una relación seria. Simplemente no había tiempo.

 La Navidad se acercaba deprisa, en solo pocas semanas, por lo que quería lucirse con una cena por todo lo alto. Solo vendrían algunos de sus amigos y parientes de su pareja. Su familia no podría asistir porque vivían demasiado lejos y era ya demasiado tarde para que compraran pasajes de avión para venir solo unos pocos días. Habían quedado que lo mejor sería verse en la semana de descanso que había en marzo. Además podrían hacer del viaje algo más orientado a la playa, a una relajación verdadera.

 Lo primero que tomó de su puesto favorito fueron unas ocho alcachofas frescas. Había aprendido hace poco una deliciosa manera de cocinarlas y una salsa que sería la envidia de cualquiera que viniera a su casa. Lo siguiente fueron algunos pepinos para hacer cocteles como los que ahora vendían en todos lados. Cuanto escogía las berenjenas se dio cuenta de que lo estaban mirando. Fue apenas levantar la mirada y echar dos pasos hacia atrás, porque quién lo miraba estaba más cerca de lo que pensaba.

 Era un hombre más bien delgado, de barba. Si no fuera por esa mata de pelo que tenía pegada a la cara, le hubiera parecido alguien con mucha hambre o al menos de muy malos hábitos alimenticios. Su cara, tal vez por el frío, estaba casi azul. Sostenía una sandía redonda y tenía la boca ligeramente abierta, revelando unos dientes algo amarillentos. El paquete rectangular en uno de los bolsillos del pantalón indicaban que el culpable era el tabaco. Pero Jaime no tenía ni idea de quién era ese hombre pero parecía que él si sabía quién era Jaime.

 El tipo sonrió, dejando ver más de su dentadura. Se acercó y extendió una mano, sin decir nada por unos segundos. Después se presentó, diciendo que su nombre era Fernando Mora y que conocía a Jaime de internet. Lo primero que se le vino a la mente a Jaime fue un video de índole sexual, pero eso nunca lo había hecho en la vida entonces era obvio que esa no era la razón. Se quedó pensando un momento pero no se le ocurría a que se refería el hombre, que seguía con la mano extendida.

 Entonces Fernando soltó una carcajada algo exagerada, que atrajo la atención de la vendedora del puesto, y explicó que conocía a Jaime de algunos videos culinarios que este había subido a internet hacía muchos años. Él ni se acordaba que esos videos existían. Habían sido parte de un proyecto de la escuela, en el que los profesores buscaban que los alumnos crearan algo que le diera más reconocimiento a recetas típicas del país, que no tuvieran nada que ver con la gastronomía extranjera.

 Los videos habían sido hechos con una muy buena calidad gracias a Dora, compañera de Jaime que tenía un novio que había estudiado cine. El tipo tenía una cámara de última generación, así como luces básicas, micrófonos y todo lo necesario para editar los video. Hicieron unos diez, lo necesario para pasar el curso en un semestre, y lo dejaron ahí para siempre. Al terminar, nadie había pensado en eliminar los vídeos puesto que los profesores los habían alabado por su trabajo.

 Entonces allí se habían quedado, recibiendo miles de visitas diarias sin que nadie se diera cuenta. Fue el mismo Fernando el que le contó a Jaime que uno de los vídeos más largos, con una receta excesivamente complicada, había pasado hace poco el millón de visitas y los mil comentarios. A la gran mayoría de gente le encantaban, o eso decía Fernando mientras Jaime pagaba las verduras y las metía en una gran bolsa de tela. Escuchó entre interesado e inquieto por el evidente interés de Fernando.

 Caminaron juntos hasta la zona de frutas, donde Fernando se rió de nuevo de manera nerviosa y le explicó a Jaime que él era un cocinero aficionado y había encontrado los vídeos de pura casualidad. Le habían parecido muy interesantes, no solo porque los cocineros eran muy jóvenes, sino por el ambiente general en los vídeos. Jaime le dijo, con un tono algo sombrío, que él ya no era esa persona que salía en los videos. Fernando se puso serio por un momento pero luego rió de nuevo y señaló los vegetales. Apuntó que Jaime no debía haber cambiado demasiado.

 Ese comentario, tan inocente pero a la vez tan personal e incluso invasivo, le hizo pensar a Jaime que tal vez Fernando tenía razón. Mejor dicho, su vida había tomado una senda completamente distinta a la que había planeado en esa época pero eso no quería decir que se hubiese alejado demasiado de uno de los grandes amores de la vida: la cocina. Todavía lo disfrutaba y se sentía en su mundo cuando hacía el desayuno para todos en la casa o cuando reunían gente, para cenas como la que estaba preparando.

 Fernando le ayudó a elegir algunas frutas para hacer jugos y postres. Se la pasaron hablando de comida y cocina todo el rato, unas dos horas. Cuando llegó el momento de despedirse, Fernando le pidió permiso a Jaime de tomarle una foto junto a un puesto del mercado. Dijo que sería divertido ponerlo en alguna red social con un enlace a los videos de Jaime. A este le pareció que era lo menos que podía hacer después de compartir tanto tiempo con él. Posó un rato, rió también y luego enfiló a su casa.

 Cuando llegó no había nadie. Era temprano para que el resto de los habitantes de la casa estuviese por allí. Recordando las palabras de Fernando, decidió no pedir algo de comer a domicilio como había pensado, sino hacer algo para él, algo así como una cena elegante para uno. Sacó una de las alcachofas y muchos otros vegetales. Alistó el horno y empezó a cortar todo en cubos, a usar las especias y a disfrutar de los olores que inundaban la cocina. Lo único que faltaba era música.

 No tardó en encender la radio. Bailaba un poco mientras mezclaba la salsa holandesa para alcachofa y cantó todo el rato en el que estuvo cortando un pedazo de sandía para poder hacer un delicioso jugo refrescante. Lo último fue sazonar un pedazo pequeño de carne de cerdo que tenía guardada del día anterior. La sazonó a su gusto y, tan solo una hora después, tenía todo dispuesto a la mesa para disfrutar. Se sirvió una copa de vino y empezó a comer despacio y luego más deprisa.

 Todo le había quedado delicioso. Era extraño, pero a veces no sentía tanto los sabores como en otras ocasiones. Algunos días solo cocinaba porque había que hacerlo y muchas veces no se disfruta ni un poquito lo que hay que hacer por obligación.


 Cuando terminó, por alguna razón, recordó a Fernando y su risa extraña. Pero también pensó en los vídeos que había en internet, en sus compañeros de la escuela de cocina y en la pasión que tenía adentro en esa época. Entonces se dio cuenta de que hacía poco habían comprado una cámara de video. Sin terminar de comer, se levantó y fue a buscarla. Era el inicio de un nuevo capitulo.

viernes, 20 de octubre de 2017

One night

   His body was just perfection: tight in all the right places, soft skin, a beautiful natural smell and a taste anyone would love to enjoy. I had met him only a couple of hours before, in a bar. We had chatted for a long while after a group of his friends had left him alone and my only friend in the world had cancelled on our plans to spend a night together talking about our past and present and then wondering about our future. But her work was first in her life and I’ve learned to cope with that.

 It had happened before, so I ordered a tall drink with various liquors and just enjoyed the music and the view: that bar in particular was well known for being a very attractive spot for young gay men that wanted to be seen and older gay men that wanted to look at them and something more. Granted, I’m not old enough to be qualified as “older” and I’m certainly not what the younger guys are looking for, but we have decided on that place with my friend to try something different.

 One of my favorite pastimes is to watch people live around me, just walk by, wherever I happen to be: a park, a bar, an office or the supermarket. I just love imagining how what they are doing fits into their lives.  It doesn’t really matter whether they are men or women. Even looking at children is pretty funny and kind of different. That may sound creepy but I guess people are too accustomed not to care about others, so they decide what I do is wrong in some way, as if it was a problem to use your eyes and ears.

 I saw Brandon (he told me to call him “Bran”), an hour after I had started to drink and talk to the barman. That meant I had already drank at least three cocktails and two beers when our eyes locked and he decided to look at me while he chatted with his friends and even when he stood up and danced for a while on the dance floor. He’s younger than me but taller and fitter. He looks like the kind of guys that goes to bars in order to get a wealthy “daddy” or something like that.

 It was pretty surprising to see how, after most of his friends left, he walked to the sit next to mine and asked for a very sweet cocktail. I don’t really like those so I kind of smiled and he noticed it. We just started talking right there, flirting along the way. I looked every single millimeter of his face and I couldn’t find anything wrong with it. I assumed he was an actor or a model or something of the sorts. It was obvious he took care of himself. The clothes he was wearing were expensive, I had seen similar ones on stores and hadn’t been able to buy them or properly wear them.

 As closing time grew closer, sexual tension arose. I was kind of drunk by then and I could see he was too. It was probably because leaner guys are least resistant to alcohol but that’s just my theory, which I have proven to be true more often than not. Besides, I was really used to drinking Friday nights, it was almost a recurrent thing for me. Which was different was the fact that I was drinking in a bar and not sitting in front of the TV watching some old movie in my underwear, with my cat Michael sleeping on top of my belly.

Bran, out of nowhere, put his hand right on top of my penis, over my pants. He started caressing it, looking at me straight into my eyes, as if he dared me to push him off or have sex right dare, in front of the crowd. I didn’t move or looked away. He eventually stopped to go to the bathroom. I paid while he was away and when he came back I told him we could go to my place and have a better night than in that bar. He didn’t required convincing at all. He just claimed his jacket and we walked.

 I find it kind of strange, but we spoke about many things on our way from the bar to my house. It was a fifteen minute walk but it felt much longer, as we wondered about the people in the bar, the “daddies” and the “twinks” we had seen there and all the curious characters coming and leaving during the night. It was as if we thought we weren’t part of that freak show but we just knew we were and it didn’t bother us. Bran seemed so grounded for such a young man. He made me feel old but wise.

 Once we got to my place, he entered first and started caressing Michael the minute he saw him. Bran loved my cat and Michael was the strange kind of cat that loved to be petted by men and not by women. Maybe that’s because I raised him and he just grew used to me bringing guys to the apartment or maybe his just a very particular cat. It might even be that I overthink too much about why my cat does things and how he does them. It doesn’t really matter. The point is his a guy magnet.

 I grabbed two cold beers from the fridge, gave one to Bran and asked him to join me on the couch. It wasn’t long before he was at it again, doing the same thing he did in the bar but panting a bit, just before we started kissing. He eventually sat on my lap, beers on the table, and we kissed and hugged and caressed each other for a good long time. We ignored Michael’s meows and the sound of an ambulance passing by. His hair on my fingers felt great, as his body gently pressed against mine. It was a difficult offer to resist, so I just didn’t.

 I kissed him on the cheek and asked him to go to the bedroom. Once we were in, I closed the door in order for Michael to stay away. I didn’t like my pet to witness my sexual feats, no matter how wonderful they were. And Bran was, by far, the most beautiful man that I had ever brought home. He was taller but also softer; he was gorgeous but also interesting. After I closed the door, I grabbed him by the waist and gently unbuttoned his shirt, revealing a small tattoo on his right shoulder blade.

 It was a video game character, looking at me, inviting me to play with him. That detail made me smile and stop for a second. He turned around, confused and I explained my pause. He smiled back and we resumed our kissing. I undressed him and he undressed me and in minutes we were completely naked, enjoying each other’s bodies on top of my blankets. Again, his smell was subtle but perfect. The taste of his lips was special, as if he had never kissed before. It was almost magical.

 He went down first and I found myself being contradicted: his lips sad one thing but other parts of his body told a much different story.  He made me smile, moan and sighed uncontrollably. He came back up and we kissed and then it was my turn. As expected, every single part of Bran’s body was made of dreams or stars because he was just incredible. Even now, days after it happened, I find myself having a hard time wrapping my head around such a special man.

 I made love to him for a long while and he seemed to enjoy every single second of it. I wanted more kisses and he seemed to want exactly that. Our understanding on that level was just amazing, so much so that we seemed to anticipate the other’s movements by seconds, making the evening a perfect fragment of time for both of us. When we both finished, we cleaned up a bit and I invited him to sleep as we were, hugging if possible. He smiled and fell asleep in seconds on my chest.

 When I woke up, he was still sleeping. The morning light made him look even more perfect. I knew something strange was to blame for such an encounter by I decided not to doubt it and just let it end on a high note. And it did, hours after, having breakfast together, talking a bit more.


 We didn’t exchange numbers or emails, not even social media nicknames. He knows where I live and I know the bar he likes. We might run into each other again but it might not be as special as that night was. And that’s fine. We made each other happy for a moment and that’s more than enough.