Cuando tenía apenas diez años, Carlos tuvo
que ir a una cita médica de urgencia por una hemorragia severa. Sin querer, su
hermana menor le había dado un golpe con el codo directo a la nariz con una
gran fuerza. La nariz estaba rota y la sangre había manchado ya varios cuartos
de la casa antes de que los padres se dieran cuenta de lo que estaba
sucediendo. Para cuando llegó al hospital, el pobre niño estaba algo mareado y
no sabía muy bien lo que pasaba a su alrededor.
Despertó muchas horas
después y, por fortuna, no tuvo que quedarse mucho tiempo allí. Solo los días
suficientes para que los vasos sanguíneos se sanarán y los médicos hicieran una
simple cirugía para arreglar el daño causado. De ese acontecimiento de la niñez
surgieron dos cosas. La primera fue un lazo de amistad muy cercano con su
hermana Lucía. Carlos jamás la dejó atrás de ahí en adelante, metiéndola a
todos los juegos e incluyéndola en conversaciones a las que normalmente no
estaba invitada.
Esto creó en ella una confianza sin par, que
se vio relucir en sus años de adolescencia y más allá. La joven agradecía
siempre a su hermano por todos sus éxitos y le dedicaba siempre algún tiempo
para que compartieran confidencias. Más que hermanos, eran amigos muy cercanos
que sabían todo del otro. Fue así como ella fue la primera en saber que a
Carlos le gustaban los chicos, muchos después de que él mismo empezara a
experimentar por su cuenta.
La razón para una experimentación tan temprana
eran fruto de la segunda consecuencia que había tenido el accidente de la
nariz: los médicos habían hecho análisis de sangre exhaustivos para verificar
que el niño no sufriera de algo grave, como hemofilia. De esos exámenes salió
un resultado inesperado: el niño tenía un gen bastante raro que se había
probado era inmune a una gran variedad de virus que afectaban al ser humano.
Entre esos estaba el virus del VIH/Sida.
No era común que a un niño le hicieran ese
tipo de examen y los padres reclamaron al escuchar los resultados de los
exámenes. Les ofendía que su hijo se convirtiera en un conejillo de indias o
algo parecido, y mucho menos para investigar enfermedades que solo tenían los
“enfermos sexuales”. Esas fueron las palabras exactas que escuchó Carlos a esa
joven edad. Eso selló, de cierta manera, su manera de ser frente a sus padres.
Ello nunca sabrían de su verdadera vida sino hasta muy tarde, cuando ya no
tenía sentido acercarse pues la distancia había crecido demasiado.
El tema de su sangre e inmunidad, intrigaron
mucho al niño. Los médicos insistieron una y otra vez en hacerle más exámenes
pero los padres se negaron. Como era menor de edad, los doctores se rindieron
pues sin el consentimiento de los padres nada sería posible. Sin embargo, todo
el asunto hizo que Carlos se interesara por su especial característica y empezó
a averiguar todo lo que podía en la biblioteca más cercana y en el portátil que
pedía prestado a su padre, alegando querer jugar cosas de niños.
La única que sabía de sus investigaciones era
su hermana, que parecía interesada a veces y otras de verdad que no entendía
que era lo que buscaba su hermano con todo ese asunto. Pasados dos años, con
mucho conocimiento encima y las hormonas a flor de piel, Carlos experimento su
primer encuentro sexual con un chico algo mayor que él. Se habían conocido en
el equipo de futbol del que él era parte y habían terminado en sexo sin
protección en la casa de su compañero.
Tras el suceso, supo que era homosexual y que
le gustaba el sexo. Entendió que su inmunidad lo hacía especial de cierta
manera, pues así había convencido a su amigo de no usar un preservativo, que él
aseguraba poder robar de un cajón en la habitación de sus padres. Ese fue el
inicio de la vida sexual de Carlos, que tuvo muchos personajes y varios
momentos en los que el joven se dedicó a explorarse a si mismo, no solo de
manera física sino en otros niveles igual de importantes.
Apenas cumplió los dieciocho, aplicó a una
beca para irse a estudiar a Europa. La verdad era que no resistía más vivir en
casa, con la tensión clara con sus padres y una hermana que ahora tenía su
propia adolescencia para vivir. Tan pronto le anunciaron que había ganado la
beca por sus buenas notas y dedicación al estudio, Carlos lo anunció a sus
padres que estuvieron muy orgullosos y lo apoyaron sin condiciones. Fue la vez
que se sintió más cerca de ellos, en la vida.
Los abrazó en el aeropuerto y le dio besos en
las mejillas a su hermana. Sin duda la iba a extrañar pero le prometió
escribirle un correo electrónico al menos una vez por semana con lujo de detalles
sobre su vida en un país nuevo. Y así lo hizo. En los estudios le fue
excelente, siendo siempre dedicado y cuidados con sus estudios. Pero en Europa
descubrió con rapidez que podía ser un joven homosexual abierto, que podía
dejar de esconderse de todo y podía vivir de manera libre, haciendo lo que
quisiera sin los límites de su vida anterior.
Usaba la historia del codazo siempre que
quería ligar con alguien. Con el tiempo, se dio cuenta que ha muchos no les
interesaba escuchar historias de infancia. Su vida universitaria la vivió entre
el estudio entre semana y las sesiones de sexo los fines de semana. Era casi
una rutina que había adquirido con los días y que solo se detuvo con el tiempo,
unos años después de terminar la carrera y empezar a trabajar. Como en muchas
cosas, la razón para este nuevo cambio fue el amor.
Cuando vio a Juan por primera vez, no supo que
hacer. Eso era bastante extraño pues siempre había sabido qué decir y como
comportarse frente a otros hombres, en especial si buscaba tener algo con
ellos. Pero entonces entendió que no quería tener sexo con Juan sino algo más.
Tal vez era por haberlo conocido en un lugar diferente a un bar o a un club de
caballeros, pero el punto era que por muchos días no pudo quitárselo de la
cabeza hasta que lo volvió a ver, por pura casualidad.
Fue en una farmacia. Carlos estaba detrás de
Juan en la fila para preguntar por medicamentos. Solo se dio cuenta que era él
cuando lo tuvo de frente y a la bolsita que tenía en la mano. Juan se veía
nervioso y Carlos se puso igual. Los dos estaban así por razones diferentes
pero sonrieron al darse cuenta que causaban un pequeño embotellamiento en la
farmacia. Carlos, de la nada, le pidió a Juan que los esperara. Pidió su crema
especial para el dolor de músculos y se apresuró a hablar con Juan frente a la
farmacia. Lucía supo todo a las pocas horas.
Fue así como empezaron hablar. Pocos días
después tuvieron una primera cita. Luego otra y otra y así pasaron varios
meses, escribiéndose mensajes tontos por el celular y yendo a ver películas
para luego criticarlas comiendo comida chatarra. Las noches de películas se
trasladaron a sus apartamentos y fue en una de esas noches, meses después de
conocerse, en la que Carlos quiso tener su primer encuentro sexual con alguien
que amaba de verdad. Pero Juan lo detuvo, con una mirada seria.
Juan tenía VIH. Lo confesó con lágrimas en la
cara. Era algo con lo que vivía hace mucho pero era la primera vez que se
enamoraba de alguien y creía que las cosas no podrían seguir pues era algo
demasiado serio, en especial en una pareja del mismo sexo.
Sin embargo, Carlos lo besó y le contó su
historia. Más o menos un año después, la pareja se casó en un pequeño balneario
junto al mar. Se quedaron allí varios días, felices de haberse encontrado en la
vida. Parecía algo imposible pero nadie podía estar más sorprendidos que ellos
mismos.