Cuando desperté, alcancé a asustarme un
poco. Nunca en mi vida había compartido la cama con nadie. Eso sí, no puedo
negar que a mi casa han venido muchos visitantes, más de los recomendados tal
vez, pero nunca había dejado que ninguno de ellos se quedara toda la noche. Era
una cuestión de privacidad y de separar una cosa de la otra. Yo solo quería
tener sexo y nada más, no quería una relación ni palabras bonitas ni algo
abierto ni nada por el estilo. Sabía a lo que iba y no pretendía hacerme el
inocente o el idiota.
Me moví un poco, pues me di cuenta que estaba
desnudo y, encima, mi erección matutina había estado hacía poco contra la parte
trasera del cuerpo del hombre con el que compartía la cama. No tengo idea
porqué, pero eso me dio vergüenza y me di media vuelta con extrema lentitud
para evitar cualquier momento extraño. Era algo muy estúpido, pues habíamos
pasado buena parte de la noche haciendo cosas mucho más intimas que eso y sin
embargo sentí como mi cara se llenaba de sangre, poniéndola colorada.
Decidí evitar toda situación rara y me puse de
pie, tratando de no mover demasiado la cama y apreciando la situación que tenía
alrededor. Él yacía hacia un lado, resoplando sobre la almohada y con su
trasero hacia donde yo había estado. No tenía nada de ropa, excepto tal vez sus
medias que no estaban por ningún lado. Temo decir que habíamos bebido tanto que
no recordaba muy bien algunas partes de la noche. Algunas cosas eran como
fotografías borrosas que por mucho que se les haga no se pueden mejorar.
Mi ropa sí estaba completa: mi pantalón corto
estaba en el suelo y adentro de él mis calzoncillos y medias. Por lo visto me
había quitado todo de un solo tirón, lo que había sido sin duda algo practico.
No sé porqué eso me provocó ganas de reírme pero me contuve pues no quería
hacer más ruido del necesario. Mi camiseta estaba en el umbral de la puerta,
una parte por el lado de la habitación y la otra del lado del pasillo. No
habíamos cerrado la puerta porque, menos mal, no hacía falta en mi caso.
Me puse de pie y casi grito cuando pisé uno de
los empaques de condones que estaban en el suelo. No los recogí y tampoco miré
por ahí a ver si los condones estaban también en el suelo o si de hecho los
habían tirado al bote de la basura que estaba en el baño. Seguí mi camino a la
cocina, donde sabía que había dejado mi celular. Era de las pocas cosas que
tenía claras de la noche anterior, puesto que había dejado el aparato en el
mesón de la cocina al llegar. No quería estar toda la noche revisando mi
celular y, como pude prever, no hubo necesidad alguna de mirar nada más sino a
mi visitante.
Sin embargo, ese día tenía que ir a casa de
mis padres. Afortunadamente tendía a despertarme temprano, incluso cuando
tomaba más de lo debido. Así que todavía faltaba mucho tiempo por salir. Quise
revisar si me habían llamado o escrito algo; no era poco común que llegaran de
visita de improvisto, aunque pasaba con muy poca frecuencia. Sin embargo, era
la primera vez que alguien se quedaba conmigo en casa y por eso creo que estaba
más paranoico de lo normal. Pero no, no me habían contactado de ninguna manera.
Entonces me quedé allí en la cocina, de pie,
desnudo, mirando por una de las únicas dos ventanas que tenía el apartamento.
Recuerdo haberme quejado bastante para conseguir uno con la vista que tenía y
no con esas vistas interiores que para lo único que sirven es para que las
viejas chismosas averigüen todo lo que quieren saber con quedarse mirando un
buen rato. Mi vista era más limpia, aunque los del edificio de enfrente podían
verme también si lo hubiesen querido, pero nadie nunca parecía tener la
intención de hacerlo.
El sonido de mi estomago interrumpió mis
pensamientos. Caí en cuenta que tenía mucha hambre, pues la noche anterior no
habíamos comido casi nada con la bebida, de hecho creo que por eso mi compañero
de noche se estaba pasando de su hora de despertar. Igual no me importaba, si
es que él no tenía apuro. Tenía yo el tiempo del mundo todavía y no quería
dañar el sueño de una persona que parecía dormir de manera tan placentera. De
verdad que era lindo, aunque la noche anterior casi no me había fijado.
Mientras sacaba unos huevos de la nevera y la
botella de jugo de naranja, recordé que había salido a beber solo a un bar que
me gustaba. El que atendía era muy amable y guapo y como yo ya era casi un
cliente frecuente, me daba algunos tragos gratis. Yo le hacía gracia porque
bebía bastante y no parecía estar borracho sino hasta mucho más tarde. Por
alguna razón eso lo divertía, porque mi estado cambiaba de un momento a otro,
de golpe. Lo importante era que me salía más barato que ir a otros sitios.
En una pequeña sartén vertí un poco de aceite
y lo calenté hasta que estuviese listo. Entonces rompí los huevos y esperé a
que estuvieran al punto que a mi me gustaban. Sonreí mirando como se freían los
huevos porque recordé que estaba ya muy adelantado en mi bebida cuando mi
visitante se acercó y empezamos a hablar. Y como dije antes, nunca me fijé
mucho en su aspecto personal. De un tiempo para acá, no es algo que me parezca
muy importante. Creo que se trata más de cómo las personas se comportan y
manejan lo que tienen como personas, sea algo exterior o interior.
Me gustó mucho hablar con él. Además que el
pobre hombre iba y venía porque estaba en algo parecido a una despedida de
soltero. La verdad es que no le puse mucha atención pero algo así era. A lo que
sí ponía atención era a lo fluido que era y lo inteligente de sus frases. Esos
lugares muchas veces están lleno de chicos que en lo único que piensan en el
último sencillo musical o la última serie que todo el mundo está viendo en
línea. No saben conversar de mucho más y se aburre uno bastante rápido.
Con él fue muy agradable y, cuando me di
cuenta, nos estábamos besando frente mi amigo el que atendía el bar. Creo que a
él le sorprendió un poco la situación porque me hizo caras cuando el chico se
fue al baño un momento, pero yo no le hice mucho caso. Cuando volvió, seguimos
en lo mismo y debió ser por ese momento en que yo le sugerí ir a mi casa. Ni siquiera le pregunté si podía o
debía alejarse de sus amigos así sin más. No hice nada más sino tomarlo de la
mano y llevarlo adonde yo quería.
Serví los huevos en un plato, con una hogaza
de pan. Serví el jugo en un vaso pequeño y lo puse todo en la mesita que tenía
para comer. No era grande pero era lo que cabía en el pequeño apartamento. Iba
a sentarme cuando me di cuenta que me habían faltado el salero y el pimentero para
condimentar mi desayuno. Buscando en el cajón correspondiente, fue cuando
escuché ruido que venía de mi habitación. Me quedé mirando como tonto hasta que
mi visitante salió de allí, estirando los brazos e igual de desnudo que yo.
No solo era hermoso, porque lo era, sino que
caí en cuenta de qué era lo que mi amigo del bar había querido decir con sus
caras. No sé cómo no lo recordaba ni cómo no lo había notado al despertarme,
debía de haber tomado demasiado, más aún de lo normal. Él me sonrió y preguntó
si el desayuno era para él. No le dije que no, solo asentí y sonreí. Me hice
otros huevos fritos para mí, también con pan y jugo de naranja. Llevé todo, con
salero y pimentero a la mesa y me le quedé mirando un buen rato.
A él le dio vergüenza
y bajó la mirada. Tuvo una reacción muy parecida a la mía y eso me pareció
bastante lindo. Comimos un rato en silencio y entonces tuve que preguntar lo
que tenía en la mente porque estaba seguro que no le había preguntado nada en
toda la noche anterior.
Él sonrió y me dijo que tenía dieciocho años.
Y se le notaban. Me preguntó entonces mi edad y le dije, con algo de vergüenza,
que tenía treinta. Y entonces seguimos comiendo. Después dejamos todo en la
cocina, sin lavar, para después seguir teniendo sexo mientras nos duchábamos.