Sin contemplaciones, sacó un revolver con
silenciador de dentro de la chaqueta y le pegó dos tiros en la cabeza al hombre
que estaba a punto de ponerse de pie. El cuerpo cayó, pesado, sobre el cemento,
a tan solo unos pocos centímetros del arma que el hombre había utilizado para
amenazar a sus prisioneros. Salvo que, en realidad, nunca habían sido
prisioneros. K lo tenía todo controlado desde el principio pero no había dejado
ver su confianza en ningún momento, optando por comportarse como lo haría cualquier
otra persona secuestrada: con miedo, haciendo preguntas estúpidas y temblando.
Se lo habían creído completo.
En vez de acercarse al cuerpo, verificó su
arma y se acercó a J, que estaba todavía amarrado. Él sí estaba muerto del
susto de verdad y temblaba todavía pero no de los golpes que le había propinado
el hombre que ahora yacía en el piso. No, ahora su terror había gravitado hacia
la forma de K, que parecía actuar como si nada, como si fuese algo de todos los
días ser secuestrado y matar a un hombre. Además, de donde había sacado el
arma? Era obvio que los habían revisado después de llevárselos a la fuerza en
esa calle oscura.
K ayudó a J a levantarse de la silla y lo fue
halando hasta la puerta principal de la bodega donde los habían tenido amarrados.
J pensó llevarlos a una bodega era muy trillado pero prefirió quedarse con ese
pensamiento para él mismo. Tenía más de una pregunta para K pero sabía que no
era el momento de preguntar nada ya que todavía tenían que escapar, alejarse
del sitio lo más pronto posible. Era de esperar que más hombre estuviesen en el
área, precisamente para evitar un escape. Pero J sabía que iban a lograrlo. No
era por una confianza que le naciera de la nada o de la inútil esperanza que
uno tendría en esos casos. Era por K.
En solo unos minutos, un chico bajito y sin el
físico de los hombres que los vigilaban, se había librado de sus cuerdas y
había peleado y asesinado a un hombre sin sudar ni siquiera una gota. Y ahora,
lo llevaba a él, un hombre veinte años mayor, entre las cajas y los automóviles
vacíos, escapando de sus captores. Esa expresión en el rostro de K era la que
lo decía todo: no había miedo ni duda alguna en esa cara. Era como si cualquier
sentimiento se le hubiera ido del cuerpo y pudiese hacer lo que quisiera.
Tres hombres aparecieron pero en menos de un
minuto yacían muertos de mano de K. Mientras J miraba como los cuerpos todavía
se movían, K lo halaba con fuerza, como recordándole que su objetivo final
todavía no se había logrado. Llegaron a una cerca y, con una habilidad
sorprendente, K la escala y cayó sin hacer ruido al otro lado. Haciendo señas,
le indicó a J que hiciese lo mismo pero no era tan fácil. Él no era tan ágil y
le iba a tomar más tiempo. En efecto, cuando apenas estaba en la parte de arriba,
otros dos hombres se acercaron. K los terminó con agilidad y haló, una vez más
a J, que cayó de la cerca.
Este empezó a quejarse pero K solo lo tomó del
brazo, ignorando cada sílaba que salía de la boca de su compañero de secuestro.
Se adentraron en un pequeño bosquecillo pantanoso, en el que no se dijo ni una
sola palabra. K parecía estar escuchando algo pero J no oía absolutamente nada.
Solo lo seguía porque parecía que el joven sabía lo que hacía pero no tenía ni
idea si tenía razón o no.
Después de pasar algunos charcos y rasguñarse
las caras con ramas demasiado afiladas, salieron del bosquecillo a una
carretera. A J se le iluminó la cara y corrió hacia la vía pero K lo retuvo y
le indicó que no hiciese ruido y que tuviese paciencia. Caminaron entonces por
el borde de la vía, medio ocultos por los árboles, hasta que se acercó un
automóvil pequeño, manejado por una anciana. La mujer estaba casi encima del
timón e iba muy lento, por lo que no fue difícil para ella verlos y detenerse
para darles un aventón.
Una vez más J quedó boquiabierto ante el
cambio de K. Una vez en el automóvil, en el asiento del copiloto, se convirtió
en el ser más dulce y amable que J jamás hubiese visto. La mujer quedó
encantada y les preguntó porque estaban caminando por la carretera a lo que K
respondió que su auto había tenido problemas. Su padre (refiriéndose a J) y él,
habían intentado arreglarlo pero no habían logrado nada así que preferían ir a
la ciudad y desde allí llamar a una grúa. Lamentablemente no tenían teléfonos
celulares.
Nada de todo esto le pareció extraño a la
mujer, incluso cuando J pensaba que era un cuento demasiado rebuscado para que
nadie lo creyera. Cuando la anciana y K empezaron a hablar de las mascotas de
la mujer, J simplemente dejó de escucharlos y por fin respiró, después de
varios días de no poder hacerlo con propiedad. Tal era su cansancio que se
quedó dormido con rapidez y, por fortuna, no soñó con nada.
Cuando despertó, el automóvil estaba
estacionado en una calle iluminada, frente a un restaurante de comida rápida.
Mientras se desperezaba, J vio que en el interior del lugar estaban la anciana
y K, comiendo hamburguesa y riendo respecto a algún chiste o historia que se
estarían contando. Sin duda era un chico extraño este tal K. Era un persona de
demasiadas caras y, la verdad, era que eso a J no le gustaba nada. Que le
aseguraba que K no estaba aliado con otra persona que también quisiese tener a
J para algún fin extraño? Era todo muy raro.
J llegó a la mesa donde estaban sus dos compañeros
de viaje y los saludó. K lo recibió con una sonrisa y le brindó una hamburguesa
con papas fritas que le habían guardado. La anciana le dijo que habían
preferido no despertarlo ya que se notaba que necesita dormir. K le había
contado que su padre sufría de insomnio y era casi un milagro que pudiese
dormir tan bien. Mientras comía, la conversación siguió y J pudo notar por su
cuenta que la mujer era un alma amable que se sentía sola. Había viajado desde
lejos para visitar a una hija pero les confesó que lo había hecho sin avisar,
cosa que a su hija seguramente no le iba a gustar nada. K le aseguró que todo
saldría bien.
Un par de horas después, se despidieron de la
anciana y le agradecieron por toda su ayuda. Al fin y al cabo les había dado un
aventón y les había gastado comida. K incluso le dio un beso en la mejilla
antes de que se alejara en su pequeño carro rojo. Una vez, empezaron a caminar,
K había vuelto a ser la piedra que J había conocido hacía ya unas dos semanas.
Lo único que le dijo fue que tenía un sitio cerca y que allí estarían seguros.
Entonces J se detuvo. K caminó un poco más
hasta darse cuenta de que J no lo seguía. Se dio la vuelta para amenazarlo con
la mirada pero esto no tuvo el efecto deseado. J le dijo que no iba a caminar
un paso más sin saber que era todo lo que había estado pasando en los últimos
días. Sí, él era un periodista con ciertos secretos de la mafia en su poder.
Hasta podía entender su secuestro por esas razones pero no quién era K y cual
era su motivación en todo este lío.
Se habían conocido el día del secuestro. Se
los llevaron al mismo tiempo, en la misma camioneta. Pero solo habían estado en
el mismo lugar y nada más. En principio, ninguno sabía nada del otro o al menos
eso creía J hasta que K se le acercó y le dijo que sabía muy bien quién era él. Tanto así que había asistido al lugar porque sabía que aunque
podrían atentar contra él, debía conocer a J y protegerlo tanto como fuese
posible.
El hombre se quedó de piedra al oír esto
porque no lo entendía del todo. Este chico, que había fingido por días ser alguien que
no era, incluso siendo torturado con golpes y otras vejaciones, aseguraba que
era una protección necesaria para evitar que a J que le pasara algo malo. Nada
de todo eso tenía ningún sentido. Le preguntó a K quién lo había enviado pero
le aseguró que lo sabría pronto, si venía con él y tenía paciencia.
A regañadientes, J siguió a K hasta un barrio
horrible, lleno de vagabundos y prostitutas. K entró a un edificio viejo y con
olor a orina y él lo siguió. Subieron cuatro tramos de escaleras hasta llegar a
un corredor oscuro por el que caminaron en silencio hasta llegar al fondo,
donde un pequeña ventana cubierta de grasa
dejaba entrar algo de luz. De un zapato, K sacó una llave y abrió con
ella una de las puertas cercanas a la ventana.
Hizo pasar a J primero y luego entró él. K se
dirigió pronto a una de las habitaciones, sacando su arma y abriendo la puerta con fuerza. De pronto soltó algo de aire por la boca, como suprimiendo reírse.
- Se nos adelantaron.
- Porque?
-
Porque la persona que me mandó a protegerlo está muerta.
K se retiró de la puerta pero no la cerró. J
se acercó para ver de quien se trataba y soltó un gritó que alertó a más de uno
en el piso de abajo. Se acerco al cuerpo que había en el suelo, pisando un
charco de sangre. Le dio la vuelta y entonces empezó a llorar. Era nadie más ni
nadie menos que su esposa y ahora estaba muerta.
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