El camino hacia el castillo había sido despejado hacía varias horas por
cuerpos móviles de la armada, que habían continuado marchando hacia la batalla.
A lo lejos, se oían los atronadores sonidos de las baterías antiaéreas móviles
y de los tanques que, hacía solo unas horas, habían destruido la poca
resistencia del enemigo en la base de la colina. El pequeño grupo de
científicos y expertos de varias disciplinas que venían detrás de los equipos
armados, tomaron la ruta que se encaminaba al castillo.
En el camino no vieron más que los restos de
algunos puestos que debían haber estados ocupados por soldados del bando
opuesto. En cambio, las ametralladoras y demás implementos bélicos habían sido
dejados a su suerte. Era una buena cosa que decidieran entrar al castillo junto
a algunos de los hombres armados que los habían acompañado hasta allí. Parecía
que el enemigo se estaba ocultando dentro del castillo y no en el camino que
conducía hacia él.
Los historiadores, expertos en arte y demás
estuvieron de acuerdo en que no se podía bombardear el castillo. No se le podía
atacar de ninguna manera, pues se corría el riesgo de que al hacerlo se
destruyera mucho más que solo algunos muros de piedra que habían resistido
ochocientos años antes de que ellos llegaran. No se podía destruir para
retomar, eso era barbárico. Así que lo mejor que podían hacer era despejar el
camino y ahí mirar si el enemigo seguía guardando el lugar o no.
El camino que subía la montaña tendría un
kilometro de extensión, tal vez un poco más. La enorme estructura estaba
situada en la parte más alta de la colina, que a su vez tenía una vista
envidiable hacia los campos de batalla más allá, hacia el río. Era allí donde
la verdadera guerra se haría, pues el enemigo sabía bien que no podía resistir
en las montañas o en terrenos difíciles de manejar. El sonido de las
explosiones era ya un telón de fondo para los hombres que se acercaban a la
entrada principal de la estructura.
El castillo, según los registros históricos,
había sido construido a partir del año mil doscientos para defender la pequeña
cordillera formada por una hilera de colina de elevaciones variables, de la
invasión de los pueblos que vivían, precisamente, más allá del río. Era
extraño, pero los enemigos en ese entonces eran básicamente los mismos, aunque
con ciertas diferencias que hacían que se les llamara de otra manera. Cuando
llegaron a la puerta, vieron que el puente levadizo estaba cerrado, lo que
quería decir que era casi seguro que había personas esperándolos adentro.
Dos de los soldados que venían con ellos
decidieron usar unas cuerdas con sendos ganchos en la punta. Los lanzaron con
precisión hacia la parte más alta del muro y allí se quedaron enganchados y
seguros. Con una habilidad sorprendente, los dos soldados se columpiaron sobre
el foso (de algunos metros de ancho) y al tocar sus pies el grueso muro
empezaron a subir por el muro como si fueran hormigas. Verlos fue increíble
pero duró poco pues llegaron a la cima en poco tiempo.
Adentro, los hombres desenfundaron sus armas y
empezaron a caminar despacio hacia el nivel inferior. Lo primero que tenían que
hacer era abrir el paso para que los demás pudiesen entrar y así tener la
superioridad numérica necesaria para vencer a un eventual enemigo, eso sí de
verdad había gente en el castillo. El problema fue que ninguno de los soldados
conocía el castillo ni había visto plano alguno de la estructura. Así que
cuando vieron una bifurcación en el camino, prefirieron separarse.
Uno de los dos llegó a la parte del puente en
algunos minutos y fue capaz de accionar la vieja palanca para que el puente
bajara. Despacio, los expertos, sus equipos y los demás soldados pudieron pasar
lentamente sobre el grueso pontón de madera que había bajado para salvar el
paso sobre el foso. Sin embargo, el otro soldado todavía no aparecía. El que
había bajado el puente explicó que se habían separado y que no debía demorar en
aparecer puesto que él había llegado a la entrada tan deprisa.
Sin embargo, algo les heló la sangre y los
hizo quedarse en el lugar donde estaban. Un grito ensordecedor, potenciado por
los muros y pasillos del castillo, se escuchó con fuerza en el patio central,
donde todos acababan de entrar. El grito no podía ser de nadie más sino del
soldado que había tomado un camino diferente. Pero fue la manera de gritar lo
preocupante pues el aire mismo parecía haber sido cortado en dos por la
potencia del sonido. Incluso cuando terminó, pareció seguir en sus cuerpos.
Los soldados se armaron de valor. Sacaron
armas y prosiguieron por la escalera que había utilizado el que les había
abierto. Los llevó hacia la bifurcación y tomaron el camino que debía haber
seguido el soldado perdido. Caminaron por un pasillo interminable y muy húmedo
hasta que por fin dio un giro y entonces vieron una habitación enorme pero mal
iluminada. Esto era muy extraño puesto que a un costado había una hilera de
hermosas ventanas que daban una increíble vista hacia los campos y, más allá,
el río de donde venían atronadores sonidos.
De repente, se escuchó el ruido de algo que
arrastran. Mientras la mayoría de los soldados, que eran unos quince, miraban
el ventanal opaco, ocurrió que el que les había bajado el puente ya no estaba.
Había guardado la retaguardia pero ahora ya no estaba con ellos sino que
simplemente se había desvanecido. El lugar era un poco oscuro así que uno de
los hombres sacó una linterna de baterías y la apunto al lugar de donde venían.
El pobre soldado soltó un grito que casi le hace soltar la linterna.
En el suelo, había un rastro de sangre espesa
y oscura. Pero eso no era lo peor: en el muro, más precisamente donde había un
giro que daba a la bifurcación, había manchas con formas de manos, hechas con
la misma sangre que había en el suelo. Lo más seguro, como pensaron todos casi
al mismo tiempo, era que el soldado que los había encaminado a ese lugar ahora
estaba muerto. El enemigo sin duda estaba en el lugar, de eso ya no había duda.
Lo raro era que no los hubiesen escuchado.
Uno de los soldados revisaba la sangre en el
suelo, tomando prestada la linterna de su compañero. Con algo de miedo, dirigió
el haz de luz sobre su cabeza y luego al techo del pasillo que había recorrido.
No había nada pero algo que le había hecho sentir que, lo que sea que estaban
buscando ahora, estaba en el techo. Una sensación muy rara le recorrió el
cuerpo, haciéndolo sentir con nauseas. Su malestar fue interrumpido por algunos
gritos. Pero no como él de antes.
Tuvieron que volver casi corriendo al patio
inferior, pues los gritos eran de alerta, de parte de los científicos y demás
hombres que se habían quedado abajo. El líder de los soldados bajó como un
relámpago, algo enfurecido por lo que estaba pasando, al fin y al cabo tenía
dos hombres menos en su equipo y no tenía muchas ganas de ponerse a jugar al
arqueólogo ni nada por el estilo. Cuando llegó al patio estaba listo para
reprenderlos a todos pero las caras que vio le dijeron que algo estaba mal.
Uno de los hombres mayores, un historiador, le
indicó el camino a un gran salón que tenía puerta sobre el patio central. Los
hombres habían logrado abrir el gran portón pero lo habían cerrado casi al
instante. El líder de los soldados preguntó la razón. La respuesta fue que el
hombre mayor ordenó abrir de nuevo. Del salón, salió un hedor de los mil
demonios, que hizo que todos se taparan la cara. La luz de la tarde los ayudó
entonces a apreciar la cruda escena que tenían delante: unos treinta cuerpos
estaban un poco por todas partes, mutilados y en las posiciones más horribles.
Sus uniformes eran los que usaba el enemigo. De repente estuvo claro, que algo
más vivía en el castillo.
Muy interesante historia
ResponderBorrarGracias!
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