Para cualquiera que pasara por ese lugar, el
sofá clavado en el barro era una visión interesante y ciertamente extraña.
Aunque no era difícil ver muebles tirados en un lugar y en otro, siempre se les
veía un poco trajinados, con partes faltantes, sucios y vueltos al revés. En
cambio, el sofá del que hablamos estaba perfecto por donde se le mirara,
excepto tal vez por el lado de la limpieza, pues estando clavado en el barro
era difícil que no estuviera sucio, más aún en semejante temporada de lluvias.
Había quienes detenían el automóvil a un lado
de la carretera solamente para tomarse una foto con el extraño mueble. Su color
marrón no era el más atractivo, pero su ubicación sí que lo era. Muchos de los
que paraban se daban cuenta que, cuando uno se sentaba en el sofá, se tenía una
vista privilegiada del valle que cruzaba aquella carretera. Era una vista
hermosa y por eso casi todas las fotos que se tomaba la gente allí, eran fotos
que todos guardaban por mucho tiempo.
Cuando hubo una temporada especialmente dura
de lluvias, acompañada de truenos, relámpagos, mucho agua y barro hasta para
regalar, vecinos y visitantes se dieron a la tarea de proteger el sofá. Se
había convertido, poco a poco, en algo así como un monumento. Por eso primero
lo protegieron con sombrillas, que salieron volando con el viendo, y luego con
un toldo de plástico que duró más en su sitio pero también se fue volando por
la dura acción del viento en la zona.
Eventualmente, lo que hicieron fue construir
una estructura alrededor del sofá. La hicieron con partes metálicas, de madera
y de plástico, casi todas de sus propias casas o de lo que la gente traía en su
automóvil. Se usaron cuerdas de las que usan los escaladores para llegar a las
cumbres más altas y también cuerda común y corriente, que le daba varias
vueltas al mueble para que se quedara donde estaba y no fuera victima del clima
tan horrible que hacía en el valle.
El sofá resistió la temporada de lluvias y se
le recompensó con más visitas de parte de las personas que viajaban a casa o
hacia algún balneario. Los vecinos ayudaron de nuevo, esta vez podando
alrededor del sofá para que el pasto crecido no fuese un problema para las
personas que quisieran tomarse una foto en el lugar. También se sembraron
flores de colores y, en un aviso con forma de mano, se escribió en letras de
colores el nombre del lugar donde estaba ubicado el importante sofá. La zona se
llamaba Estrella del Norte, un nombre ciertamente apropiado en noches de luna
llena.
Sin embargo, cuando algunos quisieron cambiar
la tela del sofá por otra, para que resistiera más tiempo, muchos se opusieron
diciendo que se perdería la esencia original si se cambiaba el color marrón.
Hasta ese momento, lo que habían hecho era coser los huecos y arreglar el
relleno de espuma de la mejor forma posible, sin tener que abrir el objeto ni
nada por el estilo. Lo hacían todo con el mayor cuidado posible pero se sabía
que el pobre sofá no duraría para siempre.
Resolvieron consultar la opinión de los
visitantes. En la ladera donde estaba el sofá se instalaron dos cajas,
parecidas a buzones de correo. En cada uno estaba escrito algo. En el de la
derecha decía “cambiar” y en el de la izquierda decía “conservar”. Se les pedía
a las personas dejar una piedrita dentro del buzón que expresara su opinión
respecto al dilema. Un vecino vigilaba atentamente que nadie hiciese trampa. El
experimento tuvo lugar a lo largo de un mes entero, todos los días.
Cuando por fin contaron las piedras, tuvieron
que reírse en voz alta pues el resultado no era uno inesperado. El buzón de
“conservar” era de lejos el más lleno y no era de sorprender la razón de esto.
A la gente le gustaba como se veía el sofá y como se había convertido en un
símbolo de la zona de la noche a la mañana. Si lo cambiaran demasiado, ya no
sería lo mismo, incluso si lo reemplazaran por uno completamente nuevo. Todo
cambiaría dramáticamente y la gente lo sabía.
Era raro, pero se sentía algo así como una
magia especial cuando uno veía al pobre sofá, manchado de barro y mojado en
partes. No era agradable sentarse en él y por supuesto que había muchos muebles
en este mundo que eran mucho mas agradables a la vista. Incluso, esa panorámica
del cañón que había valle abajo era algo que había en otros lugares del mundo y
con muebles y toda la cosa, no era algo que fuese único que de ese rincón del
mundo. Esas cosas eran hasta comunes.
Esa magia venía de lo absurdo, de lo extraño
que era ver un objeto tan cotidiano y reconocible como un sofá en la mitad de
la nada. Porque no había pueblos ni ciudades cerca, solo casitas esparcidas por
el eje de la carretera y poco más. Era esa visión extraña de un sofá clavado en
ninguna parte el que atraía tanto a las personas y los hacía tomarse las fotos
más ridículas pero también las más creativas en el lugar. Por eso se podría
decir que el lugar se había convertido en un lugar de peregrinación. Se había
convertido en un símbolo para la gente de algo que habían perdido.
Lamentablemente, el romance no duró tanto como
la gente esperaba. En una temporada de lluvias especialmente fuerte, toda la
ladera de la montaña fue a parar abajo, al río que bramaba con fuerza, tallando
más y más el cañón. El sofá fue a dar allí y eventualmente quien sabe adonde.
De pronto al fondo del río o tal vez había flotado de alguna manera hasta
llegar a algún punto río abajo. No se sabía a ciencia cierta pero los vecinos
ciertamente sintieron mucho la partida de su monumento.
Les gustaba imaginarse que su sofá había ido a
dar a alguna orilla arenosa río abajo, donde otras personas descubrirían su
magia especial. Tal vez lo alejaran un poco del margen del río para protegerlo
y ayudar a que secara. Los niños, estos más morenos que los de la ladera,
jugarían alrededor del sofá todos los días, dándose cuenta de sus
particularidades, imaginando a su vez su larga historia y posible recorrido.
Esa manera de producir cuentos era parte de la magia del sofá.
La otra posibilidad era que hubiese quedado
clavado al fondo del río. Ese pensamiento era menos agradable pero igual de
posible. Solo los peces del río turbio serían capaces de tocar su superficie,
de estrellarse contra él al nadar de un lugar a otro. Sería uno de esos muchos
tesoros que quedan perdidos para siempre solo unos metros por debajo del nivel
del agua. Los pescadores pasarían por encima y nunca se enterarían de la
extraña visión de un sofá entre los peces.
Eso sí, nadie nunca se imaginaría que la
historia del mueble había empezado de la manera más común y corriente posible.
Un hombre, queriendo descansar de su labor diaria, había decidido tomar el
viejo sofá donde su padre se había sentado tantas veces a mirar por la ventana
y lo había puesto en un sitio donde de verdad se pudiese apreciar la
majestuosidad del lugar donde vivía. Se sentaba con una cerveza en la mano y
contemplaba con pasión y mucho amor por el campo.
Ese hombre y su padre habían muerto hacía
mucho. Incluso su pedazo de tierra ya era de otras personas y fue así como se
perdió el origen del sofá, no que ha nadie le importara mucho saberlo. El punto
que es que logró captar la imaginación y las pasiones humanas, las risas y las
lágrimas, el orden y el desorden. Y todo lo hizo siendo apenas un sofá viejo y
gastado, golpeado una y otra vez por las increíbles fuerzas de la naturaleza.
Pero su magia no se la quitaría nunca nadie,
en ninguna parte.
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