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miércoles, 21 de noviembre de 2018

La misión de los desconocidos


   Tuve que tomar su mano para no caer en el barro. La colina, tan llena de árboles y hermosas flores, terminaba en un pantanal pestilente que parecía salido de la nada. Nos tomamos fuerte de la mano para no caer en el lodo, en el agua turbulenta que parecía haberse estancado allí hacía milenios. Había algunas flores, pero estaban tan separadas las una de la otra y eran de colores tan tristes, que no daba ninguna felicidad verlas en ese lugar. No lo hacían mejor o más bonito. El sitio como que las absorbía.

 Aparte de las flores, éramos los únicos seres vivos en el lugar. Nada hacía ruido por allí, solo el viento que barría la zona con ocasionales soplos que movían las pocas plantas y nos hacían detenernos en nuestros pasos. Entre más nos adentrábamos en el corazón del pantano, más tenebroso parecía ser. Una neblina gruesa se había ido formando y ahora nos rodeaba por completo, imposibilitando ver más allá de nuestras narices. Teníamos que estar muy cerca el uno del otro para vernos las caras.

 Era raro caminar así, de manera lenta por el fondo fangoso de la zona pero también yendo de la mano sin poder ver a la persona. Era casi como ser llevado por allí por un fantasma. Por un momento, tengo que confesarlo, me asusté y casi suelto su mano. Su respuesta fue algo violenta pero me dijo mucho de él que ya sabía pero pude comprobar: me haló hacia si mismo y me abrazó de una forma en la que nadie jamás me había abrazado. Supe que se preocupaba por mi y me sentí mal por tener miedo.

 Estábamos allí porque buscábamos algo perdido, un objeto que nos habían enviado a buscar. Solo que cuando habíamos aceptado la misión, jamás nos habían advertido de los riesgos y de la situación especifica del objeto. Sabíamos que se trataba de un artefacto lleno de información clasificada, que había sido lanzado de un lugar remoto hacía mucho tiempo. Según los mejores análisis hechos por varios expertos, el objeto había aterrizado en esa región pantanosa o un poco más allá, en los confines de este mundo.

 El viaje había sido largo pero no era nada comparado con esas horas que llevábamos en el pantano. Un viaje de catorce horas en avión, la travesía en barco de dos días y la caminata de treinta horas palidecían frente a ese recorrido que en teoría era corto pero que se sabía más peligroso, en más de una manera. No tengo ni idea cuánto tiempo estuvimos caminando hacia delante, siempre hacia delante. El sol no se podía ver y nos había animales que nos pudieran indicar algo que no supiésemos ya. El miedo ya era parte de nosotros y tal vez por eso caminar se hacía menos pesado.

 De repente, en una zona nada particular del pantano, él se detuvo. Yo casi choco con él por sacar el pie del barro, pero de nuevo me tomó con cuidado. Estuve casi seguro de que me había sonreído, pero la neblina ya no dejaba ver nada. Era como si crema espesa hubiese caído encima de todo y nos estuvieran cubriendo lentamente. Por supuesto, no nos untaba de nada, pero casi podía jurar que tenía masa, que era más espesa de lo que parecía ser. Cuando la toqué, pude comprobar que era tal como me lo imaginaba.

 Oí entonces el sonido de un aparato. No era el que veníamos a buscar sino uno que nos habían dado antes de partir. Se trataba de un increíble aparatito que servía para detectar metales particulares en zonas determinadas. Como lo que buscábamos estaba hecho de titanio, solo había que calibrar nuestro aparato para que buscara ese material. Era una fortuna que el agente hubiese elegido un metal tan raro para esconder su información, uno que era muy difícil de encontrar en la superficie terrestre.

 Había posibilidades de que el pantano tuviese otros secretos pero al menos ese material nos daba una pequeña ventaja, o al menos esa era la idea. Al rato, guardó el aparato y me apretó la mano para indicarme que debíamos seguir. Yo estaba cansado pero sabía que la misión debía ser terminada lo más pronto posible. De hecho, entre más pronto lo hiciésemos más rápido estaríamos en casa, arropados y comiendo algo delicioso. Pensar en comida no era la mejor idea, pero al menos no era pensar en el miedo.

 Fue más tarde, cuando la luz pareció cambiar un poco, que por fin nuestros pies tocaron algo distinto al suelo de lodo del pantano. Era algo mucho más duro y algo resbaladizo. Miré al suelo y no pude ver nada por la neblina, pero estaba seguro de que se trataba de suelo rocoso, tal vez incluso de una sola piedra enorme en la mitad del pantano. Era difícil de saber. Caminamos incluso más despacio sobre esa superficie hasta que él se detuvo y yo hice lo mismo. De nuevo, revisó el aparato mientras yo esperaba.

 Fue entonces cuando lo sentí, algo que se movía en alguna parte a nuestro alrededor. Fue un ligero cambio en la atmosfera, una ráfaga de viento que no correspondía a los soplos recurrentes del clima. Era otra cosa, que me hizo dar unos pasos hacia atrás, quedando casi completamente contra mi compañero. Él guardó el aparato, supuse que había sentido lo mismo que yo. Apretó mi mano ligeramente y entonces me soltó, casi empujándome. Por un momento me asusté y quise gritar, pero recordé las instrucciones y solo di un par de pasos hacia atrás, suficientes para sentir algo nuevo.

 Mis pies habían tocado algo. Traté de tantear el objeto con ellos pero no fue suficiente para saber qué era. Lo pisé entonces, sosteniéndolo contra el suelo lo más firme que pude, y me agaché lentamente. Cuando bajé la mano, lo primero que toqué fue el suelo rocoso. Estaba cubierto de musgo, lo que explicaba porqué se sentía tan resbaloso. Luego pasé mis manos al objeto que pisaba. Lo tomé con fuerza y levanté, para poderlo ver justo enfrente de mi rostro. Casi pego un grito, que ahogué tapándome la boca con la otra mano.

 No sé como no pude identificar antes que se trataba de un pedazo de cráneo. Por lo que se veía, no era de un muerto fresco sino de uno que había pasado a mejor vida hacía bastante tiempo, meses o años. Me dio asco tener eso en mi mano, pero lo acerqué más a mi cara y traté de pensar que se trataba de un ser humano, de alguien que tal vez no esperaba morir en ese lugar perdido del mundo. Esa persona merecía respeto, incluso después de muerta. Así que inhalé un poco de aire y traté de analizar el hueso.

 La calavera estaba casi partida en dos, de manera limpia. Era como si a la persona le hubiesen cortado la cabeza en dos mitades casi iguales, con algún tipo de cuchillo o machete. Era imposible que existiera un objeto que partiera un cráneo de manera tan limpia, pero la verdad era que no tenía mucha idea de restos humanos, pues no era ni es mi especialidad. Con cuidado, tomé mi mochila, la abrí y metí el cráneo en una bolsa plástica que tenía adentro. Tal vez en un laboratorio podríamos saber quién era y cómo había muerto.

 Casi muero yo mismo cuando sentí una mano en mi hombro, pero pronto supe que era mi compañero. Nos abrazamos de nuevo. Le quise contar de la calavera pero sabía que no era buena idea. Estando tan cerca, pude ver su rostro. Tenía los ojos inyectados en sangre pero con una expresión muy particular, como de alegría contenida. Se puso un dedo sobre los labios y me señaló su mochila. Me acerqué y pude ver que había encontrado el objeto que habíamos estado buscando. Le sonreí, como para decirle “bien hecho”.

 Hicimos una pequeña pausa, y luego nos tomamos de la mano para empezar a caminar de nuevo. No sé cuantas horas pasaron hasta que volvimos a la colina que habíamos penetrado para llegar al pantano. Por fin se escuchaban pájaros de nuevo, se escuchaba la vida. Podíamos hablarnos el uno al otro.

 Iba a gritar de felicidad cuando nos dimos cuenta que no estábamos solos. Era obvio que más personas sabían del tubo de titanio con información clasificada. Y allí estaban, listos para quitarnos lo que habíamos conseguido con tanto esfuerzo. Pero ellos no sabían quienes éramos en verdad.

domingo, 11 de enero de 2015

Vida de pantano

    Nunca había sido el sitio más común para un encuentro de este tipo. De hecho, para ningún tipo de encuentro que no involucrara al reino animal o vegetal. Sin embargo, allí estaban ellos dos, subidos en una canoa pequeña que flotaba a la deriva. Estaban tomados de las manos, con suavidad, y miraban a los ojos del otro como si no hubiera más en el mundo sino ellos. Era el amor, sin duda. Y también el tiempo, que siempre marcha hacia adelante, sin pensar en nadie.

Así estuvieron mucho tiempo, pensando en mil formas de expresar en palabras lo que sentían pero siendo incapaces de hacer algo más que sostener las manos del otro y mirar dentro de sus ojos, que parecían tener un lenguaje más fluido que el de su mente, que parecía estar adormilada o simplemente muy respetuosa del acontecimiento.

Aquí y allá había destellos de vida, en el inmenso pantano que hoy cubría un área enorme. Era un lugar tan grande, que muchas personas, la mayoría de hecho, se abstenía de entrar allí. No querían entrar en contacto con las peligrosas criaturas que residían en las aguas turbias de la enorme ciénaga y la verdad era que de allí poco se podía sacar para consumir. Peces había en otros lados, más grandes y de mejor sabor, y la madera húmeda de esos incipientes bosques no era la mejor para construir lo que necesitaban.

Sin embargo, había gente que entraba a propósito, como la pareja que ahora se encontraba plenamente a la luz del día pero eso no les importaba. Habían dejado de ocultarse, de escapar de todo, habían dejado de olvidar, algo que era casi un deporte en sus comunidades. No, ellos estaban felices de poderse mirar a la cara bajo la luz del sol. Y cuando ocurrió allí, pareció darles el impulso para inclinarse hacia delante y darse un beso suave, como si temieran que hacer algo más pudiera romper el momento.

Cerca de allí no había más nadie, a menos que se contara como presencia humana la de asesinos de sangre fría que estaban, con mucho cuidado, lanzando cuerpo al agua. Les abrían el estomago y los lanzaba allí al agua. Si no se los comían los caimanes de la zona, el agua turbia ayudaría a ocultar los cuerpos lo suficiente. Los asesinos no eran de los pueblos cercanos sino de lugares más lejanos pero venían hasta allí porque parecía ser el lugar ideal para muchas cosas, entre esas para deshacerse de cadáveres.

Pero de eso nunca se enteró la pareja que ahora se habían acostado en la canoa, uno al lado del otro, y se hablaban suavemente. No comentaban nada relacionado con sus familias ni con los problemas que tenía cada pueblo. Solo recordaban el pasado o planeaban el futuro. No les importaba si lo que hablaban se realizaba alguna vez, era lo de menos. Les hacía bien, después de tanto tiempo, poder tomarse de las manos y apreciar su mundo privado mientras imaginaban como sería vivir juntos o recordando esa memorable ocasión en la que un caimán pareció escuchar toda una de sus discusiones.

Siendo una pareja común y corriente, porque ellos eran no eran especiales de ninguna manera y eso lo sabían, no era extraño que de vez en cuando discutieran. Eso sí, si alguien escuchara todas las discusiones, tendría que ser alguien muy comprensivo ya que se veían cada tanto tiempo que siempre discutían por cosas que habían pasado hace mucho, cosas que ya no tenían la menor importancia. Pero era como si eso los hiciera sentir vivos y lo preferían así.

En sus hogares, su familias los buscaban pero, como siempre, por las razones incorrectas. Uno pensaría que estarían profundamente preocupados por su bienestar físico, habiendo sido tal vez asesinados o habiendo cometido un doloroso suicidio.
Pero no. Sus familias solo los querían en frente para reprenderlos, para reforzar en ellos sus costumbres, tradiciones y reglas que ya hacía décadas eran obsoletas. Era como si su trabajo no fuera procurar la felicidad de sus hijos sino la de presionarlos y controlar cada uno de sus movimientos.

En cierta medida y por una gran fracción de la vida de los chicos, tanto de uno como de la otra, los padres habían controlado todo. Ambos habían sido tratados como realeza, cosa que estaban muy lejos de ser. Esto no era Romeo y Julieta, por muchos parecidos que los vecinos trazaran entre esos y estos. Las dos familias no se odiaban, más bien se ignoraban mutuamente ya que eran ambas de gente pobre. En este caso no había grandes palacios ni la más bella ropa de la región. Eran casuchas tristes y harapos francamente horribles. Viviendas en la mitad de tierreros dejados a un lado por dioses y hombres, nada por lo que nadie pensaría batirse a duelo.

Y sin embargo, tanto la familia del chico como la de la chica, creían por alguna razón que eran de alta alcurnia o que merecían más de lo que recibían. Algo que tenían en común era que ninguna de las dos familias cedía un solo centímetro ante las generaciones más jóvenes: la abuela callaba a la madre, la madre a la hija y la hija a sus hermanas menores. Y estas últimas aprendían con celeridad esta tradición familiar.

Los hombres solían ser menos inteligentes y más salvajes. Esto no era algo que afectara a dichas familias sino al conjunto del genero masculino que vivía en los alrededores del pantano. Eran tercos, torpes e irremediablemente cortos de cerebro. No era una sorpresa que fueran sociedades matriarcales, donde la mujer del hogar se imponía sobre los demás y no había quien le respondiera o se negara a sus órdenes.
No por nada el crimen más grave que alguien podía cometer en esas comunidades era el asesinato de una mujer o, lo que era peor, su violación. Esos crímenes tenían como resultado un antiguo ritual, casi tribal, en el que el perpetrador era sacrificado al pantano de la manera más horrible posible.

Y así, en una sociedad brutal e implacable, existían dos personas que simplemente se amaban. No era algo que hubieses sucedido de la noche a la mañana sino durante un tiempo, durante el cual él fue al pueblo de ella para comerciar algunos animales con su padre. Desde que vieron hubo un interés pero no hablaron en los primeros meses. Lo máximo era mirarse fijamente y sonreír, muy parecido a lo que hacían allí en el pantano.

Ya cuando se conocían más, de vista, se habían hablado pero siempre de tonterías relacionadas con el mercado o algo por el estilo. Era el tipo de conversación insulsa que siempre tenía la gente pero servía para romper el hielo. Eso sí, las incipientes conversaciones eran siempre interrumpidas por algún miembro de la familia, casi siempre una mujer, que gritaba algo que nadie nunca entendía y la halaba a ella a su casa y a él hacia el carro en el que traían los animales.

Pero con el tiempo encontraron la forma para verse a escondidas, por apenas algunos minutos, para darse regalos. Hubo un alto intercambio de cartas y fue así que se enamoraron. No hubo besos ni abrazos ni tacto de ningún tipo. Tampoco se habían conocido sus costumbres ni gustos. El amor había nacido únicamente porque cada uno había reconocido en el otro algo que no había en los demás y era un interés en algo diferente a los asuntos de siempre para la gente del pantano.

Carta vino y carta fue y así creció el amor hasta que las familias se enteraron y entonces siempre había alguien junto a ellos, listo para prevenir un encuentro de la pareja. No hubo más cartas sino apenas un cruce de miradas en días afortunados. Así fue durante un tiempo hasta que, por un descuido de uno de los cuidadores, ella pudo pasarle a él una carta que lo invitaba a escaparse, a través del pantano. Él aceptó y ahora estaban los dos en aquella canoa, flotando a la deriva.

Ya no hablaban de nada, solo se sostenían de la mano y miraban el cielo, las formas de las nubes y, cada uno por su lado, imaginaba una vida que jamás tendrían.

La verdad, la que ellos no sabían, era que ambos eran tan simples como todos los demás. Estaban tan contaminados con las costumbres y las tradiciones de sus familias, que no había manera de vivir una vida independiente de ellos. Además, el amor que decían sentir no era real, era apenas un cariño que había crecido al ver la posibilidad de una vida distinta, fuera de sus casas.

Más tarde ese día, se arrepintieron de su escape y volvieron a sus casas. Solo se volvieron a ver una vez, en la que se miraron pero ya no reconocían al otro, ya no era importante. Tan solo les quedaba el recuerdo del pantano, el lugar donde podrían haber sido pero simplemente no fueron.