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lunes, 2 de julio de 2018

Mundialista


   De pronto, un gruñido pareció salir de la mismísima tierra, como si algo oculto en las profundidades del planeta se hubiese despertado. Por supuesto, eso no era posible pero era la sensación que semejante sonido causó en quienes no habían estado poniendo mucha atención a los hechos del día. Aquellas personas que no tuviesen un televisor en frente seguramente habían sentido el estruendo colectivo que se expandió como una ola por el aire y la tierra, alcanzando a todos, al menos en las ciudades.

 Sin embargo, había algunas personas mucho más interesadas en la causa del sonido que las demás. En una oficina alejada, Mario miraba la pantalla de su computador que expectativa. Lo que veía era algo muy simple: un partido de fútbol, el deporte más popular en el planeta. Y eso no era algo que se pudiese debatir, era simplemente un hecho. Y por eso todo el país se había detenido durante un instante para ver que pasaba en un estadio en un país lejano, tan lejano que la diferencia horaria alcanzaba los dos dígitos.

 Mario veía el partido pero más que nada buscaba, entre tantas figuras corriendo de un lado a otro,  a una en especial. Miraba con cuidado los números de los jugadores y no descansó hasta por fin encontrar el que estaba buscando. Era el catorce, que resaltaba por su color rojo sobre un fondo negro. Arriba del número, en letras pequeñas, estaba escrito el apellido del jugador. En este caso era Martínez. Mario sonrió y se alegró de haber podido terminar la reunión en la que había estado antes de lo programado.

 No podía haber dicho que quería ver a su amante en la televisión. Primero, porque nadie sabía que a él le gustaran los hombres. Segundo, porque sería un poco increíble alardear por ahí que se está en una relación, cualquiera que sea, con alguien famoso. Y tercero, y tal vez más importante, el jugador número catorce estaba muy públicamente casado con una mujer y tenía dos hijos pequeños. En todas las revistas aparecía con ellos, feliz, con una sonrisa que alcanzaba a ocultar su verdad.

 Por eso Mario no podía forzar la reunión de ninguna manera obvia. Solo tenía que recurrir a los hechos que, afortunadamente, estaban a su favor. La reunión había sido convocada para verificar la cantidad de materiales que tenían y  resultaba apropiado que el cargamento que habían pedido justo había llegado al puerto a primera hora del día. Por eso la reunión solo trató temas más sencillos y pudo terminar mucho más rápido de lo planeado. Mario casi corre a su oficina para ver el final del partido, que afortunadamente el equipo nacional estaba ganando con dos goles a favor y ninguno en contra.

 Cuando dieron el silbatazo final, Mario pudo respirar y casi al mismo tiempo suspirar por el número catorce, que fue el primero en ser entrevistado por la cadena nacional que transmitía el partido. Estaba claramente cansado, sudando bastante y con la mirada algo perdida. Mario trataba de reconocer en él algo que hubiese visto antes, pero la verdad era que hasta ese día había evitado a toda costa ver los partidos en los que su amante participaba. Es más, jamás lo había visto jugar en ninguno de los equipos en los que había estado.

 Para Martínez eso siempre había sido algo gracioso pero en parte le había parecido atractivo acerca de Mario. Se habían conocido en una fiesta privada, de la cual habían salido juntos a una casa mucho más privada donde habían tenido una noche de sexo casual. Para Mario, eso había sido algo pasajero e increíble, algo que podría contar en el futuro a sus amigos o para alardear con ciertas personas. Cosas irreales.

 Sin embargo, durmió toda la noche con Martínez y al otro día se despertó mirando al jugador de futbol que seguía profundo. Solo lo observó un rato, hasta el momento en el que le pareció escuchar gente en alguna parte, cerca, y decidió que no podía arriesgarse. Se vistió de manera apresurada y salió como pudo de la enorme casa, corriendo por el jardín y luego saltando una cerca por su parte más baja. Le dio miedo que lo vinieran a detener algunos agentes de seguridad privada, pero eso no pasó.

 Pasaron semanas hasta que Martínez lo contactó por correo electrónico. Al comienzo tomó el mensaje como una broma, puesto que no tenía ningún sentido que una persona famosa enviara correos así como así, a cualquier persona, sin importar lo que había pasado antes. Mario borró el mensaje y decidió no ponerle atención. Llegaron algunos correos más pero los siguió borrando, cansándose de los bromistas que parecían no tener nada mejor que hacer que elaborar mensajes falsos.

 Fue cuando el futbolista apareció en su edificio un día que se dio cuenta que todo lo que había pasado hacía tantos días, todavía significaba algo. No solo para él sino también para el catorce, que había llegado con un guardaespaldas, convenciendo al portero que lo que venía a hablar con Mario era un tema de negocios muy importante y por eso la privacidad era lo primordial. Para sorpresa de todos, el vigilante cumplió su palabra de no decir nada, a cambio de un par de mercancía relacionada con la selección nacional, autografiada por el futbolista. Todo enviado a la casa del vigilante, casi al instante y con algunas sorpresas más por si eran necesarias.

 Esa vez, Martínez y Mario hablaron por largo rato. El futbolista le confesaba al otro que no había dejado de pensar en él desde esa noche de la fiesta y que se había sentido muy mal por no haber pensado en él cuando lo había llevado a la casa. No había calculado la cantidad de alcohol que había consumido y eso había causado que no se despertara a tiempo para poder ayudarlo a salir de la casa sin ser visto. Eso lo hacía sentir mal y se le notaba por su postura y su lenguaje físico, que hablaba mucho.

 Mario le dijo que no había problema pero la verdad pensaba en cual sería la mejor manera de cortar todo el asunto de una vez. Sí, había sido emocionante y muy placentero lo que había ocurrido, eso no se podía negar. Pero tampoco se podía negar el hecho de que, cada vez que hablaban de él en la televisión, siempre aparecían fotos de su mujer y sus hijos o incluso todos ellos aparecían como tal a su lado, como una gran familia feliz que nunca se aparta el uno del otro. Y para Mario eso era mucho más que incomodo.

 No solo era que no quería destruir una bonita unión familiar pero era más que todo el hecho de que no quería ser él el que causara semejante noticia a nivel nacional. Además, estaba el hecho de que él no había salido del closet ante todo el mundo, solo ante sus padres y algunos amigos, y la verdad no le sonaba muy buena la idea de que todo el país supiese que era homosexual y que, además, supieran que había sido la persona que había destruido una de las relaciones más celebradas por la gente.

 Sin embargo, y como siempre suele pasar, Martínez convenció a Mario para que pudieran seguir adelante con su relación. Aclaró que no era solo sobre el sexo, sino que también le interesaba poder llegar a conocer mucho mejor a Mario y poder hablar de él de cosas varias y compartir un poco de sus vidas, eventualmente. Mario sabía que eso no tenía ningún sentido, que no había ningún futuro en una relación que tenía que ser a escondidas. Pero se dio cuenta de su hipocresía, al no estar cómodo con ser abiertamente homosexual.

 Por eso le dijo a Martínez que sí, por eso tuvieron relaciones sexuales esa tarde y por eso hablaron por internet por mucho rato, a lo largo de todo el tiempo que Martínez tuvo para entrenar y prepararse para el evento más importante de toda su carrera como futbolista. Mario fue parte de todo eso.

 Por eso vio ese primer partido con alegría. Una alegría que le hizo doler el pecho porque sabía que no sería algo permanente. No se trataba de saber si las cosas iban o no a funcionar, sino de cuando dejarían de hacerlo y como sería ese final, para los dos. No podía terminar bien pero de resto, nada se sabía.

domingo, 25 de enero de 2015

Soñar cuesta mucho

   Lo más posible es que no haya manera de sentirse verdaderamente tranquilo en ningún lado, por completo. La vida jamás será una experiencia completa si lo que se busca es realizarse a través de sueños ajenos y no se persiguen los propios, por peligrosos, ridículos o insignificantes que sean. Y la verdad es que sí existen sueños tontos pero jamás para quien los sueña y, al fin al cabo, esa es la opinión más importante.

 Hay sueños grandes, difíciles de realizar y hay quienes adoran tener estos y toman como una aventura o un reto, el hecho de confrontar este tipo de duelo con el destino. Claro que el destino, como tal, es apenas una sombra o un humo sin cuerpo que flota siempre por delante nuestro. Su principal característica es ser siempre cambiante y, seguido, el resultado de nuestras elecciones conscientes. Está claro que hay factores externos que no se pueden prever pero todo se ajusta rápidamente en relación al ser humano.

 En todo caso, los sueños están para ser perseguidos. Se quiere ser astronauta o un músico o cantante famoso? Pues no hay más opción sino intentar. Como? Trazando el camino y yendo paso por paso. No todo el mundo tiene que hacer todos los pasos y hay veces que hay que repetir algunos o pasar por otros que nunca habían sido contemplados. En ese momento entra el factor llamado "paciencia". La gente seguido piensa que se trata todo de perseverancia pero eso no es verdad. Los ejemplos abundan para dejar en claro que no es necesario matarse en el trabajo sino hacerlo y esperar a ver que pasa.

 Esta ultima declaración puede ser un tanto molesta para algunos, más que todo para quienes hacen esos esfuerzos sobrehumanos para lograr algún tipo de ascenso o de consideración. Aunque sí es verdad que un esfuerzo especial es apreciado, la constancia siempre es más apreciada, sobretodo si se relaciona con paciencia y organización. Las personas solo premian el esfuerzo cuando el premio no vale tanto la pena y se trata de "contentar" a alguien por un tiempo hasta que olvide el esfuerzo que hizo. La clave: combinar cualidades, sean las que sean que tenga la persona (tu o usted).

 Todo el mundo tiene cualidades. Es decir, todo el mundo es bueno en algo pero no todo el mundo es bueno en algo que paga o vale la pena. Por ejemplo muchos narcotraficantes son muy buenos en lo que hacen pero esa no es una cualidad bien vista por la sociedad en general. Pero no se puede discutir que estos hombres y mujeres, y muchos otros en otras circunstancias, tienen cualidades así estas no sean de la clase que todo quisiéramos tener.

 El caso es saber para que se es bueno. Pintando, escribiendo, bailando, haciendo cálculos, organizando, limpiando, comiendo,… En fin, tantas cualidades que puede haber. Por eso es importante conocerse a si mismo, tarea que puede tomar muchos años o solo algunos meses, dependiendo de la complejidad de cada persona.

 Es innegable que hay cantidad de maneras de ser y de ver la vida. Por lo tanto, hay gente más simple que otra y eso no tiene nada de malo, es simplemente como son las cosas. Ser simple tiene muchas ventajas y una que otra desventaja: es una vida más alegre y menos preocupante aunque siempre poco trascendental. Una persona simple podrá sonreír con facilidad durante toda su vida. Una persona compleja, solo lo hará en determinadas ocasiones.

 Y esto que tiene que ver con los sueños, se preguntarán ustedes? Pues fácil: gente simple, sueños simples. Esa suele ser la regla aunque, claramente, siempre hay excepciones. La gente simple tiene sueños que son fáciles de realizar y que están a su alcance. De hecho, ahí recae la inteligencia de los personas sencillas: saben que deben plantearse retos que sean capaces de afrontar y no ponerse frente a cosas que saben que simplemente nunca van a lograr.

 La gente más compleja tiene sueños que, en muchas circunstancias, jamás serán realmente cumplidos. Por ejemplo, son ideas tan vagas y poco exactas que su realización no es tan factible como plantearse jugar futbol un buen día de sol en un parque. Una persona compleja se plantea retos que, en si mismos, contienen otros retos y pruebas difíciles lo que hace que el tiempo sea un factor de gran importancia para estas personas.

 Aunque siendo honestos, el tiempo es siempre importante, para todos. Al fin y al cabo somos seres humanos y eso quiere decir que tenemos una vida que tiene un final. Todos los sueños que tengamos toman y, a la vez, no toman en cuenta, el hecho de que todos tendremos que morir alguna vez. Otra cosa difícil es cuando queremos ser inmortales, imprimiendo nuestro ser en objetos o sueños corpóreos. Esto es realizable pero requiere tiempo, paciencia, y esfuerzo, todo al mismo tiempo. Y aún con todo eso, puede que no se realice. Vivimos en un mundo que se alimenta del pasado pero no de los pequeños elementos sino de los grandes e importantes.

 Ahora bien, antes hablábamos de sueños importante y sueños poco importantes. Por ejemplo, ir a comer a un restaurante de renombre puede ser un sueño. Es importante? Muy probablemente, no lo sea. Ya que las probabilidades de que algo así cambie una vida son bastante pocas. Pero poder realizar una línea de productos para el cabello y venderlos en tiendas, eso es un sueño importante, grande, porque involucra a más de una persona y porque tiene consecuencias serias sobre la persona que trata de lograr que ese sueño se convierta en realidad.

 Eso sí, repetimos, la importancia de cada sueño solo puede ser determinada seriamente por la persona que lo quiere realizar. Lo que los demás piensen es interesante pero de ninguna manera importante a la hora de realizar un sueño. Eso a menos que la persona en cuestión sea fácilmente sugestionada por los demás. En ese caso los sueños a realizar siempre serán los de otros y la persona vivirá una vida vacía.

 De hecho, y debemos confrontar esta realidad, la gran mayoría de los millones que vivimos en el mundo nunca veremos realizados nuestros grandes sueños. Porque? Por una pequeña palabra llamada “prioridades”. Digamos que nuestro gran sueño sea ser un arquitecto renombrado. Pero si además de realizar ese sueño tenemos que cuidar a nuestros hijos, a nuestros padres, cuidarnos de los demás, poner comida en la mesa, divertirnos, disfrutar y en fin, es muy probable que el tiempo no alcance para ser quienes siempre hemos querido ser.

 Y con esto entramos en el último punto y, ciertamente, el más importante. Los sueños están para ser realizados o para ser soñados, para tener metas? Es una gran duda del ser humano. Porque? Pues bien, porque no somos seres que vivan para siempre y al tener una vida finita, sabemos que hay cosas que jamás podremos realizar o ver realizadas. El hombre siempre ha querido explorar el espacio pero cuantos de nosotros veremos al hombre en Marte? Pocos de los que vivimos hoy, probablemente.

El problema es que hoy en día los sueños han sido idealizados. Son casi como un producto a la venta, como el software que uno compra para editar fotografías. Tiene el software pero eso no quiere decir que sepas como editar las fotografías. Eso se aprende por aparte, sea por uno mismo o de alguien más. Lo mismo sucede hoy en día con los sueños: cogemos los sueños que nos venden y tratamos de realizarlos para nosotros.

 Quiero ser esbelto, tener buen culo, tetas, pene y abdomen. Ese es un sueño que se le vende a todo el mundo hoy en día y muchos lo compran. Es su sueño propio? Muchos dirán que sí. Porque? Porque el ser humano se apena de su propia estupidez. Todos sabemos cuando estamos siendo ridículos o cuando estamos haciendo algo mal. Lo sentimos lo percibimos pero eso no quiere decir que nos detengamos. Acaso cuantos dejan de ir al gimnasio porque se dan cuenta de que eso simplemente no es lo que quieren para si mismos?


 El problema con los sueños es que los contaminamos con las mentiras que nos rodean y, peor, con las que nos decimos a nosotros mismos. Hoy en día todo es tan fácil y tan rápido que ya no nos molestamos en pensar. Los sueños se han prostituido pero podemos todavía anhelar, querer. Podemos desear todavía desde lo más profundo de nuestros corazones, aprendiendo a hablar con nosotros mismos. Hoy en día le reclamamos al mundo pero nos odiamos a nosotros mismos al crear ese mundo. La solución es sencilla. Al fin y al cabo, soñar cuesta pero no mucho.

domingo, 11 de enero de 2015

Vida de pantano

    Nunca había sido el sitio más común para un encuentro de este tipo. De hecho, para ningún tipo de encuentro que no involucrara al reino animal o vegetal. Sin embargo, allí estaban ellos dos, subidos en una canoa pequeña que flotaba a la deriva. Estaban tomados de las manos, con suavidad, y miraban a los ojos del otro como si no hubiera más en el mundo sino ellos. Era el amor, sin duda. Y también el tiempo, que siempre marcha hacia adelante, sin pensar en nadie.

Así estuvieron mucho tiempo, pensando en mil formas de expresar en palabras lo que sentían pero siendo incapaces de hacer algo más que sostener las manos del otro y mirar dentro de sus ojos, que parecían tener un lenguaje más fluido que el de su mente, que parecía estar adormilada o simplemente muy respetuosa del acontecimiento.

Aquí y allá había destellos de vida, en el inmenso pantano que hoy cubría un área enorme. Era un lugar tan grande, que muchas personas, la mayoría de hecho, se abstenía de entrar allí. No querían entrar en contacto con las peligrosas criaturas que residían en las aguas turbias de la enorme ciénaga y la verdad era que de allí poco se podía sacar para consumir. Peces había en otros lados, más grandes y de mejor sabor, y la madera húmeda de esos incipientes bosques no era la mejor para construir lo que necesitaban.

Sin embargo, había gente que entraba a propósito, como la pareja que ahora se encontraba plenamente a la luz del día pero eso no les importaba. Habían dejado de ocultarse, de escapar de todo, habían dejado de olvidar, algo que era casi un deporte en sus comunidades. No, ellos estaban felices de poderse mirar a la cara bajo la luz del sol. Y cuando ocurrió allí, pareció darles el impulso para inclinarse hacia delante y darse un beso suave, como si temieran que hacer algo más pudiera romper el momento.

Cerca de allí no había más nadie, a menos que se contara como presencia humana la de asesinos de sangre fría que estaban, con mucho cuidado, lanzando cuerpo al agua. Les abrían el estomago y los lanzaba allí al agua. Si no se los comían los caimanes de la zona, el agua turbia ayudaría a ocultar los cuerpos lo suficiente. Los asesinos no eran de los pueblos cercanos sino de lugares más lejanos pero venían hasta allí porque parecía ser el lugar ideal para muchas cosas, entre esas para deshacerse de cadáveres.

Pero de eso nunca se enteró la pareja que ahora se habían acostado en la canoa, uno al lado del otro, y se hablaban suavemente. No comentaban nada relacionado con sus familias ni con los problemas que tenía cada pueblo. Solo recordaban el pasado o planeaban el futuro. No les importaba si lo que hablaban se realizaba alguna vez, era lo de menos. Les hacía bien, después de tanto tiempo, poder tomarse de las manos y apreciar su mundo privado mientras imaginaban como sería vivir juntos o recordando esa memorable ocasión en la que un caimán pareció escuchar toda una de sus discusiones.

Siendo una pareja común y corriente, porque ellos eran no eran especiales de ninguna manera y eso lo sabían, no era extraño que de vez en cuando discutieran. Eso sí, si alguien escuchara todas las discusiones, tendría que ser alguien muy comprensivo ya que se veían cada tanto tiempo que siempre discutían por cosas que habían pasado hace mucho, cosas que ya no tenían la menor importancia. Pero era como si eso los hiciera sentir vivos y lo preferían así.

En sus hogares, su familias los buscaban pero, como siempre, por las razones incorrectas. Uno pensaría que estarían profundamente preocupados por su bienestar físico, habiendo sido tal vez asesinados o habiendo cometido un doloroso suicidio.
Pero no. Sus familias solo los querían en frente para reprenderlos, para reforzar en ellos sus costumbres, tradiciones y reglas que ya hacía décadas eran obsoletas. Era como si su trabajo no fuera procurar la felicidad de sus hijos sino la de presionarlos y controlar cada uno de sus movimientos.

En cierta medida y por una gran fracción de la vida de los chicos, tanto de uno como de la otra, los padres habían controlado todo. Ambos habían sido tratados como realeza, cosa que estaban muy lejos de ser. Esto no era Romeo y Julieta, por muchos parecidos que los vecinos trazaran entre esos y estos. Las dos familias no se odiaban, más bien se ignoraban mutuamente ya que eran ambas de gente pobre. En este caso no había grandes palacios ni la más bella ropa de la región. Eran casuchas tristes y harapos francamente horribles. Viviendas en la mitad de tierreros dejados a un lado por dioses y hombres, nada por lo que nadie pensaría batirse a duelo.

Y sin embargo, tanto la familia del chico como la de la chica, creían por alguna razón que eran de alta alcurnia o que merecían más de lo que recibían. Algo que tenían en común era que ninguna de las dos familias cedía un solo centímetro ante las generaciones más jóvenes: la abuela callaba a la madre, la madre a la hija y la hija a sus hermanas menores. Y estas últimas aprendían con celeridad esta tradición familiar.

Los hombres solían ser menos inteligentes y más salvajes. Esto no era algo que afectara a dichas familias sino al conjunto del genero masculino que vivía en los alrededores del pantano. Eran tercos, torpes e irremediablemente cortos de cerebro. No era una sorpresa que fueran sociedades matriarcales, donde la mujer del hogar se imponía sobre los demás y no había quien le respondiera o se negara a sus órdenes.
No por nada el crimen más grave que alguien podía cometer en esas comunidades era el asesinato de una mujer o, lo que era peor, su violación. Esos crímenes tenían como resultado un antiguo ritual, casi tribal, en el que el perpetrador era sacrificado al pantano de la manera más horrible posible.

Y así, en una sociedad brutal e implacable, existían dos personas que simplemente se amaban. No era algo que hubieses sucedido de la noche a la mañana sino durante un tiempo, durante el cual él fue al pueblo de ella para comerciar algunos animales con su padre. Desde que vieron hubo un interés pero no hablaron en los primeros meses. Lo máximo era mirarse fijamente y sonreír, muy parecido a lo que hacían allí en el pantano.

Ya cuando se conocían más, de vista, se habían hablado pero siempre de tonterías relacionadas con el mercado o algo por el estilo. Era el tipo de conversación insulsa que siempre tenía la gente pero servía para romper el hielo. Eso sí, las incipientes conversaciones eran siempre interrumpidas por algún miembro de la familia, casi siempre una mujer, que gritaba algo que nadie nunca entendía y la halaba a ella a su casa y a él hacia el carro en el que traían los animales.

Pero con el tiempo encontraron la forma para verse a escondidas, por apenas algunos minutos, para darse regalos. Hubo un alto intercambio de cartas y fue así que se enamoraron. No hubo besos ni abrazos ni tacto de ningún tipo. Tampoco se habían conocido sus costumbres ni gustos. El amor había nacido únicamente porque cada uno había reconocido en el otro algo que no había en los demás y era un interés en algo diferente a los asuntos de siempre para la gente del pantano.

Carta vino y carta fue y así creció el amor hasta que las familias se enteraron y entonces siempre había alguien junto a ellos, listo para prevenir un encuentro de la pareja. No hubo más cartas sino apenas un cruce de miradas en días afortunados. Así fue durante un tiempo hasta que, por un descuido de uno de los cuidadores, ella pudo pasarle a él una carta que lo invitaba a escaparse, a través del pantano. Él aceptó y ahora estaban los dos en aquella canoa, flotando a la deriva.

Ya no hablaban de nada, solo se sostenían de la mano y miraban el cielo, las formas de las nubes y, cada uno por su lado, imaginaba una vida que jamás tendrían.

La verdad, la que ellos no sabían, era que ambos eran tan simples como todos los demás. Estaban tan contaminados con las costumbres y las tradiciones de sus familias, que no había manera de vivir una vida independiente de ellos. Además, el amor que decían sentir no era real, era apenas un cariño que había crecido al ver la posibilidad de una vida distinta, fuera de sus casas.

Más tarde ese día, se arrepintieron de su escape y volvieron a sus casas. Solo se volvieron a ver una vez, en la que se miraron pero ya no reconocían al otro, ya no era importante. Tan solo les quedaba el recuerdo del pantano, el lugar donde podrían haber sido pero simplemente no fueron.