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martes, 13 de enero de 2015

El puente de Mitor

   En el pueblo de Mitor, todo el mundo comía pescado. Era la carne más preciada, más vendida y, por lo tanto, más cara. Los pescadores eran casi adorados, porque pocos se atrevían a navegar mares tan poco predecibles como los que existían cerca de la ciudad. Tanto era el aprecio por ellos y por su producto, que la gente del pueblo había decidido construir un puente que comunicaría la costa con el pueblo, salvando el paso sobre una cañada ganando así veinte minutos de viaje entre el mar y la gente.

El puente tenía un solo arco, bastante amplio sobre el riachuelo que había abajo. Lo habían hecho así porque, en temporada de lluvias, el agua que bajaba de la montaña podría aumentar con violencia y no querían que la llegada de pescado se viera afectada. Se aseguraron de hacer la mejor obra de ingeniería y así fue. Foráneos envidiaban esta gran obra, y admiraban la organización que había requerido de parte de todos los ciudadanos de Mitor.

Desde entonces, el pescado llegó más rápido y, cuando se amplió el puerto y los astilleros, empezaron a llegar nuevos tipos de peces y otras criaturas marinas, que incluso se adquirían a través del comercio, algo impensable años atrás. Era una época de prosperidad para el pequeño poblado y esto se vio reflejado en todas partes. La gente empezó a ser más sana y la ciudad se renovó. Todo iba bien.

Esto hasta que una noche, ocurrió un evento que cambiaría todo. Resulta que una carreta grande, de esas que podían cargar varios kilos de pescado, se desplomó en la mitad del puente de la cañada. Esto ocurría aunque no con frecuencia. El procedimiento era sencillo: el pescador mandaba un mensajero para que vinieran rápidamente con otra carreta que pudiera llevar la carga a la ciudad con celeridad, antes de que se afectara la calidad del producto.

En aquella ocasión, se hizo exactamente igual. Mientras el pescador esperaba por la carreta, se acercó al borde del puente y miró las cascadas que formaba la cañada, descendiendo hacia el mar. Era sorprendente como el pescador conocía tan bien el mar pero de otros cuerpos de agua no sabía nada. De pronto se dio vuelta y se dio cuenta de algo: el montón de pescado era menos grande. Estaba seguro de ello. Miró para un lado y otro de la carretera pero allí no había gatos ni perros. Ningún tipo de animal que se hubiera llevado la carga. Y no había ni un alma cerca.

El pescador se apoyó en la baranda del puente y respiró hondo. Seguro era un error suyo causado por las largas horas de trabajo. La última expedición había tomado más de lo previsto pero había valido la pena. Se relajó un poco pero la dicha no duró mucho: oyó algo tras él y al darse la vuelta vio que solo quedaban unos pocos peces en el suelo. Pidió ayuda gritando y por fin alguien vino en su ayuda y así se propagó la noticia de los sucedido.

A decir verdad, casi nadie le creyó al comienzo. Creían que el hombre se había vuelto loco o trataba de excusar un robo deliberado a través de una historia bastante increíble. Pero eso terminó cuando más eventos iguales tuvieron lugar, siempre cuando el puente estaba solo y únicamente una carreta cruzaba por encima. La gente empezó a temerle al lugar y se propuso tumbarlo pero todos sabían que eso no era posible. Así que determinaron que las carretas solo podrían cruzar de a dos, o más, al mismo tiempo.

Y así se hizo. Pasaron los años, una y otra generación, cambiando de la carreta a los camiones, pero nunca cambiaron sus creencias. Los camiones grandes conectaban al pueblo por una autopista nueva pero los pequeños evitaban el peaje que les habían impuesto a través del puente viejo que solo tenía una regla: cruzar en pares. Visitantes y nuevos habitantes encontraban la tradición una tontería pero les parecía curiosa y ayudaron a que permaneciera.

Lo curioso era que incluso los camiones, bien cerrados y refrigerados, perdían algo de su carga cuando pasaban por el puente. No sucedía siempre pero si lo suficiente para que el mito perdurara. Se habían inventado varios cuentos a raíz de lo sucedido pero nadie sabía si alguno era real, si alguno de verdad retrataba lo que allí sucedía.

El turismo creció, en buena parte gracias al mito del puente y los pescadores. Se organizaban caminatas por la cañada, se vendían camisetas y recuerdos y planeaban visitas tanto al puente como al puerto y los astilleros. Los habitantes de Mitor aprovecharon el misterio que encerraba su pueblo para ganar dinero y atraer a los incautos. Inclusive cuadrillas de arquitectos e ingenieros visitaron el puente y revisaron cada metro pero no encontraron nada fuera de lo común, salvo que se encontraba en un estado excepcional para tener cien años de construido.

Lo que más fascinaba a los visitantes, era que durante los paseos o las caminatas, uno que otro aseguraba que había perdido algo o había visto a la criatura que lo robaba todo. Obviamente, la gran mayoría de avistamientos y sucesos eran mentira. Muchos solo querían tener la atención de otros sobre ellos e inventaban tonterías para ello. Pero, no se podía negar, había ciertos sucesos casi imposibles de explicar: la pérdida de algún objeto personal, muchas veces de comida, mientras veían sobre la baranda del puente.

Nadie investigaba ninguna de esas pérdidas. Se les atribuía a lo distraída que  era la gente con sus objetos personales. Algunas veces, si el robado insistía, se hacía una demanda pero eso nunca había servido más que para perder el tiempo o distraer al departamento de policía del lugar, que tenía un existencia más bien calmada.

Entonces, un buen día, llegó un joven historiador al pueblo. Él no estaba interesado en los cuentos que se decían sobre el puente y el pescado perdido. Él venía a catalogar, para la oficina de patrimonio cultural, varios de los edificios de la región. Era de resaltar, que Mitor tenía una de las iglesias más antiguas del país, de unos ochocientos años de antigüedad y otro par de edificios del mismo periodo.

Al comienzo el chico no se interesó en lo absoluto en la historia del puente, a pesar de que quienes lo ayudaban en su tarea insistían en que debía visitar el lugar ya que, así no le interesara la historia, el puente tenía una historia y arquitectura tan bella que ciertamente podría ser otro elemento del patrimonio de la nación. El chico aceptó ir pero solo cuando todo lo demás fuese clasificado. Así, pasaron dos semanas más en que el tipo solo trabajó en los antiguos edificios, fascinado por todo.

No estaba así cuando, por fin, tuvo que visitar el puente. Un miembro de la alcaldía local y un pescador veterano lo guiaron por el lugar, contándole la historia completa, los mitos, los cuentos, los rumores y todo lo que se debía saber. El joven estuvo ciertamente fascinado por la arquitectura de la estructura e, ignorando el mito, pidió conocer la parte inferior del puente.

Allí abajo estuvo un rato con los dos hombres un buen rato hasta que estos dos se aburrieron, ya que el joven solo estaba interesado en los detalles magníficos del puente. Le dijeron que enviarían a alguien para acompañarlo pero él no escuchó. Mientras estuvo solo vio que había mosaicos en las bases del puente y hubiera querido ver el otro lado también pero se conformó con quedarse allí, fascinado.

De pronto, sintió frío y un extraño viento revoloteó su pelo. Entonces perdió fuerza en sus piernas y cayó arrodillado al polvoso suelo. Se sintió enfermo, como si de repente una horrible enfermedad hubiera penetrado su cuerpo y este no hubiera estado listo para enfrentar algo de ese estilo. Con la poca energía que tenía, tratóo de mover leste no hubiera estado listo para enfrentar algo de ese estilo. Con la poca energque el joven solo estaba interesadoó de mover las piernas pero no quisieron responder. Se sintió mareado pero trató de respirar lentamente y no perder el sentido de la realidad.

Entonces sucedió algo que él sabía que era real pero que no podía haberlo sido, no tenía sentido alguno. De todas partes empezaron a salir animales: lobos, gatos monteses, osos y también otros menos peligrosos como castores, todo tipo de aves y otros mamíferos. Todos parecían verlo pero lo extraño del caso es que lo miraban con ojos brillantes de color azul, o eso veía él al menos. Después de un rato ya no vio nada.

Se despertó de golpe, horas después, en el hospital de Mitor. Dijeron que había sufrido un colapso nervioso y se había golpeado fuertemente contra el duro suelo bajo el puente. Él contó su historia pero esta vez, nadie le creyó. No era como las otras historias respecto del puente. De hecho, esta ni siquiera era una historia como tal sino una escena y una bastante extraña. El chico no volvió a repetirla y decidió irse lo más pronto posible.

Sin embargo, algunos escucharon su relato y así otra historia más se adhirió al mito del puente de Mitor, el puente que había unido a una comunidad con su bien más preciado. Pero que también había dañado irremediablemente el viejo ecosistema de la zona, que había tenido que adaptarse a las nuevas circunstancias, como pasó luego con la autopista.

Sea como fuere, el puente siguió siendo un atractivo único ya que la gente que iba sabía que no iba a ver nada pero de todas maneras aún iba. Era una especie de fe que los impulsaba y los hacía creer que la magia era posible.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Las líneas de la mano

Se habían rehusado varias veces pero la mujer se veía tan frágil que no quisieron negarse más. Se sentaron los tres en una banca del parque. Allí, la mujer tomó la mano de Alicia y empezó a tocar con las yemas de los dedos la palma de su mano izquierda. La mujer fruncía el ceño y cerraba los ojos como si quisiera entrar en algún tipo de trance.

Alicia y Jorge se miraron el uno al otro. Ninguno de los dos creían mucho en la suerte, la quiromancia o nada por el estilo. Se miraron con complicidad y una sonrisa pícara.

 - Hay mucho, mucho en tu futuro.
 - En serio?

Entonces la mujer, con la misma mirada perdida y haciendo una interpretación bastante increíble, empezó a contarle a Alicia que, según lo que veía, se convertiría pronto en una joven exitosa, ganando mucho dinero. Le dijo que sería reconocido por mucha gente, tanto en su país como por fuera de él. Le dijo que su hogar sería una casa enorme, moderna, con todas las comodidades existentes.

Alicia, por supuesto, preguntó por el amor. Y la mujer le dijo que se casaría con un hombre igual de exitoso e inteligente pero que esto pasaría cuando fuera más madura y hubiera cosechado varias victorias en su vida profesional.

Jorge le sonrió a Alicia y le dijo que todo sonaba genial y que no podía esperar a conocer esa enorme casa que ella tendría. Pero entonces la mujer lo miró detenidamente, sin decir nada. Al cabo de un minuto de no parpadear, abrió la boca:

 - Porque dices eso?

El chico le explicó, aunque no creía que hubiese necesidad, que él era novio de Alicia desde hacía más de una año. La mujer lo miró como si hubiera dicho la tontería más grande que se le hubiera ocurrido.

 - Te leo la tuya?

Jorge dudó un momento, sobre todo por la extraña actitud de la mujer al él presentarse como el novio de Alicia. Pero su novia le sonreía y hacía caras para que aceptara la lectura de mano y eso fue lo que hizo. De nuevo la mujer entró en un trance, que está vez le resultó a Jorge más molesto que gracioso, y al cabo de algunos minutos lo miró con una cara propia de un funeral.

 - Mi niño, que pobre eres. Pobrecito niño.

Los novios se miraron y ya no estaban contentos ni divertidos sino asustados y cansados. Jorge retiró la mano y se puso de pie, igual que Alicia.

La joven sacó un billete de su bolso y se lo dio a la mujer, que parecía no poder moverse o no querer. Ellos se tomaron de la mano y se alejaron del lugar. Sin embargo, cuando estuvieron unos pasos más lejos, la mujer empezó a gritar como loca, atrayendo toda la atención de los transeúntes a si misma.

- Pobre, pobre de él! Dios mío, ayúdalo! Pobre alma, pobre!

La pareja apresuró el paso y pronto estuvieron a varias calles del parque. Alicia miraba de reojo a Jorge que parecía molesto, aunque ello no sabía si era por lo que la mujer había dicho acerca del futuro de la chica o si era por lo que había gritado después de leer la mano de su novio.

Pero Alicia no dijo nada, sabía que era mejor no presionar a Jorge, si sentía molesto o indispuesto.

Tras veinte minutos de caminata, Jorge haló a Alicia hacia un local de jugos y postres. Se sentaron en una mesa y la mesera les indicó que todo lo disponible estaba anotado en un enorme tablero en una de las paredes del local. Como no era grande, cualquiera que entrara podía ver fácilmente el menú.

 - Crees lo que dijo?

Jorge parecía preocupado, casi nervioso. Alicia, que estaba mirando la pared, volteó la cara hacia su novio y le sonrió.

 - Es solo una mujer buscando dinero. Tiene que hacer algo de espectáculo para que otros le sigan el  juego. No lo pienses mucho. 

Cuando la mesera volvió, Alicia pidió una ensalada de frutas con helado y Jorge un simple jugo de naranja. Ella trató de alegrarlo diciendo que estaba muerta de hambre y moría por algo de helado y que no le iba a dar nada del de ella. Sonrió pero él no respondió. Su actitud cambió rápidamente.

 - Jorge, no exageres. O es que tu sí le creíste?
 - No. O bueno, no sé.
 - No deberías.

El tono serio y cortante de Alicia funcionó, haciendo que Jorge se diera cuenta que estaba preocupándose por tonterías. Pero todavía estaba lo otro que había dicho, gritado más bien.

La chica que atendía volvió con lo pedido. Entre ambos, compartieron la bebida y lo de comer, y comenzaron una charla que había comenzado antes de que la mujer en el parque los interrumpiera. Habían comenzado a charla sobre la noticia del día: una clínica de abortos clandestinos había sido descubierta y desmantelada recientemente. Pero no habían podido decir nada por culpa de la gitana.

Alicia empezó a decir que le parecía muy bien que hubiera encontrado un lugar tan horrible como ese, donde que lo único que hacían era aprovecharse de chicas jóvenes para hacer quien sabe que porquerías.

Jorge pensaba diferente. Le preguntó a su novia que haría, por ejemplo, si estuviera embarazada producto de una violación o algo por el estilo. Ella le respondió que lo tendría, ya que las violaciones ocurren por culpa de ambos y, muchas veces, más por culpa de la mujer.

El joven dejó de comer al oír a su novia hablar así. Ahora que lo pensaba, era la primera vez en todo su tiempo de novios que hablaban de algo así. De hecho, ni siquiera habían contemplado la idea de ser padres en un futuro. Le parecía que Alicia era muy dura.

Se lo dijo, lo que causó que ella se enojara y le dijera que si él estaba de parte de asesinos de niños y de mujeres que no se habían hecho respetar. El le decía que no, pero que no podía juzgar a nadie por tomar decisiones personales, que a la larga no afectan a nadie más. Alicia le respondió que las muertes de millones de bebés eran problema de todos y que le parecía que tendría que haber más controles para que la gente no usara su cuerpo como se le diera la gana.

En ese momento, Jorge respondió de la peor manera que pudo: se empezó a reír sin control, tosiendo incluso de la risa que le causaban las palabras de su novia. Era más que todo risa nerviosa, ya que no entendía como una mujer joven del siglo XXI podía pensar así.

Ella se enojó bastante y se levantó para irse. Jorge la siguió al andén frente al local y la cogió de un brazo. Ella se soltó con fuerza y le gritó. Le dijo que obviamente él no podía ser el de la visión que la gitana había tenido de su futuro. Era una persona insensible y cruel y no entendía como nunca se había fijado.

Él le reclamó, diciendo que no entendía su manera de pensar. Parecía que le creía más a una bruja en la calle que a él, que había estado en muchos momentos difíciles y alegres de su vida. Jorge le confesó que estaba decepcionado de ella.

Esto hizo que Alicia se enojara más y le gritara a Jorge, diciéndole que era lo peor que le había pasado. Él, enojado también, la cogió del brazo y ella lo volvió a empujar. Pero esta vez, algo más pasó. Jorge se tropezó con el empujón y calle del andén a la calle. Ninguno de los dos había visto que un camión de mudanza venía a toda velocidad. Nadie había visto nada, la rabia los había cegado.

Momentos después, una ambulancia recogió el cuerpo de Jorge y se llevaron a Alicia porque parecía en shock. La ambulancia se fue y solo quedó el camión detenido por la policía y una mancha roja oscura en el pavimento.

La mesera del lugar de jugos y postres estaba asustada, ya que también lo había visto todo. Un oficial se separaba de ella después de interrogarla. Se pegó un susto de miedo cuando una mujer vieja y vestida con harapos de colores, la tocó en el hombro, preguntando que había pasado. Era la gitana del parque, que venía a confirmar lo que ya sabía.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Sobre la montura

Siempre me interesó aprender a montar caballo. No sé porque... Tal vez por la libertad que se siente al estar sobre un animal como ese, o por la amistad extraña que se forja con un ser incapaz de responder verbalmente. En fin...

La equitación es una de esas cosas que dicen que hay que aprender desde niño, como tocar piano o bailar ballet pero yo empecé tarde, en un viaje en el que daban la opción de tomar clases rápidas y vaya si fueron rápidas. Consistían, simplemente, en subirse al animal y halar la rienda con algo de fuerza para no caer y controlar al animal. De resto, era poco lo que decía el instructor, un hombre de bigote espeso que parecía un caballo en que masticaba algo constantemente (nunca supe que era) y su aparente falta de voz.

Después de esas vacaciones, me inscribí en una escuela de verdad y aprendí a cabalgar con propiedad. Lo gracioso, en últimas, era que yo no poseía un caballo ni un lugar para montar pero me tranquilizaba mucho interactuar con los animales y montarlos, fuera a toda velocidad o con calma.

En mi escuela conocí a una campeona mundial. Bueno, campeona junior. Una jovencita de quince años que manejaba cualquier caballo como si todos fueran de su propiedad. Un día la vimos pasar por la pista de obstáculos con agilidad y elegancia. Su pelo casi ni se movía, lo mismo que sus ojos que parecían fijos en un punto lejano, nunca en el obstáculo siguiente.

Todos la felicitamos y nos dio algunos consejos para manejar a los caballos en ciertos momentos, como para saltar una cerca o un muro bajo o para hacer giros cerrados en un campo confinado. Todos los intentamos con el mismo animal y fue increíble ver como cada persona lo hacía tan distinto. Yo pude con el salto pero fracasé con la curva cerrada. Caí como un bulto de papas al suelo y, por suerte, no recibí una patada de Teniente, el caballo.

Mis amigos cercanos, los únicos que tenía, así como mi familia, empezaron a darse cuenta de mi interés por los caballos y todo lo que tenía que ver con la equitación. Empecé a leer al respecto, aprendiendo diferencias entre las diferentes razas y los estilos para montarlos. Supe moderar mis comentarios ya que notaba con facilidad cuando hacían mala cara por alguno de mis datos sueltos referentes al mundo de la equitación.

De hecho, solo había una persona más feliz que yo. Era mi amiga Jackie, que trabajaba en un laboratorio farmacéutico. Ella sabía mucho de muchas cosas y, lo más importante, me conocía más que muchos. Ella sabía de mis problemas personales y por eso estaba tan feliz por mi nuevo interés por la equitación. Para ella era un pasatiempo saludable ya que era ejercicio físico y concentración y además implicaba una relación con otro ser vivo, algo que estaba comprobado podía ayudar a quien tuviera problemas sicológicos.

Jackie fue un par de veces a verme al club de equitación. Tengo que admitir que eso me ponía algo nervioso pero rápidamente pude enfocarme en lo que estaba a la mano que era dirigir a mi caballo por la pista y ganar un par de carreras contra los demás jinetes. Fue una tarde bastante divertida, llena de caídas en el barro y risas tontas. Lo pasé tan bien, que pude considerarlo el único día en que no pensé en los problemas de siempre. Todo fue perfecto.

Por supuesto, no todos los días eran así. Había más días difíciles que días fáciles. Eran más los días en los que luchaba contra mí mismo para levantarme que aquellos en que hacía todo espontáneamente y con una vivacidad que no era propia de mi personalidad.

Recuerdo un día en especial. La noche anterior me había acostado sin pensar en nada en particular pero al despertar lo recordé todo y dolió como si se repitiera, como si lo viviera de nuevo en carne viva. Me pregunté a mi mismo "Porque me pasa esto a mi?". No puedo decir que sea una buena persona pero tampoco soy malo. Solo vivo mi vida lo mejor que puedo y ya. Ni me desvivo por ayudar a nadie ni impido que otros se realicen como seres humanos. Entonces porqué a mi, porqué yo?

Ese día me levanté tarde. La cama muchas veces es un refugio inigualable. Tal como la ducha. No me da vergüenza decir que ese día me demoré veinte minutos debajo del agua caliente. A veces giraba la llave un poco para que saliera hirviendo. Necesitaba sentir mi piel, sentir que todavía estaba allí en carne y hueso, no flotando en alguna dimensión lejana como muchas veces parecía. Me forcé a sentir.

Y eso me ayudó, al menos en parte. Desayuné sin ganas, vi alguna película graciosa para que me contagiara de ánimo pero no ayudó en nada. En la tarde me forcé a salir. Tomé los dos buses que tomaba todos los días para llegar al club de equitación porque sabía que si no iba el dolor y los recuerdos tomarían aún más fuerza y eso no era algo que quisiera.

Mi desempeño fue lamentable. Desde el comienzo fue evidente ya que el caballo que normalmente tenía estaba con el veterinario así que me asignaron otro. El pobre animal estaba asustado desde el primer momento. Nunca supe si era yo o su personalidad pero me costó trabajo incluso sentarme sobre su lomo.

En la pista me fue horrible. El caballo simplemente no respondía y pasado un rato era evidente que el problema no era él. Mi instructor me forzó a bajar para verlo a él con el animal: todo fue perfecto, incluso haciendo una ejecución perfecta en la pista de obstáculos.  Me exigió que hiciera lo mismo y seguramente se arrepiente hasta el día de hoy. Todo iba bien hasta el segundo salto. El caballo se tropezó y cayó con fuerza al piso. Yo salí despedido y terminé golpeando el muro que actuaba de cerco.

Me llevaron a la enfermería de inmediato y, luego, al hospital. Según el doctor, estuve cerca de romperme la columna. Además, sufrí un golpe bastante fuerte en la cabeza, que demandó la toma de puntos, cosa que no dolió tanto como pensé.

Cuando Jackie me visitó en casa a los pocos días, lloré como un desconsolado. Le confesé el porqué de mi desempeño ese día y me reprendió pero también me consoló porque ella más que nadie entendía lo que había pasado. 

Para ser sincero, Jackie era más que una amiga. Había sido mi enfermera en mi peor momento y luego casi como una hermana o una madre. Pero lo mejor es que había sido mi ayuda espiritual y económica. Tras mi colapso, no pude seguir trabajando, lo que no fue difícil ya que nunca pude conseguir nada de siento. Ella me dio dinero para sobrevivir y ahora y siempre se lo agradeceré toda la vida. Incluso me pidió que viviera con ella pero no pude. Después de todo, el matrimonio parecía cercano con su novio y no quería meterme en eso.

Ese día en la pista fue el peor pero mejoré. No puedo decir que lo pasado está en el pasado porque no es así. Está muy presente pero ahora lo puedo enfrentar sin miedo, sin perder el control.

Mientras escribo estas palabras, Jackie se pone su vestido de novia y estoy feliz por haber sido elegido como su hombre de honor. Su novio tiene a su hermana como dama de honor, así que se equilibra. Es un día muy feliz y no puedo dejar de pensar lo mucho que amo a Jackie y a estos caballos. Ah sí, es que el matrimonio es en el club! La llevaré al altar en Teniente, con el que ahora doy clases a niños pequeños. Es mi nuevo trabajo, mi nueva vida.

Estoy contento, bastante contento. No sé si seré feliz de nuevo o si de hecho lo fui alguna vez. Pero tengo una prioridad y es estar tranquilo conmigo mismo. Ya veremos que depara el futuro.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Vuelo 131

Todos abordaron a tiempo, directamente en el hangar en que permanecía la aeronave cuando no estaba siendo utilizada. Piloto y copiloto esperaban al lado de la escalerilla para saludar a los pasajeros.

Primero subió la señora Carmen, la matriarca de la familia Castillo. Después subió su hija Inés con su hijo pequeño Matías, los hijos Alfredo y Carlos, cada uno con su esposa y el nieto mayor Samuel con su novia Elvira.

Cuando los nueve estuvieron a bordo, el piloto subió y el copiloto estuvo a punto de cerrar la puerta pero se dieron cuenta que no estaba con ellos la joven que iba a servir de auxiliar de vuelo. Esperaron unos minutos hasta que la joven llegó y pudieron por fin iniciar el vuelo.

Tenían como código de vuelo el 131, favorito de la familia por razones que ya nadie recordaba. La torre dio permiso y en algunos minutos estuvieron elevándose sobre los extensos campos aledaños al aeropuerto.

La joven azafata se paseó por la cabina preguntando a cada uno lo que deseaban beber. El vuelo tendría una duración de dos horas por lo que la comida sería servida más adelante. Volvió a su puesto en la cocina, ubicada junto a la cabina de mando.

En la cabina principal, la familia discutía los detalles de la fiesta en la que habían estado la noche anterior. Habían despegado temprano vestidos con la misma ropa que llevaban antes porque les resultaba más cómodo de esta manera. Las mujeres, a excepción de la señora Carmen, ya se habían quitado los zapatos.

La auxiliar le trajo a todos jugo de naranja y a Carlos un vaso con whisky. Su madre, su esposa y hasta su hijo empezaron a reñirle sobre beber tan temprano en la mañana pero el decía que era una tradición de hacía mucho tiempo. Su esposa le concedía esto pero le decía que había leído que beber y volar era una mala combinación.

Pasada la primera media hora, la mayoría de los pasajeros se quedaron dormidos. Estaban cansados y para muchos había sido una jornada pesada. Había sido una fiesta en celebración del abuelo, el esposo de Carmen, que había muerto hacía ya diez años. Todos los dueños de compañías y gente poderosa había asistido. El respeto que todavía guardaban por Gabriel, era sorprendente.

Sin embargo, Carmen, que no dormía, sabía que muchos habían ido por simple temor. Sabía bien que muchos habían siempre respetado a su esposo por ser un temerario y alguien que no dudaba en decir lo que pensaba a viva voz. Además era un hombre irascible. En las últimas horas había oído mucho de su querido esposo pero más que todo mentiras. El hombre era una bestia, un salvaje sin educación que había encontrado la manera de hacer dinero. Y ella se había casado con él por esa razón. El amor, nunca importó.

La joven auxiliar entró a la cabina y viendo a la señora Carmen despierta le pidió que no se preocupara pero que el piloto le había avisado que habría algo de turbulencia en unos minutos pero nada importante. La mujer le agradeció y la joven se retiró.

El niño de Inés se despertó en cuanto el aparato se empezó a sacudir, primero suave y después más violentamente. Pronto todos estuvieron despiertos y el niño empezó a llorar. Se pusieron los cinturones de seguridad y esperaron a que el momento pasara.

No duró mucho, tras lo cual la joven volvió, se disculpó en nombre del piloto y les avisó que serviría el desayuno.

Había pasado una hora exacta cuando todos empezaron a comer el desayuno en una hermosa vajilla con dibujos diferentes en cada plato. Comían huevos con jamón, pan y jugo de naranja. Además había cestas de pan con mermeladas y mantequilla para el que quisiera.

Comieron rápido ya que la siesta les había abierto el apetito. Después de terminar, todos empezaron a hablar de la vajilla y de los dibujos que cada uno veía en su plato. Parecía que todas eran ilustraciones de cuentos infantiles: Carmen tenía Caperucita roja, Inés a Cenicienta, Carlos a Barba Azul, Alfredo a Pinocho y Samuel a El Gato con Botas. Las esposas y la novia de Samuel compartían el dibujo con su pareja y el niño tenía solo flores en su plato.

De repente se oyó un grito, como si discutieran en otro lugar. La nave dio un salto extraño y se escuchó abrir la puerta de la cabina de mando. La cortina se abrió entonces y todos quedaron paralizados del miedo.

El copiloto sostenía un arma en la mano y los miraba a todos como loco, como si la cordura hubiera dejado su ser. Ya no tenía la cordial sonrisa que les habían brindado antes de embarcar sino una mirada maniática aterradora.

La esposa de Alfredo se puso de pie para protestar y el hombre disparó. Apenas se escuchó algo y la mujer cayó al suelo, probablemente muerta. La pistola tenía silenciador.

El hombre empezó a decirles que el piloto y la auxiliar estaban ahora muertos.

 - Igual que la esposa de Alfredo, el mentiroso. En todo caso, todos van a terminar igual.

Les exigió que se pusieran el cinturón de seguridad para que supiera que no se iban a mover mucho. Se sentó frente a Carmen y le apuntó directamente a la frente.

Por un momento hubo silencio pero después el hombre rió y empezó a hablar. Resultaba ser un hijo ilegitimo de Gabriel. Un hijo que, al parecer, había tenido con una empleada de la oficina.

 - No, no era su amante. Mi madre era una mujer respetable. Pero su esposo... Bueno, usted lo conocía mejor que nadie.

Gabriel había violado a su madre y él era el producto de esa violación. La mujer enloqueció poco a poco y murió un año después de dar a luz, en un hogar de reposo. Él se crió en un orfanato pero fue averiguándolo todo gracias a cartas que su madre había escrito antes de perder la razón.

Y el resto había sido sencillo. Seguirlos a todos, conocerlos, saberlo todo de cada uno. Hizo una breve lista casi gritando, nombrando los defectos de Carmen, las amantes de Alfredo, las particulares obsesiones de Carlos, los desfalcos de Samuel y los negocios torcidos de Inés. Todos habían heredado de Gabriel sus peores cualidades, que eran casi lo único que tenía. Y Carmen era la peor pues ella había sabido de los crímenes de esposo y nunca dijo nada.

El hombre se puso de pie y les dijo que lo había planeado todo para que ellos no tuvieran como escapar.  Y estúpidamente, ellos habían caído. Les preguntaba como gente con tanto dinero, se olvidaba de preguntar porque el copiloto de siempre no estaba con ellos y porque la joven auxiliar había llegado tarde. Pero eso ya no importaba.

Al día siguiente, un barco pesquero se topó con pedazos de metal en el mar, uno de los cuales llevaba la matricula del vuelo 131. Nadie sobrevivió. Aunque siendo justos, nadie nunca vivió en esa familia.