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lunes, 15 de mayo de 2017

Hallazgos

   Viajar parecía cada vez más rápido. Era la segunda vez en el año que Roberto tomaba el transbordador que lo llevaría de la ciudad de París hacia Hiparco, la ciudad más poblada de Tritón. El viaje tomaba un día entero pero con la tecnología disponible no parecía ser más que un viaje en taxi. Cuando los pasajeros se despertaban de su sueño causado por un gas especial que soltaban al momento del despegue, sentían como si apenas acabaran de subirse al vehículo y no notaban los miles de millones de kilómetros recorridos.

 Hiparco era una ciudad muy activa. No solo porque era una de las más cercanos al Borde, sino porque se había convertido en el refugio de artistas incomprendidos y científicos que querían probar nuevas teorías. Era una ciudad sumergida en los grandes conceptos y por todo lado se podía ver gente tratando de lograr algo completamente nuevo. No era de sorprender que de allí hubiese salido una de las óperas más famosas jamás compuestas y un tipo de plástico que ahora todo el mundo utilizaba.

 El trabajo de Roberto consistía en algo muy sencillo: vender. Claro, la gente lo podía pedir todo por una computadora y poco después algún robot se lo entregaría casi sin demora. El problema era que muchas veces las personas querían un trato más cercano, con un ser humano mejor dicho. Aparte, Roberto no solo vendía sino compraba y esa era en realidad su actividad primaria. Iba de ciudad en ciudad viendo que podía encontrar, ojalá objetos valiosos de épocas pasadas.

 El negocio era familiar y había sido su abuelo el que lo había fundado hacía unos cien años. Desde ese entonces, por la tienda de la familia habían pasando incontables objetos de diversos usos. Roberto había llegado a Hiparco buscando nuevas adiciones. La mayoría era para vender pero muchos de los verdaderamente valiosos se quedaban con la familia. En parte era por el valor pero también porque adquirían una importancia sentimental fuerte, que parecía ser característica de la familia.

 En Hiparco, Roberto visitó en su primer día a unas diez personas. Estos eran los que querían ver los nuevos avances o necesitaban ayuda con sus compras. Ese primer día era para él siempre sumamente aburrido, pues resultaba algo rutinario y no tenía ningún interés verdadero en mostrarle a nadie como se reparaba su aspiradora de última generación. Los días que disfrutaba de verdad eran el segundo y el tercero. Eso sí, jamás se quedaba más de tres días en una misma ciudad, o sino no terminaría de hacer sus viajes por el sistema solar nunca.

 El segundo día en Hiparco era el emocionante. Roberto se despertó temprano y salió a caminar por los hermosos senderos de la ciudad. Tritón estaba en proceso de terraformación y por eso solo la gran ciudad tenía verde. El resto del satélite estaba completamente muerto, como lo había estado hacía muchos años durante la época del padre del padre de Roberto. Daba un poco de susto pensar en que en ese entonces el lugar donde él estaba parado no era más sino un arrume de piedras y polvo.

 Su primer destino fue el mercado de la ciudad. Allí siempre encontraba aquellos que tenían algo que ofrecer. En efecto, no había estado ni cinco minutos allí cuando empezó a charlar con una mujer que vendía tabletas de ingestión. Al decirle su trabajo, ella saltó y le ofreció mostrarle uno de los mayores secretos de su familia. Roberto tuvo que esperar un buen rato para que la señora buscara su objeto, cosa que no le hizo a él mucha gracia. Perder el tiempo no era algo productivo.

 Cuando volvió, la mujer tenía en las manos una bolsita de cuero. Roberto sabía que era cuero porque lo había tocado varias veces pero era uno de esos materiales que nunca deja de sorprender. Este en particular, era extremadamente suave y oscuro, como si el proceso para fabricarlo hubieses sido dramáticamente distinto al de otros cueros. La señora dejó que el hombre tocara la bolsita un buen rato hasta que decidió tomarla y mostrarle lo más importante: el interior.

 Adentro, había algo que Roberto no esperaba ver. Era algo tan poco común como el mismo cuero. Gracias a sus conocimientos y algunos recuerdos vagos de infancia, supo que lo que veía adentro de la bolsita eran monedas. Sacó una con cuidado y la apretó entre dos dedos. Era sólida como roca pero con una forma redonda muy bonita. Lo más destacable era que estaba muy bien conservada; las dos caras seguían teniendo el relieve original que tenía una imagen diferente en cada lado.

 Al preguntarle a la mujer por el origen de las monedas, ella confesó que había sido su marido el que había guardado esa bolsita por años. Ella la encontré después de él haber muerto, no hacía sino algunos meses. Dijo que las monedas no tenían para ella ningún significado y que preferiría algunos créditos extra en su cuenta y no unos vejestorios por ahí, acumulando polvo en su casa. El obro le pagó de inmediato y salió con su hallazgo del mercado. Tan feliz estaba que decidió no recorrer la ciudad más ni seguir buscando objetos para comprar. Quería volver a su hotel deprisa.

 Allí, revisó individualmente el contenido de la bolsita de cuero. Contó ocho monedas adentro. Pero cuando vacío el contenido sobre el escritorio de la habitación, pudo ver que había algo más allí. Era algún tipo de tecnología antigua, tal vez hecha al mismo tiempo que las monedas. Era un objeto plano, de color brillante. Su tamaño era muy pequeño, más o menos igual que un pulgar humano, y era ligeramente rectangular, casi cuadrado. Roberto lo revisó pero no sabía lo que era.

 Como ya era tarde, decidió acostarse para en la mañana tratar de hacer más compras antes de tener que volver a la Tierra. El transbordador salía a medio día así que debía apurarse con sus compras. Sin embargo, a la mañana siguiente, Roberto no encontró nada que le interesara. Nadie tenía nada más importante que las monedas y eso era lo único que a él le interesaba, pues no hacía sino pensar en ellas. Y también en el misterioso objeto de color brillante, que parecía salido de un sueño.

 Cuando terminó su ronda infructuosa, regresó al hotel a recoger sus cosas. Tomó su maletín de trabajo y salió hacia el transbordador. En lo que pareció poco tiempo llegó de vuelta a casa, donde tuvo la libertad de revisar las monedas a sus anchas. Por su investigación, que duró apenas unas horas, pudo determinar que se trataba de un tipo de dinero utilizado en una zona determinada de la Tierra, muchos años en el pasado, de la época de su bisabuelo.

  Cada moneda tenía un lado único, diferente, lo que las hacía más hermosas. Su meta sería conseguir más, para ver que tan variadas podrían ser. La búsqueda de información sobre el otro objeto no fue tan fácil como con las monedas. Todo lo que tenía que ver con tecnología era difícil de rastrear por culpa de la misma evolución de todo lo relacionado con el tema. No fue sino hasta una semana después cuando un coleccionista le consiguió un libro que explicaba que era el objeto.

 Debió usar guantes para no destruir el libro. El caso es que había una foto de su hallazgo y se le llamaba “Tarjeta de memoria”. Era un dispositivo en el que se transportaba información hacía muchos años. Es decir, que adentro podría tener mucho más de lo que cualquier otro objeto le pudiera proporcionar a Roberto.


 La felicidad le duró poco puesto que los lectores de esa tecnología ya no existían. Ni siquiera los museos tenían algo así y menos aún que sirviera todavía. Así que por mucho tiempo, Roberto se preguntó que secretos guardaría ese pequeño fragmento de plástico en su interior.

lunes, 17 de abril de 2017

Pablo, hoy

   Como muchas veces antes, soñé que mi vida era mucho más emocionante de lo que en verdad es. Tenía amigos y estaba en un lugar diferente y creo que sentía que las cosas estaban en movimiento, que todo cambiaba con frecuencia o al menos con cierta regularidad. Para pensar así a veces no necesito quedarme dormido sino que con soñar despierto es suficiente. Y no tengo que imaginar nada, solo remontarme a un pasado inmediato, cuando todo parecía estar lleno de posibilidades.

 Pero, al parecer, ellas no están ahí. Claro que me dicen que debo ser persistente y que algo saldrá eventualmente. Yo no soy tan optimista y de pronto por eso no consiga nada. ¿Pero que hago? ¿Cambio mi manera de ser para conseguir algo que francamente me aterroriza encontrar? No me enorgullece decir que nunca he trabajado en mi vida para ganarme nada. Mejor dicho, nunca me he ganado nada con el sudor de mi fuerte o el esfuerzo de mi cerebro. Nunca ha ocurrido.

 La vida en sociedad dicta que eso es lo que debo hacer ahora, debo ser productivo a la sociedad, debo servirle de algo a alguien, supuestamente más que todo a mi mismo. Pero la verdad, la clara y honesta verdad, es que yo no siento que necesite hacer nada para comprenderme mejor, Creo que el nivel de entendimiento al que he llegado conmigo mismo es más que suficiente. Y puede que eso suene a excusa barata pero, de nuevo, no puedo fingir que las cosas son diferentes a como son.

 El caso es que se supone que deba trabajar y en esa búsqueda he estado ya varios meses. Los primeros tres meses de vuelta, lo confieso, nunca busqué nada de nada. No hice ningún esfuerzo. Estaba mental y físicamente agotado. No sabría explicar muy bien las razones para esa apatía o cansancio pero así fue y decidí que hasta después de Año Nuevo, no iba a hacer nada de nada. Y así tal cual lo hice. Así que si nos atamos a los hechos, he estado buscando trabajo por casi cuatro meses.

 Y nada. Lo único que he recibido son llamadas de dos lugares, para atender teléfonos en otro idioma y hacer yo no sé que cosas. Al comienzo lo pensé, lo consideré. Pero al final de cuenta me di cuenta que no puedo hacerlo por el tiempo y dinero invertido en una educación de calidad. No puedo terminar haciendo algo por debajo de mi nivel académico y sé que eso puede sonar ofensivo, y tal vez lo sea, pero es la realidad de las cosas, y no la puedo cambiar porque así es. Estudié y estudié y eso no lo puedo tirar a la basura en dos segundos.

 El problema está en que a nadie parece importarle que yo haya estudiado tanto. En el mundo de hoy lo único que se necesita es alguien que se deje utilizar. La única manera de evitarlo es teniendo alguna palanca, alguna amistad metida en algún lado que lo pueda ayudar a uno a obtener un empleo. Ni siquiera tiene que ser una buena amistad, basta con tener que deber un favor que después se cobrará, de una manera o de otra. Pero yo no tengo esas amistades entonces ese camino no existe para mí.

 Debo tomar el camino de intentar e intentar e intentar y ver si en algún momento a alguien le importa mi existencia. Sé que suena fatalista y dramático pero así son las cosas. A la gente se le olvidan las cosas después de que suceden, por eso me miran como si fuera un perro verde, porque no recuerdan cuando ellos mismos estaban en mi lugar. Eso sí, si es que alguna vez estuvieron allí porque puede que sus vidas hayan sido tan diferente que simplemente no entienden mi situación.

 No importa que nadie entienda nada. Por lo menos a mi me da igual. Yo quisiera que solo una persona se fijara en lo que puedo hacer, que no es mucho pero es algo y ahí empezara todo para mí. Porque es bien sabido que el empleo es el que hace a la persona. Sin él, nadie es nada. ¿O porqué será que cuando hablas con alguien por primera vez, lo primero que preguntan es “Y que haces en la vida”? Yo nunca tengo respuesta y por eso no he conocido a nadie desde mi época de la universidad.

 Ese cuento de que a la gente le gustan las historias de esfuerzo y originalidad es exactamente eso, un cuento para niños que no tiene ninguna base real. A la gente lo que le encanta es alguien que tenga un empleo despampanante, así no pague ni para envenenarse. Podrías decir que eres actor o que eres ayudante en alguna compañía. Da igual porque la respuesta sería la misma: las personas quedarían encantadas porque se dan cuenta de que tienes una seguridad como la de todos.

 O casi todos. La gente pierde el interés rápido cuando no tienes para decir lo que quieren oír. No se quedan por las historias que no terminan en dinero. Puedo que eso suene duro pero casi siempre es la verdad, a menos que se trate de una amistad o un amor que se construyó por otro lado. En ese caso las cosas cambian. De resto, dinero. Suena a que culpo a mi falta de empleo de mi falta de vida sentimental y de hecho creo que tiene todo el sentido pero me importa tan poco esto último, que la verdad me tiene muy sin cuidado esa particular consecuencia.

 En este tiempo tampoco es que no haya hecho nada. Como dije antes, me he conocido más a mi mismo y no voy a decir que eso sea bueno o malo, es solo un hecho. Además he podido pasar más tiempo con mi familia y darme cuenta de lo mucho que los quiero. A veces me dan ataques de pánico porque sé que los estoy decepcionando, sé que ellos pensaron en muchas cosas para mí, sé que quieren otra vida para mí. Pero aquí estoy, un fracaso y todos los días trato de remediarlo.

 Solo me interesa que ellos estén bien y contentos. La demás gente no me interesa tanto. De nuevo, puedo parecer cruel pero la verdad no se va por las ramas y prefiero no hacerlo yo. Quisiera tener una vida de esas como las de todos para que ellos no se preocuparan por mi. Ese podría ser mi único deseo de verdad en la vida porque de resto, no me interesa tener nada material o inmaterial. La tranquilidad es lo único que busco y eso incluye el codiciado dinero.

 Porque hay que admitirlo: en este mundo, sin dinero, las personas no son nada. La gente no viene a ver espectáculos patéticos de gente que se esfuerza. Eso es para el cine, donde las cosas tienen una magia especial que interesa a las masas. Pero la realidad dicta que si no estás produciendo nada, ni para ti ni para los demás, simplemente no eres nadie. Y así es. En este momento de mi vida me he dado cuenta que yo, para la sociedad, no existo. Y no me he sorprendido con la noticia.

 Es una de esas cosas que se saben así, sintiéndolas y ya. Yo hago el esfuerzo de enviar hojas de vida todos los días. Debería intentar más con otras cosas, aumentar mi energía. Pero de nuevo, no me engaño. Jamás seré nadie más que yo y yo no soy una persona tremendamente activa y participativa y no lo voy a ser ahora porque no quiero. A estas alturas no voy a engañar a la gente y a mi mismo con una actuación que seguramente no podré mantener por el resto de mis días, y eso es lo que se me pide.

 Seguiré como estoy porque no sé que más hacer. O mejor dicho, sí sé pero no quiero pensar en esos caminos poco frecuentados porque requieren un valor que yo simplemente no tengo. Requieren de mi mucho, demasiado. Y me confunden.


 Llorar a veces, nervios siempre y dolores frecuentes. No soy una persona así que no debería sentir nada de eso. Por eso oculto lo que me ocurre por dentro para poder seguir, hacia donde sea que sea adelante. Tanteo el camino y sigo porque no tengo ninguna otra opción.

viernes, 13 de enero de 2017

Se necesita

   No había trabajo en ningún lado o tal vez era simplemente que no querían contratarlo. El punto era que Nicolás había estado buscando editoriales por mucho tiempo, enviando su información personal y esperando, cruzando los dedos, para que algún puesto de trabajo apareciera para él. La verdad era que no se podía poner exigente y, con tal de que hubiese un salario estable, no le importaba cual fuese el puesto a ocupar. Mensajero o asistente, limpiador o casi pasante, cualquier cosa con una paga vendría bien.

 Se había empeñado en estudiar literatura, a pesar de que sus padres habían estado siempre en contra. Le pagaron los estudios pero casi pensando que tendrían que pagar de nuevo cuando se dignara a estudiar algo que valiera la pena y que lo ayudara a salir adelante. La pasión de Nicolás eran las letras y no había nada más que lo llenara tanto como escribir o leer, eran sus dos cosas favoritas y, cuando no estaba desesperadamente buscando trabajo, eso era lo que hacía donde sea que se encontrara.

 Pero ya habían pasado meses y nadie le ofrecía trabajo ni le ponían atención para los pocos que de hecho ofrecían. También envió manuscritos, pidiendo dinero a sus padres para los envíos, y tampoco había dado frutos. Cada día se sentía peor, cada día sentía que se convertía más en un chiste y no en un adulto hecho y derecho. Se sentía destruido y a punto del colapso nervioso. Nadie lo presionaba, ni siquiera sus padres, pero la presión que él mismo ejercía sobre su situación era apabullante.

 Un día, decidió enviar su hoja de vida a miles de otros lugares. Eran correos de tiendas, cafeterías, constructoras, inmobiliarias, restaurantes y muchos otros lugares. Estaba tan cansado de esperar que ya no guardaba esperanzas de cumplir su sueño de ser un escritor reconocido. Ahora lo único que quería era trabajar y poder dejar de sentirse como una alimaña, como un ser que vive de los demás sin dar nada a cambio. Mejor dicho, como un virus que no aporta nada a nadie.

 Fue una semana después de esa intensa tarde frente al portátil cuando, navegando entre una enorme cantidad de correos electrónicos de rechazo, encontró uno de un lugar en el que le ofrecían trabajo y al mismo tiempo le garantizaban la publicación de una de sus obras. La editorial parecía ser pequeña porque no había mucha información en internet. Y el nombre de la tienda tampoco generaba mucho en los buscadores. Era como si fuera un gran misterio, uno que él estaba dispuesto a resolver, pues no perdía nada al atender ese extraño correo.

 Llamó al número que le proporcionaban. Al otro lado de la línea le contesto una joven, una chica que por su voz parecía ser más joven que él. Le dio los detalles de la tienda y acordaron verse al otro día, en la tarde. La dirección no fue difícil de encontrar, era en medio de una zona comercial bastante reconocida aunque un tanto venida a menos en comparación a otros lugares mucho más populares de la ciudad. Esa zona era de edificios viejos y marquesinas con tipos de letra ya pasados de moda.

 La tienda estaba en un desnivel, inferior al nivel de la calle. No tenía ningún letrero y cuando Nicolás verificó la dirección, se dio cuenta de que no había cometido ningún error. Así que había la posibilidad de que le hubiesen hecho una broma o de que se estuviera metiendo en algo que no entendía muy bien. El caso es que la tienda era una de artículos para adultos, con juguetes sexuales en la vitrina, disfraces y una larga hilera de películas en el fondo del local que se podía ver desde el exterior.

 Como no reaccionaba por su sorpresa, una chica de unos dieciséis años que estaba en el mostrador de la caja se acercó a él y le preguntó si era Nicolás. Su voz era como de alguien harto de todo y no parecía muy entusiasmada de ser la que tuviera que recibir a la clientela, muchos menos a gente que no venía a comprar nada. Le pidió que la siguiera y Nicolás se movió automáticamente, sin saber que decir o hacer. Cuando se dio cuenta, estaba frente a la hilera de películas, esperando al lado de una puerta de color rojo.

 Al lado de la puerta había una cortina. A través de ella salió de repente un hombre alto, bastante bien parecido, con barba de varios días. Apenas miró a Nicolás al salir. Después salió otro, estaba vez un hombre de uno sesenta años que sonreía tontamente. Dos hombres más salieron y otro más entró a través de la cortina mientras Nicolás esperaba por el dueño de la tienda. La chica había vuelto a la caja, donde leía una revista sin cambiar su cara de aburrimiento permanente.

 Cuando por fin se abrió la puerta, Nicolás se sorprendió al ver salir a una mujer y no un hombre. Resultaba que el dueño original del negocio era su marido pero él había muerto hacía poco y ahora era ella la encargada de mantener la tienda a flote. Su nombre era Teresa y le dio un apretón fuerte a Nicolás, que lo sintió como un choque eléctrico. La mujer soltó una carcajada y le dijo a Nicolás que siguiera a su oficina. Lo primero que le dijo era que sentía mucho si se había sorprendido con la naturaleza del negocio pero que ella había redactado mal por estar pensando en otra cosa.

 El trabajo que le ofrecían a Nicolás era simple: atender la tienda a tiempo completo pues la hija de la dueña debía empezar pronto la universidad y ya no tendría tiempo de trabajar. Se necesitaba trabajar en la caja, organizar las cuentas, ordenar los productos y hacer inventario, todo lo usual que se hacía en una tienda. Nicolás no dijo nada hasta que Teresa lo miró un poco asustada, pues no había dicho ni una palabra desde que había entrado. Lo primero que dijo fue “no tengo experiencia”.

 Otra carcajada de la mujer. Le aclaró que eso no importaba pues no era algo demasiado difícil de hacer. Solo era llevar cuentas y saber organizar y cobrar por cosas, nada muy extraño. Nicolás preguntó por la cortina y la mujer le explicó que había cabinas de video pero los hombres pagaban a una máquina así que no había necesidad de hacer nada con ello, excepto dejar entrar a la mujer que limpiaba al final del día. Nicolás asintió y preguntó por fin lo que le daba más curiosidad: la publicación de su escrito.

 Fue entonces que Teresa sonrió amablemente y miró hacia un punto detrás de Nicolás. Él se dio la vuelta y pudo ver una fotografía bastante grande en la que había solo dos personas: una era obviamente la mujer que tenía adelante pero varios años más joven. Y el otro era un hombre guapo, de barba bien perfilada y ojos claros. Ella explicó que era sus esposo, un amante del arte en general  que siempre había estado obsesionado con ayudar a otros artistas a salir adelante como fuera.

 Por esa razón había creado una pequeña editorial, algo casi casero, en donde pudiese publicar pequeños libros de poesía, literatura, fotografía o cine. Los temas eran diversos y Teresa le dijo que muchos artistas habían recibido esa ayuda de su marido y que así habían empezado a ser reconocidos en el circulo de las artes. Era una ayuda pequeña porque no eran una editorial reconocida pero la hacían con todo el amor posible. Eso era lo que le ofrecía Teresa a Nicolás, fuera del salario normal.


 El chico no se lo pensó dos veces. Pronto tendría treinta años y era mejor tener algo que no tener nada. Sus sueños podían esperar. Publicar algo pequeño con desconocidos era mejor que nada y de paso podría usar el dinero por atender la tienda para mejorar muchos aspectos de su vida que necesitaban un ayuda urgente. Aceptó el trabajo y ese mismo día acordaron verse dos días después para el papeleo. A la semana siguiente ya estaba detrás del mostrador, ayudando a clientes de todo tipo, dándole a su cerebro miles e historias nuevas para la publicación que se acercaba.

viernes, 14 de octubre de 2016

En ropa interior

   Cuando las luces se apagaron y alguien me pasó una bata para que no sintiera frío, me di cuenta que nunca hubiese esperado estar en un lugar como ese y menos haciendo lo que estaba haciendo. Mientras la gente recogía cosas frenéticamente a mi lado, yo caminaba por entre los equipos mirando el techo y las paredes del majestuoso salón. Seguramente lo habían usado hacía muchos años como salón de fiestas o como lugar de reunión de la familia. Era un habitación con techo muy alto, paredes finamente decoradas y varias ventanas rectangulares, hasta el techo.

 Se me acercó la asistente del director y me dijo que las tomas de exterior ya se habían descartado por completo. Era lo obvio con la cantidad de lluvia que caía. Dentro del edificio parecía una cueva pues habían apagado las luces y de afuera casi no entraba nada. La magia se rompió el momento que alguien prendió la luz y todo quedó como aplastado contra las paredes. Así la habitación ya no estaba tan hermosa, no se veía ni tan grande, ni tan majestuosa ni nada. Se veía casi como cualquier otra habitación de casa antigua.

 La asistente me dijo que podía ir a la habitación que me había asignado para cambiarme al siguiente atuendo. Serían las últimas fotos y terminaríamos por completo. Eso me hacía feliz y a la vez no porque quería decir que ya se acababa esta increíble aventura que todavía me costaba entender. Estaba cansado de mantener poses y de tratar de no reír o de no hacer nada inapropiado pero la verdad era que había sido una oportunidad tan única que lo que podía sentir de verdad era mucho agradecimiento por la manera en que habían confiado en mi.

 Todo empezó porque yo estaba desesperado. Llevaba más de un año buscando trabajo y no encontraba donde meterme. Al comienzo, por mis experiencias pasadas y mi educación, me limité a buscar trabajos que casi estuviesen hechos a mi medida. Fui a varias entrevistas y en todas, al parecer, siempre había alguien más impactante, que hablaba más basura de una manera u otra. Eso los convencía y elegían siempre al de la personalidad explosiva y nunca a alguien con la experiencia y el conocimiento que yo tengo.

 Siempre pensé que ser modesto con los conocimientos adquiridos es una estupidez. Si uno sabe algo que los demás no o conoce el mundo un poco mejor, no tiene nada de malo hacerlo ver. Eso sí, tampoco se trata de usar eso para ser malo con la gente o algo así. El caso es que por mucho que supiese de la vida y del mundo, nadie quería contratarme y estaba muy desesperado porque no tenía dinero para nada. Vivía con mi familia pero esa era otra situación que podía ponerse mal cualquier día porque ellos pensaban lo mismo que él: ¿Cuándo se irá a hacer su vida?

 Pero el mundo no quería ofrecerme ninguna de las oportunidades disponibles. Tuve que bajar la cabeza y buscar trabajos pequeños, haciendo cualquier cosa. Hubo un tiempo que trabajé medio tiempo en una tienda de helados y el resto del día doblaba ropa en una gran tienda por departamentos. También limpié los pisos de una oficina en las noches y trabajé en uno de esos centros de llamadas donde se reciben pedidos de domicilio del otro lado del mundo. Cada uno de esos trabajos era temporal, por pocos meses. Y la paga era miserable.

 Con lo poco que tenía no me alcanzaba para vivir solo. De hecho, escasamente me alcanzaba para comprar las cosas necesarias para la vida diaria como desodorante, cargar el celular y cosas por el estilo. Era muy triste y hubo un momento en que seriamente consideré que mi suerte siempre había sido la misma y que más valdría muerto que vivo. Afortunadamente, ese fue un pensamiento de pocos segundos y nunca se hizo fuerte ni real.

 Fue mucho después cuando, tomando algo en un bar, escuché a dos personas hablando de cómo pagaban muy bien por desnudarse frente a una cámara. Los que hablaban del tema obviamente jamás lo habían hecho y lo decían más como para hablar de algo curioso e interesante. Pero a mi me interesó de verdad pues era una de esas opciones que no había contemplado. Busqué en internet hasta que di con el nombre de una agencia que proveía ese servicio. Los contacté e hicimos una cita para el día siguiente. Se supone que solo hablaríamos.

 Mi sorpresa fue que me pidieran desnudarme a los cinco minutos de haber llegado. Según el encargado, tenían que ver que si pudiese registrar bien en cámara. Yo, como un tonto, accedí. Hice lo que ellos llaman una audición y por ese día terminó todo. Yo me sentía muy extraño al haberme quitado la ropa frente a unos tres desconocidos que lo único que hacían era decirme que hacer pero de la forma más seca y desinteresada. Creo que notaron mi incomodidad porque nunca me llamaron ni me contactaron de vuelta. Sin embargo, eso me llevó al presente.

 Un hombre me contactó de otra agencia y básicamente me decía que sabía la “audición” que había hecho para otra compañía pero que quería que hiciese una para la suya. Yo me puse nervioso y le confesé que yo no era modelo ni actor ni nada por el estilo. Yo solo estaba desesperado por buscar trabajo, algo estable para poder tener una vida propia y digna. El hombre insistió y le dije que sí porque, al fin y al cabo, nadie más me estaba brindando ningún tipo de oportunidades así que no tenía nada que perder.

 El lugar al que fui al otro día era muy distinto al de la primera vez. Ese sitio era básicamente una casa con ciertas habitaciones adecuadas para funcionar como oficina. En cambio la de Carlos, mi actual jefe, es en un edificio renovado que funciona exclusivamente para su empresa. El primer día que fui estaba muy nervioso porque no sabía que esperar. No sabía para qué estaba allí, solo que la persona que me había llamado sabía de las fotos que me habían tomado el día anterior. ¿Habría visto esas fotos o solo le habrían comentado mi experiencia?

 Cuando por fin me hicieron pasar a su oficina, Carlos me explicó que ellos tomaban todo tipo de fotos para varios tipos de publicaciones. Aunque sí hacían desnudos, trataban de que no fueran grotescos y más que todo artísticos. Pero no me había llamado a mi para eso sino porque le estaba urgiendo una persona que modelara una nueva línea de ropa interior. El problema que tenían era que necesitaban modelos variados y no el típico hombre muy alto y lleno de músculos. El cliente quería hacer énfasis en que todo el mundo puede usar su producto.

 En el momento no supe si sentirme bien o mal al respecto de lo que me dijo. Pero la necesidad tiene cara de perro y de uno muy maltratado, así que acepté hacer una prueba ahí mismo. Me tomaron muchas fotos y de nuevo alegaron que me contactarían si pasaba cualquier cosa. Casi me caigo de la cama cuando, al otro día muy temprano, me llamó el mismo Carlos para decirme que mis fotos le habían gustado mucho al cliente y que me quería para más fotos. Y así fue como resulté en este hermoso edificio vestido con solo ropa interior de varios colores.

 Nunca he sido modelo y la verdad siempre había tenido una relación un poco extraña con mi cuerpo. Mejor dicho, siempre pensé que podía ser mejor. Durante mucho tiempo hice ejercicio para mantenerme distraído y no enloquecerme por la búsqueda de un trabajo que parecía no existir para mi. Nunca hubiese pensado que ese cuerpo que muchas veces me había dado pena mostrar en una playa o en un piscina, iba a ser el que tendría la clave para que yo pudiese empezar a salir de mi casa a vivir mi propia vida. Es que se me olvidaba decir que pagan muy bien.


 Las últimas fotos fueron al lado de un ventanal hermoso en una escalera de caracol muy amplia y lujosa. Era un lugar fantástico. Cuando terminamos, Carlos me agradeció y me dijo que teníamos que hablar sobre otros proyectos. Yo asentí feliz pues él se había ganado mi confianza. De la nada también salió un hombre rubio alto de barba que me abrazó y me dijo muchas cosas bonitas, lo que me hizo sentir algo incómodo. Resultó ser el diseñador de la ropa interior que me prometía un lugar en su nueva línea de ropa para el verano y la playa. Acepté sin dudarlo.