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martes, 27 de octubre de 2015

Cosa de una noche

  Todo había ido bien hasta que decidió recostarse en mi pecho. Me abrazó con suavidad y se quedó ahí, con los ojos cerrados, como si no fuera moverse de ahí nunca más en su vida. Sinceramente, eso me asustó. Yo estaba listo para decirle que ya podía irse he incluso había revisado el horario de los buses para decirle cual le servía y en donde podía tomarlo para que llegase pronto a su casa. Pero no, él decidió recostarse en mi pecho y quedarse ahí toda la noche. Por un buen rato, quedé como de piedra y no me movía, como si hubiesen hecha miel por todos lados y no quisiera untarme pero pasado un tiempo tuve que relajarme y acomodarme como mejor pude para dormir. Él parecía auténticamente dormido y solo ajustó su cuerpo cuando me moví.

 Al otro día, me di cuenta que había dormido más de la cuenta. Era sábado, así que no importaba, pero no me gustaba dormir demasiado porque después el día parecía ser demasiado corto. Él ya no estaba recostado en mi pecho y lo agradecí. Me desperecé y salí de la cama al baño, a lavarme la cara y verme en el espejo. Se me notaban las cervezas y el estomago me gruñía como un perro por haber tomado, además, esa botella de vino. Esperaba que no me hiciese daño, como ya había pasado, porque planeaba un sábado familiar y no podía decepcionar a nadie al no ir. Decidí ducharme de una vez para estar listo más rápidamente. Allí dentro borré el recuerdo del hombre dormido en mi pecho y solo pensé en que había sido una buena noche, tal y como había querido.

 Normalmente yo no hacía nada los viernes por la noche. Había ocasiones en las que mis amigas me invitaban a tomar algo o a bailar pero no era algo muy frecuente pues ellas también tenían sus vidas, parejas y familias y otros amigos y no podía ser algo de todas las semanas. Así que de resto, era solo yo viendo y tomando cervezas que me ayudaban a dormir después de una semana de trabajo en la que seguramente el sueño había sido escaso. Pero ese viernes me entraron ganas de hacer más cosas y, por internet, di con ese personaje, con el que ya había salido hacía mucho tiempo pero que solo quería ver una vez más y no precisamente para recordar los viejos tiempos. Podía haber sido un error.

 Cuando salí de la ducha, me sequé rápidamente y dejé la toalla de lado para elegir la ropa que me iba a poner. Estaba concentrado eligiendo los calzoncillos cuando pegué un grito digno de una princesa de cuentos al ver por el rabillo del ojo que Juan, el que se había quedado dormido sobre mi pecho, había entrado a la habitación con una bandeja llena de cosas para comer. El grito no lo escuchó o fingió no escucharlo. Yo automáticamente tomé la toalla y me cubrí. Este sí que le pareció gracioso e hizo un comentario, que ahora no recuerdo cual es pero algo tenía que ver con lo que había cubierto.

 Le pregunté porque no se había ido a casa y me contestó, todavía sonriendo, que había querido darme un sorpresa al prepararme el desayuno. Me pasó la bandeja y vi que había ido a la panadería a comprar cosas porque mi cocina estaba más bien vacía. Lo miré a los ojos y no podía decirle otra cosa que no fuese gracias. Le dije que me tenía que preparar para salir con mi familia a lo que él respondió, sin pensarlo al parecer, preguntando si podía ir. Por un momento no dije nada, pensando que se iba a dar cuenta de su propio error pero como no dijo nada le contesté que no podía llevar a nadie. Para darle gusto, me tomé el jugo de naranja y me comí un pan con chocolate que había en un platito. Le dije que el resto me lo comería luego pero que primero necesitaba que fuese a casa.

 Por lo visto, él lo tomó como preocupación mía por él y por eso me hizo caso. Es obvio que yo no tenía la menor preocupación por él sino de él pues tenía miedo que pudiese forzar su presencia en un evento familiar como el que iba a tener. Apenas salió de mi apartamento, cerré la puerta con fuerza y me arrepentí de mis arranques nocturnos. Además porqué había tenido que ser él? Aunque, recordando el pasado, yo no recordaba que él fuese un personaje tan obsesivo y francamente de miedo. Debía de haber sido algo que había pasado en el tiempo que no nos habíamos visto, que habían sido varios años. Seguramente alguna experiencia lo había cambiado o se estaba haciendo el loco. Quién sabe?

 Yo terminé de vestirme, comí las tostadas que Juan había hecho y salí de mi casa pues estaba con el tiempo justo. La celebración era el cumpleaños de mi abuela, la única de su generación que nos quedaba en la familia. Obviamente era algo que celebrar, más aún cuando en su vida ella no había celebrado mucho que digamos su cumpleaños. Su familia era humilde y no tenían para esas cosas, además que en el pasado solo los ricos se preocupaban por cumplir años, los pobres tenían mejores cosas que pensar que esas. Así que ella estaba entre entretenida y amargada, pues la idea era confusa en su mente y no era para menos si de ochenta cumpleaños solo te han celebrado una cuarta parte o menos.

 Hubo torta, hubo mucha comida y todo se hizo en un espacio alquilado por uno de mis tíos, una finca hermosa con el prado salvaje y perros corriendo por un lado y otro e incluso algunos animales de granja. La idea era darle un toque del campo, así fuera la parte más comercial de este. Yo comí y la pasé bien pero a cada rato, exactamente cada hora, recibía un mensaje de voz en mi celular de Juan. Me deseaba buen día y buena suerte en todos pero también agregaba comentarios más privados, los cuales yo trataba de escuchar alejado del resto de mis familiares. Hubiera sido bastante particular si oyeran algunos de los comentarios de Juan.

 Mientras comíamos y demás, y después de recibir otro mensaje con línea para adultos, me puse a pensar en él y traté de entender que era lo que pasaba. Sería que en serio yo le gustaba? Pero desde cuando? Cuando salimos hace años él no mostró tanto interés y la verdad era que yo no estaba nada acostumbrado a este nivel de atención. Que no era el mejor tipo de halagarme, es cierto, pero era mucho más de lo que yo recibía normalmente de los hombres, con lo que salía y con los que no. Mucha gente cree que por tratarse de hombres que salen con hombres las cosas son más sensibles y la verdad es que no. Normalmente no tengo que decir “Vete de mi casa” ya que cuando lo pienso ya lo están haciendo. Es en parte lo que no me gusta de todo el asunto.

 A veces esas caricias, esos besos y hasta el sexo mismo se siente artificial, como que no hay nada detrás de todo eso, que todo es una actuación espectacular de dos actores que han decidido compartir una genial obra entre los dos. Se pasa bueno, claro que sí. Pero también se siente muy vacío a veces y puede llegar a cansar. Además, no estoy acostumbrado porque nadie nunca me había dicho lo que él me decía y por eso es que ese día escuché los mensajes completos, así me fastidiaran un poco. Es extraño pero me sentía extrañamente bien de oír su voz, así supiera que si seguían las cosas igual tendría que detenerlo para explicarle que yo relaciones sentimentales, no busco con nadie.

 El día con mi familia fue simplemente espectacular. Vi a muchas personas que no veía hace muchos años y pude pasar el tiempo con mis hermanos y mis padres, que veo seguido pero que no me canso de ver. Además jugué con los perros y hablé con mi abuela junto a los animales. Allí me contó que todo le parecía muy gracioso, pues ella jamás había tenido dinero para tener tantos animales en un mismo sitio, aunque los hubiese tenido de haber podido. Pero ella apreciaba el gesto y yo aprecié que me contara eso y más confidencia de su vida que debí guardar mejor porque mi memoria es débil y son historias dignas de contar, ya sea en un libro o una película o en lo que sea.


 Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue quitarme la ropa y cepillarme los dientes. Era tarde y la verdad estaba cansado, sin hambre, solo con unas ganas increíbles de estar en la cama y dormir. Me metí entre las sabanas y me acomodé de la manera que más me gustaba pero entonces me di cuenta de algo y no me pude dormir al instante. Tuve que tomar mi celular y escribir un poco porque sabía lo que necesitaba. No pasaron veinte minutos y llegó él. Nos acostamos en la cama y lo abracé. No quería saber lo que pasaría luego o si era un error. Era lo que necesitaba en ese momento y no creo que eso sea algo malo. Sus pies estaban tibios y le besé la nuca a Juan antes de quedarme dormido.

martes, 22 de septiembre de 2015

Amor

   Lo mejor del fin de semana era poder amanecer abrazado a él, teniéndolo entre los brazos como si hubiera la necesidad de sostenerlo así para que durmiera bien. Todas las mañanas, lo primero que hacía era sentir su cuerpo y eso me daba algo de alegría, me hacía sonreír y me hacía sentir más vivo que nada más que pudiese pasar. Él, normalmente, se daba la vuelta y así nos dábamos un beso y nos abrazábamos para dormir un rato más. Ese rato podía durar entre unos diez minutos y varias horas más, dependiendo de lo cansados que estuviésemos ese día. Al despertar de nuevo, siempre nos besábamos y luego hacíamos el amor con toda la pasión del caso. Era perfecto y se sentía mejor que nada que hubiese en el mundo. Ambos terminábamos felices, con sendas sonrisas en la cara.

 A veces decidíamos quedarnos en la cama un buen rato, abrazándonos. A veces hablábamos y otras veces solo dormíamos más. Eso no cambiaba jamás y la verdad era algo que toda la semana yo esperaba con ansia. Poder estar con la persona que había elegido para compartir mi vida y simplemente tener su aroma junto a mi todo el tiempo. Nos turnábamos las mañanas de los fines de semana para hacer el desayuno. Si me tocaba a mi, hacía unos panqueques deliciosos con frutas y mucha miel de maple. Si le tocaba a él, le encantaba hacer huevos revueltos y a veces algo de tocino. No pareciera que le gustara tanto la comida grasosa ya que tenía una figura delgada y por ningún lado se le notaba el tocino que le fascinaba.

 Ese desayuno tenía lugar, normalmente, hacia la una de la tarde. Y nos tomábamos el tiempo de hacerlo mientras conversábamos. Hablábamos de nuestras respectivas semanas en el trabajo, de chismes o noticias nuevas de amigos y amigas y de nuestras familias. Mientras uno de nosotros cocinaba, el otro escuchaba con atención o hablaba como perdido desde una de las sillas del comedor. Esa era nuestra tradición, así como la de comer en ropa interior que era como dormíamos juntos. A veces incluso lo hacíamos desnudos, pero él cerraba las cortinas temeroso de que alguien nos viera, cosa difícil pues vivíamos en un piso doce. El caso era que siempre era lo mismo pero con variaciones entonces nunca nos aburríamos, aún menos con lo que enamorados que estábamos.

 Si había un fin de semana de tres días lo normal era que ese tercer día hiciésemos algo completamente distinto. Podía ser que fuéramos a la casa de alguna de nuestras madres a desayunar o que pidiéramos algún domicilio que casi nunca pedíamos. Había festivos que no nos movíamos de la cama y solo nos asegurábamos de tener la cocina bien llena de cosas para comer y beber. No nos complicábamos la vida y no se la complicábamos a nadie más. Ese apartamento era nuestro pequeño paraíso y tuvo un rol significativo en mi vida.

 Los demás días, trabajábamos. No eran los mejores pues a veces yo llegaba tarde o a veces lo hacía él. No podíamos cenar juntos siempre y a veces teníamos pequeñas peleas porque estábamos irritables y nos poníamos de un humor del que nadie quisiera saber nada. Era muy cómico a veces como se desarrollaban esas discusiones, pues la gran mayoría de las veces sucedían por estupideces. Eso sí, siempre y sin faltar un solo día, nos íbamos a dormir juntos y abrazados. Jamás ocurrió que lo echara de la cama o que él se rehusara a tenerme como compañero de sueño. No, nos queríamos demasiado y si eso hubiese pasado sin duda hubiese significado el fin de nuestro amor incondicional, que desde que había nacido había sido fuerte, como si hubiese sido construido con el más fuerte de los metales.

 Los mejores momentos, sin duda, eran las vacaciones. Siempre las planeábamos al detalle y no podíamos pagar cosas muy buenas porque, menos mal, nuestros trabajos pagaban muy bien. Íbamos a hoteles cinco estrellas, con todo lo que un hotel puede ofrecer, fuese cerca de un lago o al lado del mar. Viajábamos dentro y fuera del país y siempre recordábamos enviar al menos un par de fotos para nuestras familias. Éramos felices y algo curioso que hacíamos siempre que nos íbamos de viaje era tomarnos las manos. Era como si no quisiéramos perdernos el uno del otro y manteníamos así por horas y horas, hasta que las manos estuviesen muy sudadas o adoloridas de apretar para apurar el paso o algo por el estilo. Era nuestra idea de protección.

 En vacaciones, teníamos siempre más sexo de lo normal y recordábamos así como había empezado nuestra relación. Había iniciado como algo casual, como algo que no debía durar más allá de un par de semanas, pero sin embargo duró y duró y duró. Nos dejábamos de ver cierta cantidad de días y luego, cuando nos veíamos de nuevo, éramos como conejos. Puede sonar un poco gráfico pero las cosas hay que decirlas como son. En todo caso, se fue creando un lazo especial que ninguno de los dos quiso al comienzo. Pero ahí estaba y con el tiempo se hizo más fuerte y más vinculante. Desde el día que lo conocí hasta que decidimos tener algo serio, pasaron unos dos años.

 Él siempre fue un caballero. Es raro decirlo pero lo era. En ciertas cosas era muy tradicional, como si tuviese veinte años más y en otras parecía un jovencito, un niño desesperado por jugar o por hacer o por no parar nunca de vivir. Era como un remolino a veces y eso me gustaba a pesar de que yo no era así ni por equivocación. Yo le dejé claro, varias veces, que no éramos compatibles en ese sentido, que yo no sentía ese afán por estar haciendo y deshaciendo, por estar moviendo como un resorte por  todo el mundo. Pero a él eso nunca le importó y, el día que me dijo que estaba enamorado, sus lagrimas silenciosas me dijeron todo lo que yo quería saber.

 Estuvimos saliendo casi el mismo tiempo que duramos teniendo sexo casual y viéndonos cada mucho tiempo. Después, no nos separaba nadie. Íbamos a fiestas juntos, a reuniones familiares, a todo lo que se pudiese ir con una pareja. Siempre de la mano y siempre contentos pues así era como estábamos. Otra gente se notaba que tenía que esforzarse para mantener una fachada de felicidad y de bienestar. Nosotros jamás hicimos eso pues lo sentíamos todo de verdad. Nos sentíamos atraídos mutuamente tanto a nivel físico como emocional e intelectual. Aunque todo había nacido tan casualmente, compartíamos cada pedacito de nuestras vidas y supongo que esas fueron las fundaciones para que nuestra relación creciera y se hiciese tan fuerte con el tiempo.

Cuando nos mudamos a un mismo hogar, sentí que mi mundo nunca iba a ser igual. No puedo negar que tuve algo de miedo. No sabía que esperar ni que hacer en ciertas situaciones, principalmente porque jamás había compartido un lugar con una persona que significara tanto para mi. Pero todo fue encontrando su sitio y después de un tiempo éramos como cualquier otra pareja que hubiese estado junta por tanto tiempo. No se necesitó de mucho para que cada uno aprendiera las costumbres y manías del otro. Algunas cosas eran divertidas, otras no tanto, pero siempre encontramos la manera de coexistir, más que todo por ese amor que nos teníamos el uno al otro.

 Es extraño, pero jamás pensamos que nada fuese a cambiar, que esos fines de semana fuesen a cambiar nunca, ni que nuestra manera de dormir se fuese a ver alterada jamás. Supongo que a veces uno está tan de cabeza en algo bueno, algo que por fin es ideal como siempre se quiso, que no se da cuenta que el mundo sigue siendo mundo y que no todo es ideal como uno quisiera. Había días que yo tenía problemas, de los de siempre que  tenían que ver con mi cabeza y mi vida pasada. Era difícil porque él no entendía pero cuando entendió fue la mejor persona del mundo, lo mismo cuando sus padres murieron de manera repentina. Tuve que ser su salvavidas y lo hice como mejor pude.

 Pero nada de eso nos podía alistar para lo que se venía. Cuando me llamaron a la casa avisándome, no les quería creer pero el afán de saber si era cierto me sacó de casa y me hizo correr como loco, manejar como si al otro día se fuese a acabar el mundo. Cuando llegué al hospital, y después de buscar como loco, lo encontré en una cama golpeado y apenas respirando. Lo que le habían hecho no tenía nombre. Quise gritar y llorar pero no pude porque sabía que él me estaba escuchando y que podía sentir lo que yo sentía. Entonces le ahorré ese sentimiento y lo único que hice fue cuidarlo, como siempre y al mismo tiempo como jamás lo había cuidado. Después de semanas lo llevé a casa y lo cuidé allí.


  Todo cambió pero no me importó porque lo único que quería era recuperarlo, era tenerlo conmigo para siempre. Él estaba débil pero podía hablar y decirme que me quería. Solo pudo decirlo por un par de semanas, hasta que su cuerpo colapsó. Me volví loco. Totalmente loco. E hizo la mayor de las locuras pues, sin él, nada tenía sentido.

lunes, 31 de agosto de 2015

Quiero perderme...

   Cuando me desperté, me di cuenta que no tenía ni idea de donde estaba y mucho menos porqué estaba allí. El cuarto era pequeño y las cortinas algo amarillentas por el paso del tiempo y el mugre. Sentí un movimiento atrás mío y algo de brisa. Fue justo después que me puse de pie lentamente y me di cuenta que no tenía los zapatos ni las medias puestas. Estaban en un rincón de la habitación. Tenía mi chaqueta puesta y en ella estaban mis objetos personales. Con poco equilibrio, caminé hasta los zapatos y las medias y me los puse rápidamente. Sin mirar mucho más, salí de la habitación con cuidado. Traté de no hacer ruido alguno, pues por la luz que entraba por la ventana era evidente que era muy temprano.

 Me fui acercando hasta la puerta principal y entonces me quedé paralizado allí pues escuché a alguien tosiendo en algún lado y algunos pasos. Como pude, abrí la puerta principal y la cerré rápidamente tras de mi. Corrí por el pasillo hasta unas escaleras y las bajé con rapidez, aunque esto me causara un dolor de cabeza del tamaño de una casa. Por fin llegué al primer piso, donde apenas saludé al portero, quien me abrió la puerta y yo salí de nuevo corriendo hacia la avenida más cercana. Al comienzo no tenía mucha idea de en que parte de la ciudad estaba pero menos mal solo tuve que caminar dos calles para salir a una avenida que reconocía. Me revisé los bolsillos y saqué mi tarjeta del bus. Poco tiempo después estaba de camino a casa, sin tratar de recordar nada, solo con apuro de estar allí.

Apenas entré, dejé mis llaves, la billetera, la tarjeta del bus y mi celular sobre mi mesa de la sala. Mi apartamento era de apenas algunos metros así que no había mucho espacio para nada. Para lo que sí había ganas y espacio era para la cama. Me desnudé por completo y me metí bajo las sabanas y cobijas sin pensar nada. Era una mañana fría, por lo que di un par de vueltas entre las sabanas y en unos segundos me quedé profundamente dormido. A pesar de mi falta de equilibrio, evidentemente por consumo de alcohol, no tuve malos sueños ni tampoco uno bueno. Fue una mañana en blanco y me desperté hacia la una de la tarde, todavía un poco perdido en cuanto al tiempo y la ubicación.

 Por un momento, pensaba que me había despertado de nuevo en el apartamento de las cortinas sucias o que nada de eso había pasado y todo lo había soñado. Pero el dolor de cabeza al levantarme y mi ropa con olor a cigarrillo me decían que nada de eso había sido un sueño, más bien una noche bastante agitada de la cual no recordaba nada. Fui a la cocina y me serví algo de jugo y cereal y mientras lo hacía traté de recordar algo de la noche anterior. Pero nada se me venía a la cabeza. Lo último que recordaba era que había salido con amigos del trabajo a tomar una cerveza. Lo siguiente era despertar en el cuarto, casi seguro de que alguien se había levantado antes que yo.

 Mientras comía, sonó mi celular y lo contesté torpemente, casi dejándolo caer al suelo. Era uno de mis amigos que me preguntaba como había pasado la noche. En todo jocoso le confesé que no recordaba nada de nada y que sería de gran ayuda si el lo ayudara a recordar. Mi amigo se rió un buen rato de mi, diciendo que la noche anterior había tomado mucho. Habíamos estado en un bar al comienzo pero después nos fuimos para una discoteca. Ellos estuvieron algo así como una hora y yo me quedé allí solo cuando ellos no quisieron estar más. Le pregunté si me había quedado solo y dijo que no sabía pero que yo les había dicho que iba a estar bien y que me iban a cuidar.

 Después de reírnos de la situación una vez más, colgué y me puse a pensar en mis propias palabras. Porqué había dicho “que me iban a cuidar”? Quien lo iba a hacer? A quien había conocido? No tenía ni idea y tratar de recordarlo solo me causaba un dolor de cabeza horrible así que apenas terminé mi desayuno me fui al baño, desnudo como estaba y abrí el agua caliente de la ducha. La fui temperando y estuve allí más de lo normal, tratando de quitarme la resaca de encima y de recordar lo que sabía pero que no venía a mi al instante. Odiaba cuando eso pasaba y no era que pasara mucho pues rara vez yo tomaba en tales cantidades. Algo había pasado que me había hecho tomar más de la cuenta y encima arriesgar mi vida.

 Me hubiese podido pasar algo más grave. Eso concluí mientras me secaba y me ponía cualquier cosa. Menos mal era domingo, pues hubiese sido un desastre tener que ir a la oficina así, sin idea de quién o que era por completo. Porque me sentía tan confundido que no sabía de que había sido capaz la noche anterior. Al fin y al cabo había despertado en un lugar extraño… Decidí llamar a mi amigo para preguntarle el nombre de la discoteca y me fui para allá sin dudarlo. Menos mal cuando llegué estaban limpiando y haciendo cuentas, así que pude hablar con el mismo dueño. Le inventé que me habían robado algo invaluable y que debía ver las cintas de seguridad para ver con quién o quienes había estado la noche anterior.

 El tipo fue más amable de lo que hubiese previsto. Me dijo que con el consumo que había hecho la noche anterior, tenía derecho hasta de ver los libros de cuentas. Esa afirmación me asustó y traté de poner una nota en mi mente para tener cuidado al ver el saldo de mi tarjeta débito. En los videos de vigilancia estaba con mis amigos y después con un chico pelirrojo. Se me hizo raro porque no me gustaban tanto los pelirrojos pero, a juzgar por las imágenes, el alcohol me daba facultades especiales para todo, tanto para besar a más de seis personas en toda la discoteca, así como para pagar botellas de whisky y bailar como un loco hasta que cerraron el bar a las tres de la mañana. Al parecer, salí de allí con el pelirrojo.

 Le di las gracias al dueño de la discoteca y salí de allí, más confundido que antes. Puede parecer una mentira pero yo jamás había hecho nada parecido. Jamás había conocido a nadie de manera espontanea en un lugar así y mucho menos bebiendo tanto, bailando tanto y, en general, gastando tanto. Pregunté en los locales aledaños para saber si se acordaban de mi pero nadie lo hacía excepto un indigente que se me acercó a pedirme monedas. Me dijo que me conocía pero que me contaría si le daba un billete grande. Tuve que hacerlo y entonces me contó que estaba con el pelirrojo cuando salí y que nos vio fumando marihuana y subirnos a un taxi. Estaba seguro que el lugar de dijimos al taxista era algo con “brisas” o “brisa”.

 En efecto, Recodo de las Brisas era el nombre del barrio en el que desperté, lo había averiguado en el celular. Y como así que había estado fumando marihuana? Yo jamás había consumido drogas. Entonces se me ocurrió que el pelirrojo me había echado algo en el trago y que por eso me había comportado de esa manera. Apenas caí en cuenta, volví a mi casa y revisé mi estado de cuenta de mi tarjeta. En efecto había comprado más botellas de trago de lo que era moralmente correcto pero no había nada más ni nada menos. No había pagado otras cosas, ni había retirado en un cajero. Entonces no me habían robado, como yo había pensado.

 Me di cuenta que lo mejor que podía hacer era dejarlo todo de ese tamaño y dejar de pensar en la noche anterior. Era cierto que había hecho muchas cosas pero sabía que yo no era así y estaba seguro que me habían hecho algo para que así fuese. Me dio miedo solo pensarlo, pero podría haber sido peor. Tenía todo conmigo y nada faltaba así que no me habían robado. Y tuve que recordar ir a médico porque estaba casi seguro que si había consumido drogas y alcohol con ese hombre, seguramente había tenido sexo con él y era mejor ver que todo estuviese bien con mi cuerpo. Me dio un sentimiento de culpa horrible, porque todo lo que había pasado era por mi culpa, por haber estado concentrado en otras cosas y no en mi propio bienestar.

 El resto del domingo lo pasé en casa, viendo películas y televisión. Pedí una pizza y de nuevo hablé con mi amigo y le conté todo lo que había averiguado. El se rió un poco menos y me dijo que debía alegrarme de estar bien. Tenía razón en todo caso. Cuando me fui a la cama, tengo que confesar que no pude dormirme rápidamente. Trataba de recordar que había pasado después de la marihuana, quería recordar su cara o su cuerpo o lo que fuese pero no había nada en mi mente. Al otro día en el trabajo, pensé algo menso en ello, procurando no perder la concentración y estar siempre en donde tenía que estar. El día fue normal hasta que cuando volví del almuerzo me dijeron que había alguien esperándome en mi oficina. Cuando llegué a mi puesto, vi la cabellera pelirroja.

Apenas dio la vuelta al sentir mis pasos, me di cuenta de que no lo reconocía pero pude apreciar su belleza al instante. Al menos no me había metido con alguien feo, pensé. Luego me recriminé por lo superficial de mi pensamiento. Me dijo que había recordado que yo le había contado donde trabajaba y que había venido a entregarme algo. Extendió su mano y me dio un sobre. Adentro había billetes. Me dijo que quería pagar su parte del trago que había gastado y que se disculpaba por haberme dejado gastar tanto. Pero decía que yo estaba tan contento, tan feliz, que no quiso decir nada en el momento. Me dijo también que esa noche yo le dije que quería perderme y entonces me di cuenta, sin recordar nada, que él no me había echado nada en el trago ni nada parecido. Todo lo había hecho yo solo.


 Se disculpó y se despidió pero yo lo detuve tomándolo del brazo. No podía dejarlo ir.

lunes, 17 de agosto de 2015

Tormenta de nieve

   Por mucho que buscamos por toda la casa, solo había un control para los videojuegos. Hubiera podido jurar que tenía otro pero no, no estaba por ningún lado. Eso quería decir que teníamos que hacer otra cosa o simplemente jugar de a uno. Él dijo que no le importaba, con tal de poder distraerse un poco. Le di el control y le dije que el primer turno era de él. El juego que estaba en el aparato era bastante simple, de deportes. Tenía que hacer como si jugara tenis u otros deportes. Normalmente era un juego muy divertido pero más aún cuando se jugaba con otras personas. Él empezó a jugar y yo solo miré, tratando de no aburrirme por hacer nada. Cada tanto miraba por la ventana y me daba cuenta que afuera todo parecía ponerse peor.

 La nieve caía por montones y el vidrio estaba tan empañado que no se veía mucho más que la nieve que caía inmediatamente al lado del vidrio. De pronto sentí un ligero empujón y era él, que me empujaba ligeramente con el control. Decía que había terminado su ronda y que era mi turno. Entonces jugué y me distraje un rato, aunque fue difícil verle el lado divertido al asunto con él diciéndome que hacer y como. Alertándome antes de lo que debía hacer y haciendo ruidos de frustración cuando no lo lograba. Si hubiera tenido que elegir a propósito un compañero de encierro, ciertamente jamás lo hubiera elegido a él. Siempre me había caído un poco mal pero ahora estaba desarrollando ese odio más allá de lo establecido.

 Trabajábamos juntos y él había tenido la brillante idea de entregarme unos papeles urgentes en mi casa, durante una tormenta de nieve. Según él había sido porque quería deshacerse de ellos y no tenerlos cerca porque eran de mucho valor y no quería perderlos y que luego lo reprendieran por culpa mía. Cuando lo dijo, tuve ganas de ponerle el sobre con los papeles de sombrero pero solo los tomé y fue entonces cuando se fue la luz y la tormenta entró con toda su fuerza. Nunca antes había yo estado en una situación así. Le dije que entrara, puesto que afuera se iba a congelar. Él me hizo caso pero no sin mirar a mi casa como si fuera el peor lugar en el que hubiese puesto un pie.

 No le ofrecí nada más sino mi sofá y esperar. No hablamos en todo el rato, excepto cuando me pidió que le indicara donde quedaba el baño. Se lo señalé y usé solo una palabra. Traté de fingir que podía seguir lo que estaba haciendo, pero lamentablemente estaba viendo una película y sin energía, no había como. Fue toda una noche sin nada de luz. Iba a decirle que tomara lo que quisiera de la nevera pero lo pensé y era mejor no darle alas. Hice dos sándwiches y le di uno a él sin decir nada. Creo que le gustó pero no dijo nada. Yo me fui a dormir a mi cama y él en el sofá, con una cobija que yo tenía a la mano. No dormí muy bien esa noche.

 Al otro día ya había electricidad pero las noticias seguían siendo malas: la tormenta era severa y se le aconsejaba a la gente no salir a menos que fueses absolutamente necesario. No había transporte público y el aeropuerto estaba cerrado. Fue entonces que se me ocurrió la idea de jugar con el videojuego, ya que él no quería ver la película que yo estaba viendo. Pero esa diversión no duró mucho, pues él se quejó que todo se ponía más lento así. Yo me enojé y casi le dije que se largara de mi casa, pero entonces mire por la ventana y tuve que tragarme todo ese resentimiento. Decidí mejor dedicarme a hacer el almuerzo sin decir nada. Pensé en hacer algo simple, como pasta a la boloñesa, pero entonces él llegó por detrás, con sugerencias y criticas. Con razón nadie lo quería en la oficina!

 Me dijo que la carne debía ser cocinada de cierta manera o sino no se mataba correctamente a las bacterias que vivían en ella. Yo no le contesté, preferí hacer las cosas como siempre las hacía y, cuando él se dio cuenta, empezó a tomar cosas por su lado y dijo que iba a hacer una ensalada para acompañar la pasta. Yo no le dije que sí o que no, la verdad me daba lo mismo con tal que dejara de hablar. Estuvimos en silencio cocinando un buen rato hasta que nos cruzamos y nos miramos a la cara. Por un segundo, pude ver que su cara tenía algo de vergüenza en ella pero más que todo estaba algo pálido. En el momento no dije nada y solo me dediqué a sacar los platos y a servir.

 Comimos también en silencio, aunque me levanté en un momento para prender el televisor y ver que nuevas noticias había. Previsiblemente, la tormenta seguía igual y no parecía que fuera a mejorar antes de la noche. El reportero en las imágenes parecía estarse congelando en la mitad de la calle y yo agradecí tener un lugar donde sentirme tibio. De repente, él se aclaró la voz y me dijo que la pasta había quedado muy buena. Yo al comienzo no le entendí y solo asentí. Al fin que solo era carne, salsa de lata y pasta. No era nada del otro mundo. Entonces fue que lo miré y estaba más blanco que antes y entonces se desmayó y cayó al suelo. Yo corrí hacia él y le miré la cabeza, viendo que no se hubiera golpeado muy fuerte.

 Se había lastimado un poco pero lo más grave era que estaba muy blanco y no estaba consciente. Lo único que se me ocurrió fue revisar su ropa, la que tenía puesta así como una chaqueta que había dejado en el espaldar de otra de las sillas del comedor. En ella había una cajita pequeña que decía insulina. Pero no tenía aplicador ni nada por el estilo. Corrí al baño y por suerte tenía una aguja, de cuanto había comprado para hacer algunos adornos de navidad. Menos mal no estaba usada. Me apuré al comedor, saqué un poco del liquido de la botellita y le subí la camiseta. Tontamente, vi que tenía un muy buen cuerpo y casi se me olvidaba lo que tenía que hacer. Pinché un poco de su carne e inyecté.

 Me quedé mirándolo a ver si reaccionaba y fue solo al cabo de un rato que respiró profundamente, como si hubiera acabado de salir a la superficie del mar después de mucho nadar. Le dije que era mejor no levantarse, así cogí una de las almohadas de mi sofá y se la puse bajo la cabeza. No sé porqué, él me cogió la mano. Parecía asustado y estaba algo frío.  Me apretaba con fuerza pero no decía. Yo le acaricié un poco la cabeza y noté que todo su cuerpo estaba frío. Se me ocurrió entonces ayudarlo a ponerse de pie y llevarlo a mi cama. Allí lo arropé lo mejor que pude y le dije que era preferible que descansara para poder recuperar fuerzas. Él me tomó la mano antes de que yo saliera de la habitación y me dijo “gracias”.

 Me senté en el comedor y acabé mi comida, mientras leía el papelito que había dentro de la caja de insulina. Cuando recogí los platos, me di cuenta de que él había comido casi todo antes de desmayarse. Limpié todo y entonces me di cuenta que no había nadie más conmigo en la habitación, así que por no sentirme solo, decidí ver como estaba el enfermo. Estaba durmiendo profundamente, haciendo solo algo de ruido al inhalar con fuerza por la nariz. Miré por la ventana y me dio más frío del que tenía. Y como era mi casa, no tuve dudas cuando me acosté al lado de él, debajo del cobertor, y me quedé dormido casi al instante. Fue de esas veces que se duerme poco pero es placentero y sin sueños tontos.

 Cuando me desperté, ya era de noche y la nieve todavía caía, aunque menos que antes. Me iba a levantar de la cama para ir a ver en el televisor si las cosas habían mejorado pero me di cuenta que no podía. Resultaba que tenía un brazo fuertemente puesto sobre mi estomago y era el de él. Me había pasado el brazo y me sostenía con fuerza. No quería despertarlo pero quería salir así que traté de girarme hacia él para ver si eso lo alejaba pero no resultó porque él estaba despierto. Nos miramos a los ojos por un rato, sin decir nada, y entonces él se me acercó y me dio un beso. Fue suave, como hacía mucho no había sentido un beso. Además, se mano apretó un poco mi cintura y fue entonces cuando olvidé todo y me acerqué más.

 Horas después, estábamos todavía en esa cama pero la ropa estaba por todos lados del cuarto. Estábamos despiertos y abrazándonos con fuerza, compartiendo el calor. Entonces él se acercó a mi oreja y me agradeció por lo de la insulina. La había acabado de comprar porque ya no tenía pero si tenía agujas en casa. Era una suerte que yo hubiese tenido una para utilizar. Yo le dije que no era nada. Entonces me confesó que yo le gustaba mucho desde hacía mucho, pero que era más fácil hacerse el hostil conmigo. Le pregunté porqué y me respondió que porque las personas como yo siempre se creían más de lo que eran cuando alguien les ponía atención. Entonces me di la vuelta y le pregunté como eran las personas como yo.


 Me dijo que yo era muy seguro y muy guapo y yo me reí. Jamás me hubiese considerado ninguno de los dos. Él solo me miró y nos besamos de nuevo. Entonces me dijo que tenía hambre y lo invité a ir, sin ropa, a la cocina. Hacía mucho frío pero no nos separamos mucho el uno del otro. Comimos y hablamos de nuestras vidas, de nuestras familias. Y allí empezó todo.