Mostrando las entradas con la etiqueta cariño. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta cariño. Mostrar todas las entradas

lunes, 16 de noviembre de 2015

Beso en la espalda

   Sentí su beso de todos los días en la espalda y luego como su peso dejaba la cama y se alejaba de mi. La verdad yo estaba muy cansado. El día anterior había tenido que trabajar como nunca y no había tenido tiempo ni de voltearlo a mirar. A veces sentía culpa, pues en esos días que debía entregar mi trabajo, siempre pasaba a ignorarlo y él debía de ver que hacía mientras yo escribía sin cesar y gritaba por el teléfono. Cuando las cosas eran al revés, él siendo el ocupado y yo no, jamás me dejaba de lado. Me pedía consejos y que le corrigiera todo lo que pudiera, así yo no supiera nada de informes inmobiliarios. Juan parecía siempre estar allí para mi pero yo rara vez para él. Cuando me despertó con el beso, no lo sentí medio dormido como siempre. Y quise levantarme y pedirle que no se fuera o al menos darle un beso de verdad de despedida pero no sé que me impidió hacerlo.

 Cuando me liberaba de mi trabajo, había demasiado tiempo de sobra y esta vez me la pasé pensando en mis errores. La verdad, tenía miedo de que algún día de estos ese beso en la espalda dejara de existir. Tenía miedo que Juan decidiera no volver o si acaso volver solo para decirme que no aguantaba más y que prefería cualquiera cosa a seguir viviendo así conmigo. En ese momento de susto, lo único que me quedaba era mejorar como esposo. Así que me puse a hojear por varios libros de cocina que teníamos, rara vez usados, y encontré una que creí ser capaz de hacer. Primero tenía que ir al supermercado a comprar los ingredientes pues no habíamos podido ir por culpa de mi trabajo. Me di cuenta que hasta nutricionalmente mi trabajo estaba afectando mi relación y mi cuerpo.

 En el supermercado aproveché para comprar cosas que a él le gustan como cereal de colores y un café especialmente aromático. También pescado, que yo odio pero el adora, y otros productos que compartimos a lo largo de la semana cuando, por coincidencias de la vida, los dos estamos desocupados. Sin duda esos eran los mejores momentos, cuando nos quedábamos en la cama hasta tarde, abrazados o besándonos como cuando nos conocimos. Después nos pasábamos el día comiendo dulces y demás cosas no muy buenas para la salud pero compartidas en todo caso. Nos tomábamos de la mano y veíamos películas o lo que hubiese en televisión y por la noche seguramente hacíamos el amor en ese mismo sofá donde habíamos estado toda la tarde.

 Todo eso normalmente pasaba un sábado o un domingo. Entre semana él estaba muy cansado y a veces yo tenía que ir a la oficina a discutir ideas, o más bien a refutar las ideas de mi editora. Solo teníamos esos dos días y eso era cuando el calendario era amable con nosotros. El mes en el que sentí miedo no habíamos tenido un solo fin de semana decente y eso que ya estábamos a veintinueve. No quería que eso pasara más, no quería que fuésemos de esas parejas que están contentas con no verse nunca, como si el compromiso fuera lo más importante. A mi los compromisos y las promesas me resbalan si no contienen nada y yo a él lo amo todavía y lo sé y lo siento. Lo necesito.

 Revisé la lista que había hecho para comprar los víveres y me di cuenta que me faltaban las especias que le daban el sabor preciso a la receta que pensaba hacer. Tenía que comprar orégano y pimienta , tal vez algo de laurel, tomillo y albahaca. Sin duda era un sabor muy italiano que yo nunca había tratado de hacer pero lo iba a intentar pues de ello dependía mi estabilidad mental ese día. Mientras observaba el estante de las especias, alguien cerca revolvía el contenido de uno de los congeladores. Era uno de esos que tienen las cajas de los helados y era un hombre el que sacaba uno y la volvía a poner, y movía unas para sacar la que estuviera más abajo y luego volvía y miraba y así. No le di mucha importancia. Tomé mis especias y caminé con cierto apuro a la caja.

 Fue saliendo del supermercado que una mano se posó en el hombro y me di la vuelta casi al instante por miedo de que fuera un ladrón o algo parecido. Resultó que no era un ladrón sino el tipo del congelador. Pero eso solo lo pensé por un segundo pues ese tipo resultaba ser también uno de los mejores amigos de Juan. Sonreí falsamente mientras le daba la mano y veía que sostenía en la otra una bolsa con dos cajas de helados. No nos veíamos hacía bastante, cuando en una fiesta yo me había sentido bastante incomodo y él me había ayudado haciéndome uno de los mejores mojitos que he probado. Recordamos ese momento y nos reímos. Viendo mis bolsas, me invitó a su automóvil y me dijo que me llevaría a casa para que no caminara tanto. Me iba a negar pero eso no hubiera servido de nada. Era de esas personas que insistían.

 En el automóvil, recordamos todo lo que tenía que ver con esa fiesta. Había sido memorable pues había sido una de las primeras a las que Juan y yo habíamos asistido como pareja de casados y mucha gente se incomodaba visiblemente cuando veían nuestros anillos y más aún cuando mis nervios me urgían a tomarle la mano a mi esposo, como si estuviésemos a punto de atravesar la línea enemiga. El amigo de Juan, que se llamaba Diego, de pronto anunció que muchas de esas personas ya no le hablaban por ese día. A mi eso me sentó muy mal pero él trató de animarme diciendo que la gente era toda una porquería y que no se podía vivir de lo que solo unos pocos pensaban.

 Me preguntó que pensaba mi familia y la de él y le conté que, por extraño que pareciera, todos parecían estar ahora más cómodos con nuestra relación que antes. De pronto era el hecho de haber formalizado todo lo que nos daba cierto grado de madurez y de respeto, pero francamente yo me sentía igual antes y después de casarme. Nunca le había dicho a nadie, pero todo eso para mi sobraba con tal de que pudiera despertarme junto a él todos los días. Juan era más tradicional en ese sentido y me casé para hacerlo feliz. Apenas dije eso miré la cara de Diego, pero no había en su cara nada que indicara que esa razón había sido errónea. Cuando llegamos a casa, lo invité a pasar.

 Hice algo de café y le pregunté por su vida mientras alistaba los ingredientes de mi receta. Me dijo que se había divorciado y en el momento estaba tratando de que su ex no le quitara su derecho de ver su hija, una bebé muy bonita de la que yo había visto fotos en esa fiesta hacía meses. Diego me dijo que no tenía mucho dinero ahora y que había tenido que mudarse. Él era periodista y trabajaba desde casa, lo que explicaba que estuviera en mitad de la tarde comprando helado en el supermercado. Estuvo de acuerdo conmigo en que la vida así podía destruir una relación pero, al ver mi cara de tristeza mientras cortaba unos tomates, dijo que no todas las parejas llegaban hasta el punto del divorcio. Muchas historias terminaban mucho mejor que la suya.

 Mientras el bebía café, yo iba condimentado la carne y cortando más verduras y poniéndolo todo en el horno. La verdad es que nunca me había dado cuenta que Diego era tan entretenido. Como amigo de Juan, siempre me había parecido algo payaso, poco serio. Pero ahora parecía que su vida le había dado una lección muy dura y su personalidad parecía haber respondido a ello. De todas maneras, cada cierto rato, salían toques de ese humorista frustrado que tenía dentro. Me aconsejó un poco respecto a las especias y el tiempo y temperatura del horno, pues con su ex habían hecho un curso de cocina. Me iba a disculpar por recordarle esos momentos pero no me dejó, prefiriendo verificar todo él mismo.

 La tarde estaba terminando y le dije que se quedara un rato más para saludar a Juan. Miró el reloj preocupado y dijo que no podía quedarse mucho después de eso. Fue en ese momento que se me quedó mirando y entonces me dijo que no me preocupara pues mi relación con Juan tenía algo que la de él nunca había tenido de verdad. Le pregunté que era pero justo ahí timbró Juan y se saludaron con Diego como cuando estaban en el colegio. De pronto eran chicos de diecisiete años y me alegró verlos a ambos tan felices. Diego empezó a disculparse, argumentando que debía irse pero yo se lo impedí, invitándolo a probar la cena que él mismo había ayudado a lograr. Juan sonreía sorprendido y todos cenamos a gusto, riendo de las anécdotas de Diego y del día de Juan en la oficina y entonces supe, en un momento, cual iba a ser la respuesta de Diego.


 Cuando por fin lo dejamos ir, lleno y contento, nos despedimos con abrazos, prometiendo no dejar pasar mucho tiempo hasta vernos de nuevo. Apenas se fue, Juan me abrazó y me besó y me agradeció por esa noche. Después de limpiarlo todo, fui directo a la cama donde me esperaba Juan ya casi dormido. Me pidió acostarme junto a él. Nos quedamos mirándonos por largo rato hasta que nos besamos suavemente y entonces, después de un par de ajustes a nuestras posiciones, nos quedamos dormidos. Recuerdo que lo último en que pensé antes de sucumbir al cansancio fue en la mirada de Juan. Por eso tomé sus manos y las apreté con fuerza contra mi. Otro beso cálido en la espalda.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Otra noche

   Cuando terminamos, no dijimos ni una palabra más. Solo nos separamos un poco para poder recuperar el aliento y nos quedamos allí, en medio de ese particular lugar. Mi mirada iba de una cosa a otra porque no sabía que hacer o que decir. Pero cuando me di cuenta, tenía un cobertor encima y él me abrazaba con cuidado. Ya no tenía que pensar en nada así que me dejé ir y no pensé más. Creo que no dormí mucho porque era tarde cuando terminamos y cuando me desperté seguía oscuro aunque ya se podía vislumbrar ese pálido tono azul de las madrugadas. Él se había movido, dándome la espalda. Dormía profundamente, resoplando tranquilamente sobre el colchón. Aproveché esto para ponerme de pie e ir al baño, donde tomé algo de agua sin prender la luz. Me mojé la cara y volví al lugar de antes.

 Me di cuenta de la vista. Es decir, esta vez sí la detallé. Antes había sido una bonita adición a todo el evento pero no la había mirado con cuidado. Las luces de la ciudad brillaban con fuerza y se notaban incontables vehículos y apartamentos en donde seguramente habría fiesta o alguien muy desvelado. Al fin y al cabo era viernes y mucha gente había salido a bailar o a tomar algo. Yo me decidí por un plan diferente y la verdad no me había arrepentido. De hecho, no había nada de que arrepentirse pues no era tampoco algo del otro mundo que alguien decidiera verse con otra persona con el objetivo exclusivo de tener relaciones sexuales. No es algo muy extraño que digamos.

 En especial cuando ya nos conocíamos de hace mucho tiempo y hacía años que no nos veíamos. Bueno, tal vez no años pero sí al menos un año en el que yo no había estado cerca y por lo tanto no había habido posibilidades de nada. Pero ya había vuelto, hacía tan solo unos días, y ya estaba allí. Lo mejor del caso, y le sonreí desnudo a la ciudad mientras lo recordaba, fue sentir su entusiasmo cuando lo contacté y le dije que nos viéramos. Su sonrisa al abrirme la puerta de este particular estudio en un edificio sin terminar, era simplemente lo que yo necesitaba desde hacía un buen tiempo. Nunca sobran esos halagos, esos pequeños momentos que te hacen sentir único.

 Volví al colchón y me acosté junto a él. A pesar de mi peso, no se movió un solo centímetro, todavía resoplando con suavidad. La noche no era tan fría como de costumbre y estuve un rato más pensando y divagando sobre todo y nada. En un momento pensé en irme pero caí en cuenta que no tenía que estar en ningún lado y además él, con solo su mirada, me había pedido que me quedara. Como podía irme así no más y rebajar el momento que habíamos compartido? Así que finalmente me recosté y, tratando de ignorar la luz que entraba en la sala, cerré los ojos y me quedé dormido. Tuve un sueño de esos largos y extraños, pero ya no lo recuerdo bien.

 Fue él quién me despertó. Había pedido un domicilio y estaba en calzoncillos junto a mi comiendo de una cajita. Me dijo que había uno para mí, así como jugo de naranja para remojar la garganta. Fue como si me leyera la mente, pues sentía la garganta como si hacía muchos días no tomara una sola gota de agua. Debía ser porque, entre los dos, habíamos tomado una botella de vodka mezclada con jugo de limón. Me dolía un poco la cabeza pero había tenido resacas peores. Tomé mi cajita, los cubiertos plásticos que había sobre ella y empecé a comer. Era un desayuno típico de mi país, básicamente comida recalentada del día anterior. Sabía perfecto y era justo lo que necesitaba para quitarme el sabor del vodka de la boca y apagar los sonidos de mi estomago.

  Me sorprendió cuando él terminó y me dio un beso en la mejilla. No estaba preparado para ello y casi me atoro con la comida. Creo que no se dio cuenta porque caminó tranquilamente a tirar la caja y lo demás en una bolsa negra y luego se metió en el baño. Yo seguí comiendo y terminé justo cuando él salía del baño. De pronto me abrazó y nos besamos un buen rato. Debo decir que nunca pensé que al otro día de una noche así se pudiera sentir una persona tan especial, tan único en un sentido bastante extraño. Pero así era. Y lo mejor era que nuestros besos ya no tenían el sabor del licor. Sabían a comida y jugo de naranja, algo muchas veces mejor. Cuando dejamos de besarnos, nos miramos a los ojos unos segundos y nos separamos.

 Cada uno fue tomando sus prendas de vestir del piso y al cabo de unos quince minutos estábamos vestidos. Me dijo entonces que era una lástima que la ducha del sitio no funcionara bien todavía pero es que la presión del agua todavía no alcanzaba para tanto. Si volvía en un mes, dijo, seguramente se vería todo muy distinto. No supe si era una invitación o solamente un decir pero la frase se quedó conmigo un buen tiempo. En la puerta, ya vestidos y él con la bolsa de basura en una mano, nos besamos de nuevo. Allí fue más apasionado y por un momento pensé que íbamos a volver al colchón e íbamos a dejar esa tontería de irnos para otro momento. Pero no fue así: sí nos fuimos.

 En el recibidor del edificio, me dijo que iba a tomar un taxi a la casa de sus padres que lo esperaban para acompañarlos al mercado. Yo le dije que no tenía dinero para taxi y él se ofreció a dármelo pero le respondí que quise decir que prefería tomar un bus que pasaba cerca y me dejaba en casa. Para mi sorpresa, nos despedimos de beso en la boca y no nos importó quién estuviera allí. Nunca había hecho algo así porque me hubiera dado vergüenza. No soy de los que le gustan las demostraciones públicas de afecto. Pero en ese momento la verdad necesitaba ese último beso y me alegro recibirlo.

 En el recorrido a mi casa, recordé cada momento de la noche y me di cuenta que todo era muy extraño. Nos veíamos cada mucho tiempo, siempre para hacer lo mismo pero no solo era sexo sino que era un momento siempre único y especial. Nunca le había preguntado a él porqué, pero siempre era muy cariñoso conmigo, no importa cuanto tiempo hubiese pasado ni las condiciones del momento. Se podía decir que había incluso momentos románticos y solo el pensarlo me hizo reír, lo que me hizo sentir tonto en el bus, que iba casi solo. La verdad era que nos entendíamos bien íntimamente y tal vez por eso siempre que nos veíamos lo sentíamos de manera tan especial y no era algo tan común como en otros casos. Era algo un poco más allá.

 No niego que he tenido la experiencia de conocer a otras personas en situaciones similares y sé que la idea general de ese tipo de encuentros no es el romance ni sentir la cercanía de otra persona ni nada por el estilo. Normalmente es puro sexo, que cuando termina es definitivo y cada uno se va para su casa cuando ocurre. Es algo bastante básico y sencillo en ese sentido y un poco más automático que lo que yo experimenté con él. O tal vez estoy exagerando y estoy creando una película en mi cabeza que no existe. Francamente lo dudo porque siento que cuando me besa no siempre lo hace con otras intenciones. Es como si necesitase de verdad ese beso y, así lo esté actuando, lo hace muy bien.

 Es algo interesante saber si él piensa lo mismo. Yo de hecho sé que lo hace, al menos en el aspecto general. Y lo sé porqué un día él me confesó que seguido pensaba en mi y en uno de esos momentos que habíamos compartido. Tengo que decir que para mi fue una ayuda increíble a mi autoestima, que normalmente no es muy alta pero en ese momento hasta me puse rojo. Además es su manera de decir las cosas, de expresarse y de dar a entender que lo que dice es cierto y que lo siente de verdad. Por eso cuando estamos juntos ya no pienso en nada más sino en el momento y la verdad he descubierto que así es mucho mejor, pues no me saboteo a mi mismo sino que me ayudo.

 Cuando por fin llego a casa, trato de no hacer mucho ruido. Lo bueno es que no hay nadie despierto así que puedo fingir que llegué en la madrugada. Con cuidado me quito toda la ropa y me meto a mi cama, que está fría. Instantáneamente recuerdo su olor y su tacto y me doy cuenta que me gustaría tenerlo allí conmigo. Y sin embargo, me doy cuenta de otra cosa y es que en nuestra relación no existe el amor típico. Yo no estoy enamorado de él ni él de mi y es terriblemente liberador que así sea. No estamos amarrados por ello y creo que por eso nuestros momentos son mejores que los de otros. De eso estoy seguro.


 Dicen algunos que es mejor no jugar con fuego porque en algún momento te quemas, pero en este caso no creo que haya la posibilidad de eso. Y así la hubiese, no me importaría quemarme. Somos dos adultos y creo que podríamos manejar cualquier situación que se presente. Además, no nos vemos tanto como para algo así. De hecho, alguno de los dos podría conocer a alguien más y todo quedaría ahí, como congelado en el tiempo. Y eso no sería ni malo ni bueno, solo sería una de esas cosas que pasan.

martes, 22 de septiembre de 2015

Amor

   Lo mejor del fin de semana era poder amanecer abrazado a él, teniéndolo entre los brazos como si hubiera la necesidad de sostenerlo así para que durmiera bien. Todas las mañanas, lo primero que hacía era sentir su cuerpo y eso me daba algo de alegría, me hacía sonreír y me hacía sentir más vivo que nada más que pudiese pasar. Él, normalmente, se daba la vuelta y así nos dábamos un beso y nos abrazábamos para dormir un rato más. Ese rato podía durar entre unos diez minutos y varias horas más, dependiendo de lo cansados que estuviésemos ese día. Al despertar de nuevo, siempre nos besábamos y luego hacíamos el amor con toda la pasión del caso. Era perfecto y se sentía mejor que nada que hubiese en el mundo. Ambos terminábamos felices, con sendas sonrisas en la cara.

 A veces decidíamos quedarnos en la cama un buen rato, abrazándonos. A veces hablábamos y otras veces solo dormíamos más. Eso no cambiaba jamás y la verdad era algo que toda la semana yo esperaba con ansia. Poder estar con la persona que había elegido para compartir mi vida y simplemente tener su aroma junto a mi todo el tiempo. Nos turnábamos las mañanas de los fines de semana para hacer el desayuno. Si me tocaba a mi, hacía unos panqueques deliciosos con frutas y mucha miel de maple. Si le tocaba a él, le encantaba hacer huevos revueltos y a veces algo de tocino. No pareciera que le gustara tanto la comida grasosa ya que tenía una figura delgada y por ningún lado se le notaba el tocino que le fascinaba.

 Ese desayuno tenía lugar, normalmente, hacia la una de la tarde. Y nos tomábamos el tiempo de hacerlo mientras conversábamos. Hablábamos de nuestras respectivas semanas en el trabajo, de chismes o noticias nuevas de amigos y amigas y de nuestras familias. Mientras uno de nosotros cocinaba, el otro escuchaba con atención o hablaba como perdido desde una de las sillas del comedor. Esa era nuestra tradición, así como la de comer en ropa interior que era como dormíamos juntos. A veces incluso lo hacíamos desnudos, pero él cerraba las cortinas temeroso de que alguien nos viera, cosa difícil pues vivíamos en un piso doce. El caso era que siempre era lo mismo pero con variaciones entonces nunca nos aburríamos, aún menos con lo que enamorados que estábamos.

 Si había un fin de semana de tres días lo normal era que ese tercer día hiciésemos algo completamente distinto. Podía ser que fuéramos a la casa de alguna de nuestras madres a desayunar o que pidiéramos algún domicilio que casi nunca pedíamos. Había festivos que no nos movíamos de la cama y solo nos asegurábamos de tener la cocina bien llena de cosas para comer y beber. No nos complicábamos la vida y no se la complicábamos a nadie más. Ese apartamento era nuestro pequeño paraíso y tuvo un rol significativo en mi vida.

 Los demás días, trabajábamos. No eran los mejores pues a veces yo llegaba tarde o a veces lo hacía él. No podíamos cenar juntos siempre y a veces teníamos pequeñas peleas porque estábamos irritables y nos poníamos de un humor del que nadie quisiera saber nada. Era muy cómico a veces como se desarrollaban esas discusiones, pues la gran mayoría de las veces sucedían por estupideces. Eso sí, siempre y sin faltar un solo día, nos íbamos a dormir juntos y abrazados. Jamás ocurrió que lo echara de la cama o que él se rehusara a tenerme como compañero de sueño. No, nos queríamos demasiado y si eso hubiese pasado sin duda hubiese significado el fin de nuestro amor incondicional, que desde que había nacido había sido fuerte, como si hubiese sido construido con el más fuerte de los metales.

 Los mejores momentos, sin duda, eran las vacaciones. Siempre las planeábamos al detalle y no podíamos pagar cosas muy buenas porque, menos mal, nuestros trabajos pagaban muy bien. Íbamos a hoteles cinco estrellas, con todo lo que un hotel puede ofrecer, fuese cerca de un lago o al lado del mar. Viajábamos dentro y fuera del país y siempre recordábamos enviar al menos un par de fotos para nuestras familias. Éramos felices y algo curioso que hacíamos siempre que nos íbamos de viaje era tomarnos las manos. Era como si no quisiéramos perdernos el uno del otro y manteníamos así por horas y horas, hasta que las manos estuviesen muy sudadas o adoloridas de apretar para apurar el paso o algo por el estilo. Era nuestra idea de protección.

 En vacaciones, teníamos siempre más sexo de lo normal y recordábamos así como había empezado nuestra relación. Había iniciado como algo casual, como algo que no debía durar más allá de un par de semanas, pero sin embargo duró y duró y duró. Nos dejábamos de ver cierta cantidad de días y luego, cuando nos veíamos de nuevo, éramos como conejos. Puede sonar un poco gráfico pero las cosas hay que decirlas como son. En todo caso, se fue creando un lazo especial que ninguno de los dos quiso al comienzo. Pero ahí estaba y con el tiempo se hizo más fuerte y más vinculante. Desde el día que lo conocí hasta que decidimos tener algo serio, pasaron unos dos años.

 Él siempre fue un caballero. Es raro decirlo pero lo era. En ciertas cosas era muy tradicional, como si tuviese veinte años más y en otras parecía un jovencito, un niño desesperado por jugar o por hacer o por no parar nunca de vivir. Era como un remolino a veces y eso me gustaba a pesar de que yo no era así ni por equivocación. Yo le dejé claro, varias veces, que no éramos compatibles en ese sentido, que yo no sentía ese afán por estar haciendo y deshaciendo, por estar moviendo como un resorte por  todo el mundo. Pero a él eso nunca le importó y, el día que me dijo que estaba enamorado, sus lagrimas silenciosas me dijeron todo lo que yo quería saber.

 Estuvimos saliendo casi el mismo tiempo que duramos teniendo sexo casual y viéndonos cada mucho tiempo. Después, no nos separaba nadie. Íbamos a fiestas juntos, a reuniones familiares, a todo lo que se pudiese ir con una pareja. Siempre de la mano y siempre contentos pues así era como estábamos. Otra gente se notaba que tenía que esforzarse para mantener una fachada de felicidad y de bienestar. Nosotros jamás hicimos eso pues lo sentíamos todo de verdad. Nos sentíamos atraídos mutuamente tanto a nivel físico como emocional e intelectual. Aunque todo había nacido tan casualmente, compartíamos cada pedacito de nuestras vidas y supongo que esas fueron las fundaciones para que nuestra relación creciera y se hiciese tan fuerte con el tiempo.

Cuando nos mudamos a un mismo hogar, sentí que mi mundo nunca iba a ser igual. No puedo negar que tuve algo de miedo. No sabía que esperar ni que hacer en ciertas situaciones, principalmente porque jamás había compartido un lugar con una persona que significara tanto para mi. Pero todo fue encontrando su sitio y después de un tiempo éramos como cualquier otra pareja que hubiese estado junta por tanto tiempo. No se necesitó de mucho para que cada uno aprendiera las costumbres y manías del otro. Algunas cosas eran divertidas, otras no tanto, pero siempre encontramos la manera de coexistir, más que todo por ese amor que nos teníamos el uno al otro.

 Es extraño, pero jamás pensamos que nada fuese a cambiar, que esos fines de semana fuesen a cambiar nunca, ni que nuestra manera de dormir se fuese a ver alterada jamás. Supongo que a veces uno está tan de cabeza en algo bueno, algo que por fin es ideal como siempre se quiso, que no se da cuenta que el mundo sigue siendo mundo y que no todo es ideal como uno quisiera. Había días que yo tenía problemas, de los de siempre que  tenían que ver con mi cabeza y mi vida pasada. Era difícil porque él no entendía pero cuando entendió fue la mejor persona del mundo, lo mismo cuando sus padres murieron de manera repentina. Tuve que ser su salvavidas y lo hice como mejor pude.

 Pero nada de eso nos podía alistar para lo que se venía. Cuando me llamaron a la casa avisándome, no les quería creer pero el afán de saber si era cierto me sacó de casa y me hizo correr como loco, manejar como si al otro día se fuese a acabar el mundo. Cuando llegué al hospital, y después de buscar como loco, lo encontré en una cama golpeado y apenas respirando. Lo que le habían hecho no tenía nombre. Quise gritar y llorar pero no pude porque sabía que él me estaba escuchando y que podía sentir lo que yo sentía. Entonces le ahorré ese sentimiento y lo único que hice fue cuidarlo, como siempre y al mismo tiempo como jamás lo había cuidado. Después de semanas lo llevé a casa y lo cuidé allí.


  Todo cambió pero no me importó porque lo único que quería era recuperarlo, era tenerlo conmigo para siempre. Él estaba débil pero podía hablar y decirme que me quería. Solo pudo decirlo por un par de semanas, hasta que su cuerpo colapsó. Me volví loco. Totalmente loco. E hizo la mayor de las locuras pues, sin él, nada tenía sentido.