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jueves, 3 de marzo de 2016

Vidas ocultas

   Del edificio salí solo pero contento. Tenía una sonrisa de tonto en la cara que me duró varias horas. Y todo porque había hecho que hace todo el mundo. O bueno, no exactamente pero casi. El caso es que me sentía orgulloso de mi mismo por alguna razón y, al tomar el a mi casa, seguía sonriendo.

 Pero días después ya no sonreía, ya no era lo mismo. El momento había pasado pues todas estas citas clandestinas eran eso, secretos que no le decía a nadie o a casi nadie y por lo tanto los debía yo guardar con el máximo recelo. Fue entonces que me di cuenta lo mucho que me molestaba estarme ocultando, como si hubiese hecho algo malo. Al fin y al cabo que no era nada grave. Lo que pasaba era que no era algo aceptado, algo bien visto y frente a eso sí que no se puede hacer nada. Y no era la primera vez que pasaba por eso, ya muchas veces y desde más joven me habían pasado cosas similares.

 Recuerdo que una de las primeras veces que quedé con alguien, creo que fue la primera de todas, me vestí de una forma tan rara que solo años después entendí que entonces no sabía nada de nada. No recuerdo bien que excusa di en casa para salir ni como fue que tomé la decisión. Tampoco recuerdo con claridad como conocí a la persona, solo sé que fue por medios electrónicos. En todo caso, llegué a un parque y allí nos vimos. O sería en otro lugar y después fuimos al parque? No lo sé, ese recuerdo se ha ido erosionando con el tiempo.

 El caso es que recuerdo el parque, la gente pasar y lo nervioso que yo estaba. Tenía puesto un saco de colores que hoy me parecería horrible, que no sé si jamás volví a usar. El chico con el que me encontré, creo que algo mayor, tampoco me gustaría hoy. Pero creo que entonces no se trataba de eso sino de vivir la experiencia, de lanzarme de una vez al vacío de una vida que yo sabía que siempre iba a ser de esa manera. Siempre iba a tener que ocultarme así que porqué no empezar pronto?

 Hoy, a pesar de que lo sigo haciendo, me parece triste. En ese momento los nervios podían más que pensar en cualquier cosas. Creo que en lo poco que nos vimos ese día, solo hablamos. Él tenía acento y yo solo pensaba en como volver a mi casa. No recuerdo si me invitó a la suya o solo sugirió ir algún día. No lo sé y creo que el recuerdo se ha perdido por alguna razón. Volví a casa con la experiencia hecha y creo que por un par de años no saldría de mi casa de nuevo. En esa época estaba en el colegio. No recuerdo que edad tenía pero sé que fue mucho antes de los diecisiete, primera vez que tuve relaciones con alguien. Era muy joven en todo caso, muy ignorante para haber hecho lo que hice.

 El caso es que así fue y solo hasta mucho después empecé a salir con personas pero siempre en la amabilidad de la oscuridad. A todos los conocía por Facebook o por algún chat de estos que abundaban en la época. Hoy en día me parece hasta gracioso no haberme topado con ningún hombre mayor o ningún mentiroso peligroso. Nunca pasó y no ha pasado recientemente tampoco. Porque sigo usando, muy de vez en cuando, las mismas herramientas o algunas nuevas que son básicamente lo mismo.

 Ese día de la sonrisa, cuando volví a casa, pensé en eso también. Incluso si ese asunto evolucionaba a algo más, las cosas en verdad no cambiarían pues siempre  tendríamos que vernos de esa manera, entre las sombras o en lugares donde nadie nos mirara. Por eso fui ese día a la casa de él y fui otras veces más. Por eso con los chicos con los que salí al comienzo lo hice a lugares que parecían islas en un mundo en el que estábamos casi sobrando, de alguna manera. Nunca lo pensé mucho entonces pero ahora entiendo que las cosas no han cambiado mucho y muchos seguimos detrás de bastidores, viendo a ver si podremos salir totalmente alguna vez.

 Lo digo porque yo, como muchas otras personas, no ocultamos tanto como otros. Nunca he tenido muchas amistades pero hoy en día no dudaría en contarle a ellas lo que me ha pasado, lo que he vivido, a quién he conocido y como lo he conocido. No me da vergüenza ni nada por el estilo porque no es nada de lo que tenga que avergonzarme. Claro que no puedo dar demasiados detalles porque a veces puedo ser muy gráfico, pero creo que incluso si lo fuese mis amistades sobrevivirían a ello.

 Eso me recuerda, que nunca tuve muchos amigos, mucho menos cuando empecé en todo esto de salir. Muchas personas no entenderán lo que digo porque habrán conocido a sus parejas y demás a través de amistades. Esa oportunidad jamás la tuve y no creo que la vaya a tener nunca. No solo porque sigo teniendo un circulo de amistades tremendamente cerrado sino también porque prefiero yo elegir a quien conozco y a quien no. Las personas que potencialmente tendrían un interés en mi que también conocen mis amistades, no son precisamente cantidades y cantidades. Más bien pocos por lo que eso aminora mucho las posibilidades.

 Porque lo que importa es que le gustes a alguien. No solo es buscar alguien que te guste a ti, en el sentido que sea. Porque eso es fácil, cualquiera puede ser interesante en potencia. Pero lo que no es fácil es encontrar esa persona que vea algo en ti que los demás no ven, sea lo que eso sea. Eso es algo muy extraño y muy especial. Pero es la mejor opción si se quiere conocer a alguien para algo más estable, cosa que no he tenido nunca pero siempre he creído que así debe ser. E incluso si es por una noche, es mejor si hay un gusto real y no solo es porque eres un ser vivo.

 Eso, de hecho, me ha sacado bastante de este como juego que es el asunto de salir. Quitando el hecho de no poder tomarse de las manos o darse un beso donde a uno se le de la gana, porque incluso en los países “avanzados” eso se da muy poco al comienzo,  es también un asunto de que seas tú el que causa interés y no nadie más.
Desde esa primera cita o incluso antes yo ya tenía problemas de imagen corporal, de autoestima, de verme diferente a los demás y no solo por ser homosexual. Era algo que iba mucho más allá y al mismo tiempo que era muy interno y difícil de exteriorizar. Además, cuando tienes ese problema, rara vez quieres que la gente se de cuenta. En el colegio, sobre todo, nadie quiere verse débil ya que los niños siempre han sido carroñeros. Les han enseñado, o tal vez simplemente les gusta, destrozar a otra gente para ellos ascender en la escala social. Eso lo noté claramente en mi adolescencia y creo que cualquiera puede hablar de cosas parecidas, si abre los ojos.

 Por eso hoy en día busco alguien que me quiera a mi y no a otro. Es decir, que le guste yo o no solo el hecho de que yo solo sea, tal vez, la única opción o el único cerca o diversas facilidades que los hombres, por ser hombres, buscan. En esto las mujeres lo tienen más claro pero como no soy mujer no entiendo como es que lo hacen funcionar. El caso es que eso hacen y les funciona a las mil maravillas. La mayoría son queridas, son buscadas por los hombres con los que están.

  Tengo que confesar que me he sentido usado en ocasiones. Tal como el condón que la gente usa para protegerse, me he sentido tirado a la basura después de que todo ha terminado. Es humillante y la gente parece no darse cuenta de lo pésimo que eso es. Por eso de un tiempo para acá prefiero ser yo el que tome la decisión y no estaría hoy con nadie que no demuestre interés alguno, sea para lo que sea.

 Yo citas no tengo hace mucho tiempo. En parte por lo que decía antes, porque no tengo una vida social que lo facilite, pero también porque sé hoy en día que valgo más de lo que alguna vez pensé que valía y sé que merezco que alguien de verdad quiera estar conmigo y no solo quiera estar con alguien. Volvemos al punto de esa vergüenza, de ese sentimiento de estar oculto y de correr para un lado y otro como una rata. Yo ya no quiero eso.

 Es cierto que incluso hoy en día muy pocas parejas, a menos que lleven un buen tiempo, demuestran su cariño en público. Muy diferente esto con parejas de mujeres con hombres. Todavía estamos escondidos viviendo vidas ocultas que tratamos de usar hoy como ventaja. Ya no son pesos muertos, vidas de pena y congoja sino elementos que podemos usar para mejorarnos de mil maneras y vivir una vida algo más a nuestro gusto.


 No salgo con nadie pero tampoco me veo clandestinamente con nadie. Sigo teniendo los mismos problemas de autoestima pero tengo que decir que me quiero más ahora que en esos viejos tiempos de la escuela. Me siento listo para mucho pero no me apuro para conseguirlo. El punto es que sé cuanto valgo e incluso en las sombras, lo recuerdo y lo hago saber. Uso esa vida oculta como un laboratorio que me prepara para el mundo y prepara al mundo para mí. Al fin y al cabo, no es tan malo sonreír y que nadie sepa porqué.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Otra noche

   Cuando terminamos, no dijimos ni una palabra más. Solo nos separamos un poco para poder recuperar el aliento y nos quedamos allí, en medio de ese particular lugar. Mi mirada iba de una cosa a otra porque no sabía que hacer o que decir. Pero cuando me di cuenta, tenía un cobertor encima y él me abrazaba con cuidado. Ya no tenía que pensar en nada así que me dejé ir y no pensé más. Creo que no dormí mucho porque era tarde cuando terminamos y cuando me desperté seguía oscuro aunque ya se podía vislumbrar ese pálido tono azul de las madrugadas. Él se había movido, dándome la espalda. Dormía profundamente, resoplando tranquilamente sobre el colchón. Aproveché esto para ponerme de pie e ir al baño, donde tomé algo de agua sin prender la luz. Me mojé la cara y volví al lugar de antes.

 Me di cuenta de la vista. Es decir, esta vez sí la detallé. Antes había sido una bonita adición a todo el evento pero no la había mirado con cuidado. Las luces de la ciudad brillaban con fuerza y se notaban incontables vehículos y apartamentos en donde seguramente habría fiesta o alguien muy desvelado. Al fin y al cabo era viernes y mucha gente había salido a bailar o a tomar algo. Yo me decidí por un plan diferente y la verdad no me había arrepentido. De hecho, no había nada de que arrepentirse pues no era tampoco algo del otro mundo que alguien decidiera verse con otra persona con el objetivo exclusivo de tener relaciones sexuales. No es algo muy extraño que digamos.

 En especial cuando ya nos conocíamos de hace mucho tiempo y hacía años que no nos veíamos. Bueno, tal vez no años pero sí al menos un año en el que yo no había estado cerca y por lo tanto no había habido posibilidades de nada. Pero ya había vuelto, hacía tan solo unos días, y ya estaba allí. Lo mejor del caso, y le sonreí desnudo a la ciudad mientras lo recordaba, fue sentir su entusiasmo cuando lo contacté y le dije que nos viéramos. Su sonrisa al abrirme la puerta de este particular estudio en un edificio sin terminar, era simplemente lo que yo necesitaba desde hacía un buen tiempo. Nunca sobran esos halagos, esos pequeños momentos que te hacen sentir único.

 Volví al colchón y me acosté junto a él. A pesar de mi peso, no se movió un solo centímetro, todavía resoplando con suavidad. La noche no era tan fría como de costumbre y estuve un rato más pensando y divagando sobre todo y nada. En un momento pensé en irme pero caí en cuenta que no tenía que estar en ningún lado y además él, con solo su mirada, me había pedido que me quedara. Como podía irme así no más y rebajar el momento que habíamos compartido? Así que finalmente me recosté y, tratando de ignorar la luz que entraba en la sala, cerré los ojos y me quedé dormido. Tuve un sueño de esos largos y extraños, pero ya no lo recuerdo bien.

 Fue él quién me despertó. Había pedido un domicilio y estaba en calzoncillos junto a mi comiendo de una cajita. Me dijo que había uno para mí, así como jugo de naranja para remojar la garganta. Fue como si me leyera la mente, pues sentía la garganta como si hacía muchos días no tomara una sola gota de agua. Debía ser porque, entre los dos, habíamos tomado una botella de vodka mezclada con jugo de limón. Me dolía un poco la cabeza pero había tenido resacas peores. Tomé mi cajita, los cubiertos plásticos que había sobre ella y empecé a comer. Era un desayuno típico de mi país, básicamente comida recalentada del día anterior. Sabía perfecto y era justo lo que necesitaba para quitarme el sabor del vodka de la boca y apagar los sonidos de mi estomago.

  Me sorprendió cuando él terminó y me dio un beso en la mejilla. No estaba preparado para ello y casi me atoro con la comida. Creo que no se dio cuenta porque caminó tranquilamente a tirar la caja y lo demás en una bolsa negra y luego se metió en el baño. Yo seguí comiendo y terminé justo cuando él salía del baño. De pronto me abrazó y nos besamos un buen rato. Debo decir que nunca pensé que al otro día de una noche así se pudiera sentir una persona tan especial, tan único en un sentido bastante extraño. Pero así era. Y lo mejor era que nuestros besos ya no tenían el sabor del licor. Sabían a comida y jugo de naranja, algo muchas veces mejor. Cuando dejamos de besarnos, nos miramos a los ojos unos segundos y nos separamos.

 Cada uno fue tomando sus prendas de vestir del piso y al cabo de unos quince minutos estábamos vestidos. Me dijo entonces que era una lástima que la ducha del sitio no funcionara bien todavía pero es que la presión del agua todavía no alcanzaba para tanto. Si volvía en un mes, dijo, seguramente se vería todo muy distinto. No supe si era una invitación o solamente un decir pero la frase se quedó conmigo un buen tiempo. En la puerta, ya vestidos y él con la bolsa de basura en una mano, nos besamos de nuevo. Allí fue más apasionado y por un momento pensé que íbamos a volver al colchón e íbamos a dejar esa tontería de irnos para otro momento. Pero no fue así: sí nos fuimos.

 En el recibidor del edificio, me dijo que iba a tomar un taxi a la casa de sus padres que lo esperaban para acompañarlos al mercado. Yo le dije que no tenía dinero para taxi y él se ofreció a dármelo pero le respondí que quise decir que prefería tomar un bus que pasaba cerca y me dejaba en casa. Para mi sorpresa, nos despedimos de beso en la boca y no nos importó quién estuviera allí. Nunca había hecho algo así porque me hubiera dado vergüenza. No soy de los que le gustan las demostraciones públicas de afecto. Pero en ese momento la verdad necesitaba ese último beso y me alegro recibirlo.

 En el recorrido a mi casa, recordé cada momento de la noche y me di cuenta que todo era muy extraño. Nos veíamos cada mucho tiempo, siempre para hacer lo mismo pero no solo era sexo sino que era un momento siempre único y especial. Nunca le había preguntado a él porqué, pero siempre era muy cariñoso conmigo, no importa cuanto tiempo hubiese pasado ni las condiciones del momento. Se podía decir que había incluso momentos románticos y solo el pensarlo me hizo reír, lo que me hizo sentir tonto en el bus, que iba casi solo. La verdad era que nos entendíamos bien íntimamente y tal vez por eso siempre que nos veíamos lo sentíamos de manera tan especial y no era algo tan común como en otros casos. Era algo un poco más allá.

 No niego que he tenido la experiencia de conocer a otras personas en situaciones similares y sé que la idea general de ese tipo de encuentros no es el romance ni sentir la cercanía de otra persona ni nada por el estilo. Normalmente es puro sexo, que cuando termina es definitivo y cada uno se va para su casa cuando ocurre. Es algo bastante básico y sencillo en ese sentido y un poco más automático que lo que yo experimenté con él. O tal vez estoy exagerando y estoy creando una película en mi cabeza que no existe. Francamente lo dudo porque siento que cuando me besa no siempre lo hace con otras intenciones. Es como si necesitase de verdad ese beso y, así lo esté actuando, lo hace muy bien.

 Es algo interesante saber si él piensa lo mismo. Yo de hecho sé que lo hace, al menos en el aspecto general. Y lo sé porqué un día él me confesó que seguido pensaba en mi y en uno de esos momentos que habíamos compartido. Tengo que decir que para mi fue una ayuda increíble a mi autoestima, que normalmente no es muy alta pero en ese momento hasta me puse rojo. Además es su manera de decir las cosas, de expresarse y de dar a entender que lo que dice es cierto y que lo siente de verdad. Por eso cuando estamos juntos ya no pienso en nada más sino en el momento y la verdad he descubierto que así es mucho mejor, pues no me saboteo a mi mismo sino que me ayudo.

 Cuando por fin llego a casa, trato de no hacer mucho ruido. Lo bueno es que no hay nadie despierto así que puedo fingir que llegué en la madrugada. Con cuidado me quito toda la ropa y me meto a mi cama, que está fría. Instantáneamente recuerdo su olor y su tacto y me doy cuenta que me gustaría tenerlo allí conmigo. Y sin embargo, me doy cuenta de otra cosa y es que en nuestra relación no existe el amor típico. Yo no estoy enamorado de él ni él de mi y es terriblemente liberador que así sea. No estamos amarrados por ello y creo que por eso nuestros momentos son mejores que los de otros. De eso estoy seguro.


 Dicen algunos que es mejor no jugar con fuego porque en algún momento te quemas, pero en este caso no creo que haya la posibilidad de eso. Y así la hubiese, no me importaría quemarme. Somos dos adultos y creo que podríamos manejar cualquier situación que se presente. Además, no nos vemos tanto como para algo así. De hecho, alguno de los dos podría conocer a alguien más y todo quedaría ahí, como congelado en el tiempo. Y eso no sería ni malo ni bueno, solo sería una de esas cosas que pasan.

miércoles, 1 de abril de 2015

El matrimonio de la prima

   Era una tontería, pero a Damián jamás le había gustado cortarse el pelo. Sentía que ir a la peluquería era un desperdicio de tiempo, que podía usar para adelantar algo de trabajo o relajarse en casa viendo alguna película interesante. Pero tenía que ir porque, como su madre le había dicho por teléfono, no podía presentarse como un “pordiosero” al matrimonio de su prima más joven. Con frecuencia su madre le recordaba que su prima tenía tan solo veinticuatro año y estaba recién salida de la universidad. Damián, en cambio, tenía casi treinta años y vivía de lo que había ahorrado en un trabajo que ya no tenía.

 Vale la pena mencionar, y él siempre se lo decía a su madre, que la empresa había quebrado por mal manejo del dinero. No lo habían echado ni había renunciado sino que la empresa simplemente había dejado de existir. Eso no parecía importarle a su madre, que había empezado a presionar a Damián cuando su hija Gabriela se había casado el año anterior. Antes, toda la atención de la madre había estado sobre ella pero ahora llamaba a Damián a todas horas, como si fuera una entrenadora viendo el estado de su único atleta.

 La verdad era que Damián no pensaba en ir al matrimonio pero Benilda, su madre, lo había amenazado tanto con las consecuencias de no asistir que prefirió no ir en su contra. Lo hizo comprar un traje, a pesar de la insistencia de él en que nunca lo iba a usar más ya que era un hombre creativo y no una marioneta de oficina. Eso a ella poco le importó. Dijo que siempre servía tener un buen traje, para ocasiones como bodas y funerales. Damián rió cuando escuchó lo de los funerales, contestando lo triste que sería para alguien verlo a él en traje y saber automáticamente que alguien murió.

 Cuando no estaba siendo acosado por las preguntas incesantes de su madre, Damián prefería escribir y dibujar. Eran las dos cosas que más le gustaba hacer y las únicas dos que sentía que hacía bien. Los deportes eran un caso perdido para él, principalmente porque pensaba que eran una idiotez. Y para los números no era precisamente un genio, cosa que le había costado su primer trabajo como cajero en una tienda de ropa. Damián también buscaba trabajo pero la verdad era que no se esforzaba mucho en ese cometido. No era fácil encontrar ofertas de trabajo que buscaran gente verdaderamente creativa. Todos apuntaban a tener alguien que se dejara manejar porque eso era lo que querían las empresas pero no lo que quería Damián como ser humano.

 Cuando dejaba de quejarse de todo, porque así era él, se quedaba callado e imaginaba lo que podría ser su futuro: un escritor reconocido, un dibujante prolífico o incluso un gran actor o un cocinero de renombre. Estas dos últimas cosas le llamaban la atención por dos de sus rasgos más notorios: era un gran mentiroso, muy bueno. Todo el mundo se creía completo lo que él decía, como si en la cara tuviese escrito que no podía mentir. En cuanto a lo de la cocina, era algo que hacía con frecuencia. Vivía solo, en el apartamento que antes había sido de su hermana, y allí cocinaba para sí mismo todos los días e incluso para un par de fiestas que había organizado allí mismo con sus amigos. Pero, siempre que volvía a la realidad, sentía que todo eso eran solo sueños ridículos y que a nadie, o a casi nadie, se le presentaban oportunidades tan grandes, tan fácilmente.

 Otro fin de semana, a una semana de la boda, doña Benilda arrastró a su hijo al centro comercial para comprar zapatos “decentes”. Al parecer, ella no veía con muy buenos ojos que su hijo fuese a usar zapatos deportivos negros con su traje nuevo. Ni siquiera cedió antes unas botas negras, militares, que Damián conservaba como un tesoro. Nada de lo que tenía le gustaba e insistió que debían ir a comprar unos nuevos. Después de un recorrido largo y tedioso por varias tiendas, la madre de Damián por fin encontró lo que buscaba: unos zapatos negros, que parecían hechos para un hombre mayor de noventa años. Eran incomodos, feos y no muy baratos pero ella los compró y Damián no pudo decir nada.

 Le dijo que lo invitaba a almorzar, ya que no parecía estar comiendo bien. La verdad era que Damián comía bastante pero lo hacía ciertas horas y había dejado de comer cosas que le sentaban mal a su estomago. Era increíble, pero su propia madre no tenía ni idea de lo que podía y no podía comer. Con la bolsa de los zapatos y un par de bolsas de compras que había hecho su madre. Se sentaron en una mesa de la plaza de comidas y su madre, sin parecer dudar mucho, le pidió a Damián que le comprara una carne con papas y ensalada en uno de los restaurantes. Damián le hizo caso y fue con pasa lento hasta el lugar.

 No había fila entonces el proceso fue rápido. Le dieron una de esas alarmas circulares, y le dijeron que el pedido estaría listo pronto. Desde la mesa, su madre le gritaba que usara el cambio para comprar su comida. Damián ya no era como en la escuela, cuando sentía vergüenza de sus padres si hacían algo ridículo pero en ese momento recordó el sentimiento. Se dio la vuelta, le agradeció al encargado y empezó a caminar para ver que pedía. En un local de comida saludable, había un joven jugando con un aparato electrónico, cosa que a Damián le llamó la atención. Se dio cuenta que tenía un menú bastante rico y decidió pedir algo.

 Fue cuando se acercó al sitio y saludó al empleado, que se dio cuenta de sus ojos. La sexualidad de Damián nunca había estado exactamente definida pero en ese momento supo que le gustaba mucho ese chico. Se quedó sin habla unos segundos hasta que subió la mirada y leyó en voz alta el menú que quería. El empleado sonrió, visiblemente extrañado por la actitud del cliente, y le cobró sin decir más. La transacción fue rápida y justo en el momento, vibró la alarma del pedido de su madre. Sin decir nada se fue pero a medio camino se dio cuenta que no tenía su cambio y tuvo que devolverse, rojo de la pena, a pedírselo al empleado, que le sonrió divertido.

 Esa noche, Damián soñó despierto de nuevo, esta vez con el lindo empleado del restaurante de comida saludable. Solo se lo imaginaba ahí frente a i dirigido dos veces. ojos color miel bien abiertos y esa sonrisa medio burlona que le habolo se lo imaginaba ahél, sonriendo, con sus ojos color miel bien abiertos y esa sonrisa medio burlona que le había dirigido dos veces. Pero como todos los sueños vividos de Damián, terminó sin conclusión y pro su propia decisión. Era una idiotez soñar con cosas que no iban a suceder nunca, y estar con alguien que lo comprendiera era igual de descabellado como soñar con ser un escritor famoso. Simplemente eran cosas que jamás iban a suceder y que no valía la pena pensar en ellas.

 Pasaron los días hasta que, por fin, llegó la hora del matrimonio de la prima joven de Damián. Su madre le exigió estar en el lugar de la boda temprano. Apenas llegó, no lo dejó ni saludar a su padre, a su hermana o a la novia sino que empezó a arreglarle el saco, la corbata e incluso trató de pulirle los zapatos con un pañuelo y saliva. Pero afortunadamente todo empezó rápido y tuvieron que sentarse y estar en silencio. Damián detestaba las bodas porque siempre decían muchas idioteces, en un momento u otro. Pero afortunadamente los novios parecían tener prisa de estar casados y la ceremonia fue rápida.

 En el salón donde se iba a celebrar la cena, Damián se sentó en la misma mesa que sus padres, su hermana y el esposo de ella. A Damián le caía bien él y, según le contó, conocía desde antes al esposo de la prima casada porque jugaba futbol con su hermano. Señaló entonces otra mesa para indicarle quien era el hermano del novio y Damián casi se cae de la silla cuando se dio cuenta que era el chico del centro comercial, al que no le había podido decir bien su pedido. Tratando de no sonar nervioso, le preguntó a su cuñado que hacía el hermano del novio y le contó que había salido de la universidad hacía unos años pero que no había encontrado trabajo estable. Tenía un par de oficios de medio tiempo. Era músico.

 De nuevo, Damián casi se ahoga y su cuñado le pasó una copa de champagne, con la que brindaron por los novios. Los platos de comida empezaron a ir y a venir y Damián se concentró en no mirar a la mesa del chico, del que todavía no sabía el nombre. No quiso hablar más del tema con su cuñado porque no quería que pensara que había más interés del normal, aunque así era y Damián se concentraba mucho en no mirar. Habló con su hermana y su cuñado de su nuevo apartamento, de sus trabajos, con su padre de la política nacional y su madre tuvo oportunidad de quejarse de más cosas. Entonces los novios interrumpieron mientras los meseros repartían el postre para anunciar su primer baile como esposos.

 Ellos bailaron primero y todos celebraron y luego la gente se les unió, incluidos los padres de Damián y su hermana y su cuñado. Se quedó solo y entonces perdió la voluntad y miró hacia la mesa que tanto lo torturaba. Pero allí no había nadie. Todos se habían levantado. Miró entre los bailarines, a ver si veía al chico pero no lo vio por ningún lado. Seguramente se había ido. Aunque si era el cumpleaños de su hermano…

-       Hola.

 El chico había llegado por detrás, sin aviso. Damián quedó lívido. El chico se sentó a su lado y empezó a hablar de las bodas y entonces Damián, lentamente, se unió a la conversación. Así hablaron por horas hasta que la fiesta terminó y tuvieron que ir todos a casa. Cuando llegó a su apartamento, Damián se dio cuenta que por el miedo a lo que podría pensar, no le había pedido el número. Pero no importaba porque entonces vibró su celular. Era un mensaje y Damián leyó:

-       Le pedí tu número a tu prima, mi cuñada. Estamos en contacto. Buena noche. Felipe.


 Damián sonrió y contestó sin dudar. Ya no más dudas. Solo hacer.