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lunes, 20 de noviembre de 2017

Cosas del momento

   El espejo era enorme. Cubría toda una pared del cuarto de baño, que era del tamaño de mi apartamento o tal vez más grande. No solo había un gran espacio libre de todo sino que había varios lavamanos y una bañera circular enorme, con una vista envidiable. Era de día, por lo que pude ver tan lejos como era posible. La luz del sol entraba suavemente por la ventana y acariciaba mi piel recién bañada. No me había demorado mucho pero los aceites y jabones eran perfectos para mi piel.

 El agua resbalaba el suelo, mojándolo todo. Pero no me importaba porque no era mi hogar. De hecho, estaba seguro de que no podría volver en mucho tiempo, si es que volvía alguna vez. Ese pensamiento se atravesó en mi mente y me hizo alejarme de la ventana y tomar una de las toallas mullidas que había cerca de la entrada. Revisé mi cara y mi cuerpo en el espejo enorme. Me miré por largo rato, como muchas veces hacía en casa aunque no con tanto esplendor a mi alrededor.

 Dejé caer la toalla y detallé cada centímetro de mi cuerpo. Mi pies, mis piernas, en especial mis muslos. Mi pene, mi cintura, el abdomen, los costados e incluso me di la vuelta para verme la espalda aunque eso era algo difícil. Terminé por el pecho y luego mis ojos oscuros mirándome en el espejo. Les faltaba algo pues veían algo apagados. Tal vez era porque toda la vida me había mirado en el espejo viendo mis defectos, viendo lo que creía que todo el mundo detallaba en mí.

 Sin embargo, muchos decían que jamás se habían dado cuenta de las estrías, de la grasa extra o de las cosas de más o de menos. Siempre pensé que lo decían por cortesía, tratando de seguir en lo que estábamos en vez de enfocarnos en la pésima percepción que tenía de mi mismo. Pero tal vez eran honestos conmigo, tal vez no habían visto nada de eso que me hacía sentir a veces tan pequeño e insignificante, tan tonto y a la vez más inteligente que los demás. Me alejé del espejo tras un largo rato.

 Me sequé el cuerpo lo mejor que pude y aproveché la toalla para secar un poco del piso que había mojado. No quería que él viniera después y encontrara todo hecho un desastre, aunque eso no podía ser muy probable ya que sabía que tenía empleados que limpiaban y ordenaban todo a su gusto. La casa era enorme y era apenas obvio que muchas personas ayudaban a que todo estuviese perfecto, casi como un museo. Por muy interesante e inteligente que fuese el dueño, sabía que con su trabajo no pasaría mucho tiempo allí. Por eso debía salir pronto.

 Sin ropa, pasé del baño a la habitación principal. Mi ropa ya no estaba en el suelo, como la había dejado al entrar a bañarme, sino que estaba toda en una silla, cuidadosamente doblada. Incluso las medias estaban, cada una, dentro del zapato correspondiente. Mi billetera también estaba en el montoncito Revisé mi chaqueta y me di cuenta de que mis otras pertenencias estaban allí. No quería desconfiar en semejante lugar pero igual abrí la billetera para ver que todo estuviera bien.

 Después de revisar, me vestí lo más rápido que pude. Era evidente que no estaba solo en la casa. Toda la habitación estaba impecable: la cama debidamente tendida y las persianas corridas para dejar entrar la luz. Incluso parecía como si hubiesen aspirado, aunque eso podía hacer parte de mi imaginación puesto que el ruido fácilmente hubiese llegado al baño. Lo último que me puse fueron los zapatos, con cierto apuro porque quería salir de ese lugar cuanto antes.

 La chaqueta la llevaba en la mano pues todavía tenía el calor del baño en el cuerpo. Al salir de la habitación, recordé que la anoche anterior había llegado a la casa con algunos tragos de más en el cuerpo, por lo que esperaba reconocer el camino de salida. Accidentalmente entrar en un baño, la cocina o la habitación de alguna otra persona no era una opción. De repente una horrible sensación de vergüenza y desespero me invadió el cuerpo y quise salir corriendo de allí.

 Bajé una hermosas escaleras que se retorcían hasta lo que parecía la entrada principal. Todo era bastante minimalista, cosa que recordaba pues había un chiste a propósito de ese detalle la anoche anterior. Sabía que a él le había gustado porque recordaba muy bien su risa y el aspecto de su rostro al sonreír. Era un hombre muy guapo y eso me hacía sentir bien y mal al mismo tiempo. Al fin y al cabo había sido algo pasajero, algo que seguramente no hubiese ocurrido en otras instancias.

 Bajé de la manera más silenciosa que pude pero cuando estaba a solo un metro de la puerta, una voz hizo que mi cuerpo quedara congelado. Era una mujer. Voltee a mirarla, sin opción de hacer nada más. Ella estaba en lo que parecía ser una de las salas, tal vez donde habíamos estado bebiendo la noche anterior pero yo no lo recordaba claramente. Más que todo porque estaba concentrado en él y por eso me había sentido mal antes, porque sabía que me gustaba mucho más de la cuenta y eso era algo que no podía permitirme. Sin embargo, tuve que caminar hacia ella y saludar.

 Su respuesta fue una pregunta. “¿Se conocían de antes?” Sus palabras me dejaron frío, con los ojos muy abiertos puestos en ella. La mujer se dio la vuelta y se sentó en uno de los sofás. Había estado bebiendo algo de color amarillo con hielos. Tomó un sorbo y me miró de nuevo, con una expresión que parecía de regaño, como si quisiera reprenderme. Pero era claro que se estaba reprimiendo. Su cuerpo parecía contraerse en si mismo, tratando de no decir nada que no pensara bien antes.

 Cuando por fin habló dijo que era su hermana. Eso me hizo sentir un poco más aliviado porque cabía la posibilidad de que fuese casado. No voy a explicar como sé que eso puede ser una posibilidad pero solo sé que lo es. Me dijo que estaba preocupada por él puesto que recientemente había perdido a alguien que había querido mucho. Se puso de pie de nuevo y, sin pensárselo demasiado, me dijo que yo no era el primero que salía así de esa casa. Habían habido otros, no hace mucho.

 Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Me hizo sentir peor de lo que ya me había sentido al cambiarme o cuando estaba viendo el hermoso paisaje por la ventana del cuarto de baño. Yo no era un acompañante ni un trabajador sexual. Había sido una casualidad tonta que nos encontráramos en ese bar porque yo casi nunca salía de mi casa, de mi rutina. Pero estaba tan mal que quería alejarme de todo a través del licor y del ruido de la gente. Así y todo, él había estado allí, invitándome a un trago.

 Lo único que fui capaz de hacer fue pedir permiso y dar la vuelta para irme. Casi corrí a la puerta, la abrí de un jalón y caminé lo más rápido que pude hacia la reja perimetral de la casa. Hasta ese momento me di cuenta de lo lejos que estaba de mi casa. No sabía ni como llegaría pero no me importó. Solo quería salir de allí lo más pronto posible. Un jardinero se me quedó mirando, justo cuando crucé una reja que ya estaba abierta. No pensé en eso y seguí caminando, por varios minutos.

 Horas más tarde, entré en mi casa y me quité la ropa y todo lo demás de encima. Me sentía asqueroso, culpable de algo que no había hecho. Me metí a la ducha de nuevo, con agua fría, y con eso me dio rabia dejar que esa mujer dijera lo que había dicho.


 Juré, con los huesos casi congelados, que no volvería a hacer una cosa de esas. Me controlaría y trataría de manejar esos momentos de ánimos bajos de alguna otra manera o bebiendo en casa. Mientras lo juraba bajo el agua, mi celular se encendió al recibir un mensaje de él.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Sentir no es tan fácil

   Desde arriba podía ver como el granizo se había acumulado sobre los tejados y en los parques. Todo parecía haber cambiado en contados minutos, porque la tormenta no había sido duradera pero sí bastante intensa. La baranda que cerraba la terraza estaba mojada y fría como el hielo pero no me importo poner mis manos allí y apretar con fuerza. Por alguna razón sentía mucha rabia, sentía que había algo que la naturaleza me quería decir, pero al no hablar en español, la cosa era difícil de descifrar.

 Estuve mirando la tormenta alejarse por varios minutos. Obviamente me mojé bastante porque, aunque el granizo ya había parado e incluso empezaba a derretirse, la lluvia permanecía, cerrando el paso de las nubes más fuertes, de las que estaban causando caos por toda la ciudad pero yo no lo sabía ni me importaba. ¿Porqué me iba a importar lo que le pasaba a cientos o miles de otras personas, si a esas personas no les importaba en lo más mínimo lo que le pudiese pasar a alguien como yo?

 Entré al apartamento y subí directamente al baño que había en el piso superior. Allí tomé la toalla que usaba todas las mañanas para secarme el cuerpo y la usé para secarme el pelo y el resto del cuerpo, pues había decidido pararme en la terraza sin nada de ropa. Había oído el rugir del granizo, la lluvia y el viento cuando me cambiaba y tomé la decisión consciente de salir así, desnudo, a ver que era lo que pasaba y el caos que había en el exterior. Me sentí libre, por un breve momento.

 Momentos después, ya seco y en silencio, con solo algunas gotas de lluvia cayendo contra el vidrio de la ventana, traté de volver a sentir esa libertad en mis huesos. Quise recrear ese increíble momento en el que mis pies tocaron el ladrillo congelado y todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al sentir la violencia del agua que venía del cielo. No pude hacerlo tan bien como la naturaleza, aunque mi mente siempre se había caracterizado por su creatividad, pero sí sentí algo.

 Era algo profundo, muy adentro de mi mismo y no tenía nada que ver con lo que pasaba afuera, con la meteorología o con las personas que después se quejaban de haber sido golpeados por granizos del tamaño de pelotas o por los vidrios rotos en su casa. Eso que tenía por dentro también estaba roto pero había liberado algo nuevo, algo que sentí diferente y que sabía que jamás había sentido. Sin camiseta pues aún, sentí un calor recorrerme el cuerpo. Mi cuerpo completo se erizó en un segundo, como si un placer casi erótico se apoderara de mí.

 No duró nada, como mi breve mirada a la libertad. Era cruel, pensé, poder sentir algo así, tan potente y excitante, por solo un breve momento de la vida. Estaba seguro que había muchas personas en el mundo que jamás habían sentido nada por el estilo. No era que quisiera sentirme mejor que ellos sino que las cosas así eran. Por alguna razón yo había sido elegido para ser uno de los pocos que sentirían algo semejante en su vida y tengo que confesar que me hizo sentir especial.

 Tuve que echarme en la cama, así como estaba, con los ojos cerrados. Trataba de respirar correctamente, de controlar mi corazón y mis sentimientos. Estaba conmocionado pero no me podía dejar llevar por algo tan efímero. De pronto me estaba imaginando cosas y solo había sido algo más normal, como el viento frío que se colaba por alguna parte y se insertaba en el cuerpo como una daga congelada. No todo es tan increíble como quisiéramos que fuera. Por eso ya nadie se asombra con nada.

 Hemos descubierto que el universo que nos rodea no es tan fantástico como siempre habíamos pensado. Y no es que se así sino que también nos dimos cuenta de que solo somos seres humanos que jamás comprenderemos lo que está adentro y afuera de nuestros débiles cuerpos. Los misterios del universo son demasiado grandes y los que tenemos adentro son íntimos y podrían decir mucho más de nosotros mismos de lo que nos gustaría. Entonces preferimos no hablar de ello y ya está.

 Cuando por fin me levanté, pensé por un momento en salir de nuevo a la terraza pero me di cuenta al instante que el momento ya no estaba. No era algo que se pudiese hacer cuando quisiera, como una droga sintética. No sé que fue lo que sentí pero puedo asegurar que era mucho mejor que cualquier cosa que alguien pueda inventarse para neutralizar su mente y sus sentimientos. Era lo contrario, un potencializador de todo lo que somos capaces de sentir, de lo que nos hace humanos.

 Más tarde la casa se llenó de mi familia, como estaba siempre. El momento había sido casi perfecto y por eso todo ese día no pensé en nada más sino en esa corriente que me había pasado por todo el cuerpo, estimulándolo todo. Mis padres me preguntaron en que pensaba y porqué estaba tan raro y la verdad es que no pude darles una respuesta clara y convincente. Solo pude argumentar alguna tontería, improvisando algo en el momento para poder seguir pensando en ello en privado, en mi pequeña mente que se había visto inundada de pensamientos varios.

 Esa noche, ansioso por experimentarlo de nuevo, me quité toda la ropa y me acostó desnudo en mi cama. Cometí el error de tocarme, creyendo que eso alentaría el suceso de más temprano pero así no funcionan las cosas. Terminé estimulándome de una forma mucho más terrenal y humana, sintiendo puro placer y nada más. No tenía la gama de sentimientos y amplitud de consecuencias que había tenido el extraño evento que había vivido. Un orgasmo es otra cosa.

 Al otro día, lo pensé más y me di cuenta de que podría haber sido algo imaginado. Puede que nada de eso, ni lo que sentí ni lo que pensé, haya sido real. Era algo normal pensarlo puesto que lo que había ocurrido había tenido las mismas consecuencias que un sueño común y corriente: todo se iba desvaneciendo con el tiempo, como si no hubiese ocurrido. Ya no me acordaba como se había sentido exactamente, si había comenzado en algún punto y terminado en otro.

 Solo sabía que había ocurrido y por eso se volvió un asunto de fe. Un hombre que nunca había ido a una iglesia y que aborrecía a la religión por la esclavitud a la que sometía a la mente humana, pensaba ahora que la fe era la única manera de poder explicar lo que había ocurrido. Ese estimulo tan complejo y maravilloso había sido algo de otro mundo y si no podía creer en él, entonces simplemente no había nada en lo que pudiera creer. Por eso se convirtió casi en una religión para mí.

 Todos los días subsiguientes traté de desmenuzar cada pequeño momento de ese día, desde que oí la primera gota de lluvia en el vidrio de mi ventana hasta que pude respirar después de sentir ese choque eléctrico extraño que me había cruzado el cuerpo como nada que hubiese sentido jamás. Cada día agregaba detalles a mis notas y esa fue la única manera de mantener el recuerdo vivo, siempre con la esperanza de que todo se repitiera algún día, ojalá más pronto que tarde.

 Ya han pasado meses de eso y trato de forzar que pase. Salgo al balcón y me quedo allí por largas horas, a veces solo vestido de un pantalón corto para ver si la falta de ropa fue la culpable de todo. Trato mantener los ojos cerrados, para ver si eso ayuda.


 Me he causado más placeres carnales tratando de descifrar todo el asunto pero sé que no se trata de eso. Sé que no era un orgasmo y tampoco era amor, porque aunque no lo conozco, sé que si lo sintiera no tendría nada parecido con lo que me pasó ese día. Eso sí, también puede que todo esté en mi mente.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

¿Que puede haber de malo en ello?

   Según comprendía, tenía que sentirme apenado por lo que hacía todos los fines de semana, los tres días. Cada una de esas noches me rendía mis placeres terrenales y me veía con extraños para disfrutar de fiestas que la mayoría de la gente pensaba que habían quedado en la Antigüedad, en aquella época en que los romanos parecían ser las personas más libidinosas de todo el planeta. Pero lo cierto es que hay un mundo entero debajo de la superficie que la gente no ve o, tal vez, se niega a ver.

 Yo entré a ese mundo de una manera muy casual, nunca tuve la intención de ir a un sitio así. La verdad es que jamás se me había pasado por la cabeza, a pesar que desde el comienzo de mi pubertad había experimentado mucho más que la mayoría de mis compañeros de clase. En secreto me reía de sus conclusiones e hipótesis acerca del sexo y de los placeres de la carne, porque hablaban todos como niños y yo, en ese aspecto al menos, ya era un hombre. Y sin embargo, lo de las fiestas empezó después.

 A los dieciocho años todavía no había salido de la escuela. Me quedaba medio año más viendo esas caras que detestaba, las de mis profesores y las de los alumnos que asistían a ese colegio que tenía más cara de cárcel que de institución educativa. Tenía algunos amigos fuera de ese maldito espacio con los que ya fumaba y había experimentado las drogas en pequeñas dosis. En ese momento recuerdo que me sentía orgulloso de ser un drogadicto en potencia. Así de tonto es uno cuando es joven.

 Fue mi amiga Betty la que me llevó a la tienda de juguetes sexuales. Ella tenía veinte años y quería algo para mejor sus relaciones intimas con su novio que tenía cinco años más que ella. Mientras ojeaba ropa interior con encaje, yo me dirigí hacia los artículos para hombres. Vi objetos demasiado grandes y otros demasiado pequeños, si es que ustedes me entienden. Pero lo que no había notado era que alguien me veía a mi sin quitarme los ojos de encima. Me di cuenta cuando ya estaba muy cerca.

 Era un trabajador de la tienda. Al parecer era el único puesto que allí solo estábamos él, Betty y yo. Se presentó como Armando y me preguntó si necesitaba ayuda para encontrar algo. Yo le dije que no buscaba nada pero el sonrió, me miró de arriba abajo y me miró directos a los ojos. Me dijo que de seguro habría algo para mí en la tienda y entonces empezó a mostrarme de todo un poco. Yo me sentía incomodo y aún más cuando Betty se dio cuenta de lo que sucedía y se rió de mi. Lo peor es que me dejó solo con el tipo ese, pues había decidido no comprar nada.

 Me debatía entre salir corriendo y quedarme hasta que el tipo se callara. Pero entonces me di cuenta de que no era el único que había visto a Betty salir pues el tipo cambió un poco su tono de voz y me preguntó si tal vez no estaría interesado en otros productos. Su manera de decirlo me intrigó y, debo admitirlo, me excitó. Al mirarlo mejor, Armando podía ser un poco amanerado pero tenía un muy buen cuerpo y de cara era bastante guapo, moreno y lampiño.

 Se habrá dado cuenta de cómo lo miré porque caminó hacia la caja registradora y, de un cajón junto a ella, sacó una cajita de madera de balso. La abrió y me mostró lo que contenía: eran drogas pero ninguna que yo hubiese consumido para ese momento. Solo fumaba marihuana con mis amigos y a alguna vez habíamos consumido cocaína, pero era demasiado cara para niños de colegio y universidad como nosotros, sin un trabajo estable ni nada para mantener esos vicios de alto nivel.

 Armando, de repente, sacó una bolsita de plástico y puso en ella algunos de los artículos. Me pidió un monto muy bajo por todo lo que había allí y dijo que era su precio especial para chicos guapos. Yo me sonrojé y al oír el halago solo saqué mi billetera y le pagué. Hasta después me di cuenta de que ese dinero debía de utilizarse para otros gastos y no para entretenimiento. Pero no me había podido resistir. Armando además escribió algo en un papel, lo metió a la bolsa y me guiñó el ojo, deseándome “muchas diversiones”.

 Lo cierto es que no demoré mucho en probar lo que había en la bolsa. Mis padres se iban seguido los fines de semana por varias horas en las mañanas, entonces aproveché. La experiencia fue genial, nunca había sido capaz de explorar mi cuerpo de la manera que lo hice aquella vez. Hoy me doy cuenta que tal vez fue demasiado para alguien tan joven pero la verdad es que no me arrepiento y, en cierta medida, me parece bien que un hombre de esa edad sepa lo que quiere.

 En medio de mi sesión vi el papelito que me había dejado Armando en la bolsita. Era un número de teléfono. Abajo pedía que lo agregara en una aplicación para el celular y lo saludara allí si me había gustado la bolsita que él había inventado para mi. En ese momento no tenía mucho criterio, así que le escribí en segundos. Luego me quedé dormido profundamente, hasta que llegaron mis padres, que no se dieron por enterados de nada de lo que había hecho. Era lo normal, nunca se daban cuenta de mucho aunque pasara debajo de sus narices. No los culpo.

 Esa noche vi que Armando me respondió con una carita feliz y me agregó a un grupo de conversación. Había montones de hombres, más de treinta o cuarenta. Hablaban de una reunión, una fiesta o algo así. Y entonces empezaron a enviar fotografías y fue entonces cuando me decidí: iba a ir a esa fiesta pasara lo que pasara. Quería seguir experimentado, quería seguir explorando quien era con personas nuevas. Ya había sido suficiente de mis novios marihuaneros. Era hora de algo diferente.

 Es gracioso. Estaba muy emocionado pero les puedo decir, con toda franqueza, que no sabía a lo que iba. En mi mente, era una fiesta con muchas personas donde todos nos drogaríamos y tal vez nos besaríamos un poco, nada más. En mi mente no pasaba nada de lo que vería entonces, cuando entrara por esa puerta metálica y cada uno de todos esos hombres se me quedara mirando de maneras distintas. Algunos como los leones mirando a una gacela, otros preguntándose que hacía yo allí.

 El dinero para pagar el permiso de entrada lo conseguí vendiendo algo de lo que me había dado Armando en la bolsa a mis amigos de la marihuana. Habían pagado muy bien por ello y lo que me había quedado era suficiente. Además, después de la fiesta, ya no me importaba quedarme con nada más porque había vivido algo que iba mucho más allá de las simples drogas. Había vivido el físico éxtasis, el de verdad, el que se basa en el cuerpo y en los más bajos instintos.

 Desde ese momento hasta mi salida de la universidad, fui asistente asiduo de esas fiestas. A Armando lo llegué a conocer muy bien e incluso todavía le hablo hoy en día, aunque no nos veamos muy seguido. Ahora vivo lejos y asisto a otras fiestas. Los pocos que saben de mi afición piensan de una manera y sé como es: es algo inseguro, peligroso de muchas maneras y simplemente sucio. Esa es la palabra clave. Les parece sucio e inmoral y no quieren saber nada de ello.

 Cuando me subo al metro por las noches, los vagones casi vacíos, miro las pocas caras a mi alrededor y me pregunto si debería sentirme avergonzado, si debería sentirme sucio y renunciar a una vida que está al limite e incluso puede que más allá.


 Pero no. Mi conclusión es siempre la misma: no me siento sucio sino todo lo contrario. Me siento liberado, me siento limpio de todos los prejuicios y cargas de la sociedad. Lo que hago me hace sentir mejor, me hace vivir y sentir la vida. Así que, ¿que puede haber de malo en ello?

viernes, 4 de agosto de 2017

Nunca es fácil

   Nunca será fácil despedirse de un ser querido. No importa su edad, su estatus dentro de la familia o incluso si era o no de la misma especie, nos duele en el alma cuando se va alguien que amamos profundamente, así nunca antes no hayamos dado cuenta. Es un dolor grande porque los seres humanos tenemos la maldición de tener que recordar, de guardar en nuestro cerebro esas imágenes que se repiten una y otra vez como viejas películas que ya nadie parece querer ver, solo en ocasiones.

 Se nos secan los ojos de tanto llorar y nos duele tanto la cabeza como el pecho, porque no hay nada más doloroso y duro para el ser humano que enfrentarse a la muerte. Ante ella no somos nada, no tenemos ningún tipo de poder. Solo somos pequeños animalitos asustados que se arrodillan y piden clemencia, porque no hay nada más que hacer en ese momento. Ella ha llegado y hace lo que quiere cuando quiere, sin que nosotros importemos tanto como creemos que importamos a diario.

 El dolor se va con el tiempo. Aprendemos a vivir con él y a verlo como una criatura que habita dentro de nosotros. No es algo bienvenido porque a nadie le gusta sentirse así a propósito, pero sabemos que es la única manera en que podemos soportar la pérdida. Si no sintiéramos dolor, no podríamos expresar lo que significa para nosotros que alguien haya dejado su lugar junto a nosotros. Es necesario sentir que el pecho no puede más y que los ojos están secos y duelen como nunca.

 Y los recuerdos llegan a altas horas de la noche. A veces son simples imágenes, otras veces son más complejas y se comportan cuando pesadillas cuando son una simple realidad pasada. Es por eso que tenemos que aprender a vivir con la muerte. Tenemos que aprender a que las cosas pasan, a que todo es un ciclo de vida en el que estamos involucrados y, aunque no podemos hacer nada para cambiarlo, sí podemos darnos nuestro lugar en él y aprovechar la vida como viene.


 Debajo de un árbol yacen muchas de las personas que estuvieron junto a mi, muchos amigos entrañables. También flotan en el aire, libres de las cadenas humanas. Están aquí y allí, siempre junto a nosotros. Son almas, recuerdos que nos enseñan y pueden impulsarnos cuando no sabemos como seguir adelante. Es ahí cuando la vida y la muerte se cruzan y forman un mismo tejido hermoso, con dos caras distintas pero dependientes. Debemos vivir la vida, aprovecharla, ser felices y siempre disfrutar a los seres amados. En la muerte, todos estaremos juntos, tomados de la mano, libres.