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miércoles, 18 de febrero de 2015

Erratum Fatalis

   Fue entonces cuando Sor Juana guardó el arma en una pequeña cajita de madera que su madre le había regalado hacía ya mucho tiempo. En la tapa tenía el dibujo de una cruz hecha con metal. Parecía incorrecto poner un arma de fuego, algo tan peligroso en el interior de una caja con la cruz romana adornándola. Pero no tenía donde más ponerla. Escondió la caja en al fondo de su armario y las hermanas olvidaron todo a propósito de ese día.

 O, mejor, fingieron olvidarlo. Todas pensaban en lo ocurrido de vez en cuando y se encomendaban a dios para que las perdonara y las siguiera protegiendo por mucho tiempo más. Era lo único que podían pedir aunque la hermana Juana también pedía perdón. Después de todo, era una vida humana y no importa que tipo de vida sea. Nadie tiene derecho a quitarla.

 Esto la atormentaba y pensó, en varias ocasiones, dejar el monasterio remoto en el que vivía desde hacía ya diez años. Nunca había dudado de su vocación, de su adoración a dios y a todos los santos. Amaba rezar y ayudar al prójimo pero ahora sentía que estaba dañada, que había hecho algo imperdonable y que sería una hipócrita si se quedase.

 Varias veces quiso confesarlo todo al padre Ramón, al que visitaban todos los domingos en el pueblo. Pero la madre superiora se lo prohibió. Nadie sabía de lo ocurrido en el monasterio y era mejor que nadie nunca lo supiera. Para que? Que saldría de bueno de ello? Nada, decía ella. Había solo que pedir perdón y hacer penitencia pero eso no era suficiente para Juana. Necesitaba hablar.

 Un día, mientras limpiaba las escaleras del monasterio con sor Adela, decidió que no podía callar más. Aprovechando el momento de soledad, le dijo todo lo que sentía a Adela, que solo escuchó todavía limpiando, sin decir nada hasta que su hermana hubiera terminado. Incluso después de eso, sor Adela tuvo que permanecer en silencio un rato, analizando todo lo que había oído.

-       Has hecho penitencia?
-       Todos los días desde ese día. Y pan y agua por seis meses.
-       No comes?
-       No te habías fijado?

 La hermana Adela era muy distraída. Después de eso, le dijo a Juana que era mejor no hablar del tema. Era cierto que lo que había pasado era grave pero ya había pasado, nada podría deshacer lo que había sucedido y lo único que podían hacer era pedirle a dios que no las castigase de forma severa. En todo caso, habían estado en peligro de muerte y eso debía de contar para algo.

 La hermana Juana no estuvo muy contenta con lo dicho por su compañera pero, al fin y al cabo, era cierto. Tenía que vivir con lo sucedido y listo, no había manera de deshacer nada y arrepentirse y pedir perdón era lo mejor que podía hacer. No podía dejar que lo sucedido, la entrada de un desconocido al monasterio, quebrara sus creencias o la hiciesen dudar de lo que ella sabía era verdad.

 Después de eso, pasó un año sin que nadie siquiera pensara en lo sucedido. En efecto, Juana pudo dormir mejor y dejó de pensar en la culpa y el arrepentimiento. Dedicó su vida, más que nunca, a la adoración de dios, a sus palabras y a la adoración de su creación. Junto con un grupo de hermanas, decidieron renovar el jardín central que se vio transformado en el lugar perfecto para la contemplación y la adoración del Señor.

 Sin embargo, el pasado golpeó a la puerta en la forma de un hombre. Uno joven pero algo demacrado, como si hubiera pasado varios días sin probar bocado. Tenía algo de barba, los ojos inyectados con sangre y el pelo revuelto, visiblemente sucio. Ninguna de las hermanas podía salir a hablar con él pero sí podían usar la ventanilla de la puerta principal, por donde Sor Teresa le habló.

 Resultaba que el joven no era tan joven como ella y las otras creyeron al comienzo. Tenía unos treinta y cinco años y decía que había venido en busca de alguien. Pero la hermana Teresa era un poco sorda y el hombre parecía estar hablando con sus últimos ánimos. De repente, se desmayó frente a la puerta y las monjas, pensando en la lejanía del pueblo, decidieron socorrer al hombre ellas mismas.

 Lo cargaron entre las más fuertes y lo acostaron en una celda vacía que no se usaba hacía muchos años. El hombre no se despertó sino hasta el día siguiente, cuando un doctor vino del pueblo para revisarlo. Según su análisis, el hombre estaba simplemente exhausto. Además, sufría de la presión arterial y al parecer había estado caminando por días porque sus pies estaban destrozados. El doctor les sugirió a las monjas cuidarlo por un tiempo, hasta que estuviese algo mejor, capaz de ponerse de pie. Entonces él vendría y lo llevaría a un centro médico.

 Ellas, siendo fervientes católicas, aceptaron. Como no ayudar a alguien que visiblemente las necesitaba. Un par de ellas habían hecho cursos de enfermería, entre esas Juana, por lo que ella y sor Lorena se encargarían de atender al enfermo. Esa misma noche, luego de que el doctor partiera, se despertó el paciente. Le pusieron compresas frías y lo animaron a que no hablara pero el pobre hombre insistía, tratando de decir algo entre dientes. Luego caía en la cama de nuevo y seguía durmiendo. Así fue por un par de días.

 Ya el tercero despertó por completo. Parecía no saber donde estaba y tuvo una pequeña crisis de ansiedad que fue calmada por la hermana Juana, quien le tomó la mano y le explicó todo lo que había sucedido. Ese mismo día el doctor atendió al paciente y anunció que muy pronto sería capaz de ponerse de pie para ser trasladado.

 Las monjas le explicaron al hombre, que se identificó como Román, que no había carretera para llegar al monasterio. Solo existía un estrecho camino de tierra que se desprendía de un camino rural cercano. Así que ningún vehículo podía llegar hasta allí si quisiera, por eso el uso de ambulancia no era una opción real.

 El cuarto día, Román parecía de mejor ánimo pero parecía inútil tratar de ayudarlo a caminar. Sus pies estaban rojos y tuvieron que ser curados con regularidad, esperando que pudiesen estar listos pronto para ser mejor atendido.

 Fue un día en el que Juana le estaba curando los pies cuando Román le dijo que había recordado todo antes de su desmayo. Antes parecía un sueño pero ahora sí estaba seguro de lo sucedido. Había viajado desde una gran ciudad lejana para buscar a alguien pero cuando fue a decir quien era se detuvo. Miró a la hermana Juana a los ojos y se le aguaron.

-       Que pasa? A quien buscabas?
-       Es… complicado.
-       Porque?
-       No sé si usted lo vaya a entender.

 La hermana dejó el trapo con el que le estaba curando los pies a un lado y lo miró a los ojos.

-       A quién buscas?

 Román echó la cabeza hacia atrás y exhaló. Era obvio que no era fácil hablar del tema pero tenía que hacerlo.

-       A mi esposo, hermana.
-       Tu…?
-       Fue en otro país y ahora vivimos aquí.
-       Entiendo.

 Román le explicó a Juana que su marido, con quien se había casado hacía dos años, había dejado su hogar para buscar a su familia. Él no conocía a su padre y había querido explorar la región para encontrarlo porque algunas fuentes lo ubicaban allí. Pero entonces él había desaparecido sin avisar ni decir nada.

 Instintivamente, Román se tocó el pecho pero se dio cuenta que no llevaba la chaqueta. Le pidió a la hermana que se la acercara y ella obedeció. Del bolsillo pectoral sacó una foto y se la mostró a la hermana. Era una fotografía de los dos, Román dándole un beso a otro hombre en la mejilla.

 La hermana entonces gritó y salió corriendo, pidiendo ayuda. La foto cayó al piso y mientras Román la recogía, medio convento ya sabía la noticia: la hermana Juana había reconocido en esa foto al hombre que ella misma había asesinado una noche cuando él había atacado, o eso parecía, a otra de las hermanas en el camino. Todas recordaron entonces como ese día habían roto su juramento de no salir para evitar una calamidad y como esa violación de sus principios más elementales habían terminado en la muerte de alguien que, ahora, parecía inocente.

lunes, 16 de febrero de 2015

Gratis

-       Gratis?

 Lo miré como si estuviese loco y, lo más probable, es que así fuese. No había pensado mucho antes de reunirme con él, un viejo amigo o tal vez fuese más un “amigo”. Sí, yo estaba desesperado. Esa es la palabra. No hay ninguna otra manera de decirlo. No había trabajado nunca así que no puedo decir que estuviese desempleado pero ciertamente se sentía así y ya estaba al borde del colapso nervioso.

-       No sería gratis. Nos tendrías como referencia en tu hoja de vida y te ayudaríamos cuando tuviéramos un lugar para ti, uno permanente.

 Sí, eso era lo que siempre sucedía.: la gente llegaba a mi y parecía que fuera Jesús mismo curando a los enfermos. Hablaban como si estuviesen dándole pan a los pobres pero las ofertas, por alguna razón, eran cada vez más ridículas. Cierto, no tengo nada que hacer en el día además de escribir para no perder la cordura pero eso no significa que no sepa cuanto vale mi trabajo, especialmente cuando rozo la treintena. Treinta años en los que no tengo nada que hable de mi, nada que valga con el mundo al menos.

-       Eso es gratis. Y tu sabes que no va a salir ningún trabajo.
-       Mira…
-       No. No me interesa.

 En ese momento mi “amigo” se puso a la defensiva. Todo su cuerpo parecía haber cambiado, como si estuviera mutando frente a mi. Casi podía ver como cada musculo de su cuerpo se volvía de piedra, como su estomago se cerraba y su presión arterial subía. No le gustaban que le dijeran que no pero eso a mi simplemente nunca me ha importado. Que se joda.

-       En serio vas a negar ayuda cuando…
-       Cuando que? Dime, cuando que?

 Miedo. La gente cobarde siempre tiembla como una hoja si alguien que no tiene miedo o parece no tenerlo, se les para en frente y los reta. Es algo fácil de hacer. Solo se necesita talento actoral, cosa que tengo, al menos en el campo de la mentira. Moriría de hambre sobre un escenario pero mentir se me da siempre muy bien. Pero en este caso no había necesidad porque solo se miente cuando es algo importante. Con alguien así, no vale la pena la creación de algo tan elaborado como una mentira.

-       Si acaso has buscado trabajo?

 En ese momento me puse de pie, cogí el café ya frío que yo mismo había tenido que pagar, y se lo lancé a la cara. Acto seguido, salí de la cafetería, casi corriendo. Siempre había tenido problemas controlando mi ira y en ese momento también me había controlado. Mi mente había pensado en molerlo a golpes pero lo mejor era hacer algo sutil y mucho más embarazoso. La gente soporta golpes pero nunca soporta la vergüenza.

 A mi casa me fui caminando. No era cerca pero no importaba; no tenía nada que hace, la tarde era de buen clima y hacía mucho no hacía ejercicio de ningún tipo. Además noa ganas de llegar a mi casa a de buen clima y hac importaba; no tenza.en asen este caso no habñia da.
cialmente cuando rozo la tás noás  tenía ganas de llegar a mi casa o, técnicamente, a la casa de mis padres. Para que? Si todos los días hacía lo mismo: por la mañana actualizarme socialmente, por la tarde escribir y despejar mi mente y por la noche buscar trabajo y ver pornografía. Que más podía hacer?

 No era una posibilidad forzarme dentro de alguna oficina o compañía. El mundo funciona a partir de quien conoces y yo o no conozco a nadie o simplemente prefiero no usar a la gente que quiero como peones para algo más. Y aparte de gente que aprecio solo conozco gente que físicamente no me importa y sé que ellos lo ven y lo sienten. Así que nunca, ni en un millón de años, alguno de ellos me ayudarían.

 Lo que me hace gracia es que ellos son lo que siempre que me ven me dicen cosas del estilo de “Si escribes muy bien!” o “Eres muy inteligente”, como si conocieran o como si yo tuviera algo que ellos pudiesen usar. Creo que muchos lo hacen por el futuro: quien sabe si en unos años yo sea el que esté arriba y ellos abajo y entonces me necesiten como yo los necesito ahora. Pero dudo que eso pase alguna vez, simplemente no es posible.

 Nunca he creído en los cuentos de hadas ni en las historias de positivismo en las que todo sale bien. A mi las cosas no me salen bien, solo me salen cuando me salen y eso es todo. No me puedo ni alegrar mucho porque nada es gratis, excepto el trabajo que quieren que haga. Me parece insultante que me quieran usar para hacer cosas que un simio entrenado puede hacer y después esperen que todos seamos amigos y nos queramos. Que putas tiene la gente en la cabeza?

 Cuando llegué a mi casa, solo estaba mi mamá. Mi hermano estaba estudiando, mi hermana y mi padre en el trabajo. Solo mamá, una consumada ama de casa, estaba siempre allí. Y aunque de vez en cuando me preguntaba sobre lo que haría con mi vida, ella sabía que yo no tenía respuesta alguna a sus dudas.

 Me pregunta a menudo si quiere estudiar otra cosa, que no estoy muy viejo para eso pero la respuesta siempre es no. No le veo el caso a estudiar nada más, eso no me va a ayudar a encontrar quien me pague por hacer algo. Y mucho menos si estudio algo que de verdad me interese. Y ciertamente no me refiero a una ingeniería, medicina o alguna otra cosa que tenga que ver con ciencias, para lo que no tengo ni una neurona de inteligencia. Además mi paciencia para todo es limitada.

 No se confundan; sé que la culpa de la mayoría de cosas que pasan a mi alrededor es mía. Pero así soy yo y no soy nadie mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽no soy nadie mi alrededor es m que ver con ciencias, para lo que no tengo ni una neurona de inteligencia. Ademese. Y cás y ciertamente no creo en los cambios mágicos de nadie en nada y no necesito cambiar nada. A diferencia de la mayoría de seres humanos sé que tengo defectos y los acepto. Pero el aceptarlos no quiere decir, de ninguna manera, que quiera eliminarlos o cambiarlos. Además no creo que eso exista. No se puede dejar de ser quien siempre se ha sido y si conocen a alguien que sí lo haya hecho, consigan el número de un buen instituto psiquiátrico.

 Pero mi mamá no me preguntó nada ese día. Me preguntó solamente si tenía hambre y le dije que no a pesar de que me dolía el estomago. Y lo hice porque si hay algo me apasione es sumergirme en mi propio dolor. Sé que es masoquista pero a veces es mejor ver todo de frente y no ocultarse. Hacía mucho no lloraba y pensé que lo iba a hacer pero no pude. Fue como si me hubiera secado y no fuera capaz de producir ni una lágrima.

 Me acosté en mi cama mirando al techo y pensé en todo lo que me aquejaba y me di cuenta de que no puedo forzar a nadie para que me de trabajo. Y he escrito tanto que es imposible que alguien no piense que tengo experiencia, así no sea paga. Así que no es tanto mi culpa, o al menos no en un cien por ciento. También es que para este mundo, un cualquiera que dice que le gusta escribir no es nadie porque no es algo que le interese a nadie.

 Hoy en día la gente importante son aquellos que ganan mucho dinero y pueden mostrarlo a los demás con fiestas y regalos y excesos superficiales. También son importantes los que tienen vidas falsamente felices pero que hacen tan buen trabajo mintiendo sobre su realidad, que hasta ellos terminan creyéndose sus propias mentiras. Y la gente optimista, esos son los chicos populares de la escuela de la vida. Casi nadie odia a un optimista consumado, excepto un realista amargado como yo.


 No, no sé cuando llegue mi momento, si es que llega. De pronto enloquezca primero y decida suicidarme o tal vez encuentre mi pasión pérdida en algo que siempre estuvo allí. Pero la verdad es que ahora no quiero ser feliz ni sentirme bien conmigo mismo. Quiero dinero. Quiero ese dinero y ese trabajo que hace que la gente, la sociedad, piense: “Ese es alguien”. Yo quiero ser alguien porque ahora no soy más que un espectro de algo que nadie quiere ni necesita, ni siquiera yo mismo. Esa es la verdad. Dura? Sí, y que?

domingo, 8 de febrero de 2015

Fuera del tiempo

   Me abracé a él por el frío. Llovía demasiado afuera, el mundo por la ventana se veía opaco y triste. Lo apreté con mis brazos un poco hasta que respondió, cubriéndonos mejor con el cubrecama. Agradecí el gesto porque con frío no podía dormir. Cerré los ojos y antes de que pudiera dejarme llevar por el sueño, sentí otro movimiento. Cuando abrí los ojos de nuevo vi que él se había dado la vuelta y ahora tenía su rostro frente a mí, a unos pocos centímetros. Tenía los ojos cerrados pero era para mi imposible cerrar los míos.

 Lo tenía tan cerca que pude ver cada detalle de su rostro para poder así memorizarlo. Ese fue mi pensamiento en el momento y no pensé si eso me serviría de algo o porque había pensado en hacerlo. Solo detallé su rostro: las pocas pecas, las largas pestañas, la nariz algo grande pero refinada, los labios color rosa, las cejas suaves y su cabello suave y corto. Si me hubiera preguntado como era él, años después, lo hubiera podido decir de memoria, sin dudar con ningún pequeño detalle.

 De repente recordé que ese no era mi hogar, de que debía irme y de que había alguien más en todo esto y entonces no solo sentí apuro sino arrepentimiento y culpa. Nunca había sido mi intención herir a nadie y mucho menos a alguien que yo ni siquiera conocía, más que de vista. Tampoco era mi idea excusarme porque pedir excusas por las acciones que se hacen es una idiotez, sobre todo cuando no te arrepientes de nada y sabes que fue una decisión tomada a consciencia.

 Y así había sido. Es cierto que había bebido bastante pero yo no estaba borracho y sabía que él tampoco. Nadie nos obligo a nada. Es gracioso, ahora que lo pienso, porque él nunca me había gustado de ninguna manera. Es decir, viéndolo en la cama fue el momento en el que me di cuenta lo simplemente hermoso que era. Pero eso jamás lo había visto antes. Ciertamente nunca durante las largas horas de trabajo ni cuando él me exigía más o yo a él. Así había sido por dos años y puedo asegurar que nunca sentí ningún tipo de atracción hacia él.

 Pero en todo caso eso no borraba el hecho de que hacía menos de diez horas, habíamos empezado a hablar entre botella y botella de cerveza. De repente nos dimos cuenta de que éramos más que solo “gente del trabajo”. Y entonces me invitó a su casa y creo que ahí él sabía ya lo que iba a suceder y yo lo presentía también. No se puede pretender ser inocente en esta situación. Es como que te encuentren teniendo sexo con alguien y digas “no es lo que parece”. Es ridículo.

 Apenas llegamos a su casa y tomamos más, fue él quien inició todo, besándome en el baño. Ahora que lo pienso, puede que en ese momento haya reunido todo su coraje y se haya decidido por hacerlo de una vez sin pensarlo tanto, y por eso decidió entrar cuando yo estaba acabando de orinar y besarme ahí mismo. El resto, como dicen, es historia. Sabía que ahora debía irme porque simplemente, por todo, no podía quedarme. No quería hablar con él ni tener que hacer las preguntas incomodas que, al menos yo, sentía que debían ser respondidas.

 Con todo el sigilo del que fui capaz, recogí mi ropa y mis cosas y salí a la sala del lugar. Allí me cambié y cuando me aseguré de que tuviera todo conmigo, salí del sitio pensando que jamás volvería allí. Verán, el problema con él no era que fuera mi compañero ni que fuera alguien con el que yo nunca pensé en tener nada. No. El problema era su novia. Una relación de tres años en la que yo me había metido y en la que, sinceramente, no tenía ganas de estar.

De ella no sabía yo mucho. La había visto algunas veces, cuando dejaba a su novio en el trabajo o lo recogía para almorzar. Parecía una buena persona y eso era lo que me torturaba más. Parecía más sencillo que se tratase de una arpía que le hacía la vida imposible a mi compañero, que lo había “llevado” a cometer esa traición. Pero no era así. Y la verdad era que no quería discutirlo porque eso haría que mi culpa fuera más clara y pesada en mi conciencia y no quería eso. Quien lo querría?

 Los días siguientes me comporté lo más normal que pude en el trabajo. Incluso sonreí algunas veces, haciéndole ver que no pensaba en lo sucedido y que todo era exactamente igual. Lo más incomodo eran sus llamadas, que obviamente tenía que atender. Hablábamos del trabajo y al final, siempre, había una pausa incomoda en la que yo sentía que quería decirme algo y por eso me despedía y le colgaba. Como dije antes, yo no necesitaba hablar. Y si él sí lo necesitaba, era algo que él debía solucionar.

 Todo estuvo bien hasta el día que los vi juntos en la entrada de la empresa. Como iba con una compañera especialmente chismosa, ella se abalanzó sobre ellos para forzar una presentación y debo decir que casi no lo logro. Sentí mucha vergüenza pero también rabia. Porque tenía que traerla aquí? Obviamente no había pensado en mí al hacerlo? Pero, porque habría de pensar en mí? Estaba ya volviéndome loco.

 Ese día la saludé y ella me sonrió y parecían una pareja muy feliz, excepto por la sonrisa forzada de él. Créanme, después de tener relaciones sexuales con alguien, se sabe a la perfección si están fingiendo una sonrisa o no. Es como, si lo hace uno bien, los cuerpos se alinearan y hubiera una comprensión profunda del otro, que va más allá de lo entendible. Por eso solo pude saludarlos dos segundos y luego me fui a mi casa y lloré casi toda una hora, in razón aparente.

 Lo más extraño de todo fue lo que sucedió esa noche. Era un viernes y decidí hacer una pequeña maratón de películas. Las acompañaría con bastante comida y vestido sin nada más que una camiseta y mis “boxers”, es decir con mi vestimenta para dormir. A las once de la noche, iba a la mitad de la tercer película. Me asusté cuando timbró el intercomunicador. Detuve la película y contesté y el celador del edificio dijo que alguien quería subir. Era mi compañero de trabajo. Sin pensarlo dije “Que siga”, pero me arrepentí segundos después.

 Pero ya era tarde. Me dio el tiempo justo de ponerme unos pantalones antes de que timbrara y yo abriera apresuradamente, de lo cual también me lamenté después. Él entró y lo primero que hice fue preguntarle si había venido por el trabajo, aunque era obvio que ese no era el caso. Se sentó en mi sofá y me dijo que había intentado decirle a su novia pero no había podido. Ahora ella estaba en una fiesta de cumpleaños de su mejor amiga y él le había dicho que se sentía algo mal y prefería irse a la casa.

 Me miró y pude ver ese gran detalle que había olvidado de su cara: el color de sus ojos. Se veían enorme y algo húmedos. Por un momento, pensé que iba a llorar pero no lo hizo, en cambio sí me pidió algo de beber. Le pasé una lata de cerveza y se tomó casi la mitad de una sentada, antes de volver a hablarme. Parecía que le costaba demasiado hablar e incluso pensar. No puedo decir que no lo comprendía.

 Cuando volvió a hablar, me dijo que desde la universidad le habían gustado otros hombres pero que jamás había hecho nada al respecto pero que en el año que venía de pasar se había dado cuenta que yo le gustaba. En ese momento sonreí y no lo oculté, para mí eso era un halago difícil de creer. Él prosiguió diciendo que lo que había ocurrido era de lo mejor que le había pasado a él en tiempos recientes. En ese momento salieron de mi las palabras: “Y ella que?”.

 Él agachó la cabeza y se tomó el resto de la cerveza de un golpe. Me respondió que ya no la quería como antes y que sabía que eso lo decía mucha gente, muy seguido. Pero era verdad. Solo que no sabía como decírselo porque ella sí lo amaba. En ese momento vi una lágrima rodar por su rostro y, sin control alguno, me acerque a él. Y de nuevo pasó lo que sucede cuando dos personas que se sienten atraídas la una por la otra están demasiado cerca.


 Ese día puedo decir que hicimos el amor porque no fue solo sexo. Algo cambió. Debo decir que cuando todo terminó, volví a pensar en ella y de nuevo me sentí culpable. Pero entonces sentí también su presencia y su boca y sus brazos y entonces no importó nada más. El presente podía esperar porque ya no sentía que estuviera en el tiempo. Este parecía haberse detenido y, honestamente, hubiera preferido que se hubiera quedado así para siempre.

martes, 16 de diciembre de 2014

El baile

El baile era intenso, apasionado, sin pretensiones. La pareja se deslizaba con facilidad por el escenario, siempre mirando a los ojos del otro. Estaban unidos por sus miradas, por una pasión privada que compartían ellos solos y nadie más. Incluso sonrían, de vez en cuando, también cuando el la alzaba a ella por un breve momento. Inclusive en esos momentos, su conexión permanecía.

Cuando terminaron la rutina, los jueces aplaudieron con fuerza atronadora. Les había encantado, así como a la audiencia, que gritaba y vitoreaba y saltaba y aplaudía. Todos habían sido tomados presa de una bella ejecución en la pista de baile. Por supuesto, ganaron el trofeo. Era su quinto premio en esa competencia, la mejor y más importante de todas en el circuito de los concursos de baile.

La pareja se sostuvo de las manos y luego las elevaron, celebrando su logro entre amigos, familiares y fanáticos. Flores llovían por todas partes, y confeti. La gente se les acercó y los alzaron en hombros hacia la salida. La gente aplaudía y vitoreaba como loca. Todo era perfecta. O bueno, casi todo...

Ya en el hotel, Melinda se lavaba el pelo en la ducha, tratando de quitarse el confeti y la  escarcha con la que se había adornado la frente y el resto de la cara. Cogía el jabón y hacía mucha espuma para luego pasarla por su cara, con fuerza, como si quisiera quitarse toda una capa de piel de esa manera. Se lavó la cara con agua y siguió duchándose, queriendo quedarse allí para siempre.

Afuera, en la cama, Camilo pasaba los canales de televisión con tremenda rapidez. La verdad era que no tenía muchas ganas de ver nada, solo quería distraerse y, si se podía, quedarse dormido con rapidez. No era que estuviera exhausto, aunque sin duda lo estaba. Era más bien el hecho de que supiera que una cosa era el escenario y otra muy distinta, la habitación.

Melinda salió del baño, vestida con una bata del hotel y con otra en la cabeza para secarse el pelo. Se puse frente a un espejo grande que había detrás del pequeño refrigerador de la habitación. Se quitó la toalla y empezó a peinarse, secándose primero.

Camilo la miraba y ella lo sabía. Había dejado de pasar canales y ahora se escuchaba la cansina voz de un comentarista deportivo. El hombre suspiró y dejó de mirar a su esposa. A pesar de haber estado casado dos años, no podía decir que la conocía. Es más, a veces sentía como si durmiera con una persona desconocida. Era una realidad que Melinda nunca había sido de la clase de personas que hablaban mucho. Pero él era su esposo. Había intentado pero nunca quería hablar de nada, prefería ella decidir cuando hablar lo que resultaba molesto.

Mientras se secaba el pelo, la mujer miraba su anillo de matrimonio de vez en cuando. No podía dejar de pensar, como en la ducha, que las cosas sin duda ya no funcionaban. De hecho, no tenía ni idea si alguna vez habían funcionado. Melinda quería mucho a Camilo y eso no estaba en duda pero otra cosa era mantener un matrimonio. Hacía meses que no tenían sexo y jamás compartían mucho más que un postre en un restaurante. Ella lamentaba que Camilo no fuera más romántico.

 - Tienes hambre? - preguntó ella.
 - Algo.
 - Quieres bajar al restaurante?

Camilo solo asintió. Se sentía mal al responderle como lo hacía pero la verdad era que la efusividad no era su fuerte y la verdad era que sabía muy bien que Melinda no respondía de ninguna manera ante el positivismo y la alegría. Era una mujer muy extraña en ese sentido.

En unos quince minutos, ambos estuvieron listos para bajar a cenar. Apenas llegaron al lugar, la gente que estaba allí los aplaudió y algunos se les acercaron para pedir autógrafos o una foto. Una vez más, fingieron sus amplias sonrisas y sacaron a relucir esas falsas personalidades. O tal vez no falsas, sino perdidas en el olvido.

Cuando por fin la gente se dispersó, con ayuda de uno de los camareros, se sentaron a la mesa y leyeron la carta con atención.

Camilo sonrió y Melinda lo vio. Pensó que hacía mucho no veía una sonrisa sincera en él, mucho menos por causa de ella. Cuando se conocieron eran siete años más jóvenes, lo que no parece mucho pero lo es. En esa época Camilo era el hombre más atento del mundo, siempre regalándole cosas pequeñas, dulces y cosas como esa. Era un detalle que ella siempre había adorado de él y no por los regalos sino porque le hacía ver que él pensaba en ella y eso se sentía bien.

La sonrisa de él se debía al primer platillo que vio en la carta. Era salmón ahumado y ese era también el primer platillo que habían cenado juntos. Fue en la cena de unos amigos y fue por ese salmón que habían empezado a charlar. Se burlaron de las dotes de cocinero que tenía su amigo en común. Él era un médico de tiempo completo y creía que sabía cocinar, lo que era cierto, pero no por completo. El salmón estaba bien pero la salsa era horrible y nadie le quería decir. Tanto Camilo como Melinda bromearon al respecto toda esa noche.

 - Están listos para ordenar? - preguntó el camarero que se había acercado silenciosamente.
 - Para mí la trucha al limón.
 - Excelente. Y para usted señor?
 - El salmón ahumado.

Y Camilo, sin pensarlo, le sonrió a su esposa. Ella no supo que hacer, decidiendo mejor mirar el mantel, como si fuera de hora.

 - Y una botella de Dom Perignon. Estamos celebrando.

El camarero sonrió y les dio sus felicitaciones por su victoria en el concurso. Incluso les dijo que había una selección excelente de postres y podían compartir uno por cuenta de la casa. Camilo le agradeció y el hombre se alejó.

Cuando el hombre estuvo lejos, Melinda levantó la mirada y la dirigió a su esposo. No se sentía la misma conexión que en el concurso. Más bien una tensión bastante inquietante. Por la mejilla de la mujer rodó una lágrima.

 - Que pasa? - preguntó él.
 - Que te pasa a ti? Nunca celebramos estas cosas.
 - Y? Hay una primera vez para todo. Además el lugar es muy bonito.

Él miró a su alrededor, como comprobando que lo que había dicho era cierto pero ella no le quitaba la mirada de encima, esa mirada incendiaria.

 - Me siento indispuesta, podemos...?
 - No!

Incluso quienes comían en las mesas cercanas oyeron la respuesta de Camilo. Todos fingieron desinterés e incluso molestia.

 - Que?
 - No, no podemos irnos. Ya ordenamos. No te da vergüenza?
 - Estás loco? En serio te molesta algo tan estúpido?

Ahora era a ella que escuchaban los demás comensales, algunos de los cuales dejaron de fingir y abiertamente miraban hacia la mesa de los bailarines.

 - Al menos puedo molestarme por esto.
 - Que quieres decir?
 - Dejemonos de idioteces, Melinda. Ya, no más.

Ella se limpió la única lágrima, de rabia, que había llorado y se incorporó. Ya todo el mundo los estaban mirando, incluso el personal del lugar.

 - Tienes razón. Ya no tiene sentido seguir con esta farsa.
 - Gracias, por fin eres sincera.

Ella rió.

 - Vaya, y muestras sentimientos. Bravo.

Camilo empezó a aplaudir, lo que hizo que la escena fuera aún más extraña e incomoda de lo normal. Algunas personas empezaban a llamar a los meseros para poder pagar e irse a casa. La situación ya no era cómica sino simplemente lamentable.

 - Mira quien lo dice.
 - Tienes quejas? En serio? Dilas entonces, abre esa estúpida boca alguna vez en tu vida.
 - Tu tampoco hablas mucho.
 - Porque siento que me puedes cortar la cabeza si hablo más de la cuenta. Pero, sabes? Ya me da    igual.

Camilo se puso de pie y le pidió a la gente disculpas por las molestias.

 - Queridos amigos, esto es solo el inicio de un divorcio. No dejen de comer el postre por esto. Se los  ruego.

Bajó cabeza al nivel de la oreja de Melinda y le dijo:

 - Que yo tome este paso es para que sepas lo miserable que me siento al fingir una vida que no tengo  junto a alguien que nunca se ha molestado por preguntarme si quiera como estoy. Yo tengo culpa    pero jamás niegues la tuya. No eres una víctima.

Y entonces Camilo se fue y dejó a Melinda sola. El despistado mesero trajo entonces la comida, cometiendo el error de poner el salmón frente a la mujer, que de un solo golpe mandó el plato al suelo y salió pisando fuerte.

El baile, que se había prolongado por tanto tiempo, había terminado.