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lunes, 31 de julio de 2017

Una particular tarde de compras

   Como le habían indicado, Lucía dio la vuelta a la perilla una vez la luz en el cuartito se volvió verde. El lugar que le esperaba del otro lado estaba muy bien iluminado. De hecho, parecía como si el sol estuviese brillando en la parte exterior. Era muy extraño pues ella estaba muy consciente de que en la tienda del otro lado de la puerta era de tarde, el sol estaba poniéndose. Pero allí, en esa hermosa casa donde estaba ahora, la luz llegaba directamente desde arriba, como si nada.

 Caminó algunos pasos y sonrió al ver que la casa no era lo que ella había esperado en un principio. Era de un claro estilo japonés pero no era nada contemporánea, más bien al contrario. En el pasillo que caminaba no había nada más sino algunos jarrones grandes, que no parecían tener nada por dentro. Al voltear a mirar la puerta, se dio cuenta de que estaba hecha de bambú y al lado había un recipiente del mismo material para poner sombrillas. El nivel de detalle era asombroso.

 Al final del pasillo había una puerta abierta. Metió su cabeza por la rendija y se dio cuenta de que también estaba vacía. Empujó un poco la puerta para poder pasar. Adentro vio una mesita poco elevada y varias almohadas distribuidas alrededor. Del otro lado del cuarto, había un hueco en el piso. Debía ser un horno o algo por el estilo. Había visto casas japonesas en películas y documentales pero jamás en persona, así que no sabía muy bien como funcionaba todo.

 Pero algo llamó más la atención de Lucía.  Había un espejo en la pared opuesta a la puerta del recinto. Iba de piso a techo y era delgado, como para darle mayor dimensión al lugar. Pero eso no era lo que le fascinaba. Era el hecho de poder ver que tenía otra ropa que con la que había entrado a la casa. Vestía lo que suponía era un hermoso kimono, de varios colores primaverales. No sentía su peso pero suponía que uno real debía ser mucho menos ligero que lo que sentía en el momento.

 Dejó el espejo atrás y fue a revisar la otra habitación, una frente al comedor. Era un pequeño recinto de descanso, algo así como una habitación. Pero no había una cama sino un algo así como un sobre para dormir en el suelo, pero mucho más grueso que los que había usado para acampar. Se vio tentada a acostarse pero entonces vio el jardín exterior a través de la puerta de papel y bambú medio abierta que había del otro lado de la habitación. Caminó por allí fascinada por las hermosas plantas, la paz y el pequeño estanque lleno de carpas de colores.

 De pronto, un sonido como alarma se escuchó con fuerza. Le habían advertido al respecto. Miró por todos lados y por fin descubrió el picaporte que buscaba, entre dos bonsái que había contra lo que parecía ser una cerca. No lo era. La puerta se abrió con facilidad y pasó entonces a otra casa, una que le era mucho más familiar porque de inmediato vio muebles que reconocía pero no sabía de donde. La puerta se cerró detrás de ella, casi en silencio. Pero ella no se dio cuenta. Algo le parecía muy cercano en ese lugar.

 Fue cuando llegó a la sala de estar que reconoció la casa como la que había habitado junto a sus padres y su hermano hacía muchos años, en su adolescencia. Lucía había dejado la casa cuando había cumplido la mayoría de edad, para irse a estudiar fuera del país, y jamás volvió. Cuando supo, la casa había sido vendida y, hasta donde sabía, el inmueble había sido demolido para construir un conjunto residencial de varias torres de apartamentos. Su barrio de niñez había desparecido de golpe.

 Sin embargo, estaba allí de nuevo como por arte de magia. Las viejas consolas de videojuegos que jugaba con su hermano menor, el gran sofá con estampado de flores en el que su padre se sentaba los fines de semana a ver partidos de fútbol y el gran sofá de tres puestos desde donde veían los dibujos animados en la mañana y su madre lloraba todas las noches cuando sus personajes de telenovela sufrían por alguna razón. Todo estaba allí, como si fuera un extraño museo.

 Entonces se dio cuenta de que todo lo que era suyo debía de estar allí, así todo el lugar no fuera más sino un invento. Corrió hacia la estrecha escalera que daba al segundo piso y en pocos segundos estuvo en el segundo piso. Su habitación estaba allí, directamente adyacente al baño que compartía con su hermano, adornada todavía por decenas de afiches referentes a varios ídolos juveniles, actores y cantantes, muchos de los cuales ya no se veían por ningún lado.

 Revisó los libros de su vieja estantería blanca, abrió el closet para descubrir ropa que no veía en año y lloró como tonta al leer las cartas de su primer novio, que había escondido siempre en un fondo falso que tenía su adorado tocador. Las palabras de ese niño, porque eso era lo que eran en esa época, eran todavía hermosas y profundas. Ese fue un tesoro que nunca recuperó y que por alguna razón estaba allí. No se había secado las lágrimas cuando la alarma sonó de nuevo. Se secó como pudo, dejó las cartas en su lugar y giró el picaporte, aparecido esta vez en su pared de papel floreado.

 Todavía tenía los ojos húmedos cuando entró en un apartamento que jamás en su vida había visto o imaginado. En ese espacio, la luz era casi ausente. Cuando miró la puerta que se cerraba, se dio cuenta que desaparecía en la pared, blanca y lisa. Miró hacia un lado y hacia otro. No había nada que reconocer y no tenía ni idea de que era lo que debía hacer. Fue solo cuando empezó a caminar hacia la terraza, que luces en el techo empezaron a encenderse, pero solo sobre ella, jamás atrás o adelante.

 Siguió su camino a la terraza. La puerta que daba acceso a ella desapareció de golpe y volvió a aparecer cuando se alejó de ella, acercándose a paso lento a la nada. Porque allí no había ni tubo de metal ni un vidrio que detuviera su paso. Cuando vio que el suelo se terminaba, dio una ligera patada para ver lo que sucedía. Se escuchó un sonido seco, como si hubiese golpeado algo metálico. Pero frente a ella no parecía haber nada. Extendió los brazos y pudo tocar la nada. Se sentía fría.

 Pasada la extrañeza, contempló el paisaje que se extendía delante de ella. Era una ciudad enorme, con cientos de torres altas, muy altas. De hecho, parecía que ella estaba en una de altura similar, a juzgar por la larga distancia que había desde su posición a lo que parecían ser vehículos desplazándose a gran velocidad por vías amplias y bien iluminadas. No se había gente como tal, sino las lucecitas de colores que eran los coches, corriendo de un lado a otro de la ciudad, tal vez del mundo.

 Esa extraña visión la calmó un momento pero luego recordó que debía aprovechar el tiempo. De nuevo adentro, pudo ver que todo el apartamento era una sola habitación. La sala estaba en la mitad. A un lado de ella, tras un muro, estaba una cama como enterrada en el suelo. Se veía cómoda pero increíblemente simple. Del otro lado de la sala estaba la cocina y un comedor de sillas altas, todo hecho en cromo y mármol, frío como la noche. La iluminación era mínima, quien sabe por que razón.

 La alarma se hizo escuchar de nuevo. La puerta por la que había entrado apareció de nuevo. Lucía había tenido suficiente por un día. Casi corrió hacia ella y la atravesó. Del otro lado tuvo que esperar en el mismo cuartito que al comienzo, a la misma luz verde.

 Momentos después, caminaba en silencio, con su esposo al lado. No hablaban. El bebía un café que había comprado mientras ella estaba en la tienda. Él no preguntaba nunca por nada pero esta vez, ella lo agradeció. Había sentido y visto demasiado, tal vez más de lo que podía entender.

lunes, 17 de julio de 2017

Tan cerca, tan lejos

  La herida estaba abierta, casi escupía sangre. Era un corte profundo pero había sido ejecutado con tal agilidad que al comienzo no se había dado cuenta de que lo habían atacado de esa manera. Corriendo, solo se había sostenido el costado y había notado como se le humedecía la mano a medida que corría y como se cansaba más rápido. Su respiración era pausada y las piernas dejaron de funcionar al cabo de unos veinte minutos. Su compañero llamado B, lo ayudó a seguir adelante.

 El bosque en el que habían estado durante meses parecía haber adquirido alguna extraña enfermedad. Los árboles habían languidecido en tan solo unos días De ser unos gigantes verdes, pasaron a ser unas ramas marrones casi negras que se sostenían en pie porque el viento ya no soplaba con tanta furia como antes. Notaron que, lo que sea que estaba acabando con la vegetación avanzaba poco a poco. Tras una colina, encontraron un pedazo de bosque que apenas comenzaba a podrirse.

 Cuando se detuvieron, lo hicieron en la zona más espesa para evitar ser atacados. Pero si ya no los seguían quería decir que su enemigo se había cansado y había decidido dejar sus muertes para más tarde. Estaba más que claro que eran ellos los que llevaban las de perder. Estaban heridos y no habían comido como se debía en varios días. Se había alimentado de los pocos animales que quedaban y de plantas y frutas pero todo se moría. Pronto sería la falta de agua lo que los llevaría a la tumba.

 Al dejarse caer en el suelo, la sangre empezó a salir de A a borbotones.  Era demasiada sangre de un cuerpo que no era alto y ya había adelgazado demasiado por la falta de comida. Cuando se dieron cuenta de la extensión del daño, supieron de inmediato que su enemigo los había dejado ir para que murieran por su cuenta. Podía esperar a encontrar los cadáveres. No era un planeta grande, no podían correr para siempre. Ellos sabían que estaban perdidos.

 B trató de limpiar la herida lo mejor que pudo. Luego, rompió la camiseta sucia que llevaba puesta y, con la cara limpia, cubrió toda la cintura de su compañero. Tuvo que romper la tela en varios sitios, morder y gemir porque no habían descansado aún. A no paraba de llorar pero no emitía sonido mientras lo hacía. Era el dolor el que lo obliga a derramar lágrimas pero no quería dejarse terminar por algo que venía de sus adentros. Quería seguir corriendo, seguir luchando, pero al mismo tiempo sabía que no había más oportunidades en el horizonte.

 Había llegado la hora de darse cuenta, de abrir los ojos y ver la muerte a la cara. Por un lado, estaban tristes, devastados. Habían venido de muy lejos y todo había sido un paraíso terrenal. Pero las cosas habían empeorado de una manera vertiginosa y ahora estaban a solo pasos de su muerte. El tiempo podría ser corto o largo, si es que la vida quería torturarlos un poco más. Pero al fin de todo, sabían que muertos serían más felices. Era la única manera de estar juntos para siempre.

Ya no era un secreto a voces. Nunca se lo dijeron en palabras pero sabían bien lo que sentían y simplemente lo habían expresado y desde ese momento su tenacidad como compañeros había sido imparable. De cierta manera, el hecho de solo tener una herida de muerte entre los dos, era un hecho de admirar. Solo ellos habían enfrentado una legión de criaturas sedientas de sangre, locas por la carne humana y obsesionadas con la muerte. Se podía decir que habían salido bien librados.

 Comieron lo último que tenían en su pequeña y desgarrada mochila. Decidieron caminar más, en silencio y fue ese el momento para pensar en todo. A pensó que jamás volvería a respirar más y eso lo hizo sentir bien. Porque ahora su garganta le dolía y su cuerpo le pesaba. Ya no quería seguir así y sabía muy bien que no habría ninguna salvación milagrosa en el último minuto. Esas criaturas lo habían condenado y él no podía pelear contra la fuerza de la muerte.

 B, sin embargo, se había cuenta de un pequeño detalle: el seguiría vivo después de la muerte de A. Era estúpido pensar algo tan obvio pero cuando había visto la herida no la había sentido como exclusiva de su compañero. Para él, era un peso que cargaban en pareja y no en solitario. El solo hecho de no haber pensado en su supervivencia le había hecho pensar que de verdad era amor lo que sentía pero también le había hecho caer en cuenta que estaría solo, al menos por un tiempo.

 Al fin y al cabo, las criaturas y su maestro los seguirían cazando, con herida y sin ella. Eso quería decir para B, que vería al amor de su vida morir pero lo seguiría muy de cerca. Eso a menos que la tortura de parte del enemigo fuese dejarlo vivir y ahora que lo pensaba, sería algo muy horrible de vivir. Sin consultarlo con su pareja, recordó el cuchillo que habían robado y como colgaba de su cinto. Cuando A muriera, lo usaría en sí mismo para acabar con todo. No viviría un segundo más que la persona con la que había sobrevivido a tanto.

 La noche llegó y parecía apresurada. El cielo no se tiñó de colores al atardecer. Solo hubo un cambio repentino de luz a oscuridad. Era muy extraño pero el lugar en el que se encontraban era tan raro, que preferían no dudar de nada y no pensarlo todo demasiado. Se recostaron entre algunos árboles pequeños y se quedaron dormido uno contra la espalda del otro. Así podían sentirse cerca el uno del otro, sin descuidar el lugar donde estaban y sus provisiones, por pocas que fueran.

 Sin embargo, no durmieron todo lo que hubiese querido. En la mitad de la noche los despertó un gran estruendo. Se pusieron de pie de un salto, pensando que venían por ellos los asesinos. Por un segundo, pensaron en su muerte. Se tomaron de la mano y esperaron el ataque. Pero otro sonido les hizo caer en cuenta que lo que los había despertado venía de arriba, del cielo. Era como una mancha y luego se transformó en luces. Cuando estuvo cerca, pudieron ver que era un vehículo.

Aterrizó cerca de ellos pero los dos hombres no se movieron. No podían confiar en nada de lo que vieran. Así que B hizo que A se recostará en un tronco aún fuerte y esperaron juntos, en la sombra. El vehículo se quedó en silencio y, de repente del costado, apareció una puerta. A través de ella salió una criatura hermosa. Era similar a una mujer humana pero algo más alta, con piel rosada y escamas iridiscentes en sus piernas. Era lo más hermoso que hubiesen visto nunca.

El ser caminó de manera estilizada hasta ellos. No dudó por un segundo. Apartó ramas y los miró a los ojos. Ellos no sabían que hacer. La miraron y ella hizo lo mismo, sin emitir un solo sonido. El momento parecía durar una eternidad porque la mujer parecía analizarlos y algo por el estilo. Había una sensación de urgencia en el aire pero, al mismo tiempo, de una extraña paz que les impedía salir corriendo hacia el costado opuesto. Era todo demasiado raro, loco incluso.

 A finalmente cedió al dolor. Sus rodillas se doblaron y cayó de golpe al suelo. Sangre salía de su boca. B saltó hacia él y entonces la mujer, o lo que fuera, abrió la boca, como si fuera a gritar. Pero ellos no oyeron nada. Cuando cerró la boca, ayudó a B a cargar a su compañero a la nave.


 En la puerta, B miró hacia atrás cuando la nave se elevó. Lo último que vio fue los cadáveres de sus enemigos, destrozados. La mujer había hecho algo allí, algo que ellos no entendían. Y ahora ella y su piloto trataban de tomar a A de los brazos de la muerte.

lunes, 29 de mayo de 2017

En llamas

   El hombre estaba arrodillado, gritando. El sonido que producía era desgarrador. Las personas que habían estado hasta hace poco caminando y disfrutando de un día de ocio, corrieron a resguardarse a las tiendas y los baños del centro comercial. Cuando el hombre colapsó, cayendo de rodillas sobre el suelo duro del centro comercial, la gente pensó que se trataba de alguien con problemas de salud. Y sí tenían razón, al menos parcialmente pero no era un mal del corazón ni nada parecido.

 El hombre gritaba con fuerza, extendiendo sus manos hacia delante. Parecía como si las hubiese metido en agua hirviendo, pues las tenía rojas y llenas de ampollas blancas. Era horrible ver como sufría pero estaba claro que nadie podía hacer nada. Las personas habían llamado a la policía, a los bomberos y a varias ambulancias pero todo los servicios estaban esperando órdenes porque no creían poder acercarse. La razón para esto era el cadáver carbonizado de dos personas, al lado del individuo.

 Nadie supo bien cómo sucedió, pero cuando el hombre colapsó o poco antes, dos personas que estaban cerca de él empezaron a arder en llamas. Fueron sus gritos los primeros que se oyeron ese día en el centro comercial y la primera alerta a todo el mundo de que estaba sucediendo algo fuera de lo común. Las dos personas ardieron en minutos, quedando solo los huesos negros a los lados del hombre que parecía estar sufriendo un dolor aún mayor que el de quemarse vivo.

 Su cara también se estaba llenando de ampollas y, de un momento a otro, empezó a quitarse la ropa. Obviamente esto se veía demasiado raro y fue entonces cuando las autoridades decidieron que al menos una sola persona debería acercarse y ver que era lo que le pasaba al pobre hombre. Un bombero se lanzó como voluntario. Se vistió con un traje anti-incendios y caminó despacio, para que el hombre pudiera verlo sin problema. Pero este estaba ocupado.

 Se quitó la ropa haciéndola trizas, quedando totalmente desnudo sobre el frío suelo de concreto. Parecía llorar pero las lágrimas se evaporaban al instante, como si cayeran en una sartén hirviendo. El hombre por fin vio al bombero acercarse y fue entonces cuando un temblor generalizado recorrió las columnas de todo los que miraban: el pobre diablo gritó la palabra “Ayúdeme”. Lo había dicho fuerte y claro. Se notaba en su voz un esfuerzo increíble y un dolor que no parecía poderse explicar con palabras. El bombero, asustado, le respondió al rato.

 “Vengo a ayudar”, dijo el bombero. Era muy joven, menor que el hombre que parecía estarse quemando sin fuego a su alrededor. Las ampollas se multiplicaban y el vapor que producían sus lágrimas parecía estar dejándolo ciego. El bombero miró a los lados, contemplando los cadáveres carbonizados. Sabía que una de sus responsabilidades era la de empacar eso restos para procesarlos y eventualmente entregarlos a los familiares para proceder a enterrar o cremar a sus seres queridos.

 ¿Pero como llegar a los restos con el hombre ahí, a la mitad, sufriendo como loco? El bombero se armó de valor y le preguntó al hombre si podía primero llevarse los cuerpos quemados. El hombre no respondió con palabras, sino con un gemido casi inaudible. El bombero lo tomó como una señal y con la mano llamó a dos de sus compañeros, ya listos con camillas. En poco tiempo, recogieron ambos cuerpos y se los llevaron para ser procesados, como tenía que hacerse.

  El bombero joven estaba sudando. No solo por los nervios que había supuesto ese procedimiento, sino porque sentía que estaba cocinándose en su traje. Según su lectura, la temperatura en el sitio era la normal para la hora y el día en el que estaban pero por alguna razón se sentía casi sofocado. Fue entonces cuando miró al hombre que tenía en frente: había puestos sus antebrazos en el suelo para poder echarse al suelo sin tener que sentir dolor por los cientos de ampollas en su manos.

 Fue entonces que el bombero entendió que el calor que sentía no venía del ambiente sino del hombre que tenía en frente. Para probarlo, dio un paso hacia delante, con cuidado de no molestar. En efecto, la temperatura en el traje pareció elevarse de golpe, como cuando se abre un horno y el calor sale en forma de nube. Se sentía muy parecido, excepto que allí no había ningún aparato domestico sino un hombre que parecía común y corriente, a pesar de sus extrañas heridas.

 El bombero volvió hacia atrás y le preguntó al hombre su nombre. No hubo respuesta. Le pidió que le dijera que hacía en la vida, si tenía familia y si sabía que era lo que el estaba pasando. Todavía tenía la cabeza abajo, como si el dolor no lo dejara erguirse. Gemía. Parecía que quería hablar, que de verdad quería responder a las preguntas. Pero no tenía la capacidad de hacerlo, su cuerpo no se lo permitía. El bombero quiso saber como ayudarlo pero prefirió quedarse quieto porque la verdad era que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.

 Entonces, el hombre fue elevando su cara. Su respiración tenía un sonido muy raro, como si se hubiera vuelto ronco de un momento a otro. Pero eso no era lo peor. Cuando el bombero vio sus ojos, dejó salir un grito de susto y dio dos pasos hacia atrás, instintivamente. Lo que sea que le estaba pasando a ese hombre no era algo normal. Todo el que vio el momento, y eran millones pues muchos de los clientes apuntaban a la escena con sus cámaras, no entendió que pasaba.

 Los ojos y la boca del hombre parecían haberse ido de su rostro. Pero en cambio, tenía ahora fuego vivo en ambos lugares. De las cuencas de los ojos y de la boca misma le salían llamas de color naranja, amarillo y rojo. Era impresionante, algo jamás visto. Por un momento, el público pensó que había muerto incendiado de adentro para afuera pero, cuando se levantó del suelo, entendieron que de muerto no tenía nada. De hecho, parecía más fuerte que antes.

 El bombero quiso salir corriendo pero se quedó firme en el lugar donde estaba porque no quería asustar al hombre o lo que fuera que tenía enfrente. Abrió la boca pero la cerró casi de inmediato, dándose cuenta de que no sabía que podía preguntar en semejante momento y menos aún si el hombre frente a él le podría responder de alguna manera. En cambio, se miraron el uno al otro, pues ese fuego seguía sintiéndose como ojos, a pesar de que no lo eran en el sentido tradicional.

 De golpe, todo el cuerpo del hombre se encendió en llamas, como si hubiese regado gasolina por todas partes y luego se prendiera con un fosforo. La diferencia estaba en que este hombre parecía seguir vivo bajo las llamas, pues miró a un lado y al otro, a la gente que se escondía de él y finalmente al bombero que tenía frente a él. Era hermoso pero impresionante al mismo tiempo. Estaba claro que era algo nuevo, un evento sin precedentes en la historia humana.

 El hombre se acercó al bombero y le dijo, en una voz cavernosa, que se sentía morir. Pero lo dijo tranquilo, como si las llamas no estuvieran ya cubriendo su cuerpo. Extendió una mano y sobre ella creó fue o usó el que tenía encima, para formar una bola perfecta.


 Pero el truco fue corto. Las llamas empezaron a apagarse, hasta que el hombre quedó como había sido antes, a excepción de alguna ampollas sobre su cuerpo. Cayó al suelo, finalmente muerto, casi sin rastros de que hacía un rato había estado cubierto en llamas.

lunes, 1 de mayo de 2017

No eres la persona apropiada

Palabras que he oído, o más bien leído más de una vez.
Me tienen cansado pero no haya nada que hacer al respecto.
Las tendré que oír una y otra vez, y más que eso,
hasta que las deje de escuchar o las ignore de alguna manera.

Elegí escribir en estilo de poesía hoy por capricho,
Pues no sé nada de poesía y se nota.
Pero me dio por este lado porque la frustración,
Toma formas que a veces no entendemos pero así son.

No prentendo que a nadie le gusten estas palabras
Pues la mayoría de las personas ya tiene la vida arreglada,
Sea por convicción propia o por la de otros.
Los felicito por eso.

Escribir no tiene porqué tener sentido y por eso he elegido hoy,
esta manera y por este medio, decirles lo que pienso y siento.
Pero lo que pienso no puedo revelarlo por completo,
Y lo que siento es imposible hacerlo entender con exactitud.

Volviendo a lo anterior, tengo que decir que he decidido,
Con mucha convicción y con pocas opciones,
Que no puedo vivir así para siempre
Pero que tampoco puedo darme por vencido.

Eso de darse por vencido tiene muchas maneras de ser,
Así que si lo hago debo de tomar el camino más fácil,
Porque no tendría mucho sentido dejarse vencer
De una manera que lo desafie a uno una vez más.

Ya ni sé lo que estoy diciendo, nunca lo tengo claro.
Lo que si es como un cristal, sincero y simple,
Es el hecho de que no sé que hacer y al mismo tiempo
Sé perfectamente cual es la única manera de salir de este estado.

Ojalá fuera tan simple todo, como con los demás,
Porque o todos lo tienen simple o todos son actores excelentes.
No me importa porque al fin y al cabo no viven mi vida,
Que es la que me interesa por obvias razones.

Además está eso de imaginarme cosas cuando me voy a dormir,
Y eso no puede ser sano, de ninguna manera.
Sobre todo cuando no hay razones para tanta soñadera,
Ni por mucha imaginación que tenga y tengo.

Sentir el calor de otra persona sería lo mejor
Pero no quiero arrastrar a nadie a mi mundo.
No sería justo hacer algo así, pues nadie más tiene culpa.
Prefiero ser solo yo que cargar con peso extra.

 Hay quienes dicen que eso no es decisión mía,
Que el amor llega así de una manera que uno…
El caso, que llega y ya. Pero es todo mentira.
Nunca sucede en lo que uno no cree.

Eso del amor a primera vista, o como le quieran llamar,
Es un montón de babosadas para darnos esperanzas.
Supongo que yo ya no tengo de esas.
Y al fin fin y al cabo, ¿a quien carajos le importa?

Ciertamente no a mi. No puedo dejar que todo importe,
No demasiado pues es un arma de doble filo.
Ni el amor ni el trabajo ni nada puede llegar tan hondo,
Pues si eso sucede podría ser fatal o peor.

Puede que eso suene demasiado dramatico,
Pero yo que culpa tengo que si así son las cosas.
Y no me molesta serlo pues es lo que hay,
Y soy bueno exagerando y con las tonterías.

Ese mundo de los sueños al que me meto seguido,
Es uno que me da un lugar tranquilo que visitar.
Creo que es necesario para no enloquecer,
Para poder persistir, seguir aquí.

No los aburro más con todo este sin sentido.
Elegí este día festivo para escribir así, raro.
Raro para mí en todo caso.
Espero que no haya sido demasiado.

Y bueno, si fue demasiado, ustedes tomaron la decisión.
Ahora ya saben que se siente.