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viernes, 26 de agosto de 2016

Tradiciones

   Sayuki se había quejado todo el tiempo sobre su vestido y los zapatos. También sobre el peinado tan apretado que parecía estirarle toda la cara y lo difícil que era sentarle en un vestido que era tan apretado y no cedía ante nada. Pero al verse en el espejo antes de salir, se dio cuenta que todo su esfuerzo había válido de la pena. Su familia la esperaba en el coche. Apenas pudo bajar, lo que le tomaba bastante tiempo con las sandalias tradicionales, emprendieron el camino hacia la ceremonia a la que estaban invitados.

 Demoraron una media hora en llegar. La boda se iba a realizar en un hermoso hotel en la montaña. El lugar era perfecto para cualquier tipo de ceremonia. Había sido la madre de Sayuki la que se lo había recomendado a su hermana, quién a su vez se lo había recomendado a su hija Tomoko, quién era la que se iba a casar. Todo el que entraba quedaba completamente enamorado del lugar.

 Se tenía que cruzar un puente de madera para llegar. La zona del parqueadero estaba del otro lado. El hermano de Sayuki la ayudó a bajar al suelo y desde allí pudo caminar por si misma. El asfalto era perfectamente plano, muy uniforme. No pudieron evitar pensar que se debía precisamente a que querían evitar cualquier tipo de accidente que la gente pudiese tener vistiendo ropas tradicionales. Después de  todo, el lugar era muy popular con bodas y eventos parecidos.

 Habían llegado temprano. Pasando la recepción estaba el alón de eventos donde se celebraría la fiesta después de la boda. Le habían dicho a Sayuki que para ella podía cambiarse a ropa común y corriente. Traía lo necesario en una pequeña maleta que su madre le había ayudado a empacar. Era bueno saber que no tenía que quedarse toda la noche con el mismo traje que no la dejaba moverse nada. Era una mujer joven y, por lo tanto, deseaba divertirse como cualquier otra.

 La ceremonia como tal iba a tener lugar en un pequeño templo alejado de la recepción. Se podía ver desde el lobby el techo del lugar con dragones adornando las entradas, cubierto de árboles y plantas por todas partes. El bosque que había detrás del hotel cubría el templo un poco y le daba una sensación bastante agradable al jardín trasero. Salieron a él momentos después, a contemplar la belleza de la naturaleza.

 La idea era ir al templo para sentarse de una vez pero Sayuki estaba demasiado absorta con el paisaje para fijarse en donde pisaba. Por eso dio un mal paso y cayó de rodillas sobre una piedra que hacía la vez de camino hacia el templo. Se puso de pie como pudo, pues no había nadie que la ayudase. Todos podían caminar más rápido y estaban instalándose en el templo.

 Un poco enojada por ser la única que debía vestirse así, tal vez con la excepción de la novia,  Sayuki decidió tomar una ruta alterna y demorarse un poco en su paseo por los jardines antes de ir a sentarse. Era hermoso pues la primavera había llegado hacía unas semanas y las flores de cerezo crecían por todas partes. Creaban casi como nubes de color rosa y blanco que, igual que las del cielo, parecían tener formas. Caminaba despacio entre los árboles, pensando también en las razones que la llevaban allí.

 Su prima no era alguien por la que sintiera un cariño especial. Su madre era muy cercana a su hermana y era más por eso que estaban allí, sonriendo a todos los viejos miembros de la familia que no veían en años y a cualquiera que los halagara por sus vestidos tradicionales. Pero la relación entre las dos chicas era casi nula. Su prima además era algo mayor así que no era como si tuviesen gustos exactamente iguales.

 Además estaba el hecho de que se estuviese casando. Era algo que Sayuki apenas había contemplado como una posibilidad en el futuro. Y aunque no eran de la misma edad, las dos eran consideradas por sus familias como “en edad de casarse”. Su madre, de hecho, a cada rato hacía bromas un poco agresivas sobre el hecho de que Sayuki jamás hubiese llevado un novio a la casa. También hacían bromas sobre su falta de interés en la cocina y en los cuidados de la casa.

 Sayuki estaba en el universidad estudiante para hacer dibujante profesional. Su meta era poder trabajar en el mundo del manga pero eso era un objetivo a largo plazo ya que sabía que no era una industria fácil a la cual entrar. Pero era lo que le gustaba y se la pasaba dibujando todo el tiempo. De hecho, había que detener un hermoso dibujo de los cerezos que veía por su ventana cuando su madre había venido a obligarla a poner el traje tradicional para la boda.

 No se había dado cuenta que se había alejado bastante del hotel y del templo. De hecho, el bosque se había vuelto más espeso a su alrededor y el camino se había vuelto de tierra compacta, sin piedras casi circulares formando un camino. Se devolvió sobre sus pasos pero parecía caminar en círculos pues no llegaba a ninguna parte.

 Después de un buen rato de caminar, se sentía tan cansada y frustrada que decidió recostarse contra una piedra. No había visto que la roca estaba cubierta de musgo: Sayuki resbaló al suelo y fue a dar tras unos arbustos que estaban al lado de la roca. Salió como pudo de entre las hojas, a gatas, y se odió a si misma al ver lo mucho que había arruinado su vestido: tenía más de tierra y pasto. Su madre la mataría.

 Cuando alzó la mirada para ponerse de pie, se dio cuenta del lugar donde estaba. Había caído junto a la orilla de un lago hermoso, limpio y casi se podría decir que brillante. Al lago caía una chorro de agua de entre unas rocas más elevadas. El sonido era tranquilizador, casi mágico. Sayuki se puso de pie y se acercó a la orilla, fascinada por el lugar. Parecía sacado de un cuento de hadas, de esos donde hay alguien que concede deseos a las almas perdidas.

 De pronto, el sonido de algo moviéndose en el agua llamó la atención de Sayuki. Al acercarlo lo más posible, se dio cuenta de que se trataba de una carpa enorme. Parecía ser el único animal en vivir en la laguna. Daba vueltas en círculos. Era mucho más activa que la mayoría de las carpas. Sayuki se quedó mirándola un buen rato hasta que recordó la boda y decidió darse la vuelta para encontrar el camino.

 No había caminado dos pasos cuando una voz gruesa llamó. Al instante se dio la vuelta pero no había nadie allí. Al alejarse de nuevo, la voz resonó de nuevo, diciéndole que se quedara  con ella. Sayuki miró a un lado y al otro, sin poder encontrar la fuente de la voz. Entonces la carpa asomó la cara por la superficie del agua y habló, sin mover la boca pero claramente mirando a Sayuki para que supiera quien hablaba.

 La joven quedó sin voz. Pensó que seguramente se había golpeado y estaba imaginándolo todo. No se pellizcó ni nada por estilo sino que decidió creer que de hecho estaba dormida. Saludó a la carpa como si fuera lo más normal del mundo, siguiendo el juego. El pez pareció sorprendido pero entonces habló de nuevo y le dijo a Sayuki que por ser la primera persona en visitar su laguna secreta en mucho tiempo, tendría la oportunidad de pedir un solo deseo.

 La chica casi ríe porque el sueño era tan obvio. Pero aún así decidió pensar en un deseo bueno por si la cosa se extendía más de la cuenta. Hubiera podido pedir algo ridículo como un traje nuevo de colores brillantes o muchas flores o algo tonto como un perro rosa o algo así, pero no creía que fuera lo suficientemente atrevido. Al final, decidió pedirle a la carpa que su familia dejara de insistir con lo de casarse y todo eso. Así de simple.


 De pronto se despertó y lo hizo sonriendo. A la boda llegó cuando estaban terminando y su madre la miró de manera reprobatoria. Lo bueno era que podía cambiarse ya para la recepción donde podría comer y bailar. Lo curioso fue que jamás nadie la comparó a su prima ni le preguntaron por un novio o potencial esposo. A otras sí pero a ella no. Sayuki sonreía sola y, en silencio, brindó por la carpa de la laguna secreta. Estaba agradecida.

miércoles, 1 de abril de 2015

El matrimonio de la prima

   Era una tontería, pero a Damián jamás le había gustado cortarse el pelo. Sentía que ir a la peluquería era un desperdicio de tiempo, que podía usar para adelantar algo de trabajo o relajarse en casa viendo alguna película interesante. Pero tenía que ir porque, como su madre le había dicho por teléfono, no podía presentarse como un “pordiosero” al matrimonio de su prima más joven. Con frecuencia su madre le recordaba que su prima tenía tan solo veinticuatro año y estaba recién salida de la universidad. Damián, en cambio, tenía casi treinta años y vivía de lo que había ahorrado en un trabajo que ya no tenía.

 Vale la pena mencionar, y él siempre se lo decía a su madre, que la empresa había quebrado por mal manejo del dinero. No lo habían echado ni había renunciado sino que la empresa simplemente había dejado de existir. Eso no parecía importarle a su madre, que había empezado a presionar a Damián cuando su hija Gabriela se había casado el año anterior. Antes, toda la atención de la madre había estado sobre ella pero ahora llamaba a Damián a todas horas, como si fuera una entrenadora viendo el estado de su único atleta.

 La verdad era que Damián no pensaba en ir al matrimonio pero Benilda, su madre, lo había amenazado tanto con las consecuencias de no asistir que prefirió no ir en su contra. Lo hizo comprar un traje, a pesar de la insistencia de él en que nunca lo iba a usar más ya que era un hombre creativo y no una marioneta de oficina. Eso a ella poco le importó. Dijo que siempre servía tener un buen traje, para ocasiones como bodas y funerales. Damián rió cuando escuchó lo de los funerales, contestando lo triste que sería para alguien verlo a él en traje y saber automáticamente que alguien murió.

 Cuando no estaba siendo acosado por las preguntas incesantes de su madre, Damián prefería escribir y dibujar. Eran las dos cosas que más le gustaba hacer y las únicas dos que sentía que hacía bien. Los deportes eran un caso perdido para él, principalmente porque pensaba que eran una idiotez. Y para los números no era precisamente un genio, cosa que le había costado su primer trabajo como cajero en una tienda de ropa. Damián también buscaba trabajo pero la verdad era que no se esforzaba mucho en ese cometido. No era fácil encontrar ofertas de trabajo que buscaran gente verdaderamente creativa. Todos apuntaban a tener alguien que se dejara manejar porque eso era lo que querían las empresas pero no lo que quería Damián como ser humano.

 Cuando dejaba de quejarse de todo, porque así era él, se quedaba callado e imaginaba lo que podría ser su futuro: un escritor reconocido, un dibujante prolífico o incluso un gran actor o un cocinero de renombre. Estas dos últimas cosas le llamaban la atención por dos de sus rasgos más notorios: era un gran mentiroso, muy bueno. Todo el mundo se creía completo lo que él decía, como si en la cara tuviese escrito que no podía mentir. En cuanto a lo de la cocina, era algo que hacía con frecuencia. Vivía solo, en el apartamento que antes había sido de su hermana, y allí cocinaba para sí mismo todos los días e incluso para un par de fiestas que había organizado allí mismo con sus amigos. Pero, siempre que volvía a la realidad, sentía que todo eso eran solo sueños ridículos y que a nadie, o a casi nadie, se le presentaban oportunidades tan grandes, tan fácilmente.

 Otro fin de semana, a una semana de la boda, doña Benilda arrastró a su hijo al centro comercial para comprar zapatos “decentes”. Al parecer, ella no veía con muy buenos ojos que su hijo fuese a usar zapatos deportivos negros con su traje nuevo. Ni siquiera cedió antes unas botas negras, militares, que Damián conservaba como un tesoro. Nada de lo que tenía le gustaba e insistió que debían ir a comprar unos nuevos. Después de un recorrido largo y tedioso por varias tiendas, la madre de Damián por fin encontró lo que buscaba: unos zapatos negros, que parecían hechos para un hombre mayor de noventa años. Eran incomodos, feos y no muy baratos pero ella los compró y Damián no pudo decir nada.

 Le dijo que lo invitaba a almorzar, ya que no parecía estar comiendo bien. La verdad era que Damián comía bastante pero lo hacía ciertas horas y había dejado de comer cosas que le sentaban mal a su estomago. Era increíble, pero su propia madre no tenía ni idea de lo que podía y no podía comer. Con la bolsa de los zapatos y un par de bolsas de compras que había hecho su madre. Se sentaron en una mesa de la plaza de comidas y su madre, sin parecer dudar mucho, le pidió a Damián que le comprara una carne con papas y ensalada en uno de los restaurantes. Damián le hizo caso y fue con pasa lento hasta el lugar.

 No había fila entonces el proceso fue rápido. Le dieron una de esas alarmas circulares, y le dijeron que el pedido estaría listo pronto. Desde la mesa, su madre le gritaba que usara el cambio para comprar su comida. Damián ya no era como en la escuela, cuando sentía vergüenza de sus padres si hacían algo ridículo pero en ese momento recordó el sentimiento. Se dio la vuelta, le agradeció al encargado y empezó a caminar para ver que pedía. En un local de comida saludable, había un joven jugando con un aparato electrónico, cosa que a Damián le llamó la atención. Se dio cuenta que tenía un menú bastante rico y decidió pedir algo.

 Fue cuando se acercó al sitio y saludó al empleado, que se dio cuenta de sus ojos. La sexualidad de Damián nunca había estado exactamente definida pero en ese momento supo que le gustaba mucho ese chico. Se quedó sin habla unos segundos hasta que subió la mirada y leyó en voz alta el menú que quería. El empleado sonrió, visiblemente extrañado por la actitud del cliente, y le cobró sin decir más. La transacción fue rápida y justo en el momento, vibró la alarma del pedido de su madre. Sin decir nada se fue pero a medio camino se dio cuenta que no tenía su cambio y tuvo que devolverse, rojo de la pena, a pedírselo al empleado, que le sonrió divertido.

 Esa noche, Damián soñó despierto de nuevo, esta vez con el lindo empleado del restaurante de comida saludable. Solo se lo imaginaba ahí frente a i dirigido dos veces. ojos color miel bien abiertos y esa sonrisa medio burlona que le habolo se lo imaginaba ahél, sonriendo, con sus ojos color miel bien abiertos y esa sonrisa medio burlona que le había dirigido dos veces. Pero como todos los sueños vividos de Damián, terminó sin conclusión y pro su propia decisión. Era una idiotez soñar con cosas que no iban a suceder nunca, y estar con alguien que lo comprendiera era igual de descabellado como soñar con ser un escritor famoso. Simplemente eran cosas que jamás iban a suceder y que no valía la pena pensar en ellas.

 Pasaron los días hasta que, por fin, llegó la hora del matrimonio de la prima joven de Damián. Su madre le exigió estar en el lugar de la boda temprano. Apenas llegó, no lo dejó ni saludar a su padre, a su hermana o a la novia sino que empezó a arreglarle el saco, la corbata e incluso trató de pulirle los zapatos con un pañuelo y saliva. Pero afortunadamente todo empezó rápido y tuvieron que sentarse y estar en silencio. Damián detestaba las bodas porque siempre decían muchas idioteces, en un momento u otro. Pero afortunadamente los novios parecían tener prisa de estar casados y la ceremonia fue rápida.

 En el salón donde se iba a celebrar la cena, Damián se sentó en la misma mesa que sus padres, su hermana y el esposo de ella. A Damián le caía bien él y, según le contó, conocía desde antes al esposo de la prima casada porque jugaba futbol con su hermano. Señaló entonces otra mesa para indicarle quien era el hermano del novio y Damián casi se cae de la silla cuando se dio cuenta que era el chico del centro comercial, al que no le había podido decir bien su pedido. Tratando de no sonar nervioso, le preguntó a su cuñado que hacía el hermano del novio y le contó que había salido de la universidad hacía unos años pero que no había encontrado trabajo estable. Tenía un par de oficios de medio tiempo. Era músico.

 De nuevo, Damián casi se ahoga y su cuñado le pasó una copa de champagne, con la que brindaron por los novios. Los platos de comida empezaron a ir y a venir y Damián se concentró en no mirar a la mesa del chico, del que todavía no sabía el nombre. No quiso hablar más del tema con su cuñado porque no quería que pensara que había más interés del normal, aunque así era y Damián se concentraba mucho en no mirar. Habló con su hermana y su cuñado de su nuevo apartamento, de sus trabajos, con su padre de la política nacional y su madre tuvo oportunidad de quejarse de más cosas. Entonces los novios interrumpieron mientras los meseros repartían el postre para anunciar su primer baile como esposos.

 Ellos bailaron primero y todos celebraron y luego la gente se les unió, incluidos los padres de Damián y su hermana y su cuñado. Se quedó solo y entonces perdió la voluntad y miró hacia la mesa que tanto lo torturaba. Pero allí no había nadie. Todos se habían levantado. Miró entre los bailarines, a ver si veía al chico pero no lo vio por ningún lado. Seguramente se había ido. Aunque si era el cumpleaños de su hermano…

-       Hola.

 El chico había llegado por detrás, sin aviso. Damián quedó lívido. El chico se sentó a su lado y empezó a hablar de las bodas y entonces Damián, lentamente, se unió a la conversación. Así hablaron por horas hasta que la fiesta terminó y tuvieron que ir todos a casa. Cuando llegó a su apartamento, Damián se dio cuenta que por el miedo a lo que podría pensar, no le había pedido el número. Pero no importaba porque entonces vibró su celular. Era un mensaje y Damián leyó:

-       Le pedí tu número a tu prima, mi cuñada. Estamos en contacto. Buena noche. Felipe.


 Damián sonrió y contestó sin dudar. Ya no más dudas. Solo hacer.