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viernes, 29 de abril de 2016

Transparente, no solo en primavera

   Aunque era primavera, parecía que el clima no quería decidirse por el calor de una buena vez. La mayoría de gente lo había estado esperando por meses pero no llegaba. A lo largo de los días hacía un pequeño momento de calor y la gente se contentaba con eso, como si algo de sol fuese suficiente para calentarlos a todos y hacerlos sentir, de nuevo, con ganas de ir a la playa o de vestir ropa más ligera. Algunos ya habían recibido ese mensaje erróneo, pero era más porque anhelaban tanto el verano que seguramente pensaban que vestirse para él atraía mejor clima.

 Pedro era una de esas personas que todavía estaba usando abrigos, casi todos gruesos, así como pantalones largos y suéteres. Para él no hacía calor. Todas las veces que salía a la calle, que era normalmente cuando iba a clase, sentía el frío viento golpeándole la cara. Lo que menos le gustaba del asunto es que en el camino veía gente con pantalones cortos y camisetas de manga corta con un clima de once grados centígrados. Para él, era una idiotez.

 Cuando se acostaba de noche en su pequeño cuarto alquilado, normalmente daba varias vueltas antes de quedarse dormido. Era difícil para él cerrar los ojos y simplemente dormir. No solo porque habían ruido proveniente de todas partes que no dejaba descansar propiamente, sino porque tenía siempre la idea en la cabeza de que estaría más tranquilo con todo si tuviese a alguien con quien hablar de todos esos temas.

 Estaba ya acostumbrado a no tener con quien comentar su programa de televisión favorito. Lo mismo con cosas que veía en la calle o que leía en internet o que se inventaba en un determinado momento. Muchas de sus ideas, no necesariamente buenas, desaparecían en un corto lapso de tiempo porque no las podía vocalizar con nadie.

 Cierto. Nunca había sido alguien de mucho hablar. No era muy bueno en el arte de la conversación y siempre prefería estar solo en su habitación que sentirse incluso más solo estando con gente con la que compartía el estudio. Era increíble como, a pesar de que era gente amable y casi siempre soportable, no sentía la menor empatía por ellos. Mejor dicho, no le inspiraba tener la suficiente confianza en ellos para tener una amistad real con ninguno de los casi veinte compañeros de clase.

 No era culpa de ellos. Peor para ser justos, tampoco era culpa de él. Era una combinación de ambas cosas, pues la verdad era que Pedro no se sentía completamente a gusto donde estaba. No odiaba a nadie ni nada pero no estaba feliz con sus decisiones y había decidido que lo mejor era proseguir con lo planeado y tratar de no mirar mucho si todo lo que lo rodeaba le gustaba o no. Porque si se ponía en ese plan, no había final a la vista.

 De vuelta en casa, muchos kilómetros lejos de la ciudad donde estaba, la vida de Pedro no era muy diferente. Tenía una familia que lo quería y eso nunca se puede subestimar. Pero no era que los amigos le cayeran del cielo ni que tuviera muchas personas con quien compartir nada. Pero al menos las pocas personas que había eran más numerosas y confiables que las que ni siquiera había donde estaba. Por eso prefería no decir mucho y solo vivir su vida como un ser privado y algo apartado por los demás, sin importar los comentarios que pudiesen surgir a raíz de eso.

 Sabía bien que muchas personas pensaban que era algo antisocial. Siempre había sabido que la gente pensaba de él así y eso desde que la adolescencia le cambió la vida. Desde ese momento fue como si se trazara una línea y lo empujaran al otro lado de esa línea. No podía decir que nadie lo trataba mal o que lo insultaran o que se burlaran de él. Pero a veces se sentía peor que simplemente la gente no parecía estar enterada que él estaba allí. En más de una ocasión había sido ignorado y él no había dicho nada.

 Más tarde en la vida empezó a reclamar su puesto en toda clases de cosas. Seguían ignorándolo y pasando por encima de su existencia pero él se hacía notar y entonces se dio cuenta que la gente lo tomaba por alguien desagradable y molesto porque insistía en hacer parte de lo que los demás hacían. De nuevo, no había insultos ni nada por el estilo. Pero era de esas cosas que se sienten, que se ve en las caras de las personas. Era un odio mal disfrazado, muchas veces acompañado de una condescendencia increíble.

 Esa era una de la s razones principales por las que Pedro no tenía muchos amigos que digamos: la gente simplemente le tenía una aprensión extraña que difícilmente superaban. Era como si desconfiaran de alguien que intentaba salir de su propio cascarón y prefirieran que se quedase lejos, aunque ya era visible y eso era obviamente incomodo.

 Sin embargo pudo hacer algunos amigos y se los debió, más que nada, a su habilidad de causar un poco de lástima pero más que todo a su don para ser gracioso de la nada. No era muchas veces intención serlo. A veces solo buscaba hacer una observación rápida y sincera de algo que estaba pasando. Pero resultaba entonces que le salía un chiste, alguna broma bien construida y eso llamaba la atención.

 Eso se convertía en un puente para que la gente se enterara de que existía y después que lo conocieran por completo y solo las partes que creían conocer o que habían asumido conocer. Sus amistades se podían contar con una mano, pero era porque le costaba construir esas amistades. Pero prefería tener esas pocas amistades reales que ser de los que tienen cientos de “amigos” pero no pueden nombrar momentos en los que la amistad de verdad haya existido más allá de cualquier sombra de duda.

 La otra gran parte de su vida, y la razón por la que quejar se de la primavera era habitual y más sencillo, era porque simplemente jamás se había enamorado de nadie. Eso sí, había conocido gente y había tenido relaciones, todas cortas, que normalmente no dejaban mucho atrás cuando terminaban. Al comienzo era doloroso y se sentía todo como lo siente un verdadero adolescente: cada experiencia es única e irrepetible y parece que nada va a ser nunca lo mismo. Se cree que esa primera vez haciendo algo, que ese sentimiento es el único que habrá y el verdadero y que no hay nada más en la vida.

 Sin embargo, al madurar se da uno cuenta, o al menos así le pasó a Pedro, que todo eso es pura mierda. Es decir, es una sentimiento adolescente que lo exagera todo pero que, mirando su experiencia, nada de lo que había sentido con el primer amor era de hecho amor. Era una mezcla rara entre obsesión y la felicidad de sentir que alguien podía enamorarse de él. Pero no era el amor, esa criatura legendaria de la que habla todo el mundo y que por lo visto es mucho más común que los mosquitos.

 Desde esos días de mayor juventud, Pedro no había sentido nada tan intenso Eso era un hecho y sin embargo lo que había sentido no podía haber sido amor porque no había habido tiempo suficiente para determinar si eso era lo que era en una primera instancia. Lo que sí estaba claro es que después nunca sintió nada parecido. Se encariñó con personas pero no era lo mismo.

 De nuevo, todo iba ligado al hecho de que alguien volteara a mirarlo. Una de esas noches frías de primavera, se acostó en la cama a dormir y se puso a pensar en su vida y concluyó que nadie nunca le había dicho que se veía bien o algo parecido, a menos que buscara algo a cambio. E incluso los que lo habían dicho buscando algo, no lo habían dicho con todas las palabras. Además muchas veces, casi todas, había sido él el de la iniciativa, fuese para un beso, para sexo o simplemente para que las cosas pasaran. Y en el sexo estaba seguro que nadie nunca le había dicho nada más allá de un “me gustó”, lo mismo que se puede decir de una película mala que es entretenida.

 Alguna gente tenía el descaro de reclamarle por su soledad. Decían que si estaba solo era por su culpa y era cierto, pues como había concluido, era él quien siempre tomaba la iniciativa. Porque nadie iba a venir a decirle nada ni nadie iba a ser el que tomara el primer paso. Siempre tendría que ser él. Y por mucho que hiciese ejercicio o que se cultivara en varias ramas del conocimiento, siempre sería exactamente igual. No era algo que fuese a cambiar mágicamente de la noche a la mañana y, contrario a lo que la gente pensaba, no había como cambiar eso porque no estaba en sus manos.

 No podía ser más activo de lo que ya era. No podía lanzarse en los brazos de la gente porque eso sería simplemente desesperado. Lo único que podía hacer era hacer de su vida lo más cómodo posible, aprovechando lo que lo hacía feliz en el momento y punto. Estaba solo y la confianza no era algo fácil de construir así que simplemente hacía lo que pudiese con lo que pudiese.

 Sí, no tenía sexo con nadie, nadie lo miraba ni para escupirlo, a la gente en general no le interesaba su opinión y en fiestas y reuniones se la pasaba callado porque sabía que, aunque la gente lo pedía, nadie quería oírlo hablar.


 Y sin embargo, estar en su habitación disfrutando de sus cosas y escapando de un clima ridículo también era un problema. Pero para ellos. No para él. Porque para él era su manera de vivir hasta el siguiente paso en su vida y sí que lo estaba esperando con ansias.

jueves, 24 de marzo de 2016

Muerte de la madre

   El pequeño auto blanco se detuvo a un costado de la vía interna del cementerio, al lado de un gran árbol que se inclinaba sobre la vía haciendo sombra y dejando caer sus hojas secas encima.

 El primero que salió fue Ricardo y luego siguió Alex, este muy cabizbajo y con los ojos bastante rojos. Tenía en sus manos un pequeño arreglo floral pero casi lo deja caer al suelo cuando salió del auto. Afortunadamente, Ricardo había dado ya la vuelta y atrapó las flores antes de que se estrellaran contra el piso. Le preguntó a Alex si estaba bien y este solo asintió. Era evidente que mentía pero no podía obligarle a volver a demorar mucho más el proceso. Al fin y al cabo habían venido para afrontar las cosas y no para seguir huyendo.

 Cuando Alex hubo salido por fin del carro, caminaron unos cuantos metros sobre el césped del lugar. No todas las tumbas tenían flores y a algunas ya ni se le podían ver los nombres de los difuntos. El viento y el agua los habían borrado con el tiempo. Algunos tenían flores muy bonitos, casi recién cortadas, pero otros no tenían nada o, lo que es peor, solo ramilletes de flores podridas y grises, que hacían que el lugar se sintiese aún más triste de lo que ya era.

 Por fin llegaron al lugar indicado por la mujer de la recepción. Todavía no habían quitado la carpa que tenía el logo del cementerio, lo que quería decir que estaban ajustando todavía algunos detalles de la tumba. Ricardo se detuvo junto a una de las columnas de metal de la carpa y Alex solo se dejo caer al suelo húmedo. La lluvia que caía ligera persistía desde hacía unos tres días.

 Alex rompió en llanto. Empezó a decir cosas pero no todas las entendía Ricardo pues las decía media voz, interrumpido por su sollozo que cada vez era peor. En un momento parecía que no podía respirar y Ricardo dio un paso adelante pero Alex, sin darse la vuelta, lo detuvo con un gesto de la mano. Ricardo devolvió el paso y vio a su esposo, desde hacía solo unos días, llorar sobre la tumba.

 Luego, sí se le entendió muy bien lo que decía. Le pedía disculpas a su madre por haberse casado en secreto, por haber huido y por haber peleado con ella tantas veces. Se disculpaba por su actitud en varias ocasiones y pedía que por favor le dijera que lo perdonaba. Eso era obviamente imposible pero Ricardo, que no era creyente, no dijo nada. Además las palabras de Alex también lo herían un poco pero sabía que no se trataba de él si no de muchas otras cosas que tal vez ni entendiese pues esa mujer que estaba allí enterrada no era su madre sino la de Alex.

 La lluvia arreció y Ricardo tuvo que acercarse más a Alex para no mojarse. Esta vez no lo detuvo. Ya no lloraba con fuerza, más bien en silencio, casi acostado encima de la tumba. Apenas se escuchaba su respiración accidentada, su nariz ya congestionada por las lagrimas y por el clima que no hacía sino ponerse peor. Ricardo tuvo que tocarle el hombro y preguntarle si estaba bien. Alex, de nuevo, solo asintió. Se echó la bendición y dijo una oración en voz baja. Momentos después, corrían al carro y se metían rápidamente.

 Ricardo empezó a conducir sin saber muy bien adonde ir. Y aunque le preguntó a Alex, este no decía nada. Miraba a un punto lejano más allá de la ventanilla y de la lluvia y no parecía capaz de dar una respuesta que tuviese sentido. Así que Ricardo salió del cementerio y se dirigió hacia el hotel donde se estaban quedando. Era extraño alojarse en un hotel cuando estaban en su ciudad natal, pero con la muerte de la madre de Alex, todo los había cogido por sorpresa. Habían tenido que llegar sin avisar a nadie y a muchas personas era mejor ni avisarles que estaban allí.

 En el camino, Ricardo trató de hacer charla, comentando lo bonito que era el carro y lo barato que había salido su alquiler. Él nunca había hecho eso y le parecía muy curioso. Pero Alex no decía nada, ni siquiera parecía que estuviera allí con él. Solo cuando se dio cuenta para donde iban fue que dijo tan solo dos palabras: “Tengo hambre”.

 Estaban en un semáforo y afuera ya estaba diluviando a Ricardo lo cogió esa afirmación por sorpresa. Imaginó que Alex quería comer algo fuera del hotel, o sino no hubiera dicho nada. Así que trató de recordar todo lo que conocía de camino al hotel y entonces le llegó la imagen de un restaurante con el que había ido varias veces con sus padres. Estuvieron allí en unos diez minutos.

 Alex seguía sin muchas ganas de nada pero al menos parecía menos pálido que antes. Ricardo le puso un brazo encima y lo acarició, terminando con un beso en la mejilla. Alex se limpió una lágrima y no dijo ni hizo nada.

 Adentro del restaurante se sentaron junto a la ventana y siguieron viendo como la lluvia caía por montones. Se oía el rumor del viento, que parecía querer romper el ruido de volumen tan alto que salía del restaurante. Había bastante gente y había sido una fortuna encontrar una mesa. Ricardo empezó a leerle el menú a Alex pero este en cambio empezó a hablar, mirando la ventana.

 Decía que su madre, desde que era pequeño, le había dicho lo que soñaba para él: una vida típica con una esposa hermosa y devota y un trabajo de “hombre”. Tal cual lo decía. Y desde temprana edad él sabía que había muchas cosas mal con lo que ella decía pero nunca le dijo nada. Al menos no hasta que lo encontró a los quince años besando un chico en frente de la casa y le gritó que era su novio.

 Alex explicó que para entonces ya peleaban todos los días. Su relación nunca había sido buena, en ningún aspecto, y la única manera en que se comunicaban era gritándose y respondiéndose de la peor manera posible. Alex dio algunos ejemplos de los insultos que usaban y Ricardo no pudo evitar sonreír pero dejó de hacerlo pronto pues Alex parecía determinado a seguir hablando.

 Recordó que su padre siempre había sido el segundo al mando de su hogar y cuando murió, pues no cambió mucho. Fue duro perder un padre justo cuando se empieza a ser hombre. Alex supuso que eso no había sido muy bueno para él y que la sola presencia de su madre y hermanos no había sido suficiente. Además, lo admitía, ir a la iglesia todos los domingos de su vida no aminoró la culpa de lo que hacía.

 Le admitió a Ricardo, mirándolo por fin a los ojos, que por mucho tiempo sintió culpa y odio hacia si mismo. Se iba a ir al infierno y algunas veces, a los quince o dieciséis, bebía tanto que ya no le importaba el destino de su alma. Era feliz diciéndole a sus novios y amantes que el infierno los esperaba a todos.

 Justo en el silencio que siguió, llegó la mesera. Ricardo se demoró un poco y pidió lo que pensaba era lo más rico, así como dos jugos de frutas que hacía mucho no probaba. Apenas se fue, Alex siguió hablando, esta vez del punto clave: su matrimonio.

 Ricardo sí sabía esa historia: ellos vivían hacía un par de años en otra ciudad, en otro país lejano y allí se habían conocido. Les parecía gracioso que fuesen del mismo sitio pero se vinieran a conocer tan lejos. Durante ese tiempo la relación fue creciendo. Vivieron juntos y entonces vieron que el siguiente paso natural era casarse y lo hicieron. Ricardo no tenía a quién avisarle pues él nunca había tenido padres, solo amigos a los que llamo y que se entusiasmaron con la noticia. A Alex no le fue igual.

 Fue horrible escucharle repetir lo que le había dicho su propia madre y su hermanos. Ese fue otro día en el que lloró pero pareció recomponerse más rápidamente. Fue él el que decidió que se casaran lo más pronto posible. Alex agregó a su relato que su madre le había confesado, en la rabia del momento, que su embarazo no había sido deseado y que estuvo a punto de abortar pero el padre de Alex la detuvo justo a tiempo. Eso era lo que le carcomía la mente ahora y no lo dejaba en paz.

 Cuando la comida llegó, Alex apenas dejó de mirar por la ventana. Comía lentamente, como si estuviera a punto de morir. Entonces Ricardo se puso a pensar que podría hacer para mejorar esa situación e hizo lo primero que le vino a la mente, sin pensarlo.

 Casi tumbando el vaso de jugo, se inclinó sobre la mesa y le dio un beso a Alex en la boca. No pocas personas se dieron la vuelta para verlos pero eso no importó pues el efecto deseado había sido conseguido: Alex por fin dejó de mirar hacia fuera y miró a los ojos de Ricardo. Se besaron otra vez y se tomaron de la mano por el resto de la comida. Hablaron de otras cosas y, cuando ya se iban a ir, Alex rió  por un chiste tonto que había recordado Ricardo.


 Esa noche Alex lo abrazó con fuera y Ricardo estuvo seguro que Alex había llorado. Pero no dijo nada. Solo abrazó fuerte y besó su cuerpo, para que supiera que estaba allí, siempre.

martes, 1 de marzo de 2016

Amigas

   La fila le daba una vuelta completa a la manzana. Es decir que quién estaba de último, se encontraba prácticamente en la puerta de la tienda. Todo ese revuelo de debía al lanzamiento de las nuevas mochilas de regalo de uno de las marcas más reconocidas en el mundo de la moda. Era una costumbre que en la época navideña, muchas tiendas tuvieran mochilas de regalo con ropa adentro que nadie sabía que era. Eran un poco caras dado el precio corriente de la ropa de la marca pero valía la pena pues se ahorraba la gente mucho dinero así. Por eso la fila y las caras de ansiedad y preocupación.

 Paula a cada rato se ponía de puntitas y miraba hacia delante, para ver si la gente de verdad estaba avanzando o si se estaban haciendo los tontos. Su amiga Diana estaba sentada en el piso junto al edificio pues estaba cansada de esperar. La verdad era que Diana era de esas personas que se cansan con nada y que se quejan por todo. Normalmente a Paula no le gustaba mucho salir con ella. Pero lo que pasaba era que Diana había trabajado en la tienda hacía un tiempo y había asegurado que podría hacer que pasaran más pronto. Eso, por lo menos, no había pasado. También había asegurado que si la gente de la tienda decía que no había más mochilas de regalo, ella podría hablar con alguien para que les sacara dos de la bodega.

 Y tal cual, a los cinco minutos, se oyó un rumor de rabia y desconcierto. Corrió como una ola la noticia de que habían anunciado que ya no había mochilas y que la tienda cerraría por ese día pues ya no tenían nada más que vender. Esa promoción se hacía un domingo, día que normalmente no había atención. Paula hizo que Diana se pusiera de pie y fuera a la parte de enfrente de la fila para que hiciera funcionar sus conexiones. Ella lo hizo con desgano, como si tanta belleza que había dicho no fuese cierta. Hay que decir que Diana también era de esas personas que todo lo engrandece, lo hace ver mejor cuando no lo es.

 La gente fue despejando la zona y ella corrieron hacia delante para evitar que les cerraran la puerta en la cara. Al parecer el chico que cerraba era amigo de Diana pues la reconoció al instante, saludándola con la mano y volviendo a abrir solo para dedicarle una sonrisa. Paula casi muere de risa al escuchar como Diana hablaba con él, casi como seduciéndolo, como si fuese necesaria semejante exageración. Pero la dejó que hiciera lo suyo y no habló nada. El chico le dijo a Diana que iba a ver si había más mochilas pues les había ido muy bien pero que sí hubiera alguna se las traería.

 Esperaron unos veinte minutos, mucho más de lo que Paula hubiese querido. Ya se estaba haciendo de tarde y el al caer el sol el viento se ponía cada vez más frío. Se puso unos guantes que tenía en el bolsillo y justo en ese momento volvió el amigo de Diana pero acompañado de una mujer de aspecto severo. Venía detrás, como si lo vigilara. El hombre, con la cabeza agachada y los hombros caídos, le dijo a Diana que ya no había nada y que no podía volver a hacer ningún favor de ese tipo. La mujer le dijo algo al oído y el chico se retiró. Después miró afuera, a las dos chicas, y lo hizo casi con rabia, como si las odiara a pesar de que jamás se habían visto la cara. Diana y Paula no tuvieron más remedio que dar media vuelta y no volver más.

 Minutos después, Paula evitaba hablarle a su amiga. Estaban en un restaurante de comida rápida y habían pedido cada una algo para picar mientras llegaban a casa. Habían viajado casi dos horas para venir por la maldita mochila de esa tienda y ahora no tenían nada. Ellas vivían en una ciudad más pequeña donde no había ropa tan bonito y Diana se había mudado allí hacía unos 3 años. O sea que el tipo ese que les había abierto la conocía desde hace todo ese tiempo. Aunque, pensó Paula, podría ser que ni la conociera y solo le abriese la puerta porque era una mujer bonita que le coqueteaba. En todo casi, no tenían nada.

 Diana trataba de disculparse pero cuando eso no sirvió, empezó a quejarse del dolor de pies y de cómo no solo tenía hambre pero también sueño. Sin embargo solo pidió unas papas fritas pequeñas. Lo que quería era causar lástima pero Paula ya había tenido suficiente de ella. Apenas terminó se pudo de pie y salió a la calle sin esperar si Diana había terminado o no. Salió corriendo detrás al rato y alcanzó a Paula una calle arriba, caminando a la parada de buses desde la que salía la ruta a sus casa. Se sentaron en un banco a esperar y, de nuevo, nadie dijo nada.

 No había mucha gente en el lugar aparte de ellas dos. El lugar estaba más bien solo. Se podía escuchar el viento soplar y hacer ese como aullido que hace a veces cuando ya es muy intenso y parece que desea destruir más que cualquier cosa. Entonces, como electrocutada por algo en el asiento, Diana se puso de pie y le tomó la mano a Paula para hacerla poner de pie. Ella se rehusó, principalmente porque la había cogido de sorpresa. Diana le explicó que podía compensarla por lo ocurrido si venía con ella. Paula al comienzo trató de no mirarla. Pero Diana insistía e insistía. Paula le dijo que no podían ir a ningún lado pues el bus pasaba en quince minutos y después no habría uno sino hasta tres horas después. No quería quedarse allí más tiempo.

 Pero Diana le explicó que valía la pena. Quería mostrarle un lugar que ella había conocido cuando vivía en la ciudad. Eso no convenció a Paula entonces Diana se le puso enfrente y se arrodilló. Le pidió perdón por su torpeza pero le juraba que le iba a recompensar con el lugar adonde la quería llevar. Le aseguró que sería muy feliz si simplemente iban y le prometió estar a tiempo para el último bus.

 Paula suspiró, miró a un lado y al otro y entonces aceptó. Su manera de ser no era ser intransigente y Diana, al  fin y al cabo, era una de sus pocas amigas. Si se ponía a pelear con ella, pues se quedaría sola y eso era algo que no le gustaría. Ya mucho tiempo había estado sin amigas y no había sido una experiencia agradable. Así que se puso de pie y le dijo a Diana que la seguiría. Diana sonrió y le tomó de la mano y la forzó a caminar más rápido. Al parecer el sitio que Diana buscaba no era muy lejos de donde estaban ahora. Lo feo fue cuando, minutos después, Paula se dio cuenta que el barrio donde estaban era netamente industrial y que la luz natural cada vez era menor.

 Le dijo a Diana que volvieran, que se notaba que no había encontrado lo que quería y que si corrían podían alcanzar el bus. Pero Diana no le habló, solo siguió caminando, un poco despacio y mirando las bodegas que había a un lado y al otro de la calle. Estaba vez era Paula la que hablaba y hablaba, tratando de convencer a su amiga para que diera media vuelta con ella para volver a casa. Pero Diana estaba como inmersa en una búsqueda, casi analizando cada una de las entradas que veía, como si buscara una sutileza tan insignificante que se le podría pasar el lugar al que quería llevar a Paula si no ponía la debida atención. Por fin se detuvo hacia la mitad de una calle. Sin esperar a nada, subió las escaleras de acceso a una bodega muy grande y, sin darle tiempo a Paula de decir nada, tocó el timbre.

 Por un segundo, Paula tuvo la sensación de que les iban a lanzar perros hambrientos o algo por el estilo. O al menos que iba a salir un tipo gordo y peludo a insultarlas por cortarle la siesta que estaba haciendo. Así que fue una sorpresa completa cuando la puerta se abrió y Diana habló con alguien en las sombras. Paula subió las escaleras para ver quién era pero cuando llegó ya Diana estaba entrando entonces la siguió torpemente, casi tropezando en la entrada. La puerta se cerró detrás de ella y por un momento estuvieron sumidas en la oscuridad extrema. Paula le tomó el brazo a Diana y temblaba, nerviosa del lugar al que su amiga la pudiese haber traído. Porque había aceptado?

 Entonces vieron luz y caminaron. Y se empezó a oír música. Y voces de personas. Cuando salieron a la luz, Paula quedó sin habla. Habían entrado a una especie de fiesta. Había gente con copas y riendo y conversando. Pero en el centro de todo, mucha ropa en ganchos que colgaban del techo y algunas personas revisándolo. Diana por fin explicó que era un lugar secreto donde solo algunos compradores exclusivos podían adquirir ropa de marcas caras a precios de marcas baratas, casi de bajo costo. Se acercaron a una selección de faldas y pantalones y Paula solo tosió de ver los precios, el anterior y el actual.


 Diana le contó que era algo que se hacía con frecuencia, combinado con fiesta y desfile. Era uno de esos misterios del mundo de la moda. Entonces una mujer alta y guapa se les acercó y saludó a Diana de beso en la mejilla y les habló contenta de la gente que había venido y que llegarían más en minutos. Y así fue. Se volvió todo una fiesta enorme, donde Paula conoció mucha gente del mundo que le encantaba. Compró ropa pero lo mejor fue que hizo amigos y conoció a varias diseñadores que jamás hubiese creído que iba a saludar. Su amiga Diana de verdad se preocupaba por ella.