Siempre era lo mismo: pasaban una velada
inolvidable el uno con el otro, pero cuando todo terminaba y era hora de ir a
casa para uno de ellos, las medias parecían haber tomado vida pues en cada
ocasión era casi imposible encontrarlas. No sabían muy bien como era que hacían
cada vez que estaban juntos y se quitaban la ropa, pero las medias del que no
vivía en el sitio siempre iban a dar bien lejos, casi como si las pusieran a
propósito en algún lugar lejano, por alguna extraña razón.
Podía parecer una tontería, pero siempre
gastaban demasiado tiempo para ponerse las medias y era así como llegaban tarde
a compromisos previos y debían explicarse o les daba alguna gripe de la noche a
la mañana por andar descalzos por ahí mucho tiempo. Era inaudito que eso pasara
mientras tenían relaciones sexuales, pero ya había pasado más de una vez en lo
corrido del año que llevaban de conocerse y todo indicaba que la situación iba
a ocurrir de nuevo y después otra vez.
Matías era el que siempre perdía ambos
calcetines, no solo uno sino los dos. Le hacía gracia la situación pues nunca
recordaba haberse quitado las medias conscientemente. Era como si se le
salieran solas, como si no se sostuvieran en sus piernas o tuviera los pies
embarrados de mantequilla. Pensaba también que podía ser el sudor causado por
el “ejercicio” pero la verdad esa parecía una conclusión demasiado exagerada.
Lo más probable es que se le cayeran las medias y listo.
David, por otro lado, sí que se las quitaba
conscientemente pero siempre lo hacía en el peor momento, es decir que lo hacía
de prisa pues nunca se acordaba de hacerlo antes para que no interrumpiera sus
momentos de amor. Eso se debía a que su memoria era bastante regular y no había
manera de que se acordara de que debía hacer las cosas en un momento y no en
otro. Era algo que le sucedía siempre, en todos los aspectos de su vida. Era
horrible tenerlo adelante en una fila para pagar algo, por ejemplo.
Sin embargo, así con medias que se deslizan y
mala memoria, los dos se amaban muchísimo. Hacían el amor así, de manera
tempestuosa y casi salvaje al menos una vez por semana. Era lo que les permitía
sus vidas laborales y sociales, pues debían seguido ver a sus familia y hacerse
responsables de muchas cosas que habían ido adquiriendo a lo largo de la vida,
como la responsabilidad de mantener un hogar, mantener su trabajo y de ayudar a
sus familias económicamente. Una razón por la cual se habían conocido y juntado
era precisamente que eran muy similares en muchos sentidos.
Afortunadamente, eran muy diferente en otros
muchos puntos, lo que equilibraba todo para que no se convirtieran en una
pareja repetitiva y aburrida. Muy al contrario, siempre que se veía trataban de
que los momentos fueran especiales y se empeñaban, tanto Matías como David, en
aprender un poco más del otro cada vez que se veían. Temas como las medias y la
memoria siempre salían a relucir, porque eran temas fáciles, entretenidos y que
los unían al mismo tiempo que los hacía diferentes el uno del otro.
Para la primera Navidad que pasaron juntos,
Matías le compró a David una de esas tablas para la cocina donde se puede
escribir lo que falta en la alacena y la nevera. Y David le compró a Matías
unas medias que llegaban a la rodilla y que se suponía no se bajaban con nada,
no importara que era lo que la persona se ponía a hacer mientras tuviese los
calcetines puestos. Cada uno fue muy feliz con su regalo pero tal vez David
disfruto más el que le compró a Matías, pues los dos podían sacar provecho de
diferentes maneras.
Lamentablemente, las medias hasta la rodilla
no se quedaron allí toda la noche. Como siempre, al otro día, estaban en el
suelo: una debajo de la cama y la otra de alguna manera estaba en el baño. El
tablero de la cocina, por su lado, fue usado por una semana hasta que a David
simplemente se le olvidó que existía y solo volvía a usar cuando Matías venía a
su casa y le decía que escribiera determinado articulo que debía comprar. Eran
buenos regalos pero los dos hombres, al parecer, se imponían sobre ellos.
Sin embargo, todas esas situaciones formaban
momento que ambos disfrutaban mucho. Por eso siguieron viéndose por un largo
tiempo, empezando a quedarse por temporadas un poco más largas en la casa del
otro. Un fin de semana Matías se quedaba en el apartamento de David y el
siguiente fin de semana hacían lo contrario. Oficialmente lo hacían para
ahorrar en transporte y gasolina pero la verdad era que se estaban dando cuenta
que ya no podían vivir el uno sin el otro.
Era ya necesario que estuviesen sumergidos en
las costumbres del otro. A Matías no solo se le caían las medias, también tenía
muy buena mano para la cocina y era pésimo en matemáticas, demorándose varios
minutos para la más sencilla operación. David no solo tenía pésima memoria,
también tenía un gusto extraño para la ropa y un don para la limpieza que
superaba a cualquier persona que ambos conocieran. Eran detalles como esos a
los que ya se estaban acostumbrando y de los que, al fin de cuentas, se estaban
enamorando cada día más.
Cuando algún familiar o amigo venía entre
semana, de visita o por alguna otra razón, se daba cuenta con facilidad de que
el hogar de cada uno de ellos cada vez más tenía características de la otra
persona. Lo veían todo distinto pero, en la mayoría de las ocasiones, el cambio
era para bien. El delicioso aroma de comida en el apartamento de David era
simplemente envidiable y el nuevo orden en los armarios de la casa de Matías
era algo que siempre había necesitado, desde que era joven.
Después del primer año, los días de medias perdidas
fueron aminorando pues no solo se veían para hacer el amor sino también para
muchas otras actividades juntos. Aunque lo seguían haciendo, habían descubierto
otras situaciones en las que disfrutaban bastante la compañía del otro y en las
que nunca se hubiesen visto envueltos en el pasado. No lo querían ver pero
estaba claro que ya nunca tendrían más parejas ni conocerían a nadie más, al
menos no de forma romántica.
Tal cual, casi dos años después de empezar su
relación, consiguieron entre los dos un apartamento en un lugar muy bien
ubicado, con acabados como a ellos les gustaban y donde los dos pudiesen ser
felices, cada uno con su personalidad tan definida como lo era. No demoraron
mucho buscando. Se mudaron un viernes, primer día en mucho tiempo en que los
dos dejaron del lado el trabajo y todo lo demás para concentrarse el uno en el
otro. Para el domingo, ya eran una familia más.
El tema de las medias seguiría por siempre y
se convertiría a ratos en tema de discusión y en otros momentos en tema de
risa. Con la mala memoria de David pasaría lo mismo: habría fuertes discusiones
e incluso palabras que nunca se habían dicho el uno al otro, pero después
siempre habría perdón y, más que todo, comprensión y un cariño imposible de
hundir por nada del mundo. Los dos estaban destinados a seguir juntos por mucho
tiempo, tanto así que se casaron pasados un par de años más.
Su historia no es una de esas difíciles, con
complicaciones a cada paso ni nada por el estilo. De hecho, Matías y David
tuvieron una vida envidiable y, entre lo que se puede decir, más sencilla que
la de muchos otros. Eso, por supuesto, no la hace menos valiosa. Encontraron en
los detalles ese impulso para hacer que la vida sea mucho mejor de lo que ya
es, encontraron en los errores los mejores momentos de sus vidas y eso es algo
que es envidiable y sorprendente al mismo tiempo.