Mostrando las entradas con la etiqueta muerte. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta muerte. Mostrar todas las entradas

lunes, 3 de julio de 2017

El monstruo interno

   Durante mucho tiempo había aprendido a mantener la calma. No era nada fácil para él pero había tenido que esforzarse al máximo en ello. Años de experiencia le habían enseñado a que lo mejor que podía hacer era no caer en la tentación de usar lo que tenía dentro de sí. El mundo no podía saber lo que él era, fuese lo que fuese. No tenía una palabra para describirse a si mismo pero sabía muy bien que los demás encontrarían varios adjetivos para calificarlo en poco tiempo.

 Lo llamarían “monstruo” o “bestia”. De pronto algo menos radical pero seguramente una palabra que marcara con letras rojas lo poco natural de su verdadero ser. Y la realidad del caso era que él no podría contradecirlos pues estarían en lo correcto. Hasta donde él tenía conocimiento, era él único ser vivo que pudiese hacer lo que él hacía. Aunque podría haber otros, escondidos como él, viviendo vidas en las que también se estarían esforzando por mantener una fachada.

 Nadie nunca comprendería lo difícil que era. Nadie nunca sabría lo cerca que había estado, una y otra vez, de hacer cosas que luego habría lamentado. Aprender a respirar había sido una de las mejores lecciones en su vida. Sus pulmones no operaban por cuenta de su biología sino de su mente, al igual que su nariz y su boca y todos los demás órganos y apéndices que tuvieran algo que ver con respirar. Porque eso era lo que tenía que hacer y nunca podría hacer menos.

 Algunas veces, a lo largo de su vida, sintió que la gente podía ver a través de su disfraz. Una mirada acusadora o aterrorizada, alguna palabra que encendía las alarmas. Varias cosas habían encendido la alarma que tenía en su mente y que le alertaba que estaba en peligro inminente. No había sido por menos que había cambiado de escuela varias veces en su juventud. Sus padres no sabían sus razones pero siempre lo habían entendido y escuchado, a pensar de no entender sus razones.

 Ellos ahora estaban lejos y eso había sido a propósito. Apenas pudo, se fue de casa y los alejó con palabras y hechos. Y ellos jamás insistieron porque de alguna manera sabían lo que él era sin que una palabra hubiese sido jamás pronunciada. Eran buenas personas e hicieron lo mejor que pudieron o al menos eso pensaban. Él nunca se detuvo mucho en pensar en ello, porque después de adquirir su independencia todo sería por cuenta propia. Eso era precisamente lo que quería pues así sería más fácil dominar lo verdadera de su ser.

 Fue pasando de un trabajo al otro, sin estudiar. Solo cuando tuvo suficiente dinero ahorrado pudo concentrarse en adquirir cosas, algo que la mayoría de seres humanos desean toda su vida. Él no deseaba mucho pero tenía que tener un hogar y cosas propias para no perder las riendas de su vida. Por eso trabajó desde joven y, con esfuerzo y dedicación, pudo comprar un pequeño lugar del mundo para él solo. No era mucho para nadie pero para alguien como él tendría que ser suficiente.

 Era un apartamento en una zona desprotegida de la ciudad. En los alrededores había drogadictos y prostitutas pero si se caminaba un poco se llegaba a uno de los lugares más agradables de toda la urbe. Era una de esas ironías de la vida moderna en las que nadie nunca piensa demasiado, pues hacerlo puede ser perjudicial para la salud mental. Pronto, él se hizo amigo de aquellos moradores de la noche y pronto lo consideraron otro más de ellos, a pesar de que era algo más.

 Sus días giraban alrededor del trabajo. Lo hacía desde que el sol salía, y a veces un poco antes, hasta el anochecer o poco después. Las horas extra no les molestaban en el trabajo, con o sin paga. Si la mente estaba ocupada era más fácil calmar los fuegos que se atormentaban dentro de él. Cuando estaba organizando algo o ocupado en general, su mente solo se dedicaba a esa sola tarea y a ninguna más. Sus jefes siempre admiraban eso de él y se preguntaban como lo lograba. Era un secreto.

 Cuando no estaba en el trabajo, sin embargo, tenía que ir a su miserable hogar. Era propio pero era un hueco escondido del mundo. Esa era la parte que le gustaba de su guarida. En ella vivía con un gato que veía con frecuencia pero que no consideraba exclusivamente suyo. Era como un ocupante que iba y venía, sin importar el alimento o el calor de hogar. Su pelaje era extremadamente blanco, como un copo de nieve, y nunca lo llevaba sucio. El animal tenía secretos propios.

 En ese hogar dormía y comía y cuando no podía hacer ninguna de esas dos cosas se dedicaba a labores que demandaran su completa atención. Así era como había aprendido a bordar, a arreglar instalaciones eléctricas y muchas otras cosas que requerían una precisión impresionante. Además, todo ello lo cansaba y lo enviaba pronto a la cama. Dormir es un premio enorme para alguien que no sabe en que momento puede surgir la tormenta que lleva en su interior. Soñar, por otro lado, es un arma de doble filo que debe usarse con cuidado.

 Pero claro, nadie puede controlar por completo sus sueños. Así fue como una noche, en la que llovía a cantaros, este pobre hombre tuvo una horrible pesadilla. En ella, una criatura con cuerpo de araña pero cara humana se le presentaba de frente, después de perseguirlo por largo tiempo. Cuando lo hizo, él estaba envuelto en su red, apunto de ser convertido en alimento. Pero fue entonces cuando la cosa le dijo algo, al oído. Nunca pudo recordar las palabras pero fueron ellas las que desencadenaron el caos.

 Despertó pero, cuando miró alrededor, todos los objetos de la habitación estaban flotando, al menos medio metro sobre el suelo. Por un momento, se sintió como si estuviese congelado en una fotografía, como si el mundo hubiese sido detenido por alguien. Pero el mundo no se detuvo para siempre. El mundo retomó su velocidad, haciendo que todo lo que había sido levantado cayera de pronto al suelo, causando un alboroto de proporciones inimaginables en toda la ciudad.

 Porque lo que pasó no ocurrió solo en su habitación o solo en su apartamento. Se sintió en todo el mundo. El dolor de cabeza que sentía al poder moverse fue la alarma que le avisó que algo no estaba bien. Sentía que la cabeza se le iba a partir en dos, que todo lo que había tratado de retener por tanto tiempo estaba a punto de salir disparado por una grieta en su cráneo, por sus ojos y por su boca. Se sentía mareado y ahogado. Intentó calmarse pero era demasiado difícil, como si él mismo se resistiera.

 De alguna manera logró oír los gritos del exterior. La luz de la mañana le brindó un sombrío panorama a través de la ventana de la habitación. Afuera, algunas personas parecían fuera de sí. Había automóviles al revés, llamas un poco por todas partes y cuerpos humanos inertes por todas partes. Por eso gritaban las personas. Algunos de los cadáveres estaban en lugares a los que no podrían haber llegado por su propia cuenta. Todo el mundo supo que algo inexplicable había ocurrido.

 Eso ocurrió hace cinco años. Buscaron respuestas por todas partes pero nadie nunca supo dar una que pudiese convencer a los millones de afectados. Familias habían sido destruidas y nadie tenía idea de porqué o de cómo. Hubo ceremonias por doquier y un luto más que doloroso.


 Con el tiempo, la gente olvidó o al menos fingió hacerlo. El único que no pudo hacerlo fue la persona que había causado semejante evento catastrófico. Nunca supo como lo hizo pero sabía que podría pasar de nuevo. Por eso seguía entrenándose, día tras día.

viernes, 23 de junio de 2017

La fuga

   Lo que más asustaba a la gente no era el hecho de tener en su pueblo una de las prisiones más afamadas del país. Tampoco les asustó cuando, una mañana, las alarmas sonaron con fuerza por todo el pueblo, avisando la fuga masiva de prisionera de esa cárcel. Lo que más les asustó fue tener que permanecer en casa por días, incluso semanas, antes de poder salir de nuevo. Todo porque las autoridades no habían cumplido con su parte del trato, la parte en la que los protegían.

 Los maleantes que se habían escapado de la cárcel venían de los lugares más variados y todos habían cometido crímenes diferentes o al menos de maneras distintas. Había un grupo que había cometido crímenes relacionados con dinero, robando centavo tras centavo de lo que los contribuyentes pagaban con esfuerzo para varias obras sociales y de infraestructura. Esos de cuello blanco se lo habían robado. Lo habían hecho en el pasado y lo seguirían haciendo en el futuro.

 Eran como un cáncer pero no eran el único cáncer. Los tenían encerrados en el edificio más pequeño de la prisión, el cual tenía una sola planta y era atendido de manera especial. Estaba claro para todos que incluso los más ricos y los más desgraciados siempre recibirían un trato diferencial, incluso en la cárcel. Sus comidas eran un poco mejores que las de los demás prisioneros y tenían derecho a más tiempo en las zonas de recreación como el patio o el gimnasio. Incluso tenían piscina.

 Por supuesto, eran los que más se quejaban de malos tratos y siempre vivían pidiendo el respeto a sus derechos humanos. Según sus relatos a la televisión o a los medios escritos, la prisión era un infierno en la tierra donde todos los días debían luchar por sus vidas. Y las familias repetían este mensaje pues el familiar que tenían en la cárcel hacía que toda la gente de su entorno hiciera lo que él quisiera. Vale la pena aclarar que la cárcel era solo para hombres. La de mujeres estaba en otra parte.

 Cuando sucedió la fuga, estos ladrones de cuello blanco fueron de los primeros en correr. Lo hicieron porque tenían miedo de los demás prisioneros pero también porque querían alejarse lo más posible del lugar que les había causado tanto desprestigio. En sus mentes, no eran ellos culpables de nada más sino de ser más brillantes e inteligentes que el resto de las personas. En sus cabezas, ellos no tenían porqué estar allí con los demás criminales. Incluso había algunos que pensaban que, en un mundo manejado por ellos, se les haría alguna clase de honor.

 En el patio B, el más grande de toda la prisión, estaban la gran mayoría de los delincuentes. Buena parte de ellos habían sido capturados por crímenes relacionados con las drogas, aunque en el lugar no estaban los verdaderos jefes ni aquellos matones que habían sido especialmente sanguinarios. En ese lugar estaban aquellos que ayudaban a comercializar el producto, a moverlo y demás. Eran un grupo unido en la cárcel y se hablaban solo entre ellos, sin dejar entrar a nadie más.

 Tenían cierto poder pues eran los que le podían conseguir lo que quisieran a cualquiera de los demás. Si querían un celular o algo de comer, ellos lo podían proporcionar por una suma. Esa suma podía ser dinero de verdad, que los familiares de unos tenían que pasarle a los familiares de los otros fuera de la cárcel, o podía ser un objeto o servicio que pudiesen proporcionar dentro de la prisión. Sobra decir que los guardias y todo el personal sabía de esto y no hacía nada para evitarlo.

 Entre el grupo más grande, e incluso incluyendo a los demás delincuentes, había algo así como clases sociales. Pero no se basaban en el poder monetario sino en la capacidad de cambio que tenía cada individuo. Los que podían hacer lo que quisieran adentro o afuera, eran los jefes. Normalmente, eran los que siempre habían manejado negocios para alguien más y ahora se encontraban en una increíble posición de liderazgo, donde podían hacer lo que quisieran, cuando quisieran.

 Por eso no era extraño que hubiese asesinatos pagados en la cárcel. Al menos una vez por mes algún infeliz era asesinado en las duchas, en maneras tan creativas que era un poco sorprendente. Además, era casi imposible saber quien era el responsable pues muchos guardias estaban bajo la influencia del dinero sucio y se hacían los idiotas cuando pasaba algo como eso. Así que no había consecuencias y los jefes del sector lo seguían haciendo cuando les convenía a ellos y sus intereses.

 También había una clase media y una clase baja y de esta última normalmente salía la persona que obligaban a matar a alguien más. Los clase baja eran personas que se podía manipular, por secretos o porque no tenían como defenderse. De hecho, muchos de los hombres obligados a matar también se convertían en objetos sexuales de sus superiores. En la noches era común escuchar gritos, gemidos y demás sonidos relacionados con estos actos, algunas veces consensuados, muchas veces forzados. Era una de las realidades de las que nadie hablaba.

 En el último patio, en un edificio un poco más grande que el de los ladrones de cuello blanco, estaban los prisioneros más sanguinarios. Mientras que los del patio B acudieron a la anarquía al fugarse, pues ellos habían iniciado el caos y querían que los vieran como el grupo más peligroso, fueron los del patio C los que se perdieron entre la multitud de la manera más silenciosa que pudieron. Se metieron a los bosques cercanos o siguieron con sus letales actividades. El caso es que se alejaron rápido.

 La mayoría eran asesinos, eso no era de sorprender. Lo delicado eran las razones por las que estaban en la cárcel y las maneras en que habían matado a sus victimas. Algunos habían asesinado a dos o tres personas. Otros ni siquiera sabían cuantas. El número nunca había sido importante para ellos sino el hecho de hacerlo y todo el proceso, que era casi como una ceremonia religiosa. Esos hombres eran lo más peligroso que la sociedad tenía para ofrecer. Monstruos reales.

 Las celdas que tenían eran un poco más amplias que las de los demás pero eso era porque permanecían allí todo el día. Se les autorizaba la salida a un pequeño patio interior pero solo los domingos y por una hora. Esa era la única oportunidad que tenían para ver el sol, sentir el viento en la cara y tal vez escuchar el sonido de los pájaros que pasaban por el lugar. La comida pasaba por una ranura en la puerta y no recibían visitas de nadie. Estaban completamente apartados del mundo.

 Cuando todo fue caos, la red eléctrica falló y así fue como pudieron escapar sin mayor problema. Todos los guardias de seguridad de esa zona fueron asesinados. Y no fue por odio ni nada por el estilo. El hecho era que no lo habían podido hacer hacía mucho tiempo y estos personajes tenían sed de sangre que no se podía calmar con nada. No eran seres humanos sino máquinas de horro que lo único que eran capaces de hacer era destruir la vida humana en cualquier manifestación.

 Ese fue el grupo que hizo que las personas del pueblo cerraran puertas y ventanas con seguro y se quedaran encerrados por tanto tiempo. Algunos tenían armas pero no sabían si servirían de algo contra personas como esas, más si eran numerosos.


Pero el pueblo solo se vio saqueado por algunos de los prisioneros del patio B. Muchos fueron capturados, igual que casi todos los del patio A, los de más dinero que no sabían que hacer en esos casos. A la mayoría de los del patio C, no se les volvió a ver sino hasta mucho tiempo después.

lunes, 29 de mayo de 2017

En llamas

   El hombre estaba arrodillado, gritando. El sonido que producía era desgarrador. Las personas que habían estado hasta hace poco caminando y disfrutando de un día de ocio, corrieron a resguardarse a las tiendas y los baños del centro comercial. Cuando el hombre colapsó, cayendo de rodillas sobre el suelo duro del centro comercial, la gente pensó que se trataba de alguien con problemas de salud. Y sí tenían razón, al menos parcialmente pero no era un mal del corazón ni nada parecido.

 El hombre gritaba con fuerza, extendiendo sus manos hacia delante. Parecía como si las hubiese metido en agua hirviendo, pues las tenía rojas y llenas de ampollas blancas. Era horrible ver como sufría pero estaba claro que nadie podía hacer nada. Las personas habían llamado a la policía, a los bomberos y a varias ambulancias pero todo los servicios estaban esperando órdenes porque no creían poder acercarse. La razón para esto era el cadáver carbonizado de dos personas, al lado del individuo.

 Nadie supo bien cómo sucedió, pero cuando el hombre colapsó o poco antes, dos personas que estaban cerca de él empezaron a arder en llamas. Fueron sus gritos los primeros que se oyeron ese día en el centro comercial y la primera alerta a todo el mundo de que estaba sucediendo algo fuera de lo común. Las dos personas ardieron en minutos, quedando solo los huesos negros a los lados del hombre que parecía estar sufriendo un dolor aún mayor que el de quemarse vivo.

 Su cara también se estaba llenando de ampollas y, de un momento a otro, empezó a quitarse la ropa. Obviamente esto se veía demasiado raro y fue entonces cuando las autoridades decidieron que al menos una sola persona debería acercarse y ver que era lo que le pasaba al pobre hombre. Un bombero se lanzó como voluntario. Se vistió con un traje anti-incendios y caminó despacio, para que el hombre pudiera verlo sin problema. Pero este estaba ocupado.

 Se quitó la ropa haciéndola trizas, quedando totalmente desnudo sobre el frío suelo de concreto. Parecía llorar pero las lágrimas se evaporaban al instante, como si cayeran en una sartén hirviendo. El hombre por fin vio al bombero acercarse y fue entonces cuando un temblor generalizado recorrió las columnas de todo los que miraban: el pobre diablo gritó la palabra “Ayúdeme”. Lo había dicho fuerte y claro. Se notaba en su voz un esfuerzo increíble y un dolor que no parecía poderse explicar con palabras. El bombero, asustado, le respondió al rato.

 “Vengo a ayudar”, dijo el bombero. Era muy joven, menor que el hombre que parecía estarse quemando sin fuego a su alrededor. Las ampollas se multiplicaban y el vapor que producían sus lágrimas parecía estar dejándolo ciego. El bombero miró a los lados, contemplando los cadáveres carbonizados. Sabía que una de sus responsabilidades era la de empacar eso restos para procesarlos y eventualmente entregarlos a los familiares para proceder a enterrar o cremar a sus seres queridos.

 ¿Pero como llegar a los restos con el hombre ahí, a la mitad, sufriendo como loco? El bombero se armó de valor y le preguntó al hombre si podía primero llevarse los cuerpos quemados. El hombre no respondió con palabras, sino con un gemido casi inaudible. El bombero lo tomó como una señal y con la mano llamó a dos de sus compañeros, ya listos con camillas. En poco tiempo, recogieron ambos cuerpos y se los llevaron para ser procesados, como tenía que hacerse.

  El bombero joven estaba sudando. No solo por los nervios que había supuesto ese procedimiento, sino porque sentía que estaba cocinándose en su traje. Según su lectura, la temperatura en el sitio era la normal para la hora y el día en el que estaban pero por alguna razón se sentía casi sofocado. Fue entonces cuando miró al hombre que tenía en frente: había puestos sus antebrazos en el suelo para poder echarse al suelo sin tener que sentir dolor por los cientos de ampollas en su manos.

 Fue entonces que el bombero entendió que el calor que sentía no venía del ambiente sino del hombre que tenía en frente. Para probarlo, dio un paso hacia delante, con cuidado de no molestar. En efecto, la temperatura en el traje pareció elevarse de golpe, como cuando se abre un horno y el calor sale en forma de nube. Se sentía muy parecido, excepto que allí no había ningún aparato domestico sino un hombre que parecía común y corriente, a pesar de sus extrañas heridas.

 El bombero volvió hacia atrás y le preguntó al hombre su nombre. No hubo respuesta. Le pidió que le dijera que hacía en la vida, si tenía familia y si sabía que era lo que el estaba pasando. Todavía tenía la cabeza abajo, como si el dolor no lo dejara erguirse. Gemía. Parecía que quería hablar, que de verdad quería responder a las preguntas. Pero no tenía la capacidad de hacerlo, su cuerpo no se lo permitía. El bombero quiso saber como ayudarlo pero prefirió quedarse quieto porque la verdad era que no tenía ni idea de lo que estaba pasando.

 Entonces, el hombre fue elevando su cara. Su respiración tenía un sonido muy raro, como si se hubiera vuelto ronco de un momento a otro. Pero eso no era lo peor. Cuando el bombero vio sus ojos, dejó salir un grito de susto y dio dos pasos hacia atrás, instintivamente. Lo que sea que le estaba pasando a ese hombre no era algo normal. Todo el que vio el momento, y eran millones pues muchos de los clientes apuntaban a la escena con sus cámaras, no entendió que pasaba.

 Los ojos y la boca del hombre parecían haberse ido de su rostro. Pero en cambio, tenía ahora fuego vivo en ambos lugares. De las cuencas de los ojos y de la boca misma le salían llamas de color naranja, amarillo y rojo. Era impresionante, algo jamás visto. Por un momento, el público pensó que había muerto incendiado de adentro para afuera pero, cuando se levantó del suelo, entendieron que de muerto no tenía nada. De hecho, parecía más fuerte que antes.

 El bombero quiso salir corriendo pero se quedó firme en el lugar donde estaba porque no quería asustar al hombre o lo que fuera que tenía enfrente. Abrió la boca pero la cerró casi de inmediato, dándose cuenta de que no sabía que podía preguntar en semejante momento y menos aún si el hombre frente a él le podría responder de alguna manera. En cambio, se miraron el uno al otro, pues ese fuego seguía sintiéndose como ojos, a pesar de que no lo eran en el sentido tradicional.

 De golpe, todo el cuerpo del hombre se encendió en llamas, como si hubiese regado gasolina por todas partes y luego se prendiera con un fosforo. La diferencia estaba en que este hombre parecía seguir vivo bajo las llamas, pues miró a un lado y al otro, a la gente que se escondía de él y finalmente al bombero que tenía frente a él. Era hermoso pero impresionante al mismo tiempo. Estaba claro que era algo nuevo, un evento sin precedentes en la historia humana.

 El hombre se acercó al bombero y le dijo, en una voz cavernosa, que se sentía morir. Pero lo dijo tranquilo, como si las llamas no estuvieran ya cubriendo su cuerpo. Extendió una mano y sobre ella creó fue o usó el que tenía encima, para formar una bola perfecta.


 Pero el truco fue corto. Las llamas empezaron a apagarse, hasta que el hombre quedó como había sido antes, a excepción de alguna ampollas sobre su cuerpo. Cayó al suelo, finalmente muerto, casi sin rastros de que hacía un rato había estado cubierto en llamas.

viernes, 21 de abril de 2017

El fin de lo conocido

   De pronto, una nube de polvo enorme cubrió el mundo entero. Para cualquiera que no hubiese estado poniendo mucha atención, el polvo venía del aire, de algún lugar arriba de nuestras cabezas. Pero el caso era exactamente el contrario: venía de abajo, de los rincones más profundos de nuestro planeta. De hecho, el polvero no era del color cenizo o marrón que normalmente tiene el polvo que se levanta cuando hay suciedad o cuando un automóvil pasa por encima de él.

 Este polvo era de color blanco, al menos al comienzo. Apenas la gente lo vio, pensó que algo se estaba quemando pero era obvio que ese no era el caso, pues la humareda hubiese sido gris. La nube blanca fue creciendo y creciendo hasta que se convirtió en un monte de polvo enorme, que se iba tragando lentamente a todo los edificios y personas que encontraba a su paso. No tenía olor y tampoco hacía ruido, por lo que muchos desprevenidos murieron sin darse cuenta de lo que ocurría.

 El color blanco fue cambiando gradualmente a un ligero color azul. Según expertos que luego analizarían imágenes de video y fotografías, el cambio de color correspondía a un suceso bastante simple pero mortal: gases tóxicos se habían combinado con los ya nocivos gases de la nube blanca, convirtiéndola en una asesina andante. La gente tosía un poco con la nube blanca pero podía soportarla por un tiempo antes de intoxicarse. No pasaba lo mismo después de tornarse azul.

 La gente caía al suelo de golpe, apenas eran tocados por el cumulo de gases. Se retorcían unos segundos y luego morían, sin mayor espectáculo. Así murieron muchos que estaban en la calle y no se daban cuenta de lo que estaba sucediendo. Los que sobrevivieron  en un primero momento eran personas que estaban en sus casas con las ventanas bien cerradas y con sistemas de ventilación que no facilitaban la entrada de los gases a sus hogares. En muchos casos había sido un golpe de suerte.

 Desde las ventanas de los hogares, oficinas y demás, millones de personas observaron la muerte de mucho millones más. De hecho, la gran mayoría de las personas murieron en las primeras veinticuatro horas. La población mundial fue rebajada de un golpe, sin mayor oposición por parte de los que habían quedado vivos. La información era confusa, lo único que era claro era que la nube mataba a quién tocara y por eso nadie debía de salir de su hogar hasta que se encontrara alguna manera para evitar caer muerto de golpe al salir a dar una vuelta en la calle.

 Las personas estuvieron tres días encerradas hasta que se determinó cual había sido la causa de la nube, que no parecía querer desaparecer. Un fuerte terremoto en una zona deshabitada había abierto un enorme cañón, liberando así enormes cantidades de gases tóxicos que habían estado atrapados bajo la tierra por millones de años. El temblor había dejado salir la nube de las mismas entrañas de la tierra y esta se había elevado y hecho tan fuerte por la presión creada en el momento preciso.

 Los gobiernos que todavía funcionaban decidieron planear evacuaciones masivas, que llevaran a los sobrevivientes hacia puntos del globo donde la nube no pudiese afectarlo. Se planearon viajes en helicóptero, en aviones e incluso en dirigibles. Se diseñaron trajes especiales para que los oficiales y las personas pudieran usarlos sin arriesgar sus vidas en las calles, Todo fue sucediendo con lentitud pero de manera ordenada y efectiva. Era increíble ver todos los esfuerzos hechos.

 Sin embargo, todo cambió el día anterior a la fecha planeada para empezar la migración masiva. Otro terremoto, no tan fuerte como el anterior, reveló algo que nadie había observado con anterioridad. Parecía que aperturas como la generada por el primer terremoto estaban abriéndose un poco por todas partes, liberando más gas a la atmosfera. Aunque no parecía posible que la nube creciera aún más, los expertos determinaron que la cantidad de gases tóxicos liberados los conducían a una verdad innegable.

 La raza humana estaba contando sus últimos días. El aire, todo el aire en todas partes del globo, sería tóxico y mortal en tan solo unos meses. No había manera de escapar. Viajar a lugares donde no parecía pasar nada no serviría para sobrevivir. Los millones que no habían muerto de entrada, morirían meses después cuando el aire en sus pulmones se convirtiese en su verdugo. La humanidad estaba en sus últimas horas y no había una manera realista de escapar esa suerte.

 Científicos en todo el mundo dieron una última esperanza: anunciaron que estaban conectados con frecuencia, compartiendo impresiones, informaciones y todo tipo de datos para definir si existía alguna manera realizable para poder salvar a la humanidad. No prometían nada, ni siquiera estar vivos al día siguiente, pero pusieron todo su esfuerzo en el tema. Incluso personas que no sabían nada de ciencia quisieron ayudar, poniéndose trajes especiales y llevando comida a quienes estaban en peligro de morir primero de hambre que por los gases tóxicos.

 Pasaron semanas antes de que los científicos confesaran que había solo una solución pero no era la mejor: un puñado de seres humanos debían de ser elegidos para abordar las naves especiales, las pocas que existían, y salir de la Tierra lo más pronto posible. Existía ya tecnología para generar aire de manera sostenible y lo mismo con él agua. Muchos nuevos combustibles limpios habían sido creados para los cohetes y todos podrían ser usados en el espacio, para conquistar nuevos mundos.

 De los millones de sobrevivientes, solo un centenar podrían dejar la Tierra. Se hubiese pensado que seguido a este anuncio las personas tuviesen una respuesta violenta, con protestas y amenazas por todas partes. Pero eso no ocurrió. Tal vez era el hecho de que nadie quería morir más rápido de lo necesario o que la idea de morir ya estaba implantada con fuerza en cada ser humano existente. El caso es que nadie hizo mayor protesta. Estaba claro que no todo el mundo podía seguir viviendo.

 Se les dejó a los científicos elegir por su cuenta quienes abordarían esas naves espaciales. Trataron de elegir una persona de cada país y de equilibrar el número de hombres y el de mujeres. Era algo complicado. Tanto así que se tomaron un mes para tenerlo todo listo. El día del despegue hubo un terremoto que mató a miles de un solo golpe. Fue una tragedia despedirse de esa manera de un mundo que por tanto tiempo había sido un hogar tan preciado y singular, el único hogar.

 Los cohetes despegaron todos casi en el mismo momento. Quienes se quedaron en la Tierra les desearon lo mejor y murieron poco después. Desde las estaciones espaciales en orbita, que eran pocas y muy pequeñas, los nuevos astronautas observaron como el antes planeta azul era ahora de un tono diferente. Ya no era un azul profundo y misterioso, sino un azul casi artificial y demasiado brillante, como de alerta. Las naves prosiguieron su viaje y eventualmente se establecieron cerca del planeta rojo.

 Las colonias terrestres crecerían poco a poco, con el tiempo. Muchas tragedias ocurrirían pero ninguna del tamaño de la que había escapado. La humanidad sobreviviría en otro lugar, de manera limitada y con dificultades, pero seguiría viva que es lo importante.


 Todo ser humano nacido después del cataclismo, marcianos más no terrestres, entenderían que todo lo ocurrido, todo el pasado de su especie, estaba ahora encerrado para siempre en una bola que giraba en el espacio, inerte. Un enorme cementerio.