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jueves, 4 de febrero de 2016

Rubí

   Rubí subió al escenario y el público simplemente enloqueció. Era ya una estrella en el lugar y todos los que venían a ver el show de “drag queens” la venían a ver a ella. No solo era porque era simplemente la más graciosa de todas, con una fibra cómica tan sensible que cada persona se podía sentir identificada, sino que también su maquillaje y presencia hacía olvidar que se trataba de un hombre disfrazado de mujer. Solo la sombra de una barba rompía el encanto o tal vez hacía de Rubí un poco más atractiva a su público.

 Cuando terminó su presentación se reunió con el resto de chicas en los camerinos y bebieron algo a la salud de todos por otro gran espectáculo. La discoteca hacia poco había venido en declive y había decidido tratar de irse con un evento inolvidable y ese último evento fue un show igual al de aquella noche. Pero de eso ya habían pasado dos años, pues el espectáculo había sido un éxito y por eso dos días a la semana había show y todas las chicas aparecían con sus personajes o con nuevos, haciendo rutinas siempre distintas, siempre graciosas.

 Rubí se les había unido hacía solo seis meses y todas le tenían mucho respeto. Eso era porque de día Rubí no seguía con su personaje, como si lo hacían otras, sino que se transformaba en otro ser humano, un hombre llamado Miguel que no tenía nada que ver con esa persona que existía en el escenario. Y lo más particular de Miguel, al menos en ese contexto en el que se desarrollaba como artista, era que era heterosexual. Era algo muy particular pues incluso les había contado una noche a algunas de sus compañeras que tenía una hija pequeña y que antes de empezar a trabajar en la disco había estado casado.

 Eso era otro mundo para los demás. Le preguntaron como era, como lo manejaba, pero ni él ni ella hablaban nada del caso. De hecho, a él casi ni lo veían pues siempre salía cuando nadie lo veía, por la puerta de atrás del lugar. En cambio a ella era difícil perderla de vista, siempre con algún vestido en el que se veía despampanante y joyas que brillaban por toda la pista de baile. Él siempre se quedaba un poco más a beber algo, hablar con Toño el barman y ver a los chicos bailar y relacionarse.

 Ni Rubí ni Miguel juzgaban a nadie. Sentían que no tenían ni la autoridad ni el derecho de hacerlo. Obviamente siempre se le cruzaban cosas en la cabeza, pensaba que de hecho puede que fuera gay o que de pronto eso de vestirse de mujer no era algo que pudiese hacer para toda la vida. A veces se convencía a si mismo que era la última noche que lo haría. Pero entonces Rubí destruía ese pensamiento en el escenario, encendiéndolo con todo su sabor y entusiasmo. Simplemente no se podría alejar de aquello que le daba alas.

 Su ex sabía bien que Miguel se disfrazaba de Rubí. Él mismo había decidido contarle pues, cuando habían terminado, no habían quedado odiándose ni nada parecido. De hecho los dos se sentían culpables pues sabían que habían fallado pues nunca se habían molestado en conocerse, en hablar y en compartir como lo debería hacer una pareja de verdad. Así que cuando Miguel le contó lo que hacía, ella no reaccionó mal. De hecho lloró, pues se dio cuenta que en verdad nunca lo había conocido.

 A él ese momento le dio mucha lástima. No solo porque su pequeña hija vio a su madre llorar y pensó que él había sido el causante, sino porque la verdad Rubí era un personaje que Miguel había inventado porque se sentía más seguro siendo ella y estando en un escenario. Simplemente fue algo que descubrió pero no era algo que hubiese estado allí siempre. En su matrimonio lo pensó un par de veces, pero nunca con las ganas que lo hizo después del divorcio. Y tampoco quería hacer de ello su vida. Era un hobby que le daba dinero y alegría, una combinación perfecta.

 O casi perfecta, pues la gente siempre tiene problemas cuando los demás se comportan como quieren y ellos solo se comportan como la sociedad quiere que lo hagan. No era extraño que al bar se colaran idiotas que entraban solo a lanzar huevos al espectáculo o a gritar insultos hasta que los sacaran. Y como sabían bien que nadie haría nada pues ninguno quería ir a la cárcel y salir del anonimato de la noche, pues tenían todas las cartas necesarias para ganar.

 El peor momento fue cuando a Rubí se le ocurrió salir a fumar al callejón trasero de la discoteca, que en otros tiempos había sido una nave industrial. El caso es que estaba allí fumando, una mujer bastante alta con las piernas peludas y un vestido corto rojo y la peluca algo torcida. El calor de la discoteca y los tragos habían arruinado ya su disfraz y la noche no se iba a poner mejor.

 Ni siquiera supo de donde salieron pero el caso es que a mitad del cigarrillo vio cuatro tipos, todos con cara de camioneros desempleados o de payasos frustrados. O algo en medio. El caso es que con esas caras de muy pocos o ningún amigo se acercaron a Rubí y le quitaron el cigarrillo de la boca. Entonces uno le pegó un puño en el estomago. Ella trató de defender pero eran cuatro tipos borrachos y quién sabe que más contra un hombre en tacones. No había forma posible de que Rubí se pusiera de pie después del primer golpe.

 Fue gracias a Toño que sacaba una bolsa de basura, que los hombres huyeron, dejándolo adolorido en el suelo. Rubí pidió a Toño que no llamara a nadie, ni a una ambulancia ni a nadie de adentro. Solo quiso ayuda para levantarse y que le trajera sus cosas. Fue la primera y única que vez que tomó un taxi vestido de mujer y de paso fue la primera vez que entendió con que era que se enfrentaba al seguir con su personaje de Rubí. Podía ser que se liberase en el escenario, pero siempre habría gente como esos tipos y más aún en esa ciudad.

 Se bajó del taxi antes de su casa y se quitó la ropa en la oscuridad de un parque cercano. Le dolía todo y sin embargo rió pues pensó que sería muy gracioso que lo arrestaran por estar casi desnudo en un parque público, con ropa de hombre y de mujer a su alrededor. Esa hubiese sido la cereza del pastel. Pero no pasó nada. Llegó a su cama adolorido y se dejó caer allí, pensando que todo pasaría con una buena noche de sueño.

 Obviamente ese no fue el caso. Los golpes que le habían propinado habían sido dados con mucho odio, con rabia. Él de eso no entendía mucho porque era una persona demasiado tranquila, que solo lanzaría un golpe en situaciones extremas. Se echó cremas y tomó pastillas pero el dolor seguía y ocultarlo en su trabajo fue muy difícil. Era contador en una oficina inmobiliaria y debía caminar por unos y otros pisos y hasta eso le hacía doler todo el cuerpo. Más de una persona le preguntó si estaba bien y debió culpar a un dolor de estomago que no tenía.

 Al final de la semana tuvo que ir al medico y este se impactó al ver lo mal que avanzaban las heridas de Miguel. Lo reprendió por no haber venido antes, le inyectó algunas cosas, le puso nuevas pastillas y le recomendó no hacer ningún tipo de ejercicio ni actividades de mucho movimiento. Por una semana estuvo lejos del escenario y se dio cuenta de que casi muere pero por no poder ir a hacer reír a la gente, ir a hacerlos sentirse mejor, sobre todo a aquellos que iban allí a sentirse menos ocultos.

 Para él fue una tortura permanecer quieto, haciendo su trabajo desde casa. A veces miraba sus vestidos de Rubí y se imaginaba algunos chistes y nuevos movimientos que podría hacer. Y entonces se dio cuenta que ella jamás dejaría su vida, siempre estaría con él pues era siendo Rubí que se sentía de verdad completo, un hombre completo. Era extraño pensarlo así pero era la verdad. Rubí era como un amor que le enseñaba mucho más de lo que él jamás hubiese pensado.

 Cuando entendió esto, su manera de ser cambió un poco. La primera en notarlo fue su hija, que le dijo que se veía más feliz y que le gustaba verlo así de feliz. Con ella compartió todo un día y fue uno de los mejores de su vida. Solo los dos divirtiéndose y siendo ellos mismo, tanto que Rubí apareció en el algún momento.


 Por eso la noche de su regreso nadie lo dijo, pero la admiraban. Rubí era para todas las chicas y los chicos del espectáculo un ejemplo. Toño les había contado lo sucedido pero supieron fingir que no sabían nada. Pero solo ese suceso les hizo entender que estaba de verdad ante un artista, estaban de verdad ante alguien que iluminaba la vida de los demás a través de convertir la suya en algo, lo más cercano posible, a su ideal.

martes, 5 de enero de 2016

Un momento

   Era de noche pero la oscuridad estaba lejos de ser total. Al fin y al cabo era el centro de la ciudad y no dejaba nunca de estar bien iluminado, como si las sombras perdidas en la oscuridad necesitaran algún tipo de competencia. Se podía oír el susurrar del viento frío del invierno, así como el agua goteando por todos lados. La lluvia había caído más temprano y había dejado charcos y humedad por doquier.

 El goteo fue apagado entonces por el rumor de unos pasos lejanos, que se fueron acercando al centro de la ciudad con bastante prisa. El sonido de los tacones sobre las piedras de las calles resonaba bastante por todos lados y era probable que más de una persona, medio dormida o noctambula, hubiese escuchado el ruido que había roto con la paz de la noche.

 La culpable era una mujer que llevaba un pequeño bolso en la mano, con la correa rota. Una de sus medias veladas tenía un par de agujeros y su maquillaje y cabello eran un caos. La mujer corrió varias calles hasta que se detuvo en la plaza principal y se dio cuenta donde estaba. Ella había estado tan distraída corriendo, escapando, que no se había dado ni cuenta hacia donde lo había hecho. Se dejó caer en el andén que enmarcaba la plaza y miro la torre del reloj que coronaba el edificio principal del lugar.

 El edificio estaba bien iluminado con una luz blanca que lo hacia parecer como si fuera más de lo que era. No era la residencia de un dios o de los ángeles, no eran una oficina de caridad o de ayuda a los desposeídos. Era solo un edificio que hoy era un museo pequeño y que otrora había jugado el papel de centro de recepción de esclavos traídos del Nuevo Mundo.

 No llegaban muchos pero los que se traían servían como servidumbre en casas de alta alcurnia o simplemente eran trabajadores en plantaciones nuevas en esa época como de naranjas u otros frutos traídos con ellos en los barcos. Por ese edificio, hoy tan decente y tan celestial, habían pasado personas al borde de la muerte que habían sido consideradas menos que los cultivos que iban a ayudar a crecer y a cuidar.

 La mujer miró por largo rato al edificio y luego a los otros inmuebles que enmarcaban la plaza. Era como si fuese la primera vez que estaba allí. Y casi lo era pues desde que había llegado a ese país, no había tenido mucha oportunidad de pasearse por sus calles o conocer las principales atracciones. Como los esclavos del pasado, ella también había llegado a un edificio, una casa de hecho, en la que la habían recibido y revisado para que desempeñara el trabajo del que hoy había huido.

 El nombre que le habían dado era Kenia, pero ella no venía de allí ni sabía nada de ese país. Sin embargo le habían dicho que siempre dijera ese nombre y no el que tenía de verdad porque con los clientes todo debía ser una fantasía, una charada tras otra, sin parar. Porque la verdad era que a ellos les daba igual si se llamaba Kenia, Jessica o Valeria. Ellos querían su cuerpo y por eso era que pagaban.

 Kenia, o como fuere que se llamase, sabía bien a lo que había venido cuando viajó desde su verdadero país y se instaló en esa bien iluminada y bien planeada ciudad europea.  Lo sabía todo y se había preparado para ello mentalmente aunque eso no quitaba que la primera vez fuese la más incomoda de su vida. Al mismo tiempo, había sido su primera vez con quien fuere y ella trató de no darle importancia pero ese evento siempre lo tiene, se quiera o no.

 Eso sí, después todo fue más fácil o al menos pasable. Había estado dos años trabajando y había visto de todo. Incluso la habían arrestado una vez pero la habían dejado ir gracias al idiota que la había contratado.

 Pero ella no quería quedarse ahí toda la vida. Aunque sabía lo que había venido a hacer, no había planeado hacerlo para siempre. Su plan consistía en trabajar lo suficiente para ganar un buen dinero y luego salirse de ese mundo y encontrar un trabajo decente, estudiar y luego, si fuese posible, tener una buena familia. En el mundo no tenía a nadie y eso había ayudado a su temeraria decisión.

 Se quitó los tacones y las medias y puso los pies con cuidado sobre el suelo empedrado de la plaza. Obviamente el suelo estaba algo sucio pero no le importaba, solo quería sentir algo de frío en sus adoloridos pies y así poder relajarse y quitarse de la cabeza todo lo que tenía para pensar.

 Se dio cuenta que era placentero estar en esa plaza sola, con las luces iluminándolo todo. Era como si la ciudad misma le diera a ella un regalo por su esfuerzo, como si todas las luces estuviesen encendidas solo para ella. Por un momento imaginó que era otra, que bailaba en una gran salón con muchos invitados, como las damas de las películas. Quería un vestido rojo y estar maquillada y peinada para la ocasión. Tener un compañero de baile decente e ideal, diferente a los hombres que conocía.

 Pero entonces la realidad rompió su fantasía y recordó que hombres como ese probablemente ni existían o al menos no en su mundo y era su mundo el que le debía de importar porque no había otro al que pudiese huir ahora mismo. No había nada para ella que no fuera la prostitución y eso lo sabía bien. Tenía deudas y estaba amarrada a lo que hacía y a todo lo que eso conllevaba. Soltarse, ser libre, no iba a ser jamás tan fácil como la gente podía pensarlo.

 Sacó de su bolso algo de papel higiénico y se limpio un pie y luego el otro, después poniéndolos de vuelta a los tacones pero sin medias. Se levantó torpemente sobre el suelo empedrado y empezó a caminar hacia una de las calles que salían de la plaza. Era la opuesta a la que había usado para entrar pero no lo había pensado siquiera. Solo quería seguir caminando para siempre, como si eso pudiese hacerse.

 Lo bueno, pensó, era que no estaba atrapada físicamente como muchas de las chicas que encerraban en casas y las habían trabajar hasta que las pobres eran victimas de algún crimen horrible o simplemente lo hacían hasta que escapaban de alguna manera y nunca más se las veía. Ella estaba segura de que las mataban y simplemente no se encontraban los cadáveres porque a nadie le interesaba buscar prostitutas muertas. Y si se les encontraba, no era algo para mostrar en los noticieros de la noche. País rico o país pobre, las cosas a veces no son tan distintas.

 Salió a una avenida y se dio cuenta que el autobús nocturno debía de estar circulando. Caminó hasta la parada más cercana y verificó si el servicio que pasaba le servía. Como le venía bien, se sentó a esperar. Cuando miró la publicidad que había a un lado de la parada, se dio cuenta lo mal que iba, el maquillaje por todos lados y el bolso roto, sin medias y la blusa con manchas. Sacó otro poco de papel y se quitó el maquillaje lo mejor que pudo, al menos para no parecer una maniática. Lo de la blusa era más difícil.

 Menos mal no era una noche fría porque había dejado su abrigo en donde el cliente y no pensaba nunca más ir adonde ese hombre. No solo uno de esos racistas que a la vez no lo son, sino que olía mal y no porque sudara ni nada parecido sino porque su olor como ser humano era inmundo. Su presencia podía pasar como la de un hombre de negocios respetable pero ella sabía que cualquiera se sorprendería con lo retorcido de su mente.

 Ella solo salió de allí apenas la bestia cayó después de terminar. La pobre mujer se limpió la cara y un poco el cuerpo antes de salir, asqueada de si misma y del hombre y de lo que hacía para poder vivir.

 Cuando el bus llegó por fin, ella pagó su pasaje con las monedas que tenía y entonces se dio cuenta que no había recibido el pago por estar con ese animal. Quiso golpearse a si misma mientras se sentaba en la parte trasera del bus, pero ya era muy tarde para eso. Ahora lo importante era ver que pasaría mañana, como haría para pagar sus cosas, el alquiler y todo lo demás. Además quería evitar el trabajo, al menos por un par de días, y eso también estaría complicado, viendo que daba su teléfono a los clientes que frecuentaba más a menudo.


 En su viaje a casa, que duró casi una hora, se dio cuenta que ese momento sola en la plaza había sido casi un milagro pues había podido soñar despierta y respirar al menos una vez, cosa que jamás había hecho en los dos años que llevaba en la ciudad. Trató de relajarse en el bus también pero no pudo, pues al ver a través del vidrio mojado hacia la oscuridad de la noche, solo podía ver sus errores, uno tras otro, y la promesa de que su vida no iba cambiar de la noche a la mañana.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Otra noche

   Cuando terminamos, no dijimos ni una palabra más. Solo nos separamos un poco para poder recuperar el aliento y nos quedamos allí, en medio de ese particular lugar. Mi mirada iba de una cosa a otra porque no sabía que hacer o que decir. Pero cuando me di cuenta, tenía un cobertor encima y él me abrazaba con cuidado. Ya no tenía que pensar en nada así que me dejé ir y no pensé más. Creo que no dormí mucho porque era tarde cuando terminamos y cuando me desperté seguía oscuro aunque ya se podía vislumbrar ese pálido tono azul de las madrugadas. Él se había movido, dándome la espalda. Dormía profundamente, resoplando tranquilamente sobre el colchón. Aproveché esto para ponerme de pie e ir al baño, donde tomé algo de agua sin prender la luz. Me mojé la cara y volví al lugar de antes.

 Me di cuenta de la vista. Es decir, esta vez sí la detallé. Antes había sido una bonita adición a todo el evento pero no la había mirado con cuidado. Las luces de la ciudad brillaban con fuerza y se notaban incontables vehículos y apartamentos en donde seguramente habría fiesta o alguien muy desvelado. Al fin y al cabo era viernes y mucha gente había salido a bailar o a tomar algo. Yo me decidí por un plan diferente y la verdad no me había arrepentido. De hecho, no había nada de que arrepentirse pues no era tampoco algo del otro mundo que alguien decidiera verse con otra persona con el objetivo exclusivo de tener relaciones sexuales. No es algo muy extraño que digamos.

 En especial cuando ya nos conocíamos de hace mucho tiempo y hacía años que no nos veíamos. Bueno, tal vez no años pero sí al menos un año en el que yo no había estado cerca y por lo tanto no había habido posibilidades de nada. Pero ya había vuelto, hacía tan solo unos días, y ya estaba allí. Lo mejor del caso, y le sonreí desnudo a la ciudad mientras lo recordaba, fue sentir su entusiasmo cuando lo contacté y le dije que nos viéramos. Su sonrisa al abrirme la puerta de este particular estudio en un edificio sin terminar, era simplemente lo que yo necesitaba desde hacía un buen tiempo. Nunca sobran esos halagos, esos pequeños momentos que te hacen sentir único.

 Volví al colchón y me acosté junto a él. A pesar de mi peso, no se movió un solo centímetro, todavía resoplando con suavidad. La noche no era tan fría como de costumbre y estuve un rato más pensando y divagando sobre todo y nada. En un momento pensé en irme pero caí en cuenta que no tenía que estar en ningún lado y además él, con solo su mirada, me había pedido que me quedara. Como podía irme así no más y rebajar el momento que habíamos compartido? Así que finalmente me recosté y, tratando de ignorar la luz que entraba en la sala, cerré los ojos y me quedé dormido. Tuve un sueño de esos largos y extraños, pero ya no lo recuerdo bien.

 Fue él quién me despertó. Había pedido un domicilio y estaba en calzoncillos junto a mi comiendo de una cajita. Me dijo que había uno para mí, así como jugo de naranja para remojar la garganta. Fue como si me leyera la mente, pues sentía la garganta como si hacía muchos días no tomara una sola gota de agua. Debía ser porque, entre los dos, habíamos tomado una botella de vodka mezclada con jugo de limón. Me dolía un poco la cabeza pero había tenido resacas peores. Tomé mi cajita, los cubiertos plásticos que había sobre ella y empecé a comer. Era un desayuno típico de mi país, básicamente comida recalentada del día anterior. Sabía perfecto y era justo lo que necesitaba para quitarme el sabor del vodka de la boca y apagar los sonidos de mi estomago.

  Me sorprendió cuando él terminó y me dio un beso en la mejilla. No estaba preparado para ello y casi me atoro con la comida. Creo que no se dio cuenta porque caminó tranquilamente a tirar la caja y lo demás en una bolsa negra y luego se metió en el baño. Yo seguí comiendo y terminé justo cuando él salía del baño. De pronto me abrazó y nos besamos un buen rato. Debo decir que nunca pensé que al otro día de una noche así se pudiera sentir una persona tan especial, tan único en un sentido bastante extraño. Pero así era. Y lo mejor era que nuestros besos ya no tenían el sabor del licor. Sabían a comida y jugo de naranja, algo muchas veces mejor. Cuando dejamos de besarnos, nos miramos a los ojos unos segundos y nos separamos.

 Cada uno fue tomando sus prendas de vestir del piso y al cabo de unos quince minutos estábamos vestidos. Me dijo entonces que era una lástima que la ducha del sitio no funcionara bien todavía pero es que la presión del agua todavía no alcanzaba para tanto. Si volvía en un mes, dijo, seguramente se vería todo muy distinto. No supe si era una invitación o solamente un decir pero la frase se quedó conmigo un buen tiempo. En la puerta, ya vestidos y él con la bolsa de basura en una mano, nos besamos de nuevo. Allí fue más apasionado y por un momento pensé que íbamos a volver al colchón e íbamos a dejar esa tontería de irnos para otro momento. Pero no fue así: sí nos fuimos.

 En el recibidor del edificio, me dijo que iba a tomar un taxi a la casa de sus padres que lo esperaban para acompañarlos al mercado. Yo le dije que no tenía dinero para taxi y él se ofreció a dármelo pero le respondí que quise decir que prefería tomar un bus que pasaba cerca y me dejaba en casa. Para mi sorpresa, nos despedimos de beso en la boca y no nos importó quién estuviera allí. Nunca había hecho algo así porque me hubiera dado vergüenza. No soy de los que le gustan las demostraciones públicas de afecto. Pero en ese momento la verdad necesitaba ese último beso y me alegro recibirlo.

 En el recorrido a mi casa, recordé cada momento de la noche y me di cuenta que todo era muy extraño. Nos veíamos cada mucho tiempo, siempre para hacer lo mismo pero no solo era sexo sino que era un momento siempre único y especial. Nunca le había preguntado a él porqué, pero siempre era muy cariñoso conmigo, no importa cuanto tiempo hubiese pasado ni las condiciones del momento. Se podía decir que había incluso momentos románticos y solo el pensarlo me hizo reír, lo que me hizo sentir tonto en el bus, que iba casi solo. La verdad era que nos entendíamos bien íntimamente y tal vez por eso siempre que nos veíamos lo sentíamos de manera tan especial y no era algo tan común como en otros casos. Era algo un poco más allá.

 No niego que he tenido la experiencia de conocer a otras personas en situaciones similares y sé que la idea general de ese tipo de encuentros no es el romance ni sentir la cercanía de otra persona ni nada por el estilo. Normalmente es puro sexo, que cuando termina es definitivo y cada uno se va para su casa cuando ocurre. Es algo bastante básico y sencillo en ese sentido y un poco más automático que lo que yo experimenté con él. O tal vez estoy exagerando y estoy creando una película en mi cabeza que no existe. Francamente lo dudo porque siento que cuando me besa no siempre lo hace con otras intenciones. Es como si necesitase de verdad ese beso y, así lo esté actuando, lo hace muy bien.

 Es algo interesante saber si él piensa lo mismo. Yo de hecho sé que lo hace, al menos en el aspecto general. Y lo sé porqué un día él me confesó que seguido pensaba en mi y en uno de esos momentos que habíamos compartido. Tengo que decir que para mi fue una ayuda increíble a mi autoestima, que normalmente no es muy alta pero en ese momento hasta me puse rojo. Además es su manera de decir las cosas, de expresarse y de dar a entender que lo que dice es cierto y que lo siente de verdad. Por eso cuando estamos juntos ya no pienso en nada más sino en el momento y la verdad he descubierto que así es mucho mejor, pues no me saboteo a mi mismo sino que me ayudo.

 Cuando por fin llego a casa, trato de no hacer mucho ruido. Lo bueno es que no hay nadie despierto así que puedo fingir que llegué en la madrugada. Con cuidado me quito toda la ropa y me meto a mi cama, que está fría. Instantáneamente recuerdo su olor y su tacto y me doy cuenta que me gustaría tenerlo allí conmigo. Y sin embargo, me doy cuenta de otra cosa y es que en nuestra relación no existe el amor típico. Yo no estoy enamorado de él ni él de mi y es terriblemente liberador que así sea. No estamos amarrados por ello y creo que por eso nuestros momentos son mejores que los de otros. De eso estoy seguro.


 Dicen algunos que es mejor no jugar con fuego porque en algún momento te quemas, pero en este caso no creo que haya la posibilidad de eso. Y así la hubiese, no me importaría quemarme. Somos dos adultos y creo que podríamos manejar cualquier situación que se presente. Además, no nos vemos tanto como para algo así. De hecho, alguno de los dos podría conocer a alguien más y todo quedaría ahí, como congelado en el tiempo. Y eso no sería ni malo ni bueno, solo sería una de esas cosas que pasan.

martes, 27 de octubre de 2015

Cosa de una noche

  Todo había ido bien hasta que decidió recostarse en mi pecho. Me abrazó con suavidad y se quedó ahí, con los ojos cerrados, como si no fuera moverse de ahí nunca más en su vida. Sinceramente, eso me asustó. Yo estaba listo para decirle que ya podía irse he incluso había revisado el horario de los buses para decirle cual le servía y en donde podía tomarlo para que llegase pronto a su casa. Pero no, él decidió recostarse en mi pecho y quedarse ahí toda la noche. Por un buen rato, quedé como de piedra y no me movía, como si hubiesen hecha miel por todos lados y no quisiera untarme pero pasado un tiempo tuve que relajarme y acomodarme como mejor pude para dormir. Él parecía auténticamente dormido y solo ajustó su cuerpo cuando me moví.

 Al otro día, me di cuenta que había dormido más de la cuenta. Era sábado, así que no importaba, pero no me gustaba dormir demasiado porque después el día parecía ser demasiado corto. Él ya no estaba recostado en mi pecho y lo agradecí. Me desperecé y salí de la cama al baño, a lavarme la cara y verme en el espejo. Se me notaban las cervezas y el estomago me gruñía como un perro por haber tomado, además, esa botella de vino. Esperaba que no me hiciese daño, como ya había pasado, porque planeaba un sábado familiar y no podía decepcionar a nadie al no ir. Decidí ducharme de una vez para estar listo más rápidamente. Allí dentro borré el recuerdo del hombre dormido en mi pecho y solo pensé en que había sido una buena noche, tal y como había querido.

 Normalmente yo no hacía nada los viernes por la noche. Había ocasiones en las que mis amigas me invitaban a tomar algo o a bailar pero no era algo muy frecuente pues ellas también tenían sus vidas, parejas y familias y otros amigos y no podía ser algo de todas las semanas. Así que de resto, era solo yo viendo y tomando cervezas que me ayudaban a dormir después de una semana de trabajo en la que seguramente el sueño había sido escaso. Pero ese viernes me entraron ganas de hacer más cosas y, por internet, di con ese personaje, con el que ya había salido hacía mucho tiempo pero que solo quería ver una vez más y no precisamente para recordar los viejos tiempos. Podía haber sido un error.

 Cuando salí de la ducha, me sequé rápidamente y dejé la toalla de lado para elegir la ropa que me iba a poner. Estaba concentrado eligiendo los calzoncillos cuando pegué un grito digno de una princesa de cuentos al ver por el rabillo del ojo que Juan, el que se había quedado dormido sobre mi pecho, había entrado a la habitación con una bandeja llena de cosas para comer. El grito no lo escuchó o fingió no escucharlo. Yo automáticamente tomé la toalla y me cubrí. Este sí que le pareció gracioso e hizo un comentario, que ahora no recuerdo cual es pero algo tenía que ver con lo que había cubierto.

 Le pregunté porque no se había ido a casa y me contestó, todavía sonriendo, que había querido darme un sorpresa al prepararme el desayuno. Me pasó la bandeja y vi que había ido a la panadería a comprar cosas porque mi cocina estaba más bien vacía. Lo miré a los ojos y no podía decirle otra cosa que no fuese gracias. Le dije que me tenía que preparar para salir con mi familia a lo que él respondió, sin pensarlo al parecer, preguntando si podía ir. Por un momento no dije nada, pensando que se iba a dar cuenta de su propio error pero como no dijo nada le contesté que no podía llevar a nadie. Para darle gusto, me tomé el jugo de naranja y me comí un pan con chocolate que había en un platito. Le dije que el resto me lo comería luego pero que primero necesitaba que fuese a casa.

 Por lo visto, él lo tomó como preocupación mía por él y por eso me hizo caso. Es obvio que yo no tenía la menor preocupación por él sino de él pues tenía miedo que pudiese forzar su presencia en un evento familiar como el que iba a tener. Apenas salió de mi apartamento, cerré la puerta con fuerza y me arrepentí de mis arranques nocturnos. Además porqué había tenido que ser él? Aunque, recordando el pasado, yo no recordaba que él fuese un personaje tan obsesivo y francamente de miedo. Debía de haber sido algo que había pasado en el tiempo que no nos habíamos visto, que habían sido varios años. Seguramente alguna experiencia lo había cambiado o se estaba haciendo el loco. Quién sabe?

 Yo terminé de vestirme, comí las tostadas que Juan había hecho y salí de mi casa pues estaba con el tiempo justo. La celebración era el cumpleaños de mi abuela, la única de su generación que nos quedaba en la familia. Obviamente era algo que celebrar, más aún cuando en su vida ella no había celebrado mucho que digamos su cumpleaños. Su familia era humilde y no tenían para esas cosas, además que en el pasado solo los ricos se preocupaban por cumplir años, los pobres tenían mejores cosas que pensar que esas. Así que ella estaba entre entretenida y amargada, pues la idea era confusa en su mente y no era para menos si de ochenta cumpleaños solo te han celebrado una cuarta parte o menos.

 Hubo torta, hubo mucha comida y todo se hizo en un espacio alquilado por uno de mis tíos, una finca hermosa con el prado salvaje y perros corriendo por un lado y otro e incluso algunos animales de granja. La idea era darle un toque del campo, así fuera la parte más comercial de este. Yo comí y la pasé bien pero a cada rato, exactamente cada hora, recibía un mensaje de voz en mi celular de Juan. Me deseaba buen día y buena suerte en todos pero también agregaba comentarios más privados, los cuales yo trataba de escuchar alejado del resto de mis familiares. Hubiera sido bastante particular si oyeran algunos de los comentarios de Juan.

 Mientras comíamos y demás, y después de recibir otro mensaje con línea para adultos, me puse a pensar en él y traté de entender que era lo que pasaba. Sería que en serio yo le gustaba? Pero desde cuando? Cuando salimos hace años él no mostró tanto interés y la verdad era que yo no estaba nada acostumbrado a este nivel de atención. Que no era el mejor tipo de halagarme, es cierto, pero era mucho más de lo que yo recibía normalmente de los hombres, con lo que salía y con los que no. Mucha gente cree que por tratarse de hombres que salen con hombres las cosas son más sensibles y la verdad es que no. Normalmente no tengo que decir “Vete de mi casa” ya que cuando lo pienso ya lo están haciendo. Es en parte lo que no me gusta de todo el asunto.

 A veces esas caricias, esos besos y hasta el sexo mismo se siente artificial, como que no hay nada detrás de todo eso, que todo es una actuación espectacular de dos actores que han decidido compartir una genial obra entre los dos. Se pasa bueno, claro que sí. Pero también se siente muy vacío a veces y puede llegar a cansar. Además, no estoy acostumbrado porque nadie nunca me había dicho lo que él me decía y por eso es que ese día escuché los mensajes completos, así me fastidiaran un poco. Es extraño pero me sentía extrañamente bien de oír su voz, así supiera que si seguían las cosas igual tendría que detenerlo para explicarle que yo relaciones sentimentales, no busco con nadie.

 El día con mi familia fue simplemente espectacular. Vi a muchas personas que no veía hace muchos años y pude pasar el tiempo con mis hermanos y mis padres, que veo seguido pero que no me canso de ver. Además jugué con los perros y hablé con mi abuela junto a los animales. Allí me contó que todo le parecía muy gracioso, pues ella jamás había tenido dinero para tener tantos animales en un mismo sitio, aunque los hubiese tenido de haber podido. Pero ella apreciaba el gesto y yo aprecié que me contara eso y más confidencia de su vida que debí guardar mejor porque mi memoria es débil y son historias dignas de contar, ya sea en un libro o una película o en lo que sea.


 Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue quitarme la ropa y cepillarme los dientes. Era tarde y la verdad estaba cansado, sin hambre, solo con unas ganas increíbles de estar en la cama y dormir. Me metí entre las sabanas y me acomodé de la manera que más me gustaba pero entonces me di cuenta de algo y no me pude dormir al instante. Tuve que tomar mi celular y escribir un poco porque sabía lo que necesitaba. No pasaron veinte minutos y llegó él. Nos acostamos en la cama y lo abracé. No quería saber lo que pasaría luego o si era un error. Era lo que necesitaba en ese momento y no creo que eso sea algo malo. Sus pies estaban tibios y le besé la nuca a Juan antes de quedarme dormido.