No se oye nada. De pronto es idea mía o de pronto sí es algo real. Creo que me estoy quedando sordo.
No me muevo de la cama. Por alguna razón estoy acostado sobre mi lado izquierdo. Jamás duermo de lado sino sobre mi abdomen, mi pecho, o como sea que quieran llamarle. El caso es que no duermo así, entonces es raro. Me quedo quieto, mirando la pared blanca frente a mi.
Mis ojos se abren bastante, por primera vez en el día. No veo nada más sino el muro blanco. No hay ni una mancha, no hay nada allí más que la inmensidad de la pintura blanca. Entonces siento el calor y me quito la sabana de encima. Es entonces que me duele y me doy cuenta de dos cosas: hay algo sobre mi cara y, en efecto, no puedo oír nada.
No me pongo de pie sino que me quedo en la cama, abriendo y cerrando los ojos. Mi mano derecha sube lentamente a mi cara. Me toco el mentón y voy deslizando los dedos por la piel en dirección a mi oído, donde siento la mayor molestia. Debajo del pelo que forma la patilla, siento que la piel está inflamada, muy inflamada. Recuerdo que el día anterior me dolía el oído pero era un dolor que iba y venía, ahora es permanente.
Está muy hinchado y me empieza a doler, como que todo mi cuerpo se da cuenta que estoy de verdad despierto y que el dolor tiene espacio para empezar a sentirse. Me recorre el cuerpo un escalofrío, que incluso me hace doler el pie y me hace sentir muy extraño.
Tomo impulso y me pongo de pie y camino, casi automáticamente, al baño. No es mi casa de siempre, solo me estoy quedando por un tiempo. Pero llego, prendo la luz y trato de mirarme pero es dificil verse los oídos. Me toco de nuevo y me echo agua, pensando que puede que el frío ayude. ¿O será mejor el calor?
No, lo mejor es salir. Media hora después estoy en la sala de espera de un hospital, el único del que sé la existencia en esta ciudad que no es la mía. Me llaman y me hacen esperar aún más en una pequeña sala donde otras personas se quejan o hacen cara de enfermedad. Parece que todos están malos del estómago o algo por el estilo. No es raro en una ciudad de clima cálido, a la que vienen muchos turistas y comen y se meten en cualquier lado sin observar los mínimos niveles de limpieza.
Mientras espero me miro los pies. Siento un poco de mareo o de pronto sea yo mismo que me hago sentir peor. Es raro pero así son las cosas en los hospitales. Son sitios horribles y terribles, llenos de quejidos de niños y caras largas de padres cuyas vacaciones han sido arruinadas pero nada pueden decir o sino sonaría muy cruel.
Tras varios minutos, o tal vez menos o tal vez más, me hace pasar una joven doctora. Se demora más escribiendo en el computador que revisándome como se debe. Prefiero pensar que sabe lo que hace. No hablamos casi, solo me hace unas preguntas básicas y le explico mi dolor y cómo me he sentido en los últimos días. Al parecer no nota nada especial en lo que le cuento porque parece no estar muy interesada. O tal vez sea su cara de "Sí, ya sé de que me habla".
Llena un papel, me dice que pague la consulta y en la farmacia de la esquina compro lo que me recomienda la doctora. Apenas llego al apartamento me tomo las pastillas con agua y me acuesto de nuevo. Siento hambre pero prefiero no comer nada. Me quedo mirando la pared, con mis pensamientos perdidos en la nada.
- "Maldita sea..." - pienso. "¡Que bonito comienzo del año!"
Por un momento olvido el dolor y me doy la vuelta. Mala decisión.
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martes, 3 de enero de 2017
Oídos sordos
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vista
viernes, 11 de marzo de 2016
Ocurrió en el 11B
Algo extraño ocurría en aquel apartamento
pero nunca se supo que era. Varias personas, reconocidas en el mundo de lo
paranormal, habían ido a visitarlo en varias ocasiones y siempre decían tener
la solución al misterio de la casa pero en verdad no tenían nada de nada. Era
solo una manera de ganar fama gratis pues el misterio del 11B era algo que
nadie nunca podría comprender del todo.
Claro, había personas, científicos de verdad,
que decían que lo que sucedía en la casa nada tenía que ver con fantasmas ni
con criaturas misteriosas. Según algunos de ellos, lo que pasa es que el
edificio estaba mal construido y por eso los fenómenos tan raros. Además, y
como siempre pasa, culpaban a los dueños del inmueble de lo que hubiesen visto.
Los acusaron una y mil veces de ser una parranda de drogadictos, de alcohólicos
y de no sé que más cosas. Todo eso inventado para que la gente no tuviera que
creer en lo que no entendía.
Tantas habían sido las acusaciones que la
familia, lo que quedaba de ella en todo caso, había decidido irse de la ciudad
y no decir a nadie adonde habían ido a parar. Y lo hicieron bien pues nadie
nunca supo que pasó con ellos, ni los que habían sido sus amigos, ni los
vecinos más cercanos ni siquiera los familiares que habían dejado atrás y que
habían estado con ellos durante los momentos más difíciles de todo el proceso.
Porque lo que sucedió no pasó en un día sino en muchos.
Sobra decir que nunca
hubo un muerto o al menos no en el sentido definitivo. El único afectado del
11B había sido el padre de la familia que, en circunstancias que solo el hijo
mayor conocía, había quedado paralizado frente a la puerta principal de la
casa. Sus ojos se movían pero su cuerpo no y así seguía todavía en el hospital
general de la ciudad. La familia no había dejado nada para que lo cuidaran y
fue la ciudad la que se encargó de él. No costaba mucho hacerlo pues era un
cuerpo tieso en una cama que a veces giraban a un lado o al otro y bañaban un
par de enfermeras con cuidado. Nadie creía que pudiese durar mucho más.
Lo que más daba miedo es que decían, y es que
nadie había visto al padre en mucho tiempo como para saber si era verdad, que
todavía podía mover los ojos a pesar de tener el cuerpo congelado. Eso le daba
a uno la impresión de que había quedado paralizado del susto y que no se había
muero por alguna anomalía que nadie nunca sabría que era. El hijo mayor estaba
en shock cuando el resto de la familia los sacó del edificio y pudieron
llevarlos a un hospital. El hijo lloraba casi todo el tiempo y por las noches
gritaba. No soportaba ya la oscuridad y si lo dejaban solo por mucho tiempo,
pues pasaba lo mismo. Una enfermera tuvo que quedarse a su lado todo el tiempo
que estuvo en el hospital.
Al cabo de un par de semanas, el chico se
mejoró pero no quiso decir nada de lo sucedido. Regresó a casa apenas le dieron
de alta y nunca salió hasta que se fueron definitivamente de la ciudad. Cabe
decir que ellos no vivían en el 11B. Ese era un apartamento que tenían en
arriendo. La familia vivía en el 11C, que quedaba justo cruzando el pasillo.
Cuando ocurrió lo que nadie sabía explicar, los hombres de la familia habían
estado revisando cuales eran los arreglos que habría que hacerle al lugar para
por fin poderlo alquilar.
Los inquilinos más viejos se acordaban de ellos
cuando habían llegado al edificio, hacía apenas unos cinco años. Eran de esa
gente feliz, de esos que viven saludando y con una gran sonrisa en la boca.
Eran amables como pocos e incluso invitaron a una pequeña fiesta cuando se
mudaron. Ese día fue en el que empezó todo pues el 11B era el lugar elegido
para la fiesta en medio de la tarde. Por piso edificio tenía solo tres
apartamentos, así que cada uno era bastante grande y con varios cuartos y
pasillos. Esto era porque era un edificio de los viejos, de los que ya no se
hacen y por eso la familia quiso reformar para poder alquilar.
En todo caso eso nunca llegó a ningún lado y
hoy el 11B sigue igual o peor de derruido que siempre. En la fiesta de
bienvenida pasó lo primero: según una de las niñas de los vecinos, ella jugaba
en un cuarto con otros niños y entonces empezó a sentirse rara. La mamá le
preguntó si había tenido dolor de estomago o mareo y le dijo que era otra cosa,
más difícil de explicar. El caso es que juró haber visto algo así como una mancha
moviéndose por la pared y entonces una raja empezó a aparecer allí frente a
ella, una grieta enorme que casi parte la pared en dos.
La alegre familia se dio cuenta entonces que
tenía un reto más que grande encima, puesto que el edificio entero parecía
tener problemas estructurales. La niña obviamente estaba muerta de miedo pero
nadie le dio mayor importancia a lo sucedido. Y entonces empezó todo de verdad:
los niños de la familia sintieron algo que los acosaba de noche, que los tocaba
y los empujaba y a veces los halaba. Las luces se prendían o apagaban cuando
querían, el agua a veces se comportaba extraña. Fue la madre la que dijo haber
visto gotas flotando en el baño.
Pero de esto solo hablaron después, en los
pocos días que hubo entre el accidente del padre y la salida definitiva del
edificio. Fueron la madre y la hija mayor las que hablaron al respecto pues
sentían que debían hacerlo ya que sus mentes estaban demasiado torturadas,
necesitaban hablar de todo lo que habían visto o enloquecerían. Además, ninguno
de los hombres estaba en condición de decir nada.
Esto lo hablaron con algunas personas de
confianza y fueron ellos quienes pasaron la información a los medios y a otras
personas, así que jamás se podrá estar muy seguro de la veracidad de todo.
Incluso si la madre y la hija sí hubiesen dicho esas cosas, habría que creerles
y eso ya era una tarea monumental pues lo que decían no tenía ningún sentido.
Se les preguntó porque nunca denunciaron o porque simplemente no se fueron
antes y ellas respondieron que siempre pensaron que todo eso pasaría y que
podrían haber sido ideas de ellas.
Pero entonces las imágenes que se veían, las
respiraciones, los gritos lejanos y demás, empezaron a ser más y más frecuentes
e incluso la familia decía que los notaba desde su apartamento. Era como una
energía oscura, algo muy extraño que parecía tener la cualidad de atraerlos de
una manera que los hacía sentir enfermos pero casi lujuriosos de ver que era lo
que sucedía en el 11B. Por eso los hombres decidieron ir a arreglar en medio de
la noche, algo a lo que nadie nunca le encontró una explicación que tuviese el
mínimo sentido.
Se supone que querían arreglar las conexiones
eléctricas y por eso el padre se quedó en la sala desarmando varios enchufes y
el hijo fue a la cocina a hacer funcionar la lavadora y la nevera. Al comienzo,
no pasó nada y todo empezó a funcionar como debía. Pero cuando estaban
celebrando con gritos de jubilo, las luces se apagaron en todos lados excepto
donde cada uno estaba. Entonces empezaron los ruidos en la cocina. Las puertas
de la alacena se abrían, caían al suelo sin hacer ruido y el chico veía adentro
serpientes y arañas y demás criaturas horribles. Con otro estruendo, el piso
cedió y media nevera se incrustó en el piso.
Entonces fue que vio unos ojos amarillos en un
rincón oscuro y ese oven gritó como jamás nadie volvió a gritar en el mundo. Su
sangre hirvió y lo ayudó a correr hasta la sala por entre la oscuridad, en la
que sintió manos y piernas y voces que le decían cosas que jamás podría
repetir. Cuando llegó a su padre, este ya estaba como congelado frente a la
puerta. El cuerpo tenía las manos extendidas y en la puerta había arañazos. Su
padre se veía tensionado y entonces fue que puso ver que los ojos todavía se
movían. Lo hacían con velocidad, rápidamente y como alertando de algo que
venía.
Y entonces el muchacho se dio la vuelta y no
se sabe más. Al menos no de parte de ninguno de ellos. Las mujeres, madre e
hija, y los dos otros niños pequeños, escucharon desde el 11C un estruendo
enorme como si algo se hubiese derrumbado al otro lado de la puerta. Pero
cuando abrieron para ver que pasaba, encontraron que la puerta del 11B había
volado del marco y solo estaban allí el padre petrificado y el hijo muerto del
susto, temblando.
Las mujeres hablaron solo una vez y después no
se les vio más. A las dos semanas se fueron de la ciudad con el hijo que
todavía no podía pronunciar palabra. Y el apartamento sigue allí. El 11B sigue
produciendo ruidos y ocurrencias extrañas que solo los niños metiches ven y
luego no saben como manejar. Y también está el 11C y su desolación máxima, pues
todo sigue allí tal cual lo dejaron. De hecho, hay algo que cambió. Y es que lo
que sea que hay en el 11B, terminó pasando el pasillo y conquistó el territorio
de la que alguna vez fue una familia feliz.
domingo, 28 de febrero de 2016
Eras tú
Estabas de espaldas y por eso no fue fácil
reconocerte. La clave fue reconocer el suéter que tenías puesto, el que
compraste ese día que fuimos juntos a comprar ropa. Ese día, tu no parabas de
hablar y creo que era una manera de decirme que no querías hablar de lo otro,
de nuestra inminente separación. No entendías, ni tratabas de hacerlo, que yo
no me iba por decisión propia. Al fin y al cabo éramos niños todavía. Estábamos
entrando a la adolescencia pero tu de eso no querías saber nada. Querías que me
quedara y tu manera de decirlo fue hablar y hablar y hablar, pues si seguías
sin parar yo no tendría oportunidad de escapar de ti. Eras joven y no entendías
que eso no era amistad, era algo distinto.
Ese día me pediste todo el día y te lo
concedí. Me hablaste de tus planes a futuro, como si fueras un gran empresario,
y me explicaste que el negocio del yogur helado era cada vez más rentable. No
sé si te diste cuenta pero yo sonreí varias veces pero no porque me dieras
ganar de reír sino porque te admiraba de verdad. Estabas convencido de todo lo
que decías, lo anunciabas todo con tanto empeño y claridad, estabas seguro de
tu futuro éxito y querías que todo el mundo supiera. Sin embargo, creo que no
te dabas cuenta que también era obvio que te sentías solo, que tu casa no era
el lugar donde te gustaba estar y que cuando me besaste al despedirnos sentí
tus labios temblar.
Eras un niño en esa época y hoy lo sigues
siendo. Cuando me miras de frente, por fin, sé quién eres pero tu no te
acuerdas de mi. En tus ojos no veo ninguna chispa, ningún asomo de asombro o de
sorpresa. Están apagados pero tan brillantes y grandes como siempre. Los tienes
un poco cansados, debe ser por el trabajo porque te convertiste en ese hombre
de negocios que siempre quisiste ser. No me sorprende que hayas seguido tus
sueños, pues siempre tuviste empuje, siempre quisiste más de todo. Tu ambición
por ser mejor la reconocí en ese tiempo y ahora me haces ver que no me
equivocaba.
No me reconoces y lo entiendo. Sabes que me
fui hace tanto tiempo y que lloraste y estuviste mal por muchos meses hasta que
te diste cuenta que la situación no iba a cambiar por mucho que dejaras los
ojos en la almohada. Éramos niños cuando nos conocimos pero creo que fuiste el
primero en convertirse en hombre y lo hiciste cuando me dejaste en el pasado.
Tu vida después, no me la sé muy bien. Sin embargo, nunca supiste que eras
observado por ojos que sabían que habías sido mi mejor amigo y ellos me
informaban, cada mucho, como estabas y que hacías. Si tu supieras todo esto de
pronto te escandalizaría, te asustarías y saldrías corriendo de mi presencia. Y
sin embargo me das la mano y me hablas de tu negocio y no parece que sepas
quién soy.
Tu no sabes que cuando cambié de ciudad, en
ese entonces, también cambié de vida y de manera de ver el mundo. Tu lo pasabas
bien, lo supe. Tuviste varias novias y eras un galán con todas las chicas del
colegio. Te convertiste en un casanova y, en palabras de otros que no nombraré,
en el chico más guapo de nuestra secundaria. No supe más de ti hasta la
graduación. Salías sonriente, feliz, en la foto que te tomaron a la salida de
la ceremonia. Nunca supiste que la mía fue un año después, ya que tuve que
repetir un año escolar por bajo rendimiento. Fue así que dejaste de estar en mi
vida, ya no eras alguien de quién quisiera saber nada pues estábamos ya muy
lejos y muy adelante para alcanzarte, si es que de eso se trataba. Dolió mucho
pero creo que tu, mejor que nadie, lo entenderías.
Y ahora estás aquí. Me hablas de cómo quieres
expandir tu marca por toda la ciudad. Ya tienes tres ubicaciones de tu famoso
yogurt helado, con el que revolucionaste el comercio local y ahora quieres
hacerlo más grande y mejor. Viniste a esta firma de publicidad y te encontraste
conmigo pero no sabes quién soy y, ahora, viéndonos todos los días, no veo
cambio en tus ojos y sé que simplemente esos tiempos quedaron en el pasado. Me
pasas informes y propuestas y te explico que puede ir bien para tu producto y
para el tipo de comercio que buscas tener. Me miras a los ojos y me hablas, con
una pasión que me hace sentirme abrazado, del esfuerzo que te ha tomado
construir tu pequeño imperio y de las grandes ambiciones que tienes para él. Me
preguntas si es posible y te digo que todo lo es.
El contrato de asesoría es por un año y se
puede renovar si el cliente lo desea. Ya han pasado seis meses y tu no pareces
querer renovarlo. Sí, también pienso que ya tienes suficiente y que podrías
lanzarte a la aventura así nada más pero tienes que saber que me encantaría seguirte
viendo dos veces a la semana. Me hablas y me hablas, como ese último día y no
tienes ni idea. En tus ojos no hay indicio, ni en tu cuerpo ni en tu voz ni en
ninguna parte. No sabes quién soy y duele mucho pues eres una visión de un
tiempo más fácil, de una época más fresca y menos difícil. Eres casi como un
espejismo que no quiere desaparecer.
Otro mes se evapora y casi quisiera que
rogaras por la renovación del contrato. Debes saber que se haría en un abrir y
cerrar de ojos, de manera rápida y especial solo para ti. El otro día, no sé si
te fijaste, me cogiste la mano para enseñarme como dibujar el logo de empresa.
Si alguna vez has visto un rojo tan brillante en tu vida, dímelo. Al parecer tampoco notaste mis palpitaciones
y como mi mano empezó a sudar ligeramente.
Tenías un desastre ambulante en frente y no te diste cuenta. Hubieses
podido decir algo justo entonces, hubieses podido sorprenderme con alguna
revelación fantástica pero no hiciste nada. Solo me hiciste dibujar y luego te
alejaste.
Es difícil. Los días pasan tan rápidamente
como si alguien los quemara en las hornillas de la vida y todos ellos se
convierten en un polvo que nadie puede retener. Todo va tan rápido, todo se
mueve tan deprisa que creo que incluso tu quisiera que el mundo se detuviese
por un momento para poder respirar y ver el entorno. Incluso tu quisieras
caminar descalzo por un prado, en la parte alta de una colina, y ver el campo
desde allí. Incluso tu quisieras ver la calma de lo que alguna vez fue o lo que
pudo haber sido. Lo último es menos probable, seguro eres menos susceptible al
pasado que la mayoría, porque te ves fuerte, con una voluntad férrea que
encanta y a la vez intimida un poco. Sabes que eres cautivador, es fácil darse
cuenta de ello. Te queda mucho todavía de aquel joven casanova.
Solo falta un mes y el contrato se termina.
Los últimos días se ponen lentos, como si el tiempo mismo quisiera torturar a
las almas perdidas, a aquellos que no saben si arriba es arriba o abajo es
abajo. Ese cambio de ritmo casi duele en los huesos y es entonces que por fin
aparece una señal en tus ojos. Pero no es la que se buscaba. Es un brillo de
tristeza, de miedo. Uno de esos días, de los últimos, me confiesas que temes
que todo fracase, me confiesas que tu miedo es por tu empresa, por los años que
has trabajado por todo lo que tienes y que tal vez pueda desaparecer en
cualquier momento. Dices estar feliz con lo logrado pero también que no quieres
perder ninguna parte de la esencia de lo que eres al crecer, al expandir lo que
requiere más espacio para crecer.
Sientes una de mis manos sobre tu hombro y
escuchas, con calma, como tu empresa va
a ser un éxito en el mercado. En apenas una semana se acaba nuestro contrato y escuchas
como los planes que hemos estado elaborando ya están dando sus primeros frutos.
Todo está listo para que crezcas, para que sepas lo que es ser un empresario
envidiado, exitoso de verdad. Escuchas, sonriendo, los ánimos y buenos deseos
que la compañía tiene para ti, pero no escuchas nada que venga de mi porque eso
no importa. Sientes que la mano se retira y la conexión se rompe. Aunque no lo
del todo, pues en ese preciso momento me miras y sabes quién soy. Lo sabes todo
y puede que lo hayas sabido desde siempre. Tus ojos se ven como cuando éramos jóvenes
y por un momento eres ese niño con una idea y con una ambición más grande que
el cuerpo.
El contrato termina. Cada uno por su lado. Tu
te vas a tus cosas, a tu empresa y a tus planes de comerte el mundo. No lo
sabes pero serás un gran personaje, uno de esos pocos que la gente de verdad
admira y respeta. Ya eres una persona querida pero lo serás mucho más. Y no
sabes que una de esas personas que te quiere estuvo tan cerca de ti todo este
tiempo.
Pero a decir verdad, yo a ti no te quiero.
Porque creo que siempre te he amado.
miércoles, 16 de diciembre de 2015
Tatuajes
Nunca hubiese pensado que terminaría en la
cama con él y mucho menos que me obsesionaría con algo tan típico hoy en día
como sus tatuajes. Había visto otros antes, yo no tenía ninguno. Me parecían,
en general, intrigantes pero nada que me volviera loco al instante o que me
causara una respuesta demasiado obvia. Pero esta vez, por alguna razón, fue
diferente. No sé si fue por la espontaneidad del descubrimiento, la simetría,
el cuerpo del individuo o el hecho de que sentía haber cruzado una frontera que
no debía o que no era mi deber cruzar.
El caso es que cuando le ayudé a quitarse la
camiseta esa noche, mis ojos quedaron prendados al instante del tatuaje en su
costado derecho. A pesar de tener un cuerpo perfecto y de ser una persona que
sentía que yo no merecía, olvidé todo eso por esa noche y me fijé solo en la
tinta en su cuerpo. En el lado derecho, sobre el costado de la caja torácica,
tenía un símbolo tatuado muy simple pero del tamaño preciso y como si hubiese
sido escrito en su piel con pluma.
No sé si él se dio cuenta, pero me pasé un
buen rato besando su costado, pasando mi lengua sobre el tatuaje como si con
eso fuese a absorber el conocimiento de lo que significaba el símbolo. Era algo
tan simple, con un significado seguramente igual de simple, pero a mi eso me
daba exactamente igual: en su cuerpo, en ese momento, después de ver sus
delicados ojos cerrarse por el placer, ese tatuaje tan tonto era una revelación
para mi.
Para que no pareciera aburrido o que no sabía
hacer nada más sino besar un costado de su cuerpo, me trasladé lentamente al
otro costado. A él parecía no importarlo y fue en un momento, mirándolo, que me
di cuenta que esos besos a él le gustaban más que a la mayoría de los hombres.
Esos ojos cerrados indicaban una sensibilidad que no todo el mundo tenía, pues
muchos preferían ir directo a cosas más obvias, ya vistas miles de veces en
películas pornográficas. Estos besos no eran así.
Cuando llegué al otro costado no pude evitar
sonreír. Había otro tatuaje, del mismo tamaño que el anterior. La diferencia
estaba en que este tenía un diseño un poco más complejo y tenía color. Además,
para mi alegría, lo reconocí al instante. Creo que por eso dejé su cuerpo un
momento y me dediqué a besarlo a él. Sentí una conexión que iba más allá de
solo la relación sexual que estábamos teniendo o a punto de tener. Él era como
yo, es decir, tenía gustos como los míos. Ese tatuaje me había transportado a
mi infancia por ser el símbolo de un videojuego, por ser una marca en su cuerpo
del tiempo y de la inocencia. Casi nos quedamos sin aliento después de besarnos
entonces.
Muchas veces es torpe cuando se llega a
quitarle el pantalón a alguien, a menos que ya no lo tenga. Pero en ese
momento, por alguna razón, nuestros ojos quedaron enganchados y mis manos
siguieron haciendo lo que querían, despojándolo a él, con habilidad, de unos
jeans de esos que se usan hoy en día, con la bota apretada y todo apretado.
Cuando dejamos de mirarnos, se los quité con
fuerza y entonces descubrí un tercer tatuaje. En ese momento ignoré sus tiernos
pero sexis calzoncillos blancos. Decidí que era más interesante ese pez japonés
que le trepaba el gemelo izquierdo, debajo de los poquísimos vellos que tenía.
Mis manos, de nuevo, empezaron a actuar solas, independientes de mis ojos que
no podían de mirar a ese pez y su curvatura, como parecía desaparecer detrás de
esa pierna torneada, como parecía estar vivo con esos colores brillantes y
hermosos.
Mientras tanto mis manos lo tocaban todo pero
yo seguía con la vista en su pierna. No sé si él se dio cuenta porque yo para
ese punto había dejado de mirarlo a él. Ya no me importaba si se daba cuenta
que su piel, que sus tatuajes mejor dicho, me obsesionaban y que hubiese podido
quedarme esa y muchas noches más admirando cada milímetro de su cuerpo que
estuviese cubierto por tinta.
Le besé las piernas, le masajee los pies y las
piernas y volví cerca de él y de su boca. Su sabor era verdaderamente único y sumaba un detalle
más, algo que simplemente mejoraba todo lo que acababa de ver. Este tipo tenía
una cuerpo increíble, era alto, tenía una cara perfecta y sin embargo estaba
allí, conmigo y mi cuerpo que no tenía nada que ver con el suyo. Mientras nos
besábamos me molestaba que el trataba de tocar mi cuerpo pero se encontraba con
que yo no era como él y por un momento me di cuenta que se abstuvo de seguir
explorando.
No separamos de nuevo y pensé que debía hacer
lo que habíamos venido a hacer. Se podían hacer muchas cosas antes del sexo
como tal pero si no se hacía siempre habría un cierto nivel de decepción, como
cuando vas a un matrimonio y no hay pastel o te celebran tu cumpleaños y no hay
regalos. Es incompleto. No quiero decir que siempre tenga que ser una
experiencia completa pero es mucho más placentera si lo es.
Bajé entonces a sus calzoncillos, que me
hicieron sonreír, y empecé a bajarlos cuando vi otro tatuaje más. Era como
estar en una isla del tesoro y descubrir que no había una solo punto marcado
con una X sino mucho más, y todo con premio. Debajo del elástico del calzoncillo
estaba su nombre. Quise reír porque me pareció curioso y también porque no
conocía más de él que su nombre. Nunca me había molestado en averiguar más.
Y sin embargo allí estábamos, yo a sus pies y
él con una respiración rítmica, que aumentaba cada vez que besaba su tatuaje.
Después terminé de bajarle los calzoncillos. En esa zona, como es de esperarse,
me tomé el tiempo aunque debo decir que casi todo el tiempo estuve pensando en
los tatuajes que había visto y en lo extraño que era que alguien pudiera tener
tanta tinta en el cuerpo y no se le notara nunca. Era como si vistiera debajo
de la ropa el uniforme de un superhéroe. Era el mismo nivel de poder, al menos
para mi.
Se podría decir que en mi mundo, hay hombres,
claro, pero están divididos en grupos y niveles, otros siendo claramente mejor
que otros a los ojos de la humanidad en general. Los hombres con tatuajes
siempre eran más sensuales, más atrevidos, más salvajes y él no parecía ser la
excepción, menos aún cuando podía ver con facilidad como su espalda se arqueaba
con cualquier roce de la piel, haciendo brillar sus tatuajes con la luz ideal.
Después de un rato nos besamos de nuevo. Fue
en ese momento en que él quiso, y lo dijo con su boca y no con su cuerpo, que
yo también me quitase la ropa. La luz era tenue pero no lo suficiente, no como
me gustaba a mi que era casi a oscuras. Pero me quité todo nada más para
complacerlo pues era lo justo. Al fin y al cabo había disfrutado su cuerpo por
un buen rato antes y hubiese sido muy injusto de mi parte decirle que no a
cualquier cosa que quisiera. Su deseo debía ser concedido.
Como para evitar comentarios o que mirara más
de la cuenta, le pedí que se pusiera de espaldas para apreciar el resto de su
cuerpo. No fue sorpresa que debajo de la nuca tuviese otro tatuaje, esta vez un
símbolo tribal en forma de ave. Lo besé, pero por alguna razón no tuvo el mismo
encanto que los otros, parecía algo puesto allí por su yo inseguro, su
adolescente que había pedido el mismo tatuaje que otros se habían hecho
millones de veces antes.
El resto de su cuerpo posterior estaba
inmaculado, solo el ave y un pedacito del pez de la pierna rompían la blancura
de su piel, cubierta en partes por pecas y en otras por vellos muy finos y casi
inexistentes. Le besé la espalda y me sorprendió oírlo gemir. No sé si fue
cruel de mi parte, pero me interrumpí en un momento y le pregunté porque no
tenía un tatuaje en la espalda baja. Él se rió y solo dijo que yo debería
ayudarle a conseguir el diseño ideal.
Esa propuesta me sonó a
reto y, durante el resto de la noche, imaginé qué podría irle bien en esa zona,
tan delicada y suave y torneada como el resto de su cuerpo que era simplemente
perfecto.
Lo hicimos todo y cuando terminamos, cuando
nos poníamos la ropa, él me dijo que debería hacerme un tatuaje también. Según
él había muchos lugares donde se verían bien. Distraído, le dije que
seguramente habían muchos artistas excelentes en ese mundo pero él sonrió y me
explicó que lo que quería decir era que mi cuerpo le encantaba y que un
tatuaje lo adornaría perfectamente.
Al instante me sonrojé. Nos besamos y nos
separamos y yo me di cuenta que no le creí lo que había dicho, ni una cosa ni la otra, pues nunca creía
en los halagos de ese tipo. Pero de todas maneras me produjo una sonrisa que se
mantuvo varios días en mi rostro y que le agradecí en secreto.
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