El tacto siempre ha
sido mi sentido favorito. Me encanta como se siente el pasto bajo mis pies, como se siente pasar mi
mano sobre la piel de alguien más o como se siente la respiración de otra
persona en mi propia piel. Todo eso siempre me ha fascinado y no quiero decir
solo porque me guste sino porque me encanta saber todos los detalles de cómo y
porqué respiramos, como se comporta la piel y como todos somos susceptibles a
ello. Sería horrible perder el sentido del tacto, que es el que más usamos
junto con la vista y, en menor medida, el oído. Para mi todo siempre ha estado
en el tacto, en como las personas se pueden comunicar, sutilmente o no, a
través de algo tan simple como tocar a alguien más o tocar algo para que otros
vean el significado.
Eso sí, aclaro siempre, que no soy experto en
toca ni mucho menos. Soy solo una persona que a veces ansía el tacto de otro
ser humano y por eso me la paso pensando lo bien que se siente cuando alguien
sabe besar o sabe abrazar. Todo el mundo relaciona estas actividades al amor y
la verdad es que el amor poco o nada tiene que ver. Así como no hay que haber
estudiado arte para dibujar, tampoco hay que estar sumido en un romance de lo
más tórrido para saber besar y comunicar algo con ese beso o con ese abrazo.
Son simples interacciones entre seres humanos que acaban siendo de máxima
importancia para poder dar pasos en una dirección deseada, cosa que cambia
según el o la implicada.
Recuerdo, y creo que todos recuerdan, su
primer beso. Yo tengo dos historias, como creo que todos tenemos, pues la
primera vez en mi vida fue un juego de niños que lo único que cambió fue como
percibía a las niñas en ese preciso instante del mundo. Después, debo decir que
se me olvidó toda recolección al respecto hasta años después, cuando lo vivido
se había convertido ya en solo un recuerdo sin mayor trascendencia. Sin embargo
para ese niño de unos siete u ocho años, ese preciso momento fue casi
eléctrico. No solo por la sorpresa, porque fue un beso salido de la nada, sino
también porque en ese momento de la vida de todo niño un beso con una niña no
es especialmente llamativo sino algo que quieres evitar. Así que creo que por
eso nunca volví a pensar en ello.
Caminando por la playa o posando mis pies
sobre el frío suelo de parquet del sitio donde vivo hoy y ahora, recuerdo
también ese otro momento de mi pasado que cuento como el primer beso
intencional de mi vida. La verdad fue algo… algo húmedo, podríamos decir. Él
era muy lindo, muy amable y muy particular y me invito a un beso justo antes de
separarnos, al final de nuestra primera o segunda cita. Fue en un callejón
peatonal algo oscuro, con árboles pequeños a un lado y otro. En ese momento, a
diferencia del anterior, mi vida cambió. Ese besó me gustó tanto que me
certificó mi gusto por el tacto y por los hombres.
Esa risa tonta, la que todos conocemos, se me
pegó como una infección difícil de quitar de encima. Pero no digo infección
como si fuese algo malo sino como algo que simplemente no se podía quitar con
nada y, al cabo de un tiempo, me di cuenta que era mejor no quitármelo de
encima. Esa sonrisita tonta es algo que hoy me fascina pues es en ese entonces
esa sonrisa tan particular era sinónimo de mi inocencia y de los poquísimos
pasos que había dado en el fantástico mundo del amor y sus vertientes. La
verdad, no sé decir si estuve enamorado en ese momento. Fue hace mucho y era
otra persona. Pero me gusta pensar que fue mi mejor versión la que tuvo esa
sonrisa en la cara, quién vivió esos momentos tan especiales e irrepetibles.
Ese beso lo tengo tatuado en la memoria porque
fue tacto, fue información impresa en mi mente para siempre. Lo mismo pasa con
mi primera experiencia sexual, casualmente con la misma persona. Recuerdo todo
como si lo pudiera ver en mi cabeza una y otra vez como un video. Pero lo que
me hace recordar todo es lo que sentí. Lo tengo mejor guardado que otros
recuerdos similares seguramente porque fue algo tan especial, tan nuevo. Y no
es que idealice nada y crea que todo fue excelente, nada de eso. Pero sí fue la
primera vez y fue una entrada sutil y muy alegre y optimista a un mundo de
experiencias de las que tomaría nota como ahora.
Pero no todo es amor. Es difícil recordar las
primeras veces que caminamos o la primera vez que comimos algo muy particular.
Lamentablemente la memoria humana no es tan buena como para recordar tantas
cosas con tanto detalle. Pero hay experiencias que vivimos a diario que
guardamos y atesoramos como si fueran únicas e irrepetibles, tal vez porque lo
son. Algo tan simple como, después de mucho tiempo, poder quitarte los zapatos
y caminar por arena en una playa. El arena tiene tantas consistencias y formas
que cada playa puede ser recordada con facilidad por esas percepciones táctiles
particulares: muchas piedras, conchitas, muy fina, muy caliente, muy húmeda,… Y
así.
El viento, en cambio, lo he percibido siempre
igual. Recuerdo haber ido a las ruinas de un castillo, ubicadas en la parte
alta de una colina empinada, y como se sentía el viento en mi cara. Era no solo
frío sino húmedo y parecía que pesaba. No hacía calor pero se sentía en el aire
que el clima quería mejorar e iba a mejorar. Se sentía en el aire, tal vez,
algo de cómo se habían sentido las personas que habían vivido en aquel lugar,
con el viento viniendo del mar de manera tan directa pero siempre con cierta
personalidad, si se le puede decir así. En otros lugares, en cambio, el viento
es limpio y parece ser casi imperceptible. Es más, se siente como si te
limpiase suavemente.
El agua también es especial en mi mente, tal
vez porque desde siempre me ha gustado nadar. Atención, digo nadar como nada
cualquiera y no profesionalmente ni nada parecido. No soy nadador ni me veo
como uno pero disfruto, sin duda, estar rodeado de agua. Recuerdo, porque no
está tan próximo, que el mar tiene esa particularidad de hacerte sentir tan
pequeño como eres. Cuando tu cuerpo entra y te alejas de la orilla, sientes que
algo más allá de tu cuerpo te envuelve y parece querer quedarse contigo para
siempre y la verdad es que, hasta cierto punto, estás dispuesto a quedarte allí
y sentir como el agua parece pegarse a tu cuerpo, como si no te quisiera dejar
ir nunca. Eso siento yo al menos.
No sé porque el agua me
devolvió a los besos. De pronto los tengo en la mente porque necesito uno o
porque me intrigan de sobre manera. Si nos ponemos a pensar, y no hay que tener
la experiencia de la vida para esto, todo el mundo besa de forma diferente.
Esto es porque todos tenemos experiencias distintas pero también porque
nuestros labios y nuestra piel percibir el placer de besar de forma ligeramente
distinta. Por eso hay quienes gustan de besos más “elaborados” que otros y hay
gente que le gustan los besos como son, sin adornos. El mejor beso de mi vida?
Difícil decisión porqué depende de lo que estaba sintiendo en el momento. Pero
al menos no he conocido muchas personas que no sepan hacerlo.
Sin embargo, esto nos ayuda para pasar a un
tema básico al hablar del tacto y es que no todo nos gusta. Hay abrazos mal
dados, hay gente que no sabe dar la mano o simplemente experiencia que
quisiéramos nunca haber vivido. Por ejemplo, yo odio tocar tela de araña. De
pronto porque esos animales me ponen nervioso, pero también porque como lo
siento no me gusta y me saca de mi estabilidad por un momento. Besos mal dados
los he tenido, particularmente recuerdo a un tipo que parecía querer comerse la
cara de alguien cuando besaba. Creo yo que estaba tan obsesionado por terminar
que ni siquiera sabía como empezar. Ese es un error típico pero no debería
serlo si aprendemos a sentir.
Con esto último quiero decir que deberíamos
tomarnos el tiempo, todos los días, de ser consientes de lo que hacemos con
nuestra piel, de poner atención a si nos gusta o no y como se siente. Solo
sabiendo esto podremos saber quienes somos de una manera algo más completa.
Obviamente que no todo es tacto y hay mucho más en el mundo para formarnos una
idea de lo que hay y de lo que somos pero creo que es una buena manera de
empezar. El tacto brinda cierta inmediatez porque siempre está ahí, activo y
pendiente de lo que esté ocurriendo. Mucha gente cierra los ojos al besar e
incluso dejar de oír y oler el mundo. Pero nadie puede dejar de sentir por
voluntad propia y ese es un milagro a agradecer.