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viernes, 8 de febrero de 2019

Rompecabezas


   Abrazarlo así tan de repente causó en mi un efecto que no había esperado. Cuando me acerqué, lo hice lo más lentamente posible. Es decir que casi corrí hacia él. No tenía los brazos abiertos, pero para cualquier buen espectador todo lo que pasaba hubiese sido obvio. Fui el primero en estar allí, poco después de que el helicóptero aterrizara. Sabía que había sido un vuelo largo,  debía de estar cansado y seguramente no tenía muchas ganas de ver a nadie. La verdad es que yo no sabía qué pensar.

 Creo que precisamente por eso fue que me abalancé sobre él. Me acerqué rápidamente y simplemente lo abracé, como sólo una vez lo hice en todos los años en los que habíamos trabajado juntos. Pero esta vez fue diferente. No sólo por la manera en la que me aproximé, sino por la manera en la que él me respondió. Porque lo que sucedió fue que correspondió mi abrazo. Me apretó fuerte contra sí mismo y eso hizo que pudiese sentir su aroma, que desde hacía muchos años había aprendido a reconocer.

 Hundí suavemente mi nariz en la cobija que le habían dado en el helicóptero, la misma que cubría su cuerpo todavía sucio y oliendo a algo parecido a la barbacoa. No sé cuánto tiempo duró ese abrazo, no sé cuánto tiempo estuve allí. La verdad es que ya no  sé nada. Lo único que sé de verdad es que no tuve el tiempo suficiente porque, una hora o dos después, ya estaba en mi casa. Estaba sentado solo en la oscuridad de mi sala, pensando en lo que había sucedido y en si de verdad había sucedido. No sabía nada.

 Por supuesto, ella estaba allí. Era imposible que no lo hubiera estado. Era la que más había acosado a los periodistas, la que los había hecho ir hasta esa base militar para que le tomaran fotos. Y así, según ella, la gente de toda la ciudad y del país podría ver lo que había sucedido. Para mí esas acciones eran una estupidez. No era un misterio para nadie que ella me parecía una mujer muy simple, una de esas que esas que son académicamente superiores a la mayoría pero que, en el fondo, no tiene más que ofrecer sino ese vacío conocimiento.

 Me alegró ser el primero allí. Alegre de estar allí con él por algunos minutos, casi solos sobre ese muelle húmedo y frío. Me hizo recordar viejos tiempos o, mejor dicho, tiempos que habían pasado hacía muy poco. Cuando escuché sus tacones sobre el cemento supe que era hora de retirarme. Lo miré a los ojos y creo que él entendió lo que yo quería decir.  Sus ojos me miraron de vuelta, algo decepcionados pero también con un brillo nuevo, uno que jamás había visto en sus ojos. Tuve la sensación de que quería tenerme allí por más tiempo y creo que pude decirle, con la mirada, que yo también quería lo mismo.

Pero él acababa de llegar de una situación muy difícil.  Un secuestro no es algo fácil de sobrevivir y sobretodo cuando no tienen idea de cuándo van a soltarte, con que van a alimentarte o siquiera si van a tratarte como a un ser humano. Nunca se sabe. Yo estuve ahí el día que fue llamado a hacer su declaración oficial. Fui seleccionado como uno de los agentes que debían ser testigos ese día. Tengo que confesar que me gustó escuchar todo lo que había ocurrido de sus propios labios. Mejor así que leerlo en algún periódico.

 Por supuesto, ella también estaba allí. Siempre estaba allí, donde sea que él estuviera. Alguien me había dicho que había pasado la noche en su casa, que desde que había llegado se quedaba en su apartamento. Eso a mí no me constaba,  pero no podía juzgarlo ni decir nada acerca de ese tratamiento. Al fin y al cabo era un hombre adulto que debía tomar sus decisiones él mismo, no importaba en qué momento de su vida se encontrara. Y yo sabía muy bien que este no era el mejor momento para él.

 Todos escuchamos su testimonio en silencio. Se podía escuchar una mosca en la sala.  Su relato seguramente sería contado una y otra vez  en los tiempos venideros. Era todo muy emocionante al fin de cuentas: había sido secuestrado como agente encubierto durante una misión bastante arriesgada, había sido prisionero de sus captores por varios meses, trasladado de un lado a otro como si fuera una caja y  había sido liberado a través de una intervención militar que sólo ella había podido lograr.

 Creo que tal vez eso era lo que más me frustraba. Sabía que ella sería dueña de una parte de su vida por siempre. Él siempre sentiría que le debía algo, que le dio su vida. Y ante algo así, ¿qué se puede hacer? Al fin y al cabo jamás lo habíamos discutido de manera abierta. Todo lo que sentíamos, o mejor, lo que yo creía que compartíamos como sentimientos, habían sido cosas que ni siquiera habíamos hablado, que los dos solos suponíamos, que tal vez nos habíamos imaginado a raíz de todo.

 Tal vez era el trauma, tal vez el trabajo que nos estaba volviendo locos. No era algo fácil tratar con lo peor de lo peor, estar todo los días cerca de personas horribles capaces de hechos que una persona normal no creería posibles. Pero ahí estábamos nosotros, nuestro equipo completo, tratando de que esas amenazas a la vida de todos, dejaran de existir. Fue en algún momento durante todo eso cuando hicimos como si habláramos pero en verdad nunca lo hicimos. Nos mentimos a nosotros mismos sobre lo que sabíamos y lo que no, y ahora los dos teníamos miedo de hablar de aquello que era un misterio.

 Después de la audiencia, él se fue de manera apresurada. Obviamente se fue con ella, pero decidí no poner atención y seguir con mi trabajo. Pasaron dos meses y luego tres más. Nadie lo veía por ningún lado, pero nos decían que no había renunciado ni que había sido despedido. Algunos decían que lo único que quería era tomarse un tiempo. Nadie tenía idea de cuanto sería pero estaba claro que se trataba de un periodo largo. El tiempo pasaba y creo que todos lo extrañábamos más y más.

 Mi mayor sorpresa fue encontrarme con ella en la calle. Estaba completamente sola comprando ropa y con varias bolsas encima. La verdad es que, para ser exactos, no me encontré con ella. Lo que sucedió fue que la vi de lejos y decidí seguirla durante tal vez media hora. Iba de un lado al otro totalmente sola. Compró algunos pantalones en una tienda y después ropa interior sensual en otra. Eso me hizo hervir la sangre porque me hizo pensar en él. Por un momento pensé no seguirla más pero no lo podía dejar así.

 La dejé de seguir cuando entró un restaurante y se encontró allí con un hombre que yo no conocía. Era un tipo que, aunque suene gracioso, parecía ser su pareja perfecta. Y al parecer ellos mismos lo habían descubierto porque cuando se  vieron el uno al otro parecía que no podían quitarse las manos de encima. No sé porque sonreí en este momento o, mejor dicho, sabía muy bien porque lo hacía. Fue entonces cuando mis pies empezaron a caminar por sí mismos y me llevaron al lugar en el que necesitaba estar.

 Yo sabía muy bien dónde vivía pero nunca había ido al lugar. Una señora me dejó pasar  pensando que yo también vivía en el edificio.  Subí hasta el octavo piso y toqué su puerta. Me sorprendió que abriera tan rápido y es que se notaba que él mismo había acabado llegar. Su cara se iluminó al verme y la verdad es que la mía hizo lo mismo al verlo a él.  De nuevo, como en el puerto, nuestros cuerpos tomaron posesión de todo. Se encontraron el uno con el otro al instante. La única diferencia fue que esa vez se acercaron aún más.

 Esa misma noche me contó que estaba yendo al psicólogo. Al parecer tenía pesadillas muy graves y debía tomar medicamentos. Según me dijo, hacía mucho tiempo ya no vivía con ella. Se había dado cuenta que él no era la persona adecuada para ella. Así fue cómo empezamos a vernos más seguido, a veces para desayunar y otras veces para cenar. Lo acompañaba a la farmacia, al supermercado e incluso esperaba en la sala de espera de la psicóloga. Después de un tiempo, nos dimos cuenta que no tenía sentido vivir separados. La idea era poder oler su aroma, sin importar qué momento del día fuese. Nunca más tendríamos que preguntarnos qué pasaría si nos arriesgáramos.

jueves, 8 de octubre de 2015

El tacto

El tacto siempre ha sido mi sentido favorito. Me encanta como se siente el  pasto bajo mis pies, como se siente pasar mi mano sobre la piel de alguien más o como se siente la respiración de otra persona en mi propia piel. Todo eso siempre me ha fascinado y no quiero decir solo porque me guste sino porque me encanta saber todos los detalles de cómo y porqué respiramos, como se comporta la piel y como todos somos susceptibles a ello. Sería horrible perder el sentido del tacto, que es el que más usamos junto con la vista y, en menor medida, el oído. Para mi todo siempre ha estado en el tacto, en como las personas se pueden comunicar, sutilmente o no, a través de algo tan simple como tocar a alguien más o tocar algo para que otros vean el significado.

 Eso sí, aclaro siempre, que no soy experto en toca ni mucho menos. Soy solo una persona que a veces ansía el tacto de otro ser humano y por eso me la paso pensando lo bien que se siente cuando alguien sabe besar o sabe abrazar. Todo el mundo relaciona estas actividades al amor y la verdad es que el amor poco o nada tiene que ver. Así como no hay que haber estudiado arte para dibujar, tampoco hay que estar sumido en un romance de lo más tórrido para saber besar y comunicar algo con ese beso o con ese abrazo. Son simples interacciones entre seres humanos que acaban siendo de máxima importancia para poder dar pasos en una dirección deseada, cosa que cambia según el o la implicada.

 Recuerdo, y creo que todos recuerdan, su primer beso. Yo tengo dos historias, como creo que todos tenemos, pues la primera vez en mi vida fue un juego de niños que lo único que cambió fue como percibía a las niñas en ese preciso instante del mundo. Después, debo decir que se me olvidó toda recolección al respecto hasta años después, cuando lo vivido se había convertido ya en solo un recuerdo sin mayor trascendencia. Sin embargo para ese niño de unos siete u ocho años, ese preciso momento fue casi eléctrico. No solo por la sorpresa, porque fue un beso salido de la nada, sino también porque en ese momento de la vida de todo niño un beso con una niña no es especialmente llamativo sino algo que quieres evitar. Así que creo que por eso nunca volví a pensar en ello.

 Caminando por la playa o posando mis pies sobre el frío suelo de parquet del sitio donde vivo hoy y ahora, recuerdo también ese otro momento de mi pasado que cuento como el primer beso intencional de mi vida. La verdad fue algo… algo húmedo, podríamos decir. Él era muy lindo, muy amable y muy particular y me invito a un beso justo antes de separarnos, al final de nuestra primera o segunda cita. Fue en un callejón peatonal algo oscuro, con árboles pequeños a un lado y otro. En ese momento, a diferencia del anterior, mi vida cambió. Ese besó me gustó tanto que me certificó mi gusto por el tacto y por los hombres.

 Esa risa tonta, la que todos conocemos, se me pegó como una infección difícil de quitar de encima. Pero no digo infección como si fuese algo malo sino como algo que simplemente no se podía quitar con nada y, al cabo de un tiempo, me di cuenta que era mejor no quitármelo de encima. Esa sonrisita tonta es algo que hoy me fascina pues es en ese entonces esa sonrisa tan particular era sinónimo de mi inocencia y de los poquísimos pasos que había dado en el fantástico mundo del amor y sus vertientes. La verdad, no sé decir si estuve enamorado en ese momento. Fue hace mucho y era otra persona. Pero me gusta pensar que fue mi mejor versión la que tuvo esa sonrisa en la cara, quién vivió esos momentos tan especiales e irrepetibles.

 Ese beso lo tengo tatuado en la memoria porque fue tacto, fue información impresa en mi mente para siempre. Lo mismo pasa con mi primera experiencia sexual, casualmente con la misma persona. Recuerdo todo como si lo pudiera ver en mi cabeza una y otra vez como un video. Pero lo que me hace recordar todo es lo que sentí. Lo tengo mejor guardado que otros recuerdos similares seguramente porque fue algo tan especial, tan nuevo. Y no es que idealice nada y crea que todo fue excelente, nada de eso. Pero sí fue la primera vez y fue una entrada sutil y muy alegre y optimista a un mundo de experiencias de las que tomaría nota como ahora.

 Pero no todo es amor. Es difícil recordar las primeras veces que caminamos o la primera vez que comimos algo muy particular. Lamentablemente la memoria humana no es tan buena como para recordar tantas cosas con tanto detalle. Pero hay experiencias que vivimos a diario que guardamos y atesoramos como si fueran únicas e irrepetibles, tal vez porque lo son. Algo tan simple como, después de mucho tiempo, poder quitarte los zapatos y caminar por arena en una playa. El arena tiene tantas consistencias y formas que cada playa puede ser recordada con facilidad por esas percepciones táctiles particulares: muchas piedras, conchitas, muy fina, muy caliente, muy húmeda,… Y así.

 El viento, en cambio, lo he percibido siempre igual. Recuerdo haber ido a las ruinas de un castillo, ubicadas en la parte alta de una colina empinada, y como se sentía el viento en mi cara. Era no solo frío sino húmedo y parecía que pesaba. No hacía calor pero se sentía en el aire que el clima quería mejorar e iba a mejorar. Se sentía en el aire, tal vez, algo de cómo se habían sentido las personas que habían vivido en aquel lugar, con el viento viniendo del mar de manera tan directa pero siempre con cierta personalidad, si se le puede decir así. En otros lugares, en cambio, el viento es limpio y parece ser casi imperceptible. Es más, se siente como si te limpiase suavemente.

 El agua también es especial en mi mente, tal vez porque desde siempre me ha gustado nadar. Atención, digo nadar como nada cualquiera y no profesionalmente ni nada parecido. No soy nadador ni me veo como uno pero disfruto, sin duda, estar rodeado de agua. Recuerdo, porque no está tan próximo, que el mar tiene esa particularidad de hacerte sentir tan pequeño como eres. Cuando tu cuerpo entra y te alejas de la orilla, sientes que algo más allá de tu cuerpo te envuelve y parece querer quedarse contigo para siempre y la verdad es que, hasta cierto punto, estás dispuesto a quedarte allí y sentir como el agua parece pegarse a tu cuerpo, como si no te quisiera dejar ir nunca. Eso siento yo al menos.

No sé porque el agua me devolvió a los besos. De pronto los tengo en la mente porque necesito uno o porque me intrigan de sobre manera. Si nos ponemos a pensar, y no hay que tener la experiencia de la vida para esto, todo el mundo besa de forma diferente. Esto es porque todos tenemos experiencias distintas pero también porque nuestros labios y nuestra piel percibir el placer de besar de forma ligeramente distinta. Por eso hay quienes gustan de besos más “elaborados” que otros y hay gente que le gustan los besos como son, sin adornos. El mejor beso de mi vida? Difícil decisión porqué depende de lo que estaba sintiendo en el momento. Pero al menos no he conocido muchas personas que no sepan hacerlo.

 Sin embargo, esto nos ayuda para pasar a un tema básico al hablar del tacto y es que no todo nos gusta. Hay abrazos mal dados, hay gente que no sabe dar la mano o simplemente experiencia que quisiéramos nunca haber vivido. Por ejemplo, yo odio tocar tela de araña. De pronto porque esos animales me ponen nervioso, pero también porque como lo siento no me gusta y me saca de mi estabilidad por un momento. Besos mal dados los he tenido, particularmente recuerdo a un tipo que parecía querer comerse la cara de alguien cuando besaba. Creo yo que estaba tan obsesionado por terminar que ni siquiera sabía como empezar. Ese es un error típico pero no debería serlo si aprendemos a sentir.


 Con esto último quiero decir que deberíamos tomarnos el tiempo, todos los días, de ser consientes de lo que hacemos con nuestra piel, de poner atención a si nos gusta o no y como se siente. Solo sabiendo esto podremos saber quienes somos de una manera algo más completa. Obviamente que no todo es tacto y hay mucho más en el mundo para formarnos una idea de lo que hay y de lo que somos pero creo que es una buena manera de empezar. El tacto brinda cierta inmediatez porque siempre está ahí, activo y pendiente de lo que esté ocurriendo. Mucha gente cierra los ojos al besar e incluso dejar de oír y oler el mundo. Pero nadie puede dejar de sentir por voluntad propia y ese es un milagro a agradecer.