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martes, 5 de enero de 2016

Un momento

   Era de noche pero la oscuridad estaba lejos de ser total. Al fin y al cabo era el centro de la ciudad y no dejaba nunca de estar bien iluminado, como si las sombras perdidas en la oscuridad necesitaran algún tipo de competencia. Se podía oír el susurrar del viento frío del invierno, así como el agua goteando por todos lados. La lluvia había caído más temprano y había dejado charcos y humedad por doquier.

 El goteo fue apagado entonces por el rumor de unos pasos lejanos, que se fueron acercando al centro de la ciudad con bastante prisa. El sonido de los tacones sobre las piedras de las calles resonaba bastante por todos lados y era probable que más de una persona, medio dormida o noctambula, hubiese escuchado el ruido que había roto con la paz de la noche.

 La culpable era una mujer que llevaba un pequeño bolso en la mano, con la correa rota. Una de sus medias veladas tenía un par de agujeros y su maquillaje y cabello eran un caos. La mujer corrió varias calles hasta que se detuvo en la plaza principal y se dio cuenta donde estaba. Ella había estado tan distraída corriendo, escapando, que no se había dado ni cuenta hacia donde lo había hecho. Se dejó caer en el andén que enmarcaba la plaza y miro la torre del reloj que coronaba el edificio principal del lugar.

 El edificio estaba bien iluminado con una luz blanca que lo hacia parecer como si fuera más de lo que era. No era la residencia de un dios o de los ángeles, no eran una oficina de caridad o de ayuda a los desposeídos. Era solo un edificio que hoy era un museo pequeño y que otrora había jugado el papel de centro de recepción de esclavos traídos del Nuevo Mundo.

 No llegaban muchos pero los que se traían servían como servidumbre en casas de alta alcurnia o simplemente eran trabajadores en plantaciones nuevas en esa época como de naranjas u otros frutos traídos con ellos en los barcos. Por ese edificio, hoy tan decente y tan celestial, habían pasado personas al borde de la muerte que habían sido consideradas menos que los cultivos que iban a ayudar a crecer y a cuidar.

 La mujer miró por largo rato al edificio y luego a los otros inmuebles que enmarcaban la plaza. Era como si fuese la primera vez que estaba allí. Y casi lo era pues desde que había llegado a ese país, no había tenido mucha oportunidad de pasearse por sus calles o conocer las principales atracciones. Como los esclavos del pasado, ella también había llegado a un edificio, una casa de hecho, en la que la habían recibido y revisado para que desempeñara el trabajo del que hoy había huido.

 El nombre que le habían dado era Kenia, pero ella no venía de allí ni sabía nada de ese país. Sin embargo le habían dicho que siempre dijera ese nombre y no el que tenía de verdad porque con los clientes todo debía ser una fantasía, una charada tras otra, sin parar. Porque la verdad era que a ellos les daba igual si se llamaba Kenia, Jessica o Valeria. Ellos querían su cuerpo y por eso era que pagaban.

 Kenia, o como fuere que se llamase, sabía bien a lo que había venido cuando viajó desde su verdadero país y se instaló en esa bien iluminada y bien planeada ciudad europea.  Lo sabía todo y se había preparado para ello mentalmente aunque eso no quitaba que la primera vez fuese la más incomoda de su vida. Al mismo tiempo, había sido su primera vez con quien fuere y ella trató de no darle importancia pero ese evento siempre lo tiene, se quiera o no.

 Eso sí, después todo fue más fácil o al menos pasable. Había estado dos años trabajando y había visto de todo. Incluso la habían arrestado una vez pero la habían dejado ir gracias al idiota que la había contratado.

 Pero ella no quería quedarse ahí toda la vida. Aunque sabía lo que había venido a hacer, no había planeado hacerlo para siempre. Su plan consistía en trabajar lo suficiente para ganar un buen dinero y luego salirse de ese mundo y encontrar un trabajo decente, estudiar y luego, si fuese posible, tener una buena familia. En el mundo no tenía a nadie y eso había ayudado a su temeraria decisión.

 Se quitó los tacones y las medias y puso los pies con cuidado sobre el suelo empedrado de la plaza. Obviamente el suelo estaba algo sucio pero no le importaba, solo quería sentir algo de frío en sus adoloridos pies y así poder relajarse y quitarse de la cabeza todo lo que tenía para pensar.

 Se dio cuenta que era placentero estar en esa plaza sola, con las luces iluminándolo todo. Era como si la ciudad misma le diera a ella un regalo por su esfuerzo, como si todas las luces estuviesen encendidas solo para ella. Por un momento imaginó que era otra, que bailaba en una gran salón con muchos invitados, como las damas de las películas. Quería un vestido rojo y estar maquillada y peinada para la ocasión. Tener un compañero de baile decente e ideal, diferente a los hombres que conocía.

 Pero entonces la realidad rompió su fantasía y recordó que hombres como ese probablemente ni existían o al menos no en su mundo y era su mundo el que le debía de importar porque no había otro al que pudiese huir ahora mismo. No había nada para ella que no fuera la prostitución y eso lo sabía bien. Tenía deudas y estaba amarrada a lo que hacía y a todo lo que eso conllevaba. Soltarse, ser libre, no iba a ser jamás tan fácil como la gente podía pensarlo.

 Sacó de su bolso algo de papel higiénico y se limpio un pie y luego el otro, después poniéndolos de vuelta a los tacones pero sin medias. Se levantó torpemente sobre el suelo empedrado y empezó a caminar hacia una de las calles que salían de la plaza. Era la opuesta a la que había usado para entrar pero no lo había pensado siquiera. Solo quería seguir caminando para siempre, como si eso pudiese hacerse.

 Lo bueno, pensó, era que no estaba atrapada físicamente como muchas de las chicas que encerraban en casas y las habían trabajar hasta que las pobres eran victimas de algún crimen horrible o simplemente lo hacían hasta que escapaban de alguna manera y nunca más se las veía. Ella estaba segura de que las mataban y simplemente no se encontraban los cadáveres porque a nadie le interesaba buscar prostitutas muertas. Y si se les encontraba, no era algo para mostrar en los noticieros de la noche. País rico o país pobre, las cosas a veces no son tan distintas.

 Salió a una avenida y se dio cuenta que el autobús nocturno debía de estar circulando. Caminó hasta la parada más cercana y verificó si el servicio que pasaba le servía. Como le venía bien, se sentó a esperar. Cuando miró la publicidad que había a un lado de la parada, se dio cuenta lo mal que iba, el maquillaje por todos lados y el bolso roto, sin medias y la blusa con manchas. Sacó otro poco de papel y se quitó el maquillaje lo mejor que pudo, al menos para no parecer una maniática. Lo de la blusa era más difícil.

 Menos mal no era una noche fría porque había dejado su abrigo en donde el cliente y no pensaba nunca más ir adonde ese hombre. No solo uno de esos racistas que a la vez no lo son, sino que olía mal y no porque sudara ni nada parecido sino porque su olor como ser humano era inmundo. Su presencia podía pasar como la de un hombre de negocios respetable pero ella sabía que cualquiera se sorprendería con lo retorcido de su mente.

 Ella solo salió de allí apenas la bestia cayó después de terminar. La pobre mujer se limpió la cara y un poco el cuerpo antes de salir, asqueada de si misma y del hombre y de lo que hacía para poder vivir.

 Cuando el bus llegó por fin, ella pagó su pasaje con las monedas que tenía y entonces se dio cuenta que no había recibido el pago por estar con ese animal. Quiso golpearse a si misma mientras se sentaba en la parte trasera del bus, pero ya era muy tarde para eso. Ahora lo importante era ver que pasaría mañana, como haría para pagar sus cosas, el alquiler y todo lo demás. Además quería evitar el trabajo, al menos por un par de días, y eso también estaría complicado, viendo que daba su teléfono a los clientes que frecuentaba más a menudo.


 En su viaje a casa, que duró casi una hora, se dio cuenta que ese momento sola en la plaza había sido casi un milagro pues había podido soñar despierta y respirar al menos una vez, cosa que jamás había hecho en los dos años que llevaba en la ciudad. Trató de relajarse en el bus también pero no pudo, pues al ver a través del vidrio mojado hacia la oscuridad de la noche, solo podía ver sus errores, uno tras otro, y la promesa de que su vida no iba cambiar de la noche a la mañana.

domingo, 12 de julio de 2015

Pasar la noche

   Me levanté y lo primero que hice fue mirar a mi alrededor y darme cuenta de que no estaba en mi casa. Había pasado la noche allí cuando había dicho una y otra vez que no me iba a quedar y que solo venía a tomar una cerveza. Mi voluntad se estaba haciendo cada vez más débil y fácil de doblegar. Con solo un par de cervezas y algo de vodka, me había quedado y había cedido a en el apartamento del ex de mi mejor amigo. Y no solo eso. Él estaba profundamente dormido a mi lado y fue entonces que también me di cuenta que ninguno de los dos llevaba ropa. Estábamos completamente desnudos, compartiendo una cama en su casa. La cabeza me daba vueltas al tratar de recordar y de todas manera no había nada allí adentro que me pudiese explicar que hacía yo allí.

 Con el mayor cuidado del que fui capaz, levanté las cobijas y salí con suavidad. En efecto, no tenía nada de ropa y tuve que buscar a pasos silenciosos por toda la habitación. Así es: había ropa por todos lados, como si nos hubiésemos convertido en un ventilador gigante. Pero me rehusaba a creer que habíamos tenido relaciones sexuales. Es decir, yo solo había venido porque él siempre me había caído bien y había detestado la forma tan vulgar en la que mi mejor amigo lo había dejado así no más, sin explicación. Me había dado pesar y por eso fui a su casa a tomar la maldita cerveza que, para ese momento de la mañana siguiente, no tenía idea si me había tomado o no. Me puse los calzoncillos en silencio, tomé todo lo que vi mío rápidamente y me dirigí a la puerta.

 Pero entonces quedé de piedra. Las cosas eran más raras aún porque afuera había un grupo de personas, unas seis o siete, todas dormidas por el salón. Algunas estaban acostadas en el piso, otras sentadas dormidas en el sofá. Si no hubiese estado tan nervioso, me hubiese dado risa. Cerré la puerta de nuevo y medí mis posibilidades, tratando de ignorar el dolor de cabeza que se había empezado a asentar en mi mente. Podía quedarme allí, esperando a que se fueran pero podría pasar que no se fueran. Además quedarme en la habitación implicaba, en algún momento, hablar con Tomás y yo no tenía muchas ganas de hacer eso.

 Pero quienes eran los que estaban afuera? Abrí de nuevo la puerta para ver si reconocía a alguien pero no tenía ni idea de quienes podían ser esas personas. Supuse que eran amigos de Tomás, aunque en ese momento caí en cuenta que el apartamento tenía dos habitaciones así que podían ser amigos de quien quiera que viviera con él. Tal vez el compañero de Tomás había llegado luego de que ellos habían entrado a la habitación y empezó a tomar con amigos mientras Tomás y yo… Bueno, no sé que hicimos Tomás y yo pero ya tendría tiempo de pensar en eso. De tanto dar vueltas iba a hacer un hoyo en el piso. De hecho había hecho tanto ruido, que había despertado a Tomás.

Al comienzo me miró medio dormido y yo quedé congelado en el sitio donde me había visto pero entonces se incorporó un poco, sentándose en la cama. Sonrió sin decir nada y me dijo con la mayor tranquilidad: “Esos pantalones son míos”. En efecto me había puesto los jeans de él. Los míos estaban contra la puerta del baño. Era extraño que no me hubiese fijado porque Tomás tenía un cuerpo más esbelto que el mío y los jeans me apretaban pero supongo yo que de la preocupación, ni siquiera me había fijado bien en nada. Pero, respondiendo a su comentario, solo asentí y nada ms.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ien en nada. Pero, respondiendo a su comentario, solo asentijado porque Tom de la maendo una cama en su casa. La cabezás. Me quedé allí como estatua, sin ganas de quitarme los pantalones y ponerme los otros.

 Él, con total tranquilidad, se puso de pie y recogió mis pantalones. Desnudo como estaba, me los dio y yo sin decir nada me bajé los de él y se los di. Él solo sonrió y los dejó en el piso, escogiendo recoger solo su ropa interior y poniéndosela rápidamente antes de volver a la cama. Dijo que hacía mucho frío y que si quería quedarme algún tiempo más. Esa frase me confundió mas de lo que estaba y entonces el dolor de cabeza se hizo más severo. Tanto que tuve que cerrar los ojos y tratar de vencerlo con mi voluntad, que simplemente no parecía ser suficiente. Dejé caer la ropa que tenía en los brazos y luego sentí pasos y en apenas unos segundos, perdí el conocimiento. Tuve un sueño corto y extraño, con nubes de colores y con Tomás.

 Entonces desperté y lo vi a él a la cara. Era una cara muy bonita pero la cara de un ex novio de su mejor amigo. La cabeza me quería explotar. Tomás me dio una pastilla y un vaso de agua que había llenado en el baño. Me espero mientras consumí todo y yo solo podía quedarme allí, encogido del dolor. Siempre me pasaba lo mismo cuando tomaba demasiado o cuando consumía algunos licores, como el vodka. Me encantaba el vodka pero tenía esa extraña cualidad. Debíamos haber tomado mucho porque el dolor era insoportable. Tomás no se movió de mi lado y solo me pidió que me sentara al menos en la cama. Lo hice y de hecho me recosté en ella. Así, no podía llegar a mi casa.

 Vi a Tomás salir del cuarto y volver al rato, con algo de comer en un plato. Me dijo que su hermana siempre había sufrido de dolores de cabeza cuando pequeña y que siempre le funcionaba comer algo para que el cerebro se ocupara. Seguramente eso no tenía ninguna base científica pero a quién le importaba? Según él ayudaba y me dijo que comiera. Yo no quería pero no quería ser descortés con el chico con el que seguramente había tenido sexo hacía pocas horas. Así que cogí algo de pan con jamón y me lo comí en silencio. Tomás se sentó a mi lado y no dijo nada de nada, solo mirando al vacío y tocándose el pecho.

 Cuando terminé, me miró y me dijo que lo mejor era que me quedara hasta que estuviese mejor. Yo le dije que podría tomar un taxi y así llegaría rápido a mi casa pero él me dijo que yo no tenía dinero. Por alguna razón, le hizo gracia decírmelo. A mi, por supuesto, no me hizo gracia alguna y empecé con desespero a buscar desde la cama mi billetera. Pero Tomás la tenía en la mesita de noche y me mostró que no había nada. Según él, yo había pagado las tres botellas de vodka que estaban en la sala y que solo habíamos compartido una y los amigos de su compañero se habían tomado las otras dos. Eso me hizo sentir como un idiota de tamaño olímpico. Me dejé caer en la almohada y me hice de lado. No quería pensar más.

 Entonces me di cuenta del silencio y abrí los ojos. Él todavía estaba allí y estaba algo reprimido, como nervioso. Se tocaba los brazos como si tuviera frío pero era una mañana de verano y no hacía nada de frío. Le pregunté si él estaba mal por el trago que habíamos tomado y me dijo que no era eso lo que le molestaba. Yo cerré los ojos de nuevo pero entonces él me dijo que se sentía nervioso porque se daba cuenta de que, a pesar de mi dolor de cabeza y de que había vomitado en el baño (cosa que yo no sabía), había sido una de las mejores noches para él desde hacía tiempo. Yo, la verdad, no pensé nada de ello en ese momento. Sus palabras no se me grabaron ya que el dolor era intenso y solo quería alejarlo de mi.

 Pero entonces, como de golpe, entendí lo que había dicho. Abrí los ojos y lo miré y vi que había lágrimas en sus ojos. Me dijo que todavía se sentía mal por lo que había pasado con mi mejor amigo y que por eso la situación actual lo hacía sentirse todavía más raro y más culpable. Yo le dije que el no tenía culpa de nada pero el me contó que, aunque yo estaba muy borracho, no quería nada con él ni estaba buscando nada. Me dijo que él inició todo con un beso y por eso todo había ocurrido. Le dije, de manera un poco cruel, que yo no recordaba nada y que lo sentía mucho si eso lo hacía sentir mal pero simplemente no recordaba nada. Entonces el se dio la vuelta y me besó y por alguna razón yo le tomé la cara y nos quedamos así un buen rato.

 Cuando nos separamos, le limpié las lágrimas y el se acostó en mi pecho y me dijo que se sentía muy confundido. Todavía quería a mi amigo pero decía que esa noche el sexo conmigo había sido excelente. Yo sonreí, porque todos los hombres nos convertimos en idiotas cuando halagan nuestro desempeño sexual. Y el sonrió también, con sus ojos algo húmedos, diciéndome que era un idiota por sonreír.  Le pasé mi brazo por el pecho y lo abracé y solo cerré los ojos. Lo mejor fue que nos quedamos dormidos y no soñamos con nada ni con nadie. Fue solo por un par de horas pero creo que fueron las mejores horas que he dormido en mucho tiempo. De alguna manera, dormido, seguía sintiendo su cuerpo.


 Cuando despertamos, mi dolor de cabeza había pasado hacía tiempo. En silencio, nos vestimos, nos besamos una última vez y me acompañó a la puerta. Los otros seguían dormidos y yo, ya en el taxi, solo podía pensar en él. Y lo haría por mucho tiempo más porque los próximos días pondrían a prueba todo lo sucedido durante esas pocas horas.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Solo

Que pereza da levantarse. No quiero... La cama está calientita y huele muy rico. Es como tener un nido especial para mi solo y no pretendo compartirlo con nadie nunca. Sonrío al pensarlo pero esto hace que se me abran los ojos y note que ya es de día. De hecho, parece ser mediodía.

Con cara de aburrido, pongo los dos pies en el suelo y me limpio un poco la cara, tratando de quitarme los últimos trazos de sueño que tengo en el cuerpo. Estiro los brazos y me pongo de pie.

Como siempre, bajo a la cocina y me sirvo algo de jugo de naranja. Miro hacia la sala de estar y veo que no hay nadie. Olvidé ver si mamá ya está despierta. Debe estar cansada después del día de ayer...
Saco algo de pan de la alacena y me hago un sándwich con jamón y queso.

Lo llevo todo a la sala y enciendo el televisor pero el aparato no capta ninguna señal. Deben ser esos idiotas del servicio de televisión que a cada rato estropean la señal, disque arreglando redes y cosas de esas.

Apago el aparato y como mi desayuno en silencio. Mi madre todavía no baja de su cuarto y estoy aburrido. Subo a mi cuarto, después de lavar la loza, y abro el computador portátil. El aparato no recibe señal de internet y decido apagarlo antes de gastar la batería.

No es tan poco común que no funcione ni el internet ni la televisión. Cojo el teléfono de mi cuarto y confirmo que tampoco funciona. Siendo la misma empresa la encargada de proveer todos esos servicios, ya ha pasado en varias ocasiones que todo se daña y hay que esperar varios días para que se restablezca el servicio.

Salgo de mi cuarto y decido bañarme. Al menos el agua parece funcionar correctamente pero no así el calentador. Como el clima no es tan frío como otros días, me ducho rápidamente con agua bastante fría. Esto me ayuda a despertar aún más y a empezar a planear el día.

Mi padre y mis hermanos deben estar en sus trabajos. Yo, como independiente, no tengo que ir a ninguna parte y por eso comparto mis días con mamá. Eso hasta que tenga algo de dinero pero eso todavía parece estar lejos de ocurrir.

Pensando en mamá, le hago un sándwich igual al mío y le sirvo jugo. Se lo subo al cuarto, ya que no tiene sentido bajar a mirar un aparato inerte.

Cuando llego a su cuarto me encuentro con la sorpresa de ver la cama tendida y el cuarto completamente vacío. No se está bañando ni cambiando. Bajo con la comida y me dedico a revisar toda la casa: no hay nadie. Estoy solo.

Esto ya es extraño: mi madre nunca sale por las mañanas y menos sin avisar. Trato de recordar si ha mencionado alguna cita médica o algo por el estilo pero no puedo recordar que haya mencionado nada parecido.

Mi teléfono celular tampoco sirve correctamente y esto ya me pone nervioso: esa señal nada tiene que ver con las demás. Se habrá ido la luz en todo el país, o algo por el estilo? Lo mejor es averiguar más.

Me pongo una chaqueta, cojo las llaves de la casa y salgo a la calle, a ver si en algún lado puedo averiguar algo.

Todo parece un cuento de terror: en la avenida frente a la casa, normalmente con un alto tráfico de vehículos, no hay nada. Solo, a lo lejos, veo un automóvil parqueado en el carril central pero no parece que haya nadie adentro.

Camino a las tiendas cercanas y casi todas están cerradas y las que no lo están, están desiertas. No parece haber un ser humano en ningún lado.

Esta vez casi troto para cruzar algunas cuadras y llegar a una gran manzana de edificios de oficinas, normalmente atestados de gente a estas horas, yendo y viniendo de almorzar. Pero ahora no hay nadie. De hecho, parece que ni siquiera funciona la electricidad. Hay algo de basura por todas partes pero parece ser traída por el viento y no por ningún ser humano.

Me siento a descansar ya que el trote me ha dejado sin aliento. Que es lo que pasa? Donde están todos? Que pasó?

Lo único que se me ocurre es revisar donde puede estar mi familia. Cerca hay un pequeño automóvil azul. Veo por la ventana que tiene las llaves puestas. Sin contemplaciones, rompo el vidrio con el codo y entro al coche. Es una situación de emergencia y no creo que nadie me culpe por hacer esto y muchos menos sin tener licencia para conducir.

Como puedo, llego al trabajo de mi hermana y luego al colegio de mi hermano. Ambos lugares están desiertos. Decido dejar para lo último la oficina de mi padre, ubicada en el centro. Allí cerca está la sede del gobierno y si alguien sabe algo seguro estará allí.

Dejo el automóvil en la plaza principal, luego de meterme por un par de calles peatonales y de golpear un conjunto de botes de basura. Como esperaba, tampoco hay nadie en este lugar. En todo el edificio donde trabaja mi padre no hay un alma y los papeles vuelan un poco por todos lados, ya libres.

No hay nada más que hacer. Me subo por las rejas del palacio presidencial y, para mi sorpresa, no suena ninguna alarma ni pasa nada. Camino como puedo hasta la puerta principal, abierta de par en par y empiezo a imaginarme donde podría esconderse la gente de haber sido un evento catastrófico. Seguramente, bajo tierra.

Ya había estado en el edificio cuando pequeño, en una de esas salidas escolares, y nos habían contado que existía un bunker para eventos como explosiones nucleares o ataques terroristas. Tratando de recordar en donde me habían mencionado esto, camino por todos lados sin tener éxito.

De repente, eso ya no importa. El cielo se ha oscurecido y parece como si la noche hubiese llegado de golpe. Miro por una de las ventanas de un largo pasillo decorado con viejas pinturas y afuera, en el cielo, veo algo que me quita las fuerzas, casi al instante.

La nube que ha oscurecido todo no es natural: es roja, del color de la sangre. Y de ella, parece salir algo o alguien.
De golpe, me empieza a sangrar la nariz y me siento algo débil, por lo que me dejo caer arrodillado.

Lo último que recuerdo es un horrible sonido, fuerte y agudo, que me arrulla hasta dormirme.