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viernes, 15 de abril de 2016

Un extraño

   Al principio no quería mirarme al espejo. Siempre había tenido miedo de ver quién me devolvía la mirada. Era una tontería, pero sentía que la persona en el reflejo y yo simplemente no éramos el mismo. Él siempre parecía más desafiante, más enojado, superior de alguna manera, siempre un paso adelante. No tiene sentido, lo sé, pero así lo había sentido siempre. Hasta que conocí a G.

 Desde que nos conocimos, me pidió que lo llamara por esa letra y por nada más. La verdad es que jamás supe su nombre aunque sí sabía que tenía que ser alguien importante o al menos con el poder suficiente para hacer posibles cosas que muy poca gente puede hacer posible. Debía ser rico o algo por el estilo y debía de tener muchos problemas o muy pocos.

 Lo conocí de la manera más confusa jamás. Había estado caminando por horas en una ciudad desconocida. Cuando viajo es algo que hago con frecuencia: trato de perderme un poco por lugares que no conozco aunque en verdad no me pierdo como tal, solo busco sentir el lugar como lo sienten las personas que viven allí. Camino y camino y de pronto tomo fotos y tomo notas mentales de todo lo que veo. No tomo notas en lápiz o algo así porque no vivo en un libro ni nada parecido, además que las perdería fácilmente de esa manera.

 El caso es que estaba a miles de kilómetros de casa y ese día sí me perdí de verdad. Mi teléfono celular se apagó y no volvió a encender y el mapa que tenía no abarcaba la zona donde estaba. La gente no hablaba inglés y mucho menos español y no había manera, por muchas señas que hiciese, de hacerles entender adonde quería ir. Por lo visto la dirección de mi hotel era también demasiado confusa.

 Como suele pasar cuando las cosas se ponen mal: se ponen peor de alguna manera antes de mejorar. Empezó a llover a cántaros al mismo tiempo que brillaba un sol infernal. Era el clima más confuso que había visto en mi vida y me confundía aún más el saber que no tenía donde meterme ni alguien que me ayudara. Corrí por varias calles hasta que encontré una tienda y entré sin mirar. Estaba mojando el piso y entonces decidí salir de nuevo antes de que me echaran pero una mano se puso sobre la mía y me impidió la salida.

 Me puse rojo al girarme y darme cuenta de que G estaba a pocos centímetros de mi cara. Hay que decirlo: es un hombre bastante atractivo, que sabe mucho de cómo vestirse y arreglarse. Lo primero que noté, y lo recuerdo claramente, fue su perfume. Luego me contaría que era una receta personal que mandaba a elaborar. Pero en ese momento solo lo miré a los ojos y sentí algo extraño en mis entrañas. No, no amor. Algo más fuerte.

 Me dijo que no saliera y que me quedara adentro. Por un momento pensé que él atendía la tienda pero entonces vi al verdadero comerciante, que no se veía muy feliz por el agua en su suelo. G le habló en el idioma local y el hombre solo asintió y se fue, supuse yo que a buscar algo con que limpiar mi desastre. G me habló al oído: “Acompáñame”. Me lo dijo en inglés. No sé de donde pensó que era pero no dije nada, solo moví mi cabeza afirmativamente y lo seguí.

 Era un anticuario, con una luz brillante en el cuarto delantero pero la típica luz algo mortecina en un cuarto, más grande, en la parte posterior. Había cuadros hermosos y esculturas y objetos de todos los tamaños y procedencias. Traté de guardar fotografías mentales de todo y entonces recordé que tenía una cámara pero pensé que sería un poco grosero ponerme a tomar fotos en un lugar donde entré solo a escaparme de la lluvia. Además, a juzgar por las etiquetas en algunos objetos, necesitaría morir y volver a nacer para tener dinero suficiente para comprar algo en ese lugar.

 Al fondo del cuarto posterior bajamos unos escalones a una especie de sótano y nos encontramos en una pequeña habitación que estaba debajo del nivel de la calle. Se podía ver por unas ventanas como la lluvia todavía caía con fuerza. En ese cuarto también había muchos objetos muy hermosos. Me distraje mirándolos y solo cuando sentí sus manos en mi espalda fue supe que se había ido por un momento.

 Me había puesto una toalla sobre los hombros y había dejado sus manos allí. Se sentían cálidas y fuertes. Era extraño sentirme así. Es decir, me gustaba, pero me sentía fuera de lugar. Me hice a un lado y me sequé tan bien como pude. Él me miraba y yo trataba de mirar los objetos porque su mirada me quemaba, era como si pudiera ver a través de mi cuerpo o muy dentro de mi cerebro.

Se me acercó de nuevo y entonces tomó la toalla y me secó el pelo, siempre mirándome a los ojos. Entonces me secó el cuello y cuando puso la toalla alrededor de mi cuerpo me di cuenta de que lo estaba dejando hacer y de que no decía nada. Traté pero no pude. Era como si estuviese hipnotizado o algo por el estilo. No podía dejar de mirarlo y él hacía lo mismo, mientras me apretaba suavemente.

 Entonces recobré el sentido o desperté o lo que fuese y di un paso hacia atrás. Le agradecí pero le dije que debía volver a mi hotel. Me preguntó si viajaba con alguien y no pude mentirle. Cuando le dije que no, sonrió. Me dijo que quería invitarme a comer algo, si se lo permitía y para ese momento estaba temblando, sintiendo como de nuevo perdía la voluntad al mirar sus grandes ojos y su cara perfecta.

 Minutos después habíamos salido a la calle con una sombrilla del dueño y nos subimos a un coche último modelo. No sé nada de carros y esas cosas pero supe que debía costar unos cuantos millones. Olía a nuevo y me dio pena mojarlo. Incluso me dio pena sentarme allí con mi ropa que debía costar lo de una llanta de semejante máquina. Él, sin embargo, no dejaba de sonreír. Cuando arrancó, no lo dejaba de ver y al mismo tiempo pensaba que estaba haciendo algo estúpido al subirme al coche de un extraño.

 Llamó a alguien por el teléfono integrado del automóvil. Habló en el idioma local así que no entendí nada de lo que dijo pero sí me pregunté si de pronto era un rico local. Hablaba muy bien inglés pero perfectamente podría ser por una probable excelente educación. Nada en su rostro lo hacía parecer de algún lado en particular así que nunca se sabía. Apreté mi mochila un poco cuando pude dejar de mirarlo y me di cuenta del miedo que sentía.

 Al poco tiempo llegamos a un portal que se abrió automáticamente y dio paso a una casa enorme, una mansión. Pero contrario a las películas, donde había millonarios, nadie salió a nuestro rescate. Él salió primero del coche y creo que iba a impedirme mojarme pero yo no soy un mujer del siglo XIX, así que salí de golpe y lo dejé atrás. Subí unos escalones enormes hasta estar bajo el techo de la entrada de nuevo. Él me siguió y no dijo nada.

 Cuando entramos no pude evitar dejar salir una exclamación: el sitio era hermoso pero simple. No era recargado ni con demasiadas antigüedades. Era perfecto. Me tomó de la mano y me puse rojo pero no lo solté. Me llevó a la cocina y allí fue cuando empezamos a hablar de verdad mientras él hacía un delicioso pollo con especias. Le fui tomando confianza y creo que él a mi.

 Al final de la comida me preguntó que había en mi mochila y le mostré. Tomó la cámara sin preguntar y empezó a mirar las fotos que había tomado. Me dijo que tenía buen ojo pero que me hacían falta mejores fotografías. Y entonces enfocó el lente y me tomó una foto. Todavía la tengo guardada en algún lado. Le dije que no me gustaba tomarme fotos y me preguntó por la razón y le dije que nunca me había gustado mucho mi apariencia.

 Me tomó otra foto. Esa la borré. Me pidió que lo acompañara a su habitación favorita y eso hice. Él llevó la cámara y yo solo caminé detrás suyo. La habitación que mencionaba tenía algunas pinturas colgadas y otro par en caballetes. Me dijo que era su afición y que le gustaba mucho porque lo hacía soñar y disfrutar de todo lo que había en la vida que le gustaba. Y entonces me dijo que le gustaría pintarme alguna vez. Yo no dije nada. Me apretó la mano y entonces me besó. Hicimos el amor en ese cuarto por primera vez pero lo haríamos más veces, en otras ocasiones.

 No sé explicarlo, pero sabía todo sobre mí o lo intuía. En el sexo supo complacerme como nadie nunca lo hizo y llegué a pensar que le interesaba más mi placer que el propio y que yo le gustaba de verdad. Me pintó entre esas ocasiones de sexo casual, en un viaje que yo había alargado con dinero que G había invertido, o así le llamaba.

 Nunca vi la pintura terminada. Un día me dijo que debía irse pues esa casa solo era un casa de verano. Debía volver a su vida real y yo también. La última vez que nos vimos me dio un beso que no logro olvidar y me dijo que si me viera al espejo alguna vez, de pronto vería todo lo que él veía.


 No supe más de él. No creo que piense en mí pero yo sí que pienso en él, en el cuadro que debe estar en esa casa y en lo que me dijo. Por eso me desnudo frente a espejos y me miro por varios minutos, esperando ver lo que él vio para entender lo que pasó en ese lugar tan lejano.

miércoles, 6 de abril de 2016

Fruta

   El juego era muy simple: consistía en viajar por un mundo inventado, de varios países e islas, en el que el objetivo era recolectar la mayor cantidad de frutas distintas. Estaban las frutas comunes y corrientes como las fresas y los duraznos pero también había frutas inventadas como el “limassol” que era extremadamente ácido y solo podías ser consumido mezclado con otra fruta. Las frutas se conseguían por medio de retos y cada personaje tenía una mascota que lo ayudaba en su aventura.

 Todo los niños del mundo se engancharon de inmediato al juego y, en pocos meses, fue un éxito rotundo en todo el mundo. Se vendieron miles de copias y, con el tiempo, se fueron creando diferentes versiones que iban mejorando los diferentes aspectos del juego e iba introduciendo nuevos retos y posibilidades.

 Tomás era un de esos niños que se enamoró del juego. Tuvo la primera versión cuando tenía unos doce años y compró con el dinero de su mesada la segunda y la tercera versión. Pero cuando llegaron a la cuarta, ya estaba entrando a la universidad y sus prioridades cambiaron. Sin embargo seguía jugando las versiones que tenía, muy de vez en cuando, como para recordar la felicidad que sentía cuando se sumergía en ese mundo de mentiras que era tan apasionante y, por raro que parezca, real.

 Había largos periodos de tiempos en los que no jugaba pero siempre volvía. Así se pasó varios años hasta que tuvo un trabajo y, un día que estaba en una gran tienda por departamentos, vio la más reciente versión siendo promocionada. El aparato que debía usar para jugarlo era diferente al que tenía de hacía tantos años y eso que ese ya ni lo tenía (su madre lo había regalado en uno de sus descuidos).

 Un impulso hizo que comprar el aparato y el juego nuevo y al llegar a su casa empezó a jugar. Habían cambiado muchas cosas, como los gráficos y algunas reglas del juego. Había nuevos objetivos y, lo más curioso de todo, es que el aparato tenía capacidad de conexión a internet para poder intercambiar frutas y conocimiento con otros jugadores. Al comienzo Tomás no uso esa función porque quería jugar como lo hacía antes pero eventualmente se dio cuenta que debía usarla.

 Como solo jugaba los fines de semana, tuvo que esperar a un sábado en la mañana para darse cuenta que el juego entraba a algo así como una sala de chat y allí cada jugador anunciaba lo que quería vender o lo que quería comprar. Algunas frutas muy extrañas se compraban con dinero real, otras con dinero del juego. Solo por intentarlo una vez, Tomás se propuso comprar una de las más raras que no costaba mucho dinero real. Lo haría una vez y ya.

 Otro jugador vendía lo que él buscaba así que lo saludó y le pidió que le vendiera la fruta extraña a él. El otro jugador respondía lentamente y Tomás se pasó toda la mañana tratando de comprar la fruta. De repente, el jugador escribió que sus padres por fin se habían ido y ya podía jugar tranquilamente. A Tomás eso le hizo gracia y le preguntó al jugador si a sus padres les disgustaba que jugase videojuegos. Respondió que sí, porque no hacía otra cosa.

 Después de un rato hicieron efectivo el intercambio y dejaron de hablar. Tomás tenía que recoger ese día a su madre para ir a visitar a su abuelo, así que pronto se olvidó de todo lo que tuviera que ver con juegos y jugadores. Pero cuando volvió a casa esa misma noche, jugó un poco antes de dormir. Cuando ya eran las dos de la mañana, se dio cuenta de que no dormiría bien si seguía jugando. Iba a dejar el aparato en la mesita de noche cuando la lucecita roja brilló: era un mensaje.

 Era el jugador que le había vendido la fruta. Quería saber si estaba interesado en otra fruta que tenía, muy extraña también, y que podía cambiar por otra si no tenía dinero. Tomás le explicó que tenía dinero pero que no quería más frutas y menos por ese día, era muy tarde. El jugador le explicó que jugaba casi todas las noches, horas y horas, pues sus padres muchas veces lo mantenían despierto con sus peleas y otras veces porque no llegaban a casa.

 En esa ocasión, le dijo a Tomás que se sentía solo porque no habían vuelto todavía. Tomás sintió lástima y empezó a hacerle preguntas al azar del estilo: “¿Tienes una mascota?” o “¿Y tus amigos?”. El jugador las respondía y parecía que el interés era mutuo. Se preguntaron varios detalles y se contaron historias de su experiencia con el juego. Fueron horas hasta que el jugador dijo que debía irse pero que le agradecía a Tomás por su compañía.

 Al otro día, domingo, Tomás pensó en el jugador todo el día. Pensaba que de pronto era un tipo como él o, seguro, alguien un poco más joven que lo único que quería era hablar con alguien. No se habían dicho nombres ni edades porque no creía que importara y porque, para ser honesto, creía que no hacía falta. El jugador hablaba con palabras que sonaban rebuscadas pero era obvio que él las usaba con frecuencia. Debía ser, a lo mucho, un estudiante de universidad. Pensó en preguntárselo.

 Pero no volvieron a hablar hasta el siguiente fin de semana. Los padres del jugador le habían quitado el aparato toda la semana y al parecer él estaba muy mal, muy triste porque no tenía muchos amigos ni sentía que pudiese hacer nuevos así de la nada. Tomás trató de consolarlo.

-       Podemos ser amigos, si quieres.

 Entonces la actitud del jugador cambió y se pasaron todo ese día hablando de sus vidas. El chat era para el juego y para intercambios y se cortaba después de cierto tiempo. Pero entonces Tomás le dio su número al jugador y le sugirió que se escribieran por una de las aplicaciones del teléfono. Así tuvieron más tiempo para hablar y lo hacían con mucha más frecuencia. Hablaban de todo un poco, de películas y de música y de noticias que hubiesen escuchado.

 Muchos meses después, Tomás se dio cuenta que no era normal hablar tanto con alguien y no saber cómo era físicamente. A pesar de la tecnología, no creía en eso de tener amistades cibernéticas con las que jamás tuviese una interacción real. Eso sí, él tenía sus amigos y amigas y se veía con ellos con frecuencias pero el jugador despertaba su interés de alguna manera. Tomás se preguntó si de pronto le gustaba para más que una amistad pero simplemente no se respondió la pregunta.

 Directamente, y sin tapujos, le pidió al jugador que se conocieran en persona. Antes que este contestara, dio varias razones de peso para hacerlo y dijo que podrían ir a ver los nuevos juegos en una tienda o ir una exhibición de videojuegos que había en un centro de convenciones. Tuvo que esperar varias horas hasta que el jugador aceptó. Dijo que eso le daba una razón para salir de casa y no tener que estar encerrado con sus padres.

 De nuevo, hablaron por horas, sobre todo de lo que verían en la exhibición. Había otros juegos que les gustaban y que querían ver pero era más que obvio que ambos se querían conocer porque tenían curiosidad de ver cómo era el otro. Al final de la conversación, el jugador escribió solo esto:

-       Quiero conocerte y que seamos amigos. Mi nombre, por cierto, es Daniel.

 Y entonces Tomás pensó toda la noche en el nombre Daniel. Pensó en todas las personas con ese nombre que había conocido jamás y también el los famosos con ese nombre y en los personajes de ficción. Se obsesionó por completo con el nombre hasta tener una imagen preconcebida de cómo debía lucir el Daniel jugador. Decidió que si era universitario, lo invitaría a beber algo. Y si era mayor, pues también.

 El día de la exhibición llegó temprano y esperó, como convenido en una banca frente a la entrada. Había más bancas, ocupadas solo por una madre y el cochecito del bebé y otra por un niño de unos once años.

 Tomás esperó y esperó pero no parecía que Daniel fuese a llegar y la fila se hacía cada vez más larga. Se dijo a si mismo que esperaría solo cinco minutos más y fue entonces cuando el niño de once años se le acercó y le dijo:

-       ¿Disculpa, eres Tomás?


 Instintivamente, Tomás miró a todas partes menos al niño que tenía enfrente. La mujer del bebe se puso de pie y se fue con su cochecito.  Cuando por fin miró a Daniel a la cara, este estaba casi llorando y entonces Tomás se dio cuenta de que dejaría la fruta de lado.

domingo, 20 de marzo de 2016

Fantasma

   Nunca se sabe. Puede que te hayan visto, tal vez por solo un segundo, o puede que jamás te hayan siquiera sentido. Todo depende de quienes son y qué quieren de ti, porque al fin y al cabo así es el mundo real. Siempre alguien quiere algo, siempre alguien quiere su pedazo de la vida y los pedazos rara vez se reparten equitativamente.

 Te paseas por las calles, por las fiestas y por todos esos espacios que la gente se supone que recorre cada uno de los días de su vida y te das cuenta que eres un ser sin cuerpo, casi sin nada más que un cerebro que solo se pregunta “¿Qué es lo que hago? ¿Qué pinto yo en todo esto?” Son preguntas muy peligrosas que te pueden enviar directo a lugares de los que no quisieras saber nada. Como bien sabes, el mundo es más oscuro de la que parece y las lindas luces que la gente ve en su vida están compuestas de luz negra, que no contiene nada.

 Una vez estuviste allí, por saber y por intentar. ¿Y qué conseguiste? Lo mismo de siempre: sentirte solo un figurante en tu propia vida, sentir que estabas de fondo, en segundo plano, como si no valiera la pena hablar de ti o saber nada de lo que sientes o piensas. Así te hicieron sentir, en esas fiestas y esos sitios en los que se supone que todo el mundo se toma de las manos y empieza a cantar y a darse cuenta de que la vida es lo mejor que hay en el mundo. ¿Pero porqué, entonces, hay tantos que desean terminarla por su propia cuenta?

 Es siempre difícil de saberlo. Cada persona en su interior tiene un sistema de conexiones, un mundo único que precisamente por ser único funciona de manera distinta cada vez. Es como un motor que no se puede reemplazar por otro pues no es lo mismo el de un camión que el de un auto pequeño. Eso somos los seres humanos: metáforas de lo que creamos y destruimos y no mucho más porque al fin y al cabo somos temporales, estamos aquí solo de paso.

 Entonces, ¿qué haces cuando estás arrinconado, allí en los oscuros rincones de tu propia mente? No hay nadie que te saque de ahí, ¿entonces porqué pides ayuda? De seguro es porque todos la necesitamos, de vez en cuando. Todos nos cansamos de pelear, de estar en una batalla interna no solo con los demás sino con nosotros mismos. Porque vivir como un ser humano real, completo y funcional, muchas veces quiere decir que vives con tu propio peor enemigo en la misma cama.

 Ese enemigo eres tu y eres el que se pone todas las trampas del mundo, el que no quiere que avances, el que no quiere que ganes y que falles siempre que eso sea posiblemente. Eres tu el que no quiere, el que no deja y el que pone un pie a todo lo que podría ser y jamás será.

 Pero, no todo está perdido. De hecho, nada nunca se pierde de verdad si se aprende y se mantienen los ojos abiertos en los momentos clave. Mientras estabas en esas fiestas, sintiéndote morir por dentro, ¿que aprendiste? Sí, porque aprendiste y pasaste la lección varias veces pues te es práctico y sabes que es real, que ayuda. Aprendiste a que cada persona nace sola y muere sola, aprendiste a que debemos aprender a pelear por nosotros mismos y a obtener lo que queremos por cuenta propia, nadie nos da las cosas en bandeja.

 Eso fue un primer paso pero, de todas maneras, eras apenas un cachorro pequeño. Estabas iniciando y tomaría mucho más tiempo, más errores y horrores para que aprendieras algo que de verdad sirviera de algo. Por eso a veces te desmoronabas como si estuvieses hecho de arena. No eras fuerte y, tal vez, no lo seas aún ahora y no lo vayas a saber nunca. Eso es imposible de saber. Pero adquirir conocimiento siempre ayuda y ciertamente lo has hecho bien en ese campo.

 Porque tras los golpes de la vida, los que te han dado el resto de la humanidad y los que tu mismo te has asestado en mente y corazón, has ido aprendiendo algo. Esa manera de dejar salir a la bestia que tienes dentro, ese animal rabioso en tu interior que es puro pero lleno de rabia y rencor y odio, ese monstruo te ha enseñado a diferenciar y a poder entender cuales son tus fortalezas y cuales tus debilidades.

 Pasaste de temblar, de estar allí como si quisieras estar a simplemente decir “no”. Descubriste la palabra y la has hecho tuya y no hay nada más admirable. Pues cuando te adueñas de las letras, del sabor de cada uno de los sonidos que haces en la boca, es cuando de verdad algo cambia en lo más profundo de tu alma, sin importar si esta existe o no.

 Aprendiste y de eso siempre deberás orgulloso pero, como sabrás, jamás es suficiente. Puedes pelear contra medio mundo o puedes ignorarlos pero sabes muy bien que todo da igual cuando la gente, cuando lo que contiene este mundo sigue siendo la misma porquería de siempre. Porque aunque tu cambies cada día de tu insignificante vida, ellos no lo harán. Todos ellos puede que jamás aprendan nada y, sea como sea, tienes que compartir este mundo con ellos.

 Así que, ¿qué es lo que haces? Pues, decides entrar en el juego. Bien o mal, eso depende de la perspectiva y las convicciones de cada uno y ciertamente estaría mal juzgar a cualquiera por ello. Aprendidas las reglas, cada uno juega como puede y en la vida no hay condiciones tan claras como uno creería.

 Aprendiste entonces a utilizarlos. Para el placer, orgasmos sin fin. También para avanzar en la vida, posibilidades de crecer. Incluso te has puesto un maestro en las máscaras, cosas que es muy difícil y sí que lo has entendido. Todo ser vivo sabe que una máscara o más se puede usar tantas veces hasta que pierdes la noción de cual de todas ellas es tu verdadero rostro. Ya no sabes quién eres con exactitud y tienes que estar en un constante remolino mental para recordar que esa triste persona eres tu y que solo estás jugando lo mejor que puedes porque simplemente no te puedes dejar morir.

 La muerte es para los perdedores, o al menos eso es lo que piensas ahora. Te usan y los usas y así es la cosa. Y te importa, porque eres humano. No lloras tanto como antes pero el dolor no se mide con lágrima sino en la mente y tu mente está ya dañada y corrompida. Si no lo sabes, lo sabrás en su momento. Estás a veces tan cerca del borde, que lo único que necesitas es un pequeño empujón, una ligera brisa para que las cosas vuelvan a cambiar para ti, de una manera drástica y mucho menos positiva.

 Porque aprender, que es lo que has hecho, siempre es positivo incluso si lo que aprendes no lo es. Pero hay que tener cuidado en todo caso porque la vida está hecha de acantilados profundos que nadie sabe adonde llevan. Pero lo has sabido manejar muy bien, sabes como hacer las cosas a tu manera y eso es un gran punto a tu favor. Nadie dice que estés listo para todo, muy al contrario, te falta mucho más por aprender. Pero la vida tiene su inteligencia natural y ya llegarás a cada uno de esos niveles, con el tiempo.

 Por ahora sabes que la manera en la que estás haciendo las cosas es la mejor en el momento. No tienes ni idea si es la correcta o la mejor pero es la que hay. A veces quieres más de la vida y vuelves a ver a ese monstruo y comienzas a entender que no está solo hecho de tus más bajos instintos. Ese animal está hecho de ti, y solo de ti. De tu material más crudo y sensible y de tus necesidades y deseos y todo aquello que te mueve, te ha movido y te moverá alguna vez.

 Es difícil, por supuesto que lo haces. El que pensó que la vida sería un paseo o el que lo dice ahora, es simplemente un idiota. Porque si crees que todo es ideal, es porque no has estado poniendo atención. Este es un boleto que nos dieron y que no todo el mundo obtienen. No nos dicen por cuanto tiempo podemos subirnos a las atracciones, entonces tenemos dos opciones: o ignorarlo todo y disfrutar o vivir todo ese tiempo con miedo, viendo el reloj cada segundo y esperando a ver cuando se aparecen los guardias de seguridad de ese parque, que es la vida, para sacarte de ahí a patadas, gritando incluso.


 Pero en fin, cada cuento es distinto, así como cada hoja de un libro, así sea del mismo libro, no es la misma. Todo cambia y va evolucionando, poco a poco. Tan lento es el proceso que puede que ni lo veas en tu tiempo pero se verá y tu marca podría quedar aquí, para siempre. Pero lo más importante es que esa marca la hagas tu pues eres el único que puede hacer que tu vida cobre la importancia o el sentido que deseas. Nadie lo va a hacer por ti, sea lo que sea que sienta.