Su abrazo era todavía bastante apretado. Sus
cuerpos desnudos estaban uno contra el otro y parecían ser piezas de un juego
que encajaban a la perfección. Acababan de hacer el amor pero todavía les
quedaba algo de energía para seguir dándose besos y sintiendo la piel del otro.
Al rato se quedaron dormidos, así como estaban. Después se fueron acomodando en
la cama para estar menos incómodos pero no se alejaron demasiado el uno del
otro. El calor de sus cuerpos era ideal para soportar el frío de la mañana, que
había cubierto de vaho la ventana de la habitación.
El primero en despertarse fue Pedro. Tenía la
costumbre, desde pequeño, de despertarse a las siete y media de la mañana.
Nunca más temprano ni más tarde. El pequeño problema estaba en que hacía dos años
no trabajaba en una oficina y podía despertarse a la hora que quisiera. Sin
embargo, las viejas costumbres difícilmente mueren y despertarse temprano era
una de ellas. No se puso nada de ropa para ir a la cocina y calentar el café y
hacer un pan de tostadas. Otra cosa que no le gustaba era “desperdiciar” el
tiempo haciendo el desayuno.
Lo siguiente para él era comer en la sala
mientras veía la televisión. Como su vida laboral iba marcada por su ritmo
personal, Pedro no tenía necesidad de correr para ningún lado. Y como encima
era tan temprano, pues podía decirse que se permitía tomarse todo el tiempo del
mundo para cualquier cosa. Le gustaba ver el noticiero de la mañana para ver si
algo más había ocurrido en el mundo tumultuoso en el que vivían. Por supuesto
gente había muerto en algún lado, había guerra en otro y hambre en un país que
conocía solo de nombre.
Luego seguían las noticias de política, que
solían ser las mismas todos los días. Las de deporte le interesaban un poco
pues le gustaba el fútbol y lo practicaba cada que podía. Muchos fines de
semana se reunía con sus amigos de infancia y jugaban un partido en una cancha
alquilada. Era de césped artificial pero para el caso no importaba pues el
punto era divertirse, comer algo y hablar tanto del presente como del pasado. A
veces iban con sus respectivas parejas pero la verdad era que lo disfrutaban
mucho más cuando eran solo los amigos.
Cuando ya terminaba el noticiero, se iba
desnudo como estaba al estudio y se sentaba entonces en su escritorio.
Dependiendo del día se ponía a diseñar en el portátil o a terminar algún dibujo
a mano que estuviera inconcluso. El trabajo que tenía era por pedido y le
llegaba con frecuencia y bien remunerado pues cuando trabajaba había hecho
excelentes contactos. Por eso ahora podía permitirse una vida más calmada con
los mismos resultados laborales y hasta mejores. Ahora era su propio jefe y le
iba mucho mejor que antes, se sentía más creativo como diseñador de interiores.
Como a las nueve de la mañana se despertaba
Daniel. Él era más bajito que Pedro y algo más ancho del cuerpo, sin decir que
estuviera gordo ni nada así. De hecho siempre preguntaba si lo estaba pero
Pedro le aseguraba que no era el caso. Pedro, por su parte, era bastante flaco.
A diferencia de su pareja, Daniel sí trabajaba todos los días pero ese día
precisamente era libre pues el restaurante donde era ayudante del chef estaba
cerrado por inventario y afortunadamente no le tocaba hacer parte de esa tarea,
al menos por esa ocasión.
Sabía bien que lo habían dejado quedarse en
casa porque le debían vacaciones, pero igual él las pediría completas pronto
cuando se fueran con Pedro en Navidad a un viaje que habían planeado hacía
mucho tiempo a Hawái. Era un destino que ambos morían por conocer y podían
permitirse el dinero y el tiempo para por fin ir y conocer de primera mano
todas esas hermosas playas, practicar surf, comer mariscos, quedarse en un buen
hotel, pasear por las montañas y volcanes y descubrir todo lo que no supieran
de esas islas.
Daniel se sirvió jugo de naranja. El café no
era de su gusto personal, salvo el olor que le encantaba. Su desayuno era un
poco más elaborado que el de Pedro pero tampoco mucho más: cortaba algo de
fruta y aparte untaba mermelada de arándanos a un par de tortitas de maíz.
Normalmente le daba mucha hambre en la mañana. O, mejor dicho, le daba hambre
durante todo el día. De pronto por eso era cocinero, pues desde siempre le
había gustado la comida y prepararla. Desde pequeño les hacía postres e incluso
cenas a su familia y ellos siempre lo apoyaron en su sueño.
Se sentó en el sofá de la sala y, mientras
comía su desayuno, veía dibujos animados. Le gustaba tener una buena razón para
despertarse bien en la mañana y los dibujos animados siempre servían para eso.
Para noticias las leía en internet a lo largo del día, no era su intención ver
tristezas desde primera hora de la mañana. Comía despacio, disfrutando cada
bocado mientras miraba las travesuras del gato y el ratón. Aprovechaba que no
fuera una mañana normal, de esas en que tenía que apurarse y a veces ni tiempo
para despedirse había.
Terminado el desayuno iba a un pequeño
cuartito que había al lado del baño, como un depósito, y de ahí sacaba uno de
esos tapetes de yoga para hacer ejercicio. Hacia una rutina con ejercicios
varios durante media hora. Para eso se ponía ropa apropiada pues ejercitarse
desnudo podía ser bastante incómodo. Normalmente se ejercitaba de noche pero
como era un día diferente pues aprovechó para hacerlo más temprano. Después de
terminar, guardó el tapete y se dirigió a la habitación principal.
Mejor dicho, entró al baño y se quitó su ropa
deportiva. Abrió la llave de la ducha y dejó que el agua calentara por unos
segundos. Ese tiempo era suficiente para untar de crema dental su cepillo. En
la ducha se cepillaba los dientes y luego se enjabonaba el cuerpo, disfrutando
el agua tibia. Se sentía muy rico y podía disfrutar de una ducha bien dada y no
como le pasaba casi todos los días, en los que debía ducharse en cinco minutos
y no importaba si el agua salía fría o caliente. Era algo a lo que se había
acostumbrado y por eso ese día lo disfrutaba tanto.
Pegó un ligero salto cuando, distraído por
estar echándose champú en el pelo, sintió una mano en su cintura. Se lavó el
pelo con rapidez y entonces se dio cuenta que era Pedro. Se besaron un rato,
abrazados bajo la lluvia de la ducha. Después uno le pasó el jabón por el
cuerpo al otro y terminaron haciendo el amor de nuevo allí mismo. En total,
estuvieron en la ducha por una media hora. Era mucha más agua de la que se
permitían gastar normalmente pero es que el día casi pedía que pasaran cosas
así, diferentes a la rutina.
Se limpiaron bien y luego salieron al mismo
tiempo. Se secaron en la habitación, dándose besos y sin decir ni una palabra. La
verdad era que llevaban tres años viviendo juntos y podían decir que el último
año había sido el mejor para los dos. No solo Pedro había dejado por completo
el trabajo de oficina, sino que Daniel había empezado a hacer lo que en verdad
le gustaba en el trabajo y eso era la repostería. Llevaba años cocinando
ensaladas y carnes y un sinfín de cosas pero ahora por fin estaba haciendo lo
que en verdad le gustaba.
Ese bienestar personal se traducía en una vida
de pareja mucho mejor. Las peleas habían quedado atrás al igual que las
confrontaciones por dinero o las tensiones causadas por razones que ahora les
parecerían verdaderamente idiotas. Ahora no era raro que hiciesen el amor todo
los días, que se besaran en silencio, sin decir nada. Cuando ya tuvieron la
ropa puesta, Daniel le dijo a Pedro que cocinaría el almuerzo del día. Pedro
dijo que compraría algunas películas por internet para ver más tarde. La idea
era hacer de ese un día especial.
Lo raro de todo era que solo era un miércoles,
clavado allí a la mitad de la semana. Los dos días anteriores y los dos días
después serían iguales que siempre, con trabajo, llegar tarde, no verse ni
hablarse casi en el día. Solo el fin de semana era un descanso y a veces ni eso
porque debían hacer ciertas vueltas esos días o visitar a sus familias. Ese
miércoles era tan importante por eso mismo, porque era como una joya que no
podían permitirse perder. Era su día para celebrar quienes eran juntos y por
separado.