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jueves, 7 de enero de 2016

Desnudos en el canal

   El agua estaba muy fría. Al fin y al cabo el invierno se acercaba, o al menos eso era lo que decían los periódicos y las noticias en televisión. Pero el invierno nunca había llegado tan tarde ni sería nunca tan breve. Sin embargo, para él, el agua estaba muy fría y sentía como si pequeños cuchillos se le clavaran por todos lados. No era una sensación agradable pero al menos no estaba solo: K estaba con él. Ambos estaban completamente desnudo y flotaban al lado del muelle moviendo los brazos y las piernas, lo que los hacía parecer pulpos no muy diestros en el arte del nado.

 Fue solo un choque de una mano con otra lo que desencadenó, por fin, una conversación. No habían dicho una palabra cuando salieron de la casa con toallas y solo sus trajes de baño. Tampoco dijeron nada cuando, como si se hubieran puesto de acuerdo (y nadie recordaba haberlo hecho), se quitaron los trajes de baño y se lanzaron al agua sin más. Pero cuando las manos chocaron sin querer, las palabras empezaron a salir de sus bocas.

 No se conocían bien y empezaron a preguntarse cosas de la vida, detalles que en verdad no tienen importancia y banalidades que son interesantes solo para el que las pregunta y a veces ni eso. A ratos detenían la conversación y nadaban de verdad un rato, aprovechando la amplia extensión de agua que tenían en frente, así como el día que era uno de los pocos que ambos tenían libres. Era un domingo y por razones que no vale la pena aclarar, los dos estaban allí y se quedaron hasta entrada la noche.

 Salieron desnudos del agua subiendo por una escalerilla el muelle. Allí, en silencio de nuevo, dejaron que el agua resbalara por sus cuerpo y la brisa fría de la noche los secara por algunos minutos. No había luz en esa zona así que solo se escuchaban la respiración. Sin embargo, era obvio que una tensión iba creciendo entre ambos. Había algo que crecía, que parecía respirar allí con ellos y que ellos dos conocían y no negaban en lo más mínimo. Todo esto sin palabras.

 Al rato se pusieron los trajes de baño, se secaron un poco con las toallas y se dirigieron al edificio que había cerca que resultaba ser un hotel. Pidieron las llaves de sus respectivas habitaciones y no se despidieron ni reconocieron a viva voz nada de lo que había pasado ese día. Tan solo se separaron y nada más.

 Sobra decir que ambos pensaron, esa misma noche, sobre lo ocurrido y soñaron (tanto despiertos como dormidos) con el otro. K soñó con él y él con K y fueron sueños simples pero agradables, de esos que no cansan sino que en verdad ayudan a descansar el cuerpo, a relajar la mente y a tener una noche agradable.
Al otro día, K se fue primero, muy temprano en la mañana. El lunes era festivo pero él tenía que estar con su esposa y sus hijos. Se sentía culpable, mientras desayunaba, y pensaba en ellos peor al mismo tiempo pensaba en él y deseaba que apareciera en el comedor en cualquier momento. Pero eso no pasó y K supo que era lo mejor. Apenas terminó de comer se dirigió a la recepción y pidió un taxi que lo llevase al aeropuerto. Cuando estaba abordando el taxi, él se despertó.

 El vuelo fue una tortura para K. Eran solo dos horas pero todo el tiempo estuvo pensando en esas horas en el canal, esas horas sin ropa y de frente a alguien que creía conocer pero del que de verdad no sabía absolutamente nada. Se habían conocido hacía tanto tiempo, en circunstancias tan tontas como el colegio, que era tonto pensar que en verdad supiera algo de la persona que tenía en frente. Más aún considerando que dicha persona no se veía nada igual a como era en el pasado. Él había conocido a un tipo encorvado, tímido, regordete y decididamente conservador en todos los aspectos posibles.

 El hombre que había tenido en frente en el canal no era ese. Y por eso en el avión se preguntaba, una y otra vez, si tal vez esa persona no había sido alguien más. De pronto había sido un desconocido siguiendo el juego y queriendo ver hasta que punto podían llegar las cosas. Pero no llegaron mucho más allá de estar desnudos juntos en un lago así que K se alegraba… O eso creía.

 Lo que sí le ponía una sonrisa autentica en la cara a K era ver los pequeños rostros de sus hijos. Era un niño de seis y una niña de ocho años. Los amaba como a nadie más en el mundo, más que a la madre que él quería pero que ahora dudaba amar. Pero ella no podía saberlo así que la saludó de manera tan efusiva como a los niños, haciendo una actuación que nadie podía considerar falsa o exagerada.

 Le contó a los niños de los canales y de lo aburrido que había sido trabajar allí en esos días pero que algún día los llevaría pues era un sitio hermoso para nada y pasar un día entero en el agua. Esto lo dijo pensando en él, pensando en su cuerpo y en la poca luz que los iluminaba al final del día. Después de decirlo se sintió algo culpable, por lo que rellenó su boca de comida y dejó que su esposa le contara todo sobre los chismes que tenía acumulados del fin de semana.

 Pero K no escuchó mucho de lo que ella decía. Su culpa había empezado a carcomerle el alma y le hacía ver que, aunque la quería, ya no la amaba como lo había hecho hacía tantos años. Ahora ella se convertía en otra desconocida y él, K, también.

 Cuando él se levantó ese lunes festivo, escuchó un automóvil arrancar bajo su ventana. Eso era porque su cuarto estaba ubicado sobre la recepción. Pero nunca hubiese podido saber que ese automóvil era un taxi y que dentro iba K. Pero lo más importante es que así lo hubiese sabido, no le hubiese importado.

 Desnudo como había estado en el lago, así mismo se había acostado la noche anterior. Había despertado con las sabanas por la cintura por culpa de la calefacción, que apagó después de salir de un salto de la cama. Se miró en un espejo que había colgado detrás de la puerta de la habitación y fue entonces que recordó el día anterior.

 Él no confiaba que K supiese quién era en realidad pero eso daba un poco igual. Al fin y al cabo habían cruzado miradas varias veces el sábado y ambos parecían convencidos de saber quienes eran y lo que esperaban del otro. K, para él, había sido el ideal cuando estaba en el colegio. Resultaba que él no era el chico encorvado sino otro, que se hacía notar mucho menos y que siempre había odiado a K por su facilidad con todo, desde las matemáticas hasta las mujeres.

 Odiar no es una palabra muy grande en este caso pues ese era el verdadero sentimiento, eso era lo que corría por la sangre de él cada vez que veía a K destacarse en algo, lo que fuera. Pero al mismo tiempo quería ser él o al menos estar cerca de él. Esta obsesión extraña no duró mucho porque, como todos los jóvenes, él cambiaba de objeto de deseo con mucha frecuencia, cosa que aprendió a controlar mucho después.

 Sin embargo cuando vio a K en el hotel, se dio cuenta que había algo entre ambos, algo extraño. Fue así que le escribió una nota para que lo acompañara a nadar y allí lo sorprendió quitándose el bañador pero K hizo lo propio casi al mismo tiempo, cosa que a él le encantó.

 La conversación en el agua fue perfecta. Tonta y simple, puede ser, pero ideal. Era obvio que había querido hacer algo más en ese momento, con ambos tan indefensos en más de un sentido. Pero algo le dijo que era mejor reservarse todo eso para otra ocasión, si es que alguna vez había alguna.

 Fue cuando se estaban secando en el muelle que, el brillo de la luna rebotó en el anillo que había en una de las manos de K. Y entonces él decidió no proseguir con lo ocurrido y simplemente olvidarlo. Por eso si lo hubiese visto la mañana siguiente, igual lo hubiese dejado ir sin decirle nada. Él igual soñó con él y se permitió volverlo objeto de su deseo por un tiempo, hasta que el recuerdo se gastó.


 Nunca se volvieron a ver pero siempre se recordaron. K nunca dejó a su esposa ni a sus hijos y él nunca salió a correr por nadie en su vida. Ambos eran muy parecidos en sus convicciones y lo sabían por sus respuestas a las preguntas que se habían hecho. Una de las preguntas que K le hizo a él fue si repetiría esa misma experiencia otra vez. Dijo que sí. Él le devolvió la pregunta y K le respondió con un si mucho más rápido y contundente.

sábado, 4 de julio de 2015

El camino de Pedro

   Pedro había empezado a los dieciocho años, en un tiempo cuando no tenía nada de dinero para sus cosas y vio la necesidad de conseguirlo a como diera lugar. Él estaba solo en la ciudad, habiendo llegado del campo, y por alguna razón no conseguía trabajo. Cuando por fin consiguió, era para un hombre que podría haber sido clasificado como esclavista en una tienda donde, más que nada, se vendía contrabando. El trabajo de Pedro era el de mover cajas para un lado y otro y moverlas casi todos los días a diferentes bodegas por toda la ciudad. Esto era, supuso él, para despistar a las autoridades y que al tipo ese nunca lo cogieran. Pero lo hicieron y a Pedro se le acabó el trabajo. Había venido a la ciudad a tener una mejor vida pero eso todavía no había sucedido.

 Había veces, muy pocas, que sus padres lograban enviarle algo de dinero. Este apenas le alcanzaba para pagar el cuarto donde se estaba quedando. La comida y todo lo que no involucrara esa pequeña y mohosa habitación, tenía que pagarlo él como pudiera. Ayudaba en supermercados, en la plaza de mercado, de mensajero para el que fuera, en restaurantes como mesero temporal. Pero ninguno era un trabajo permanente lo que significaba que ninguno de ellos podría asegurarle nada en su vida. Había días que comía solo una vez y nunca era mucho de nada. Tal vez algo de arroz que le regalaba una vecina o un pedazo de carne que le regalaban de los sitios donde trabajaba o un pastelito o algo así que hubiera en una tienda. Con eso vivía o, mejor, sobrevivía.

 Una vez tuvo trabajo por dos semanas completas, yendo todos los días. Se trataba de una bodega que debían abastecer en ese tiempo. No sabía cual era el producto que guardaban allí pero no le interesaba saberlo. Solo trabajó duro y al final tuvo su primera paga en billetes y monedas. Obviamente no era mucho, porque todo el mundo le veía la cara de recién llegado, de inocente, y se aprovechaban de ello para no pagarle lo justo. Pero lo que él no sabía, no lo hería. Se alegró al ganar su primer salario decente y decidió ahorrarlo para tiempos peores que no demorarían en llegar. Tuvo que aguantar ver sitios de comida deliciosa y productos que le llamaban la atención. Era una tortura.

 Pero algo que quería hacer, desde incluso antes de llegar, fue ir a un café internet. Había oído de las computadoras y demás en su pueblo pero allí solo había un par en el colegio y apenas había podido tocarla. Decidió darse el gusto y pagó por una hora entera de antemano. A pesar de que no sabía nada al respecto, fue bastante fácil comprenderlo todo. En unos minutos estuvo en su elemento y pudo ver resultados del fútbol, noticias e incluso fotos de su pueblo que le hicieron recordar a sus padres y al olor del campo en la mañana, cuando ellos salían a trabajar y él se iba a la escuela. Extrañaba su campo.

 De repente, una ventana se abrió de golpe. Eran dos chicos y hacían algo que él jamás había visto. Después se abrió otra con dos chicas y al final una tercera donde un chico delgado miraba directo a la cámara, como seduciéndola. El afán de Pedrose disipó por un momento ya que el aviso decía algo de ganar dinero y la cifra que ponían era increíble. Había una palabra que no entendía pero no supo más porque uno de los encargados del café le dijo que el sitio no era para mirar esa clase de cosas. Así que lo sacó antes de que se le terminara la hora y Pedro quedó preguntándose que era eso que había visto. La verdad había sido una debilidad porque la cifra era increíble pero pensó que seguro habría mucho que hacer para conseguirla.

 Los días pasaron y, de nuevo, era difícil encontrar un trabajo decente. De nuevo le pagaron con comida o con algunos billetes que en verdad no alcanzaban para nada. En esos días, recibió una carta de su padre que le decía que por un mes no recibiría nada de dinero pues la cosecha pasaba por un mal momento y no tendrían como ayudarlo. La carta no decía nada más y eso hirió un poco a Pedro pero tuvo que tomarlo de la manera más madura de la que fuese capaz. Ahora debía sobrevivir como nunca y lo mejor era ponerse a trabajar. Como pudo, repartió volantes para un restaurante, pinto muros e incluso ayudó en una iglesia a matar algunas ratas que la infestaban pero en ninguno de los trabajos le pagaron algo decente, ni siquiera en la iglesia.

 Y entonces recordó de nuevo la cifra que había visto en la pantalla del computador y supo que debía saber más. De pronto no era algo tan malo como él pensaba. Decían que la internet ayudaba a la gente de muchas maneras en otros sitios así que podría ser su vía para una vida mejor. De sus ahorros sacó, con dolor, el pago de una hora en otro café internet, donde por la clientela, supo que no lo juzgarían por ningún contenido. Se hizo al fondo y trató de recordar que decía el aviso para buscarlo. Ya no recordaba la palabra que había visto pero decidió ser recursivo y escribió “chico desnudo”. La cantidad de imágenes que vio fue demasiado así que agregó la palabra “dinero”. Y entonces lo encontró.

 Era el mismo sitio que antes. Decían dar una muy buena paga por trabajar como actor y modelo. Daban un número de teléfono, un correo electrónico e incluso una dirección. Pedro había venido preparado y lo anotó todo en un papelito que tenía doblado en el bolsillo. Sin perder tiempo, le preguntó al encargado del sitio donde quedaba la dirección y el hombre le dijo como llegar. Para su sorpresa, no era muy lejos. Decidió caminar, en parte por lo cerca y en parte porque no tenía dinero para bus, y llegó en uso minutos. La dirección era de una casa vieja pero bien mantenida. Las ventanas estaban tapadas con cortinas y cuando golpeó, parecía que nadie iba a venir a abrir.

 Cuando por fin abrió un hombre alto y bien afeitado, le dijo que se fuera, que no era lugar para niños. Pedro le dijo que tenía dieciocho y que había visto el anuncio en internet. El tipo se le quedó mirando. Lo miró de arriba abajo y por todos lados hasta que le preguntó si sabía en que consistía el trabajo. Pedro negó con la cabeza y el tipo lo invitó a pasar. Le pidió que lo siguiera a un segundo piso, donde había varios cuartos pero todos cerrados. Ellos entraron a una oficina donde había pantallas y computadores y nadie más. El tipo se sentó y señaló a las pantallas. Y Pedro entendió lo que los chicos hacían. En la pantalla se veía a la perfección como se quitaban la ropa frente a una cámara conectada a un computador.

 El tipo le dijo que si quería entrar, la paga era más que generosa. Le dijo además que por su cuerpo y aspecto tal vez podría pagarle más. Con ropa y todo, el hombre veía que los músculos del chico eran bastante marcados, por tanto trabajo subiendo y bajando y cargando cosas. Además le dijo que a muchos les gustaba el niño con cara de inocente y sumiso, así que de pronto pagarían más por él. Si más gente lo pedía, más paga recibía. Pedro se sentía un poco abrumado y nervioso. El tipo lo miraba de una manera que no le gustaba pero él pensaba en lo que podía hacer con el dinero. Incluso podría ayudar a sus padres pero no sabía que hacer. El tipo le dijo que viniera al día siguiente y lo pensara esa noche. La decisión era difícil y él lo sabía.

 Esa noche, Pedro prácticamente no durmió. Pensó en todo lo que podría comprar, en los sueños que podría realizar con tanto dinero. Tal vez incluso estudiar algo, si ganaba lo suficiente. Lo bueno era que no tenía que estar con nadie en un cuarto sino que era solo frente a una cámara. Era como bailar pero sin ropa o algo así. Era muy raro pensar en eso y en gente que le gustaría verlo desnudo. Pero aparentemente la había, pues el tipo de la agencia, como decía llamarse, le había indicado que podría tener buena ganancia por su cara de inocente. En un momento se miró al espejo y se preguntó si en verdad se veía tan inocente y desvalido como le decían.

 Al otro día visitó la agencia de nuevo y le dijo al hombre que lo haría. Él le sonrió y le dijo que firmarían un contrato formal y le tomaría algunas fotos, tanto para el archivo como para la promoción. Todo fue muy rápido y confuso y al día siguiente ya estaba en internet. El mismo tipo de la agencia le mostró como se veía su imagen allí. Le dijo que era el momento de empezar y así fue como Pedro empezó en el mundo de la pornografía. Al momento tuvo mucho miedo pero pronto se dio cuenta que no había nada que temer. Le pagaban bien, lo trataban excelente y el dinero ganado le permitió mudarse a un sitio mejor y ayudar a sus padres en el campo.


 Con el tiempo, lo contrataron para hacer películas y tomarse fotos y demás. Incluso lo contrataron como modelo para ropa interior y cosas por el estilo. Pronto se le olvidó todo respecto a su inocencia y surgió entonces una cara de Pedro que ni él había visto nunca. Una cara más luchadora que nunca y que le hubiese servido cuando habían abusado de él en tantas ocasiones. Sabía que su trabajo no era muy normal pero eso no le importaba. A nadie hacía daño y sí le constaba que hacía muy feliz a muchas personas y que podría ser mejor que eso?