El lugar estaba en completo silencio. Eso,
combinado con el panorama casi completamente blanco, era más que inquietante.
Por supuesto que había vida en las cercanías. El bosque que habían pasado hacía
poco estaba lleno de criaturas y de plantas hermosas. Pero justo en ese lugar,
en ese punto tan alejado de todo, parecía que se hacía realidad el mito de la
nada. Aquella cosa que no entendemos porque jamás hemos echado un vistazo a lo
que de verdad es nada, porque todo lo que vemos es algo.
Nadie se movió. No solo porque estaban
sobrecogidos por lo que veían o no veían, sino porque algo parecía haber tomado
posesión de sus cuerpos. Algunos de verdad querían moverse pero simplemente no
podían hacerlo. Ni sus manos, ni sus piernas respondían a las ordenes del
cerebro. Era como si el cuerpo y la mente de cada uno de los integrantes se
hubiesen desconectado y no supieran como volverlos a conectar. La sensación era
desesperante y sus caras pronto reflejaron miedo y angustia.
De golpe, el sonido pareció volver a la cima
de la montaña. Irrumpió en la zona en la forma de una ventisca tremendamente
fuerte. Fue muy apropiado que, para ese momento, cada una de las personas allí
en la nieve recuperaran la movilidad de su cuerpo. Lo único que pudieron hacer
fue agacharse y tratar de cubrirse lo mejor posible para evitar que la ventisca
los enterrara. Se movían despacio ahora, como insectos tratando de llegar hasta
una madriguera. Les tomó una buena hora salvar ese paso.
Cuando por fin empezaron a descender, la
ventisca había terminado. O, mejor dicho, se había quedado en la parte alta de
la montaña. Desde donde estaban, podían apreciar claramente como el viento
estaba barriendo con fuerza la nieva de la cima y de sus alrededores. Era un
espectáculo hermoso desde allí abajo pero nada que quisieran volver a vivir muy
pronto. Dejando de mirar, retomaron el camino y descendieron la montaña con
relativa facilidad hasta llegar al campamento más cercano.
Solo había otro grupo, de unas cinco personas.
Se saludaron pero en esos lugares nadie esperaba que las demás personas fueran
demasiado amables o demasiado comunicativas. Era apenas entendible que el
trabajo de haber atravesado una montaña cansara a cualquiera, y en esos
momentos nadie tenía muchas ganas de ponerse a hablar o relacionarse con nadie.
Los recién llegados solo querían descansar en camas o lo que hubiese, eso sí no
sin antes haber comido algo para llenar la panza. Y eso fue lo que hicieron, en
completo silencio, sin hablar de nada de lo ocurrido ese día.
Al otro día el grupo debía elegir como
proseguir. Una de las opciones era continuar por la cordillera, subiendo tres
picos nevados para luego llegar a un campamento relativamente pequeño al otro
lado de todo. El problema recaía en que para hacer esa ruta debían permanecer
tres noches en las montañas, durmiendo allí y combatiendo cada segundo el
viento, el frío y la falta de oxigeno para el cerebro. La mayoría de miembros
del grupo estuvo de acuerdo en posponer la decisión al día siguiente.
Querían tener un momento para pensar, un
momento para de verdad reflexionar acerca de las implicaciones de seguir por
las montañas o simplemente regresar a casa. Claro que todos querían volver con
sus familiares y a sus hogares, llenos de comida rica y caliente y de abrazos y
besos. Incluso los que no tenían mucha familia se alegraban tan solo de pensar
en volver a sus hogares, a una cama propia y caliente y a una vida mucho más
pausada. Ese pensamiento era de propiedad común.
Sin embargo, los que estaban allí no eran
aficionados ni mucho menos. Eran personas que ya habían intentado hacer algo
así antes. Eran hombres y mujeres que ya habían vivido las dificultades que
existen en una empresa de ese calibre. No les asustaba nada o al menos nada lo
había hecho hasta que habían quedado congelados allá arriba en la montaña. Ese
extraño suceso era algo que también se negaba a dejar sus pensamientos. Cada
vez que dejaban de pensar, la sensación volvía a sus cuerpos y los debilitaba.
Uno de ellos tuvo una reacción más que fuerte
y se desmayó la tarde del día que se habían dado extra. Lo encontraron con una
taza de café congelada a sus pies y una mirada perdida que no denotaba ni miedo
ni nada por el estilo, pero sí que daba angustia a cualquiera que lo mirara. Al
comienzo pensaron que tal vez estaba enfermo de algo pero un médico lo revisó y
no encontró nada mal en él aparte de lo afectado que su cuerpo estaba por el
frío. Fue el primero en irse, a pesar de que no había tomado en verdad ninguna
decisión.
El resto tuvieron que encontrar una respuesta
clara pronto. La salida de uno de los miembros del equipo daba la oportunidad
de poder dejar la aventura también sin sentirse demasiado culpables y sin tener
que responder demasiadas preguntas. Pero el misterio tenía cierto nivel de atracción
que era casi imposible de ignorar. Aunque lo sucedido les daba miedo, la
mayoría quería entender mejor que era lo que había sucedido en la cima de esa
montaña. Y la única manera de saberlo era subiendo de nuevo, esperando que lo
mismo ocurriera en una cima diferente, tal vez con menos personas.
A la mañana siguiente, la mitad del grupo
anunció su retirada. Nadie los juzgó y nadie les pidió explicaciones. Se
encargaron de llevar al hombre enfermo al pueblo más cercano, mientras los
demás alistaban su equipo para empezar el ascenso del primer pico lo más pronto
posible. Era cierto que el misterio los llamaba pero no quería tomarse más
tiempo del necesario en esas montañas. Era bien sabido que podían ser
traicioneras y tendrían que tener todos sus sentidos bien alertas para evitar
contratiempos.
Para el mediodía, ya llevaban buen ritmo
montaña arriba. El aire era limpio y dulce. Eso los instó a caminar con más
precisión y gracia, estaban contentos porque el día parecía querer que todo les
saliera bien. Incluso cuando llegaron al lugar donde empezaba la nieve,
hicieron la transición de una manera alegre y despreocupada. Se daban cuenta de
que se habían preocupado por nada y que lo que habían vivido en la otra montaña
no era nada a lo que debieran ponerle mucha atención. Debía haber sido una
ilusión, nada más que eso.
Llegaron al primer pico a la mañana siguiente.
A pesar del bajo nivel de oxigeno, tuvieron tiempo para tomarse varias fotos.
Cada uno fue el centro de una de ellas y las hicieron en todas las poses e
incluso con expresiones faciales diferentes. Hasta ahora recordaban que esa
aventura, a pesar de todo, era simplemente una salida con amigos y así era que
debían de tomárselo. No con caras largas y silencios prolongados sino con
alegrías y departiendo sobre todo lo que pasaba en sus vidas, compartiéndolo todo.
La segunda noche la pasaron en un paso nevado
a gran altura. Les fue complicado poder establecer el campamento, pero fue
entonces cuando agradecieron ser menos que antes, así no debían armar tantas
tiendas de campaña. Pudieron dormir un par de horas, hasta que un ruido sordo
los despertó a la mitad de la noche. Por un momento, pensaron que se trataba de
una ventisca lejana que bramaba con fuerza. Pero cuando salieron de las
tiendas, se llevaron una gran sorpresa.
Cayó sobre ellos la misma nube de silencio que
había caído antes. El sonido que los había despertado ya no se escuchaba por
ninguna parte. De nuevo perdieron control sobre sus cuerpos y pensaron,
correctamente, que el ruido había sido solo una trampa para hacerlos salir de sus
lugares de descanso.
Sin embargo, esta vez también vieron algo.
Tiesos como estaban, vieron unas luces dar vueltas sobre sus cabezas. Eran colores
e hicieron varias piruetas sobre ellos. Luego se fueron y los montañistas pudieron
moverse de nuevo. Fue entonces que se dieron cuenta que había una persona menos
en el grupo.