Mostrando las entradas con la etiqueta Rusia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Rusia. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de abril de 2015

Kamchatka

   Cuando Javier salió del avión, aprovechó para estirar sus piernas y sus manos apenas bajó por la escalerilla del avión. Las azafatas lo miraban riendo por lo bajo pero no había como no hacer lo que estaba haciendo. Al fin y al cabo el viaje había tomado varias horas y eso solo era el último tramo. Y todavía había más por delante pero desde ya podía decir que su aventura estaba comenzando.

 Al salir del aeropuerto, un hombre con cara de pocos amigos, abrigado hasta la medula, lo encontró sosteniendo la foto que había enviado a la agencia. Era de hecho la foto del pasaporte y la habían ampliado varias veces y no se veía muy bien en el cartón que el hombre sostenía. Después de haberse saludado, subieron la única maleta de Javier y emprendieron el camino al hotel. Allí el hombre se despidió y le indicó, en inglés, que lo recogería temprano al otro día.

 Esa tarde, Javier organizó todo lo que debía llevar en la mochila de expedición: no podía echar todo lo que había traído y siempre lo había planeado. Había traído varios implementos para el cuidado personal porque en la noche haría una limpieza profunda de sí mismo, ya que iba a estar una semana entera por fuera, sin posibilidad de ducharse ni nada relacionado a su estética personal. Decidió también dejar fuera algo de ropa que vio que no iban a ser muy apropiados.

 Cuando llegó la noche, comió algo en el restaurante del hotel y luego se duchó por varios minutos, afeitándose después así como usando bastante desodorante. Durmió como una piedra hasta que la alarma del celular lo despertó a las cuatro de la mañana. Se bañó de nuevo, arregló lo último de la mochila y cuando bajó su anfitrión ya estaba allí. En la camioneta que manejaba se demoraron unos minutos hasta salir de la ciudad y viajar por carretera por cerca de media hora hasta llegar a un parque donde había un puesto de guardabosques. Allí, Javier se dio cuenta que había otros viajeros ya listos para emprender la travesía.

 Los reunieron a todos frente a la casa del guardabosques y una mujer muy rubia y alta fue quien les habló en inglés y les dijo como sería el recorrido y lo que debían esperar del recorrido. Les recordó que no podían usar el flash de sus cámaras y que no estaba recomendado llevar productos electrónicos aunque tampoco estaba prohibido. Javier apretó el celular en la mano pero no lo sacó ni dijo nada. Cuando la mujer terminó su discurso, les dijo que se alistaran ya que la caminata empezaba allí. Fue a buscar su propia mochila y entonces empezaron a caminar. Javier se despidió de su conductor, que pareció no verlo, y siguió al grupo.

 No eran muchos. Además de la guía, solo había una mujer que venía con su esposo. Eran franceses. Había un joven de la misma edad de Javier que venía de Corea y dos hombres estadounidenses que parecían tener mucha experiencia en este tipo de situaciones. Pero el grupo de hablaba mucho entre sí. Era como si vinieran a competir, o algo por el estilo, pero Javier no lo veía así. Él había ahorrado por mucho tiempo para hacer este viaje. Era un fotógrafo consumado e ir hasta Kamchatka siempre había sido uno de sus más grandes sueños.

 Como pudo, se fue acercando hacia Si-woo, el chico coreano. Lo bueno era que Javier sabía hablar bien en inglés y cuando lo saludó el chico se asustó un poco pero empezaron a hablar a gusto, compartiendo algo de sus vidas. Los demás hacían lo mismo, pero no entre ellos sino solo con quienes habían venido. Como ellos dos estaban solos, era apenas normal que se sintieran mejor hablando el uno con el otro. Si-woo era biólogo y había venido porque para él también era un paraíso en la tierra esta península plagada de volcanes y vida salvaje.

 Después de un tiempo de caminata, salieron del pequeño bosque a una extensa estepa plagada de flores de colores y algunas plantan menores. La guía les avisó que pronto se detendrían para tratar de tomar la foto de un zorro, que normalmente merodeaban por la zona. Cuando llegaron a la parte más plana y estable de la estepa, se hicieron en grupo y miraron para todos lados. Pero parecía que los animales o no estaba o no pretendían interactuar con los viajeros. De todas maneras Javier tomó algunas fotos y lo mismo hicieron los demás.

 Algo de neblina había empezado a bajar de la montaña, que era un volcán negro, y estaba cubriendo todo el lugar lentamente. La guía apuró el paso ya que debían llegar al borde de una cañada para tener en donde acampar. Pero a medio camino hacia allí, una tormenta se desató y casi no pudieron seguir. Varios se resbalaron y no había manera de encontrar el lugar para acampar. No venían árboles ni nada que los cubriera y poner tiendas de campaña no les iba a ayudar de nada. Debían seguir caminando lo que más pudiera hasta que la lluvia se detuviera o hasta que encontraran un lugar adecuado para pasar la noche.

 Entonces llegaron a la cañada pero ya no era un pequeño riachuelo como habían visto en fotos. Era un torrente de agua que llevaba ramas y plantas hacia el mar. En ese momento la guía les indicó un camino para ir paralelo al torrente pero la pareja de franceses se acercaron demasiado y se resbalaron, cayendo en el agua. Uno de los gringos corrió rápidamente y lanzó una cuerda que tenía en su mochila. La mujer que había caído logró tomarla pero su esposo se le fue entre los dedos y se lo tragó prontamente la oscuridad de la noche.

 Cuando pudieron sacarla, la mujer temblaba como loca y no podía pronunciar palabra. Y así hubiera querido hablar lo más probable es que no se le hubiera entendido nada, por la lluvia. La guía decidió sacar un plástico de su mochila y les aconsejó a todos sentarse en el suelo y cubrirse con el plástico. Ella intentaría llamar al guardabosques. Lo intentó toda la noche, incluso después de que todos se durmieran. La lluvia se detuvo en algún momento de la noche, así como sus intentos.

 Uno de los gringos, el que venía con el que había rescatado a la mujer, se despertó de golpe, gritando. Todos lo miraron asustados. El hombre se cogía la pierna y de pronto quedó quieto, lívido. Su cuerpo cayó al suelo por su propio peso y quedó ahí. El que venía con el lo revisó y sacó de entre sus pantalones una serpiente que se le había metido en la noche. Lo había mordido varias veces y parecía ser venenosa.

 La guía empezó a llamar de nuevo pero nadie atendía. Parecía que la lluvia había dañado todo. Como pudieron, tratar de retomar el camino de vuelta pero la lluvia había cambiado el paisaje y parecía que por loa noche ellos también habían perdido el rumbo. La mujer dijo que lo mejor era cruzar el río en algún punto para llegar a un puesto al otro lado. Siguieron el curso de la cañada hasta llegar a un lugar poco profundo donde uno a uno fueron pasando tranquilamente. Después de unas horas, llegaron al otro puesto de atención y, como lo esperaban, no había nadie. Pero sí había un teléfono y la guía trató de contactar a alguien para que los ayudara.

 De pronto, estando dentro de la cabaña, oyeron un par de disparos y el sonido de aves asustadas. Se miraron los unos a los otros y se dieron cuenta que solo el chico coreano y el gringo faltaban. Cuando salieron, el chico tenía una pistola en la mano apuntando a su cabeza y el cuerpo del hombre al lado. La guía le preguntó que había pasado pero el joven respondió accionando el arma y suicidándose frente a todos. Ahora solo habían tres personas, tres personas que no entendían que sucedía. La guía volvió al teléfono y por fin contestaron. Ella no tuvo que decir nada; le contestaron que ya habían enviado un helicóptero.

 Cuando volvieron a la ciudad, se les informó que la policía secreta había ocupado la oficina y por eso no habían contestado antes. Resultaba que Si-woo era un hombre buscado en Corea por haber sido el único testigo del asesinato de su madre, una política importante, por parte de dos mercenarios norteamericanos. Entonces todos entendieron la actitud de unos y otros y como la muerte del francés había sido un accidente inesperado. Todo había pasado rápidamente pero casi en conjunción con los planes de venganza de cada uno. Los gringos no habían hecho nada por temor y el chico coreano había aprovechado esto para buscar una serpiente venenosa y ponérsela cerca uno de ellos. Al fin y al cabo, sí era un biólogo.


 Todos testificaron a la policía rusa y dejaron la ciudad apenas pudieron. En el avión de vuelta, dejaron la ciudad apenas pudieron. En el aviy ponersela ios norteamericanos. Entonces todos entendieron la actitud de ón de vuelta, Javier empezó a escribir en un cuaderno lo que recordaba para no olvidarlo. No podía creer el nivel de venganza, de miedo y de odio y, sobre todo, de paciencia que había habido para que todo lo que pasara tuviera que pasar sin que nadie se diese cuenta con antelación. El momento que tanto había anticipado, que iba a cambiar su visión de la vida, se había arruinado. Pero al final del día, si había cambiado su vida, solo que no de la manera deseada.

lunes, 19 de enero de 2015

Matrioskas

   Su obsesión bordaba en lo insano. Era realmente extraño ver como lo único que miraba en internet era fotos de más y más muñecas rusas para comprar, en vez de hacer lo que toda chica de su edad: hablar con chicos, subir fotos, compartir cosas, ... Pero no, a ella no le interesa en nada conocer a un chico. Cuando sus amigas hablando de novios o sexo, ella mágicamente desaparecía, a veces para ir al baño, otras para irse a su casa sin despedirse.

 Cualquiera que la conociera, y la verdad era que no mucha gente la conocía en profundidad, sabía que su obsesión con las muñecas rusas, llamadas mamushkas o matrioskas, había nacido de un solo set de muñecas que había pertenecido a su madre. Y ahí era donde se complicaban las cosas: su madre siempre había cuidado que Rania (como se llamaba la chica) tuviera la mejor educación y todo lo necesario para una juventud igual que la de cualquier otra niña. El problema era que la madre jamás había estado físicamente o, al menos, no lo normal.

 Resultaba que la mujer era escritora de viajes. Escribía para varios periódicos, revistas y guías de viajero. Era fascinante oírla hablar de sus viajes, de las diferentes culturas y de todas las personas que había conocido en años de aventuras por el mundo. Se sabía de memoria varios de los callejones de Mumbai, se sabía de memoria en que orden iban los edificios y las tiendas en los Campos Elíseos, conocía el mejor restaurante de sushi en Tokio y el mejor rincón para tomar fotos del Castillo de Chapultepec. Todos quienes la conocían la admiraban y hubieran querido ser ella, con tanto que hacer y tanto que mostrar y decir.

 Solo Rania sabía que tener una madre así, no servía de mucho. Sí, le traía (o más frecuentemente le enviaba por correo) hermosos regalos de varias partes del mundo. Tanto ropa como comida, pasando por aparatos de última tecnología y chucherías sin importancia que ella pensaba que le gustarían a su hija. Pero como iba a saber lo que le gustaba si muy pocas veces estaba en casa? Y cuando lo estaba, iba de arriba a abajo de la casa, visiblemente desesperada de tener que quedarse en un mismo sitio más de unos pocos días. Era como ver un tigre enjaulado, pensaba Rania. Y ella sabía, no muy dentro sino muy en la superficie, que su madre no la quería.

 Esto era fácil de ver. La mayoría de familiares que tenía Rania, tías y tíos y su abuela, se habían dado cuenta de ello y por eso eran ellos que cuidaban de ella. Fue su abuela que, cuando era muy pequeña, la puso a jugar con el set de muñecas rusas, traídas por su madre de la ciudad de Kazan. Los dibujos que había sobre las muñecas eran hermosos, delicados y sorprendentes. Su madre nunca la hubiera dejado jugar con ellas pero, como nunca estaba, Rania hacía que desde la más grande a las más pequeñas de las matrioskas desempeñaran un papel en sus juegos.

 Y así creció Rania, con las muñecas como su única verdadera compañía y sin extrañar a su madre que prefería estar escalando alguna montaña en algún lado o probando alguna comida rara a medio mundo de distancia. Solo a veces pensaba en ella, sobre todo cuando se sentía más sola y vulnerable. Pensaba que su madre bien podría haber tenido muchos maridos o una familia en otra parte y ella nunca se enteraría. Lo peor de todo era que no la conocía lo suficiente para saber si la mujer que la había engendrado era capaz de algo como eso.

 Incluso, alguna vez mientras miraba muñecas para comprar en una pequeña tienda de antigüedades, pensó que bien podría no ser hija de la mujer que le habían dicho era su madre. A ella no le constaba nada, aunque tampoco la hacía feliz el prospecto. Si no era su madre, debía agradecerle por la inversión que había hecho en ella. Después de todo le había comprado muchas cosas a lo largo de su vida, le había dado un hogar y educación. Pero también querría decir que alguien la había dado a esa mujer para que la cuidara. Mejor dicho, no habría una sino dos mujeres a las que no le interesarían verla. Ese pensamiento, le partía el corazón.

 A los doce años compró su segundo set de muñecas, mucho menos bonitas que las primeras pero apreciadas porque eran las primeras que ella había comprado con su propio dinero. Y así pasó el tiempo y compró más y más hasta que tuvo que convertir un closet que nadie usaba en su casa en estantería para poner los grupos de matrioskas que crecían a un ritmo acelerado. Sin embargo, nadie se preocupó ni dijo nunca nada respecto a esta particular obsesión. Su abuela, erróneamente, creía que se trataba de una manera de estar cerca de su madre. Era más bien reemplazar una cosa con otra. No era más que eso.

 Cuando llegó la hora de entrar a la universidad, pagada a distancia por su madre por supuesto, ella decidió estudiar diseño gráfico. Su sueño era diseñar más de las muñecas que tanto le gustaban, con nuevos rostros y colores y diferentes atuendos y accesorios. Quería que todo el mundo las amara igual que ella o más. Pero sus compañeras pensaban que una obsesión así era muy extraña, sobre todo para una joven ya mayor de edad. Muchos se burlaban de ella a sus espaldas y otros simplemente ignoraban ese detalle de su personalidad. La verdad era que Rania podía ser bastante simpática si se sabía como hablar con ella.

 De hecho, su mejor amiga Lina, una de las pocas, le compró un set de muñecas rusas pero pintadas como varios personajes de una popular película de ciencia ficción. A Rania le fascinó el regalo y aún más la idea de hacer de las muñecas algo más popular a través de elementos que todo conociera. Así que ideó algo más original y lo presentó como su trabajo de tesis: era seis grupos, cada uno con cinco muñecas. Cada grupo representaba un continente diferente y cada muñeca vestía como las mujeres que vivían allí. Representaba mujeres de ciudad como las de campo. Fue un trabajo arduo pero le valió varios elogios y las mejores notas que pudiera obtener.

 Rania no volvió a ver a su madre después de cumplir los 25 años. Para que ver a una mujer que no conocía, y que simplemente nunca le había preguntado como estaba o que sentía? Lo único que hizo fue comunicarse con ella por correo electrónico y por esa vía agradecerle todo lo que había hecho por ella y que ella le pagaría de vuelta, al menos parte de lo invertido. Resulta que Rania abrió una tienda en la que solo vendía muñecas pero del tipo que los clientes quisieran: a veces pedían que dibujaran a sus familias, otras veces algunos personajes que les gustaran o simplemente compraban de la selección que ella diseñaba.

 La mujer, su madre, jamás respondió y Rania no insistió. Prosperó con su negocio y, poco a poco, empezó a ser más abierta con quienes conocía y con los pocos amigos que tenía. Lo que más le gustaba era quedarse solo un rato en la tienda después de cerrar y darse cuenta como esas muñecas habían sido su salvación. Podía haber sido resentida con todo, odiar a su madre, detestar la vida como tal. Pero no. Rania no era así.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Europa

La de Marisa es una vida solitaria, sin duda. Siendo una científica en el fin del mundo, no hay mucho que se pueda hacer por mejorar la vida social.

Ya hace dos años que esta joven argentina trabaja en una de las bases de su país en la peninsula antártica. Allí hace investigaciones exhaustivas relacionadas al cambio climático: saca hielo de varias partes y luego los estudia en un laboratorio especial.

Y esa es básicamente su vida desde que llegó a la Base San Martín. Los momentos de diversión son pocos y casi siempre se relacionan con la nieve o una que otra película en VHS que traen los exploradores que vienen a la base como cambio por los que ya tienen que volver a la civilización.

En uno de esos cambios de personal, Marisa conoce a Ramón. Él es chileno y viene a apoyarla en su investigación. Aunque en principio no le gusta mucho la idea, es notificada de que ahora los estudios serán multinacionales por lo que científicos de otros países estarán pasando por la base en los próximos meses. De hecho, será hasta que ella misma tenga que volver.

Al principio el trabajo con Ramón es difícil, como lo suele ser siempre que alguien nuevo llega a cambiarlo todo en un ambiente laboral. Pero pronto ambos se acostumbran a sus personalidades y el trabajo fluye más fácilmente.

Un mes después al grupo se suman Adela (francesa), Friedrich (alemán) y Victoria (rusa).

El trabajo se hace cada vez más llevadero y tras unos pocos días, ya se ha formado una autentica familia que se reúne para comer, ven películas juntos y comparten cada detalle de sus vidas. Esto es casi terapéutico ya que, estando en un lugar tan aislado, es perfecto para hablar de cosas que parecen haberse quedado en sus respectivos países.

En una de esas pocas oportunidades para relajarse, el grupo realiza un paseo en motonieve hacia una colonia de pingüinos. La única del grupo que los ha visto antes es Marisa. Para el resto es una experiencia nueva y graciosa, ver cientos de pingüinos en su estado natural. Como es verano, el clima es menos duro y verlos se hace más sencillo y placentero.

Eso hasta que algo bastante extraño ocurre: el motor de una de las motonieves explota con fuerza, asustando a todos los miembros del grupo y a los pingüinos más cercanos.

Marisa se acerca a los restos. La verdad es que no sabe mucho de mecánica pero algo le enseñó un ingeniero que estuvo de visita: al menos lo que ella veía estaba bien, excepto por el detalle de que había estallado. Era muy extraño.

Volvieron a la base al poco tiempo. Marisa había amarrado la moto dañada a la suya para que alguien la arreglase cuando pudiera.

Pero para sorpresa de todos, la base estaba desierta. Aunque eran el grupo más numeroso, había por lo menos cinco personas más en la base antes de que se fueran y ahora no había nadie. Es más, el laboratorio de Marisa estaba desordenado, aunque parecían haber tenido el cuidado de no dañar equipos.

Los cinco del grupo se sentaron entonces a la mesa, cada uno con café caliente entre sus manos, y empezaron a discutir la situación: la ropa y demás objetos personales de los otros tampoco estaban. No había ningún vuelo programado ni tampoco barcos que se fueran a acercar a la base hasta dentro de dos semanas.

Adela entonces recuerda haber escuchado algo en el barco en el que llegó, sobre un robo en otra base pero no sabía muy bien de que hablaban los tripulantes del barco.

Friedrich, sin embargo, está sorprendido de que nadie hubiera escuchado del atentado terrorista contra la base Vostok, ocurrido el día mismo de su embarque hacia la Antártida.

Ramón no entiende que tiene eso que ver con nada. La base Vostok es rusa y está a más de tres mil kilómetros de San Martín, eso sin decir que el lugar no está cerca a la costa sino dentro del continente.

El alemán responde que podía no tener nada que ver pero que era el misterio más grande respecto al continente blanco desde la supuesta base nazi en los años cuarenta.

Marisa decide que todos vayan a descansar, viendo que a veces relajar la mente hace ver las cosas más claras. Ella les promete tratar de contactar a las autoridades o a sus superiores por la radio para obtener alguna clase de explicación.

Ramón decide ayudarla y pasan toda la noche en el cuarto de ella, sintonizando emisoras y tratando de comunicarse. Por fin, hacia las 4 de la madrugada, logran hablar por un breve momento con alguien del servicio costero argentino. Exponen su situación rápidamente pero la comunicación es débil y se ve interrumpida. Ramón sale a ver el estado de las antenas y ve como han cortado cables y desenchufado otros.

Cuando vuelve, los otros ya se han despertado y no parecen haberse calmado con las pocas horas de sueño. Empiezan a discutir, cada uno desesperado por la situación pero volviendo todo personal, diciendo lo mucho que quieren irse y como nunca debieron aceptar el trabajo.

Solo Victoria está, como siempre, bastante callada y parece pensar a toda velocidad pero sin decir ni una palabra.

Cuando Ramón grita para que todos se callen, Victoria hace un sonido de duda y luego empieza a contar algo imposible: resulta que ella estuvo en Vostok antes de la explosión, exactamente el día anterior. Trabajaba investigando las profundidades del Lago Vostok, el que podría ser el lugar más puro del planeta al haber sido sellado hace milenios por el hielo.

El alemán le pide la razón de su historia y ella responde que sabía que alguien intentaría sabotear las investigaciones. Adela pregunta el porqué y la respuesta, aunque lentamente, les cae a todos como un balde agua fría: Victoria confiesa que los rusos han descubierto trazas de vida en el lago y que estos se asemejan a información proporcionada por la NASA sobre una luna de Jupiter.

Marisa trata de entender mejor.

- Que quieres decir?

- La NASA le envío, en secreto, esa información al Kremlin. No soy solo una científica, soy también agente de seguridad de Rusia. Yo y un compañero fuimos, en secreto, a comparar los resultados de la NASA con los de nuestros científicos. Y son iguales.

Ramón da un respingo. Los demás parecen no respirar.

- Quieres decir que...

- Hay vida en ambos ecosistemas. Y sin similares. Y alguien no quiere que eso se sepa. No sé porque.

De repente se oye una explosión, como la de la motonieve pero más grande. Ramón sale rápidamente, siendo el único vestido para salir, y ve los restos de todos sus transportes freídos por la explosión, frente a la base.

Cuando se da la vuelta para entrar al recinto de nuevo, sus compañeros ven como se desmaya tras un golpe con una culata de arma de fuego. Quien lleva el arma es irreconocible para todos pero viene acompañado. Entran a Ramón y cierran la puerta.

Marisa concluye, sin temor a equivocarse, que estos son los mismos hombres que atentaron contra la base Vostok. Y al parecer, vienen a terminar su trabajo.