El caballo galopaba casi sin toca el suelo.
Verlo a semejante velocidad era increíble, con su piel negra como la noche y su
crin larga y suave al tacto. No era como los demás caballos que usaba la corte
para su uso personal y eso era porque no había sido criado por los hombres que
manejaban el estable. Este caballo, apodado Bruma, era la propiedad de una
princesa. Y no de cualquier princesa, sino de Lady Xan Xi. Al oír su nombre, en
cualquiera de los rincones del reino, la gente sabía de quién se estaba hablando
cuando se referían a ella. Había historias, como la del caballo, o como la de
cómo había estrangulado a una serpiente que había entrado en su cuna cuando era
solo una bebé.
Xan Xi era la hija de uno de los hombres más
poderosos de la región sur y por eso nadie se oponía a nada de lo que ella
dijera y era más respetada que muchos de los hombres más valientes del reino.
Esto era por su presencia, que desde niña había sido imponente a pesar de su
corta estatura. Desde los siete años había empezado a entrenar a Bruma y ahora
que habían pasado diez años de esos días, los dos eran un equipo bien aceitado
y listo para cualquier misión.
Sin embargo, sus padre y los demás hombres
todavía la consideraban solo una mujer, una muy fuerte de carácter y con convicciones
sólidas pero una mujer de todas maneras. Cuando quiso entrenar para usar la
espada se lo impidieron y tuvo que ella aprender en privado, lejos de la vista
de cualquier miembro de su familia. Solo una de sus doncellas sabía que Xan Xi
era versada en el arte de los puñales, armas peligrosas pero elegantes.
El peor momento para la joven princesa fue el
anuncio de su compromiso con un príncipe que ni siquiera conocía. Él era de la
región norte, un lugar metido en montañas nevadas y valles abruptos. Ella de
eso no sabía nada pues en los veranos siempre iba a la playa y la región sur de
montañas no sabía mucho, solo una que otra colina solitaria. La idea de casarse
la mantenía despierta en la noche y decidió no fingir alegría por el evento.
Ella solo quería estar sola, disfrutar estar sola y seguir haciendo lo que le
gustaba. Los hombres eran controladores y sabía que la mayoría de ellos le
impedirían ser feliz.
No planearía nunca escapar de su compromiso,
pues hacerlo deshonraría a su familia y a si misma. Ella quería casarse, pero
no en ese momento, no tan joven y sin haber vivido apenas. Quería saber más de
todo para así ser una esposa más completa y no solo estar con su marido sino
saber como apoyarlo y ser prácticamente un equipo. Creía que eso podía pasar
pero a veces veía su mundo a los ojos y se daba cuenta que lo que soñaba era
casi imposible.
Su madre estaba feliz arreglando todo lo
debido para el matrimonio que, según la tradición, debía celebrarse en casa de
la novia. Es decir que su prometido, fuese quien fuese, debía viajar por largo
tiempo para casarse y al día siguiente viajar de vuelta a su región pues la
tradición también decía que los matrimonios debían desarrollarse en la región
del novio. Así que todo era dar muchas vueltas, estar juntos casi por
obligación más que por convicción de cada uno. A Xan Xi no le gustaba sentirse
obligada.
En las noches, después de ir con su madre a
comprar telas para los vestidos que iba a usar en su boda y de ver miles de
arreglos florales, practicaba con vehemencia su lanzamiento de dagas con la
única compañía de su doncella, que siempre tenía miedo de que alguien las
descubriera. Pero eso no iba a pasar porque nadie irrumpía así como así en los
cuartos de una princesa. En eso las reglas y tradiciones iban a su favor y
había ocasiones, pocas eso sí, en las que se sentía baja por utilizar su
herencia a su favor.
Con frecuencia le pedía a su padre que la
dejara salir con Bruma de la casa, que era enorme, para poder conocer mejor la
ciudad y sus alrededores. Era increíble, pero a pesar de haber vivido toda su
vida allí, poco conocía de la gente y de las costumbres que ellos tenían, que
debían ser más flexibles. Su padre siempre se negaba, diciéndole que para eso
tenían un jardín amplio, para que su caballo lo pateara todo si quisiera y allí
entrenara lo debido. Además le recordaba que ejercitar demasiado podría ser
malo para ella, por ser mujer.
Ese día solo se sentó al solo en el jardín y
alimentó zanahorias a Bruma. Él la miraba con lo que ella creía era lástima y
eso era ya demasiado. Miraba los muros a su alrededor y se daba cuenta de que
toda su vida estaría encerrada entre cuatro paredes, fuese protegida por sus
padres o por un marido que seguramente jamás llegaría a conocer bien, como al
pueblo donde vivía o a sus mismos padres, a quienes veía poco para ser una
princesa tan respetada y conocida, más que todo por aquellas pinturas que
hacían de ella en los veranos.
Se alegró una noche que su doncella, más
temblorosa que de costumbre, le trajo una cajita pequeña y le dijo que eran un
regalo traído de tierras lejanas, algo que seguramente a ella le gustaría. Por
un momento pensé que se trataba de algo relacionado a la boda pero resultó ser
un conjunto de cinco estrellas hechas de metal, todas afiladas tan bien que
cortó uno de sus dedos al apreciarlas. Su doncella envolvió el dedo en tela y
se apuró a traer algo con que curarla pero cuando ya estaba afuera gritó y la
joven supo que debía esconder su regalo rápidamente, pues algo sucedía. El
pedazo de tela en su dedo se iba manchando más y más de sangre sin ella darse
cuenta.
Salió de la habitación y vio que su doncella
estaba en el piso. En la entrada había un caballo pardo, cubierto de sangre que
no era suya. En el suelo un hombre moribundo en los brazos de su doncella. La
mujer lloraba y trataba de hablar con el hombre que solo pudo decir una frase
antes de cerrar los ojos para siempre: “Su prometido a muerto”.
Xan Xi no podía creer lo que escuchaba. No
entendía si lo había entendido bien o si había oído algo que quería escuchar.
Pero el hombre ya estaba muerto y no había más que hacer. Mientras ella
reaccionaba, la doncella gritó por todos lados y pronto muchas más personas
estuvieron allí. Su padre envío mensajes a todos los rincones del reino para
saber que sucedía y la respuesta definitiva llegó la mañana siguiente: en
efecto el prometido de Xan Xi había muerto. Pero había sido a manos de un clan
inconforme que decía tener posesión de la buena parte de la región norte. Era
la guerra.
La palabra hizo llorar a su madre y a su padre
lo cubrió un halo de tristeza extraño. Estaba claro que no quería pelear ni
derramamiento de sangre pero ya era muy tarde para eso. Ordenó organizar un
grupo de hombres en la ciudad y trataría con otros señores de organizar un
ejercito del sur. Tratarían de convencer a las otras regiones de unirse y tomar
por la fuerza el orden en el norte e imponer la paz a cualquier costo. Desde
ese día se vieron más y más hombre en la casa, yendo y viniendo con armas y
caballos e incluso explosivos.
La joven aprovechó el caos para escabullirse a
la ciudad y allí se dio cuenta del caos reinante: la gente estaba tan asustada
que no le importaba quién era ella. Nadie pareció reconocerla o no les
importaba ya, se oían rumores de cabezas cortadas por los rebeldes y de
incursiones en más territorios. En casa, su padre aseguraba a los demás que la
única oportunidad real era tomando el palacio del norte pero al ser una
fortaleza no tendrían oportunidad.
Ella lo oía todo escondida, casi sin respirar.
Pero tuvo que salir y revelarse cuando un consejero le dijo a su padre que solo
un lugar tenía planos detallados del lugar y ese era el monasterio del mar del
Este. El arquitecto de la fortaleza se había retirado allí cuando viejo y los
monjes habían heredado todas sus pertenencias al morir, incluyendo mapas,
planos y dibujos. El problema era que los monjes estaban cerrados al mundo y no
dejaban entrar a nadie, ni mensajes.
Entonces Xan Xi, sorprendiéndolos a todos, y
le pidió a su padre que la dejara ir al monasterio a hablar con los monjes.
Después de todo ella era una mujer conocedora de las escrituras y podría
convencerlos de darle uno de los planos, que ella podría entregarle a su padre
a medio camino hacia el norte.
Él se negó pero ella lo único que hizo fue
coger de la mesa un abrecartas y lanzarlo a una pared, donde quedó clavado
justo en su pequeña imagen, en un cuadro hecho hacía años. Le pidió a su padre
que la dejara hacer su parte por la nación, para honrar a su familia. Creyéndola
acongojada por la muerte del prometido, viendo el fuego en sus ojos y sabiendo que ningún hombre entraría nunca a un lugar tan sagrado como ese lejano templo, el padre finalmente decidió aceptar.
Así fue que la princesa Xan Xi montó en su corcel
y se dirigió a todo galope al monasterio del Este, un lugar remoto entre montes
de forma extraña y el olor del mar. Y en su caballo la joven alegre pero segura
de su fuerza y habilidad, lista para hacer que su padre y su nación se
sintiesen orgullosos de tener una mujer de su calibre entre ellos.