miércoles, 10 de febrero de 2016

Ver y oír

   La sangre parecía estar viva. Se movía, expandiéndose por el suelo de concreto sin detenerse con nada. Era obvio que el piso había sido construido con un mínimo desnivel y ahora la mancha crecía como un tsunami en miniatura. Era fascinante ver como ese liquido, más aguado en unas partes y más espeso en otras, parecía comportarse como si no fuera más que el agua misma que toma cualquier ser vivo para seguir viviendo. Eso era, claro está, porque era agua con muchos minerales y vitaminas y demás. Ver esa expansión roja era fascinante.

 Los colores también eran un rasgo particular de la mancha. Había partes en los que ya se había empezado a secar entonces el color era muy oscuro, vino tinto, casi negro. Será que la sangre indica algo más profundo en nosotros que solo el contenido de minerales? De pronto ese color tan oscuro quería decir algo a gritos, quería denunciar a su portador por tener una semilla de maldad clavada en lo más profundo del alma o de la garganta o de donde fuera. Tal vez ese otro color rojo algo más brillante, casi invitando a acercarse para sentirlo, denunciaba otra parte de la personalidad de la persona.

 Su textura era una característica más. Hay sangres con más agua que nada y otras espesas, terriblemente espesas como el barro o la melaza. Está era una de esas sangres que se quedaban en todo, manchaba cualquier cosa que tocaba y parecía no detenerse de ningún manera, parecía querer decir aún más con su composición, untándose en todo como una mermelada horrible, oscura y asquerosa. El olor era fuerte, a hierro. Obviamente la dieta del personaje era de pura carne o algo por el estilo. Era increíble como ya empezaba a oler mal.

 La mancha empezaba a detenerse y ya no tenía el mismo impacto visual que antes. Brillaba pero con un brillo triste y vacío, como si ya no le interesara destacar más, como si su vida liquida se hubiese terminado antes de empezar. Había puntos en que se había convertido en una cosa pegajosa, fastidiosa, que alguien tendría que limpiar y que no estaría feliz de limpiar. Y no solo porque era sangre sino porque parecía que no iba a quitar con nada.

Además habían manchitas en los muros, de todos los tamaños. El asesino había salpicado para todas partes y no se había dado cuenta. Una parte del muro, cercana al piso, parecía una de esas pinturas vanguardistas que son un poco de pintura chorreada sobre el lienzo. Pues esto era igual pero sin intención. Si alguien pudiese cortar ese pedazo de muro y llevárselo a su casa o exponerlo en una galería o un museo, seguramente se ganaría un dinero y no sabría como se había creado semejante obra maestra, venida de la cabeza de un miserable.

 Y era la cabeza, que ya había dejado de ser como era cuando estaba vivo,  la que era el aspecto más horrible de la escena pues ya no se veía como había sido sino todo lo contrario. Seguramente sería lo primero que alguien vería al entrar, seguido de la mancha de sangre que seguro pisarían decenas de personas al encontrar el cuerpo, porque obviamente lo terminarían encontrando. Esa pobre cabeza, que no había pensado mucho en su vida, ahora ya nunca iba pensar en nada, ya no reflexionaría sobre si fumar otro cacho de marihuana o tomar una cerveza. Ya no pensaría en el futbol de los fines de semana o en el sexo de las mujeres.

 Las piernas estaban erguidas. Es decir, el cuerpo estaba acostado en el piso, mirando hacia el techo, pero las piernas formaban un triángulo, con los pies bien apoyados sobre el suelo, igual que el trasero. De pronto había querido levantarse, de pronto había pensado que podía huir en algún momento, que iba a poderse levantar y salir corriendo con esas piernas que seguían erguidas pero pronto colapsaría bajo su propio peso. Es feo decirlo, pero esa posición hacía que el cuerpo se viera ridículo, más porque el final de los pantalones quedaba muy arriba y se le veían unas medias que parecían del canasto de los descuentos.

 Era obvio, tan solo por la ropa, que quien sea que fuera el pobre desgraciado, no había sido una persona de dinero ni de buen gusto. La ropa no combinaba en lo más mínimo y aún con el rojo de la sangre, los colores desentonaban demasiado: los zapatos eran deportivos y blancos, ya muy gastados y sucios. Las medias eran azul de escuela, de ese que la gente solo debería usar cuando es menor de dieciocho años. Los pantalones eran de un color naranja enfermizo, no de ese lindo naranja del jugo de las mañanas sino de un color que parecía vomito inducido por mucha cerveza. Tenía una chaqueta deportiva verde que cerraba el atuendo.

 Y allí yacía el cuerpo y el asesino ya se había ido, se había cansado de ver la sangre moverse y no estaba en una película como para quedarse a ver que pasaba con todo. Había limpiado lo que tenía que limpiar, no había cogido nada ni movido nada de su sitio, y simplemente se había ido sin más. El cuerpo estaba allí desde hacía varias horas pero ya los insectos habían comenzado su lenta marcha, los que comían la sangre endurecida y los que empezaban a alimentarse del interior del cuerpo.

 La escena era horrible, eso sin duda, pero también era ridícula y hasta divertida si una sabía verla, pues hay que tener todos los elementos a la mano para comprender. En cierta medida la escena era como una pintura, más gráfica que la de la pared, más figurativa y concisa. Tenía códigos claros por todos lados.

 Por ejemplo, era ya un poco difícil de ver pero se podía con un esfuerzo, el personaje tenía alrededor de su cuello unos audífonos. Ahora bien, no era cualquier tipo de audífonos. Alguien versado en el tema, sabía que precisamente esos tenían un costo bastante elevado entre los que había disponibles en el mercado. La marca era de un músico famoso y la utilizaban más que todo otros músicos, fuese para componer o digitalizar o para hacer mezclas. Y bueno, había uno que otro que los compraba porque tenía el dinero y quería escuchar música en los mejores audífonos disponibles. El muerto era uno de esos.

 Sin embargo, el sangriento cable de los audífonos estaba ya sumergido en el liquido rojo y no iba a ningún lado. Es decir, no estaba conectado. Muchos podrían pensar que simplemente se habían desconectado cuando el asesino tendió al pobre miserable en el suelo pero con la fuerza que la cabeza parecía indicar, el cable se hubiese roto, habría algo partido en dos o en tres o pedazos de alguna parte esencial o algo por el estilo. Pero no había nada. Eso solo indicaba que el mismo muerto había desconectado los audífonos o que, posiblemente, jamás los conectaba.

 Esto puede sonar extraño pero con tanta gente que compra cosas que no usa, sola para lucirse ante nadie en particular, pues no suena tan extraño. Además el tipo en su habitación no tenía mucha música que digamos. El portátil estaba encendido con una lista de canciones y sí eran bastantes, pero todo el mundo tenía una lista parecida. No había nada que indicara que este pobre hombre fuera más fanático de la música que nadie más.

 Lo otro era la cabeza, esa destruida cabeza. Viéndola con detenimiento, y no era fácil hacerlo, se podía notar que la parte más atacada había sido una de las sienes. Lo habían golpeado o pateado en la sien varias veces, cerca al oído. El oído que usaría para escuchar las canciones. Todo tenía una aura de sonido que no se podía negar y que seguramente los detectives ignorarían pues a veces lo más evidente es lo que se deshecha más fácil.

 La prueba más clara era el portátil. Si hubiese alguien para oprimir la tecla que reproduce la música, se hubiese dado cuenta que el volumen era simplemente exagerado para un pobre desgraciado en su pequeña habitación. Más aún cuando el portátil tenía conectados unos altavoces que elevaban el sonido aún más. Y todavía más cuando esos altavoces estaban al lado de una ventana abierta que daba a un patio interior del edificio en donde vivía el muerto y, muy seguramente, su asesino. Así que, de nuevo, no hay sorpresas ni grandes revelaciones para quienes abren un pocos sus ojos, y oídos.


 Podría uno decir que se lo buscó. Podría uno decir que el castigo fue mucho más violento que los cientos de mañanas en las que ese idiota había puesto el volumen hasta el techo, interrumpiendo el sueño de todos. Sin duda fue una acción desmedida para cortar con ese torrente de sonido, con el irrespeto y con la falta de racionalización. Pero sin embargo todo lo que podamos pensar ya no sirve de nada. Porque nadie nunca pensó. Ni el uno ni el otro ni pensarían quienes levantarían ese cuerpo, ni quien limpiase esa sangre ni el próximo miserable que viviese allí y se atreviera a subir el volumen.

martes, 9 de febrero de 2016

A hotel story

   When Peter got to the hotel, the first thing he did was taking off his shoes and socks. He massaged his feet for a while after arriving, checking if it was as bad as he had imagined. He had some blisters on his foot, probably because he had used the wrong shoes or the wrong socks or who knows. The point was he couldn’t walk anymore so he decided to shower in order to freshen a little bit and then go to bed.

He decided to sleep naked, as the rest of the body also ached from the long day and he wasn’t planning on doing anything special the next day. He wanted to be comfortable during the night and that was a nice way to be at ease. The weather was nice so he wouldn’t feel cold at night or anything like that. Just five minutes after getting into bed, he was already asleep, dreaming some wild story were he had to run and do many things that he would simply not do in the current state of his poor feet.

 All night long he tossed and turned and pushed his pillows to the ground and pulled up the covers and then down. He couldn’t stop moving and he finally woke up when his body felt the smell of smoke. His senses were not very good but he was certain it smelled as if someone was smoking right there in his room. He looked from one side of the room to the other and couldn’t see were the smell was coming from, if that makes any sense. He came out of bed and suddenly the room’s main door was pushed open by a group of men with flashlights.

 Poor Peter fell backwards and looked like a turtle trying to get back up. He had hurt his back and the men had to help him up and tell him to go out. With a hand on his back, the man obeyed and walked towards the door and it was there he noticed the smoke was everywhere. Maybe he had so many weird dreams because of the smoke and no because of his own head but, yet again, he always had weird dreams.

 He continued walking down the corridor, barely seeing were he was going, until he hit a wall and didn’t know where to go next. He noticed a fire escape sign on a wall and followed it. The firemen had remained behind, probably fighting the source of the smoke, so he had to go down some dark smelly stairs all by himself. He wasn’t thrilled to do it, especially since his feet hurt and he couldn’t walk very fast.

 It was just before descending the last step when he heard the voices of many people and realized he had arrived to the lobby, which was packed with people; probably waiting for the firemen to extinguish whatever fire they were fighting against. It was then when Peter realized he wasn’t wearing any clothes, not even underwear or a t-shirt. Not a towel, not a robe, nothing.

 He decided to remain there, in the darkness of the stairs and just hear the people talk in the lobby. He got very near the door and heard someone saying the fire was in one of the rooms, not very far from his own room. It was probably because of a smoker, said a man in very deep voice. He blamed the hotel for not having a policy against smoking and letting some people just do whatever they wanted. He also reminded his audience, which Peter couldn’t see, that many children had caused a scandal the night before at dinner in the restaurant and that it was rumored an old gentleman had once peed right there on the lobby.

 Peter wanted to laugh because that last story had to be false but the man had said it as if he was talking about some very important matter. Even if he couldn’t see him he was sure he knew who he was, a guy that looked at everyone as if they were a bother to him. He had seen him once during breakfast and he thought it was curious that such a large man could blame others for not respecting boundaries. That thought made him want to laugh but he knew he couldn’t.

 Then, he heard some noise coming from upstairs and decided to hide on one side of the stairs. Thankfully the space was almost completely dark except for the emergency exit signs. Sure enough, about five people were coming down the stairs and a fireman was accompanying them. He assured them everything was going to be fine and that they just had to join the rest of the people in the lobby. They passed very near Peter and opened the door, flooding the space with light for a while. Everyone outside turned to look at the family coming out.

 It was really unpleasant to hear so many people faking worry, as if they all knew those people. They were a mother, a father and three children, probably the same children the fat guy didn’t liked and he was one of the people to ask if they were okay. It just proved how false a person could be. Shortly after, the fireman attracted attention to him and announce the fire source had been found and that they were close to extinguishing it. After they had done that, sleeping bag would be borrowed for people to sleep in the lobby.

 Someone asked who had been the responsible for the fire and all that smoke but the fireman refused to answer that as the most important thing was that everyone was alive and well. They were still going floor by floor checking no one had been left behind. He then asked people to be still and let him count them in order to know if someone was missing from the lobby. After all, they had the list of every single person staying in the hotel and they could easily find out who was missing.

 When he heard that, Peter felt some cold sweat in his forehead. It was obvious they were going to see he wasn’t there and if that fireman had been one of the men that had entered his room, it would seem even stranger. The most obvious thing would have been to come out and just reveal himself naked as he was but he had a better idea: he climbed up the stairs as fast as he could and waited by the door there to check for anyone passing by. When he noticed that the floor was deserted, he came out and started pushing every room door he could.

 That level wasn’t as filled with smoke as the others but people must have been evacuated anyone. The bad thing was that many rooms had blocked automatically but not every one of them. Some had been left open and the system hadn’t closed them back. He entered some rooms and realized many women were at the hotel because he couldn’t find a single clothing piece for a man. He finally decided to put on some pajama pants he found in one room and just come down like that, with nothing else.

 Hoping no one would notice their pants on him, he went back down and opened the door to the lobby to reveal… Well, nothing. No one was there. The place looked even more deserted that the floor he had been in before. He had no idea where so many people had gone so he decided to go around the place to see if he could find someone. They weren’t in any of the two restaurants, or in the kitchens. They weren’t by the reception or by the smokers lounge. Finally, he saw some people running by the building and screaming. He understood right then he had to go out and see what was happening.

 Just as he crossed the doors, a horrible sound flooded the space. He knew he had to run but not why. He followed a fellow runner and just sprinted as fast he could which wasn’t much because of his feet. But he had to make them hurt because his mind knew it wasn’t a time to choose. He ran for at least to blocks until he stopped. Many people were running more but he just couldn’t. His feet were red. He sat on the ground and looked up, realizing why he had been running so much.

 The fire in the hotel had apparently been much more serious than what the fireman had said. A whole floor had sunk and the top part of the building had collapsed into the other and now it looked like one of those futuristic visions of architecture, the top part of the structure not far from collapsing into the street. It was certainly going down but for the moment it stood there, in an odd balance that everyone was fascinated with. He realized many people were looking at the spectacle besides him and that the people of the hotel were just some steps away.


  He walked there slowly, sitting on a bench near them. The fat guy was arguing with some lady, a woman was drunk or high or something, fighting against one of the fireman and a paramedic was curing a child that cried incessantly. Peter felt tired right there. So much he closed his eyes and the last thing he heard was: “I have a pajama just like the one he’s wearing”.

lunes, 8 de febrero de 2016

Por una nariz

   Era ya una obsesión. Le encantaba tener que ir al hospital, ponerse esa bata ridículo y las pantuflas de papel y entrar en un quirófano acostada en una camilla, esperando la familiar sensación de la anestesia en su cuerpo. Oírla hablar de ello era desagradable. Su madre había decidido no hablarle más del tema y algunas de sus amigas simplemente terminaron la relación en ese punto. A nadie le gusta ver como la gente se somete a las cosas que ella se sometía, ni oír hablar de ellas siquiera, mucho menos como ella lo hacía que era como con admiración y una pasión desmesurada.

 Se había operado la nariz, por ejemplo, unas cuatro veces. La primera vez fue la única que tuvo sentido, pues siempre había tenido problemas para respirar pero después quiso ir modificándola según sus gustos cambiantes y como tenía el dinero para hacerlo nadie le decía nada. Julia, que era su nombre, trabajaba en el mundo de la moda como cazatalentos en una agencia de modelaje. Era una ironía de la vida que una persona tan modificada por los cirujanos creyera que tenía la mínima autoridad moral para decidir quién era lo suficientemente guapo para su agencia.

 Pero, de hecho, había sido su trabajo el que había influenciado esas decisiones desde el comienzo pues ella sabía qué era lo que buscaba en esas chicas que necesitaban en la agencia y pronto creyó que podría convertirse en una de ellas. Hay que decir que al comienzo intentó hacer por medio de medios más convencionales, como yendo al gimnasio y haciendo una dieta rigurosa. Pero eso no la ayudo mucho o al menos no de la manera que ella quería, que era rápida y con cambios profundos y no superficiales. Así que recurriría a lo superficial para cambiar profundamente, o eso pensó en el momento.

 Después de la nariz, vino la primera de las liposucciones que fracasó al año pues la dieta que había seguido no era la adecuada. Hubo muchas más liposucciones y no solo del vientre sino de los muslos y los brazos y las piernas y de todo lugar en el cuerpo en el que tenía grasa. Cuando se miraba en el espejo todas las mañanas, se veía con detenimiento y luego anotaba lo que no le gustaba. Sabía ver hasta los detalles más insignificantes, cosas que a nadie le importaría más que a ella. Pero haría que su cirujano supiera.

 El doctor Freeman era un hombre tan egocéntrico que en su consultorio parecía no caber nadie más sino él. Su manera de hablar, de vestir y de caminar estaban modeladas para hacer sentir a la persona que tenía como paciente que él tenía la razón y que sabía qué era lo que había que hacer. Y nadie desconfiaba ni decía nada pues el doctor era tan famoso por su trabajo que dudar de sus habilidades no tenía ningún sentido. Por supuesto, a Julia la encantó desde el primer momento.

 La relación paciente-doctor se prolongó por mucho tiempo y llegaron incluso a tener la confianza para criticar sin tapujos algunos detalles físicos el uno del otro y proponer maneras de corregirlo. Sí, el doctor también había pasado por el escalpelo varias veces y era algo sencillo de ver si se le quedaba uno mirando a su barbilla partida falsa a unos glúteos que obviamente no eran suyos de nacimiento. Ellos no se daban cuenta pero cuando salían la gente se les quedaba mirando. Julia muchas veces pensó que era envidia o tal vez admiración. Estaba más que equivocada.

 Al comienzo amigos y familia trataron de convencerla para que se detuviera con las operaciones. Eso fue después del aumento del tamaño de sus senos y de que comenzara a usar botox en su rostro. Ellos le decían que un día podría quedarle la cara paralizada permanentemente y quedaría como un monstruo. Una sobrina le mostró un video de una persona a la que le había pasado algo parecido y Julia ni le puso atención, siempre diciendo que lo ideal era tener al mejor médico posible y siempre saber que era lo que le estaba poniendo en el cuerpo.

 En eso tenía razón pero lo de ella era una obsesión. En un año estuvo casi todos los meses en el quirófano o en el consultorio. Si no se estaba llenando los labios de líquidos, entonces estaba con otra liposucción y si no era eso era algún blanqueamiento dental o sino algún nuevo procedimiento que hubiese descubierto recientemente. Porque Julia sabía mucho más que el paciente regular. Ella averiguaba y aprendía y valoraba y sabía todo lo que se podía saber del mundo de la cirugía estética. Incluso viajó con su medico a una conferencia al respecto.

 Ese viaje fue un autentico fracaso pues para la comunidad de médicos Freeman era un payaso que no tenía el más mínimo limite ni decoro posible. Desde sus comienzos había tenido una ética bastante reprobable, así que simplemente no les gustaba nada que estuviera por ahí como si todo estuviese muy bien. Muchos médicos no le dirigían la palabra y otros más trataron de hablar con Julia para tratar de hacerla entrar en razón respecto a su relación con él y su obsesión con los procedimientos. Pero eso fue imposible porque ella no quería saber de nadie.

 Las operaciones siguieron y Julia se fue aislando poco a poco, al limite de casi tener que renunciar a su trabajo. Esa fue la única vez que su médico le dio un consejo sensato pues le dijo que ese trabajo era su vida y su inspiración y que no podía dejarlo así como así. Fue él el que tuvo que empujarla a la vida esa vez y ver si podía retomar lo que había tenido seguro por tanto tiempo. Pero era algo difícil pues Julia había perdido todo sentido de orientación en el negocio.

 Cuando ya estuvo algo mejor empezaron los rumores, de parte de la prensa, de que Freeman atendía a varias de las mujeres de la mafia y el narcotráfico. Aunque los periódicos declaraban que esto en sí no era ilegal, acusaban al médico de aceptar dinero lavado en sangre de parte de sus clientas que eran las que mejor pagaban pues la culpa siempre las hacía pagar más que las demás. Este escandalo afectó bastante a Julia, incluso al punto que enfrentó al médico y le exigió saber si eso era cierto, si había aceptado dinero ganado quién sabe como.

 Pero en ese momento Julia empezó a derrumbarse pues se dio cuenta que la relación que tenía con él no era la que ella había pensado siempre. Ella pensaba que eran mejores amigos, que podían contarse cualquier secreto, que podrían aconsejarse durante tiempos buenos y malos, él la podría operar a ella para conseguir la máxima obra de arte y ella podría darle a él un cariño especial que él no tenía por ningún lado. No es algo seguro, pero puede incluso que Julia se hubiese enamorado de su médico.

 Pero él la puso en su sitio. Le aclaró que no eran nada y que ella no tenía el derecho ni el permiso ni nada para exigirle a él cuentas de ninguna clase. Él operaba a quién se le diera la gana (o mejor dicho a quién tuviera con que pagar) y hacía de su vida lo que quisiera. En ese arrebato de rabia, como tratando de hacerle ver a Julia que todo estaba mejor que mejor, le dijo que se veía seguido con una de esas mujeres y que ella sí era una mujer naturalmente bella y que con su cuerpo y su mente iban a ser millonarios o más.

 Julia tuvo un colapso nervioso ahí mismo y él tuvo que llevarla a un hospital, donde la dejó sola. Algunos familiares la visitaron pero porque se sentían obligados. Estaba ya casi sola. Fue estando allí, débil y perdiéndose cada vez más, que escuchó de los labios entrometidos de una enfermera que su médico se había escapado quién sabe para donde, justo cuando lo habían empezado a investigar por sus nexos con personas bastante peligrosas y por casos de operaciones mal hechas.


 La débil mujer cometió el error, en su convalecencia, de ir con otro médico a hacer un procedimiento especial para mejorar su mentón y la línea de la mandíbula. Se suponía que iba a ser algo simple. Antes de entrar, en la televisión anunciaron que un sicario había asesinado a Freeman a una mujer con la que estaba. Los habían acribillado en un hotel de mala muerte. A los minutos la vinieron a buscar y se la llevaron al quirófano. No se sabe muy bien si la mató la anestesia o si fue el procedimiento como tal. Incluso tal vez ya no tenía ganas de seguir viviendo. El caso es que se fue y nadie la olvidó pues ya nadie pensaba en ella. Julia era parte del pasado incluso antes de entrar en él.

domingo, 7 de febrero de 2016

Hule

   No tengo ni idea de cómo habré dormido esa noche. Me atrevería a decir que como todas las otras noches de mi vida pero al parecer eso no sería muy cierto. No era todas las mañanas que me despertaba con un brazo colgando del cuerpo como si fuera uno de esos pollos de plástico que usan para bromas. Seguramente me acosté sobre mi brazo, algo que suena extraño y no sé exactamente como es, pero es la única explicación que tiene el hecho de que en vez de un brazo sano y normal tenga algo que se siente más como un pedazo de hule colgando de mi costado.

 Apenas me desperté lo sentí. O bueno, no lo sentí porque era como si lo hubieran arrancado o mutilado, no se siente nada. Solo ese peso extraño en el lado del cuerpo, como cuando te pones el abrigo encima de los hombros y las mangas cuelgan tontamente a los lados. Era más o menos así, excepto que con un solo brazo y que el peso que percibía era mucho mayor. Al fin y al cabo era carne y huesos y musculo y piel y demás. Intenté tocarlo para reanimarlo pero eso fue peor porque entonces sí lo sentía pero porque una descarga eléctrica recorría el brazo, torturándome.

 Lo cómico de la situación, que de hecho era desesperante, era que ese día debía ir al médico a dar una muestra de sangre. Jamás doy sangre voluntariamente pero esta vez me lo habían pedido a raíz de unos exámenes médicos obligatorios que había tenido que hacerme. Al parecer habían visto algo raro en mi sangre y querían repetir el proceso. Me dijeron que no bebiera nada de alcohol ni que consumiera drogas de ningún tipo y eso fue lo que hice. Pero, cosa importante, debían sacar la sangre del mismo brazo. Yo eso no sé porqué pero resultaba ser el brazo que días después colgaba inerte a mi lado.

 Me puse de pie, saliendo de la cama al frío de la mañana. Eso tampoco hizo mucho por mi brazo, que seguía sin responder ni reaccionar de ninguna manera. Traté masajearlo con suavidad pero más descargas electrificaron mi brazo y entonces ya no era hule sino una fuente de dolor horrible. Fue como un castigo por mi impaciencia pues el dolor se fue intensificando y me empecé a marear seriamente. Tuve que echarme en la cama de nuevo y respirar controladamente para tomar las riendas de la situación, que claramente no tenía.

 Cuando el dolor se detuvo, hice lo posible para no golpear el brazo contra ninguna superficie. Se me iba a hacer tarde entonces me entré a bañar y tuve el mayor cuidado mi brazo, como si me estuviese bañando con un bebé. No sé si fue el agua caliente o el vapor, pero por fin empecé mi brazo a reaccionar pero de nuevo fue a través del dolor. Fue como si se estuviera formando de nuevo ahí, en ese mismo momento. No cerré la llave del agua por temor a que sin ella el dolor fuera más intenso.

 Creo que estuve en la ducha mucho más de lo recomendado. Normalmente era muy cuidadoso con mi gasto de agua y electricidad pero con ese dolor tan tremendo me dio un poco igual lo que tuviera que pagar en el futuro. Quería que el dolor se fuera pronto. Entonces empezó como a cosquillear y decidí cerrar la llave. El dolor todavía era intenso pero por primera vez esa mañana pude sentir que mi brazo era algo más que solo una cosa colgando a mi lado. En verdad parecía sentir que se formaba rápidamente ahí a mi lado: podía sentir los nervios hilándose y los músculos tensionándose. Era simplemente horrible.

 Salí chorreando agua y apenas capaz de secarme el pecho y una pierna. No tenía tolerancia para hacer nada más. Desnudo como estaba me senté sobre la cama y esperé a que el proceso en el que estaba mi brazo concluyera. Miré mi reloj alarma y vi que tenía algunos minutos extra para no llegar tarde a mi cita en el médico. Decidí que lo mejor era aguantar el dolor e ir adelantando tareas. Fue mientras me ponía lo calzoncillos donde debían estar que sentí de golpe el hormigueo en mi mano, que todavía pesaba. Traté de moverla pero el mensaje al parecer no salió del cerebro o no llego a ningún lado pues ninguno de los dedos no se movió.

 En ese momento fue cuando el pánico en verdad me atacó pues no parecía ser algo muy normal que no pudiera mover los dedos. Eso sí, tampoco era normal que uno amaneciera con el brazo inerte pero al menos eso no molestaba como tal, en cambio el dolor en el brazo pero sin capacidad de mover los dedos era simplemente tétrico. Intenté varias veces mover cada dedo pero era inútil, seguramente tendría que esperar a que la sangre recorriera todo lo que tenía que recorrer para recuperar mi brazo. Y eso lo único que me decía era que algo definitivamente no estaba bien conmigo.

 Como pude me puse las medias, algo torcidas, y me decidí por el pantalón más suave y holgado que tenía. Hubiese sido imposible ponerme cualquier cosa apretada con mi limitación temporal y la verdad era que todo mi cuerpo estaba empezando a sentirse cansado por el esfuerzo. Ponerme la camiseta supuso otra corriente de dolor que me impidió tomar todo el contenido de una taza de café.

 Desayuno prácticamente no hubo, en parte porque no podía comer y en parte porque no tenía hambre. La verdad era que el estomago me daba más vueltas que nada y casi podía jurar que ese desayuno tan pobre podría resultar fuera de mi cuerpo en cualquier minuto, y eso era mucho decir. Ya listo para salir me revisé que tuviera todo y lo tenía excepto el control de mi brazo y el movimiento de mis dedos. Pero iba a una clínica así que seguramente podrían ayudar.

 Menos mal no era hora pico ni tampoco se demoró el bus en pasar. En poco tiempo estuve de camino, mirando por la ventana un poco desesperado por llegar. Me faltaban solo algunas calles cuando solté un gritito y varias, si no es que todas las personas en el bus se voltearon para mirarme. Había sido inevitable pues un corrientazo había recargado el brazo y ahora podía sentir como la electricidad recorría cada uno de mis dedos. Dolía demasiado y tuve que limpiar la humedad de mis ojos pues si no lo hacía seguramente lloraría del dolor y eso sería más para el público del bus. Así que una vez más, me contuve.

 Cuando me bajé del bus y empecé a caminar las cinco calles que me separaban de la clínica, tuve que dejar salir una lágrima y tratar de respirar lentamente para controlar el dolor. Era tan intenso que en un momento tuve que sentarme en el bordecito del jardín frontal de un edificio para descansar y tratar, una vez más, de ver si podía mover los dedos. Me llevé una sorpresa cuando mi índice se movió torpemente. Otra vez intenté y el índice y pulgar se movieron como marionetas.

 A riesgo de perder la cita, me quedé allí ante la mirada de los transeúntes chismosos, recuperando la movilidad de mis dedos. Pasados unos diez minutos, mi brazo ya se sentía normal aunque adolorido y mi mano empezaba a moverse lentamente, como un animal drogado. Era mejor así que de ninguna manera entonces me puse de pie y caminé lo que me quedaba hacia la clínica.

 Allí me anuncié y nadie dijo nada sobre la hora. Me senté a esperar un rato y cuando me llamaron me recibió la misma doctora de la vez anterior. Como un desesperado, empecé a contarle todo lo que había pasado desde que me había despertado. Incluso le dije que esa noche, a diferencia de muchas otras, no había tenido pesadillas ni nada por el estilo entonces que no entendía lo que estaba pasando. Dije tantas estupideces que en este momento ya no las recuerdo todas.

 La doctora estaba sorprendida y me tomó el brazo con cuidado y verificó con su tacto. El brazo estaba ya normal, los dedos algo torpes pero nada grave. Me miró a los ojos, todavía algo extrañada y me preguntó: “No tenías miedo de la cita de hoy?” Yo creo que al comienzo no entendí la pregunta porque en verdad no la entendí. Pero luego no la entendí porque no quise entenderla. Ella solo me miró y no dijo más. Tenía listos todos los instrumentos que necesitaba y sin demorar más, empezó a sacar sangre. Sacó dos tubitos completos, lo que me hizo sentir algo vacío, y los dejó a un lado. Encima de cada uno escribió “Test ELISA” y mi nombre.


 Me aconsejaron comer algo al llegar a casa pero simplemente no lo hice. No quería nada de nada y ya no me importaba mi brazo que estaba más normal que nunca. Ahora sí me había golpeado la realidad en la cara, cuando vi los tubos al lado de mi brazo antes inerte y cuando la doctora me habló en términos matemáticos. Todo retumbaba en mi cabeza y entonces cerré los ojos, rogando que cuando me despertara lo único que tuviera para preocuparme fuera un brazo dormido.