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viernes, 19 de agosto de 2016

Terminamos

   El día de hoy creo que tuvimos que parar unas diez veces en el camino entre la casa y el supermercado. Siempre he dicho que no me importa pero hoy confieso que casi pierdo la cabeza cuando todas esas personas, casi todos hombres, se le acercaron a Matías a pedirle su autógrafo. Como siempre que pasa, decidí seguir caminando y lo esperé un poco más allá, tratando de no llamar la atención sobre mí. Bajo la sombra de un árbol enorme, me di cuenta de cómo lo miraban y lo que pensaban mientras él firmaba sus camisetas, cuadernos o portátiles.

 Tenían pura lujuria en la mirada. No se puede describir de otra manera. Incluso algunos se tocaban el pantalón de manera inapropiada, obviamente conscientes de que él podría darse cuenta. Querían que se diera cuenta para crear así algún tipo de tensión sexual que ciertamente yo no iba a permitir. Sentí un impulso horrible de lanzarme encima de cada uno de esos fanáticos y arrancarles la cabeza con mis propias manos. Esa era la cantidad de rabia que tenía acumulada.

 Lo que terminé haciendo fue lo mejor: él sabía que íbamos al supermercado así que simplemente me di media vuelta y seguí caminando hacia allí. Para cuando llegó, yo ya estaba en el segundo pasillo, eligiendo los alimentos congelados. Se me acercó sin decir palabra. Luego comentó algo sobre las papas fritas que más le gustaban. Sentí otra vez mucha rabia pero me la tragué toda y seguí el día como siempre.

 Cuando volvimos a casa, el teléfono sonó justo cuando entramos. Matías dejó las bolsas que venía cargando en el suelo y corrió para contestar. Como casi siempre que sonaba el teléfono, era su agente. Casi siempre a la misma hora, todos los días, ella llamaba para recordarle todos los compromisos que tenía pendientes para la semana y todo lo que tenía que preparar para la semana siguiente, si es que lo había. Las llamadas solían demorarse, al menos, una hora.

 Organicé yo solo el mercado en la cocina. Una vez terminado, fui a la habitación y me recosté. Tenía un dolor de cabeza horrible desde hacía varias horas. Sin quererlo, me quedé dormido y desperté en la oscuridad unas dos horas más tarde. Lo llamé pero no estaba. Al parecer había salido y no me había dicho nada.

 Hice algo que casi nunca hacía. Tomé mi celular y llamé a una de mis amigas. Hablamos un buen rato, sobre todo de mi relación con Matías. Yo casi nunca pedía auxilio pero esa vez creí necesario que alguien me escuchara, poder decir las cosas en alto para no sentirme a punto de enloquecer. Mi amiga me propuso vernos en un café y acepté sin dudarlo pues no era tan tarde como pensaba.

 En el restaurante en el que quedamos había mucha gente. Quedaba más cerca de su casa que de la mía pero era lo apenas justo pues era ella quien me estaba ayudando. En un momento casi lloro cuando le expliqué que vivir con un actor era muy difícil. Y más aún uno como él. No era solo por su físico y apariencia en general, sino que su fama en el contexto de su trabajo era tremenda. Mi amiga me confesó que siempre había estado asombrado por mi decisión de tener algo con él. Le parecía que no era algo que yo pudiese soportar. No me ofendí pues era cierto.

 Le pedí que me disculpara un momento pues tenía que ir al baño. Aproveché para limpiarme la cara y refrescarme por completo. El dolor de cabeza era menos fuerte pero lo sentía debajo de la superficie. Respiré hondo varias veces y salí cuando estuve un poco más relajado pero aún no completamente tranquilo.

 Cuando volví a la mesa, mi amiga parecía preocupada por algo. Miraba a un lado y al otro como esperando a alguien más. Le pregunté si pasaba algo y me dijo que no era nada, que siguiéramos hablando de lo mío. Le dije que lo mejor era dejar el tema por esa noche pues no quería un dolor de cabeza más grande. Pero mientras yo le decía eso, ella seguía distraída, mirando a todos lados menos a mi. Le exigí que me dijera que pasaba y esa vez ya no dijo nada, solo miró por encima de mi hombro.

 Me di la vuelta al instante y vi a Martín a través del vidrio que era la fachada del restaurante. Él estaba afuera, hablando con otro hombre muy bien parecido. Al instante pensé que de pronto era uno de los otros actores que trabajaban con él pero la verdad no lo reconocía de las fotografías que él mismo me había mostrado. Solo pensar en ese día me causó un dolor de cabeza más grande.

 No oía de que hablaban pero parecían muy contentos. De pronto se tomaron de la mano y se alejaron de allí hablando, contentos. Yo me quedé de piedra mirando a través del vidrio. No pensaba en nada ni estaba uniendo cabos. Solo me quedé ahí, vacío. Mi amiga también parecía haber perdido el don del habla. Solo me miraba y apuraba su café, dando por terminada la velada de ayuda.

 A mi casa regresé en bus, Hubiera podido tomar un taxi pero llegaría muy rápido y tenía ganas de pensar. En el bus, vi como empezaba a llover afuera y entonces pensé en lo que había pasado y como debía enfrentarlo lo más rápido posible. No era como si no me hubiera pasado algo así antes. Debía hablarlo con él y terminar las cosas pronto, antes de que todo se pusiera mucho peor.

 Al entrar a casa, casi me muero al ver que él estaba allí. Ya había llegado de su cita o de lo que fuese lo que estaba haciendo. Estaba sentado frente al televisor, viendo alguna comedia. Me le quedé mirando y me di cuenta que, aunque era algo que ya había vivido, Matías era alguien con quién ya había convivido durante algunos meses de mi vida en un mismo lugar. Era lo más lejos que había llegado en una relación y ahora tenía que terminar todo de un día para otro. Se venían muchas decisiones difíciles y momentos para los que no estaba nada listo.

 Me aclaré la garganta y, con una voz temblorosa, le dije donde había estado y que lo había visto. Describí al otro hombre al detalle para que no hubiese probabilidades de confusión, para que no me dijera que imaginaba cosas. Le dije que lo había visto tomarse de la mano. El se me quedó mirando todo el rato y, cuando terminé, soltó una carcajada. La rabia que me dio no fue normal.

 Según él, ese hombre era solo un compañero del trabajo. Yo asentí y le dije que ese era otro problema. Le expliqué lo incomodo que encontraba que lo pararan siempre que saliéramos juntos para pedirle autógrafos. Él respondió que era algo que debía hacer y quo yo sabía bien que era parte de su trabajo. La rabia salió de pronto, sin que yo pudiese hacer nada para contenerla: le dije que no era un actor de teatro ni de cine sino un actor pornográfico, que no pretendiera como si fuera lo mejor del mundo.

 Matías me respondió que tal vez no era lo mejor del mundo pero que  sí ganaba dinero que podía invertir en nuestra vida juntos. Esa vez fui yo quien se rió porque él jamás había dado dinero para nada, excepto tal vez el mercado y eso no era ni siquiera todas las veces. El dinero para los servicios y el alquiler lo daba yo con mi trabajo. Él prácticamente vivía allí gratis. Volví a lo del tipo con el que lo había visto y le exigí que me dijera la verdad.

 El abrió el portátil que tenía al lado y me mostró unas fotos tipo paparazzi que le habían tomado con el otro hombre. Al parecer era una estrategia de publicidad para vender más de su ultima película. Yo nunca había tenido problema con ello. Jamás me había sentido curioso ni preocupado por su profesión. Pero en ese momento todo cambió porque me di cuenta de que lo que hacía tapaba partes de su personalidad que yo ni conocía.

 Le pregunté porque no me había hablado de eso y me contestó que, como era algo del trabajo, pensó que no era como para contarme. Entonces me di cuenta que nada funcionaba. Le pedí que se fuera de mi casa. Por un momento estuvo dispuesto a pelear por su derecho a permanecer allí.


 Creo que vio en mis ojos que yo también podía pelear. Con su mirada me dio la razón y simplemente buscó sus cosas y media hora después se había ido. Nunca me arrepentí de lo que dije o de lo que pasó. Era lo mejor. Lo que hacía no nunca fue la razón para separarnos sino su falta de confianza en mi e incluso en si mismo.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Ver y oír

   La sangre parecía estar viva. Se movía, expandiéndose por el suelo de concreto sin detenerse con nada. Era obvio que el piso había sido construido con un mínimo desnivel y ahora la mancha crecía como un tsunami en miniatura. Era fascinante ver como ese liquido, más aguado en unas partes y más espeso en otras, parecía comportarse como si no fuera más que el agua misma que toma cualquier ser vivo para seguir viviendo. Eso era, claro está, porque era agua con muchos minerales y vitaminas y demás. Ver esa expansión roja era fascinante.

 Los colores también eran un rasgo particular de la mancha. Había partes en los que ya se había empezado a secar entonces el color era muy oscuro, vino tinto, casi negro. Será que la sangre indica algo más profundo en nosotros que solo el contenido de minerales? De pronto ese color tan oscuro quería decir algo a gritos, quería denunciar a su portador por tener una semilla de maldad clavada en lo más profundo del alma o de la garganta o de donde fuera. Tal vez ese otro color rojo algo más brillante, casi invitando a acercarse para sentirlo, denunciaba otra parte de la personalidad de la persona.

 Su textura era una característica más. Hay sangres con más agua que nada y otras espesas, terriblemente espesas como el barro o la melaza. Está era una de esas sangres que se quedaban en todo, manchaba cualquier cosa que tocaba y parecía no detenerse de ningún manera, parecía querer decir aún más con su composición, untándose en todo como una mermelada horrible, oscura y asquerosa. El olor era fuerte, a hierro. Obviamente la dieta del personaje era de pura carne o algo por el estilo. Era increíble como ya empezaba a oler mal.

 La mancha empezaba a detenerse y ya no tenía el mismo impacto visual que antes. Brillaba pero con un brillo triste y vacío, como si ya no le interesara destacar más, como si su vida liquida se hubiese terminado antes de empezar. Había puntos en que se había convertido en una cosa pegajosa, fastidiosa, que alguien tendría que limpiar y que no estaría feliz de limpiar. Y no solo porque era sangre sino porque parecía que no iba a quitar con nada.

Además habían manchitas en los muros, de todos los tamaños. El asesino había salpicado para todas partes y no se había dado cuenta. Una parte del muro, cercana al piso, parecía una de esas pinturas vanguardistas que son un poco de pintura chorreada sobre el lienzo. Pues esto era igual pero sin intención. Si alguien pudiese cortar ese pedazo de muro y llevárselo a su casa o exponerlo en una galería o un museo, seguramente se ganaría un dinero y no sabría como se había creado semejante obra maestra, venida de la cabeza de un miserable.

 Y era la cabeza, que ya había dejado de ser como era cuando estaba vivo,  la que era el aspecto más horrible de la escena pues ya no se veía como había sido sino todo lo contrario. Seguramente sería lo primero que alguien vería al entrar, seguido de la mancha de sangre que seguro pisarían decenas de personas al encontrar el cuerpo, porque obviamente lo terminarían encontrando. Esa pobre cabeza, que no había pensado mucho en su vida, ahora ya nunca iba pensar en nada, ya no reflexionaría sobre si fumar otro cacho de marihuana o tomar una cerveza. Ya no pensaría en el futbol de los fines de semana o en el sexo de las mujeres.

 Las piernas estaban erguidas. Es decir, el cuerpo estaba acostado en el piso, mirando hacia el techo, pero las piernas formaban un triángulo, con los pies bien apoyados sobre el suelo, igual que el trasero. De pronto había querido levantarse, de pronto había pensado que podía huir en algún momento, que iba a poderse levantar y salir corriendo con esas piernas que seguían erguidas pero pronto colapsaría bajo su propio peso. Es feo decirlo, pero esa posición hacía que el cuerpo se viera ridículo, más porque el final de los pantalones quedaba muy arriba y se le veían unas medias que parecían del canasto de los descuentos.

 Era obvio, tan solo por la ropa, que quien sea que fuera el pobre desgraciado, no había sido una persona de dinero ni de buen gusto. La ropa no combinaba en lo más mínimo y aún con el rojo de la sangre, los colores desentonaban demasiado: los zapatos eran deportivos y blancos, ya muy gastados y sucios. Las medias eran azul de escuela, de ese que la gente solo debería usar cuando es menor de dieciocho años. Los pantalones eran de un color naranja enfermizo, no de ese lindo naranja del jugo de las mañanas sino de un color que parecía vomito inducido por mucha cerveza. Tenía una chaqueta deportiva verde que cerraba el atuendo.

 Y allí yacía el cuerpo y el asesino ya se había ido, se había cansado de ver la sangre moverse y no estaba en una película como para quedarse a ver que pasaba con todo. Había limpiado lo que tenía que limpiar, no había cogido nada ni movido nada de su sitio, y simplemente se había ido sin más. El cuerpo estaba allí desde hacía varias horas pero ya los insectos habían comenzado su lenta marcha, los que comían la sangre endurecida y los que empezaban a alimentarse del interior del cuerpo.

 La escena era horrible, eso sin duda, pero también era ridícula y hasta divertida si una sabía verla, pues hay que tener todos los elementos a la mano para comprender. En cierta medida la escena era como una pintura, más gráfica que la de la pared, más figurativa y concisa. Tenía códigos claros por todos lados.

 Por ejemplo, era ya un poco difícil de ver pero se podía con un esfuerzo, el personaje tenía alrededor de su cuello unos audífonos. Ahora bien, no era cualquier tipo de audífonos. Alguien versado en el tema, sabía que precisamente esos tenían un costo bastante elevado entre los que había disponibles en el mercado. La marca era de un músico famoso y la utilizaban más que todo otros músicos, fuese para componer o digitalizar o para hacer mezclas. Y bueno, había uno que otro que los compraba porque tenía el dinero y quería escuchar música en los mejores audífonos disponibles. El muerto era uno de esos.

 Sin embargo, el sangriento cable de los audífonos estaba ya sumergido en el liquido rojo y no iba a ningún lado. Es decir, no estaba conectado. Muchos podrían pensar que simplemente se habían desconectado cuando el asesino tendió al pobre miserable en el suelo pero con la fuerza que la cabeza parecía indicar, el cable se hubiese roto, habría algo partido en dos o en tres o pedazos de alguna parte esencial o algo por el estilo. Pero no había nada. Eso solo indicaba que el mismo muerto había desconectado los audífonos o que, posiblemente, jamás los conectaba.

 Esto puede sonar extraño pero con tanta gente que compra cosas que no usa, sola para lucirse ante nadie en particular, pues no suena tan extraño. Además el tipo en su habitación no tenía mucha música que digamos. El portátil estaba encendido con una lista de canciones y sí eran bastantes, pero todo el mundo tenía una lista parecida. No había nada que indicara que este pobre hombre fuera más fanático de la música que nadie más.

 Lo otro era la cabeza, esa destruida cabeza. Viéndola con detenimiento, y no era fácil hacerlo, se podía notar que la parte más atacada había sido una de las sienes. Lo habían golpeado o pateado en la sien varias veces, cerca al oído. El oído que usaría para escuchar las canciones. Todo tenía una aura de sonido que no se podía negar y que seguramente los detectives ignorarían pues a veces lo más evidente es lo que se deshecha más fácil.

 La prueba más clara era el portátil. Si hubiese alguien para oprimir la tecla que reproduce la música, se hubiese dado cuenta que el volumen era simplemente exagerado para un pobre desgraciado en su pequeña habitación. Más aún cuando el portátil tenía conectados unos altavoces que elevaban el sonido aún más. Y todavía más cuando esos altavoces estaban al lado de una ventana abierta que daba a un patio interior del edificio en donde vivía el muerto y, muy seguramente, su asesino. Así que, de nuevo, no hay sorpresas ni grandes revelaciones para quienes abren un pocos sus ojos, y oídos.


 Podría uno decir que se lo buscó. Podría uno decir que el castigo fue mucho más violento que los cientos de mañanas en las que ese idiota había puesto el volumen hasta el techo, interrumpiendo el sueño de todos. Sin duda fue una acción desmedida para cortar con ese torrente de sonido, con el irrespeto y con la falta de racionalización. Pero sin embargo todo lo que podamos pensar ya no sirve de nada. Porque nadie nunca pensó. Ni el uno ni el otro ni pensarían quienes levantarían ese cuerpo, ni quien limpiase esa sangre ni el próximo miserable que viviese allí y se atreviera a subir el volumen.

jueves, 21 de mayo de 2015

Información

   Los disparos venían de todos lados. Perla tenía a cada lado un hombre con una pistola, que hacían lo mejor que podían para defenderla de quienes habían prometido venir para llevarla. Pero no era algo fácil: quienes disparaban eran visiblemente más y mejores. Además, cuanto tiempo podían estar detrás del muro de un antejardín, antes de que ellos vinieran e hicieran lo que habían deseado desde hacía tanto tiempo. Lo único que ella podía pensar era que todo el asunto era tremendamente ridículo. Las balas iban y venían y se escuchaban vidrios rompiéndose y gritos en la lejanía. Pero ella solo pensaba en una cosa: sus archivos.

 Perla no era un mujer estúpida ni dependiente. Desde que había tenido uso de razón, y posiblemente por haber sido hija única, había tenido un sentido de independencia bastante destacable: jugaba sola creando historias complejas, en el colegio era la mejor en todas sus clases y no se limitaba ni acomplejaba por ello y en la universidad fue capaz de completar su carrera en tiempo record, usando cada pequeño espacio de tiempo que tuviese libre. Ya en el mundo laboral, había probado su dedicación e inteligencia al entrar, en su primer intento, a las fuerzas de seguridad del país, más concretamente a la agencia de inteligencia.

 Era por eso que le estaba disparando. Y cuando cayó el primero de sus hombres, supo que había hecho lo correcto al no tener nunca nada que la pudiera relacionar con su trabajo ni con nadie que tuviese que ver con los cientos de temas sensibles que trataba todos los días. De pronto por su personalidad o tal vez por su insistencia, Perla había alcanzado las esferas más altas en la agencia. Era una de las manos derechas, porque eran varias, del director y tenía acceso total a gran cantidad de los archivos antiguos de las bases de datos, acceso limitado a solo unos pocos agentes de la agencia como tal.

 El segundo hombre cayó, con una bala en la cabeza y entonces Perla supo que ya todo era inevitable. Por alguna razón, ni la agencia ni nadie había enviado refuerzos: tal vez querían que el secuestro ocurriera o tal vez no había mucha inteligencia en la agencia de inteligencia. En todo caso, había sido entrenada para este tipo de eventualidades y sabía muy bien lo que tenía que hacer. Lo primero fue tomar el arma de uno de los hombres que estaban con ella y fingir que quería luchar por si sola. Disparó unas cuantas veces, dándole a uno de los otros en el hombro, antes de que se le acabaran las balas y dos hombres enormes viniesen a buscarla.

 La arrastraron a una camioneta que arrancó al instante y le taparon la cabeza con una bolsa parecida a las que usan para guardar arroz y demás granos. Los hombres no decían ni una sola palabra pero Perla sentía que algunos movía el cuerpo, los brazos más exactamente. Se estaban comunicando no verbalmente para que ella no pudiese identificar nada en su conversación o en su voz que le dijera adonde la iban a llevar. Todo eso era inútil porque ella ya sabía muy bien quienes eran y lo dijo en voz alta para que la oyeran. Por un rato dejaron de hacer movimientos pero luego lo retomaron. Perla se recostó en la silla y trató de descansar, sabía que las horas siguientes serías difíciles.

 Por alguna razón se había quedado dormida y se despertó ya sin la bolsa en la cabeza, esposada a un tubo de plomo que iba del techo al piso de lo que parecía un galpón de ganadería. Había mucha luz en el sitio y le dolió mover la piernas. Por como estaba esposada no podía ponerse de pie, lo que era realmente molesto. Solo podía estar agachada o sentando y de ninguna manera podía ver nada más que le dijera adonde estaba. Como se había dormido, era posible que estuviese mucho más lejos de lo que suponía pero era imposible saberlo con certeza.

 Estuvo amarrada allí por varias horas hasta que una mujer vestida para las labores del campo vino y le dejó una bandeja de comida. Era joven y bonita pero parecía avergonzada y, tan pronto tuvo la bandeja en el piso, se dio la vuelta para retirarse. Perla, como pudo, le pidió que hablara con ella y le dijera que iba a pasar. La muchacha se detuvo, como a pensar lo que había oído pero ni se volteó ni dijo nada. Salió del lugar y lo único que tuvo Perla para hacer fue comer lo poco que le habían traído. Era un vaso de agua, un plato de postre con lentejas y una tajada de pan.

 Después de haber comido, Perla miró a un lado y a otro, tratando de ver y sentir lo que más pudiera de ese sitio: aparte de ella y del tubo de plomo, no había nada para destacar en todo el sitio. Podía haber sido usado para vender reses o para criar gallinas. No había ningún olor particular y la verdad era que Perla ya estaba demasiado cansada como para ponerse de detective. De pronto la comida tenía algo, porque empezó a sentirle pesada y con mucho sueño. Por fin cayó de lado, profundamente dormida y tuvo un pesadilla horrible, en la que un grupo de hombres se le acercaba estando en una cama.

 Cuando despertó, ya no estaba en el galpn.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ estando en una cama.
y tuvo un pesadilla horrible, en la que un grupo de hombres se le acercaba estando en una cama.
ón. Estaba afuera, sobre el pasto. Era una colina hermosa y un árbol solitario le brindaba su sombra. Ya no estaba amarrada pero tenía en la muñeca la marca de las esposas que la habían tenido amarrada. Se sentía todavía algo débil y tratar de ponerse de pie fue imposible. Ni con la ayuda del tronco del árbol pudo hacer que sus piernas funcionaran con normalidad. Cuando cayó al suelo una segunda vez fue que se dio cuenta que no estaba sola.

 De nuevo, era la joven campesina de antes. O al menos creía que era campesina. Porque aunque estaba viendo a la misma mujer de antes, esta vez estaba vestida diferente y su cara no parecía tener ni la amabilidad ni la timidez que había notado en el galpón. Está mujer estaba vestida de botas de montar y miraba el horizonte como si quisiera matarlo. Perla apenas pudo recostarse en el tronco y preguntar, con las pocas fuerzas que tenía: “Quién es usted?”. La mujer no se dio la vuelta pero si dio un respingo, indicando que no se había dado cuenta de que Perla estaba despierta. Echó una mirada hacia atrás pero luego siguió en la misma postura que antes.

 Perla exhaló. Su cuerpo estaba adormecido, como lento en todo aspecto, y no podía hacer nada para no sentirse así. La mujer de las botas entonces le preguntó a Perla si sabía que estaba haciendo allí. Ella exhaló de nuevo y le dijo que no. La mujer rió y eso hizo que Perla se sintiera aún más incomoda. No era una risa malévola ni nada por el estilo pero no parecía ni el sitio ni el momento para reírse. La mujer le dijo que sabía muy bien que ella no guardaba nada demasiado cerca por miedo a que se perdiera. Perla la corrigió, diciendo que no guardaba información cerca porque la seguridad así lo requería. El miedo no tenía nada que ver.

 Después de respirar profundo un par de veces, Perla pudo abrir los ojos con normalidad y sentirse un poco mejor aunque sin la posibilidad de levantarse. Le preguntó a la mujer porque la habían secuestrado si sabían que ella no tenía nada consigo ni en su hogar. La mujer no respondió de inmediato. Cerca, pasó un campesino con una vaca y pareció no ver a Perla o ignorar el hecho de que estaba tirada al lado de un árbol. Era posible que pareciera que estaba allí por su propia voluntad pero la falta de curiosidad, que ella tenía de sobra, le parecía imperdonable.

 La mujer de las botas le dijo que la información que ella tenía en su cabeza era más valiosa que la que estaba en papel y en datos. Sabía que Perla había participado de varias misiones contra mafias varias y que no toda la información era codificada. Sabía que mucha de ella estaba memorizada, por miedo a que cayera en la manos incorrectas. Por primera vez se dio la vuelta y le reveló a Perla que la idea era interrogarla para que confesara, luego la torturarían para lo mismo y, si eso tampoco funcionaba, estaban dispuestos a tomar medidas aún más drásticas.

 Perla respiró tranquilamente, controlando su cuerpo ante las amenazas. Le dijo a la mujer que no tendría nunca el tiempo suficiente para hacer todo eso sin que nadie viniera a rescatarla. La mujer rió de nuevo, esta vez más fuerte, tanto que parecía no poder parar. Cuando lo hizo miró a Perla con lástima y le dijo que era más inocente e ingenua de lo que pensaba. No había manera de que nadie la rescatara ya que estaban mucho más lejos de lo que pensaba. De nuevo, otro campesino y esta vez Perla pudo verlo más detenidamente. Casi pierde las pocas energías que tenía cuando vio la cara del hombre, que era sin duda asiático, chino por sus rasgos generales.

 La mujer le dijo que, además, Perla todavía seguía trabajando en su oficina salvo que desde casa por un terrible resfriado. Y la agencia era tal como otros trabajos, desinteresados en sus empleados, incluso para verificar una posible enfermedad. No se darían cuenta hasta dentro de dos semanas y con una actriz profesional eso podía extenderse. Así que tenían más tiempo que el necesario para hacer lo que quisieran.


 Entonces la mujer le extendió la mano a Perla y la ayudó a ponerse de pie y a caminar un poco, hasta que pudieron ver más allá, terrazas de arroz y montañas onduladas. La mujer entonces la tomó de la mano y le pidió, con amabilidad, que le dijera todo lo que ella necesitaba saber. El toque final, una sonrisa.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Despertar

Despertó. Y lo primero que hizo fue vomitar. Un poco cayó en su pecho pero casi todo fue a dar al piso. Estuvo varios minutos así, como si hubiera bebido por horas y horas. No tenía cabeza para nada más sino para el dolor físico que estaba sintiendo en ese momento.

Pero cuando terminó de expulsar todo lo que pudo, se dio cuenta de varias cosas. Lo primero era que no tenía nada de ropa puesta, estaba completamente desnudo. Pero no sentía frío.
Lo siguiente fue ver que el lugar donde estaba no era un sitio que él recordara. Parecía un cuarto de sótano, con las ventana pequeñas casi en el techo y las paredes sin pintar. No había nada más sino la cama donde había estado durmiendo. De resto era un espacio desolado, estéril, excepto por el clima.

Era extraño pero él creía recordar que había hecho frío hace poco, pero no sabía cuando. Sus recuerdos se sentían como una masa amorfa que no podía entender. Trataba pero solo hacía que el dolor en su frente fuera cada vez peor.

Decidió sentarse en la cama y respirar, controlar cada inhalación y exhalación como si no hubiera nada más importante que eso. Lo hizo por un tiempo hasta que el dolor desapareció casi por completo. Entonces se fijó en las ventanas, que estaban abiertas y se puso de pie. No era un hombre alto así que no podía ver hacia afuera pero se apoyó en la pared para escuchar. En silencio, se dio cuenta de que no había nadie afuera y que estaba en un lugar remoto.

Mira hacia la puerta y el dolor volvió, aunque suave, como alertando un peligro. Él ignoró el dolor y abrió la puerta. No pensó que se abriera tan fácil y que viera lo vio.

Era una escalera pero no daba a un piso superior sino a una puerta casi paralela al piso. Subió los escalones y forzó la perilla pero esa puerta no abrió fácil como la otra. Tuvo que empujar varias veces con la poca fuerza que tenía hasta que la madera cedió y pudo salir al exterior.

No, no era una casa donde había estado durmiendo. Era un búnker o algo parecido. Y, tal como había pensado, estaba lejos de todo. Era un bosque, no muy denso, pero con árboles altos y muy verdes. El silencio era inquietante.

Volvió al búnker y reviso por todos lados, buscando algo que le pudiera ayudar pero no había nada salvo el colchón de la cama. Salió de nuevo y empezó a caminar, primero lentamente y luego con más ganas. A ratos sentía ganas de vomitar pero las contenía.

Caminó así como estaba por media hora hasta que, para su sorpresa, llega a una cerca. Era más alta que él y no quería lastimarse tontamente, así que siguió la cerca y, mientras tanto, vio lo que había más allá del bosque: una avenida, bastante amplia. Y al otro lado, más árboles. No lo entendió por completo hasta que llegó a un arco metálico en la cerca que dejaba entrar y salir del bosque. Pero no era un bosque...

Al lado de esa salida había un cartel que daba la bienvenida al Parque de los Robles. El bunker estaba entonces en una zona urbana, no tan alejado como el había pensado.

Dio sus primeros pasos sobre el pavimento, siguiendo las líneas dibujadas, y notó por fin los rayos de luz directamente sobre su piel. Era reconfortantes, casi como electricidad recargando todos sus órganos, su cuerpo completo. Se sintió mejor, sin tanta prevención hacia ese mundo del que no tenía ni idea.

De pronto, vinieron recuerdos a su mente, que lo hicieron detenerse y sostener su cabeza:lo primero que hizo fue reír. Había recordado una serie de televisión en la que pasaba lo mismo. Instintivamente miró hacia atrás y sonrió de nuevo al ver que no había zombies cerca. No, esto era algo distinto. Entonces, caminó.

Lo hizo por una hora, casi dos, hasta que llegó al centro de la ciudad o al menos eso parecía: había edificios antiguos al lado de torres de oficinas con ventanas de vidrio. No parecían afectados de ninguna manera. Se dio cuenta que había tiendas en muchos de los edificios y entró a varias pero no había nada útil, nada que fuera absolutamente necesario. Pero que lo era?

Después avistó una mega tienda de aparatos electrónicos. Pero antes de pasar, el dolor de cabeza volvió y amenazó con romper su cabeza. Se sentía horrible, así que salió al sol, que rápidamente lo sanó como una madre preocupada. Algo estaba mal. Pero no sabía que era. Su mente todavía era errática, como un aparato dañado.

Fue allí, sentado en el suelo, cuando una criatura se acercó. Primero de manera tímida, pero luego abiertamente curiosa. Era un pájaro, del tamaño de una cabeza humana y, tal vez, igual de curioso. Se acercó con cuidado y luego se detuvo, mirando detenidamente al hombre que tenía frente a él. Era como si nunca hubiera visto algo igual.

Él miró al animal. Vio como se movía y entonces se dio cuenta. Al instante, se puso de pie y empezó a correr pero el animal voló hábilmente y le cortó el paso. De la nada, empezaron a aparecer varias aves que lo perseguían y no dejaban que caminara más. No parecía querer lastimarlo pero lo miraban como alguien que quisiese intimidarlo.

 - Que quieren? Que me hicieron?

Se dejó caer de rodillas y las aves lo rodearon. El hombre empezó a llorar sin control. Se tapó la cara y se tumbó totalmente en el piso, encogiendo en posición fetal, llorando, confundido.

Un sonido extraño interrumpió su situación y él no tuvo más remedió que ver que sucedía. Un ave más grande que las demás había llegado y las demás cantaban, haciendo un sonido horrible, como el de un violín mal ajustado. El ave grande se acercó al rostro del hombre y lo miró, como si fuera otro ser humano. Entonces el ave abrió las alas y el hombre vio que no era un ave.

Sus alas abiertas formaban una pantalla en la que se podía ver una imagen poco nítida, un símbolo. De pronto, sobre el pecho del animal, aparecía la imagen de una mujer que empezó a hablar.

 - Señor Torres. Nos alegra verlo.

Él miró a la mujer, todavía asustado, y no respondió a su frase.

 - Veo que está confundido, tal vez incluso sufra de amnesia. Eso no importa ahora. Es necesario que  me escuche.

Según la mujer, él había sido voluntario en un experimento. La idea era crear un soldado, un ser humano capaz de soportar cualquier tipo de ataque, de veneno, incapaz de morir. Según la mujer, lo habían conseguido.

 - El aire a su alrededor. No lo nota?

Él inhaló con fuerza, más por la impresión que por lo dicho. Y no sintió nada.

 - La ciudad fue atacada con químicos. El aire es mortal pero usted sigue vivo, incluso mejora con el  paso del tiempo.

El hombre, como pudo, se puso de pie. El ave dirigió sus alas abiertas a su cara. La mujer lo miró sonriendo.

 - Es usted un éxito.
 - No.

La mujer fruncía el ceño.

 - Porque dice eso? Lo es.
 - Quién soy? Que es este lugar? Que me hicieron?

Las lágrimas salían sin control. La mujer parecía pensar y luego, parecía ver a alguien más cerca a ella.

 - Señor Torres, usted está en la Tierra.
 - Y usted? Donde está?

La mujer dudó en hablar pero finalmente lo hizo, sin mirar directamente a su interlocutor.

 - En la Luna, con el resto de la población que queda.

Él respiró con dificultad, mirando de un lado a otro, buscando algo que le dijera que todo era una sueño.

 - Ha estado en hibernación por diez años, señor Torres. Cuando el momento sea correcto,  enviaremos por usted.

Las alas del animal dejaron de brillar y el pájaro las cerró, para luego irse volando, igual que las demás criaturas. Solo una de ellas, la primera en llegar, se quedó con él hombre que ahora gritaba y quería dejar de existir ya que era él no era nada ni nadie. Él, su vida y todo lo demás habían dejado de existir.