viernes, 2 de marzo de 2018

No hay que entender


   Mientras caminaban por el sendero, miraron al mismo tiempo al precipicio que había al lado derecho: era una profunda garganta que en ese momento estaba cubierta de nubes y neblina. Así de alto era el paso por el que estaban atravesando. Escapar no era fácil por ninguna parte pero debía tener una dificultad extra hacerlo por semejante lugar. Nadie nunca los perseguiría por esos remotos parajes pero tampoco tenían garantizado poder salir de allí, y esa era la idea.

 Dos días habían pasado desde que habían oído los últimos disparos. Varios soldados los habían perseguido hasta bien adentrado el páramo, pero se rindieron al darse cuenta que la neblina era muy espesa y no podrían tener la ventaja en ese lugar. Además, consideraban todo el sector un peligro enorme, por los animales salvajes que allí había y los caminos inseguros. Hacía años que nadie pasaba por allí y todo lo que había sido mantenido en pie con cuidado, ya no existía.

 Ramón iba detrás de Gabriel y no podía dejar de mirar hacia atrás. No era algo muy inteligente de hacer pero la verdad era que estaba aterrorizado de ser capturado de nuevo. Ramón ya había estado en los oscuros calabozos que habían creado en lo que antes eran las oficinas de corte suprema. Era un extraño lugar que todavía conservaba algo de su majestuosidad anterior pero que ahora solo olía a orina humana y a heces de rata. Un lugar oscuro, con gritos ahogados y sonidos extraños.

 Gabriel, en cambio, no tenía ni idea como eran los calabozos. Solo había estado allí cuando se suponía, en el momento exacto en que varios de los prisioneros se rebelaron y escaparon de manera masiva. Fue entonces que encontró a Ramón y lo llevó a las afueras de la ciudad, donde los sorprendieron los soldados y tuvieron que escapar hacia el páramos. Gabriel no sabía lo mal que Ramón la había pasado en la cárcel y su compañero no tenía la más mínima intención de contarle.

 El estrecho sendero que bordeaba el precipicio seguía igual por varios kilómetros. Los árboles eran cada vez más escasos. En cambio, había plantas más bajas como matorrales, que crecían por todas partes. Sus flores eran de un color hermoso y era obvio que sus diversas formas tenían la intención de servir para recolectar agua, algo bastante fácil en un lugar tan húmedo como ese. Húmedo pero bastante frío. Cuando llegó la segunda noche, encontraron una zona algo plana cerca del sendero y allí armaron una pequeña tienda de campaña con una hoguera afuera.

 Estaba claro que Gabriel había pensado en todo, siempre lo había hecho. Era un tipo preparado, que nunca hacía nada sin pensar en las consecuencias con anterioridad. A Ramón le gustaba mucho eso de su compañero pero jamás se lo había dicho a la cara. De hecho, había muchas cosas que nunca se habían dicho con claridad. Desde el primer momento que empezaron a trabajar juntos, en la oficina de inteligencia estatal, se formó una relación difícil de describir incluso por ellos mismos.

 Lo que hacía de esa relación algo muy particular eran las acciones que ambos tomaban a su respecto. El hecho de que Gabriel hubiese arriesgado su vida para prácticamente rescatar a Ramón era algo que hablaba mucho de cuanto lo quería y apreciaba. Pero jamás le había dicho a Ramón nada como eso. Eran solo acciones que el otro debía interpretar como pudiera, sin palabras que hicieran todo tan especifico. Incluso allí, solos en el páramo, no se decían nada más de lo necesario.

 Observando el fuego, Ramón recordó cuando trabajaban juntos en Inteligencia. Nunca fueron muy amigos que digamos, no salían a beber nada después del trabajo ni hablaban de cosas que no tuvieran nada que ver con lo que hacían allí. Sin embargo, cuando tenían que trabajar juntos, lo hacían a las mil maravillas. Todo siempre fluía bastante bien y lo hizo cada día hasta que llegó el Gran Cambio y todo se vino abajo a lo largo y ancho del país. Poco después de eso arrestaron a Ramón.

 El asunto era que Ramón era abiertamente homosexual. Iba a bares y discotecas, compraba en negocios cuya clientela era casi por completo homosexual e incluso tenía varias aplicaciones en su teléfono celular para contactar con otros hombres y tener relaciones sexuales casuales. Obviamente no era algo único de él ni nada por el estilo pero fue así como el nuevo gobierno pudo rastrear a todas las personas que quería meter a la cárcel por motivos arcaicos.

 De solo pensar en el día de su arresto, Ramón se ponía nervioso y se le alzaban los pelos de detrás de la nuca. Los oficiales vestidos de negro habían entrado de golpe en el edificio de Inteligencia y habían arrestado por lo menos a diez personas. Las habían dirigido a la entrada principal del edificio y allí mismo las habían obligado a confesar sus supuestos crímenes. A todos, incluido Ramón, los golpearon con las armas, a algunos en la cabeza y a otros en la cara, rompiéndoles la nariz. Luego los dirigieron a un camión y así se los llevaron a los nuevos calabozos.

 Avivando el fuego que parecía estar a punto de apagarse por la pésima calidad de la madera, Gabriel miró a Ramón y recordó que él había estado en el momento de su arresto. Lo había tomado por sorpresa a pesar de que todo el mundo sabía que el país se estaba yendo al carajo. Lo que pasa es que nadie hace nada hasta que se ve afectado por las cosas horribles que pasan. Gabriel, sin embargo, solo decidió actuar una semana después de lo ocurrido. Tiempo después, se culpaba por su demora.

 La cuestión era que no sabía qué debía hacer y ni siquiera si debía hacerlo. Gabriel solo sabía que una injusticia se había cometido y sentía algo adentro de su cuerpo que le insistía en que debía alzar su voz de protesta. El problema era que no sabía cual era la razón para esa rebelión en su interior. Varias veces en su vida había visto injusticias, pero jamás había sentido la urgencia de hacer algo, la presión en el estomago que le insistía día y noche y no lo dejaba tranquilo ni un segundo.

 Se preguntó entonces, y se lo volvió a preguntar frente a la fogata en el páramo, ¿qué era lo que sentía por Ramón? ¿Era amor o algo parecido? Gabriel no tenía ni idea. Lo único que tenía claro era que le importaba Ramón y que prefería tenerlo cerca que estar completamente solo. Además, sabía que no hubiese podido vivir consigo mismo si no hacía algo para ayudarlo a escapar de la cárcel. La fuga masiva había ocurrido casi como un milagro, empujando a Gabriel a hacer lo que sentía que debía hacer.

 Ahora solo se miraban, por encima de las débiles llamas de la fogata. Habían logrado cazar un pequeño conejo, pero no era ni de cerca suficiente para dos hombres adultos que llevaban días sin comer algo decente. Habían comido en pocos minutos y ahora solo intentaban calentarse con un fuego que no parecía querer ayudar en nada. Estiraban las manos y trataban de hacer crecer las llamas, pero todo era inútil. Pasada la medianoche, el fuego murió por fin y ellos tuvieron que acostarse.

 Gabriel había sido precavido y había metido esa tienda de campaña vieja en su mochila. Los pies de ambos sobresalían y quedaban los dos bastante apretados debajo de la delgada lona verde. Pero era lo único que había. Se acostaron y estuvieron allí tiesos, visiblemente incomodos.

Entonces Ramón se dio la vuelta, mirando al lado contrario de Gabriel, y le pidió en una voz suave pero muy clara, que lo abrazara. Gabriel esperó unos segundos, como procesando lo que había escuchado. Después se dio la vuelta al mismo lado y abrazó a Ramón. Así cabían mejor y pasarían menos frío.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Adolescence


   The taste of iron was not to be ignored. Maybe it was because of the cold that had swept through the city around those days, the fact was that the gun tasted like pure iron and the taste was enough for Felicia to pull it out of her mouth and put it back on the wooden box her mother kept it in case robbers or someone broke into the house. Felicia’s eyes were flooding with tears, so she ran to the hallway bathroom and thoroughly washed her face, trying to eliminate her feeling while doing it.

 She looked at her own eyes and nose and skin once she was done but everything she had been feeling was still there: her insecurities and self-hatred had not left her body just because she had taste the iron that made up a gun. She did feel a little bit less agitated and her mind seemed clearer, as if she had put on glasses or something. She dried up her face with a small towel, taking her time to appreciate its smell and texture. It felt as if she had never used her senses until that day.

 Felicia then walked to her room again and closed the door. She didn’t lock it though, because it didn’t really seem necessary anymore. She had dropped the whole idea of killing herself, only because of the taste of the gun. But it wasn’t only that, it was also the fact that she wasn’t really sure about what she was going to do. After all, Felicia was still a very young woman and had a whole life before her. Something inside of her told her to wait a little bit longer, to hold on for a while.

 The young woman was in high school and, as with most kids there, she had started feeling anxious when she discovered how things had change from one grade to the other. Now, all the girls in her classroom and age would be trying makeup away from teachers, drinking alcohol, smoking marihuana and even talking about their sexual experiences. Felicia, at first, thought it was all about a little group of girls that had changed in the blink of an eye but then she realized it had affected every single person her age.

 She used to enjoy talking to her friends about the shows she liked, many animated programs among them, and about some games and silly things that they liked because, after all, they were still children. Maybe not like her brother Thomas who was eleven years old, but kids anyway. They couldn’t legally drink or vote and they were still in high school trying to decipher math problems and having homework. The shift that she had witnessed seemed rushed and unexplainable but she soon learned she had to adapt soon to this new state of things.

 Felicia realized this when she started being harassed by some girls in school because of her weight. She had always been a little bit bigger than most girls but no one had ever said anything hurtful to her because of that. Now, things had changed dramatically: some people outwardly said to her how fat she was and that she looked like a pig or a boar. Sometimes it would be in a low register on the school corridors but some other times it would be right to her face, as if they wanted to see how she responded.

 She always walked on, deciding not to engage in any sort of fight. But as the school year went on, it was more and more difficult to resist. She tried to remember what she liked about school and so she decided to spend a little more time in the library. Her best friends were sadly not there for her at the moment because one of them had left for a neighboring city and the other one had just stopped talking to her out of the blue. It was probably the worst part of the whole deal.

 Anna had been her best friend since they were toddlers. They had been in each other’s houses and their parents knew each other very well. They had celebrated birthdays together, as well as spending some holidays in the same place whether it was Disneyland or a cabin in the woods. They loved to go shopping together and make fun of everything and everyone, along with their mutual friend Jeff. They were basically sisters for more than fourteen years and now all of that had disappeared for no apparent reason.

 They had not talked over the summer because Anna had left for a long trip with her parents and she never contacted Felicia after she had arrived. Felicia didn’t think much of it but she quickly realized in school that everything had changed between them. She had tried to come close to chat for a while but it was obvious Anna had no desire to interact with her. So Felicia stopped trying and the relationship died a sad and unexpected death pretty soon. It was devastating for Felicia.

She even called Jeff to tell him about it and he was kind enough to hear about all of it but the thing was that Jeff had some problems of his own. His parents were divorcing and it wasn’t clear what was going to happen with him after that. He had told his parents he wanted to go back to were he had friends and family but his parents didn’t seem to care a lot about what he had to say. They were too busy accusing each other of something, so Jeff couldn’t really be there for Felicia in any way. He just asked her if she was okay and that’s when she realized she wasn’t.

 After that phone call, it was the first time Felicia realized that she didn’t really feel great about the whole situation happening around her. After all, she started feeling alone and without friends, something a young person is sometimes unable to handle, as it is a necessity for them to be social and able to talk to someone if they need help or advice, and sometimes that comes from people their age who have information they personally don’t have. It’s something they need Felicia realize she didn’t have anymore.

 Her parents were another problems. They had recently begun showing signs of a certain distance forming between them. There were no family weekends anymore. Mom stayed at home while Dad went away to fish or be with his friends. And when her mom went out with her friends, Dad stayed around to be with the kids. It was nice and all for a while, but Felicia soon realized it wasn’t very normal for parents to simple not talk a lot to each other. She wondered if a divorce was looming.

 So the bullying at school, which got increasingly worse, her lack of friends and the tension at home, had all been enough for Felicia to take advantage of none of her parents being at home to get into their room and grab the gun, to the point she had it in her mouth. After she went back to her room, she started crying and she didn’t really knew why. Maybe it was because she felt weak or maybe it was because she felt very alone. It was then when she heard the door and it was her little brother.

 He had arrived from being with a friend and Felicia could hear him throwing his backpack and turning on the TV. Without thinking, she opened the door and walked to his room. He was watching cartoons and looked at her on the door when she appeared. Felicia tried to seem calm and just wanting to hang out for a bit but Thomas was no fool. It is a common mistake to think youth means ignorance when it’s nothing of the sort. He realized soon something was wrong but didn’t ask outright.

 Brother and sister spent a good chunk of the afternoon watching cartoons and sharing appreciations about them. Then, they grabbed cookies and milk and also some ice cream and ate it all just before their parents came back home. They didn’t look as happy as them.

 But all of that didn’t matter because Felicia realized she still had people around who she could trust and also that she had to take care for. The world was not going to end. She was going to face the tide with the weapons she had at hand and promised herself to survive the whole messy thing that is adolescence.

lunes, 26 de febrero de 2018

Los casados


   Mucha gente habla del matrimonio. Es una de esas cosas que parecer ser imposibles de entender si no se está directamente involucrado. Y en parte, así es. Pero después hay otros que lo adornan todo con bromas sobre lo terrible que puede ser y hay otros que usan más detalles bonitos y romanticones, como tomarse de la mano y hacer todo juntos. El caso es que la mayoría son cosas que le hemos ido poniendo al matrimonio encima, al concepto. Pero como en todo lo que hacen los seremos humanos, es único según el caso.

 Les pongo el ejemplo de mi amigo Juan. Lleva casado un año completo. Lo sé muy bien porque la semana pasada estuve en su casa, celebrando el aniversario. Antes, en los viejos días, la gente celebraba cosas como esa en privado. No era algo para que todos los amigos y familiares se unieran. Al fin y al cabo una relación es normalmente entre dos personas, y son esas dos personas las que construyen o destruyen dicha relación. Así que el asunto fue extraño pero fui porque soy soltero y no tengo mucho que hacer los viernes en la noche.

 No sé si lo mencioné, seguramente no, pero Juan se casó con otro hombre. Hoy en día es algo bastante común en países civilizados y muy pocas personas, solo los ignorantes o los muy mayores, lo ven como algo raro o “malo”. El caso es que yo a Juan lo conozco desde el primer día de universidad y, por extraño que parezca, salí con el que es ahora su esposo hace un par de años, cuando ellos no se conocían. Fue algo que Carlos, el esposo de Juan, quiso ocultar pero yo le dije que eso sería una tontería.

 Cuando le conté a Juan, casi se desbarata de la risa. Tengo que confesar que al comienzo me sentí bastante confundido por la risa. Cualquier otra persona se hubiese enojado o hubiese querido una explicación más a fondo de la situación. Pero Juan lo único que hizo fue casi morirse de la risa, para luego explicar que la idea de Carlos y yo saliendo le parecía ridícula. Eso me ofendió tanto que busqué una excusa para salir de su apartamento lo más rápido que pude. Cuando llegué a casa, me sentía algo tonto pero igual enojado.

 De hecho, sí era algo ridículo pensar en que nosotros pudiésemos ser una pareja. De hecho, cuando salimos solo tuvimos sexo y eso solo fue unas tres veces, hasta que nos cansamos el uno del otro. Carlos es una hermosa persona pero simplemente no tenemos nada en común. En cambio, parece tener todo en común con Juan. Obviamente, ninguno nunca aclaró la verdadera naturaleza de nuestra relación. Sobraba decirle a Juan que el sexo había sido casi rutinario, incluso aburrido. Bueno, esa sería al menos mi perspectiva de todo el asunto, pero lo bueno es que nunca tuve que decir nada.

 En la fiesta de aniversario, sin embargo, había al menos tres personas que sabían muy bien lo que había pasado entre Carlos y yo.  Eran amigos de él y me habían conocido en el mismo lugar que yo lo había conocido a él: una discoteca de esas en las que la música suena tan fuerte que tienes que gritar para poder tratar de transmitir cualquier mensaje. Fue en una ida al baño en la que lo vi y me pareció interesante. Recuerdo que por esos días no quería pensar en nada, especialmente en nadie.

El resto de cosas pasaron de manera muy apresurada: bebimos y bebimos, me presentó a sus amigos, bailamos muy de cerca y cuando ni se había acabado la noche, lo dejé que me llevase directamente a su casa. Aunque no es una excusa, estaba tan bebido que francamente me hubiese ido con cualquiera. Puede que eso no hable bien de mi pero esta historia no es para hacer eso, sino para contarlos lo fuerte que puede ser una relación, así yo no esté directamente involucrado en ella.

 Cuando llegamos a su casa nos dirigimos a la habitación y no volvimos a salir sino hasta varias horas después. Y no, no es porque hubiésemos estado teniendo sexo por horas y horas sino porque nos quedamos dormidos al instante luego de hacerlo. La bebida tiene ese efecto en mi: puedo dormir fácilmente catorce horas seguidas después de una noche de fiesta extendida. Por suerte ese día no dormí tanto porque tuve la sensible idea de irme antes de verlo despertar y así tener un momento incomodo.

 Como dije antes, nos vimos dos o tres veces más después de eso. La verdad no recuerdo cuantas veces fueron porque siempre hubo alcohol de por medio. A él le encantaba beber, no sé si todavía. De hecho, al verlo tomar la copa de vino que tiene en la mano, me pongo a pensar en como hará Juan para aguantarle las borracheras si es que todavía hace eso. Es decir, están casados. No es como si cada uno tiene un sitio privado a parte para separarse por un tiempo. Están amarrados, en el mejor sentido o esa es la idea.

 Lo dejé de ver porque me parecía tremendamente aburrido. No solo el sexo carecía de interés, sino que las pocas conversaciones que tenía con él eran extremadamente sonsas. A veces él hablaba y yo simplemente hacía como que lo escuchaba pero en realidad estaba pensando en las cosas que tenía que hacer en el trabajo y en mi casa. Lo bueno es que siempre he sido bastante directo y nunca me ha gustado perder el tiempo. Más pronto que tarde le hice saber que no me interesaba de ninguna manera. Él entendió y solo llamó una vez más, en una de sus “urgencias” nocturnas.

 Recordando todo esto me pongo a pensar en dónde lo habrá conocido Juan. La verdad creo que perdí la oportunidad de poder hacer la pregunta cuando le dijimos que nos conocíamos de antes. Por fortuna, su risa había cerrado la puerta a más palabras que en verdad nadie quería oír y ninguno de los dos quería pronunciar. Cuando nos vimos después de tanto tiempo, en una fiesta en otra cosa, nuestros ojos se dijeron con simpleza lo que nuestras mentes elaboraron en segundos.

 Sin embargo, es bien sabido que en todas partes hay metiches, sobre todo metiches que al parecer no están contentos con sus vidas y deciden cagarse en las vidas de otros por diversión. Nuestra metiche se llamaba Luisa, una amiga de Carlos que se sabía de manera enciclopédica todas las relaciones, sexuales y románticas, que su amigo había tenido en la vida. Es de esas personas que hacen bromas sobre otra gente cuando esa gente está ahí frente a ellos y pretenden que todo pase como una broma tonta.

 Fue a ella a la que se le soltó lo de nuestras “noches de pasión”, como ella misma lo dijo. Mi primera reacción fue ahogar una carcajada, porque pasión era algo que nunca hubo entre Carlos y yo. Pero entonces fue cuando me di cuenta que Juan estaba a apenas algunos metros y era obvio que había escuchado lo que Luisa había dicho. Su cara se tornó casi verde pero de todas maneras se acercó y preguntó de que estaban hablando en ese rincón. Luisa, descarada como todos los metiches, repitió lo que había dicho.

 Tengo que aclarar que nunca me sentí mal por nada de lo sucedido. Era imposible haber previsto que un buen amigo fuese a casarse con un mal polvo de hacía años. ¿Cuantas posibilidades podría haber? De hecho fue este pensamiento el que me impulsó a romper el silencio que se había establecido en el apartamento. Miré a Luisa y le recordé del novio feo que le había visto, y comenté de sus gustos y de cómo algunas personas no deberían hablar de otras, con un historial tan malo.

 Verán, incluso borracho tengo buena memoria. Y esa noche recuerdo haber visto a Luisa besuqueándose con un tipo mientras el feo de su novio esperaba afuera del baño con sus tragos en las manos. También eso se lo recordé, y todos rieron. Incluso Juan y, pasados unos segundos, Carlos.

 Fue Juan entonces el que me miró, sonrió y dijo en voz alta que estaba orgulloso de tener buenos amigos todavía en el mundo. Más tarde lo vi darse un beso con Carlos, mientras se tomaban de la mano y se decían cursilerías típicas de los casados. Pero de eso yo no sé nada. Prometí jamás cometer ese error.

viernes, 23 de febrero de 2018

Rollercoaster


   Waking up had never been that difficult. My eyelids felt heavy and sticky. In the glimpses I had been able to witness, I couldn’t really see anything. Besides, they happened every so often, when my body would come back from the induced state the doctors had put me on. I remember opening my eyes wide, right in the middle of the main surgery. After that, I opened them slightly and wasn’t able to see a thing because it was blurry and pitch black. I remember the scent of disinfectant, though.

 I did not now how long I stayed in there; it felt like days, maybe weeks. The day I was finally able to properly open my eyes, I was surprised to find myself in a large hospital bed. Of course, I knew all along I had been in a hospital but there was no way I or my insurance could afford to have such a nice room. I turned on my chest and looked to the other side of the room, finding a very large window overlooking… Well, nothing. I was apparently in a very tall building because I could only see clouds.

 It rained soon after; at about the same time a nurse came in and checked my pulse and other vital signs. She asked if I was able to sit, so I tried to rise myself and sit on my behind, like people do. But I couldn’t. I felt a jolt of pain electrifying my body. She helped me back to the position I had been before and said she was going to get a doctor and some painkillers. The only one I wanted to see was the medication. I had never been a fan of doctors, especially when they tend to ask too many questions.

 Sure enough, a rather large man with a white robe entered the room minutes later and started firing questions. At first, I tried to keep up with him but eventually I stopped answering because he wanted very specific responses that I wasn’t able to answer properly. Besides, he seemed angry somehow, almost yelling at me for not knowing what he was asking.  He hurt me a bit when he grabbed my arm to check my blood pressure and then another jolt ran through my body when he checked my backside.

 That second instant of pain was enough. I don’t even know how, but I turned around and jumped out of bed, away from him. It hurt, but I didn’t care. I reached the doorway and there I faced him and demanded him to go out of my room. He seemed sort of amused by my demand but I insisted, as some tears started to run down my face. Not only that, something had happened and I was bleeding on the floor, heavily. The nurse ran out to get help and the doctor did the same, not before looking at me as if I was a monster. I wanted to die right then and there.

 A group of nurses took care of me. They seemed kind and did a wonderful job at patching me up again. Apparently, one of the stitches had come loose after I walked out of bed. So they had to fix it, giving me more painkillers and even a special medicine to sleep all night. They had intended for me to have something to eat but I seemed far too tired to do that, so they decided to leave that for another moment. I remember sleeping like a baby, having no dreams or pain. Only a great moment of peace.

 I woke up the next morning to a face I had never seen before. It was a woman, older than the other nurses, wearing a nice knitted sweater and matching skirt. She seemed kind, at least if her smile was to be believed. She excused herself for being there but told me she had wanted to talk to me for a while and she had decided it was best if she just waited for me to wake up. I felt a little bit weird at the moment, but the arrival of one of the nurses made the room feel a little bit cozier.

 After a brief check on my status, the nurse left not before telling me she would bring me some food in a moment. I smiled at her because, obviously, I hadn’t eaten a single piece of food for days or even weeks, only having a liquid pumped into my veins. When I thought of food, I pictured chocolate cake and a good big piece of red meat and a cup of tea with lots of cookies and even a big bowl of vanilla ice cream.  Then, I remembered I was in a hospital and realized they weren’t known for great food.

 I was left alone with the woman in the sofa. She stood up when the nurse left and asked me how I was feeling. I did not know how to answer the question and she seemed to notice that because she then asked what my favorite movie was. Instantly, I was able to tell her I had many favorites and would never be able to choose only one. She laughed and told me she loved romantic dramas but also science fiction films with a lot of gore. She knew it was a curious mix, but it worked for her.

 That silly question got us talking for a whole hour, even after the nurse came back with my food tray. As I had imagined, the food was very bland and not especially appealing but it was something and I ate it all within minutes. The woman, who happened to be a psychiatrist for the hospital, was a very funny person and I have to say I felt safe with her Besides, she seemed intelligent enough not to drill me about what had happened. Obviously, it was her job to know about it and ask me how I was after that ordeal, but she knew exactly how to manage the whole situation.

 She came back every day for a week, as I slowly got better. She was just outside the room when another doctor, a kinder one, came in and removed the stitches. It hurt a little but I never felt a jolt of pain again. The man told me that it was all coming up very well and that I could be out of the hospital in a week or even less. That reminded me to ask who was paying for the whole thing but the doctor pretended not to listen to what I said and instead made me remember I had to rest properly.

 I asked the psychiatrist too but she authentically did not know who was paying for everything. We had talked about how I had left my home years ago and how I wasn’t in touch with my parents or any of my relatives. Besides, I told her how they had rejected me when I was outed in school and hypothesized that they wouldn’t even look at me if they knew what my life had come to. She asked if I missed them and I confessed sometimes I did. But most times, they weren’t even in my mind.

 Two days before my release, a nurse and the psychiatrist joined me for a walk around the hospital. They told me I was going to need a lot of physical therapy to be able to walk normally but that it was almost a given that I would be able to do so in a few months. Of course, the therapy had already been paid but, again, no one seemed aware of who was paying for all of it. And to be honest, I had grown tired of asking. Maybe after it was all in the past, I would be able to properly investigate the whole thing.

 The day I was released from the hospital, all the nurses that took care of me came to say goodbye. I cried and they cried too. We had become closer and I felt them as sisters or aunts. My psychiatrist came too, telling me she would be there if I ever wanted to have a word or if I needed something. She even gave me her personal phone number. I thanked them all and went back home, to a small and dirty little apartment in a crappy neighborhood and the reality of having no prospects in life.

 The very next day, I got a letter. A written one. Of course, that was highly unusual. The moment I read it, I felt weak and wanted to run away but I didn’t know where. Suddenly, I felt in an open field where I was an easy prey for anyone to take advantage of.

 Then, I remembered my psychiatrist’s number. I asked her to meet me and she gave me her address. I arrived there within the hour, crying and in a state I hadn’t been in days. I explained to her the contents of the letter: the revelation of the person that had paid for my hospital expenses. It was him.