lunes, 26 de marzo de 2018

Abre los ojos


   Una, dos y tres veces. Y luego seguí sin que me importara nada. Seguí y seguí hasta que dejé de sentir los dedos, las manos enteras. Mis brazos se entumecieron del cansancio y el dolor y fue entonces cuando por fin me detuve. En mi mente, para mí, habían pasado horas. Pero en realidad, todo había sido cuestión de minutos. Me di cuenta de que temblaba. Un frío helado me recorrió la espalda. Ese golpe contundente fue el que me despertó de mi enojo, de mi rabia y del dolor que me había cegado.

 Los nudillos los tenía destruidos. Me chorreaba sangre de ellos pero no demasiada. Los dedos temblaban con violencia y no podía estirarlos ni cerrar el puño por completo, no de nuevo. La sangre que cubría mis manos no solo era mía sino del tipo que tenía adelante, tirado en el suelo. Lo escuchaba llorar, moquear un poco e incluso decir algunas palabras de suplica. Pero, como hacía unos minutos, yo no escuchaba nada de lo que decía. No solo porque no me importaba sino porque había perdido ese sentido momentáneamente.

 Lo que oí primero, sin embargo, fue la sirena de una patrulla que se acercaba a toda velocidad. Tuve el instinto de correr, de alejarme de allí lo más rápido posible, pero recordé pronto que ese no era el plan, eso no era lo que había cuidadosamente preparado. No, debía quedarme allí y asumir lo que había hecho. De la nada, un chorro de rabia surgió de mis entrañas, probablemente lo último que tenía adentro. Usé ese impulso para patearlo un par de veces en el estomago, para evitar que él fuera quien se escapara.

 La policía por fin llegó y, como lo esperaba, me arrestaron. Uno de los uniformados quiso ponerme esposas pero prefirió no hacerlo por el estado de mis manos. Me miró fijamente y me dijo que me metiera en la parte trasera de la patrulla. Debió detectar que mis intenciones no eran diferentes, porque lo dijo de una manera calma, sin presiones. Yo hice lo que me pidió, pero no cerré la puerta porque no podía. Ellos revisaron al herido y llamaron una ambulancia. Esperamos hasta que llegó y se lo llevó al hospital.

 Por nuestro lado, fuimos a la comisaría. Lo primero que hicieron allí fue tomarme las fotos de rigor e identificarme. Fue un proceso rápido, sin ninguna sorpresa. Lo siguiente que hicieron fue enviarme a la enfermería para una rápida curación de mis manos, que vendaron, no sin antes usar una crema especial que al parecer ayudaría a que las heridas cerraran pronto. No me quejé en ningún momento ni me rehusé a nada. Miré a la cámara directo al lente para las fotos y pensé en todo menos en mi dolor mientras curaban mis manos. Cuando me metieron a la celda, inhalé profundamente.

 Allí estaba yo solo. Para ser una ciudad tan violenta y problemática, era un poco extraño que me metieran solo en una celda. Debía haber otras, supuse. Era el tipo de cosas que me ponía a pensar para no reflexionar demasiado. Porque si me ponía a pensar mucho en lo que había hecho, en mi plan, me arrepentiría en algún momento y dañaría todo de manera irremediable. Me senté en un banco metálico y allí contemplé por mucho tiempo el suelo y las manchas de sangre seca que allí había.

 Seguramente habían peleado allí una banda de vendedores de drogas o tal vez de habitantes de la calle. Es posible que algunos cuchillos se hubiesen visto envueltos en todo el altercado o incluso algo más sutil como una cuchilla para afeitar o algo por el estilo. Quien sabe cuanta gente había pasado por allí, de paso a la cárcel. Tal vez no eran tantos o tal vez muchos más de los que la mayoría de gente pensaba. No tenía ni idea pero todo el asunto me hizo pensar en la posibilidad de terminar encerrado para siempre.

 Me tranquilicé rápidamente diciéndome que sería un injusticia enviarme a la cárcel por golpear a un hombre. Al fin y al cabo, no lo había matado. Eso sí, no me habían faltado las ganas y debo admitir que mi primer plan había contemplado esa posibilidad. Pero mi abogada, con la que había hablado antes de planearlo todo, me había aconsejado no hacer algo tan extremo. Ella era de esos abogados que se mueve muy bien en el agua turbia pero sabía el tipo de persona que era yo y no quería verme envuelto en algo demasiado oscuro.

 Eso sí, no puedo decir que ella me diera ideas para nada. Ella solo escuchaba lo que yo tenía para decir y después de un momento me decía su opinión al respecto y las consecuencias legales que existirían en cada caso. Nunca me aconsejó nada en especifico, seguramente porque no era nada tonta y tenía claro que no podía arriesgarse a que yo la culpara, en el futuro, de ser la artífice de todo el plan. Pero la verdad era que yo no tenía ninguna intención de echarle la culpa a nadie más por mis acciones.

 Más allá de ser abogada, Raquel era una de mis pocas amigas. Me conocía bien y sabía de primera mano todo lo que había ocurrido en los últimos meses, comprendía bien mis motivaciones para hacer lo que quería hacer y jamás me quiso detener. De pronto ese era el único problema que tenía respecto a todo el asunto, y sí detecté ese nerviosismo en ciertas ocasiones, pero la última vez que nos vimos me dio un abrazo que fue más explicito que escribirme una carta de cuatro páginas. Ella sabía muy bien lo que yo quería y porqué. Creo que la aprecio más ahora que nunca antes.

 Un policía por fin vino y tomó mi declaración, junto con un enviado de la fiscalía. Conté todo lo que había ocurrido ese día, cómo había planeado desde el primer segundo de la mañana seguir a ese hombre, y esperar con paciencia hasta que estuviese completamente solo para hacer lo que quería hacer. Confesé haberlo secuestrado y llevado al lugar al que habíamos llegado, una fábrica abandonada en la mitad de la ciudad adónde nadie llegaría a menos que yo dijera donde estábamos.

 Y de hecho, eso fue exactamente lo que hice. Con anticipación, programé un correo electrónico que sería enviado a la policía y a otras entidades para que llegaran al lugar en el momento preciso en el que yo quería que llegaran. Debo confesar que mi calculo falló por algunos minutos, que fueron los que utilicé para patear al infeliz en el estomago. No me siento orgulloso de ese ataque de rabia pero tampoco me avergüenzo pues creo que tenía todo el derecho de hacer lo que hice.

 Fue entonces cuando les pedí que revisaran su cuenta de correo electrónico de nuevo. Había programado un segundo correo, esta vez conteniendo un video con toda la información que tanto la policía y la fiscalía, como miles de otros pudieran querer y necesitar para absolverme al instante. Además, el video se subió automáticamente a varias redes sociales y mi intención de hacerlo viral fue un éxito total. A esa hora, ya muchos sabían de mis razones e incluso me aplaudían por mi proceder.

 A la hora, Raquel vino a recogerme. Había quedado libre, a pesar de que todavía había algunos cargos contra mí, cargos de los cuales podría deshacerme con una increíble facilidad. Todos me miraban de camino al coche y cuando me bajé en mi edificio y subí a mi apartamento. Al parecer todos se habían quedado sin voz y yo no entendía que parte de todo el asunto los hacía quedarse así: sería lo que había sucedido, lo que yo había hecho o toda la situación? En todo caso, los entendía a todos, sin importar la razón.

 Nadie esperaba ver a un hombre rico, con familia y nombre, en un video casi pornográfico. Y no lo era porque el video no mostraba sexo consensuado entre dos adultos sino una violación. Poder obtener ese video me costó mucho más que sangre pero valió la pena.

 Destruí a un hombre por completo y lo único que tuve que hacer fue centrar la atención sobre mí, convertirme en un villano para entregarle al mundo el villano real. Lo que pensara la gente sobre mí no me importaba ya. Solo quería que la gente, por una vez, abriera los ojos.

viernes, 23 de marzo de 2018

Through the Alps


   The train’s movement woke me up as it pierced through the longest tunnel in the route. The trip from Italy to Germany can be quite annoying because of that, although you get to check out some beautiful sights in between the tunnels, so it’s not that bad. The very dim lights of the tunnel gave me an eerie glimpse of the people that were in the same cabin, all of them fast asleep, not disturbed by the movement as I was. It was right then when I heard someone rushing by the aisle, stumbling and then running off.

 I was about to yell and pull the door of the cabin making a lot of noise, but I remembered my friends were sleeping so I stood up and carefully pulled the door open. Once I was standing on the hallway, I close the door again and enjoyed the show the little lights on the floor of the train were doing. They turned on and off and on and off. It made the hallway look like some kind of disco. I looked down the hall but there was no one there, at least not where I could see. I decided to walk in the same direction as the person I had seen.

 I had to move from one car to the other. Apparently most people were asleep because there was not one noise breaking the silence, only the one of the train travelling on steel. The tunnel, I recalled, was so long it could take up to half an hour to traverse it completely. And if I was not mistaken, we had entered it less than ten minutes ago. So walked on knowing that natural light would take its time to comeback. The third car I entered was completely dark; the lights on the floor were not working.

 Then, I saw him. The lights on the tunnel were too weak to actually see anything but his form was noticeable. I stood there, on the entrance to the car and waited for the shadow to make its move. But it didn’t. It just stood there, most likely watching me, until it dropped something on the floor and my curiosity pushed me forward, in order to check the object closer. I walked half way and then the shadow bent its knees and fell to the floor, apparently unconscious. Something was wrong.

 Not only wrong but very wrong. The object on the floor shimmered with the dim yellow lights of the tunnel. It was obviously a knife, the kind you use to cut a steak. I remembered watching those on the restaurant car, a place I had only sat once earlier that day. It was a bit too expensive for me but I did remember watching someone eating a piece of juicy red meat with a knife just like that one. However, the handle on the one on the floor was glistening with dark red blood. Some of the silver edge had stains of it too. It was so strange to see that there, doing nothing but dripping blood.

 The train moved violently and it was then I realized what was going on and how serious it could be. I wanted to tell someone about it but I also realized I hadn’t seen one single person from the train company around the hallways. Neither a security person nor a waiter. There was no one around to denounce such a strange thing happening. Because bloody knives are only found on the floor of trains in novels or movies, but never in real life. What to do in that case, when there’s no one to turn to?

 The shadow then groaned. I got scared, walking back a little, abstaining myself from touching the bloody knife. I was about to turn around and look for someone to help, when the shadow said something. I had no idea what it said, because it wasn’t really articulating words. At least not words I understood. I got closer and the shadow coughed and suddenly looked up. I could not tell if it was a man or a woman, even if it was young or old. But I knew it was someone disturbed, as its eyes were red and mad.

 Then, the shadow spoke once again. I finally understood what language it was speaking but I had no idea what the words meant. I had seen several movies in German and I had even studied a bit of German back in college, but not enough to understand what the shadow was saying. Maybe it was asking for help or maybe it was begging for me to go away. I had no idea, as my trip through Europe had not contemplated helping dying or crazy people in dark trains while traversing a long tunnel.

 However, my instinct told me to help that person. So I got closer and tried to make something out of the words it was saying. By getting closer, I finally realized I was interacting with a young man, maybe half my age. He had delicate features covered by a large amount of very blonde hair. He was obviously of Germanic descent as the eyes that were looking at me were made of a very deep blue, almost the color that ice gets sometimes. Those eyes gave me a shiver.

 I spoke to him in English, asking if he needed any help. He wouldn’t answer, so I decided to speak a little slower. That seemed to do the trick because the young man started nodding violently, his eyes becoming even redder and more insane. It was quite disturbing to watch but not as disturbing as when he stood up and revealed his tainted clothes to me. He was wearing what any boy would ear in the summer: shorts and a stripes shirt. However, both were soaked in the same dark blood that covered the knife. I tied one and two together and realized I had a killer in front of me.

 I started breathing heavily but had to control it because the kid was getting worked up to. I relaxed so he did too. However, he did seem to be breathing a lot heavier than he should. He was obviously scared. Maybe he had killed his mother or father, or maybe a brother or sister. He had done it with a knife he had found close by and he had taken advantage of the tunnel to run away. But they were in a train and there are not that many places were you could hide. Ask Agatha Christie.

 For a moment, I was lost. I had no idea what to do. Yeah, maybe looking for a security agent and giving them the kid would be the smartest thing to do but it also seemed like a very wrong thing to do. The kid was obviously traumatized and maybe he had done what he had done out of self-defense. Maybe he had been bullied by someone or harassed by his family or at least one member of it. There were so many things to consider and reflect on before just running out of that car. It wasn’t simple.

 Then, as if in a dream or a religious movie, natural light filled the space. They had finally come out of that dreadful tunnel and the train was now advancing through the mountains by a large beautiful lake. The view out there was amazing but inside the train things were not exactly that. I realized then, with light, that the young man had not injured anyone else. Someone had injured him. He had blood pouring out of his body from a point around his stomach. It was something of a miracle to see him standing there.

 I finally did what took me so long to do: I ran out of the car and made noise, lots of noise. Finally a security guard appeared and I took him directly to the place where the knife and the boy were. When we got there, the young man had collapsed on the floor, falling on his face next to the knife. Some people on the neighboring cabins had stepped out and were screaming like lunatics. I ran to the boy and tried to wake him up but there was no point. He had bled out to death. I had acted too slowly.

 When we finally got to a train station, the body was brought out and sent the local morgue. Every single passenger was questioned by the police, especially me. I told them every single thing that had happened and they let me go without saying anything. I saw the parents on my way out of that place.

 The train departed later the following day. As curious as I was, I went one more time to the police station to ask about what had happened. Apparently, the autopsy had revealed the wound had been self-inflicted. The young man had committed suicide. I would think of him for the rest of my life.

miércoles, 21 de marzo de 2018

África


   El calor era insoportable. A pesar de ser un jeep con techo, el plástico del que estaba hecho hacía que adentro del vehículo hiciera más calor. Sin embargo, bajarse no era una opción puesto que todos estaban allí esperando a que algo pasara. Cuando por fin llegaron los elefantes, que caminaban en fila a cierta distancia, la mayoría de las personas dentro del jeep se emocionaron y empezaron a salir del vehículo uno por uno, acercándose a los animales de diferentes maneras.

 Algunos tenían cámaras y otros aparatos que registraban diferentes comportamientos. Los únicos que se quedaron en el jeep fueron Otto, el conductor, y Nelson, un joven venido de Europa por solicitud de la universidad en la que estudiaba. En clase tenía el mejor promedio y fue por eso que el profesor titular de la carrera lo pidió a él para ir en esa misión de un mes para investigar el comportamiento de los elefantes en un parque nacional sudafricano. Negarse hubiese sido impensable.

 Pero Nelson sí lo pensó, al menos por unos minutos. Sin embargo, sus padres se enteraron pronto y ellos casi lo empujaron a decir que iría. Estaban tan emocionados que ellos mismos prepararon su equipaje y compraron todo lo que podría necesitar. Incluso arreglaron en una mochila su equipo de investigación, así como cuadernos nuevos para tomar notas. La mayor sorpresa fue la cámara de última generación que le compró su padre, para que les mostrara cuando volviera las maravillas que había visto.

 Ellos dos también habían estudiado biología pero la diferencia era que habían terminado haciendo uno de los trabajos más simples en todo ese campo y ese era trabajar con gérmenes y otras criaturas minúsculas. Trabajaban para un laboratorio farmacéutico y ganaban buen dinero pero no era ni remotamente emocionante, definitivamente nada parecido a lo que ellos siempre habían tenido en mente al pensar en una vida como biólogos, estando siempre en lo salvaje con animales interesantes.

 Por eso casi saltaron al saber de la oportunidad de su hijo y se apresuraron a arreglarlo todo por él, sin preguntarle. Para ellos era obvio que su hijo aceptaría pero se les olvidaba, al menos temporalmente, que a Nelson jamás le había interesado lo salvaje, ni escarbar la tierra ni ensuciarse de ninguna manera posible. Era un hecho que era un estudiante brillante y seguramente sería un profesional de grandes descubrimientos, pero él sí quería una vida tranquila y poco o nada le interesaba irse al otro lado del mundo a ver animales en vivo y en directo. El laboratorio era su lugar predilecto.

 Otto encendió la radio pero no pudo sintonizar nada. Era un joven como de la edad de Nelson pero se dedicaba a conducir por todo el parque nacional a los visitantes que quisieran ver unos y otros animales. No hablaba mucho, o al menos Nelson no había escuchado su voz. El joven se limpió el sudor de la frente y se movió hacia delante, pasando por entre los dos asientos delanteros. A lo lejos, vio como todos los demás caminaban emocionados detrás de la fila de elefantes. Nelson recordó su cámara, que colgaba del cuello.

 Tomó unas cuantas fotos, olvidando por completo que había pasado al asiento delantero. Cuando terminó de tomar fotos, sintió cerca de Otto que miraba por encima de su hombro la pantalla de la cámara. Nelson apagó el aparato y Otto le dijo que las fotos eran bastante buenas, algo inusual para un científico. Eso hizo que Nelson sonriera un poco. Otto pidió prestada la cámara y le echó un ojo a todas las fotos que Nelson tenía allí guardadas. Eran las que había tomado en el último par de días.

 Había fotos de insectos y plantas, así como de animales enormes e incluso algunas del grupo de científicos. Cada cierto rato se reunían todos en alguna parte del hotel o campamento en el que estuvieran y se armaba una pequeña fiesta que siempre incluía música y baile, así como alcohol, que parecía salir del suelo pues Nelson nunca veía llegar a nadie con bolsas o cajas. Los científicos eran hombres y mujeres en general solitarios que amaban la compañía de seres humanos afines a sus gustos.

 Otto le dijo que todas las fotos eran hermosas. Le contó a Nelson que su hermana Akaye quería ser fotógrafa cuando fuera adulta, pero apenas estaba cursando la secundaría así que le tomaría más tiempo saber si ese sueño podría realizarse. Le explicó a Nelson que ser fotógrafa no era un sueño muy rentable en un país como el de ellos, puesto que lo más urgente era que cada miembro de la familia aportara algo de dinero para ayudar a todo lo que había que pagar y hacer en el hogar.

 Sin embargo, Akaye seguía con sus sueños y Otto la entendía por completo. Él había querido ser mucho más que un simple conductor pero no había tenido la oportunidad pues había tenido que trabajar. Su madre era la única que había trabajado por años y cuando Otto tuvo edad suficiente, ella misma le pidió conseguir un trabajo para ayudar en la casa. Así fue que terminó siendo conductor de jeeps en el parque, un lugar que quería mucho pero en el que a veces se aburría demasiado. Para él, debería ser un lugar cerrado lejos de la gente, para no molestar a los animales.

 Nelson asintió. Él quería encontrar una manera de ser biólogo sin tener que estar cerca de animales vivos. No solo le daban miedo sino que había aprendido a respetar sus fuerzas y su independencia. Estaba de acuerdo en que esos santuarios de fauna deberían ser sitios alejados en los que nadie debería tener permiso para entrar, al menos no con la frecuencia con la que iban los científicos a ciertos lugares en África. Muchos animales se estaban acostumbrando a ellos y eso no era nada bueno.

 Le contó a Otto que cuando era pequeño lo había atacado un cerdo bastante grande en la casa de campo de sus abuelos. El animal no le hizo nada más que apretarlo un poco pero el trauma causado le había dejado un temor casi irracional hacia los animales, en especial aquellos que eran salvajes o incontrolables de una u otra manera. Ese suceso había causado en Nelson que prefiriera quedarse en ciertos lugares con poco gente o con nadie, haciendo un trabajo poco estresante.

 Otto sonrió al oír la historia. Nelson también lo hizo, en parte porque se sentía un poco apenado. Otto le propuso seguir a los demás en el jeep un poco más adelante, pues ya había desaparecido la fila de elefantes y no se veía ningún científico en los alrededores. El jeep avanzó lentamente y más gotas de sudor rodaron por la cara de ambos hombres. Cuando por fin divisaron algo, soltaron un grito ahogado. No vieron la fila de elefantes ni a los científicos esperándolos sino algo completamente inesperado.

 Era una gran charca de agua grisácea y en el borde unos tres cocodrilos enormes. Por un momento, no entendieron qué había pasado. Los científicos tenían que estar cerca. Ese misterio fue resulto momentos después, cuando oyeron gritos provenientes de un único árbol grande en la cercanía. En él se habían subido siete de las ocho personas que se habían bajado del jeep a seguir a los elefantes. Otto paró el vehículo y del costado de la puerta sacó un rifle que apuntó por el lado en el que estaba sentado Nelson.

 Fue entonces cuando vieron lo que había sucedido. Una zona revolcada denotaba el paso de animales grandes y algo parecido a una pelea. Los animales grandes ya no estaban, solo los cocodrilos, pero había algo más que hizo que Otto aflojara su postura y que Nelson ahogara un grito.

 Había pedazos del profesor Wyatt por todo el margen de la charca. Un pedazo de brazo estaba entre las fauces del más grande de los cocodrilos, que parecía tomarse su tiempo para terminar su comida. Era el profesor titular. Otto puso una mano sobre el hombro de Nelson, que no dijo nada en horas.

lunes, 19 de marzo de 2018

Out for a date


   The moment the food arrived to the table, Anne started eating. She was please that Ryan had finally called her and asked her out for dinner but the truth was that she had been at home wondering about how she would survive the next couple of days, without any food on the cupboards or on the refrigerator. Then, she felt as if God himself had called her when Ryan timid voice came out of her cellphone, asking if she would be willing to go out with him for dinner and some drinks afterwards.

 Right after accepting, she realized she had probably made a mistake. After all, it wasn’t the first time that Ryan had come up to her and asked for a date. He was always looking at her in the office and would be kind of creepy about it, always nearby, pretending he wasn’t really looking but obviously doing it. For a moment, Anne had thought of even calling the police in order to ask for advice on how to handle a stalker. But she had other things to do and she eventually learned to live with it.

 He had actually stopped being so creepy until that night in which she had accepted his invitation. While dressing up, she tried to come up with ideas of what to say when he asked why she had finally accepted. Maybe Anne could tell him that she had always been very appreciative of his intentions and his presents, such as candy that he had always left on her desk. He never said it was him but it was obvious. She had a full jar, filled to the top with candy the candy that he had left her over the last year.

 As she put on her high heels, she realized it might be the best idea to tell him the truth. Maybe, as a person of the same age, Ryan would be able to understand how difficult of a time Anne was having with money. She was barely able to pay the rent and all of her taxes, so food money was always scarce and this was the first month she found herself trying to save every single piece of food for a later date. But now she had nothing at all. Maybe he would understand that.

 She grabbed her purse, her coat and walked to the main door. She looked back and realized she did feel guilty to take advantage of the poor man. It wasn’t fair for her to just take on his proposal when she could use it and then drop him like a bag of potatoes. It wasn’t fair. As she entered the elevator, she decided to tell him the truth and just try to enjoy the night. Maybe he would understand and they could become friends. After all, they worked together and sometimes people find out they have more in common that what makes them different, so they could really be friends, for real.

 Anne arrived at the restaurant just in time. She asked for Ryan and one of the waiters took her to their table. It wasn’t the fanciest restaurant in the world but it was much more than Anne would ever be able to afford with her salary. The people there looked entertained, some of them were clearly faking it but others did seem really happy. Other people were there for business meetings, some even with their families and, a couple or more, were there cheating on their wives or husbands. It was obvious.

 They finally reached the table, were Ryan had been waiting for under ten minutes. He helped Anne sitting down and they discussed what everyone discusses for the first five to ten minutes: the weather and what had happened that day. It was trivial talk and clearly none of neither of their interests, but it was always kind of expected to talk about how cold or hot the days are and criticize the taxi services in town or maybe blame some politician or group of people for traffic jams that have always been there.

 Passed that time, they ordered the food and then a very heavy silence fell between the two. It was difficult to really start a conversation with someone you already know but do not really know anything about. So Anne opened her mouth to talk first, ready to tell him the truth about why she was there but Ryan was the one to talk first. He looked really nice that night and it was the first time Anne really looked at him, paid attention to his face and his words and not the character she had made up in her mind of him.

 He said he was very glad she had accepted the invitation and talked a little bit about the restaurant and how him and his parents loved to go there together, whenever they were in town. He told Anne about how he had grown up very far from the big city, in a farm were everything was simpler and, somehow, better. He always had trouble communicating with people but he was happy that he was making some advances on that field. Again, Anne tried to talk but Ryan, with a hand, asked not to be stopped.

 He continued his monologue, saying he had met the most amazing woman ever. He was in love, deeply in love and he wanted to ask her hand in marriage. However, he didn’t feel he knew everything he needed to know about her and that’s why he had asked Anne for dinner. For a moment, Anne had no words. She had no idea of what was happening. What was Ryan thinking, just coming out of the blue with such a statement? Who did he think she was, an easy girl that would marry any man just because she’s single? She was about to stand up and leave when he spoke again.

 Ryan was in love with Erica, from accounting. They had hit it off right away once he had been transferred there and he knew very well how good friends Erica was with Anne. So that’s why he had thought about her in order to discuss his next move. He wanted someone who knew her to tell him more about what she liked and didn’t like and to know if they thought it was a good idea to propose so soon. They had gone our countless times but maybe that wasn’t enough.

 Anne was speechless. She had really thought it was all about her. She was really prepared to yell at him and make a huge scene in order for everyone in the restaurant to know what a pig and crazy he was. But that wasn’t going to happen anymore because the man she had profiled a while ago as a creep, was not even interested in her. He was interested in Anne best mate at work. She wouldn’t even call her a friend, just a person that she liked to hang out with during lunches and such.

 So after the food came, which she practically devoured, Anne explained all of that to Ryan. She had to be very clear about her not really being friends with Erica. She didn’t even know much about her past or who her parents were or even what she liked to do as a person. But Ryan didn’t really mind about that. He needed a woman to tell him if what he was thinking of doing made sense, if it was the right move. He clarified he didn’t care about their relationship, he only needed urgent advice.

 Ryan suddenly got very grim and seemed to be on the verge of crying. Anne felt very sorry for him and started to talk about what most women like and don’t like and some clues he should be attentive for if he really wanted to pop the question. They talked for several hours, having drinks after the food and even laughing at some of the points they were trying to make. Anne realized it was good that she had come, not only because she was helping Ryan but also because she was making a friend.

 She eventually explained her reason for coming and Ryan just smiled, telling her it was not a surprise that a young person would have struggles with money. No one seems to have enough to survive anymore, or so he said. He was understanding and even charming about it.

 When the moment came for them to day goodbye, Anne decided to ask Ryan about the candy on her desk. She asked him bluntly if it had been him. But Ryan was confused by the question and then they went their separate ways. So Anne had a new friend but she also had a mystery to solve.