lunes, 27 de marzo de 2017

Bleeding

   Bleeding, he ran towards the forest, hoping that his attackers wouldn’t follow him there. He didn’t stop moving his legs until he found a place between trees that were too close, a place where he could hide. He sat there and waited. Sure enough, they came rather fast. He even tried not to breathe while they were close. They checked their surroundings but not with enough care. Eventually they stopped looking around and returned to the place they had come from, in town.

 He could breathe again but not the most comfortable way. His clothes were drenched in blood and, when he tried to begin walking again, he almost fell on his face. His legs were not responding properly and his head was spinning, hurting a lot. He tried to gather himself and at least make a plan of what to do next, because he couldn’t stay there in the woods. He came to the conclusion that those people didn’t know much about him and that his home was probably the best hiding place.

 That posed two problems: the first was that his home was in a city two hours away. The other problem was that his attackers had vandalized his car and now he didn’t have anything, including his wallet and house keys. The latter wasn’t an issue as he always left a spare in the pot next to his apartment door but he did need money to get to the city or at least to convince someone of taking him there. Besides, he was bleeding and he didn’t know how bad his injuries actually were.

 He decided to fin the closest road and just risk it. Hopefully someone would take him somewhere, no matter if it were the hospital or his home. The sun was rising far and he soon had enough light on the road to know where he was walking. Finally, he made it to a road and was lucky enough to be picked up by a lovely elderly couple. The good thing was that they were travelling very early to his hometown. The not so good thing was that they didn’t realize that he was injured.

 The wounded man tried to act as if nothing was happening. Maybe it was for the best if they didn’t notice his blood all over his shirt. He just kept talking about all the good things to visit in his town. That, at least, made the journey home less painful in every way possible. When he finally got home, he was about to faint but the voice of the old lady woke him up in the right moment. They left him in front of his building. He thanked them once and twice and then the car left and he walked into his building, took the elevator and went straight home.

 He plunged his hand into the big pot by his door and, in seconds, he found the keys he was looking for. He tried to leave everything as it was, in order for people not to know those keys were there, but his hand was trembling too much, as well as his legs. He opened the door as fast as he could. The first thing he did inside his house was looking for the phone and dialing a number he had recorded a long time ago but had never dialed because the need for that person had never arisen.

 About thirty minutes later, the man arrived. He was called Fred and didn’t look to be very bright in particular. The man had met him once, a long time ago in a job he had to do in a very bad neighborhood. Fred was an unfortunate kid back then, who had been able to educate himself but had never had the fortune to actually go to college and achieve his dream of being a doctor. Instead, he worked as a veterinarian assistant, in the same bad neighborhood they had first met about two years ago,

 Nevertheless, he came running and didn’t ask any questions. After all, they had discussed it a bit back then and he still remembered how any types of questions were not rally welcomed by someone like that man. Young Fred brought something like a purse, filled with many things a veterinarian and a doctor would both use. The man didn’t ask if he was needed at work. Silence was their common language. Fred cleaned the wounds, close what had to be closed and gave the man a paper with things he had to buy to stand the pain.

 When he was about to leave, the man spoke. He said “Fred”. The young man turned around, to see the man pointing at the kitchen counter. There were some bills there, which Fred took before heading to the door and leaving. The truth was that the man would have wanted the young man to stay because he didn’t only feel pain but he also started to feel lonely. After all, there was no one in his life to take care of him or at least to visit him in this, his hour of need. He was alone.

 The man decided to take himself to bed. He walked to the bedroom slowly, trying not to mess up the work Fred had done. In his room, he took off all of his clothes and then entered his bed, covering himself with the various layers of fabric. He felt really cold and his limbs were trembling even more. Through the closed curtain he could see the sun that day was bright and beautiful but he didn’t really care about it. He only cared about resting and just closing his eyes and go somewhere else, somewhere where he could get a life for himself that he liked.


He fell asleep fast and he dreamt for various hours.

viernes, 24 de marzo de 2017

Valle del misterio

   Tranquilos, los caballos pastaban libres por todo el campo. Era una hermosa superficie ondulada y llena de verde, con flores en algunos puntos y charcos formados por la lluvia de la noche anterior. El lugar era como salido de un sueño, con las montañas de telón de fondo y el bosque bastante cerca, con muchos misterios y encantos por su cuenta. Era una zona remota, en la que pocos se interesaban. Sin embargo, fue el primer lugar donde se experimentó el fenómeno que se repetiría a través del mundo.

 Sucedió una noche en la que no había una sola nube en el cielo. Los caballos, de los pocos salvajes que todavía existían en el mundo, dormitaban en la pradera, muy cerca unos de otros. La única vivienda cercana era la de un viejo guardabosques llamado Arturo. Esa noche, como todas, había calentado agua antes de dormir y con ella había llenado una bolsa para poder calentarse mientras dormía. Así que cuando se despertó de golpe durante la noche, naturalmente pensé que había sido culpa de la bolsa.

 Pero eso no tenía nada que ver con lo que sucedía. Lo que despertó a Arturo fue un estruendo proveniente del campo abierto que estaba no muy lejos de su casa. Él era un poco sordo, así que el sonido debía haber sido de verdad un escandalo para despertarlo como lo hizo. Al comienzo pensó que era la bolsa y, cuando se dio cuenta que estaba fría, pensó que había sido una pesadilla la que lo había despertado. Justo cuando se estaba quedando dormido de nuevo, el sonido se repitió.

  Era muy extraño y difícil de describir. Los años de experiencia de Arturo les decían que lo que no podía descifrar era de seguro peligroso, tanto para él como para las criaturas que cuidaba en el pequeño valle. Así que decidió ponerse de pie, vestirse con botas, chaqueta y pantalones gruesos y terciarse su escopeta, la que solo usaba para asustar a los cazadores furtivos y a las criaturas que querían comerse a los animales de la zona. Al abrir la puerta, se dio cuenta del que la temperatura había bajado varios grados.

 Caminando despacio, subiendo la colina hacia la planicie donde pastaban los caballos, Arturo pensó que lo de la temperatura no era normal pero tampoco era lo más usual del mundo, sobre todo para la época. Se suponía que para ese momento del año, los vientos fríos debían calmarse un poco para dar el paso al verano, que prometía ser bastante caluroso. Pero tal vez este año los glaciares de las montañas que rodeaban la planicie no habían cedido tanto como otros años al calor y por eso hacía tanto frío. Era una explicación simple pero por ahí debía de ser.

 Al llegar a la parte superior de la colina, donde empezaba la planicie, Arturo vio los grupos de caballos que dormitaban tranquilamente, en grupos de unos cinco, bien cerca unos de otros, al parecer en paz. El ruido no se había repetido y de nuevo pensó que tal vez lo había soñado. Al fin y al cabo ya no era un hombre joven como cuando había iniciado sus labores y podía pasarle que se imaginara cosas o que su mente prefiriera estar medio dormida que con los pies plantados en la realidad.

 Mientras pensaba, sucedió algo que no se había esperado: empezó a nevar. Al comienzo fueron copitos translucidos que se deshacían con facilidad. Pero luego fueron más gruesos y se iban quedando pegados a la ropa. Ver lo que sucedía era increíble puesto que en el valle prácticamente nunca había nevado. Definitivamente algo raro tenía que estar pasando pero Arturo no tenía la respuesta para nada de ello. Era un misterio que no sabía si estaba en capacidad de resolver.

 Caminó hacia el grupo de caballos más cercano. Quería ver como respondían los animales a semejantes condiciones tan extrañas. No sabía si ellos habían experimentado jamás algo así. Pero sabiendo que la mayoría habían nacido durante su vida, era poco probable que alguno de ellos hubiese visto un solo copo de nieve con anterioridad. Cuando llegó al lado del grupito de siete caballos, Arturo volvió a quedarse como congelando, viendo como la nevada aumentaba.

 Fue entonces que se dio cuenta: los caballos no se movían. Para ese momento ya debían de haber movido la cola, las orejas y algunos tenían que haberse puesto de pie, sobre todo los pequeños que tenían una piel más sensible. Pero nada de eso ocurrió. Arturo se acercó más y se dio cuenta que todos los animales tenían los ojos abiertos y parecían estar mirando al infinito. El guardabosques los acarició y les dio palmaditas en el lomo pero nada de eso tuvo el efecto deseado.

 Tenía que hacer la última prueba. Arturo tomó la escopeta entre sus manos, apuntó a un lugar lejano y disparó. No sucedió nada excepto una sola cosa: no escuchó el sonido del disparo. Cuando se dio cuenta, soltó la escopeta y entonces su mente cayó en la cuenta de que no había escuchado su propia respiración desde hacía varios minutos. Era como si todo el lugar donde estaba ahora fuese parte de un televisor al que le han quitado por completo el volumen. Gritó varias veces para comprobar la situación pero no había duda alguna de lo que ocurría.

 Arturo estaba histérico pero trató de respirar profundo para calmarse. La situación que estaba pasando era sin duda bastante extraña pero eso no quería decir que no tuviese solución. Y para encontrar esa solución, tenía que calmarse y seguir caminando hasta que viera evidencia de lo que sea que podía haber causado semejante fenómeno. Sin duda tenía que ser algo muy extraño pues el hecho de quedarse sin sonido era algo que iba más allá de ser un simple misterio.

 Caminó más, pisando el suelo ya cubierto de nieve. El verde de la colina había desparecido casi por completo. Lo que no había cambiado era el cielo, sin una nube y con miles de millones de estrellas brillando allá arriba. Era una imagen hermosa, eso sin duda. Pero de todas maneras no era lo normal. Arturo sabían bien que ni la nieve, ni la falta de sonido, ni las noches despejadas como esa eran algo frecuente en la zona. Había vivido por mucho tiempo allí para saber como eran las cosas.

 Atravesó el campo de nieve. Se detuvo cuando se dio cuenta que la planicie terminaba y las colinas se ponían cada vez más onduladas, hasta convertirse e el abismo que conocía de toda la vida. Se detuvo allí y solo vio oscuridad. A pesar de la luz de la luna que pasaba sin filtro, lo que había abajo era difícil de ver, incuso parecía más oscuro que de costumbre. Sus ojos empezaban a cansarse, así como su mente que ya no era la misma de antes, ya no podía soportar tanto.

 Fue entonces que sintió una vibración por todo el cuerpo. Debía de ser un sonido extraordinario el que causaba semejante temblor. Por un momento se quedó quieto, esperando a que pasara algo más, pero cuando vio que no pasaba nada, miró hacia el cielo y fue entonces cuando vio como una de las estrellas más brillantes parecía despegarse del cielo y empezaba a caer en cámara lenta. Arturo estaba paralizado, mirando fijamente como la estrella se movía directamente hacia él.


 En un tiempo que pudo haber sido de pocos segundos o varias horas, la estrella se acercó al punto donde estaba Arturo y se posó encima de él. Paralizado por el miedo, el hombre no podía mirar hacia arriba para detallar que era lo que en verdad estaba viendo. Sin embargo, podía percibir movimiento a su alrededor. A pesar de solo estar mirando hacia el frente, podía sentir que había una presencia cerca de él. Cuando sintió presión sobre su cuerpo, quiso gritar a todo pulmón pero no salió nada de él. Se dio cuenta que había quedado igual que los caballos de la pradera. La única diferencia es que él no se quedó donde estaba. Algo lo alejó del valle, en un solo instante.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Owned

   Carmen had always been the most reserved of the four Duke sisters. Everyone in town knew that family, as they owned almost everything around those parts. Apparently, the great-grandfather had been the one to first set foot in the region, before mining teams settled too and the small town of Golden River was founded. What made them rich, of course, was gold. The Duke family became rich in a glimpse and now every person in town felt that family owned them.

 Deluded by his power, the leader of the family had always thought the people of Golden River adored him and his family. But Barnaby Duke was not loved but despised and I was all a really good acting scene, as the inhabitants of the small town preferred to avoid conflict that basically shooting themselves on the foot. It was the Duke family that gave them the jobs on which they based their survival, so any words against them wouldn’t be precisely wise. So lies settled in town.

 What was worse, Mr. Duke loved to give speeches every so often: on the first day of spring for example. It didn’t matter if it was raining like crazy, he made people reunite in the town’s square and talked for hours about how in Golden River people lived a better life than in other places. He had a point, as they had never starved or anything like that. Meanwhile, many other towns in the country were suffering and had been going through very tough times for at least ten years.

 As good as he portrayed himself to be, Barnaby Duke had instructed the mayor and the police, a group of less than five people, to stop any outsiders from settling in Golden River. They had to ask it formally first and the requests were mostly denied. That’s why no one really knew about what was going on in other places. They were shielded from everything that way. Gold was the only trade they had and it was done by the Duke family, so none of the workers had the need to travel beyond the forest.

 But even so, people hated the Dukes. They hated the pompous Barnaby and his stuffy wife Henrietta, who was rarely seen in town. And of course, his daughters were beyond despised because he exhibited them around, like prizes, wearing all the best but never letting them interact with anyone from town. The people despised the girls for perpetuating the wrong his father had done, paying them miserably. They knew their dresses and perfumes would have made Golden River a better town. But they decided hate was the way to go because they had nothing else.

 There’s where Carmen comes in. She was the youngest of her sisters, maybe the most beautiful of them all. Her elder sister Diana was getting ready to leave town, as she had been promised in marriage to a rich merchant with whom her father had business with. The man was much older than her and even so she was beaming with joy, as she was leaving town forever in order to have, what she thought, was a much better life, filled with excitement and many things to discover.

 Carmen was a bit jealous of her sister but only because she was leaving town, the first one of the sisters to do so. It was obvious that they would all leave sooner that later, as they were all getting close to the marrying age. Diana was sixteen and Colleen was fifteen. Then Marguerite was fourteen and, finally, Carmen was only thirteen. Few years under her belt but she was the most adventurous one, always curious about the world around her. She was the least loved one too, by her father.

 Her mother was largely absent. She had not raised them as such, the job having been assigned to a number of servants. They were the only family to have nannies and cooks in town, which made people hate them even more. Nevertheless, those servants loved the girls and had learned to teach them the things they needed to know in order to be good wives in the future. But that wasn’t enough for Carmen, who often left the house to walk around the woods, and even to the mine.

 She liked to watch the men coming in and out of there. They looked different in the morning and then in the afternoon, all covered in dust and dirt. She also visited the ones that worked in the river, looking for gold there. She would always walk at a safe distance, because she was a bit scared of all those men and women. They appeared to be suffering and she inferred that because of the facial expression they had. She was the first to learn how much people hated the Dukes.

 Not that anyone did anything to her; she just knew it one day. Her sisters left, with the passing of time. One day, waving goodbye to Marguerite, she realized how little time she had left there. Her parents had not chosen a suitor yet but the decision would be announced any day now. She didn’t wanted marriage or leave Golden River, even if people hated them. Carmen felt she could help them have a better life, maybe better conditions at work. She had spent so much time watching and hearing them, that she thought she knew what was best for them.

 Silly as she was, Carmen walked to her father one day and told him she would like to work with him, handling the family business. The only answer she got was a slap on the face, one so hard her father’s ring left a mark on her cheek. He didn’t say a word after hitting her, calling one of the servants and telling them to lock Carmen in her room. Her wound was not even taken care of. It was then she realized the hate that people had against them was justified and she hated herself for who she was.

 Alone and locked away, she felt herself sink into an abyss. The following day it was her mother who visited her. That never happened, as the woman was always busy trying new clothes and stuff she bought from the city. She entered the room, visibly having never been there. It seemed she was going to sit on the bed but, instead, she just said a suitor had been found and her marriage was settled to happen in just a couple of months. The man was elderly but extremely wealthy.

 That night, a storm broke over the small town. Rain and wind hit all the houses, making the windows crack and the doors tremble. Carmen had cried so much that she had fallen asleep as she was, on her bed. But the storm woke her up in the middle of the night and gave her an idea. The noise was so strong that no one heard when she broke the window. She removed almost all of her clothes, to be able to move faster, and just like that, she jumped outside and ran towards town.

 The idea behind what she had done was that someone there could help her escape her father, maybe giving her a horse to ride to her freedom. But when she got to the small town, she realized people were asleep and none was there to help her. Then, she did something very stupid: assuming no one would notice, she grabbed a horse from a stable and just tried to ride it. The horse didn’t let that happen and dropped her to the round. The racket attracted the owners to the scene.

 When they realized who the burglar was, their rage seemed to reach new levels. In their eyes, their owner was mocking them, sending his daughter to steal from them. So they did the only thing that made sense to them and that they wanted to do: they killed Carmen Duke.


 Soon, an angry mob was formed. They had grown tired and the intrusion of the Duke girl had been the last hey would take from the oppressor. So that stormy night, they marched straight to the Duke house and set it on fire. Everyone inside was killed in the sleep. There were Dukes no more.

lunes, 20 de marzo de 2017

Casa de baños

   Apenas entró al recinto, sintió algo de nervios. Era la primera vez que entraba a un lugar como ese y no quería hacer algo incorrecto o atraer mucho la atención hacia si mismo. Por un momento, creyó que aquello iba a ser imposible pero, al recordar que todo el mundo se paseaba igual de desnudo en una casa de baño, dejó de sentirse tan especial y único y recordó que no todo se trataba de él. Al fin y al cabo era una tradición ancestral en el Japón, una parte de sus vidas.

 Estaba desde hacía una semana en el país y, aunque la razón de su viaje habían sido los negocios, ahora había entrado en esa parte de las negociaciones en la que una de las partes decide si siguen o si se retiran. Eran los japoneses quienes debían de analizar su propuesta y habían acordado darse mutuamente una semana entera para las decisiones. Volver a casa hubieses sido un desperdicio, sobre todo sabiendo que todo estaba a su favor. Por eso Nicolás se quedó en Japón, a esperar.

 No dudaba que sus negocios iban a salir a pedir de boca pero esperar no era uno de sus grandes atributos. Jamás había podido estarse quieto más de unos minutos y por eso había decidido explorar la ciudad y visitar los puntos de interés. Incluso se había sometido al karma de hacer compras, cosa que nunca hacía pero sabía que nadie en su familia le perdonaría volver sin ningún tipo de recuerdo de su viaje. Ahora ya tenía media maleta llena de cosas para todos ellos.

 La casa de baños, sin embargo, había sido consejo de la joven recepcionista de hotel donde él se estaba quedando. El jueves ya casi no tenía nada que hacer y la mujer le aconsejó visitar uno de esos lugares, pues le explicó la tradición que dictaba que era óptimo tener una higiene perfecta. Además, era bien sabido que los hombres de negocios japoneses eran personas que vivían muy cansadas y el baño era precisamente la mejor manera de relajarse durante la semana para poder seguir como si nada.

 Sin pensarlo mucho, Nicolás buscó el baño que tuviese mejores comentarios en sitios de internet  para turistas extranjeros. Cuando supo como llegar al lugar, subió a un tren y cuando menos se dio cuenta ya estaba en la puerta. Hubo un momento en el que quiso retirarse pero no lo hizo. Los nudos que tenía en la espalda le dolieron en el momento preciso, como gritando en agonía para recordarle al cuerpo que no solo el cerebro se cansaba sino también todo lo demás. Así que dio un paso hacia delante y penetró el bien iluminado recibidir del baño.

 No era un sauna, a la manera europea, y tampoco era una turco, como en oriente. Era un lugar algo distinto, con todas las paredes decoradas con pinturas monumentales, de vistas panorámicas y detalles tradicionales. Por estar mirándolas, casi no le pone atención al cobrador: un anciano que estaba sentado detrás de mostrador, apenas visible tras el grueso vidrio que lo ocultaba, con cientos de calcomanías que seguramente correspondían a servicios y  reglas del lugar.

 Como en todas partes en el país, Nicolás se comunicó por medio de señas y un par de palabras que había aprendido. Quiso hacer más por sí mismo antes de irse de viaje, pero su mente jamás había sido la mejor para aprender nuevos idiomas. En eso eran mejores sus hermanos, más jóvenes. Él en cambio había sufrido durante las clases de inglés en el colegio. Se le había grabado algo en la cabeza, suficiente para poder usarlo ahora de adulto, pero sabía muy bien que su acento era fatal.

 Después de pagar la tarifa, le fueron entregadas dos toallas: una grande y una pequeña. La pequeña, según entendió, podía ser usada dentro de los baños como tal. Pero la grande no, esa era solo para secarse una vez afuera. Dentro del lugar no estaba permitido estar cubierto, al parecer una regla ancestral para evitar altercados graves en recintos como ese. Tal vez era algo que tuviese que ver con los samurái o algo por el estilo. El caso es que estar desnudo era la regla.

 Se fue quitando la ropa poco a poco, hasta que se fijó que los otros hombres que entraban, que eran pocos, se quitaban todo con rapidez y seguían a los baños casi con afán de poder meterse en el agua caliente. En cambio él estaba haciéndolo todo lo más lento posible, como por miedo o vergüenza. Cuando ya solo le quedaba la ropa interior encima, se quedó sentado allí como un tonto, sin hacer y decir nada. Entonces entró un grupo de hombres y se dio cuenta que era la hora pico del lugar.

 Ya estaba allí, había pagado y si no se apuraba no habría lugar para él. Se quitó el calzoncillo, lo guardó en un casillero con todo lo demás y siguió a la siguiente habitación, donde había duchas y asientos de plástico. Había que lavarse antes de entrar a los baños como tal. Había jabones y el agua estaba perfecta. Aprovechó mientras no los hombres venían para bañarse rápidamente pero el jabón se le cayó varias veces y, para cuando terminó, ellos ya habían entrado y hablaban unos con otros como si estuvieran en la mitad de un bar o algo por el estilo.

 Al salir de las duchas, por fin llegó a la zona de los baños. Era un sector con techo, como todo el resto, pero parecía estar a la merced de los elementos. Era un efecto genial pues se podía ver el cielo exterior pero era claro que se trataba de un techo de cristal perfectamente hecho. Quedó tan fascinado con esto y con el aspecto general de la zona de baño, que dejó de taparse sus partes intimas y se dedicó a buscar un lugar ideal para sumergirse por un buen rato. Lo encontró con facilidad.

Entró al agua y se recostó contra lo que parecía una gran piedra, pero era sin duda algo hecho por el hombre. Cerca había una pequeña cascada de agua hirviendo, lo que hacía del lugar elegido un punto ideal para cerrar los ojos, estirar brazos y piernas y relajar el cuerpo como en ningún otro lado era posible. Nadie se quedaba dormido, o no parecía ser el caso, pero el nivel de relajación era increíble. Además, los vapores y el olor del lugar ayudaban a crear una atmosfera muy especial.

 Cuando cerró los ojos, Nicolás por fin dejó de pensar en su pudor y en la razón de su viaje. Empezó a analizar todo lo que había visto pero en la calle, en los sitios turísticos a los que había ido. Había quedado fascinado con muchas cosas pero con ninguna de manera consciente. Ahora sonreía como tonto pensando en los niños que jugaban en el tempo y como la luces de la ciudad parecían contar una historia vistas desde arriba, desde la parte más alta de una gigantesca antena de televisión.

 Los nudos se fueron deshaciendo y, con la toallita húmeda en la cara, todo lo que le preocupaba en la vida parecía haberse ido flotando a otra parte, lejos de él. De esa manera pudo darse cuenta de que lo que necesitaba en la vida era un poco más de tiempo para sí mismo. Había tenido la gran fortuna de ser exitoso, primero como parte de un equipo y ahora como parte de su propia empresa. Y jamás había tomado un descanso tan largo como esa semana en Japón, ni si quiera fines de semana.

 Todos los días trabajaba y en los momentos en los que no lo hacía pensaba acerca del trabajo y tenía ideas a propósito de ello y todo lo que existía en su vida giraba entorno a su negocio y en como hacer que cada día fuese mejor. Por eso era un hombre exitoso.


 Pero también era triste, apagado y aburrido. No sabía mucho del mundo y ni se diga de cómo divertirse. Tal vez lo peor del caso es que no sabía bien quien era él mismo. En ese baño, fue la primera vez en mucho tiempo que se sentaba a conversar con una parte de si mismo que no veía hacía muchos años.