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viernes, 24 de marzo de 2017

Valle del misterio

   Tranquilos, los caballos pastaban libres por todo el campo. Era una hermosa superficie ondulada y llena de verde, con flores en algunos puntos y charcos formados por la lluvia de la noche anterior. El lugar era como salido de un sueño, con las montañas de telón de fondo y el bosque bastante cerca, con muchos misterios y encantos por su cuenta. Era una zona remota, en la que pocos se interesaban. Sin embargo, fue el primer lugar donde se experimentó el fenómeno que se repetiría a través del mundo.

 Sucedió una noche en la que no había una sola nube en el cielo. Los caballos, de los pocos salvajes que todavía existían en el mundo, dormitaban en la pradera, muy cerca unos de otros. La única vivienda cercana era la de un viejo guardabosques llamado Arturo. Esa noche, como todas, había calentado agua antes de dormir y con ella había llenado una bolsa para poder calentarse mientras dormía. Así que cuando se despertó de golpe durante la noche, naturalmente pensé que había sido culpa de la bolsa.

 Pero eso no tenía nada que ver con lo que sucedía. Lo que despertó a Arturo fue un estruendo proveniente del campo abierto que estaba no muy lejos de su casa. Él era un poco sordo, así que el sonido debía haber sido de verdad un escandalo para despertarlo como lo hizo. Al comienzo pensó que era la bolsa y, cuando se dio cuenta que estaba fría, pensó que había sido una pesadilla la que lo había despertado. Justo cuando se estaba quedando dormido de nuevo, el sonido se repitió.

  Era muy extraño y difícil de describir. Los años de experiencia de Arturo les decían que lo que no podía descifrar era de seguro peligroso, tanto para él como para las criaturas que cuidaba en el pequeño valle. Así que decidió ponerse de pie, vestirse con botas, chaqueta y pantalones gruesos y terciarse su escopeta, la que solo usaba para asustar a los cazadores furtivos y a las criaturas que querían comerse a los animales de la zona. Al abrir la puerta, se dio cuenta del que la temperatura había bajado varios grados.

 Caminando despacio, subiendo la colina hacia la planicie donde pastaban los caballos, Arturo pensó que lo de la temperatura no era normal pero tampoco era lo más usual del mundo, sobre todo para la época. Se suponía que para ese momento del año, los vientos fríos debían calmarse un poco para dar el paso al verano, que prometía ser bastante caluroso. Pero tal vez este año los glaciares de las montañas que rodeaban la planicie no habían cedido tanto como otros años al calor y por eso hacía tanto frío. Era una explicación simple pero por ahí debía de ser.

 Al llegar a la parte superior de la colina, donde empezaba la planicie, Arturo vio los grupos de caballos que dormitaban tranquilamente, en grupos de unos cinco, bien cerca unos de otros, al parecer en paz. El ruido no se había repetido y de nuevo pensó que tal vez lo había soñado. Al fin y al cabo ya no era un hombre joven como cuando había iniciado sus labores y podía pasarle que se imaginara cosas o que su mente prefiriera estar medio dormida que con los pies plantados en la realidad.

 Mientras pensaba, sucedió algo que no se había esperado: empezó a nevar. Al comienzo fueron copitos translucidos que se deshacían con facilidad. Pero luego fueron más gruesos y se iban quedando pegados a la ropa. Ver lo que sucedía era increíble puesto que en el valle prácticamente nunca había nevado. Definitivamente algo raro tenía que estar pasando pero Arturo no tenía la respuesta para nada de ello. Era un misterio que no sabía si estaba en capacidad de resolver.

 Caminó hacia el grupo de caballos más cercano. Quería ver como respondían los animales a semejantes condiciones tan extrañas. No sabía si ellos habían experimentado jamás algo así. Pero sabiendo que la mayoría habían nacido durante su vida, era poco probable que alguno de ellos hubiese visto un solo copo de nieve con anterioridad. Cuando llegó al lado del grupito de siete caballos, Arturo volvió a quedarse como congelando, viendo como la nevada aumentaba.

 Fue entonces que se dio cuenta: los caballos no se movían. Para ese momento ya debían de haber movido la cola, las orejas y algunos tenían que haberse puesto de pie, sobre todo los pequeños que tenían una piel más sensible. Pero nada de eso ocurrió. Arturo se acercó más y se dio cuenta que todos los animales tenían los ojos abiertos y parecían estar mirando al infinito. El guardabosques los acarició y les dio palmaditas en el lomo pero nada de eso tuvo el efecto deseado.

 Tenía que hacer la última prueba. Arturo tomó la escopeta entre sus manos, apuntó a un lugar lejano y disparó. No sucedió nada excepto una sola cosa: no escuchó el sonido del disparo. Cuando se dio cuenta, soltó la escopeta y entonces su mente cayó en la cuenta de que no había escuchado su propia respiración desde hacía varios minutos. Era como si todo el lugar donde estaba ahora fuese parte de un televisor al que le han quitado por completo el volumen. Gritó varias veces para comprobar la situación pero no había duda alguna de lo que ocurría.

 Arturo estaba histérico pero trató de respirar profundo para calmarse. La situación que estaba pasando era sin duda bastante extraña pero eso no quería decir que no tuviese solución. Y para encontrar esa solución, tenía que calmarse y seguir caminando hasta que viera evidencia de lo que sea que podía haber causado semejante fenómeno. Sin duda tenía que ser algo muy extraño pues el hecho de quedarse sin sonido era algo que iba más allá de ser un simple misterio.

 Caminó más, pisando el suelo ya cubierto de nieve. El verde de la colina había desparecido casi por completo. Lo que no había cambiado era el cielo, sin una nube y con miles de millones de estrellas brillando allá arriba. Era una imagen hermosa, eso sin duda. Pero de todas maneras no era lo normal. Arturo sabían bien que ni la nieve, ni la falta de sonido, ni las noches despejadas como esa eran algo frecuente en la zona. Había vivido por mucho tiempo allí para saber como eran las cosas.

 Atravesó el campo de nieve. Se detuvo cuando se dio cuenta que la planicie terminaba y las colinas se ponían cada vez más onduladas, hasta convertirse e el abismo que conocía de toda la vida. Se detuvo allí y solo vio oscuridad. A pesar de la luz de la luna que pasaba sin filtro, lo que había abajo era difícil de ver, incuso parecía más oscuro que de costumbre. Sus ojos empezaban a cansarse, así como su mente que ya no era la misma de antes, ya no podía soportar tanto.

 Fue entonces que sintió una vibración por todo el cuerpo. Debía de ser un sonido extraordinario el que causaba semejante temblor. Por un momento se quedó quieto, esperando a que pasara algo más, pero cuando vio que no pasaba nada, miró hacia el cielo y fue entonces cuando vio como una de las estrellas más brillantes parecía despegarse del cielo y empezaba a caer en cámara lenta. Arturo estaba paralizado, mirando fijamente como la estrella se movía directamente hacia él.


 En un tiempo que pudo haber sido de pocos segundos o varias horas, la estrella se acercó al punto donde estaba Arturo y se posó encima de él. Paralizado por el miedo, el hombre no podía mirar hacia arriba para detallar que era lo que en verdad estaba viendo. Sin embargo, podía percibir movimiento a su alrededor. A pesar de solo estar mirando hacia el frente, podía sentir que había una presencia cerca de él. Cuando sintió presión sobre su cuerpo, quiso gritar a todo pulmón pero no salió nada de él. Se dio cuenta que había quedado igual que los caballos de la pradera. La única diferencia es que él no se quedó donde estaba. Algo lo alejó del valle, en un solo instante.

viernes, 20 de febrero de 2015

Miki, Pedro y los autómatas

   Miki y Pedro eran inseparables. A pesar de las recurrentes confusiones, el perro era el que llevaba el nombre de Pedro y Miki era el ser humano. Un ser humano, sobra decirlo, de gran corazón e inocencia a pesar de ser lo que, en su tiempo, llaman guardabosque: una persona que cuida, más que los bosques, los límites del territorio de cada una de las miles de tribus hoy en existencia.

 Según dicen, hace mucho tiempo existían miles de millones de personas pero de eso no había rastro. Aunque había muchas tribus solo en esta región del mundo, y posiblemente muchas más en otras partes, no parecían ser tanto como en el pasado. Había paz, aunque no faltaban las disputas territoriales impulsadas por el hambre y el desespero. Estos conflictos solían ocurrir en invierno, cuando todo era más difícil.

 Pero ahora era verano y tanto Miki como Pedro lo estaban disfrutando al máximo. El puesto de guardabosques solo se volvía complicado en tiempos de sequía o hambruna pero como no había nada de eso en esta época así que los dos amigos podían pasarse el día disfrutando del sol y de la gran cantidad de lagunas que el hielo formaba al derretirse. El agua era de la temperatura perfecta para equilibrar con el abrasivo sol. Incluso Pedro disfrutaba, y eso que no era amante del agua.

 Muchos de los niños de la villa acompañaban a los dos guardabosques ya que era más divertido cuando Miki los acompañaba. Verán, Miki era ya casi un hombre, de gran estatura y casi igual de ancho. Era un orgullo para sus padres que él fuese uno de los hombres más grandes del valle. Era por esa misma razón, que el concejo del pueblo lo había nombrado guardabosques. Era muy posible que su fuerza física fuera útil a la hora de defender la colonia.

 Pero Miki nunca había tenido que usar su fuerza y la verdad era que no le gustaba usarla a menso que fuera muy necesario. En varias ocasiones se había visto enfrentado a criaturas del bosque, de las más grandes y salvajes. De todas esas situaciones había salido gracias a su inteligencia y no gracias a su fuerza. Le parecía mejor y más bondadoso con esas criaturas alejarlas con grandes sustos o trampas y no con violencia ya que, como ellos, eran nativas del valle y tenían tanto o más de derecho de vivir allí que ellos.

 Pedro era su fiel compañero desde que era un niño pequeño y siempre estaba junto a él, listo para jugar algún papel en alguna de sus muchas aventuras que siempre parecían indefensas y que prácticamente nunca llegaban a oídos de los más viejos del pueblo. De hecho ni siquiera sus padres sabían mucho de lo que él hacía pero todos tenían en cuenta que el valle seguía tan verde y en paz como siempre, así que algo debía estar haciendo bien el pequeño gran Miki.

 Uno de aquellos días de verano, después de nadar por varias horas, Miki y Pedro empezaron a buscar frutos del bosque para comer. Tenían que tener cuidado porque muchos de esos frutos eran venenosos. Cuando tuvieron suficientes, volvieron a la pequeña cabaña en la que vivían desde el día en que se convirtieron en guardabosques. Comieron y luego se quedaron dormidos.

 Los despertó un estruendo horrible, que casi volvió pedazos los vidrios de las ventanas. Era una tormenta, acompañada de lluvia y truenos, incluso parecía caer granizo. Esto tipo de tormentas no eran nada extrañas en verano así que Miki no se preocupó demasiado. No hasta que un sonido vino de su puerta: alguien golpeaba.

 Por un momento creyó que todavía estaba medio dormido y por eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitió de nuevo, esta vez con mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ esta vez con mr eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitiruenos ientes, volvieron a la pequeña cabaña en ás fuerza. Miki se puso de pie y Pedro lo miró desde su cama, ubicada en una de las esquinas de la casa. El perro no se movía por los truenos pero también había escuchado los golpes.

 Miki se acercó a la puerta y la abrió. Algo tan grande como él entró en la casa y cerró la puerta de un golpe detrás de sí. Estaba empapado en agua y parecía un oso pero los osos no se paraban tan bien sobre las patas traseras: este era un ser humano. En efecto, se quitó su gorro y una delgada capa de cuero y las puso en una de las sillas del comedor. Tanto Miki como Pedro lo miraban con atención.

-       Porque me miran así? No me recuerdan?

 Ahora que Miki lo miraba bien, sí lo recordaba. Le decían Thor, como el nombre de un dios de la Tierra antigua. El nombre le quedaba más que bien ya que Thor era un tipo grande pero más bien delgado, con mucho musculo por donde se le mirara. Además tenía un rasgo que era una rareza en estas tierras y era su pelo amarillo, del color del trigo que debía estar siendo azotado por los vientos.

 Thor le pidió algo de tomar a Miki y este le trajo un vaso de jugo de moras que había hecho con algunos de los frutos que había recogido en sus paseo por el bosque más temprano. El hombre se lo tomó casi sin respirar y luego le contó a Miki como había atravezado  el bosque casi corriendo desde las colinas picudas, las cuales estaban más allá de lo que Miki conocía bien de los territorios de su comunidad.

 Lo que él cuidaba era el segundo anillo de seguridad alrededor del valle. Con frecuencia debía hacer grandes exploraciones por los montes y partes del valle que la gente no frecuentaba. Thor tenía a su cargo el primer anillo de seguridad que estaba justo detrás de las montañas que formaban el valle. Era un territorio más bien desprovisto de vegetación y más susceptible a una invasión.

 Y de hecho, esa era la noticia de Thor. Había corrido a la cabaña de Miki porque sabía que era el puesto seguro más cercano al lugar donde había visto todo. Según lo que decía, había vistos miles de seres extraños caminar en fila hacia el paso de los ríos, llamado así por ser el nacimiento de dos de los riachuelos más importantes del valle, adonde muchas de las personas iban a lavar su ropa y a disfrutar del verano.

 Al preguntarle a Thor como era los invasores, dijo que no los pudo detallar bien por la distancia pero que no caminaban como personas normales, más bien como una de esas viejas máquinas de las que hablan algunos de los libros de la biblioteca del pueblo. A los niños les encaraba leer aquellas historias de viajes por el espacio, robots y princesas pérdidas y luego salvadas. Muchos se reían por lo cuentos porque mucho de lo que decían ya no era válido pero los disfrutaban de todas maneras.

 Cuando la lluvia se detuvo, Thor dejó a Miki para reunirse con el concejo. Era urgente que supieran del ejercito de robots, o lo que fueran, que estaba marchando hacia el centro del valle. Lo último que se dijeron fue que si las criaturas seguían moviéndose a ese ritmo, llegarían el día siguiente al interior del valle, si es que podían escalar ya que el paso de los ríos no era un lugar para hacer caminatas.

 Se despidieron y Thor desapareció de repente, como una sombra que se desliza sobre los árboles. Miki y Pedro se quedaron afuera, recogiendo algunas ramas para hacer un hoguera si fuese necesaria. La señal universal de peligro era una humareda densa y nada mejor que la madera verde y húmeda para el trabajo. Pero mientras Pedro iba y venía con ramitas, algo se escuchó entre el bosque. Algo se movía hacia ellos.

 Entonces Pedro ladró con fuerza y corrió hacia Miki que veía incrédulo lo que perseguía a su amigo: sí era un robot, o al menos se parecía a lo que él se había imaginado que era un robot. No tenía armas visibles y se acercaba lentamente. Cuando estuvo muy cerca de los dos guardabosques, los iluminó con una extraña luz roja y luego se quedó quieto.

 Miki estaba asustado pero su curiosidad lo impulso a acercarse al ser para tocarlo. Justo entonces el robot empezó a hablar. Pero la voz no podía ser de él porque era humana, era real y natural. Y se podía percibir mucho miedo en ella.

-       Hay alguien allí? Mi nombre es Granen. Estoy en el Pacifico. Estos robots son míos. Los envié a buscar vida. Hay alguien ahí.


 Miki y Pedro se quedaron callados y no respondieron hasta mucho tiempo después.