Su nombre era Ágata. Era una gata bastante
peluda, con ojos grandes y de un amarillo penetrante. Sin embargo, era
imposible no verla en donde estuviera. Atraía las miradas con su hermoso
semblante y aparente elegancia. Se estiraba suavemente en cualquier superficie
placentera que encontrara y casi siempre dormía plácidamente, obviamente sin
ninguna preocupación en el mundo.
La hermosa gata era propiedad de Yrina, la
famosa supermodelo rusa. La mujer viajaba por todos lados pero nunca olvidaba a
su inseparable amiga felina. Ágata había sido un regalo de un novio que la
mujer había tenido pero el amor terminó pronto y lo único que le quedó a Yrina
fue la gata. Eso sí, todo ocurrió un año antes de que se volviera famosa y
ahora la modelo reía sola al pensar en lo arrepentido que estaría el idiota que
le había dado a la gata. Seguramente estaría golpeándose contra una pared.
Ágata sabía de esto ya que, de vez en cuando,
Yrina reía macabramente cuando le acariciaba su pelo. Vagamente recordaba al
hombre que le había regalado y entendía que todavía tenía un efecto particular
en su dueña. También la había visto llorar cuando la relación se había
terminado y la había visto pasar por muchas cosas más, así que no sabía de en
verdad ese chico se arrepentiría o si, más bien, se sentiría aliviado.
Siendo una gata, era ciertamente difícil
juzgar a los seres humanos. Eran criaturas para ella interesantes pero muy
complicadas. A pesar de lo que oía alrededor, sobre todo de quienes venían a
maquillar o peinar a su ama, las hembras y los machos de la especie humana eran
iguales en todo sentido, incluida su ingenuidad, cinismo y tontería. Podían ser
muy inteligentes y muy estúpidos y se preocupaban por cosas que ella no
entendía. En esas ocasiones, prefería recostarse por ahí y dormir una buena
siesta.
No podía negar, nunca, que Yrina era una buena
humana con ella y, al fin y al cabo, eso era lo que contaba. La peinaba en sus
ratos libres y, lo había notado desde el comienzo, Yrina era otra persona
cuando estaban solas. Solía comer comida más apetitosa que las comidas raras
que muchas veces le hacían comer y veía mucha televisión. Claro que Ágata no
entendía nada de lo que decía o mostraba ese aparato, pero casi siempre su ama
la ponía en su regazo y la acariciaba mientras veía alguna película. Era
realmente relajante.
Diametralmente eran los días de trabajo. Yrina
casi nunca la tocaba, a menos que fuera para quitarla de un sitio donde no
debía estar. Parecía que no supiera que los gatos no pueden quedarse siempre en
un mismo sitio. Los gatos necesitan
moverse, explorar, cazar y jugar un poco. Pero cuando decenas de otros seres
humanos estaban alrededor, esto se volvía imposible. Ágata prefería dormir
antes que ser acariciada por algún desconocido.
Más de una vez había rasguñado a alguien con
sus garras, que siempre eran cortas, porque odiaba a los desconocidos. Era
insoportable que se acercaran haciendo ruidos idiotas y acariciando mal, a
veces frotando mucho, como si estuvieran acariciando a un oso polar. Pero cuando
rasguñaba, mejor dicho cuando se defendía, Yrina se enojaba bastante y la
regañaba. Esto era insoportable, no solo por el factor de la comida, sino
porque Yrina el único ser humano que Ágata soportaba y era como ser rechazado
por un buen amigo.
Además, estaba lo extraño. A veces cuando
estaban solas, Yrina se comportaba de una manera muy extraña. Tenía días en los
que fumaba bastante, tanto que parecía a uno de esos coches viejos que todavía
andan por ahí. Además, se encerraba en el baño por horas y, muchas veces, Ágata
la esperaba afuera y arañaba la puerta pero jamás conseguía respuesta. Ni un
regaño, ni un grito, ni una afirmación. Nada.
Podía ser un gato, pero Ágata sabía que algo
no iba bien, unos tres años después de haber sido regalada a su ama. Nunca
había sido un ser humano particularmente jovial pero ahora parecía que no
sonreía nunca y, Ágata pensó, que se veía cada vez más fea. No era buena jueza
de la belleza humana pero siempre había pensado que Yrina era bastante
agradable a la vista.
Ya no era así. A veces, cuando dejaban de
viajar y regresaban al apartamento que compartían. Ágata se quedaba mirando a
su ama mientras dormía, cuando dormía. Parecía verse más pequeña, como reducida
por un dolor o por algo que ella no pudiera controlar. Además su pelo, que
siempre había sido bello (aunque Ágata pensaba que los gatos les ganaban a los
humanos en esto), parecía menos vivo, más opaco y triste. Lo mismo sus dientes.
La hermosa sonrisa con la que tantas veces había saludado a la felina, ya no existía.
Sin embargo, el trabajo por esa época parecía
haber aumentado. Yrina lucía cada vez peor pero tenía más trabajo. Ágata
agradecía que la llevara a todos los sitios a los que iba, así fuera a países
lejanos. No era muy alegre viajar en un avión que solo hacía ruido y en el que
se podía casi mover, pero la recompensa era ver a su ama feliz, o al menos fingir felicidad. No sabía nunca cuando
era una cosa o la otra pero, Ágata pensaba, al menos parece intentarlo.
Pasó otro año, de viajes y mucho trabajo, y
Ágata empezó a notar algo más. El apartamento que por tanto tiempo había sido
para ellas solas se convirtió en un centro de eventos. Casi no pasaban dos días
antes de que decenas de seres humanos, todos descuidados, llegaran y dejaran el
sitio hecho un desastre. Incluso el cojín favorito de Ágata era movido de un
lado al otro, como si fuera alguna diversión enfermiza.
La gente que venía se parecía a la nueva
Yrina. No eran mujeres particularmente bellas ni hombres naturales sino gente
que parecía haber salido de uno de los programas que la gata veía que su ama
veía en la tele hacía mucho. La mayoría de los humanos iban demasiado
arreglados y, a juicio de Ágata, se veían ridículos. Era cierto que nunca había
entendido el concepto de la ropa, pero incluso ella podía ver que no era lo
apropiado, el modo de vestir de esas personas.
Además, nunca había visto a ninguno de esos
humanos. Ni en la casa, ni en ninguno de los trabajos pasados de la modelo. Y
Ágata se preciaba de tener una buena memoria. Que hacían entonces toda esa
gente en el apartamento y porque tan seguido? Todos bebían líquidos que olían
horrible y sabían peor (era imposible ignorar las manchas por todos lados) y,
curiosamente, no había un solo plato de comida en toda la casa.
Lo único que ágata siempre encontraba gracias
a Lupe, una mujer que venía de vez en cuando, era su comida y un plato lleno de
agua en un rincón que era solo para ella. Incluso los invitados de las fiestas
nunca entraban allí. Aunque había habido una vez, en la que había encontrado a
dos seres humanos allí pero el calor era tal que había salido corriendo al
instante. Odiaba el calor.
Y así siguieron las cosas, por meses y meses
hasta que un día se quedaron las dos solas de nuevo. Ágata, apenas se despertó,
corrió al cuarto de Yrina para despertarla con su ronroneo pero no había nadie
en la cama. Seguramente, pensó la gata, estará en el baño. En efecto, la puerta
estaba entreabierta y, con dificultad, Ágata pudo entrar. Su ama estaba tendida
en el piso y tenía una bolsita al lado llena de algo que no pude saber que era.
Cuando Lupe llegó, Ágata la atrajo hasta el
baño y allí cambió todo. No solo fueron los gritos de Lupe ni que la llevaran a
un hogar para animales. Era también el hecho de que, al final, mientras Lupe
corría gritando por todos lados, Ágata se acerco a su ama y la olió. Entonces
entendió que su vida iba a cambiar porque su ama ya no estaba. No se preguntó
que sería de ella sino que pensó: “Que pasó con mi ama, con Yrina?”.
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