Miki y Pedro eran inseparables. A pesar de
las recurrentes confusiones, el perro era el que llevaba el nombre de Pedro y
Miki era el ser humano. Un ser humano, sobra decirlo, de gran corazón e
inocencia a pesar de ser lo que, en su tiempo, llaman guardabosque: una persona
que cuida, más que los bosques, los límites del territorio de cada una de las
miles de tribus hoy en existencia.
Según dicen, hace mucho tiempo existían miles
de millones de personas pero de eso no había rastro. Aunque había muchas tribus
solo en esta región del mundo, y posiblemente muchas más en otras partes, no
parecían ser tanto como en el pasado. Había paz, aunque no faltaban las
disputas territoriales impulsadas por el hambre y el desespero. Estos
conflictos solían ocurrir en invierno, cuando todo era más difícil.
Pero ahora era verano y tanto Miki como Pedro
lo estaban disfrutando al máximo. El puesto de guardabosques solo se volvía
complicado en tiempos de sequía o hambruna pero como no había nada de eso en
esta época así que los dos amigos podían pasarse el día disfrutando del sol y
de la gran cantidad de lagunas que el hielo formaba al derretirse. El agua era
de la temperatura perfecta para equilibrar con el abrasivo sol. Incluso Pedro
disfrutaba, y eso que no era amante del agua.
Muchos de los niños de la villa acompañaban a
los dos guardabosques ya que era más divertido cuando Miki los acompañaba.
Verán, Miki era ya casi un hombre, de gran estatura y casi igual de ancho. Era
un orgullo para sus padres que él fuese uno de los hombres más grandes del
valle. Era por esa misma razón, que el concejo del pueblo lo había nombrado
guardabosques. Era muy posible que su fuerza física fuera útil a la hora de
defender la colonia.
Pero Miki nunca había tenido que usar su
fuerza y la verdad era que no le gustaba usarla a menso que fuera muy
necesario. En varias ocasiones se había visto enfrentado a criaturas del
bosque, de las más grandes y salvajes. De todas esas situaciones había salido
gracias a su inteligencia y no gracias a su fuerza. Le parecía mejor y más
bondadoso con esas criaturas alejarlas con grandes sustos o trampas y no con
violencia ya que, como ellos, eran nativas del valle y tenían tanto o más de
derecho de vivir allí que ellos.
Pedro era su fiel compañero desde que era un
niño pequeño y siempre estaba junto a él, listo para jugar algún papel en
alguna de sus muchas aventuras que siempre parecían indefensas y que
prácticamente nunca llegaban a oídos de los más viejos del pueblo. De hecho ni
siquiera sus padres sabían mucho de lo que él hacía pero todos tenían en cuenta
que el valle seguía tan verde y en paz como siempre, así que algo debía estar
haciendo bien el pequeño gran Miki.
Uno de aquellos días de verano, después de
nadar por varias horas, Miki y Pedro empezaron a buscar frutos del bosque para
comer. Tenían que tener cuidado porque muchos de esos frutos eran venenosos.
Cuando tuvieron suficientes, volvieron a la pequeña cabaña en la que vivían
desde el día en que se convirtieron en guardabosques. Comieron y luego se
quedaron dormidos.
Los despertó un estruendo horrible, que casi
volvió pedazos los vidrios de las ventanas. Era una tormenta, acompañada de
lluvia y truenos, incluso parecía caer granizo. Esto tipo de tormentas no eran
nada extrañas en verano así que Miki no se preocupó demasiado. No hasta que un
sonido vino de su puerta: alguien golpeaba.
Por un momento creyó que todavía estaba medio
dormido y por eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitió de nuevo,
esta vez con m ás fuerza. Miki se puso de pie y Pedro
lo miró desde su cama, ubicada en una de las esquinas de la casa. El perro no
se movía por los truenos pero también había escuchado los golpes.
Miki se acercó a la puerta y la abrió. Algo
tan grande como él entró en la casa y cerró la puerta de un golpe detrás de sí.
Estaba empapado en agua y parecía un oso pero los osos no se paraban tan bien
sobre las patas traseras: este era un ser humano. En efecto, se quitó su gorro
y una delgada capa de cuero y las puso en una de las sillas del comedor. Tanto
Miki como Pedro lo miraban con atención.
-
Porque me miran así? No me recuerdan?
Ahora que Miki lo miraba bien, sí lo
recordaba. Le decían Thor, como el nombre de un dios de la Tierra antigua. El
nombre le quedaba más que bien ya que Thor era un tipo grande pero más bien
delgado, con mucho musculo por donde se le mirara. Además tenía un rasgo que
era una rareza en estas tierras y era su pelo amarillo, del color del trigo que
debía estar siendo azotado por los vientos.
Thor le pidió algo de tomar a Miki y este le
trajo un vaso de jugo de moras que había hecho con algunos de los frutos que
había recogido en sus paseo por el bosque más temprano. El hombre se lo tomó
casi sin respirar y luego le contó a Miki como había atravezado el bosque casi corriendo desde las colinas
picudas, las cuales estaban más allá de lo que Miki conocía bien de los
territorios de su comunidad.
Lo que él cuidaba era
el segundo anillo de seguridad alrededor del valle. Con frecuencia debía hacer
grandes exploraciones por los montes y partes del valle que la gente no
frecuentaba. Thor tenía a su cargo el primer anillo de seguridad que estaba
justo detrás de las montañas que formaban el valle. Era un territorio más bien
desprovisto de vegetación y más susceptible a una invasión.
Y de hecho, esa era la noticia de Thor. Había
corrido a la cabaña de Miki porque sabía que era el puesto seguro más cercano
al lugar donde había visto todo. Según lo que decía, había vistos miles de
seres extraños caminar en fila hacia el paso de los ríos, llamado así por ser
el nacimiento de dos de los riachuelos más importantes del valle, adonde muchas
de las personas iban a lavar su ropa y a disfrutar del verano.
Al preguntarle a Thor como era los invasores,
dijo que no los pudo detallar bien por la distancia pero que no caminaban como
personas normales, más bien como una de esas viejas máquinas de las que hablan
algunos de los libros de la biblioteca del pueblo. A los niños les encaraba
leer aquellas historias de viajes por el espacio, robots y princesas pérdidas y
luego salvadas. Muchos se reían por lo cuentos porque mucho de lo que decían ya
no era válido pero los disfrutaban de todas maneras.
Cuando la lluvia se detuvo, Thor dejó a Miki
para reunirse con el concejo. Era urgente que supieran del ejercito de robots,
o lo que fueran, que estaba marchando hacia el centro del valle. Lo último que
se dijeron fue que si las criaturas seguían moviéndose a ese ritmo, llegarían
el día siguiente al interior del valle, si es que podían escalar ya que el paso
de los ríos no era un lugar para hacer caminatas.
Se despidieron y Thor desapareció de repente,
como una sombra que se desliza sobre los árboles. Miki y Pedro se quedaron
afuera, recogiendo algunas ramas para hacer un hoguera si fuese necesaria. La
señal universal de peligro era una humareda densa y nada mejor que la madera
verde y húmeda para el trabajo. Pero mientras Pedro iba y venía con ramitas,
algo se escuchó entre el bosque. Algo se movía hacia ellos.
Entonces Pedro ladró con fuerza y corrió hacia
Miki que veía incrédulo lo que perseguía a su amigo: sí era un robot, o al
menos se parecía a lo que él se había imaginado que era un robot. No tenía
armas visibles y se acercaba lentamente. Cuando estuvo muy cerca de los dos
guardabosques, los iluminó con una extraña luz roja y luego se quedó quieto.
Miki estaba asustado pero su curiosidad lo
impulso a acercarse al ser para tocarlo. Justo entonces el robot empezó a hablar.
Pero la voz no podía ser de él porque era humana, era real y natural. Y se podía
percibir mucho miedo en ella.
- Hay alguien allí? Mi
nombre es Granen. Estoy en el Pacifico. Estos robots son míos. Los envié a
buscar vida. Hay alguien ahí.
Miki y Pedro se quedaron callados y no
respondieron hasta mucho tiempo después.
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