Habíamos quedado por el Centro para comer
sushi. La verdad no es que me mate la comida japonesa ya que tiene demasiado pescado
para mi gusto pero he estado saliendo con él por todo un mes y creo que no
sería decente decirle que no a una inocente y seguramente cara cena en un
restaurante japonés. Sí, él iba a gastar todo, sin yo tener que poner la mitad
de un billete lo que, la verdad, me viene muy bien.
Llegué a la hora exacta del encuentro. Como el
restaurante queda a un lado de un museo, me puse a mirar el tablón de anuncios
del museo desde donde podía ver si alguien llegaba al restaurante. Después me
senté en una banca del parquecito que había frente al museo pero nadie llegaba.
Saqué mi celular y le tomé foto a unas flores, luego me puse a jugar en el
teléfono y al final simplemente miraba el rostro de cada persona que pasara.
Pero ninguno era y
ya había pasado media hora.
Tengo una regla personal en la que no espero
más de quince minutos por nadie. Y la verdad siempre me ha funcionado ya que
así dejo ver que mi tiempo no está para ser desperdiciado. Pero esa vez esperé
más porque él realmente me gustaba. Así de superficial fue el momento. Pero
después de media hora me aburrí y me puse de pie. Caminé a la estación
subterránea de buses cercana y esperé adentro por el vehículo que me llevaría a
casa.
Estuve tentado a llamarlo pero preferí no
hacerlo. Para que? De pronto, en la estación, lo vi al otro lado de donde yo
estaba. No parecía haberse bajado de ningún bus ni tampoco parecía esperar. De
hecho estaba al lado de otro hombre y hablaban por lo bajo como si no quisieran
que la gente los oyera. Los miré un rato hasta que apareció mi bus y me vi en
la obligación de tomar un decisión: subirme al bus o quedarme.
Pero no tuve que decidir nada. No me había
dado cuenta que se había formado una fila detrás de mí y la gente de la que
estaba compuesta me empujó al interior del bus y simplemente no me opuse. Lo
bueno de ser forzado al interior fue que pude escoger un buen lugar para estar
de pie mientras llegaba a mi casa.
El bus salió a la calle y, pasados unos
minutos, mi celular empezó a timbrar y vibrar. Lo contesté sin pensarlo ya que
normalmente siempre le quito el volumen y me ofende escuchar el timbre tan
fuerte. Era él. Me saludó como si nada hubiese pasado y yo hice lo mismo. No
tenía ganas de discutir nada y de todas manera ya iba camino a mi casa. Pero
entonces me preguntó que como estaba, que que hacía… Era como si no recordara
que tenía una cita conmigo para comer pescado enrollado.
Le dije que estaba ocupado y colgué, sin
dejarlo decir nada más. Cuando levanté la mirada luego de guardar el celular,
me di cuenta de que él estaba también en el bus, en la parte de atrás. Yo
estaba cerca del conductor y, por alguna razón, no me había dado cuenta
mientras hablábamos por el celular de que él estaba ahí. Entonces un impulso me
hizo acercarme, empujando a algunos y pidiéndole permiso a otros para poder
pasar. Pero cuando estaba cerca el bus frenó y varios se bajaron, incluso él.
Casi me atrapa la puerta una mano cuando salté
del bus como si se tratase de una película de acción. Me debí ver como un
idiota pero tenía tanta rabia que no me importaba. Miré a mi alrededor y vi que
él se estaba alejando del paradero y giraba por una calle colina arriba. Lo
seguí despacio, tratando de que no me viera. Que era lo que estaba haciendo?
Lo seguí por varias calles, cada vez más
inclinadas, hasta que llegamos a una calle con algunos edificios nuevos, con
ventanas bastante grandes. Él entró en uno y yo, por supuesto, no podía
seguirlo. Pero no pude dejar de acercarme al celador, a quien le pregunté si
sabía si el señor que había entrado antes vivía allí. Sin dudarlo, el hombre me
dijo que sí y que si quería que me anunciaran. Le dije que mejor lo llamaba para
que bajara y me retiré, sin escuchar lo que me decía.
Decidí volver a la avenida y seguir mi camino
a casa. Pero mi mente no estaba en ello sino en el hecho de que la persona con
la que estaba saliendo me hubiese mentido. Él, según me había dicho, vivía con
sus padres y esa vivienda no era ni remotamente cercano a ese barrio alto al
que lo había seguido. Entonces que hacía allí y porque el portero había dicho
que vivía allí.
Entonces se me ocurrió: que tal si en verdad
no vivía allí sino que visitaba muy seguido a alguien y por eso el portero se
había confundido. Me senté en el borde de un muro bajo para pensar, porque ya
no podía seguir caminando sin destino por todos lados. Tenía la posible prueba
de que estaba saliendo con alguien más, quizás antes de conocernos. Se sentía
bastante extraño pensarlo pero no tanto como la gente podría pensar.
El amor no existía y sí había un cariño
especial pero nada que no se olvidara en unos días. La verdad era que me
gustaba su compañía y ya, no había más detrás de todo así que, si tenía a
alguien más, porque no lo había dicho? No sería lo más agradable del mundo pero
podía haberlo compartido y así quedar como amigos. Pero no, al parecer había
mentido y si no era eso lo que ocultaba, debía haber algo más.
Me puse de pie y fui a dar un paso cuando lo
vi de nuevo, cruzando por el otro lado de la calle. Caminaba con buen ritmo
hacia la avenida de nuevo. Como yo también iba hacia allí decidí tomar un
camino largo por entre el barrio para así no encontrarnos. Media hora después,
me estaba bajando del bus y caminando el par de cuadras que me separaban con mi
casa. Traté de no pensar en nada pero era como si tuviera un panel de abejas en
la cabeza que no quisieran dejarme en paz.
Podrán entender que casi me muero de un ataque
al corazón cuando, al legar a mi edificio, vi que él estaba allí parado como si
nada. Me sonrió apenas me acerqué pero yo no hice lo mismo. Lo miré como si
estuviera loco y no le hablé nada. Seguí mi camino a la puerta y, cuando me
dejaron pasar, no me di la vuelta para mirar atrás. No sé si él pensaba que me
iba a quedar ahí a charlar pero simplemente no estaba de ánimo.
Podía ser que no me hubiera mentido, lo que
estaba muy en duda, pero sí había faltado a su palabra y eso es algo que
simplemente no puedo respetar. Además que usen mi tiempo como les plazca… No,
no correspondía quedarme hablando allí con él como si nada hubiese pasado.
Me llamó varias veces al celular pero no
contesté. Incluso tuve que apagarlo porque me molestaba ver la pantalla
brillando a cada rato. Al final de la tarde, el portero timbró para avisar que
él había dejado un paquete después de irse, hacía apenas unos minutos. Fue mi
mamá que me avisó así que bajé a ver que era el paquete.
Era un pequeño sobre y, adentro, había diez
tarjetas Pokémon. Seguramente muchas personas de mi edad las recordarán. Pues
bien, las diez tarjetas que había en el sobre eran las más caras y difíciles de
conseguir. Y con ellas había una nota en un papel adhesivo amarillo. Decía lo
siguiente:
“Un regalo para ti, por ser tan
único como estas diez tarjetas.
Gracias y disculpa por no llegar. Estas no
fueron fáciles de encontrar.”
Subí con el sobre corriendo a mi casa y prendí
el celular. Esperé un momento pero no volvió a entrar ninguna llamada.
Tragándome mi orgullo lo llamé. Y así, hablando, comprendí todo mejor: el
hombre de la estación vendía las tarjetas pero la importación no era legal por
lo que no quería atraer la atención. Como el tipo era tan extraño, se demoró en
llegar. Cuando llamó se comportó como un idiota por nervios y sí vivía en el
edificio del barrio alto. Resulta que había arrendado el sitio y debía firmar
unos papeles para mudarse los más rápidamente posible.
Días después lo ayudé a hacer una fiesta para
celebrar el nuevo apartamento. De eso hace ya un año. Ahora vivo también en ese
lugar. Nos hemos conocido mejor y ya no hay esa tipo de situaciones extrañas,
solo hablamos.
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