Mostrando las entradas con la etiqueta invasión. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta invasión. Mostrar todas las entradas

viernes, 14 de diciembre de 2018

Cuando llegaron...


   El bote se aproximaba con rapidez a la isla. El cielo estaba ya cubierto por completo de nubes gruesas cargadas de agua, oscuras como se veían siempre en esa época del año. Las personas en el bote se sostenían con fuerza de los bordes, pues el conductor había decidido ir a toda marcha, forzando el motor a dar todo de sí. Eran solo siete personas, entre las cuales había tres mujeres y una niña pequeña que no podía conciliar el sueño. Miraba el cielo y también la superficie del agua, que parecía hecha de algún metal extraño.

 El aire olía a sal, lo que indicaba la proximidad del mar pero nadie sabía muy bien para dónde se podría encontrar una gran masa de agua. Lo cierto es que ninguno era de esa región y solo se encontraban allí por la pura necesidad de sobrevivir. Ninguno de ellos se conocía entre sí, no eran familiares ni amigos, ni siquiera vecinos o trabajadores en la misma empresa. Eran solo personas que se habían encontrado en un punto crucial en ese momento del mundo y habían decidido arriesgarse juntos para ver si sobrevivían a semejante desastre.

 Cada uno penetró el espeso bosque en un momento distinto, en circunstancias muy diferentes. Algunos habían tenido dinero en el pasado, uno de ellos en cambio había vivido en la calle durante una época de la vida. Pero nadie decía nada. No era porque no quisieran comunicarse o hablar sino porque el miedo los tenía amarrados al bote, como si de su llegada a la isla más próxima dependiera todo lo que habían apostado al unirse en un grupo tan desigual y diferente. Era todo lo que tenían.

 El agua salpicaba sus caras y manos pero ellos solo tenían cabeza para el pasado. No habían tenido un momento tan tranquilo como ese y eso que no se sentían precisamente calmados. Sin embargo era el momento adecuado para pensar en sus seres queridos, en gente que jamás volverían a ver en sus vidas. Algunos incluso habían visto como morían frente a sus ojos, algo que nunca olvidarían. Sus músculos estaban cansados y sus cuerpos pedían algunas horas de sueño pero el cerebro trataba de impulsarlos con recuerdos.

 El hombre que manejaba el motor era el único que de verdad parecía estar alerta. Estaba de pie, no como los demás que iban casi acostados en el fondo del bote. Tenía puesta una ropa que no tenía nada que ver con el frío clima del bosque, lo que denotaba que su lugar de proveniencia no era muy próximo. Sus cabello se sacudía con el viento y su cara parecía quemada de varios días. El sol y la brisa habían hecho de él una escultura viviente de lo que ocurría en esos momentos y su mirada glacial era otra prueba más de que las cosas ya no eran como antes en un mundo que había sido perdido para los seres humanos.

 Habían sido cautivados por sus hermosos colores y su aspecto gentil. Se habían dejado convencer por tonterías que ni siquiera resultarían efectivas en pájaros o insectos. Ellos llegaron de la nada y los seres humanos, como tontos, pensaron que nada pasaría, que todo era para lo mejor. Y, para ser justos, así lo fue durante un tiempo. Pasaron días y luego meses después del primer arribo y luego vinieron más y no pasaba nada, solo interacciones de algunos momentos en las que parecían aprender una cultura de la otra.

 Pero al parecer, los seres humanos no somos los únicos capaces de mentir o de hacer cosas para perseguir una meta más allá, oculta a los ojos de los demás. Pasado poco más de un año, un batallón entero de ellos llegó a la superficie del planeta, en varios puntos. Con facilidad, destruyeron todas las defensas existentes. La gente vio morir primero a soldados y generales, con o sin medallas en sus pechos. No importaba quienes fueran o que tan valientes hubiesen sido antes, morían igual, haciéndose pedazos en el suelo.

 La gente estaba tan impactada que muchos no reaccionaron en el momento. Curiosamente, todos los que iban en el barco eran personas que habían hecho algo en aquellos primeros instantes. Eso sí, ellos eso no lo sabían pero lo hubiesen comprendido si hubiesen interactuado como se esperaba de los seres humanos. Pero estaban asustados y era algo completamente comprensible. Esos seres con cara angelical habían destruido todo lo que habían conocido sus vidas en apenas horas, a veces en menos tiempo.

 Correr, huir de sus casas y lugares que frecuentaban, era lo más natural. La mayoría lo había hecho con familia pero eso casi siempre terminaba mal. Por alguna razón, las criaturas parecían tener una percepción bastante rara de lo que significaba una familia y tenían una horrible obsesión por deshacer la existencia de cualquier sociedad humana que cumpliera con esas reglas de sangre que por tanto tiempo habían enlazado a los seres humanos entre sí. Seguramente ellos creaban comunidades de otras maneras.

 Casi siempre dejaban a un solo sobreviviente y esos eran los que estaban en el bote. Todos eran los únicos sobrevivientes de sus grupos familiares, los únicos que tratarían de vivir para contar la historia de sus familias y hacerla perdurar en el tiempo, si es que tenían la oportunidad de hacerlo. Los seres seguían matando y persiguiendo a aquellos que ellos pensaban podrían hacerles algún tipo de oposición. Esa extraña muerte en la que los cuerpos eran carbonizados en vivo era su solución para todo y durante todo el proceso siempre tenían la misma horrible expresión en lo que podría llamarse sus caras.

 Pocos seres humanos tuvieron éxito al tratar de hacerles frente. La mayoría moría antes de saber lo que les había pasado. Pero algunos habían podido descifrar algunas cosas acerca de esas criaturas. una de las cosas más notables era su increíble aversión al agua. Pero no a toda el agua sino a la que estaba demasiado fría. Incluso habían quienes creían que querían hacer de la Tierra un mundo con agua casi hirviendo en todas partes. Podría ser esa la segunda parte de su plan de conquista. Sin embargo, eran todo conjeturas.

 Cuando el bote por fin toco tierra en la isla, los sobrevivientes se bajaron lentamente. Ninguno ayudó a nadie, ni siquiera a la niña. En silencio formaron un a fila y se adentraron en la isla, compuesta por pinos altos y robustos en los que no crecía nada excepto piñas ya resecas que no servirían de nada para sobrevivir. Buscaron el lugar más remoto y allí se asentaron. Pudieron hacer un fuego pequeño, no demasiado vistoso, y se sentaron a su alrededor para calentarse las manos y esperar a caer rendidos de sueño.

 Ninguno hablaba, solo hacía cada uno lo que quería. Y la mayoría quería calentarse, excepto por el hombre que había manejado el motor. Él se retiró de la zona de la hoguera y volvió al rato. Solo dijo que el agua estaba bastante fría y eso fue todo. Todos le pusieron atención pero no respondieron con nada, ni con una pregunta ni con un agradecimiento. Pasadas algunas horas, los sobrevivientes se fueron durmiendo, excepto por el hombre que había manejado el bote y por la niña, que no parecía estar muy cómoda.

 Él trataba de tallar un pedazo de palo con una navaja, pero hacía un horrible trabajo. La niña se levantó del suelo y se hizo cerca de él, sin decir una sola palabra. Parecía que quería preguntar algo. Tal vez incluso quería un abrazo para que la reconfortara o tal vez algunas palabras de aliento. Era evidente que estaba ahora sola en el mundo y que no tenía las mejores posibilidades para sobrevivir. Algo quería pero ella solo se sentó cerca y observó como el hombre intentaba tallar hasta que no intentó más.

 Al otro día, él se despertó y fue a ver a los demás. Pero ellos ya no estaban. Lo habían dejado con la niña. Cuando fue a ver si el bote estaba bien, encontró las figuras carbonizadas de los otros cinco miembros de su grupo. Las criaturas habían venido en la noche a matarlos y se habían ido sin más. Por alguna razón, lo habían dejado vivo a él y a la niña. ¿Era porque se habían hecho aparte o porque los otros habían desarrollado alguna conexión especial? Tal vez era solo una expresión de maldad pura, una crueldad que iba más allá de la comprensión humana. O tal vez solo mataban y ya. Ahora estaba solo, con la niña, y no tenía ni la más mínima idea de cómo evitar ambas muertes inminentes.

viernes, 20 de febrero de 2015

Miki, Pedro y los autómatas

   Miki y Pedro eran inseparables. A pesar de las recurrentes confusiones, el perro era el que llevaba el nombre de Pedro y Miki era el ser humano. Un ser humano, sobra decirlo, de gran corazón e inocencia a pesar de ser lo que, en su tiempo, llaman guardabosque: una persona que cuida, más que los bosques, los límites del territorio de cada una de las miles de tribus hoy en existencia.

 Según dicen, hace mucho tiempo existían miles de millones de personas pero de eso no había rastro. Aunque había muchas tribus solo en esta región del mundo, y posiblemente muchas más en otras partes, no parecían ser tanto como en el pasado. Había paz, aunque no faltaban las disputas territoriales impulsadas por el hambre y el desespero. Estos conflictos solían ocurrir en invierno, cuando todo era más difícil.

 Pero ahora era verano y tanto Miki como Pedro lo estaban disfrutando al máximo. El puesto de guardabosques solo se volvía complicado en tiempos de sequía o hambruna pero como no había nada de eso en esta época así que los dos amigos podían pasarse el día disfrutando del sol y de la gran cantidad de lagunas que el hielo formaba al derretirse. El agua era de la temperatura perfecta para equilibrar con el abrasivo sol. Incluso Pedro disfrutaba, y eso que no era amante del agua.

 Muchos de los niños de la villa acompañaban a los dos guardabosques ya que era más divertido cuando Miki los acompañaba. Verán, Miki era ya casi un hombre, de gran estatura y casi igual de ancho. Era un orgullo para sus padres que él fuese uno de los hombres más grandes del valle. Era por esa misma razón, que el concejo del pueblo lo había nombrado guardabosques. Era muy posible que su fuerza física fuera útil a la hora de defender la colonia.

 Pero Miki nunca había tenido que usar su fuerza y la verdad era que no le gustaba usarla a menso que fuera muy necesario. En varias ocasiones se había visto enfrentado a criaturas del bosque, de las más grandes y salvajes. De todas esas situaciones había salido gracias a su inteligencia y no gracias a su fuerza. Le parecía mejor y más bondadoso con esas criaturas alejarlas con grandes sustos o trampas y no con violencia ya que, como ellos, eran nativas del valle y tenían tanto o más de derecho de vivir allí que ellos.

 Pedro era su fiel compañero desde que era un niño pequeño y siempre estaba junto a él, listo para jugar algún papel en alguna de sus muchas aventuras que siempre parecían indefensas y que prácticamente nunca llegaban a oídos de los más viejos del pueblo. De hecho ni siquiera sus padres sabían mucho de lo que él hacía pero todos tenían en cuenta que el valle seguía tan verde y en paz como siempre, así que algo debía estar haciendo bien el pequeño gran Miki.

 Uno de aquellos días de verano, después de nadar por varias horas, Miki y Pedro empezaron a buscar frutos del bosque para comer. Tenían que tener cuidado porque muchos de esos frutos eran venenosos. Cuando tuvieron suficientes, volvieron a la pequeña cabaña en la que vivían desde el día en que se convirtieron en guardabosques. Comieron y luego se quedaron dormidos.

 Los despertó un estruendo horrible, que casi volvió pedazos los vidrios de las ventanas. Era una tormenta, acompañada de lluvia y truenos, incluso parecía caer granizo. Esto tipo de tormentas no eran nada extrañas en verano así que Miki no se preocupó demasiado. No hasta que un sonido vino de su puerta: alguien golpeaba.

 Por un momento creyó que todavía estaba medio dormido y por eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitió de nuevo, esta vez con mas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ esta vez con mr eso estaba imaginando ruidos pero el sonido se repitiruenos ientes, volvieron a la pequeña cabaña en ás fuerza. Miki se puso de pie y Pedro lo miró desde su cama, ubicada en una de las esquinas de la casa. El perro no se movía por los truenos pero también había escuchado los golpes.

 Miki se acercó a la puerta y la abrió. Algo tan grande como él entró en la casa y cerró la puerta de un golpe detrás de sí. Estaba empapado en agua y parecía un oso pero los osos no se paraban tan bien sobre las patas traseras: este era un ser humano. En efecto, se quitó su gorro y una delgada capa de cuero y las puso en una de las sillas del comedor. Tanto Miki como Pedro lo miraban con atención.

-       Porque me miran así? No me recuerdan?

 Ahora que Miki lo miraba bien, sí lo recordaba. Le decían Thor, como el nombre de un dios de la Tierra antigua. El nombre le quedaba más que bien ya que Thor era un tipo grande pero más bien delgado, con mucho musculo por donde se le mirara. Además tenía un rasgo que era una rareza en estas tierras y era su pelo amarillo, del color del trigo que debía estar siendo azotado por los vientos.

 Thor le pidió algo de tomar a Miki y este le trajo un vaso de jugo de moras que había hecho con algunos de los frutos que había recogido en sus paseo por el bosque más temprano. El hombre se lo tomó casi sin respirar y luego le contó a Miki como había atravezado  el bosque casi corriendo desde las colinas picudas, las cuales estaban más allá de lo que Miki conocía bien de los territorios de su comunidad.

 Lo que él cuidaba era el segundo anillo de seguridad alrededor del valle. Con frecuencia debía hacer grandes exploraciones por los montes y partes del valle que la gente no frecuentaba. Thor tenía a su cargo el primer anillo de seguridad que estaba justo detrás de las montañas que formaban el valle. Era un territorio más bien desprovisto de vegetación y más susceptible a una invasión.

 Y de hecho, esa era la noticia de Thor. Había corrido a la cabaña de Miki porque sabía que era el puesto seguro más cercano al lugar donde había visto todo. Según lo que decía, había vistos miles de seres extraños caminar en fila hacia el paso de los ríos, llamado así por ser el nacimiento de dos de los riachuelos más importantes del valle, adonde muchas de las personas iban a lavar su ropa y a disfrutar del verano.

 Al preguntarle a Thor como era los invasores, dijo que no los pudo detallar bien por la distancia pero que no caminaban como personas normales, más bien como una de esas viejas máquinas de las que hablan algunos de los libros de la biblioteca del pueblo. A los niños les encaraba leer aquellas historias de viajes por el espacio, robots y princesas pérdidas y luego salvadas. Muchos se reían por lo cuentos porque mucho de lo que decían ya no era válido pero los disfrutaban de todas maneras.

 Cuando la lluvia se detuvo, Thor dejó a Miki para reunirse con el concejo. Era urgente que supieran del ejercito de robots, o lo que fueran, que estaba marchando hacia el centro del valle. Lo último que se dijeron fue que si las criaturas seguían moviéndose a ese ritmo, llegarían el día siguiente al interior del valle, si es que podían escalar ya que el paso de los ríos no era un lugar para hacer caminatas.

 Se despidieron y Thor desapareció de repente, como una sombra que se desliza sobre los árboles. Miki y Pedro se quedaron afuera, recogiendo algunas ramas para hacer un hoguera si fuese necesaria. La señal universal de peligro era una humareda densa y nada mejor que la madera verde y húmeda para el trabajo. Pero mientras Pedro iba y venía con ramitas, algo se escuchó entre el bosque. Algo se movía hacia ellos.

 Entonces Pedro ladró con fuerza y corrió hacia Miki que veía incrédulo lo que perseguía a su amigo: sí era un robot, o al menos se parecía a lo que él se había imaginado que era un robot. No tenía armas visibles y se acercaba lentamente. Cuando estuvo muy cerca de los dos guardabosques, los iluminó con una extraña luz roja y luego se quedó quieto.

 Miki estaba asustado pero su curiosidad lo impulso a acercarse al ser para tocarlo. Justo entonces el robot empezó a hablar. Pero la voz no podía ser de él porque era humana, era real y natural. Y se podía percibir mucho miedo en ella.

-       Hay alguien allí? Mi nombre es Granen. Estoy en el Pacifico. Estos robots son míos. Los envié a buscar vida. Hay alguien ahí.


 Miki y Pedro se quedaron callados y no respondieron hasta mucho tiempo después.