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viernes, 4 de diciembre de 2015

Cosas que hacer

   Apenas giré la llave, el agua me cayó de lleno en la cara. Di un salto hacia atrás, casi golpeando la puerta corrediza de la ducha, porque el agua había salido muy fría y después se calentó tanto que me quemó un poco la piel. Cuando por fin encontré la temperatura correcta, me di cuenta que mi piel estaba algo roja por los fogonazos de agua caliente.

Me mojé el caballo lentamente y cuando me sentí húmedo por completo tomé el jabón y empecé a pasarlo por todo mi cuerpo. Mientras lo hacía, me despertaba cada vez más y me daba cuenta de que mi día no iba a ser uno de esos que me gustaban, en los que me duchaba tarde porque dormía hasta la una de la tarde y después pedía algo a domicilio para comérmelo en la cama. Esos días eran los mejores pues no necesitaban de nada especial para ser los mejores.

 Pero ese día no sería así. Eran las nueve de la mañana, para mi supremamente temprano, y tenía que salir en media hora a la presentación teatral de una amiga. Se había dedicado al teatro para niños y por primera vez la habían contratado para una temporada completa así que quería que sus mejores amigos estuvieran allí para apoyarla.

 Me cambié lo más rápido que pude y me odié a mi mismo y al mundo entero por tener que usar una camisa y un corbatín. Me miré en el espejo del baño y pensé que parecía un imbécil. La ropa formal no estaba hecha para mi. Me veía disfrazado y sabía que cualquiera que me mirara detectaría enseguida que yo jamás usaba ni corbatas, ni zapatos negros duros, ni corbatines tontos ni camisas bien planchadas.

 Salí a la hora que había pensado pero el bus se demoró más de la cuenta y cuando llegué ya había empezado la obra. Menos mal se trataba de Caperucita Roja y Cenicienta, y no de alguna obra de un francés de hacía dos siglos. Mi lugar estaba en uno de los palcos, abajo se veía un mar de niños que estaban atontados mirando la obra. Era entendible pues había también títeres y muchos colores, así que si yo tuviera seis o siete años también hubiera puesto mucha atención.

 Cuando se terminó la primera obra hubo un intermedio. Aproveché para buscar a mi amiga en los camerinos pero el guardia más delgado que había visto jamás me cerró el paso y me trató que si fuera indigno de entrar en los aposentos de los actores. Le expliqué que era amigo de tal actriz y que solo quería saludarla y entonces me empezó a dar un discurso sobre la seguridad y no sé que más. Así que me rendí. Compré un chocolate con maní y regresé a mi asiento para ver la siguiente obra.

 Cuando terminó, llamé a mi amiga y le dije que la esperaría afuera. No esperaba que tuviese mucho tiempo para mi, pues era su día de estreno, pero me sorprendió verla minutos después todavía vestida de una de las feas hermanastras. Fuimos a una cafetería cercana a tomar y comer algo y ella me preguntó por mis padres y por Jorge. Yo solo suspiré y le dije que a todos los visitaría ese día, después de hacer un par de cosas más. Ella me tomó una mano y sonrió y no dijo más.

 Nos abrazamos al despedirnos y prometimos vernos pronto. Apenas me alejé, corrí hasta una parada de bus cercana y menos mal pasó uno en poco tiempo. Tenía el tiempo justo para llegar al centro de la ciudad donde tendría mi examen de inglés. No duraba mucho, solo un par de horas. Era ese que tienes que hacer para estudiar y trabajar en país de habla anglosajona. El cosa es que lo hice bastante rápido y estaba seguro de que había ido estupendamente.

 Salí antes para poder tomar un autobús más y así llegar a casa de mi hermana con quién iría más tarde a visitar a mis padres. Con ella almorcé y me reí durante toda la visita. Mi hermana era un personaje completo y casi todo lo que decía era sencillamente comiquísimo. Incluso sus manierismos eran los de un personaje de dibujos animados.

 Había cocinado lasaña y no me quejé al notar que la pasta estaba algo cruda pero la salsa con carne molida lo compensaba. Allí pude relajarme un rato, hasta que fueron las tres de la tarde y salimos camino a la casita que nuestros padres habían comprado años atrás en una carretera que llevaba a lujosos campos de golf y varios escenarios naturales hermosos.

 Cuando llegamos, mi madre estaba sola. Mejor dicho, estaba con Herman, un perro que tenía apariencia de lobo y que siempre parecía vigilante aunque la verdad era que no ladraba mucho y mucho menos perseguía a nadie. Herman amaba recostarse junto a mi madre mientras ella veía esas series de televisión en las que se resuelven asesinatos. Seguramente las había visto todas pero aún así seguía pendiente de ellas como si la formula fuese a cambiar.

 Mi padre estaba jugando golf pero no se demoraría mucho. Hablamos con mi madre un buen rato, después de que nos ofreciera café y galletas, unas que le habían regalado hace poco pero que no había abierto pues a ella las galletas le daban un poco lo mismo. Me preguntó de mi examen de inglés y también de Jorge, de nuevo. Le dije que todo estaba bien y que no se preocupara. Miré el reloj y me di cuenta que casi eran las cinco. A las siete debía estar de vuelta en mi casa o sino tendría problemas.

 Me olvide de ellos cuando mi padre entró en la casa con su vestimenta digna de los años cincuenta y su bolsa de palos. Lo saludamos de beso, como a él le gustaba, y tomó su café mientras nos preguntaba un poco lo mismo que habíamos hablado con mi madre. Mi hermana hizo más llevadera la conversación al contarles acerca de su nuevo trabajo y del hombre con el que estaba saliendo. Al fin y al cabo era algo digno de contar pues se había divorciado hacía poco y esa separación había significado su salida definitiva del trabajo que tenía antes.

 Apuré el café y a mi hermana cuando fueron las seis. Nos despedimos de abrazo y prometí volver pronto. Lo decía en serie aunque sabía que luchar contra mi pereza iba a ser difícil. Pero necesitaba conectarme más con ellos, con todos, para poder salir adelante. No solo debía caer sino también aprender a levantarme, y que mejor que teniendo la ayuda de las personas que llevaba conociendo más tiempo en este mundo.

 Volvimos en media hora. Mi hermana me dejó frente a mi edificio. Le prometí también otro almuerzo pronto e incluso ir a ver la película de ciencia ficción que todo el mundo estaba comentando pero que yo no había podido ver. Ella ya la había visto con amigas pero me aseguró que era tan buena que no le molestaría repetir.

 Subí con prisa a mi apartamento. Tuve ganas de quitarme toda esa ropa ridícula pero el tiempo pasó rápidamente con solo ir a orinar. A las siete en punto timbró el celador y le dije que dejara pasar al chico que venía a visitarme. Cuando abrí la puerta, lo reconocí al instante y le pagué por su mercancía. Se fue sin decir nada, dejándome una pequeña bolsita, como si lo que me hubiese traído fuesen dulces o medicamentos para el reumatismo.

 Abrí y vi que todo estaba en orden. Dejé la bolsa en el sofá y salí de nuevo. Tenía tiempo de ir caminando a la funeraria donde velaban a un compañero de la universidad con el que había congeniado bastante pero no éramos amigos como tal. Yo detestaba ir a todo lo relacionado con la muerte pero me sentí obligado cuando la novia del susodicho me envió un mensaje solo a mi para decirme lo mucho que él siempre me había apreciado.

 Yo de eso no sabía nada. Jamás habíamos compartido tanto como para tener algo parecido al cariño entre los dos. A lo mucho había respeto pero no mucho más. Me quedé el tiempo que soporté y al final me quedé para rezar, aunque de eso yo no sabía nada ni me gustaba. Cuando terminaron, me despedí de la novia y me fui.

 Otro autobús, este recorrido era más largo. Al cabo de cuarenta y cinco minutos estuve en un gran hospital, con sus luces mortecinas y olor a remedio. Mi nombre estaba en la lista de visitantes que dejaban pasar hasta las diez y media de la noche y, afortunadamente, tenía una hora completa para ello.

 Seguí hasta una habitación al fondo de un pasillo estrecho. Antes de entrar suspiré y me sentí morir. Adentro había solo una cama y en ella yacía Jorge. No se veía bien. Tenía un tapabocas para respirar bien y estaba blanco como la leche y más delgado de lo que jamás lo había visto. Al verme sonrió débilmente y se quitó la mascara. Yo me acerqué y le di un beso en la frente.

 Me dijo que me veía muy bien así y yo solo sonreí, porque sabía que él sabía como yo me sentía vestido así. Le comenté que había comprado la marihuana que le había prometido y que la fumaríamos juntos apenas se mejorara, pues decían que el cáncer le huía. El asintió pero se veía tan débil que yo pensé que ese sueño no se realizaría.


 Le toqué la cara, que todavía era suave como la recordaba y entonces lo besé y traté de darle algo de la poca vida que tenía yo dentro. Quería que todo fuese como antes pero el sabor metálico en sus labios me recordaba que eso no podía ser.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Amigos

   Hacía muchos años que no las veía, que no hablábamos frente a frente y hablábamos de aquellos cosas triviales justo después de hablar de las cosas más serias de la vida. Había pasado mucho tiempo pero seguíamos siendo tan amigos como siempre, sin ningún cambio en nuestra relación aunque sí varios cambios en nuestras respectivas vidas. Y es que la vida nunca se detiene y todo siempre tiene una manera de seguir hacia delante sin detenerse. No éramos exactamente las mismas personas que se habían visto en un pequeño café de nuestra ciudad natal hacía casi tres años. Habíamos todos aprendido un poco más de la vida, éramos tal vez más maduros pero en esencia los mismos de siempre. Era muy cómico pero, a pesar de todo, había cosas que nunca cambiaban.

 Por ejemplo, la efusividad en nuestros abrazos, nuestros besos, nuestra honesta alegría al vernos allí parados. No era que temiéramos que cada uno fuese a desaparecer de un momento para otro, sino que la vida daba tantas vueltas que cuando nos vimos después de tanto tiempo, sabíamos que había mucho que decir, mucho que contar. Nos vimos en un restaurante, nada muy pretencioso. La idea era subir un escalón respecto a lo que habíamos hecho en el pasado, cuando nos reuníamos para tomar una cerveza o un café en los lugares más simples del mundo. Esta vez, decidimos juntarnos para comer, pasando por cada plato y con postre, para tener oportunidad de hablar de todo lo que teníamos que hablar y de preguntar lo que tanto queríamos saber del otro.

 Ese día, yo estaba muy emocionado. Mi esposo, con el que llevaba un año de casado, estaba sorprendido de verme tan nervioso pero a la vez tan contento. Esa mañana, cuando notó mi actitud mientras me vestía, me tomó de la cintura y me dio un beso como solo él lo sabe dar. Me abrazó y me dijo que le encantaba verme así, tan feliz como nadie más en el mundo. Él no conocía a mis amigas pero quería que fuera pronto, que todos nos conociéramos entre todos para, tal vez, hacer otros planes en parejas o algo así. Ese día tenía que trabajar como cualquier otro, pero era viernes así que se me pasó rápidamente y cuando fueron las cinco salí corriendo de vuelta a casa.

 Allí me cambié de ropa y para ir al restaurante tomé el autobús. Mi esposo me dijo que si lo necesitaba me podía llamar para recogerme pero yo le dije que de seguro no iba a ser necesario pero que lo tendría en cuenta. El tráfico del viernes en la tarde me hizo demorar un poco y ya estaba algo nervioso, aunque no sé porqué. Tal vez era ansiedad de verlas, de todo lo que no sabía. Al fin y al cabo ellas eran como una parte de mi familia que quería aún más que a mi familia extendida por sangre. De hecho podía jurar que teníamos conexiones más grandes que la misma sangre.

 Cuando entré al restaurante, me di cuenta de que había llegado primero así que aparté la mesa y esperé tan solo cinco minutos hasta que llegó una de mis amigas. El saludo debió ser bastante efusivo pues varias personas en otras mesas se dieron la vuelta para ver que pasaba. Pero a mi eso no me importaba. Era Rosa, mi amiga que se había casado primero. Y al parecer se veían los frutos pues estaba embarazada. Era asombroso ver como aquella joven que conocía desde sus veinte años estaba ahora embarazada frente a mi. Me decía que tenía casi cinco meses y que estaba muy feliz. No le habían dado nauseas graves ni nada por el estilo, aunque estar de pie si le afectaba mucho, así que nos sentamos rápidamente, yo ayudándola un poco con la silla.

 Me contó que había vivido fuera del país por unos meses pero que simplemente no había funcionado. Su esposo era extranjero y lo habían hecho para que él retomara raíces que había perdido luego de venirse a vivir al país con ella, después del matrimonio. Pero ya el cambio había sucedido y no tenían razones para volver así que dieron pasos para atrás y se quedaron en su casa de siempre, donde ya había espacio para el bebé. No se sabía el sexo aún y a Rosa no le importaba con tal de que fuese un niño calmado y no de esos que gritan y patalean y hacen escandalo por todo. Ella sufría de migrañas ocasionales y esperaba no tener que lidiar con ello y con el bebé al mismo tiempo.

 En ese momento llegó mi otra amiga, Tatiana. Ella estaba también muy cambiada, pues se había bronceado ligeramente y tenía una expresión en su rostro que nunca le había visto. Nos saludamos con fuertes abrazos, durante los cuales más gente volteó a mirar y luego nos sentamos y hablamos un poco de ella. La razón por la que estaba contenta era porque hacía unos días había firmado un contrato excepcionalmente bueno y la habían halagado bastante para que firmara y aceptara. Ella sabía desde el comienzo que lo iba a hacer pero era ese esfuerzo de ellos de cortejarla lo que le encantó pues la querían a ella y no a ninguna otra. Serían algo más de horas pero un salario mucho mejor y más abierto a posibilidades.

 Cuando llegaron las cartas, nos tomamos el tiempo para decidir y mientras lo hacíamos hubo bromas y anécdotas del pasado que se nos venían a la mente. De golpe, recordábamos momentos que pensábamos perdidos en nuestro subconsciente pero veíamos que allí estaban, tan claros y especiales como siempre. Cada uno pidió una entrada, una plato fuerte y algo de tomar. Ya después miraríamos lo del postre, que para nosotros era una tradición. Casi siempre que nos veíamos comíamos algo dulce o algo que pudiésemos compartir, así que era casi una obligación hacerlo, como para no perder la costumbre.

 Tatiana también nos contó que salía con un tipo pero que no era nada serio, o al menos no aún. Eso sí, estaba feliz también por ello pues hacía mucho rato no tenía nada con nadie y el tipo parecía ser diferente a los que ya había conocido. Lo que la emocionaba aún más es que con el nuevo pago podría terminar de pagar el apartamento que había comprado hacía relativamente poco. El lugar me lo había mostrado por internet: tenía dos habitaciones pero era tipo loft, así que no había paredes excepto las del baño. Quedaba en un lugar bonito y lo había decorado muy bonito, tanto que todo el mundo se lo decía cuando la veían. Algunos solo habían visto fotos de su vista desde el apartamento y eso era suficiente para enamorarse del lugar sin jamás haber estado allí.

 Rosa, en cambio, todavía no se decidía por comprar y yo estaba en el mismo proceso. Estuvimos hablando del tema un buen rato, hasta que estábamos a la mitad de nuestros platos fuertes. Ya éramos adultos, hablando de nuestros hogares y de dinero como si siempre hubiera sido así, pero obviamente cuando éramos estudiantes no había dinero y mucho menos propio. Las relaciones con otras personas no eran ni remotamente igual de formales y serias como ahora. Era gracioso hablar de cómo dos de nosotros estábamos casados y, lo que lo hacía gracioso era que éramos los dos que menos pintábamos para estar casados. Por mi parte, nunca pensé que fuese hacerlo pero pues, como dice la película, nunca digas nunca.

 Reímos bastante cuando hablamos de todas esas personas que recordábamos de la universidad y de otros sitios. De algunos de ellos sabíamos cosas porque siempre estaban las redes sociales e incluso porque los habíamos visto alguna vez. Aunque no lo decíamos, cada uno había revisado un poco su conocimiento respecto de la vida de los otros para venir con la información más reciente y más interesante. Al fin y al cabo al vernos teníamos que cubrir todas las bases y hablar de todo lo que pudiéramos hablar. Sabíamos que después nos veríamos, pero teníamos que aprovechar pues yo hacía poco que había llegado de fuera del país y la movilidad de Rosa cada vez sería más limitada.

 Eso sí, prometimos visitarla seguido para ver el progreso de su barriga y el nacimiento del bebé. Yo no había estado para su boda y necesitaba estar para ese otro gran momento, pues sentía que le debía aunque ella decía que no. Y con Tatiana debía hablar más seguido pues su vida cambiaba de manera tan rápida que lo que era una realidad hoy, ya no lo era la semana siguiente.  Necesitábamos vernos más seguido y aprovechar que las distancias no estaban pues había poco gente que nos conociera tan bien como nos conocíamos entre nosotros mismos. Nos conocíamos las caras, las mañas, los gustos y hasta la manera de disgustarnos. Sabíamos lo que los otros querían, lo que nos hacía felices y lo que nos derrumbaba.


 Lo que éramos se llamaba amigos. Y eso no quiere decir que estemos todo el tiempo unos encima de otros. Hay veces que pasamos sin vernos un mes o dos pero cuando nos vemos de nuevo es como si el tiempo jamás hubiera avanzado y como si todo lo que siempre fue cierto lo siguiera siendo, porqué así es. Los amigos, cuando son de verdad y auténticos, son así. Duran para siempre y no se van por que haya distancias o peleas o el tiempo trabaje en contra. Los amigos son los amigos y punto.

miércoles, 8 de julio de 2015

Locos sueños

   Si hay algo que me gusta es soñar. Y no, no me refiero a imaginarme cosas que nunca van a pasar pero sin embargo “perseguirlas” hasta que ocurran. En esas estupideces yo no creo. Sería casi como creer en el genio de la lámpara o en el dragón de los deseos o algo por el estilo. No, yo me refiero a los sueños de verdad, esos que tenemos con frecuencia cuando estamos dormidos. Aunque es verdad que, según dicen, siempre soñamos, solo unas pocas veces logramos recordar un sueño y muy pocas veces lo podemos recordar en su totalidad. Pero es un ejercicio divertido: tratar de recordar todas las aventuras o desventuras que acaban de pasar en nuestra cabeza. Para mi, entre más raro y emocionante, mejor. Quiere decir que mi cerebro va muy bien.

 Obviamente las pesadillas no son mis preferidas ni las de nadie. Nos hacen despertar sudando frío y a las cinco de la mañana, sin poder siquiera entender que fue lo que pasó. A veces es porque comimos mucho antes de dormir o porque nos pusimos a leer o ver algo especialmente violento o asqueroso antes de dormir. Por eso siempre es recomendado no sobrecargarse de cosas antes de cerrar los ojos. El cerebro humano es muy fácil de disuadir así que podemos evitar casi todas las pesadillas que tenemos. Eso sí, a pesar de ser estresantes y todas las consecuencias que tienen en nuestra pobre mente, las pesadillas también pueden hablar bien de nuestra capacidad de imaginar e incluso de sentir. Alguien que no haya tenido una, puede ser de desconfiar.

 Normalmente mis sueños, y supongo yo que la mayoría de sueños, se asemeja a una película mal editada. Hay cortes raros por aquí o por allá, que nunca sé si son resultado de mi memoria que borra lo que es de poca recordación o si en verdad mi cerebro pasa de una “escena” a la otra así no más. En mi caso, muchas veces los sueños son como un recorrido. Puedo recordar empezar en algún lado pero también como empiezo a moverme y así circulo a través de diferentes sueños formando una cadena de ellos que puedo conectar por diferentes temas o incluso por los personajes que aparecen allí conmigo.

 Yo siempre soy yo o, al menos, la mayoría de las veces. Creo que a mi cerebro no le gusta mucho la idea de disfrazarme o de hacerme pasar por alguien que no soy. De hecho, podría atreverme a decir que ese es el punto. En nuestros sueños, podemos ser nosotros mismos, los de verdad, sin que nadie pueda decir nada ni prohibir nada. Y cuando digo nosotros mismos, digo todo nuestro ser, como aberraciones, sentimientos, gustos y disgustos. Porque eso es lo que nos hace ser quien seamos así a veces ocultemos o ignoremos ciertos rasgos de nuestro propio ser. En nuestros sueños estamos en casa y en ese sentido no hay por qué ocultar nada de nada de nadie. Solo somos nosotros.

 El sueño de volar es uno de los más comunes y todos lo hemos tenido, o eso creería yo. Supongo que ocurre porque es liberador, porque nos hace sentir verdaderamente libres y además no da un poder que sabemos no es real. Eso nos hace sentir especiales y quién no quiere sentirse especial en este mundo donde, en realidad, nadie lo es? Los sueños son nuestro mundo y son una vía de escape, son lo único que en verdad es nuestro. Nuestros pensamientos también lo son pero estos los podemos compartir e incluso algunas personas los pueden adivinar según nuestro comportamiento. Es muy fácil hacerlo en muchas ocasiones. Pero nadie puede ver los sueños de nadie más ni describírselos a un amigo en detalle.

 Esto es porque, como decíamos antes, nunca nos acordamos de todo lo que ocurre en un sueño. Siempre hay partes que faltan, huecos que ya despiertos muchas veces llenamos de supuestos y conjeturas pero que en realidad siguen inmersos en el misterio. Podemos suponer que lo que recordamos de un sueño es lo más importante pero eso sería tanto como decir que de un viaje largo lo que más recordamos es lo bonito y alegre. Todos sabemos que los accidentes y demás tragedias nos marcan mucho más que un beso o un abrazo. Esa es la triste realidad. Así que cuando nos despertamos recordamos pedazos y ya depende de nosotros si queremos armar algo con esos pedazos o simplemente dejarlo todo quieto y saber que disfrutamos el viaje.

 Porque los sueños son como las montañas rusas o como una caminata por algún lugar especial. Son recorridos, a veces largos y a veces cortos, que terminan y no siempre podemos apuntar cual fue nuestra parte favorita pero sabemos que lo repetiríamos si nuestra sensación al final es de placer o felicidad. Acaso a quién no le ha pasado con sueña con alguien, una persona maravillosa y perfecta? y quisiéramos quedarnos allí con esa persona para siempre pero sabemos que no es posible y entonces queremos seguirlos viendo en sueños pero como no podemos encontrarlos, nunca los vemos más.

 Esos amores de los sueños son intoxicantes porque son ideales, son muchas veces tal y como nos gustaría que fuese la próxima persona que llegase a nuestras vidas. Eso es así porque en nuestros sueños el cerebro coge de todas partes para formar el viaje y toma caras y cuerpos familiares, sensaciones que hemos podido experimentar y lugares que hemos visitado antes. Todo es reciclado y entregado a nosotros en una forma atractiva y diferente, de la que muchas veces quisiéramos saber más. Es un mundo muy poderoso, aquel de los sueños, porque nos muestra lo que más queremos pero sabemos que jamás podremos hacer realidad porque no es algo que sea factible. Ese es el punto de los sueños.

 Por eso es cómico cuando hay personas que dicen que pueden leer los sueños y así decirle a alguien como será su futuro o que quieren decir cada una de las cosas que ocurrieron. Los seres humanos no tenemos ninguna forma de saber nada más que de el presente y si acaso del pasado cuando no lo ignoramos o lo metemos debajo de un tapete. Los sueños no quieren decir nada más allá del significado obvio que tienen para los que los sueña. Es ridículo que alguien venga y te diga que quiere decir todo eso que viste cuando tu lo sabes muy bien porque fuiste tu, tu inconsciente en todo caso, quien creó todo ese maravilloso mundo que desapareció al despertar. Nadie más puede decir nada al respecto.

 Hay sueños que dan miedo, otros que dan felicidad, otros que son muy raros, otros que desarrollan nuestros más bajos instintos y así sigue porque no tienen límite ya que sus únicas fronteras son las que tenemos nosotros en el cerebro. Lo increíble es que los sueños son lo que más tenemos en común los seres humanos, porque todos los hacemos e incluso tenemos sueños similares como los de volar. Y también tenemos en común que para todos son procesos de liberación, así sea por unas cuantas horas. Ni la persona más reprimida deja de soñar y su inconsciente siempre termina mostrando la realidad porque no hay una persona en este mundo que tenga algún control sobre los sueños.

 Y esa es, sin duda, una de sus más bellas características. Esa libertad, esa fluidez e increíble potencial. A veces hay gente que se despierta vigorizada, como si les hubieran inyectado el mejor remedio en existencia. Esa seguramente es la función de los sueños: relajar nuestra mente y darnos un verdadero respiro de todo lo difícil y horrible que hay en el mundo, que es mucho. También esa es la razón por la que, cuando estamos en tiempos difíciles, casi nunca nadie recuerda que soñó. Es como un bálsamo curativo que nuestro propio cerebro nos unta en el alma, corazón o como lo quieran llamar. El caso es que nos ayuda a seguir adelante, da un paso por vez y sin mirar atrás.

 Lo increíble de todo esto es que todo ocurre por nosotros mismos. No hay intervención de nadie más, no hay nadie que nos diga que hacer o como. Los sueños son todo responsabilidad nuestra y por eso es que nos complacen tanto. Nadie los hace para nosotros ni nadie puede criticar su contenido porque ese contenido somos nosotros mismos y la realidad es que, aunque a veces podemos llegar a odiarnos, al fin y al cabo siempre vivimos con nosotros y sabemos como manejar todo tipo de situaciones, incluidos esos locos sueños en los que nos manda nuestro subconsciente, a veces a manera de análisis y otras veces a manera de diversión.


 El caso es que soñar, soñar dormido, es uno de los mayores y más privados placeros de la vida. Son nuestros, son de lo poco que es verdad personal y que no podemos ni siquiera compartir con esa fuerza y empuje que tienen. Lo mejor de los sueños es que nos enseñan pedacitos de quienes somos y así no ayudan a seguir adelante, sin depende de ellos.