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lunes, 4 de abril de 2016

Sarmacia

   Violeta había aprendido a usar las herramientas desde que era muy pequeña. Su madre, Celeste, les había enseñado a todas sus hojas algún oficio para que no dejaran decaer su hogar ni dependieran nunca de nadie más para su subsistencia. Alejadas de las rutas comerciales principales, las chicas nunca eran visitadas por ninguna nave, ni siquiera las que se perdían ocasionalmente. Hacía mucho tiempo, Celeste se había asegurado de blindar a sus hijas contra cualquier eventualidad. Creía que lo mejor para ellas era no estar en el paso de la civilización y simplemente vivir aparte.

 Eso no significaba que fueran atrasadas o que no supieran nada del mundo. Una vez por mes, una de ellas tomaba un módulo de aterrizaje e iba al planeta más cercano a comprar y vender algunas cosas. Vendían con frecuencia su talento para arreglar objetos, pues todas eran sensibles a los complejos mecanismos de la tecnología. A cambio, esperaban comida y repuestos.

 Solo las mayores estaban autorizadas para dejar la nave e ir al mercado. Las demás debían quedarse en la nave haciendo sus tareas, buscando así un equilibrio perfecto entre todas. Las más pequeñas residían todas en un cuarto enorme y eran cuidadas por el robot enfermera NR03, programado hace mucho tiempo para cuidar bebés y niños pero también para manejar laboratorios de genética. Había uno de ellos a bordo de la estación y gracias a él, la colonia seguía viva.

 El día que todo cambió para las chicas vino cuando tres de las mayores partieron para el planeta a comerciar sus talentos. No regresarían pronto pues eran muchos los repuestos que necesitaban y normalmente podía demorarse bastante tiempo el conseguir todo lo que necesitaban. Entonces el robot NR03 y algunas de las chicas eran las encargadas de cuidar a las demás.

 Una alerta amarilla se encendió en la estación espacial, despertándolas a todas y obligándolas a mirar por sus ventanillas. La mayoría no vio nada e inmediato. Las alertas de ese tipo casi nunca se escuchaban y todas sabían que debían ser muy cuidadosas a la hora de manejar una crisis de esa manera. Por fin, una de las chicas con mejor vista detectó el causante de la alarma: un objeto había entrado en su zona. Era pequeño y parecía estar echando humo. En la computadora pudieron enterarse de que el objeto había sido lanzado desde otro lugar, probablemente lejano.

 En esos casos, las reglas las obligaban a no hacer nada a menos que entraran en colisión con el objeto y este pequeño en llamas no era nada de qué preocuparse. Las que no podían dormir se quedaron a mirarlo y fueron las que alertaron a las demás que la pequeña nave quería acoplarse.

 Una de las mayores, Amarela, decidió bloquear el acoplamiento con pequeña nave que tenía forma de cápsula. Pero quien quiera que estuviera allí dentro, sabía cómo manejar una nave espacial y tenía más talento que ellas a la hora de desbloquear comandos. Amarela hizo lo mejor que pudo pero la nave finalmente se acopló y tuvieron que ir a la bahía de acoplamiento con armas y rodear el acceso. Celeste, desde su habitación, les encomendaba la protección del hogar.

 Se armaron de valor y de pistolas laser. Cuando la puerta se abrió, algo salió pero tan pronto lo hizo se cayó al piso, inconsciente. Por un momento, pensaron que se trataba de una de ellas, tal vez era una de las chicas que se habían ido al planeta a comerciar. Apuradas, decidieron recoger el cuerpo entre muchas y llevarlo hasta la enfermería donde NR03 y Carmín, la mejor de entre ellas en el arte de la medicina, podrían hacer algo para salvarle.

 Fue entonces que se dieron cuenta, al quitarle la ropa, quemada en algunas partes, que no era una de ellas. Es más, era el cuerpo de un hombre. Cuando Carmín lo dijo en voz alta, la palabra se extendió por toda la estación como pólvora y en segundos todas las habitantes, de las más pequeñas hasta Celeste, miraban por una vidrio grueso la intervención que hacían del cuerpo extranjero. Todas soltaron un gemido de asombro cuando NR03 le retiró los pantalones al hombre. Definitivamente eran diferentes.

 Carmín concluyó que había sido victima de algún ataque pues tenía bastantes moretones, huesos rotos y la piel quemada en algunos puntos. Además de eso, parecía no haber estado en un lugar muy higiénico pues su vello facial estaba por todas partes y era grasoso y parecía no haberse dado un baño en bastante tiempo.

 Dos voluntarias ayudaron a Carmín y a la robot a lavar el cuerpo del hombre para evitar contaminar la nave espacial que se conservaba sin contaminantes desde siempre. Era una de las reglas. Lo limpiaron bien, por todas partes y luego lo ducharon con una mezcla de químicos muy especial que buscaba eliminar cualquier infección superficial o matar microbios que pudieran quedar después del lavado normal.

 Lo pusieron en una habitación aparte y la aislaron para que solo las personas autorizadas pudiesen acercarse al hombre. No se despertaba por ningún medio y Celeste incluso auguró que moriría en poco tiempo. Los hombres eran seres débiles, exclamó, y por eso no vivía ni uno solo de ellos con ellas. No podían parecérseles de ninguna manera. Y fue lo único que dijo al respecto. Era evidente que ella sí había visto hombres antes, no como las demás.

 Todo el resto de la tripulación hablaba del hombre, de lo poco que había visto de su cuerpo y de las posibilidades de su supervivencia. Algunas decían que con tanta suciedad encima, era difícil que sobreviviera. Otras decían que habían notado músculos desarrollados en él, por lo que algo de fuerza debía de tener. De pronto estaban siendo injustas con él.

 Lo que todas se preguntaban, casi sin excepción, era porqué nunca habían visto un hombre. Carmín, quién lo cuidaba todos los días, se lo preguntaba mientras los miraba a los ojos cerrados y se daba cuenta que no eran tan diferentes el uno del otro.

 Habían hecho diferentes pruebas con él y habían concluido que se iba a recuperar de sus heridas. Sin embargo, seguían sin saber quién era o de donde había venido. Por precaución, sus brazos estaban amarrados a la cama donde respiraba suavemente. El día que se despertó, solo el robot NR03 estaba presente. El hombre le preguntó donde estaba y porqué la unidad enfermera parecía ser ligeramente anticuada.

 NR03 le respondió que no era anticuada y que era grosero referirse a ella de esa manera. El hombre se sorprendió al escuchar a un robot responderle de esa manera. Nunca decían más que frases lógicas, jamás respondían como seres humanos. Preguntó de nuevo donde estaba y la enfermera le comunicó que estaban en la estación espacial Sarmacia. El hombre jamás había escuchado de tal lugar. Preguntó porque estaba amarrado y le respondió que por su propio bien.

 El hombre empezó a pelear con las ataduras y se soltó con facilidad. Entonces NR03 sonó la alarma y en segundos tres de las más aptas guerreras de la estación se presentaron allí con solo sus manos y piernas en posición de ataque. El hombre pensó que bromeaban y se acercó a ellas sin cuidado alguno. El resultado fue resultar de nuevo en la cama, con otra costilla rota, el brazo en cabestrillo y el pie herido.

 Fue solo cuando llegaron, por fin, las mayores del mercado que se dieron cuenta que habían ignorado un detalle esencial acerca del hombre que tenían en frente: su nave. Dos mujeres entraron en ella con trajes espaciales y la revisaron de un lado a otro. Al comienzo no encontraron nada obvio pero entonces una de ellas encontró una marca en una de las paredes de la nave. Era el logo de una compañía o algo parecido.

 Celeste, viendo a sus hijas por un monitor, sabía bien qué era ese logo. Era la marca del lugar más vil y traicionero de la galaxia y una noticia desafortunada para todas ellas.


 Era la marca del planeta prisión Arkham, conocido en todos lados por ser un lugar oscuro y asqueroso en el que lo único que crecía era la locura y la venganza. El hombre debía ser uno de sus habitantes por lo que lo único que podían hacer con él era ejecutarlo. Pero ya era tarde. El hombre había destruido con una herramienta quirúrgica al robot NR03. Y ahora estaba suelto por la estación espacial. Nadie sabía si era asesino, violador o un simple ladrón. Pero no había que saberlo. Solo había que terminar con él antes de aprender más acerca de él.

lunes, 6 de julio de 2015

No más...

   Martina nunca había sido una mujer débil. Le habían enseñado que no debía soportar lo que nadie dijera de ella, más que todo si lo decían con el sentimiento de herir su personalidad. Ella simplemente no lo aceptaba y tampoco cuando alguien quería someterla solo por el hecho de ser mujer. Durante sus años del colegio, siempre le había quedado un mal sabor de boca cuando los chicos podían hacer ciertos deportes de equipo mientras las niñas practicaban ballet u otras actividades de “menos riesgo”. Era una doble mentira porque el ballet podría ser una tortura si se hacía con intensidad y los deportes de equipo eran necesarios para crear una visión más grandes de las cosas. Fue ya casi al final de su escolarización que introdujeron los equipos de mujeres.

 En la universidad, se ganó la reputación de ser una chica especialmente dura con los hombres, una mujer con la que simplemente uno no se metía. Había algunos “valientes” que lo intentaban y ella hubiera querido que funcionara pero siempre terminaba dándose cuenta que eran unos ignorantes. No porque quisiera sexo de inmediato, cosa que a ella no le molestaba, sino porque siempre tenían comentarios sexistas y estúpidos para con ella o sus compañeras. Se les iban los ojos por una mujer en minifalda o las que se comportaban como si fueran prostitutas y para Martina eso era demasiado básico, demasiado animal y era algo que no le gustaba. Eso sí, pensaba que de pronto ella estaba mal pero ya era muy tarde para cambiar de personalidad.

 Los pocos que sí lograban tener algo con ella eran pocos y siempre duraban una corto tiempo. Se aburrían porque les parecía que estar con Martina era demasiado complicado, que se requerían muchas cosas que ellos o no tenían o simplemente no estaban dispuestos a dar. Para Martina esto fue difícil porque no era de piedra. Si bien no soportaba que la sometieran de ninguna manera, sí soñaba con tener alguien que la entendiera y con quien compartiera gustos y demás. Pero no parecía que esa persona fuese a llegar pronto y los años de universidad fueron uno más deprimente que el otro.

 Pero a pesar de eso hizo varias amigas, que le ayudaron a reforzar sus convicciones y a seguir luchando por lo que ella creía. Instalaron un club en la universidad para defender los derechos de las mujeres y participaban en protestas con frecuencia. Martina estaba orgullosa de todo eso porque sabía que era gracias a ella que algunas de las chicas habían salido de la oscuridad para contar los casos que habían sufrido tanto en la universidad como en la vida en general. Martina supo que debía seguir luchando luego de la universidad y lo tenía todo planeado para especializarse en estudios de género y combinarlo con si titulo en derecho. Iba a defender a las mujeres donde y como pudiera.

 Pero entonces algo pasó que cambió su visión de las cosas. Como suele pasar, los eventos traumáticos pueden tener efectos bastante fuertes y potentes en las personas. Para ella fue una violación. Las reuniones del club a veces acababan tarde y normalmente salían juntas hacia los paraderos de sus buses o a coger taxi. Sabían que no lo debían hacer solas tan tarde en la noche. Pero una de esas veces Martina simplemente hizo lo opuesto y se arrepiento para siempre. Un hombre había estado observándolas y evidentemente estaba en contra de sus actividades. Así que la siguió, la drogó con algo y la violó en una calle oscura por donde nadie nunca pasó sino hasta la mañana siguiente, cuando una ancianita dio la alarma y Martina fue llevada al hospital.

 Nunca nada de lo que había vivido había sido tan malo, tan horrible y tan difícil de entender. Ella sabía que los hombres podían ser difíciles pero no entendía, simplemente no podía comprender como alguien podría seguirla y luego hacerle lo que le hizo. El hombre cometió el error de hacerlo de nuevo, a otra chica del grupo pero en esa ocasión hubo testigos y lo atraparon en el callejón antes de que hiciera la peor parte. Lo enviaron a la cárcel y estaría allí por mucho tiempo. Pero para Martina era demasiado tarde. Cuando ya salió del hospital, tuvo un caso de depresión profunda y no salió de su casa en varios meses, lo que retrasó su sueño de graduarse y seguir estudiando.

 Su familia estaba en shock y no hacían mucho para ayudarla. Quién podía culparlos? Lo único que pudieron hacer fue enviarla a un hospital especializado para que se mejorara rápidamente. Pero el proceso fue lento y Martina estuvo internada un año y hay que decir que el tratamiento solo sirvió a medias. Si bien ella mejoró en estado de ánimo general y ya era capaz de hacer cosas y conversar e interactuar con otros, mostraba una agresividad especial hacia los hombres. No era que les hiciera nada sino que no hablaba con ellos y pedía que solo enfermeras mujeres y doctoras la atendieran. Lo mismo hacía con los demás internos. Nada de hombres. Cuando le dieron la salida, le explicaron esto a la familia y ellos, de nuevo, no supieron que hacer.

 Pero pronto se dieron cuenta que su nueva actitud no abarcaba a los dos hombres más cercanos a ella: su padre y su hermano. A ellos los trataba como siempre ye les confesó que era porque los conocía bien. Pero ir a un centro comercial o algo así era una tortura. Cuando terminó la carrera lo hizo por internet porque ir a clases era demasiado estresante para ella y peor sabiendo que la mayoría de profesores eran hombres. Ella se sentía muy mal porque sabía que no todos tenían la culpa de lo ocurrido pero no lo podía evitar. Le daba físico pánico compartir un ascensor o un automóvil con algún hombre y le causaba mucho estrés.

 Cuando obtuvo su diploma, se reunió con sus amigas del club y todas la apoyaron. Hicieron una pequeña reunión en su casa y allí ella se dio cuenta de que tenía amigas y había posibilidades de salir adelante. Todas ellas eran optimistas y le decían que era un mujer fuerte por haber aguantado algo tan horrible y que esa experiencia la haría más fuerte que nunca y la ayudaría a crecer más como persona para ayudar a otras mujeres en situaciones similares. Ella estaba feliz, por primera vez en mucho tiempo, porque sentía amor y apoyo por todas partes y eso era algo que parecía que nunca iba a tener allí encerrada en el hospital psiquiátrico.

 Pero entonces, la vida le lanzó otra bola curva que ella no esperaba y cambió su vida aún mas﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽o esperaba y cambinzuiatrico.ra algo que parecs similares. Ella estaba feliz, por primera vez en mucho tiempo, porque ás. Fue la primera vez que salía de noche y lo hizo con dos amigas que estuvieron todo el tiempo con ella. La situación había sido estresante por la presencia de hombres pero el alcohol había ayudado bastante. Cuando salieron, sus amigas se dieron cuenta que a uno le faltaba su celular y se devolvieron por él y entonces se desató una pelea y Martina se dio cuenta que era entre un hombre y una mujer. Discutían airadamente y el hombre le alzó la mano a la mujer y ella no dijo más y se alejaron caminado. Eso hizo que Martina los siguiera en silencio. Lo hizo por unas cuadras más hasta que llegaron a un parque y allí se reanudó la discusión y en un segundo el hombre golpeó a la mujer.

 Algo más allá de ella tomó posesión de su cuerpo y, cuando se dio cuenta, había tomado una piedra grande de un lado del camino del parque y se la había plantado en la cabeza al hombre. Y lo hizo una y otra y otra vez. Por un momento, el mundo parecía estar en pausa pero entonces la mujer gritó y salió corriendo gritando, pidiendo ayuda para su novio. Martina salió de su trance y corrió con la piedra en la mano. La echó en la basura frente a un edificio pero su mano seguía manchada de sangre. Volvió a casa y se encerró en su cuarto, entre borracha y asustada, por lo que había hecho. El hombre parecía muerto y ella lo había causado. Y, la verdad era, que se sentía bien por lo que había hecho.

 Del caso nunca se supo nada. Algo en algún periódico pero nada más. El tipo sí había muerto y Martina sufrió un cambio en ese momento. De pronto ya no tenía miedo de ningún hombre porque se había dado cuenta de que a los que se portaban mal con las mujeres se les podía someter de manera definitiva. No, en ningún momento tuvo lástima ni pensó en familias o familiares. Si tenían un miembro de la familia que se comportaba como un animal, lo mejor para ellos era que se fuera permanentemente. Martina se mudó a un apartamento sola y retomó sus estudios y consiguió trabajo y todos quedaron con la boca abierta por el cambio tan repentino.


 El hombre del parque no fue el único. Después siguieron más hasta que ella perdió la cuenta. Todos habían atentado contra la vida de alguna mujer y algunos, ella tenía pruebas, eran violadores que pensaban que nunca nadie se enteraría de sus crímenes. Pero Martina sabía y desde el segundo, siempre se encargaba de que supieran porque iban a morir. La mano nunca le tembló y seguiría haciéndolo porque creía, con fervor, que era lo correto.

viernes, 17 de abril de 2015

Fuerza

   El helicóptero aterrizó en la parte más alta de la muralla, que daba hacia el mar. Del aparato salió una mujer alta, blanca, vestida con una capa violeta y una corona de oro y diamantes. Los hombres que agachaban la cabeza a la vez que ella pasaba, eran diferentes a ella. Todos eran de piel negra y ojos verdes. Ninguno de ellos tenía pelo, mientras el de ella era largo y del color del sol. La mujer llegó al borde del muro y miró hacia la lejanía. Por las marcas en el arena se podía ver que el mar se había retirado algunos metros. Era posible que se estuviera retirando más porque las olas eran demasiado calmas.

-       - Que hacemos mi señora?
-       - Altura de la muralla?
-       - Cuarenta metros, señora.
-       - Estarán bien. Preparen los pisos más bajos para el impacto.

 Entonces pareció que el sonido hubiera dejado de existir porque todo quedó en absoluto silencio. La mujer miró hacia la costa y vio que el mar, en efecto, se había retirado. De hecho, casi el doble de lo que se había retirado antes. Y lejos, se veía un movimiento extraño, una sombra rara. Los hombres empezaron a correr alrededor, gritando ordenes y organizando cosas por todos lados.

 La ola se hizo visible pasados algunos segundos y barrió la playa con fuerza y gran altura. Afortunadamente cuando llegó a la muralla, no medía sino quince metros. La mujer pidió reportes de toda la muralla y de cómo había afectado la ola al reino. Se devolvió entonces al helicóptero, que despegó rápidamente y la llevó tierra adentro. Una hora después aterrizó de nuevo, esta vez en una saliente de una montaña. O al menos parecía una montaña pero en realidad era un palacio.

 La mujer entregó su capa y su corona a una asistente y entró a un gran salón circular con varias ventanas. Al lado de una de ellas, había un banco de seda y en él un hombre mirando a través del cristal. Tenía la tez negra como los hombres de la muralla pero él sí tenía pelo, corto. Sus ojos eran verdes como las algas y su traje de azul claro, combinando con el cuarto. Cuando los pasos de la mujer sonaron en el lugar, el hombre se dio vuelta y se dirigió hacia ella. La abrazó, la besó y la sostuvo en sus brazos por largo tiempo, sin decir nada. Era como si no necesitaran palabras para comunicarse. La mujer apretaba sus manos en la espalda del hombre, como tratando de jamás soltarse.

-       - Como estuvo?

 Ella exhaló y lo miró a los ojos. Una sonrisa se dibujó en su cara.

-       - Una ola no es suficiente para destruirnos.
-       - Como lo hicieron?
-       - Una de sus naves con carga llena. Malditos.

 La mujer tomó al hombre de la mano y lo llevó de vuelta al banco de seda, donde ambos se sentaron sin decir nada. Ella apretaba la mano del hombre y él la de ella. Se miraban y luego miraban por la ventana, por la que se veía un paisaje lleno de piedras y riscos y montes afilados. El palacio estaba alto pero a la vez oculto entre las rocas.

 De pronto, la joven ayudante que se había llevado la corona y la capa entró a la habitación y le hizo una venía a los dos. La joven era rubia y de ojos negros, con la figura de la verdadera belleza. Les contó a los dos que equipos del reino habían llegado al punto donde había caído la nave enemiga y la estaban investigando a detalle, para saber como habían hecho para utilizar una nave de carga común y corriente como un arma. Les dijo también que la muralla se había inundado en los primeros pisos pero no había muertos ni heridos. Después de otra venia, la mujer se retiró.

-       - Que vas a hacer?
-       - Nada.

 Esta vez el hombre se le quedó mirando, a pesar de que ella parecía fascinada con el atardecer que estaba ocurriendo afuera. Él exhaló y apretó la mano de la mujer. Luego la soltó y se puse de pie para irse. Ella siguió mirando por la ventana y se quedó sola, con sus pensamientos. Él quería que ella se vengara, que fuera por ellos y los castigara por dudar de ella. Pero la reina sabía que no podía ceder ante lo que los demás querían que hiciera. Había sido difícil que la aceptaran en el reino como la nueva gobernante y todavía existía quien dudaba de ella.

 La reina era hija bastarda del antiguo rey. Pero ella había sido su única hija. Con la reina anterior no tuvo ningún hijo porque ella no podía tener hijos. Él la amaba y por eso nunca le importó la falta de hijos. Adoptaron algunos de todos las regiones del reino, para compensar este anhelo natural. Fueron dos niños y una niña que hoy en día odiaban a la reina. La odiaban porque ella era el resultado de una noche de tragos de su madre, que había tenido relaciones con la cocinera del palacio. Esa era ella, la hija de una cocinera que hoy ya no estaba, habiendo muerto por una enfermedad hacía muchos años.

 La ley impedía que los hijos adoptados fuesen gobernantes pero no decía nada de los hijos bastardos. Siguió entonces una guerra civil: un grupo apoyaba a los adoptados y otro a la hija bastarda. Hubo muerte por un año entero antes de que ella misma decidiera detener los combates y sacrificar su posibilidad de reinar. Esta acción ganó el corazón de los ciudadanos y fueron ellos que forzaron al gobierno para darle el poder a la hija nunca reconocida. Los hijos adoptados dejaron el reino indignados y ella sabía, mirando por la ventana, que ellos tenían algo que ver con la ola asesina.

-       - Mamá?

 Un jovencito había entrado a la habitación. Tenía la tez morena y se lanzó hacia la reina apenas ella lo miró. Ambos se abrazaron con fuerza, sonriendo siempre. La mujer le daba besos al niño a la vez que él hacía caras, tratando de decirle algo a la mujer. Ella dejó que se apartara para verlo bien, mientras él le contaba con detalles un sueño que había tenido, en el que ella montaba un gran caballo blanco y su padre uno de los leones del desierto, aquellos de melena negra. Ella lo miraba fascinada, mientras el niño corría por todos lados recreando el sueño.

 El momento entre madre e hijo fue interrumpido por la asistente que dijo que tenía malas noticias. La nave que se había estrellado estaba cargada con explosivos y había matado a unas veinte personas que estaban investigando el evento. A pesar de ser un niño, el jovencito se quedó quieto y miró a su madre, cuyo rostro se volvió sombrío. Parecía que la rabia iba a brotar por su boca en cualquier momento pero la mujer solo agachó la cabeza y tomó una de las manos del niño.

-       Contacta al general. Dile que mande toda la ayuda necesaria. Hay que preparar funerales de Estado para todos esos hombres y mujeres. Murieron sin razón, tenemos que honrarlos.

 La asistente asintió y se retiró. La reina salió del cuarto, con el niño de la mano y caminaron juntos por un hermoso pasillo, lleno de frisos y mosaicos. El corredor terminaba en una puerta ricamente adornada. La mujer la abrió, cruzaron otro salón circular, este con varias puertas. Cruzaron otra más y llegaron a un cuarto lleno de personas alrededor de pantallas y diferentes tipos de máquinas.

 Había hombres y mujeres con uniformes de color rojo sangre, yendo y viniendo, confirmando órdenes y datos varios viniendo de todos los rincones del reino y de más lejos. Cuando vieron a la reina, agacharon la cabeza. Ella se acercó con su hijo a una de las pantallas, donde se veían los pedazos de nave por toda la playa.

-       - Confirmados los veinte muertos?
-       - Rescatamos algunos heridos. Parece que solo son doce los muertos.
-       - Excelente.

 Entonces se agachó y miró al niño con una sonrisa. Le pidió que fuera a su habitación y se quedara allí hasta que ella fuese para leerle su historia de todas las noches. Al salir, se cruzó el niño con su padre, quien lo alzó y lo besó, ante la mirada amable de todos en la habitación. Una vez el niño salió, la mujer se acercó a su marido y lo tomó de la mano de nuevo. Con lentitud, lo llevó hasta una mesa que era pantalla al mismo tiempo, mostrando los limites del reino. La muralla los protegía en sitios estratégicos pero no en todos lados. En el centro del mapa estaba el sello real, que indicaba el palacio.

-       - Estás segura?
-       - No. Pero no sé que más hacer.

 Una mujer vestida de rojo se acercó a la mesa y empezó a oprimir botones. La imagen hizo un acercamiento y se enfocó en un punto verde cerca al limite del reino.

-       - Mi señora, podemos seguir?


 Ella inhaló. Tenía frente a ella la decisión de destruir a sus hermanos adoptivos o no. Ellos habían tratado de matarla, la odiaban y querían verla muerta. Pero ella no los odiaba. Lo que detestaba era no entender porque todo había tenido que ser como era. Nadie nunca había pensado en como se sentía ella siento la hija ilegitima del rey, ni como dolió ver a sus amigos morir por defenderla. Pero había que ser fuerte y marcar su poder con acciones. Exhaló y miró a los ojos de su marido, pidiéndole consejo, sin decir palabra.