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viernes, 2 de septiembre de 2016

Poderes

   La pasarela elevada pasaba sobre los cinco depósitos de químicos de la fábrica. El primer en llegar fue Félix, que parecía no poder respirar y sin embargo corría todo lo que podía sin mirar atrás. Cuando estuvo encima del tercer tanque, se detuvo para ver si Marcos lo había seguido.

 En efecto, Marcos venían corriendo detrás pero lo malo era lo que venía detrás de él: era una criatura que helaba la sangre solo de verla. En apariencia era como una serpiente, solo que esta serpiente medía una docena de metros de largo y era gruesa como el tronco de un árbol. Subía por la escalerilla que daba acceso a la pasarela elevada con una habilidad que daba susto. Marcos corría lo más rápido que podía y le indicó a Félix que debía seguir su camino también o ambos serían comida de reptiles.

 La criatura se desenrolló en la pasarela flotante y con agilidad se deslizó por encima del frío metal que constituía la estructura de la especie de puente que unía un extremo al otro de la fábrica. Los de abajo eran químicos altamente corrosivos que se usaban para la creación de varios tipos de productos para la limpieza. Era un poco extraño que esa fuera la guarida de uno de los criminales más buscados por la policía pero así era. El hombre llamado la Sombra tenía su base de operaciones debajo de la estructura, en sótanos adecuados para sus actividades. Y allí también residía su mascota, la que ahora perseguía a Marcos y a Félix.

 En un momento, la criatura se enroscó en un mismo sitio y pegó un salto hacia delante, como un resorte. Félix ya había llegado al otro lado de la pasarela pero Marcos no podía correr tanto por una torcedura de tobillo que hacía que dada paso fuese un poco más difícil. Cuando la criatura saltó, le cayó muy cerca, tanto que la serpiente pudo lamerle la planta de uno de sus zapatos con su lengua bífida.

 Entonces la serpiente volvió a recoger para saltar de nuevo. Marcos había caído al suelo y no podía pararse, su pie estaba ya fracturado y sentía que se empezaba a hinchar. No había ya ninguna opción de escapatoria. Los ojos de la serpiente brillaron, contenta de haber podido atrapar al menos a uno de los hombres que estaban persiguiendo. Presionó su cuerpo sobre si mismo y volvió a saltar, dirigiendo su enorme cabeza hacia la Marcos, para tragarlo de un bocado.

 Pero la serpiente nunca cayó sobré él sino que frenó en la mitad del aire y quedó allí, congelada en el tiempo como un muñeco. Se notaba incomoda y su nerviosismo aumentó cuando en vez de estar sobre la pasarela, pasó a estar sobre uno de los tanques de químicos. Antes de caer, abrió los ojos y soltó un chillido horrible. Momentos después, su cuerpo se deshacía en un liquido de color verde esmeralda.

 Marcos respiraba deprisa. Había estado muy cerca de morir pero había visto como había pasado todo: era Félix quién había utilizado su capacidad mental para controlar a la serpiente y hacerla caer en el lugar equivocado. No hubo conversación ni felicitaciones ni nada parecido. Félix ayudó a Marcos a ponerse de pie y con sus poderes lo bajó de la pasarela flotante. Una vez abajo, se dirigieron al estacionamiento de la fábrica de donde robaron uno de los vehículos. Ya un poco lejos, escucharon una fuerte explosión. No se miraron ni dijeron nada pero ambos supusieron lo que era.

 Félix condujo por varias horas hasta llegar a un lugar en el que nadie los conociera. No podían quedarse en la ciudad pues era obvio que la Sombra iba a perseguirlos para vengar la muerte de su mascota y el descubrimiento de su guarida. Después de varias horas en la carretera, llegaron a un bosque tupido, lleno de pinos y eucaliptos y otros árboles enormes. A un lado de la carretera alquilaban cabinas en el bosque para las personas que venían a pescar y a cazar.

 La joven que los atendió estaba visiblemente aburrida pero pareció estar interesada por la ropa de los dos, pues estaba quemada en parte y olía mucho a químicos. Además, era evidente que no venían al bosque a pescar o cazar pues no se veía el equipo por ningún lado. De pronto era fugitivos o incluso una pareja en un arranque pasional. La chica pensó todo esto en un momento, mientras Félix firmaba el libro del hotel y pagaba por una semana de estadía de contado. Marcos se apoyaba sobre el mostrador: su tobillo estaba mucho más hinchado que antes.

 La chica les dio un mapa de los caminos y les indicó que su cabaña era la número diez, justo del otro lado del lago. Por el tobillo de Marcos, se demoraron tanto en caminar al lugar que la tarde cayó pronto sobre ellos y tuvieron que abrir la puerta del lugar a tientas. Lo bueno era que tenía luz eléctrica y agua caliente. Lo malo era que habían bichos, como hormigas y unas cucarachas pequeñas. Era lo mínimo que tendrían que soportar con tal de pasar algunos días fuera del radar.

 Félix ayudó a Marcos a entrar en la bañera que había en el cuarto de baño. Le había insistido que se quitara la ropa para estar más cómodo pero Marcos se había negado, subiéndose los pantalones y quitándose zapatos y medias y nada más. Así se metió a la bañera que Félix llenó de agua tibia. Dejó que flotara allí el tiempo que quisiera mientras él se quitó todo la ropa en la habitación y decidió salir al lago y nadar bajo la luz de la luna llena. Era algo muy liberador flotar por allí, bañarse en la más hermosa soledad, únicamente acompañado por la grandeza de la luna.

 Félix se dio cuenta al oír el chapoteo. Trató de salir de la bañera pero casi no pudo ponerse de pie para salir. No solo era difícil apoyar el tobillo hinchado sino que la ropa mojada ejercía un peso enorme sobre él. Para cuando fue capaz de salir, se resbaló sobre el borde de la bañera e hizo un desastre en el suelo. Félix lo encontró minutos después, empapado y con la mandíbula contra el piso, incapaz de moverse. Parecía un pescado ya atrapado por las redes.

 Félix tenía alrededor de su cuerpo una toalla bastante pequeña pues solo había una para cuerpo entero y la había traído para Marcos. Pero en vez de usarla, lo ayudó a sentarse y le dijo que debía quitarse la ropa y pasar más tiempo en la bañera o al menos quitársela para poder dormir tranquilo. Como Marcos no respondió al instante, Félix se le quedó mirando y con sus poderes arrancó la camiseta y los pantalones de su cuerpo. Quedó solo en los calzoncillos bancos que tenía puestos.

 Su cara se puso roja y después discutió con Félix por haberlo hecho a la fuerza pero este no se disculpó. Solo lo ayudó a ponerse de pie y lo ayudó a ir hasta la cama. Eran dos camas sencillas, una al lado de la otra. La de Marcos estaba de lado del baño, la de Félix al lado de la ventana. Félix se acostó mirando al techo, habiendo ya apagado la luz. Marcos solo podía dormir boca abajo pero no era una opción sencilla con el dolor de tobillo. Por eso se hizo de lado, mirando a su compañero.

 De la nada, le preguntó por sus poderes. Solo conocía a otra persona que podía hacer algo parecido y no era tan sorprendente como lo que él hacía. Félix respondió que había descubierto lo que podía hacer desde que era joven y que había aprendido en secreto a manipularlo. Marcos no entendió porque escondía sus poderes, a lo que Félix respondió que cualquiera que supiera mucho de ellos seguramente quisiera aprovecharlos para su propio beneficio.

 Marcos asintió en la oscuridad. Tenía la toalla bien apretada alrededor de su cuerpo. Estaba casi desnudo, con un tobillo hinchado, al lado de un tipo que había conocido hacía menos de un día. Por alguna razón, los dos habían estado en la guardia de Sombra al mismo tiempo. No habían hablado de las razones pero Marcos asumía que los dos querían destruirlo todo y destapar el imperio criminal de la Sombra.


 Pero eso era una suposición. En la oscuridad, se quedó mirando a Félix un buen rato, preguntándose por la verdad. Después de un rato le entró el sueño, a la vez que oía la respiración pausada de su compañero. Antes de caer en los brazos de Morfeo, tuvo una visión de los ojos de Félix. Era sorprendentemente parecido a los de la serpiente.

domingo, 26 de julio de 2015

Lo desconocido

   Lo que ellos vieron o no vieron fue materia de discusión por años y años. Al fin y al cabo, solo eran una pareja de amigos que viajaban de noche y, para muchos que escuchaban la historia, podría tratarse de un caso relacionado con el alcohol o las drogas. No habían sido personas de desconfiar ni nada parecido, pero es que la historia era tan increíble que no se sostenía de pie por si misma y era más fácil asumir que algo externo había tenido que ver en todo el asunto. Ellos contaron sus historia varias veces, tanto a la policía como a todo el que se sentara a escucharlos el tiempo suficiente. Pero después de un tiempo dejaron de hacerlo. No tenía más sentido tener que decir lo mismo una y otra vez si nunca les iban a creer ni media palabra.

 Años después, un tabloide sacó la noticia de que habíamos sido abducidos por extraterrestres. Ellos quisieron decir algo, para que la gente dejara de pensar que eran locos y que eran ellos los que inventaban semejantes historias pero se lo pensaron mejor y decidieron no hacerlo. Para qué volver a revivir el ridículo y  todos esos momentos donde los hacían sentirse del tamaño de una pulga. No, no valía la pena. La verdad solo vale la pena cuando le sirve a alguien de algo y lo cierto es que muchas veces no es así entonces todo el mundo prefiere ignorar lo que pasa. Con el tiempo, los dos amigos, unidos por el suceso que habían compartido, se enamoraron y se casaron. Pero eso nadie lo supo sino hasta tiempo después.

Fue cuando ya habían pasado unos diez años cuando Arturo empezó a sentirse mal. Se mareaba, algunas veces desmayándose por completo en sitios como la oficina o la cocina de la casa. Cuando Daniel llegaba del trabajo, lo encontraba allí tirado y pensaba que los males para ellos nunca iban a terminar. Muchas veces se preguntaron que era lo malo que habían hecho, que daño le habían causado a la gente? Era todo como una maldición. Arturo se sometió a exámenes que revelaron que no era cáncer ni nada parecido. Pero si encontraron algo en su pie un objeto que salía en las radiografías. Pero dijeron que era mejor no operar y que probablemente era grasa acumulada, algo muy normal.

 Cuando volvieron a casa, discutieron. A los dos, el suceso les había recordado lo vivido hacía años. Los nervios, la incertidumbre y todo lo demás. No era lo correcto tener que sentir miedo de esa manera y vivir así, al borde de la silla. Arturo pensaba que debían hablar con alguien, discutirlo y evitar que todo ello les carcomiera la mente. Pero Daniel no quería revivir nada del pasado y prefería que se quedara allí lejos, en un lugar donde no pudiera lastimarlos más. Se sentían débiles y cansados pero a la final Arturo le dijo a Daniel que si no se sacaban todo lo que tenían en sus mentes, siempre estaría corriendo de sí mismo y que así no se podía vivir. Así que Daniel aceptó hablar con alguien.

 Buscaron por todos lados un sicólogo que fuese competente pero que no tuviera nada que ver con fenómenos inexplicables. Querían alguien que les dijera la verdad y que fuese objetivo. Encontraron al doctor Warner, un hombre reconocido en su campo por ayudar a victimas de grandes desastres como las familia de varios accidente aéreos. El hombre parecía saber lo que decía e hicieron una cita. Ese día estaban muy nerviosos y cuando los hicieron pasar, las piernas les temblaban. Normalmente el doctor no hacía citas dobles, pero aceptó esa ocasión por tratarse de un caso especial. Lo primero que hizo el hombre fue indagar sobre su relación y ver si era tan fuerte como parecía. Lo comprobó rápidamente y siguieron a lo principal.

 El doctor prefirió que para esa parte, Daniel se retirara. Le iba a preguntar lo que recordaba de ese día y tener a alguien más allí podría influenciar un cambio de versión en alguno de los dos. Daniel se retiró y Arturo empezó su relato. Recordaba haber estado manejando, con la música casi a todo volumen. Daniel estaba en el asiento del copiloto y cantaba con el alguna canción de moda. En ese tiempo ya sentían algo de atracción el uno por el otro pero jamás lo habían discutido. Solo eran amigos y venían de acampar unos días en un parque nacional no muy lejos de la ciudad donde estaba su universidad. Daniel le dijo a Warner que todo era muy normal y que la carretera estaba perfecta pues no había casi automóviles.

 Después recuerda que la radio empezó a cambiar de estación sin ayuda de sus manos y que el reloj del automóvil también se volvió loco. Eran las once y media en punto, según recordó en su revisión. El automóvil se apagó a los pocos metros y no avanzaron más. De nuevo, no había ni un solo vehículo en la cercanía así que no había como pedir ayuda. Trataron de usar sus celulares pero ninguno servía, parecía que la zona era un punto negro para todo tipo de cosas eléctricas. Salieron del auto y mientras Arturo revisaba bajo el capó, Daniel intentaba comunicarse, también encendiendo la linterna que tenían, sacudiéndola pero sin éxito. Entonces sintieron algo extraño, cada uno donde estaba, sintió como si el tiempo se hubiese vuelto lento.

 Arturo recordó una luz que los envolvió y los cegó. Lo siguiente que recuerda es estar dentro de su vehículo, conduciendo de nuevo. Cuando cayó en cuenta de lo que hacía, frenó en seco y miró un indicador de la carretera que se veía con la luz de los faros. Si se le había de creer, había viajado unos quince kilómetros después de que se les apagara el auto pero no recordaba nada al respecto. Era como si ese pedazo de sus vidas les hubiese sido arrebatado. En lo que quedaba del camino, no hablaron más, a pesar de que su malestar era evidente. De hecho, Arturo recuerda que Daniel vomitó cuando lo dejó en su casa y el se sintió mareado toda esa noche y durmió mal.

 La entrevista de Warner con Daniel no fue muy diferente excepto en algunos puntos clave. Por ejemplo, Daniel recordaba lo mismo de haber estado escuchando música y cantando pero él sí recordaba algunos vehículos que los pasaron antes de que el vehículo se apagara. De hecho, recordaba haberle dicho a Arturo que deberían empujar el auto fuera de la carretera. Después, concordaban en lo del tiempo que iba más despacio y la luz. Pero Daniel tenía algo más que agregar antes de que aparecieran en el vehículo de nuevo. Según él, cuando la luz los rodeó, sintió una presencia que no era la de Arturo. Había algo más allí con ellos y recordar la sensación lo hizo sentirse muy incomodo.

 Concordaban en lo de la sensación de perdida del tiempo y cuando Arturo se detuvo y dijo lo de los quince kilómetros, Daniel confesó que nunca reflexionó mucho al respecto. Obviamente era algo extraño pero para él lo más raro de todo había sido esa sensación de sentir que alguien estaba con ellos en ese haz de luz. Daniel no recordaba haber vomitado al bajarse del automóvil pero sí dijo que se había sentido muy mal y que había tenido que tomar aire para calmar sus nervios

Las historias, en esencia, eran las mismas excepto por algunos detalles que daban cuenta de dos cosas: las prioridades de cada persona y la manera de ver el mundo de cada uno. Warner les explicó que es muy común que dos personas difieran un poco cuando experimentan exactamente el mismo suceso ya que las experiencias pasadas y la educación tienen un rol fundamental en la comprensión de lo que cada uno vive. Lo único que Warner no podía comprender era lo de la presencia que Daniel sintió y Arturo ni mencionó. Eso era algo distinto y trataron en varios días de llegar al punto de esa experiencia pero Daniel no sabía más. Ellos pidieron ser sometidos a hipnosis pero Warner les explicó que eso solo haría que su estado se volviese peor. Según él, la hipnosis solo empeoraba las cosas mezclando recuerdo e implantando ideas que no estaban en el cerebro antes. Pero algo tenían que hacer.

 No llegaron a saber que más se podría hacer porque, un día saliendo de la terapia, fueron asaltados por reporteros que les preguntaban si era cierto que estaban diciendo que habían sido raptados por extraterrestres. De nuevo, el pasado venía a acosarlos y la gente volvió a juzgarlos por cosas que ni siquiera habían dicho en público. Descubrieron que la secretaria de Warner había filtrado información y la denunciaron, ganando famosamente un caso que los sometió a la mirada del público que pudo ver lo quebrantados que ya estaban. Después del juicio, desaparecieron una vez más y ya nunca se supo de ellos. Unos decían que se los habían llevado definitivamente y otros que habían cometido suicidio.


 La realidad era que se habían ido a vivir lejos, a un pueblo pequeño donde nadie sabía nada de ellos. Trabajaron empleos simples y vivieron el resto de sus vidas más tranquilos que nunca, pero siempre preguntándose que era lo que habían vivido y porque era tan importante para la gente desacreditar lo que ellos decían. Era la verdad, su verdad al menos y ellos no tenían la culpa de que las cosas hubiesen pasado como lo hicieron. Sin embargo, Arturo y Daniel hablaron entre ellos de lo sucedido y compartieron su historia anónimamente por internet. Muchos les creyeron y eso les ayudó para cerrar un capitulo doloroso de su historia juntos.

martes, 30 de junio de 2015

Accidente al desnudo

   Sentí tan vergüenza, que salí corriendo a la sala y dejé la caja que le había venido a dejar sobre el sofá. Bajé las escaleras rápidamente y caminé hasta la parada del autobús como si no hubiera pasado nada. Pero la verdad era que no podía pensar en nadie más. Con Nicolás nos conocíamos hace mucho tiempo. Habíamos ido al colegio juntos, desde los doce años más o menos. Nunca habíamos sido amigos y él ni siquiera terminó sus estudios en ese mismo colegio, como sí lo hice yo. El se fue a otro país y no lo vería yo sino hasta mucho después, cuando me lo crucé por pura casualidad en el trabajo que había conseguido. Era muy raro encontrarme a un compañero del colegio así y todo se acababa de poner más raro entre nosotros hacía apenas unos minutos.

 Todo el camino a mi casa, pensé que debo tratar de cambiar mi manera de hacer las cosas. Como estaba apurado, usé la llave que el mismo me había dado para entrar a su casa y dejarle el paquete que tanto había estado esperando. Lo que yo sabía era que eran documentos muy importantes que él debía tener en casa y no en la oficina y que apenas llegasen se los debía llevar a su casa tan pronto como fuese posible. Y así lo hice, aprovechando para tomarme la tarde libre. Ahora me arrepentía de tener horas libres porque sabía que iba a seguir pensando en lo ocurrido y no era un pensamiento muy alegre en el momento. Bueno, no es que lo que pasó fuese algo tan trágico o fatal pero de todas maneras no es algo que yo hubiese pensado hacer un miércoles en la tarde.

 El caso es que, con llaves en mano, entré al lugar y me di cuenta que había música y pensé que seguramente él estaba allí y podía darle el paquete en persona. Era lo mejor porque así podría ver que era yo el que se lo había traído y podría notar mi dedicación al trabajo. Se sentía un poco raro, sobre todo por aquel asunto de haber ido al colegio juntos. Ahora él estaba sobre mi en cuanto a rangos y no debía decir nada al respecto. Pero en la escuela no era tan igual, tal vez porque éramos tan pequeños. Todavía no había nada popular o socialmente mejor que nadie. Creo que hablamos un par de veces e incluso se rió de algo que dije pero la verdad es que no lo recuerdo todo con claridad.

 Cuando entré, seguí a la habitación, siguiendo el sonido de la música. Me di cuenta que estaba en la ducha pero decidí no tocar porque seguramente lo hubiese asustado aún más al golpear la puerta. Decidí dar una vuelta por su habitación, esperando a terminara. Iba a hablar cuando cortara el flujo del agua pero no lo hice porque me distraje viendo las fotos que tenía en su habitación. Cuando me di cuenta, salió totalmente desnudo del baño, agua chorreando por todo su cuerpo y, por unos segundos, totalmente ignorante de que yo estaba allí. Luego él gritó, yo igual, dejé el paquete tirado en el sofá y eso fue todo lo que pasó.

 Al día siguiente, pensé que era posible que Nicolás no me hubiese reconocido. Tal vez ni siquiera sabía quien era yo y menos aún con el susto que se había pegado. Apenas nos volvimos a ver casi no me reconoció y fui yo quien le tuve que recordar quien era y de donde nos conocíamos. La verdad ese momento fue algo incomodo porque había gente oyendo y parecía como si yo estuviese desesperado por establecer una conexión con alguno de los que estaba a cargo. En ese momento el fingió recordar, porque yo sabía que en verdad no había recordado nada y lo habíamos dejado allí. Así que no hubiese sido para nada extraño si Nicolás no me hubiese reconocido en su casa y simplemente no fuera a decirme nada porque no sabía quien era.

 Al parecer tenía razón porque en todo el día siguiente no me llegué ningún mensaje ni me solicitaron en la oficina del jefe. Nada de nada. Así era mejor y no tenía sentido que pasase algo diferente. Seguramente ni se acordaba de mi y era mejor dejarlo así. De vuelta a casa esa tarde, me vi pensando en su cuerpo desnudo de nuevo y me di cuenta de que mi jefe era un hombre bastante guapo. Ahora que ya no había peligro de que supiera que había sido yo el imprudente que había estado parado en su cuarto como una lámpara, podía recordar el momento como uno en el que vi a un hombre desnudo y nada más. Así era mejor, dejarlo como una anécdota chistosa, dejando por fuera el detalle de que ese era mi jefe.

 Él siempre había sido muy blanco, como la leche. Yo recordaba que cuando pequeño algo había mencionado de que uno de sus padres era de Europa del Este. Sin embargo, tenía un cuerpo bastante bien cuidado pero no marcado ni nada de esas tontería que ahora se consideraban atractivas. Era el cuerpo como de un modelo de aquellos que usaban en la antigüedad. Algo por estilo… Ahora me doy cuenta que pienso en él como si fuera una figura de mármol y me da risa, un David moderno. La verdad es que el David es más corpulento y Nicolás no lo es para nada. De hecho es un poco flacucho pero lo suficientemente atractivo para seguir en mi mente. Porque no dejaba de pensar en lo mismo?

 Bueno, y de sus partes intimas prefiero no hablar. Pero lo vi todo y debo decir que cumplen con la normativa. Es decir, todo es del tamaño reglamentario. No es un actor porno o algo por el estilo pero tampoco es un fenómeno de la naturaleza por lo contrario. Creo que algo así es lo que quiero decir… En todo caso, vi todo por tan solo unos segundos antes de que saliera corriendo, casi tumbándolo a él porque bloqueaba la puerta de salida de la habitación. Llegando a mi casa ese jueves todavía pensaba en él y creo que lo hice incluso antes de quedarme dormido. Era lo más emocionante que me había pasado en días recientes.

 El viernes en la mañana hubo reunión de todo los departamentos en el trabajo y tuve que asistir porque era uno de los encargados de uno de los pequeños proyectos que tenía la firma. Fue la primera vez que veía a Nicolás desde lo sucedido. Como lo imaginé y supuse, él no me miró ni una sola vez y parecía tan calmado como siempre. Esa era la prueba que necesitaba para darme cuenta de que él no me reconocía y que todo podía seguir adelante sin novedades. Tomé las notas pertinentes en la reunión y apenas salimos incluso me atreví a saludarlo y él hizo lo mismo con total candidez y naturalidad. Me fui a mi puesto de trabajo decidido a dejar el incidente atrás y solo preocuparme por lo que necesitaba de mi atención en ese momento.

 Ya casi a la hora de salir, Nicolás pidió verme.  Debo admitir que el corazón me dio un vuelco pero su secretaria agregó que era para aclarar uno de los puntos del trabajo asignado a mi en la reunión, así que me relajé una vez más y marché a su oficina con celeridad. Allí, hablamos como siempre lo hacíamos en el trabajo e incluso nos reímos de alguna anotación graciosa que hice. Cuando terminamos, me di cuenta que la mayoría de la gente ya se había ido y él se disculpó por hacerme quedar más tiempo. Le dije que no había problema y que el bus siempre pasaba a lo que él respondió que podía llevarme a mi casa si yo quisiera. Lo pensé un segundo pero luego un trueno en el exterior me hizo decir que sí.

 En el auto de Nicolás, que era negro y nuevo, me sentía un poco incomodo pero más porque era extraño que un jefe llevara a un empleado a su casa. Pero había aceptado porque no quería una gripe justo antes de la temporada de vacaciones. Charlamos un poco en el camino pero no mucho y fue solo cuando faltaron unas calles para llegar a mi casa que me di cuenta que en el asiento trasero del coche había una caja, la misma que yo le había dejado a él en el sofá el día que lo había visto desnudo. Fingí que no había visto nada y lo dirigí para dejarme en mi casa. Cuando se detuvo le agradecí pero entonces Nicolás preguntó si había sido yo el que había llevado el paquete a su casa.

 Parece que sí me vio mirar la caja. Así que le respondí que sí y antes de nada más me disculpé eternamente por haber entrado así y por haberlo visto desnudo y por salir corriendo. Sentía mucha vergüenza y solamente podía pedirle disculpas y decirle que pensaba que no me había reconocido. Para mi sorpresa, Nicolás rió y casi no pudo parar. Cuando lo hizo, me dijo que sabía muy bien como era yo y que todo el tiempo supo que había sido yo el que había ido a su casa pero había decidido no decir nada pero ahora el tema había salido a la luz y que mejor que discutirlo como dos hombres adultos. Yo solo asentí, sin más.

  Entonces Nicolás me empezó a contar de un día que, después de educación física, todos nos habíamos bañado en las duchas del colegio. Era de las pocas veces que se usaban y todas tenían puerta y demás. Entonces él confesó que había salido de último del campo de juego y no sabía que ducha estaba vacía y abrió una y estaba ocupada pero la cerró antes de que la persona se diera cuenta. Según él, esa persona había sido yo. Quedé con la boca abierta y le pregunté que si la historia era real y el solo se encogió de hombros y sonrió. Yo me reí.


 Desde entonces hablamos más seguido y nos hicimos buenos amigos. Pero lo que pasó después, es cosa de otro relato.