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martes, 26 de enero de 2016

Una vez

   Pude sentir que me miraba directamente a los ojos en la oscuridad de la habitación. Pero por primera vez, no sentí que fuese una mirada inquisitiva o una mirada que tratara de sacar provecho de algo. Tampoco buscaba juzgar y tampoco quería solo estar ahí, de observador pasivo. Era una mirada suave, que se reforzaba con su suave tacto sobre mi cuerpo. Estábamos de lado y solo nos mirábamos. No me sentía incomodo como en muchas otras ocasiones, no tenía ganas de reírme o de salir corriendo, solo estaba allí disfrutaba de ese momento tan particular pero tan único.

 Entonces nos volvimos a besar y fue como si todo comenzara de nuevo, de alguna manera, pues pude sentir esa pasión en su manera de besar y en como su mano me cogía con fuerza, como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer en cualquier momento. Y la verdad es que no lo pudo juzgar por ese miedo porque las posibilidades de que lo hicieran siempre habían sido altas y, siendo sincero conmigo mismo, todavía existían. Sin embargo, sus besos bajaban esas defensas que por años habían sido pulidas y habían hecho tan bien su trabajo.

 No volvimos a lo mismo porque estábamos cansados. Esa primera vez había sido muy intensa y, hay que decirlo, muy satisfactoria. Llevábamos ya horas en esa habitación de hotel y teníamos medio día más del día siguiente antes de tener que volver a nuestros respectivos hogares. Era extraño, porque veníamos de la misma ciudad pero no compartiríamos vuelo de vuelta. Nos separaríamos en el aeropuerto como en las películas de antes.

  Pero yo no pensaba en eso mientras estaba en la cama con él, mientras sentía ese olor que años antes ya conocía. Debo decir que lo más placentero para mi era simplemente abrazarlo, sentir todo su cuerpo contra el mío, su respiración y los latidos de su corazón. Eso me daba una dimensión entera de alguien más, algo que no había sentido en mucho tiempo y que me cambiaba por completo el panorama de la vida que tenía metido en la cabeza. Solo hundí la cabeza en él y me empecé a quedar dormido, casi al instante.

 En ese momento, sin embargo, recuerdo que él dijo algunas palabras. Era lo primero que decía desde que habíamos estado en el restaurante del hotel, comiendo y bebiendo. Lamento mucho en este momento no saber que fue lo que dijo. No sé ni una sola de las palabras y sé que me perdí de algo especial, no creo que hubiese dicho algo fuera de tono, algo fuera de ese momento que yo sabía era muy especial para mí y también para él. Solo recuerdo sentir el calor de su cuerpo y sentirme casi mecido por el placer y un poco por el alcohol que habíamos consumido, que no había sido mucho sino la cantidad justa.

 Nos habíamos movido al pasar la noche. Yo estaba ahora boca abajo y él se había recostado parcialmente sobre mi. Y la verdad era que me sentía muy cómodo con eso. Sentía sus pies enredados con los míos, sus piernas que era un poco más largas que las mías, por lo que él estaba casi en posición fetal y yo estaba completamente estirado. Una de sus manos estaba sobre mi cuerpo y tuve mil pensamientos al mismo tiempo, desde la ternura hasta la vergüenza. Todo eso me pasó por la cabeza en un momento pero no me moví ni hice nada para dejar de sentirlo.

 Fue cuando sonó el teléfono de la habitación que fingí despertarme justo entonces, cuando llevaba ya varios minutos de pensar y pensar. Descolgué el aparato y era la mujer del hotel preguntando si también deseaba servicio a la habitación esa mañana. Yo no sabía de que hablaba entonces le dije que sí. No era mi habitación y por lo visto ella no sabía bien quién se quedaba allí porque mi voz no era como la de él. No se parecían en nada. Él decía que uno siempre oye las voces de los demás mejor pero de todas maneras yo sabía que la suya me gustaba más que la mía.

 Como lo vi despierto le conté de la llamada y él sonrió. Nos besamos de nuevo y esta vez se sintió diferente pero no menos cómodo. Sentí algo extraño, como si lleváramos años en esa habitación y esa no fuera nuestra primer noche juntos sino solo una de toda una vida. Fue perfecto hasta que tocaron a la puerta y tuve que esconderme en el baño pues la política del hotel era estricta. Él solo se puso mis bóxer y abrió a la joven que traía el desayuno. Él le agradeció y ella se fue en menos de un minuto.

 Entonces él me miró, yo apoyado contra el marco de la puerta del baño, y me dijo que me veía como una estatua griega. Yo no reí. Solo esbocé una sonrisa, me sonrojó y me acerqué a la cama. Esos comentarios no eran algo a lo que yo estuviera acostumbrado y fue la primera vez que me sentí incómodo con él. No me gustaban esos halagos salidos de la nada, llevaba una vida en la que nunca me había creído ninguno y para mi significaban solo las ganas de sacar algo de mí. Y eso no me gustaba para nada.

 Empezamos a comer y pronto olvidé sus palabras. Compartimos los huevos revueltos, el jugo de naranja recién exprimido, el jamón ahumado y el tocino. Había también quesos y pan con pequeñas mermeladas y mantequillas. No me había dado cuenta del hambre que da tener relaciones sexuales. Es algo muy cómico cuando uno lo piensa. Creo que comí más que él y estuve a punto de avergonzarme otra vez cuando él me abrazó y me dijo que era suave y que quería ducharse conmigo, lo que hicimos durante varios minutos.

 Nos cambiamos y, como era domingo, ya no había conferencia a la cual asistir ni ninguna responsabilidad con nuestros trabajos. Solo estábamos nosotros entonces decidimos ir juntos al zoológico de la ciudad. En parte, él ,e había dicho que había visto muchas fotografías del lugar y que le gustaban los zoológicos a pesar de saber que los animales eran mucho más felices en libertad. Era una contradicción que tenía dentro de sí, pues odiaba el maltrato y la tristeza. Terminó diciéndome que si hubiese elegido otro camino en la vida seguramente habría hecho algo con animales, como ser veterinario o algo por el estilo.

 En esa caminata al zoológico aprendí mucho de él pues se puso a hablar y entonces sentí que éramos viejos amigos, cuando nunca lo habíamos sido. Sentí que nos teníamos una confianza enorme, que nos estábamos confesando de alguna manera, así fuese él el único que en verdad lo hiciese. Era todo muy extraño, pues a él lo recordaba de una forma tan diferente a como lo veía ahora que se sentía extraño estar allí, como si nada del pasado jamás hubiese pasado, como si la noche anterior sus cuerpos no hubiesen estado en éxtasis al mismo tiempo.

 Después de pagar las entradas, pasaron por la zona de los pájaros a los cuales les tomaron varias fotografías. Después de ellos estaban los reptiles y anfibios y se notaba que a él no le gustaban nada las serpientes mientras que a mi siempre me habían parecido tan interesantes. Estos roles se cambiaron en la casa de los insectos, donde yo caminé lejos de las vitrinas y él me iba describiendo las criaturas. Hubo risas y silencios todo el tiempo, y creo que nos tomamos de la mano una que otra vez. Pero no me fijé.

 En los pingüinos nos quedamos varios minutos, creándoles historias y viéndolos ir y venir con ese caminar tan particular.  Habían leones y tigres, que nos ignoraron totalmente, también elefantes, hipopótamos y un rinoceronte muy solitario al que planeamos liberar en nuestras mentes. Lo alejé de allí, esta vez muy consciente de haberlo tomado de la mano, llevándolo hacia una banca que estaba al lado de un árbol enorme del que se alimentaban las jirafas que vivían justo en frente.

 Mientras uno de los animales comía, solo lo mirábamos, todavía tomados de las manos. Entonces, de la nada, él me preguntó que pasaría cuando volviéramos. Como si yo tuviese la respuesta. Le dije que había que ser prácticos y afrontar que nuestras responsabilidades, o más bien las suyas, impedían cualquier encuentro futuro. Yo le aclaré que jamás podría ser una persona en las sombras y él me apretó ligeramente la mano, como aceptándolo. Me dijo que quería decirme algo, pero que sentía que me conocía y que de todas maneras ya me lo había dicho la noche anterior. Yo no insistí.

 Esa noche viajamos juntos en taxi al aeropuerto. Ninguno ayudó al otro con el equipaje, que solo era una pieza de mano por cada uno. No nos tomamos de la mano ni nos dimos un beso. No hubo casi nada, solo un café en el que reinaron los silencios y las miradas que trataban de no ser comprometedoras pero fallaban monumentalmente. Al final, cuando yo salía primero y él tenía que esperar un tiempo más a su vuelo, tuvimos que abrazarnos. La verdad es que quise llorar porque todo en mi interior carecía de sentido. No quise que me viera así pero entonces, al separarnos, vi una sola lagrima caer de sus ojos. Nos miramos una última vez y entonces nos separamos.


 Todo sigue igual que en ese momento. Y no sé que hacer.

martes, 27 de octubre de 2015

Cosa de una noche

  Todo había ido bien hasta que decidió recostarse en mi pecho. Me abrazó con suavidad y se quedó ahí, con los ojos cerrados, como si no fuera moverse de ahí nunca más en su vida. Sinceramente, eso me asustó. Yo estaba listo para decirle que ya podía irse he incluso había revisado el horario de los buses para decirle cual le servía y en donde podía tomarlo para que llegase pronto a su casa. Pero no, él decidió recostarse en mi pecho y quedarse ahí toda la noche. Por un buen rato, quedé como de piedra y no me movía, como si hubiesen hecha miel por todos lados y no quisiera untarme pero pasado un tiempo tuve que relajarme y acomodarme como mejor pude para dormir. Él parecía auténticamente dormido y solo ajustó su cuerpo cuando me moví.

 Al otro día, me di cuenta que había dormido más de la cuenta. Era sábado, así que no importaba, pero no me gustaba dormir demasiado porque después el día parecía ser demasiado corto. Él ya no estaba recostado en mi pecho y lo agradecí. Me desperecé y salí de la cama al baño, a lavarme la cara y verme en el espejo. Se me notaban las cervezas y el estomago me gruñía como un perro por haber tomado, además, esa botella de vino. Esperaba que no me hiciese daño, como ya había pasado, porque planeaba un sábado familiar y no podía decepcionar a nadie al no ir. Decidí ducharme de una vez para estar listo más rápidamente. Allí dentro borré el recuerdo del hombre dormido en mi pecho y solo pensé en que había sido una buena noche, tal y como había querido.

 Normalmente yo no hacía nada los viernes por la noche. Había ocasiones en las que mis amigas me invitaban a tomar algo o a bailar pero no era algo muy frecuente pues ellas también tenían sus vidas, parejas y familias y otros amigos y no podía ser algo de todas las semanas. Así que de resto, era solo yo viendo y tomando cervezas que me ayudaban a dormir después de una semana de trabajo en la que seguramente el sueño había sido escaso. Pero ese viernes me entraron ganas de hacer más cosas y, por internet, di con ese personaje, con el que ya había salido hacía mucho tiempo pero que solo quería ver una vez más y no precisamente para recordar los viejos tiempos. Podía haber sido un error.

 Cuando salí de la ducha, me sequé rápidamente y dejé la toalla de lado para elegir la ropa que me iba a poner. Estaba concentrado eligiendo los calzoncillos cuando pegué un grito digno de una princesa de cuentos al ver por el rabillo del ojo que Juan, el que se había quedado dormido sobre mi pecho, había entrado a la habitación con una bandeja llena de cosas para comer. El grito no lo escuchó o fingió no escucharlo. Yo automáticamente tomé la toalla y me cubrí. Este sí que le pareció gracioso e hizo un comentario, que ahora no recuerdo cual es pero algo tenía que ver con lo que había cubierto.

 Le pregunté porque no se había ido a casa y me contestó, todavía sonriendo, que había querido darme un sorpresa al prepararme el desayuno. Me pasó la bandeja y vi que había ido a la panadería a comprar cosas porque mi cocina estaba más bien vacía. Lo miré a los ojos y no podía decirle otra cosa que no fuese gracias. Le dije que me tenía que preparar para salir con mi familia a lo que él respondió, sin pensarlo al parecer, preguntando si podía ir. Por un momento no dije nada, pensando que se iba a dar cuenta de su propio error pero como no dijo nada le contesté que no podía llevar a nadie. Para darle gusto, me tomé el jugo de naranja y me comí un pan con chocolate que había en un platito. Le dije que el resto me lo comería luego pero que primero necesitaba que fuese a casa.

 Por lo visto, él lo tomó como preocupación mía por él y por eso me hizo caso. Es obvio que yo no tenía la menor preocupación por él sino de él pues tenía miedo que pudiese forzar su presencia en un evento familiar como el que iba a tener. Apenas salió de mi apartamento, cerré la puerta con fuerza y me arrepentí de mis arranques nocturnos. Además porqué había tenido que ser él? Aunque, recordando el pasado, yo no recordaba que él fuese un personaje tan obsesivo y francamente de miedo. Debía de haber sido algo que había pasado en el tiempo que no nos habíamos visto, que habían sido varios años. Seguramente alguna experiencia lo había cambiado o se estaba haciendo el loco. Quién sabe?

 Yo terminé de vestirme, comí las tostadas que Juan había hecho y salí de mi casa pues estaba con el tiempo justo. La celebración era el cumpleaños de mi abuela, la única de su generación que nos quedaba en la familia. Obviamente era algo que celebrar, más aún cuando en su vida ella no había celebrado mucho que digamos su cumpleaños. Su familia era humilde y no tenían para esas cosas, además que en el pasado solo los ricos se preocupaban por cumplir años, los pobres tenían mejores cosas que pensar que esas. Así que ella estaba entre entretenida y amargada, pues la idea era confusa en su mente y no era para menos si de ochenta cumpleaños solo te han celebrado una cuarta parte o menos.

 Hubo torta, hubo mucha comida y todo se hizo en un espacio alquilado por uno de mis tíos, una finca hermosa con el prado salvaje y perros corriendo por un lado y otro e incluso algunos animales de granja. La idea era darle un toque del campo, así fuera la parte más comercial de este. Yo comí y la pasé bien pero a cada rato, exactamente cada hora, recibía un mensaje de voz en mi celular de Juan. Me deseaba buen día y buena suerte en todos pero también agregaba comentarios más privados, los cuales yo trataba de escuchar alejado del resto de mis familiares. Hubiera sido bastante particular si oyeran algunos de los comentarios de Juan.

 Mientras comíamos y demás, y después de recibir otro mensaje con línea para adultos, me puse a pensar en él y traté de entender que era lo que pasaba. Sería que en serio yo le gustaba? Pero desde cuando? Cuando salimos hace años él no mostró tanto interés y la verdad era que yo no estaba nada acostumbrado a este nivel de atención. Que no era el mejor tipo de halagarme, es cierto, pero era mucho más de lo que yo recibía normalmente de los hombres, con lo que salía y con los que no. Mucha gente cree que por tratarse de hombres que salen con hombres las cosas son más sensibles y la verdad es que no. Normalmente no tengo que decir “Vete de mi casa” ya que cuando lo pienso ya lo están haciendo. Es en parte lo que no me gusta de todo el asunto.

 A veces esas caricias, esos besos y hasta el sexo mismo se siente artificial, como que no hay nada detrás de todo eso, que todo es una actuación espectacular de dos actores que han decidido compartir una genial obra entre los dos. Se pasa bueno, claro que sí. Pero también se siente muy vacío a veces y puede llegar a cansar. Además, no estoy acostumbrado porque nadie nunca me había dicho lo que él me decía y por eso es que ese día escuché los mensajes completos, así me fastidiaran un poco. Es extraño pero me sentía extrañamente bien de oír su voz, así supiera que si seguían las cosas igual tendría que detenerlo para explicarle que yo relaciones sentimentales, no busco con nadie.

 El día con mi familia fue simplemente espectacular. Vi a muchas personas que no veía hace muchos años y pude pasar el tiempo con mis hermanos y mis padres, que veo seguido pero que no me canso de ver. Además jugué con los perros y hablé con mi abuela junto a los animales. Allí me contó que todo le parecía muy gracioso, pues ella jamás había tenido dinero para tener tantos animales en un mismo sitio, aunque los hubiese tenido de haber podido. Pero ella apreciaba el gesto y yo aprecié que me contara eso y más confidencia de su vida que debí guardar mejor porque mi memoria es débil y son historias dignas de contar, ya sea en un libro o una película o en lo que sea.


 Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue quitarme la ropa y cepillarme los dientes. Era tarde y la verdad estaba cansado, sin hambre, solo con unas ganas increíbles de estar en la cama y dormir. Me metí entre las sabanas y me acomodé de la manera que más me gustaba pero entonces me di cuenta de algo y no me pude dormir al instante. Tuve que tomar mi celular y escribir un poco porque sabía lo que necesitaba. No pasaron veinte minutos y llegó él. Nos acostamos en la cama y lo abracé. No quería saber lo que pasaría luego o si era un error. Era lo que necesitaba en ese momento y no creo que eso sea algo malo. Sus pies estaban tibios y le besé la nuca a Juan antes de quedarme dormido.

martes, 22 de septiembre de 2015

Amor

   Lo mejor del fin de semana era poder amanecer abrazado a él, teniéndolo entre los brazos como si hubiera la necesidad de sostenerlo así para que durmiera bien. Todas las mañanas, lo primero que hacía era sentir su cuerpo y eso me daba algo de alegría, me hacía sonreír y me hacía sentir más vivo que nada más que pudiese pasar. Él, normalmente, se daba la vuelta y así nos dábamos un beso y nos abrazábamos para dormir un rato más. Ese rato podía durar entre unos diez minutos y varias horas más, dependiendo de lo cansados que estuviésemos ese día. Al despertar de nuevo, siempre nos besábamos y luego hacíamos el amor con toda la pasión del caso. Era perfecto y se sentía mejor que nada que hubiese en el mundo. Ambos terminábamos felices, con sendas sonrisas en la cara.

 A veces decidíamos quedarnos en la cama un buen rato, abrazándonos. A veces hablábamos y otras veces solo dormíamos más. Eso no cambiaba jamás y la verdad era algo que toda la semana yo esperaba con ansia. Poder estar con la persona que había elegido para compartir mi vida y simplemente tener su aroma junto a mi todo el tiempo. Nos turnábamos las mañanas de los fines de semana para hacer el desayuno. Si me tocaba a mi, hacía unos panqueques deliciosos con frutas y mucha miel de maple. Si le tocaba a él, le encantaba hacer huevos revueltos y a veces algo de tocino. No pareciera que le gustara tanto la comida grasosa ya que tenía una figura delgada y por ningún lado se le notaba el tocino que le fascinaba.

 Ese desayuno tenía lugar, normalmente, hacia la una de la tarde. Y nos tomábamos el tiempo de hacerlo mientras conversábamos. Hablábamos de nuestras respectivas semanas en el trabajo, de chismes o noticias nuevas de amigos y amigas y de nuestras familias. Mientras uno de nosotros cocinaba, el otro escuchaba con atención o hablaba como perdido desde una de las sillas del comedor. Esa era nuestra tradición, así como la de comer en ropa interior que era como dormíamos juntos. A veces incluso lo hacíamos desnudos, pero él cerraba las cortinas temeroso de que alguien nos viera, cosa difícil pues vivíamos en un piso doce. El caso era que siempre era lo mismo pero con variaciones entonces nunca nos aburríamos, aún menos con lo que enamorados que estábamos.

 Si había un fin de semana de tres días lo normal era que ese tercer día hiciésemos algo completamente distinto. Podía ser que fuéramos a la casa de alguna de nuestras madres a desayunar o que pidiéramos algún domicilio que casi nunca pedíamos. Había festivos que no nos movíamos de la cama y solo nos asegurábamos de tener la cocina bien llena de cosas para comer y beber. No nos complicábamos la vida y no se la complicábamos a nadie más. Ese apartamento era nuestro pequeño paraíso y tuvo un rol significativo en mi vida.

 Los demás días, trabajábamos. No eran los mejores pues a veces yo llegaba tarde o a veces lo hacía él. No podíamos cenar juntos siempre y a veces teníamos pequeñas peleas porque estábamos irritables y nos poníamos de un humor del que nadie quisiera saber nada. Era muy cómico a veces como se desarrollaban esas discusiones, pues la gran mayoría de las veces sucedían por estupideces. Eso sí, siempre y sin faltar un solo día, nos íbamos a dormir juntos y abrazados. Jamás ocurrió que lo echara de la cama o que él se rehusara a tenerme como compañero de sueño. No, nos queríamos demasiado y si eso hubiese pasado sin duda hubiese significado el fin de nuestro amor incondicional, que desde que había nacido había sido fuerte, como si hubiese sido construido con el más fuerte de los metales.

 Los mejores momentos, sin duda, eran las vacaciones. Siempre las planeábamos al detalle y no podíamos pagar cosas muy buenas porque, menos mal, nuestros trabajos pagaban muy bien. Íbamos a hoteles cinco estrellas, con todo lo que un hotel puede ofrecer, fuese cerca de un lago o al lado del mar. Viajábamos dentro y fuera del país y siempre recordábamos enviar al menos un par de fotos para nuestras familias. Éramos felices y algo curioso que hacíamos siempre que nos íbamos de viaje era tomarnos las manos. Era como si no quisiéramos perdernos el uno del otro y manteníamos así por horas y horas, hasta que las manos estuviesen muy sudadas o adoloridas de apretar para apurar el paso o algo por el estilo. Era nuestra idea de protección.

 En vacaciones, teníamos siempre más sexo de lo normal y recordábamos así como había empezado nuestra relación. Había iniciado como algo casual, como algo que no debía durar más allá de un par de semanas, pero sin embargo duró y duró y duró. Nos dejábamos de ver cierta cantidad de días y luego, cuando nos veíamos de nuevo, éramos como conejos. Puede sonar un poco gráfico pero las cosas hay que decirlas como son. En todo caso, se fue creando un lazo especial que ninguno de los dos quiso al comienzo. Pero ahí estaba y con el tiempo se hizo más fuerte y más vinculante. Desde el día que lo conocí hasta que decidimos tener algo serio, pasaron unos dos años.

 Él siempre fue un caballero. Es raro decirlo pero lo era. En ciertas cosas era muy tradicional, como si tuviese veinte años más y en otras parecía un jovencito, un niño desesperado por jugar o por hacer o por no parar nunca de vivir. Era como un remolino a veces y eso me gustaba a pesar de que yo no era así ni por equivocación. Yo le dejé claro, varias veces, que no éramos compatibles en ese sentido, que yo no sentía ese afán por estar haciendo y deshaciendo, por estar moviendo como un resorte por  todo el mundo. Pero a él eso nunca le importó y, el día que me dijo que estaba enamorado, sus lagrimas silenciosas me dijeron todo lo que yo quería saber.

 Estuvimos saliendo casi el mismo tiempo que duramos teniendo sexo casual y viéndonos cada mucho tiempo. Después, no nos separaba nadie. Íbamos a fiestas juntos, a reuniones familiares, a todo lo que se pudiese ir con una pareja. Siempre de la mano y siempre contentos pues así era como estábamos. Otra gente se notaba que tenía que esforzarse para mantener una fachada de felicidad y de bienestar. Nosotros jamás hicimos eso pues lo sentíamos todo de verdad. Nos sentíamos atraídos mutuamente tanto a nivel físico como emocional e intelectual. Aunque todo había nacido tan casualmente, compartíamos cada pedacito de nuestras vidas y supongo que esas fueron las fundaciones para que nuestra relación creciera y se hiciese tan fuerte con el tiempo.

Cuando nos mudamos a un mismo hogar, sentí que mi mundo nunca iba a ser igual. No puedo negar que tuve algo de miedo. No sabía que esperar ni que hacer en ciertas situaciones, principalmente porque jamás había compartido un lugar con una persona que significara tanto para mi. Pero todo fue encontrando su sitio y después de un tiempo éramos como cualquier otra pareja que hubiese estado junta por tanto tiempo. No se necesitó de mucho para que cada uno aprendiera las costumbres y manías del otro. Algunas cosas eran divertidas, otras no tanto, pero siempre encontramos la manera de coexistir, más que todo por ese amor que nos teníamos el uno al otro.

 Es extraño, pero jamás pensamos que nada fuese a cambiar, que esos fines de semana fuesen a cambiar nunca, ni que nuestra manera de dormir se fuese a ver alterada jamás. Supongo que a veces uno está tan de cabeza en algo bueno, algo que por fin es ideal como siempre se quiso, que no se da cuenta que el mundo sigue siendo mundo y que no todo es ideal como uno quisiera. Había días que yo tenía problemas, de los de siempre que  tenían que ver con mi cabeza y mi vida pasada. Era difícil porque él no entendía pero cuando entendió fue la mejor persona del mundo, lo mismo cuando sus padres murieron de manera repentina. Tuve que ser su salvavidas y lo hice como mejor pude.

 Pero nada de eso nos podía alistar para lo que se venía. Cuando me llamaron a la casa avisándome, no les quería creer pero el afán de saber si era cierto me sacó de casa y me hizo correr como loco, manejar como si al otro día se fuese a acabar el mundo. Cuando llegué al hospital, y después de buscar como loco, lo encontré en una cama golpeado y apenas respirando. Lo que le habían hecho no tenía nombre. Quise gritar y llorar pero no pude porque sabía que él me estaba escuchando y que podía sentir lo que yo sentía. Entonces le ahorré ese sentimiento y lo único que hice fue cuidarlo, como siempre y al mismo tiempo como jamás lo había cuidado. Después de semanas lo llevé a casa y lo cuidé allí.


  Todo cambió pero no me importó porque lo único que quería era recuperarlo, era tenerlo conmigo para siempre. Él estaba débil pero podía hablar y decirme que me quería. Solo pudo decirlo por un par de semanas, hasta que su cuerpo colapsó. Me volví loco. Totalmente loco. E hizo la mayor de las locuras pues, sin él, nada tenía sentido.

lunes, 31 de agosto de 2015

Quiero perderme...

   Cuando me desperté, me di cuenta que no tenía ni idea de donde estaba y mucho menos porqué estaba allí. El cuarto era pequeño y las cortinas algo amarillentas por el paso del tiempo y el mugre. Sentí un movimiento atrás mío y algo de brisa. Fue justo después que me puse de pie lentamente y me di cuenta que no tenía los zapatos ni las medias puestas. Estaban en un rincón de la habitación. Tenía mi chaqueta puesta y en ella estaban mis objetos personales. Con poco equilibrio, caminé hasta los zapatos y las medias y me los puse rápidamente. Sin mirar mucho más, salí de la habitación con cuidado. Traté de no hacer ruido alguno, pues por la luz que entraba por la ventana era evidente que era muy temprano.

 Me fui acercando hasta la puerta principal y entonces me quedé paralizado allí pues escuché a alguien tosiendo en algún lado y algunos pasos. Como pude, abrí la puerta principal y la cerré rápidamente tras de mi. Corrí por el pasillo hasta unas escaleras y las bajé con rapidez, aunque esto me causara un dolor de cabeza del tamaño de una casa. Por fin llegué al primer piso, donde apenas saludé al portero, quien me abrió la puerta y yo salí de nuevo corriendo hacia la avenida más cercana. Al comienzo no tenía mucha idea de en que parte de la ciudad estaba pero menos mal solo tuve que caminar dos calles para salir a una avenida que reconocía. Me revisé los bolsillos y saqué mi tarjeta del bus. Poco tiempo después estaba de camino a casa, sin tratar de recordar nada, solo con apuro de estar allí.

Apenas entré, dejé mis llaves, la billetera, la tarjeta del bus y mi celular sobre mi mesa de la sala. Mi apartamento era de apenas algunos metros así que no había mucho espacio para nada. Para lo que sí había ganas y espacio era para la cama. Me desnudé por completo y me metí bajo las sabanas y cobijas sin pensar nada. Era una mañana fría, por lo que di un par de vueltas entre las sabanas y en unos segundos me quedé profundamente dormido. A pesar de mi falta de equilibrio, evidentemente por consumo de alcohol, no tuve malos sueños ni tampoco uno bueno. Fue una mañana en blanco y me desperté hacia la una de la tarde, todavía un poco perdido en cuanto al tiempo y la ubicación.

 Por un momento, pensaba que me había despertado de nuevo en el apartamento de las cortinas sucias o que nada de eso había pasado y todo lo había soñado. Pero el dolor de cabeza al levantarme y mi ropa con olor a cigarrillo me decían que nada de eso había sido un sueño, más bien una noche bastante agitada de la cual no recordaba nada. Fui a la cocina y me serví algo de jugo y cereal y mientras lo hacía traté de recordar algo de la noche anterior. Pero nada se me venía a la cabeza. Lo último que recordaba era que había salido con amigos del trabajo a tomar una cerveza. Lo siguiente era despertar en el cuarto, casi seguro de que alguien se había levantado antes que yo.

 Mientras comía, sonó mi celular y lo contesté torpemente, casi dejándolo caer al suelo. Era uno de mis amigos que me preguntaba como había pasado la noche. En todo jocoso le confesé que no recordaba nada de nada y que sería de gran ayuda si el lo ayudara a recordar. Mi amigo se rió un buen rato de mi, diciendo que la noche anterior había tomado mucho. Habíamos estado en un bar al comienzo pero después nos fuimos para una discoteca. Ellos estuvieron algo así como una hora y yo me quedé allí solo cuando ellos no quisieron estar más. Le pregunté si me había quedado solo y dijo que no sabía pero que yo les había dicho que iba a estar bien y que me iban a cuidar.

 Después de reírnos de la situación una vez más, colgué y me puse a pensar en mis propias palabras. Porqué había dicho “que me iban a cuidar”? Quien lo iba a hacer? A quien había conocido? No tenía ni idea y tratar de recordarlo solo me causaba un dolor de cabeza horrible así que apenas terminé mi desayuno me fui al baño, desnudo como estaba y abrí el agua caliente de la ducha. La fui temperando y estuve allí más de lo normal, tratando de quitarme la resaca de encima y de recordar lo que sabía pero que no venía a mi al instante. Odiaba cuando eso pasaba y no era que pasara mucho pues rara vez yo tomaba en tales cantidades. Algo había pasado que me había hecho tomar más de la cuenta y encima arriesgar mi vida.

 Me hubiese podido pasar algo más grave. Eso concluí mientras me secaba y me ponía cualquier cosa. Menos mal era domingo, pues hubiese sido un desastre tener que ir a la oficina así, sin idea de quién o que era por completo. Porque me sentía tan confundido que no sabía de que había sido capaz la noche anterior. Al fin y al cabo había despertado en un lugar extraño… Decidí llamar a mi amigo para preguntarle el nombre de la discoteca y me fui para allá sin dudarlo. Menos mal cuando llegué estaban limpiando y haciendo cuentas, así que pude hablar con el mismo dueño. Le inventé que me habían robado algo invaluable y que debía ver las cintas de seguridad para ver con quién o quienes había estado la noche anterior.

 El tipo fue más amable de lo que hubiese previsto. Me dijo que con el consumo que había hecho la noche anterior, tenía derecho hasta de ver los libros de cuentas. Esa afirmación me asustó y traté de poner una nota en mi mente para tener cuidado al ver el saldo de mi tarjeta débito. En los videos de vigilancia estaba con mis amigos y después con un chico pelirrojo. Se me hizo raro porque no me gustaban tanto los pelirrojos pero, a juzgar por las imágenes, el alcohol me daba facultades especiales para todo, tanto para besar a más de seis personas en toda la discoteca, así como para pagar botellas de whisky y bailar como un loco hasta que cerraron el bar a las tres de la mañana. Al parecer, salí de allí con el pelirrojo.

 Le di las gracias al dueño de la discoteca y salí de allí, más confundido que antes. Puede parecer una mentira pero yo jamás había hecho nada parecido. Jamás había conocido a nadie de manera espontanea en un lugar así y mucho menos bebiendo tanto, bailando tanto y, en general, gastando tanto. Pregunté en los locales aledaños para saber si se acordaban de mi pero nadie lo hacía excepto un indigente que se me acercó a pedirme monedas. Me dijo que me conocía pero que me contaría si le daba un billete grande. Tuve que hacerlo y entonces me contó que estaba con el pelirrojo cuando salí y que nos vio fumando marihuana y subirnos a un taxi. Estaba seguro que el lugar de dijimos al taxista era algo con “brisas” o “brisa”.

 En efecto, Recodo de las Brisas era el nombre del barrio en el que desperté, lo había averiguado en el celular. Y como así que había estado fumando marihuana? Yo jamás había consumido drogas. Entonces se me ocurrió que el pelirrojo me había echado algo en el trago y que por eso me había comportado de esa manera. Apenas caí en cuenta, volví a mi casa y revisé mi estado de cuenta de mi tarjeta. En efecto había comprado más botellas de trago de lo que era moralmente correcto pero no había nada más ni nada menos. No había pagado otras cosas, ni había retirado en un cajero. Entonces no me habían robado, como yo había pensado.

 Me di cuenta que lo mejor que podía hacer era dejarlo todo de ese tamaño y dejar de pensar en la noche anterior. Era cierto que había hecho muchas cosas pero sabía que yo no era así y estaba seguro que me habían hecho algo para que así fuese. Me dio miedo solo pensarlo, pero podría haber sido peor. Tenía todo conmigo y nada faltaba así que no me habían robado. Y tuve que recordar ir a médico porque estaba casi seguro que si había consumido drogas y alcohol con ese hombre, seguramente había tenido sexo con él y era mejor ver que todo estuviese bien con mi cuerpo. Me dio un sentimiento de culpa horrible, porque todo lo que había pasado era por mi culpa, por haber estado concentrado en otras cosas y no en mi propio bienestar.

 El resto del domingo lo pasé en casa, viendo películas y televisión. Pedí una pizza y de nuevo hablé con mi amigo y le conté todo lo que había averiguado. El se rió un poco menos y me dijo que debía alegrarme de estar bien. Tenía razón en todo caso. Cuando me fui a la cama, tengo que confesar que no pude dormirme rápidamente. Trataba de recordar que había pasado después de la marihuana, quería recordar su cara o su cuerpo o lo que fuese pero no había nada en mi mente. Al otro día en el trabajo, pensé algo menso en ello, procurando no perder la concentración y estar siempre en donde tenía que estar. El día fue normal hasta que cuando volví del almuerzo me dijeron que había alguien esperándome en mi oficina. Cuando llegué a mi puesto, vi la cabellera pelirroja.

Apenas dio la vuelta al sentir mis pasos, me di cuenta de que no lo reconocía pero pude apreciar su belleza al instante. Al menos no me había metido con alguien feo, pensé. Luego me recriminé por lo superficial de mi pensamiento. Me dijo que había recordado que yo le había contado donde trabajaba y que había venido a entregarme algo. Extendió su mano y me dio un sobre. Adentro había billetes. Me dijo que quería pagar su parte del trago que había gastado y que se disculpaba por haberme dejado gastar tanto. Pero decía que yo estaba tan contento, tan feliz, que no quiso decir nada en el momento. Me dijo también que esa noche yo le dije que quería perderme y entonces me di cuenta, sin recordar nada, que él no me había echado nada en el trago ni nada parecido. Todo lo había hecho yo solo.


 Se disculpó y se despidió pero yo lo detuve tomándolo del brazo. No podía dejarlo ir.